jueves, 24 de diciembre de 2015

La clase media como paradoja

{\text{Let }}R=\{x\mid x\not \in x\}{\text{, then }}R\in R\iff R\not \in R
(Paradoja de las clases -o de los conjuntos- denominada paradoja de Russell. R es la clases de las clases que no se contienen a sí mismas. Si R pertenece a R, ello implica que R no pertenece a R, y viceversa...). 


Dado que la clase media se ha convertido en el centro de las distintas estrategias electorales, es conveniente pararse a reflexionar sobre el sentido de este término, tan habitual, que parece darnos a entender algo cuando en realidad es un concepto vago y problemático. La clase media es una realidad paradójica, pues, tratándose de una clase particular, las ideologías políticas mayoritarias en las democracias liberales pretenden hacer de ella la clase universal que termine incluyendo a todas las clases. Con cierto humor podría decirse que su propio concepto genera muy precisamente una variante de la paradoja de Russell, la de "la clase de todas las clases que no se contienen a sí mismas", pues la clase media es solo universal a condición de contenerse a sí misma y a las demás clases, con lo cual abole las clases conservándolas.

En su vocación universal, la clase media es así heredera de la burocracia de Hegel o del proletariado de Marx, pero su función de superación de las clases no sigue la vía de la racionalidad como la burocracia, ni la de la pobreza como el proletariado. En cierto modo, la clase media es un antiproletariado. Si el proletariado era para Marx la clase universal por carecer de propiedad, por ser la clase expropiada, la clase media se convierte en clase universal por lo contrario, por su acceso a la propiedad. Los teóricos del ordoliberalismo alemán y sus discípulos españoles, los del desarrollismo franquista, quisieron poner término a la lucha de clases que dio lugar a lo que consideraban el “peligro comunista” y, para ello, diseñaron políticas dirigidas a la "desproletarización" de los trabajadores, a que, en otros términos, no existiese ninguna categoría social que no tuviera nada que perder. La generalización de la propiedad de la vivienda, y en segundo lugar la del automóvil, fueron así los medios por los cuales el antiguo proletariado -junto a la inmensa mayoría de la sociedad- pudo verse a sí mismo como “clase media”. Este acceso a la propiedad corrió paralelo en toda la Europa occidental a la conquista de importantes derechos sociales y a la institucionalización de la negociación colectiva, con lo cual, bajo la protección del Estado, los trabajadores consiguieron alejarse en buena medida de la suerte precaria de la clase obrera del siglo XIX y principios del XX.

Estos logros sociales fueron resultado de una política de desproletarización “desde arriba” combinada a una sólida representación política y sindical de los trabajadores, que a la vez articulaba e institucionalizaba socialmente la resistencia de estos a la explotación. Paradójicamente, la constitución de importantes partidos y sindicatos de clase en Europa occidental fue uno de los principales factores del triunfo y la extensión de las clases medias. La clase media se convirtió en un modo de vida (a way of life) marcado por la seguridad material, la existencia de derechos civiles y sociales y un nivel importante de consumo. La idea democrática y socialista de una sociedad sin clases parecía así realizarse en la Europa de los años 70 en los principales países desarrollados mediante un agente inesperado: la clase media. Esta fue además la base material de un nuevo orden democrático basado en la negociación de los diversos intereses sociales que garantizó importantes conquistas en materia de derechos civiles para los trabajadores, las mujeres y otros sectores que no estaban tradicionalmente incluidos en el orden tradicional de la sociedad política burguesa. La democracia, que giraba en torno a la clase media, se convirtió así en una mesocracia, un gobierno basado en las capas medias de la sociedad.

Con todo, la apariencia de una sociedad sin clases era inseparable de otra realidad: la de una situación muy desigual en lo referente al control de los medios de producción y de los recursos financieros. La sociedad de clase media, que Galbraith describió como “la sociedad del consentimiento” en la que todos se identificaban a sí mismos como propietarios, no dejaba de estar basada en una desigualdad estructural irreducible: unos poseían los medios de producción y otros carecían de ellos. Esto es precisamente, lo que define la existencia de clases y no solo las diferencias de riqueza. Al nivel de las relaciones de producción, como afirmó Marx, el Edén de la libertad, la igualdad y la fraternidad queda sustituido por otra realidad en la que unos mandan y otros obedecen, en la que existe, más allá del poder político democrático y representativo, en los espacios mismos de la producción, un tipo de dominio invisible basado en el hecho de que unos poseen los medios de producción y otros no. Esta división fundamental en una sociedad capitalista no desaparece en las sociedades basadas en las “clases medias”, aunque, ciertamente, se hace en ellas casi invisible.

La sociedad de clase media es en cierto modo el apoteosis del capitalismo, en cuanto sistema social, pues la característica fundamental del orden social de una sociedad capitalista, el rasgo que la diferencia de cualquier otra sociedad de clases, como la esclavista o la feudal, es el hecho de que la dominación social y política aparecen como separadas de la explotación. Por un lado, la dominación política resulta invisibilizada mediante una legitimación del poder político basada en la ficción del contrato y de la representación. Un ciudadano de una democracia liberal solo obedece las órdenes -basadas en las leyes- de unas autoridades que él mismo ha elegido, con lo cual, estrictamente, puede decirse que no está sometido a ningún tipo de dominación social y solo a una dominación política libremente consentida y que actúa por medios legales. Por otra parte, la explotación queda también invisibilizada por otro contrato, el que vincula al trabajador con su empleador. En este contrato, como en todos los demás, son esenciales la libertad de las partes, su igualdad y su propiedad. Cada una de ellas debe tener algo que intercambiar, aunque se trate de cosas tan abstractas como el dinero o  la capacidad de trabajar, que Marx denomina "fuerza de trabajo". De este modo, el hecho social que funda las clases, la expropiación de los trabajadores, resulta perfectamente invisible, del mismo modo que queda invisibilizada bajo las formas jurídicas que lo perpetúan la dominación social de los dueños de los medios de producción y de los recursos financieros. La clase media es así la base de una paradójica sociedad sin clases dentro de una estructura social basada en la expropiación de las mayorías y, por consiguiente....en la lucha de clases.

Las hipótesis populistas que se vienen experimentando a uno y otro lado del Atlántico, en América Latina y, en una fase menos avanzada en la Europa del Sur, se basan en estrategias de redistribución de la riqueza destinadas a salvaguardar -o en algunos casos, como en América Latina- a crear las clases medias. Estas que, o bien han existido a penas, como en Bolivia o Venezuela o se han visto en peligro por la crisis financiera y económica como ocurre hoy en el sur de Europa, buscan ante todo afirmarse o afinzarse en el marco de redistribución de riqueza y creación de derechos al que nos hemos referido. En ningún caso tienen por objetivo las hipótesis populistas en curso atentar contra las relaciones de producción vigentes, esto es cuestionar la expropiación de las mayorías sociales por los poderes económicos y financieros. Por consiguiente, por mucho que se recubran de oropeles “revolucionarios”, los distintos populismos representan un intento de hacer de la clase media la “clase universal” mediante la constitución de nuevas élites políticas capaces de mediar con los distintos intereses sociales y económicos en favor de las mayorías sociales.

Estas políticas han contribuido de manera importante al afianzamiento de las bases sociales de la democracia liberal, pero en ningún momento han afectado en lo más mínimo al orden social existente. De ahí su límite interno consistente paradójicamente en que el éxito de sus políticas determine no la perpetuación sino el fin de los gobiernos populistas. La clase media fuera de peligro o nuevamente constituida abandona sistemáticamente a los gobernantes populistas y busca formas de gobierno supuestamente conservadoras que protejan sus intereses, que ven alejados de los de los trabajadores y los precarios. De este modo, los bloques históricos configurados en torno a la hipótesis populista tienen un carácter inestable y se integran en ciclos de articulación y descomposición característicos como aquel a cuyo fin estamos asistiendo hoy en América Latina.


Con todo, parece que el futuro de lo que se llamó izquierda está condenado a girar en esta rueda de la fortuna. Solo podrá salirse de ella cuando se hayan constituido en la propia sociedad nuevas relaciones de producción centradas en la apropiación de los comunes. La economía en red, la inteligencia colectiva como fuerza productiva, las distintas formas de cooperación directa que hoy funcionan en el marco del capitalismo, son sin duda las bases materiales de un cambio de relaciones de producción y de una nueva democracia, las bases de un cambio estructural que ningún gobierno podrá nunca crear. El capitalismo no surgió de la decisión de ningún gobierno, ni de ninguna necesidad histórica conocida por una vanguardia, sino del encuentro y articulación aleatorios de distintos actores sociales en el marco de la descomposición del régimen feudal. Tal vez un cambio real de nuestras estructuras sociales solo sea posible cuando se logre diseñar tras un encuentro imprevisible de distintos sectores sociales, un gobierno adecuado a la transformación, cuando se descubra esa “técnica de gobierno socialista” de la que nos decía Foucault que aún no existe, pues el socialismo -en sentido amplio- solo ha reproducido hasta ahora, con resultados que van del éxito relativo a la catástrofe, los dispositivos gubernamentales del capitalismo, que giran en torno al Estado representativo y al mercado. De momento, solo queda a quienes critican el orden neoliberal cosechar éxitos relativos. El resultado de las últimas elecciones en España es el comienzo de un proceso que tal vez conduzca a uno de esos éxitos relativos.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Dale un susto a la Sra. Merkel votando a Podemos

Si alguien tenía aún la más mínima duda sobre su voto del domingo, que mire o vuelva a mirar la mueca que hace la Sra. Merkel cuando Rajoy le dice que la segunda fuerza política en España este 20 de diciembre puede ser Podemos. Si le quedan dudas, que compruebe cómo en todas las instituciones donde hay presencia de candidaturas de unidad popular o de Podemos se produce una curiosa epidemia de dimisiones de representantes del PP. La última, la del Sr. Echeberría en Madrid, pero ha habido bastantes más y habrá otras muchas. El nombre Podemos y todo lo que con él se asocia -mucho, muchísimo más que el dichoso "núcleo irradiador"- da miedo al poder actual y representa una esperanza para muchas personas en nuestro país. Ese miedo y esa esperanza están fundados.

No hay que tener remilgos. Nadie más que quien escribe estas líneas afirma ni ha afirmado con mayor contundencia que el partido Podemos resultante de la disociación del comando mediático de su base movimentista es un partido, como todos los demás, infame, un remedillo de Estado. Sin embargo, este partido infame, que es más empresa que partido, se llama Podemos y evoca por su solo nombre muchas cosas, como el 15M y las ganas de conquista de la democracia que en él se expresaban. Este partido infame ha servido, junto a otras organizaciones y una multitud de ciudadanos, de catalizador para mandar a las instituciones a numerosas personas que en ellas desempeñan un papel esencial, el de la única verdadera oposición. Una oposición que el PSOE nunca quiso asumir y que IU nunca pudo ejercer eficazmente por su debilidad y su cierre identitario en la izquierda.

Podemos es un partido y es una institución (un aparato) de Estado. No es rigurosamente otra cosa. Esto no impide que se haya convertido en la pequeña puerta por la que están entrando personas enteramente ajenas al poder actual en la esfera de la representación para intervenir en ella y modificar las correlaciones de fuerzas. Y es que el Estado solo existe como monstruo impenetrable y hostil a la sociedad cuando se cree en él; si no, es solo la representación imaginaria de una correlación de fuerzas, algo cuya única consistencia real es la relación entre los poderes y las resistencias múltiples que configuran y reproducen el orden social. El Estado no tiene ninguna consistencia propia que lo separe de la sociedad. Ciertamente, la dirección de Podemos parece creer en el Estado y la representación, lo cual, al menos a mi juicio, ha limitado fuertemente el empoderamiento popular que empezó a hacer de Podemos un fenómeno desbordante. Con todo, la horizontalidad y la pluralidad expulsadas de la organización en nombre de la "reponsabilidad de Estado" y de la lógica de la representación/delegación, se ha recompuesto en las candidaturas de unidad popular y en otros movimientos e individualidades que hoy apoyamos las candidaturas formadas por o alrededor de Podemos o junto a Podemos. Si, en pleno periodo de crisis de régimen, se echa a la multitud por la puerta, regresa por la ventana.

Se han criticado los candidatos que la dirección de Podemos ha cooptado para las listas y sobre todo al antiguo jefe del Estado Mayor de la Defensa (Jemad), Julio Rodríguez. Se acusa al general de haber sido responsable de no se sabe qué horrores perpetrados por la OTAN e incluso de ser un firme partidario de esa organización militar. Estas acusaciones tienen poca base, pues España no intervino después de la retirada de Iraq, decidida por el gobierno de Zapatero, que nombró a Julio Rodríguez, en ninguna aventura guerrera neocolonial, En cuanto a la pertenencia a la OTAN -lo dice quien fue un activista del movimiento anti-OTAN en los años 80 y hoy es un crítico de todo bloque militar- no es uno de los principales problemas del país, incluso puede decirse que una vez que se está dentro de ella, es mejor permanencer dentro e intervenir desde el interior: aunque suela ignorarse, las decisiones de la OTAN se toman todas por unanimidad, con lo cual existe la posibilidad de bloquear iniciativas militares disparatadas. En cuanto a los demás candidatos cooptados, son sencillamente personas indispensables para formar un eventual gobierno o incluso un gobierno en la sombra.

El programa que presenta Podemos mantiene ciertos ecos del 15M: rechazo de los desahucios (las 5 de la PAH), lucha contra la corrupación, lucha contra la austeridad a nivel estatal y europeo, mayor participación de la ciudadanía en la toma de decisiones (referéndum en caso de guerras exteriores, referéndum de autodeterminación en Cataluña, etc.), incluso una forma edulcorada de renta básica (la renta mínima). Nada es revolucionario, pero todo es necesario para mantener unas condiciones de vida digna para la población y recuperar una democracia digna de ese nombre. Quien vote a Podemos debe saber que está votando un programa socialdemócrata, pero debe saber también que este programa no es el de las socialdemocracias históricas, fuertemente influidas por el neoliberalismo, y que, por otra parte, el programa socialdemócrata es imposible en las condiciones actuales -como pudo comprobar el gobierno de Syriza este verano- por lo cual quien lo proponga tendrá que esforzarse por crear el entorno que lo haga posible tanto a nivel estatal como a nivel europeo.

Y una última reflexión para los amigos anarquistas:

Si eres anarquista de verdad, vota para sacar a este gobierno, luego resiste como siempre, pero en mejores condiciones. Ningún gobierno será nuestro gobierno, pero los hay que son directamente enemigos como el actual y los hay menos nocivos. Que la creencia en el Estado (¡compartida con la dirección de Podemos y con la tradición de la izquiersa autoritaria!- no te impida modificar las correlaciones de fuerzas en favor de las mayorías sociales. El anarquismo de verdad siempre supo intervenir en ese terreno.Valdría la pena recordar que en el 36 la CNT no llamaron a la abstención en las elecciones, y sus militantes y simpatizantes votaron Frente Popular. Hay que pensar que gente como Buenaventura Durruti votó al Frente Popular...Por no hablar de los excelentes ministros que tuvo la CNT en el gobierno republicano: no hay mejor ministro que quien no cree en el Estado y no tiene vocación de ocupar cargos.

No regalemos el gobierno a la derecha. Que no se pierda ni un solo voto.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

El no acontecimiento de París

"Para todos los hombres, dígase lo que se diga, siempre hubo una sola moral. Los nazis, a pesar de su conducta, no eran una excepción. Hitler llamaba a Churchill "belicista desacreditado". No decía: "Yo quiero la guerra, yo soy agresivo y los ingleses son inmundos partidarios de la paz y de la comprensión entre los hombres". No hay que olvidar que Atila significa el padrecito." Jorge Luis Borges, citado por Adolfo Bioy Casares en Borges, Barcelona, Planeta, 2011, p.335)


Un acontecimiento no es cualquier hecho. Pueden y suelen producirse hechos que no son acontecimiento : son aquellos que reproducen el orden existente enmarcándolo en un tiempo muerto que se repite en su vacuidad. Un acontecimiento es, por el contrario, un acto o un hecho que sobresale, que marca la irrupción de un tiempo nuevo, de un nuevo orden de cosas. Desde ese punto de vista es difícil calificar lo que ocurrió anteayer en París de « acontecimiento ». Lo que se produjo anteayer en París y hoy en Raqqa es una escenificación grotesca del espectáculo de la soberanía en un período -la globalización- en que la soberanía es un mero recuerdo de un orden pasado. Existen ciertamente Estados formalmente soberanos, pero su margen de actuación autónoma frente al poder financiero es prácticamente inexistente. En cierto modo, el sueño del liberalismo, desde Adam Smith a Benjamin Constant, el de una sociedad sin política que se gobierna sin gobierno se ha visto realizado desde el fin de la Guerra Fría. Hoy, la soberanía solo existe como objeto perdido que en vano se intenta resucitar mediante la violencia, mediante la periódica reactivación como espectáculo de un poder soberano cuyo principal atributo es la facultad de « hacer morir ». En ese culto melancólico de la soberanía comulgan los Estados y quienes como el ISIS juegan a serlo.


En París, los yihadistas atacaron lugares de ocio y de espectáculo que consideran antros de « corrupción y depravación»: bares, restaurantes, un estadio de fútbol, el café-teatro Bataclan. Aparte de los motivos teológico-morales que exponen en su comunicado, hay en la intención de los atacantes una voluntad clara de ponerse al nivel del Estado francés y de los demás Estados europeos que intervienen en Siria. Ellos también bombardean, aunque sea mediante esa « fuerza aérea del pobre » que representan, en términos de Mike Davis, los suicidas cargados de explosivos. Ellos pueden sembrar indiscriminadamente la muerte, como los drones o los aviones de las coaliciones que atacan distintos objetivos en Siria e Iraq. El ISIS es una evolución de Al Qaida : si Al Qaida era el yihadismo en tiempos de la globalización, una simple franquicia sin territorio -en Afganistán, los talibanes los acogieron temporalmente, pero no era Al Qaida quien controlaba Afganistán-, el ISIS/DAESH/Estado Islámico (EI) tiene otras pretensiones. La primera de ellas ha sido dotarse de un territorio efectivamente bajo su control y actuar en él con una exhibición delirante de atributos de la soberanía : las decapitaciones y otras formas de ejecuciones filmadas reafirman su capacidad de matar dentro del territorio. Atentados como los de anteayer en París intentan reafirmar esta misma facultad soberana en su proyección exterior. En cierto modo, la brutalidad del EI, a pesar de que identifica a esa organización como la perfecta imagen del mal, casi caricatural, que a cualquiera le gustaría tener como enemigo, es un paradójico intento de dotarse de « respetabilidad ». Esto permite cifrar la inmensa torpeza de las autoridades del Estado francés, que se han apresurado a «declarar la guerra» al Estado Islámico, satisfaciendo así su máxima pretensión : que se reconozca su soberanía, que se reconozca al EI como sujeto posible de una relación bélica internacional. Este apresuramiento, por parte de un presidente débil e impopular de un país cuyo declive como potencia europea y mundial es evidente, es síntoma de la necesidad del régimen y del gobierno franceses de afirmarse como soberanos, respondiendo de inmediato a los atentados con el bombardeo de la ciudad de Raqqa, la «capital» del EI.


De este modo, ambos actores del sangriento espectáculo se legitiman recíprocamente ante los sectores sociales que les prestan apoyo. Mientras tanto, la realidad sigue su curso. Prosigue la masiva huida de refugiados de las zonas controladas por el EI hacia Europa acentuando la disolución de fronteras y Estados por abajo: desde las poblaciones y no desde los flujos de capital financiero. Por un lado está la multitud nómada, que escapa a las guerras y a la miseria, por otro, los intentos de captura de esta, por el EI, que las intenta mantener bajo amenaza en los espacios que controla y por los Estados europeos que intentan gestionar los flujos utilizando dispositivos fronterizos móviles y filtrantes (controles, selecciones, campos de internamiento, identificaciones, etc.). Los intercambios de violencia real y simbólica y el control de los flujos de refugiados constituyen hoy una nueva economía simbólica entre distintas zonas del sistema mundo, se trata de hechos dentro de un sistema, no de acontecimientos. El único acontecimiento es el éxodo, los éxodos internos y externos. ¿Podrá el poder neutralizar a los nuevos movimientos sociales y políticos como ya hiciera tras el 11 de septiembre con el movimiento antiglobalización? Hay que construir una defensa activa de la paz y de lo común frente a los cierres soberanos.

lunes, 16 de noviembre de 2015

El rally Paris-Raqqa

El presente post es la continuación del publicado ayer, en el que se ensaya un marco teórico general para entender "La normalidad terrorista".

¿Ha habido algún acontecimiento últimamente en París? ¿Ha ocurrido realmente algo? Según todos los medios de comunicación daría la impresión de que sí, y que incluso es algo enorme: 128 muertos, la capital sometida a una ola de pánico, una sociedad traumatizada...Todo esto es perfectamente cierto, pero para que haya un verdadero acontecimiento, hace falta que un hecho o un acto destaque realmente sobre la normalidad cotidiana. ¿Cuál es esta? Las noticias de muertes violentas que nos llegan a diario del Próximo Oriente y del resto del mundo. Centenares o miles, incluso millones de muertos que no (se) cuentan. Gente que muere en interminables guerras civiles en países como Siria o Iraq donde atentados como los de París son moneda corriente. Se ha desarrollado en esos países la costumbre de convivir con la muerte masiva, como si fuera un fenómeno meteorológico, un azar incontrolable que cualquier día puede golpear a cada inviduo en su propia carne o la de sus próximos.

Ese mismo horror cotidiano es el de la población de Gaza, ese enorme gueto y campo de tiro al niño israelí donde a diario caen ciudadanos palestinos ante un silencio aplastante del resto del mundo, donde, de vez en cuando también, la muerte se abate al por mayor sobre todas las categorías de población. Al lado de Gaza, y de Cisjordania, están Israel y sus colonias. Israel intenta, por todos los medios, proteger a sus ciudadanos de la rabia y el odio de los palestinos expulsados de sus tierras, humillados, asesinados. De vez en cuando esta rabia y este odio se expresan en algún atentado contra población civil inocente. Mueren personas que pasan por la calle en atentados perpetrados con cualquier tipo de medios, desde pistolas hasta navajas y casi a dentelladas. Israel se encierra en un muro dos veces más alto que el de Berlín y encierra a los palestinos en un archipiélago de guetos controlado por sus fuerzas militares. Israel bombardea periódicamente Gaza dejando un rastro de miles de muertos civiles. Israel "necesita seguridad" porque está construido sobre un acto de limpieza étnica que ha condenado a millones de palestinos al exilio, a la precariedad de los campos de refugiados y a la inseguridad. Como sostenía Hannah Arendt cuando se estaba implantando en Palestina un "hogar judío" mediante la expulsión sistemática de la población árabe, nadie puede decir que está en su hogar si sus vecinos no lo reconocen como tal. Difícilmente podrían hacerlo los palestinos cuyos hogares y tierras fueron robados o destruidos. Israel se ha construido sobre la ocultación y la represión de un pasado y un presente de violencia mediante los muros físicos y los muros simbólicos del olvido y del silencio. Por eso, cuando hay un atentado contra la población civil en Israel caen víctimas perfectamente inocentes, pero esa indudable inocencia de la gente que pasa por la calle nada puede contra el hecho del origen brutal de ese Estado y de la violencia que a diario lo reproduce, nada puede contra el odio y la desesperación que esta violencia estructural suscita.

El modelo israelí se extiende a todo el planeta. En los Estados Unidos terminó de implantarse tras los atentados del 11 de septiembre, en Gran Bretaña poco después. Se establecieron sistemas de control y de vigilancia estrecha de las poblaciones, sistemas que partían de la larga experiencia de la Guerra Fría, pero se perfeccionaron gracias a las técnicas del laboratorio israelí. La perpetuación al sur del Mediterráneo y en el Oriente Próximo de un rosario de dictaduras y monarquías despóticas que rodean al régimen colonial israelí en Palestina y mantienen a las poblaciones en niveles de desigualdad y subdesarrollo dramáticos, a las puertas mismas de Europa, constituye un foco permanente de tensión. Ese foco se ve intensificado por la presencia de numerosas comunidades de inmigrantes -y refugiados- procedentes de esas zonas en muchos países de Europa occidental, Francia en muy primer lugar. Francia ha tenido una tradición propia de gestión del hecho colonial en la metrópoli y el exterior. En la metrópoli recluyendo a las poblaciones de origen magrebí en las famosas "banlieues", ciudades-dormitorio carentes de servicios y aisladas de las ciudades grandes y medias. Lugares que, al extenderse el desempleo y anularse las posibilidades de ascenso social para las nuevas generaciones se han convertido en puntos explosivos donde periódicamente estalla la rabia, lugares que han terminado produciendo "monstruos". Nada más parecido a esas banlieues que los guetos creados por Israel en Cisjordania, con la importante salvedad de que no existen por ahora en Francia puntos de control militarizados que limiten el movimiento de sus habitantes, sino tan solo un permanente control policial sobre las zonas "peligrosas". La geopolítica colonial de Israel o de la Sudáfrica del apartheid se reproduce así dentro de la metrópoli. Hacia el exterior, el modelo sigue siendo Argelia y el bombardeo de población civil como falsa solución a un problema que no se quiere ver.

El modelo colonial no es incompatible con la globalización: la colonización se ha limitado a desplazar las fronteras a introducir el espacio colonial en la metrópoli, usando la frontera como filtro, como método de control y de selección de las poblaciones. La frontera como método es uno de los dispositivos de poder del régimen neoliberal. Se trata en el neoliberalismo de asumir riesgos: no de intentar eliminarlos. El riesgo es un factor de ganancia, tanto en la bolsa como en la gestión general de la sociedad por el capital. Es más útil, aunque sea arriesgado, mantener bolsas de pobreza y de desesperación social que restablecer los niveles de gasto social que podrían hacerlas desaparecer. Se calculan costes y riesgos y se opta por la mejor solución, observando, eso sí, la evolución del riesgo. Lo mismo ocurre con los regímenes corruptos, violentos, y muchas veces "amigos", que ahogan política, económica y culturalmente al mundo árabe. Es más fácil mantener esas alianzas que aceptar un cambio democrático que obligaría a negociar mínimamente con las poblaciones. Más vale mantener cierto nivel de riesgo, incluso apoyando regímenes como el de Arabia Saudí que ha contribuido poderosamente al desarrollo del yihadismo, pero que dispone de petróleo, del control de los santos lugares del Islam y de un poder financiero considerable. Arabia Saudí es el peligroso amigo que engendró política e ideológicamente a Osama Ben Laden y que sirve hoy de modelo y, junto a Qatar, de fuente de financiación al Estado Islámico.

Asumir riesgos significa hoy instalarse inocentemente en la guerra colonial convertida en guerra civil permanente. Vivir como los israelíes. Considerar como algo perfectamente natural el conjunto de dispositivos de seguridad que organizan nuestra vida cotidiana.Aparte del dolor y el terror causados, aparte del trauma, hechos -que no acontecimientos- como los recientemente acaecidos en París son letales para la democracia. Nadie en su sano juicio, después de los atentados de ayer pondría en cuestión las medidas excepcionales de seguridad del gobierno, el estado de sitio, el cierre de fronteras, los previsibles controles masivos. Son necesarios para la seguridad de la población, de cada uno de nosotros. El poder ya no es palabra, ideología que se expresa en el espacio simbólico, sino dispositivo inscrito en lo real, que nos sujeta. Aceptamos como algo natural, algo que deriva de una lógica implacable, la declaración de la guerra civil y todas sus consecuencias, pero haciéndolo nos reducimos a vida desnuda, no cualificada política ni éticamente, a constituir un enlace más dentro de la conexión general de un sistema. El poder no tiene rostro, es un conjunto de cables y de tuberías que nos atraviesa y se impone como la red material que constituye el espacio metropolitano. Nunca hubo mejor forma de olvidar la naturaleza y el origen del poder, nunca se ocultó mejor una decisión política bajo un dispositivo técnico. Hoy es casi imposible oponerse a la decisión bélica y colonial del poder, casi imposible remontarse al origen del ciclo de violencia que nos envuelve. Vivimos hoy como los ciudadanos de Israel, como las víctimas inocentes de un acto de violencia inicial olvidado en los mecanismos de lo cotidiano.