martes, 18 de octubre de 2011

Zygmunt Bauman y la supuesta emocionalidad del 15M: una breve respuesta

("No saben por qué protestan")


Las últimas afirmaciones de Zygmunt Bauman sobre el 15M resultan cuanto menos sorprendentes. El sociólogo y pensador polaco considera en unas declaraciones recogidas por el País que este movimiento es fundamentalmente "emocional" y que si la emoción es apta para destruir resulta especialmente inepta para construir nada. Las gentes de cualquier clase y condición se reúnen en las plazas y gritan los mismos eslóganes. Todos están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean”. La emoción sería, por lo tanto, inestable y fluctuante y haría que el actual movimiento, que el el 15 de octubre se manifestó como potencia política en las calles y plazas del mundo entero, sólo sirviera para destruir. Un movimiento fundado sobre la "emoción" carecería, a su juicio de capacidad constituyente y sólo podría configurarse como una desordenada multitud, una hidra de 100 o mil cabezas.


El problema de Bauman es tal vez que no ha participado nunca directamente en una asamblea ni un debate del movimiento. Basta acercarse a una asamblea para observar cómo el movimiento se ha dotado de un dispositivo de limitación de la "emoción" sumamente eficaz. Llaman, en efecto, la atención el tono y las maneras civilizados, resultado de una disciplina de debate colectivo muy particular, que proscribe los aplausos y las interrupciones verbales o sonoras de la palabra del orador. Un lenguaje gestual silencioso puntúa las intervenciones: las aplaude, las rechaza, critica el lenguaje agresivo o denigrante etc. Por otra parte, la palabra, en las asambleas abiertas del 15M no tiene como origen ni como destinatario un grupo que afirma una identidad cerrada, sino el ciudadano "cualquiera" reunido con otros "ciudadanos cualesquiera". Ni las pasiones del liderazgo, ni las de la identidad colectiva tienen libre curso en este medio.

Lo que se afirma en su diferencia es la singularidad "cualquiera", pero se trata de un cualquiera positivo, no de aquel por el que no se opta y constituye un residuo, sino el que supone una opción abierta por un otro con quien se busca lo común. En latín este "cualquiera" se denominaría con la palabra "quislibet" que designa al "cual quiera", al "cual" que se acoge y que es causa de amor (el verbo libeo que se encuentra en el componente libet, está directamente relacionado con la raíz del término libido). Tal vez la pasión política fundamental suscitada por el movimiento sea ese amor civil del otro cualquiera, del otro, distinto de mí con quien, sin embargo, estoy en comunidad. Sin duda, el reverso de este amor es la indignación, definida en el sentido de Spinoza como "el odio hacia quien ha hecho mal a otro". La indignación es fuente de antagonismo y de posible destrucción, pero su origen es el reconocimiento del otro cualquiera como un igual; un igual que no lo es por ser propietario, con igualdad de derechos en el mercado respecto de otros propietarios, sino como alguien que tiene igual acceso a lo común del lenguaje, del afecto, de la producción etc.


Difícilmente puede sostenerse, pues, que el 15M sea un fenómeno meramente emocional desprovisto de pensamiento y que sólo sirva para destruir el orden existente. Sólo cabe suponer que Bauman se ha dejado llevar por un sentido "vulgar" de la palabra "indignación" definida por el Diccionario de La Real Academia como "Enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos" y ha atendido más a la designación periodística del movimiento (los indignados) que a su realidad. Efectivamente, lo que está ocurriendo en las calles y plazas de medio mundo en los últimos meses, y con particular intensidad en las de España, es un auténtico experimento de producción política de pensamiento que contrasta con el desierto intelectual y moral en que se mueve el agonizante discurso del poder. La palabra pública tal y como se profiere y se utiliza en las asambleas abiertas es un medio privilegiado de producción de "nociones comunes", de ideas adecuadas y verdaderas que van, precisamente, más allá de la pasión y de la emoción individual o colectiva. En los espacios del 15M está renaciendo un espacio público que el neoliberalismo había destruido junto a la propia política. Un espacio público donde el contraste organizado de puntos de vista, la necesidad de argumentar lo que se afirma ante un auditorio diverso e imprevisible, la necesidad de contradecir mediante argumentos etc. generan racionalidad. 

Esta racionalidad surge, sin embargo, a partir de una palabra que, al no ser proferida por grandes expertos ni sabios reconocidos podría considerarse de poco peso. Sabemos, no obstante, desde la antigüedad -y Hannah Arendt nos lo ha recordado en toda su obra- que no existe un saber de la política, una ciencia de la cosa pública que unos posean y que se imponga a todos como una verdad. Sólo han llegado a pretender gobernar sobre la base de este saber regímenes como el absolutismo y su avatar liberal; por lo demás sin demasiado éxito. La única racionalidad, la única verdad de la política surge del debate público entre singularidades cualesquiera. Esto es algo que Maquiavelo y Spinoza ponen en el centro de su teoría de la democracia: una asamblea siempre tiene menos posibilidades de equivocarse gravemente que un sólo individuo porque en ella las distintas pasiones se moderan y llegan a abrirse paso las nociones comunes. Por ello la democracia, o cualquier forma de gobierno que se rija por el principio democrático es más estable y menos pasional que una monarquía donde sólo el monarca tenga el poder decisorio. Por esta razón también el único régimen estrictamente absoluto, el más libre de influencias externas y menos propenso a las pasiones tristes, no es la monarquía mal llamada "absoluta" basada en la decisión exclusiva del monarca, esto es fundamentalmente en las emociones del monarca, sino la democracia, en cuanto es capaz de enraizar en una racionalidad colectiva. Frente a las teorías absolutistas de un poder basado en el saber trascendente de uno o de unos pocos,  el Spinoza del Tratado Teológico-Político sostenía lo siguiente a propósito de la potencia racional que es a la vez efecto y principio de la democracia: "en la democracia son menos de temer las órdenes absurdas que en otros gobiernos, pues resulta casi imposible que la mayoría de una gran asamblea dé su aprobación a un absurdo. Además, el fundamento y el objeto de este régimen es, como hemos demostrado también, poner coto a los desarreglos de los apetitos y mantener a los hombres cuanto sea posible en los límites de la razón, a fin de que vivan juntos en paz y concordia; pues si se retira este fundamento, todo el edificio acabará necesariamente por derrumbarse." La multitud, su supuesta liquidez, su insumisión a la regla de la uniformidad y del uno, que tanto parece temer Bauman, no son, así, causas de la irracionalidad ni del imperio de la emoción sino auténticos instrumentos de construcción de una racionalidad común.

 
Por la razón antes señalada, tampoco puede decirse que el 15M carezca de organización ni de programa. Lo que ocurre es que su organización se genera y reproduce al ritmo mismo del debate y de la movilización colectiva. Su programa es perdurar como nueva figura de la democracia. No es proponer al poder que cambie tal o cual aspecto de su ejecutoria. A pesar de que las primeras reivindicaciones del movimiento proponían al poder un cambio en las formas de representación a través, por ejemplo, de una nueva ley electoral, el lema central del movimiento, "no nos representan", ha ido cargándose de un juevo contenido mucho más radical. Ya no se trata de pedir que nos representen mejor: lo que se ha comprobado es que el espejo de la representación está roto, hecho añicos y que es imposible recomponerlo. Al poder capitalista neoliberal ya no hay mucho que proponerle. Lo que queda es que el trabajador colectivo, cognitivo, precario, migrante que se congrega en las plazas haga lo que mejor sabe hacer: comunicarse y organizarse como nueva comunidad política en éxodo respecto del mando del capital. Las manifestaciones y ocupaciones del 15M al 15 de octubre y las que seguirán son demostraciones de vida y de racionalidad frente a un poder vacío. Sorprende que un gran analista del presente como Zygmunt Bauman haya olvidado el pasado reciente de su propio país o el de la Alemania del Este donde el principio del fin de esa caricatura del capitalismo que fue el "socialismo real" lo marcaron unas grandes manifestaciones ignoradas por unos gobernantes que las consideraban carentes de pensamiento y de programa.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Un 12 de octubre a contratiempo. Deshacer aquí y allá el Imperio español




No creo que la manía de lo políticamente correcto deba impedirnos decir "España". España es el significante de un espacio geográfico y de un espacio de intercambios culturales comparable a Escandinavia o a los Balcanes. Otra cosa es que ese significante se confunda interesadamente con el de un Estado, o, peor aún, con el de una nación. España, como Estado nace alrededor de 1492 con la unión matrimonial de Castilla y Aragón, la conquista de Granada y, algo más tarde, la conquista de Navarra por Fernando de Aragón (1512). Una expansión imperial de los dos grandes reinos ibéricos domina así el conjunto peninsular al mismo tiempo que Castilla se extiende hacia América. Se trata de un mismo impulso imperial en dos continentes. Bajo este imperio, multitud de pueblos ibéricos y americanos pierden su libertad. En el caso de los americanos, muchos pierden su vida a conscuencia de los malos tratos y la explotación salvaje, pero sobre todo debido a la guerra biológica involuntaria de los españoles cuya arma fundamental fue la viruela. La viruela derribó imperios y diezmó poblaciones antes de que los conquistadores se apoderasen de ellos.

España nunca fue una nación, sino un imperio. Un imperio en manos de una oligarquía que nunca brilló por su capacidad de negociación con las poblaciones. Su primera institución "nacional", en un país donde los reinos conservaban sus ordenamientos jurídicos propios y muchos aspectos de su antigua soberanía fue la Suprema Inquisición de España. Sólo el reino español tuvo, frente a los demás de la Cristiandad, el privilegio de contar con una Inquisición propia, independiente de la de Roma como arma esencial de su poder político. La ideología religiosa común impuesta desde los aparatos de Estado -sobre todo desde la Inquisición- se convertía así en el cimiento del orden político.

Sin duda, Franco no sabía lo que decía cuando afirmaba que España es un Imperio: coincidía así involuntariamente con independentistas y separatistas en la afirmación de que España no es una nación. Con todo, y aunque lo haya dicho y repetido Franco, esa definición de España como imperio es perfectamente correcta. Un Imperio es un orden jurídico y político impuesto sobre una multitud de pueblos, sin reconocer a estos ningún tipo de soberanía nacional. Como afirma Carl Schmitt: "Al concepto de Imperio corresponde (...) en el orden del espacio un ámbito espacial grande (Grossraum). Son imperios en este sentido aquellas potencias rectoras y propulsoras cuya idea política irradia en un espacio determinado y que excluyen por principio la intervención de otras potencias extrañas al mismo" (C. Schmitt, El concepto de imperio en el derecho internacional).  El Imperio se contrapone así al Estado-nación moderno supuestamente basado en una comunidad homogénea de linaje dotada de autoridades comunes que reconoce como legítimas.



(Canción de Chicho Sánchez Ferlosio, A contratiempo)

La dominación de la estructura política española ha producido efectos etnógenos al establecer un marco de intercambios entre los distintos pueblos ibéricos que han influido en sus idiomas y costumbres e impuesto el castellano como lengua oficial en todo el Estado. Existen así rasgos comunes a las distintas nacionalidades ibéricas, rasgos que no han llegado a constituir una nación, en la medida en que nunca ha habido -salvo quizá, de manera muy ambigua y finalmente frustrada, durante las guerras napoleónicas- un proceso de autodeterminación nacional "español". La propia resistencia contra un mismo aparato político ha contribuido al establecimiento de ciertos rasgos identitarios comunes. Hoy, cuando a todos los niveles se habla de proceso constituyente y tanto el 15M como la potente irrupción en la escena pública de la izquierda abertzale desafían el orden constituido, es necesario plantearse una constitución democrática del espacio ibérico basada en la libre decisión de las distintas nacionalidades. Esta puede desembocar en una serie de Estados independientes, pero también en una república federal plurinacional. La experiencia constituyente de Bolivia que se ha configurado como un "Estado de los movimientos sociales" y de las "naciones originarias" tal vez nos muestre el camino que podemos seguir para alcanzar una democracia de la multitud y post-soberana y liquidar lo que queda del Imperio. El 15 de octubre de las multitudes puede ser un buen contrapunto democrático, alegre y potente a la triste celebración de hoy. Frente a los progresos aparentemente imparables del Imperio, sólo nos queda, como propugna Chicho Sánchez Ferlosio, parar la máquina de guerra, ir a contratiempo.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La lógica del mal menor: sobre el pensamiento dualista en política y sus estragos





"Così dico io bisogna scusar il prencipe di  alcuna apparenza violente e di dannoso, quando la sua mira sia di procurar maggior bono, o scanzar maggior male, minus malum habet rationem boni, e di tutte queste cosa habbiamo lasciarne il giudizio a Dio, che penetra le latebre de Cuori e renderà a tutti conforme i suoi portamenti, altrimenti voler censurar le attioni del Prencipe è voler farsi Prencipe del suo Prencipe"
(Así digo que hay que disculpar al Príncipe por su posible apariencia violenta o dañina, cuando sea su objetivo obtener un bien mayor o evitar un mal mayor, minus malum habet rationem boni, y de todas estas cosas hemos de dejar el juicio a Dios, que penetra el interior de los corazones y retribuirá a todos según su comportamiento; de otro modo, querer censurar los actos del Príncipe es querer hacerse Príncipe de su propio Príncipe.) 
(Paolo Sarpi,  Consolatione della Mente, Venecia 1606)

(Minus malum habet rationem boni (El mal menor tiene alguna proporción de bondad), Tomás de Aquino, Sententia libri Ethicorum, lib. II, lectio 5)

Una de las representaciones más comunes del antagonismo es la que lo identifica con el enfrentamiento entre dos bandos preexistentes. Como si de un partido de fútbol se tratara, la lucha de clases o la lucha de poder entre Estados se procura encajar en un esquema dual, sean cuales sean sus características reales o la complejidad de sus circunstancias. De un lado, los buenos, del otro los malos; de un lado los nuestros, enfrente los otros. Antes de todo conflicto, según este modo de entender las cosas, los dos bandos están ahí prestos a enfrentarse: es la naturaleza propia de cada uno la que explica el antagonismo, fuera de cualquier otra circunstancia. Antes de enfrentarse el enemigo con "los nuestros", ese enemigo siempre ya tuvo una idiosincrasia particular: eran de antemano los otros y, como nadie asume para sí mismo el papel de "malo", eran también los "malos". La enemistad tiene una textura ontológica, el enemigo se presenta según este esquema como una "amenaza existencial (Carl Schmitt).

Ese esquema dual tiene, para quien se sitúa en él, la gran ventaja  de darle seguridad. El mundo dual es, a pesar de su falsa apariencia de multiplicidad, un mundo completo, un universo cerrado en el que los dos principios del bien y del mal se combaten, pero también se complementan. En un universo donde no existiera el mal tampoco habría bien y no podría confiarse en que el mundo y la vida de los hombres tuvieran un sentido y una finalidad última. El mundo polarizado es el espacio propio de toda teodicea. Todo pensamiento teleológico, sea religioso, mágico, político o filosófico se vale de un esquema dualista, pues  cuando se piensa en un sentido y un fin del universo o de la historia, hay siempre fuerzas que favorecen ese fin y fuerzas que actúan en su contra. Las filosofías de la historia se rigen por ese tipo de perspectiva, pues procuran dar un sentido divino, humano o espiritual a la historia. Las posiciones políticas que se basan en una filosofía de la historia suelen, además, designar a determinados individuos u organizaciones como aquellos que saben escudriñar, en los detalles de lo cotidiano, lo que va en el sentido de la historia y lo que se opone a él. Existe, así un saber supuesto sobre el sentido de la historia que sirve de base y de legitimación al poder, sea éste el poder de los expertos o el de un líder clarividente. Consecuencia de ello es que quien se aparte de la obediencia a estos rectores de la sociedad acaba siendo considerado como un enemigo de la comunidad formada en torno a ese supuesto saber.

La dualidad política derecha-izquierda o el binomio imperialismo-antiimperialismo se sitúan en su simplismo y en su voluntad supersticiosa de creer en un sentido de la historia en el terreno antes descrito. Abandonando toda acción estratégica, propiamente política, los fieles que creen en una finalidad histórica y en el dualismo a ella asociado, sólo esperan que su polo gane la partida. Una partida que, una vez instalada en el esquema vacío de una relación especular, ha perdido todo contenido efectivo. Cuando sólo se trata de que ganen la izquierda o el antiiperialismo, no se trata de hacer avanzar en la práctica un muy necesario programa de resistencia al capitalismo y de transición al comunismo, sino de que no triunfe el polo contrario, aunque para ello, haya que hacer sacrificios en el programa político. De ese modo, los gobiernos de Papandreu o Zapatero han abandonado en nombre de su mantenimiento en el poder como respetables gestores de izquierda del capital, toda ambición de defensa efectiva de las conquistas sociales del movimiento obrero. Desde el punto de vista de los contenidos, estas socialdemocracias del sur de Europa son partidos económicamente de extrema derecha que se presentan como un mal menor frente a una derecha que podría ser más extremista. Del mismo modo, la defensa a ultranza de un "campo antiimperialista" independientemente de todo contenido político asocia a gobiernos, movimientos y personas genuinamente revolucionarios con abyectos tiranos que no dudan en ponerse al servicio de los más torvos fines del  imperialismo como Gadafi o Al Assad. El carácter evidentemente despótico de estos regímenes se presenta también como un mal menor y se descalifica todo movimiento popular que se oponga a ellos como vendido al imperialismo. "Es mejor Zapatero que Rajoy", "es mejor Gadafi que la OTAN" sólo significa -para quien no haya perdido enteramente los cabales y ensalce desde la izquierda o el antiimperialismo a los primeros-, que aquellos son "menos malos" que los segundos.

El problema es que esta calificación relativa -menos malo- no tiene ningún contenido estratégico o político, y obedece sólo al dualismo vacío del pensamiento finalista. De hecho, dentro de ese vacío de determinaciones estratégicas concretas en que se mueve la lógica del mal menor, se produce una peligrosa aproximación de los términos abstractamente opuestos. Así, cuando la izquierda socialdemócrata en el gobierno intenta permanecer en él para que no gane la derecha, procura aproximar su política a la de esta. De este modo, mediante aproximaciones sucesivas, asintóticas, ambas posiciones de derecha y de izquierda se hacen casi indiscernibles. Ciertamente, el extremismo neoliberal del laborista Tony Blair pudo ser superado por el del conservador Cameron, pero, con toda seguridad, se habría superado a sí mismo de haber permanecido el laborismo en el gobierno. Es muy probable que una victoria del PP en España suponga una radicalización aún mayor del programa neoliberal, pero ello no implica que haya que defender el "mal menor" que supone un gobierno neoliberal de izquierda, pues vemos cómo este gobierno del mal menor se aproxima al mal mayor cada día que pasa. Análogamente, a nivel internacional, el apoyo de la izquierda al mal menor que suponen los sátrapas abstráctamente antiimperialistas de Libia o de Siria, debilita la acción política efectiva de resistencia al imperio y al capital y desaprovecha la coyuntura revolucionaria abierta por las revoluciones árabes.

Sólo una salida del espacio dual, literalmente imaginario, que ve la confrontación política como un duelo entre dos bandos sin ninguna determinación exterior que preexisten a su lucha, permitirá recuperar el sentido estratégico y estrictamente político de la lucha contra el capital y por el comunismo. Para ello, una crítica filosófica materialista de las categorías teleológicas de las filosofías de la historia es una tarea política urgente. Ya va siendo hora de abandonar las estructuras mentales características del mundo mágico y de abrir paso a una política materialista, atenta a la complejidad y a la coyuntura: la política que teorizaron Maquiavelo, Spinoza y Marx y que tuvo en Lenin, Mao o Fidel Castro algunos de sus más brillantes protagonistas.

viernes, 23 de septiembre de 2011

La izquierda y la polémica sobre Libia. Internacionalismos de geometría variable




Es difícil desde las categorías habituales de la izquierda (lucha de clases binaria, representación de la clase obrera por un partido, socialismo etc.) comprender las revoluciones árabes y los propios movimientos sociales que, bajo distintas formas, están produciéndose  hoy en Europa, en España y en Grecia, pero también en Gran Bretaña. Unos movimientos sociales de nuevo tipo que probablemente seguirán extendiéndose y que tienen muchos puntos en común con lo que ya pudimos presenciar en las diversas crisis políticas latinoamericanas: en el caracazo, el diciembre argentino, las luchas por el agua en Bolivia etc. Son luchas que, a pesar de la distancia geográfica y cultural y de los distintos discursos políticos en que se traducen responden a una misma situación: el dominio tendencialmente absoluto del capital financiarizado sobre las economías de los distintos países y las vidas de sus habitantes. No es de extrañar, por lo tanto, que los aparatos de propaganda del Imperio hayan hecho hasta ahora todo lo posible por ocultar las conexiones efectivas entre los distintos polos de una enorme marea de resistencias que amenaza al sistema capitalista en su conjunto. Más sorprendente y hasta lamentable es que estas conexiones hayan resultado indescifrables para un amplio sector de la izquierda latinoamericana y europea.


Del lado árabe, la relación entre los distintos procesos estuvo siempre bastante clara. Entre los puntos de referencia de muchos manifestantes tunecinos y egipcios estaban la revolución bolivariana de Venezuela o la revolución cubana: el paralelismo histórico era perceptible. Del lado latinoamericano, sin embargo, no se vieron, en general, estas revoluciones populares espontáneas y autoorganizadas con la misma simpatía. La reacción fue de desconfianza, cuando no de miedo, no fuera a ser que detrás de los dirigentes árabes derrocados estuvieran situados los gobernantes latinoamericanos de izquierda, en alguna lista secreta de los responsables de la CIA. La teoría de la conspiración pudo más que el análisis de las luchas de clases efectivas que se desarrollaban en Túnez, Egipto y un gran número de países árabes, así como en la propia Europa. La reacción defensiva, prevaleció sobre la percepción de una coyuntura revolucionaria, por otra parte evidente Si los déspotas iban cayendo uno tras otro y el proceso revolucionario se contagiaba como un reguero de pólvora, tenía que haber sido orquestado por algún poder oculto. A nadie se le pudo ocurrir que existe un espacio geopolítico y de civilización específicamente árabe, con estructuras y coyunturas sociales y políticas afines en el que el contagio es relativamente fácil. En el poco francófono Egipto, se podían ver carteles de "Mubarak, dégage" (Mubarak, lárgate) en buen francés de Túnez, en el Bengasi liberado, una señora canta el himno nacional...tunecino que honra a los mártires de la independencia.  Hay una intertextualidad de las revoluciones árabes, como la hubo - y la hay- de las latinoamericanas. Sin embargo, para un sector de la izquierda acostumbrado por la guerra fría a pensar en términos de bloques, la improbable conspiración del imperio contra regímenes amigos e incluso vasallos como el de Ben Ali o el de Mubarak podía ser la antesala de un ataque contra los gobiernos revolucionarios de América Latina. Frente al bloque del Imperio, sólo cabía la desconfianza ante las nuevas revoluciones, tanto más cuando sus protagonistas no eran "obreros organizados y conscientes", sino en gran medida trabajadores precarios, estudiantes y miembros de las clases medias urbanas depauperadas por la economía financiarizada a través del arma implacable de la deuda con su cohorte de liquidación de derechos sociales y de servicios públicos.

La teoría de la conspiración, sin embargo, pareció encontrar una confirmación cuando un sector importante del pueblo libio se alzó contra el déspota local y dirigente de una supuesta "revolución". Esta fingida postura "revolucionaria" nunca impidió a Muammar el Gadafi matar comunistas y otros militantes de la oposición ni establecer pactos con personajes como Berlusconi y los dirigentes de la Unión Europea sobre "la gestión de las fronteras de la UE", cuyo contenido real da escalofríos. Gadafi no mostró grandes reparos ante la invasión de Iraq, ni se negó nunca a ayudar a norteamericanos y británicos en su "guerra contra el terror", haciendo que sus expertos servicios policiales sometieran a "minuciosos interrogatorios" a los prisioneros que les entregaban. Por no hablar de las medidas de política interior, como la entrega del petróleo libio a empresas occidentales. Nada, sino esta identificación con una revolución de pacotilla y el miedo a ser los siguientes en la lista, justifica la solidaridad que, desde el primer momento, el presidente Hugo Chávez manifestó hacia el tirano libio acosado por la insurrección de buena parte de su pueblo. Gadafi dio, sin embargo, al Imperio la oportunidad que le hacía falta para entrar en la región e intentar interferir en los procesos revolucionarios en curso: lo hizo reprimiendo con brutalidad a la población insurrecta y forzándola a defenderse por las armas, lo que nunca se había producido en las demás revoluciones árabes. Francia y en menor grado el Reino Unido aprovecharon esta oportunidad inesperada para recuperar ante los pueblos árabes algo de influencia, pues precisamente las revoluciones de Túnez y de Egipto habían derribado a sus protegidos en la zona. Para intervenir en Libia, naturalmente, tuvieron que metamorfosear de nuevo a Gadafi y, en pocos días hacer del "amigo de occidente un poco extravagante" del que hablaba Aznar un déspota que oprime y asesina a su población.

La ayuda a la población insurrecta contra el déspota respetó la plantilla de las intervenciones habituales de la OTAN: bombardeos de objetivos civiles y militares, violación de la carta de las Naciones Unidas y de la propia Carta Atlántica al proponerse un "cambio de régimen" como objetivo de una operación destinada a "proteger a las poblaciones" y el largo etcétera que conocemos desde la guerra de Yugoslavia y las guerras del Golfo, pasando por Afganistán. El coste para la insurrección libia de esta "ayuda" mediante el bombardeo humanitario es evidente. También es enorme el riesgo de que la revolución libia quede secuestrada por quienes le han ayudado a triunfar. Algo de sobra conocido para quien conozca la historia de Cuba o la de Filipinas, países en los que los Estados Unidos "ayudaron" a las poblaciones locales a liberarse de los españoles para después recolonizar en grados diversos ambos países. A pesar de este coste y de este riesgo, tiene razón Santiago Alba y tienen razón nuestros amigos y compañeros árabes en sostener que todo habría sido peor si se hubiera permitido a Gadafi aplastar la revuelta, pues el pedigrí represivo del amigo de Aznar y Berlusconi no deja lugar a ninguna duda. Por no hablar del terrible ejemplo que habría dado a los demás tiranos árabes.

La situación de Libia y la de las demás revoluciones árabes es compleja, pero ¿acaso hay un solo proceso revolucionario que no lo sea? ¿acaso ha habido una sola revolución cortada por un patrón preexistente? La propia revolución cubana fue vista en sus primeros momentos por la izquierda como una simple revolución democrática y antiimperialista burguesa...En este momento, tanto en Túnez, como en Egipto o en Libia existen gobiernos que ya no representan enteramente a la dictadura, pero que tampoco son expresión de la voluntad del pueblo insurgente. El Consejo Nacional de Transición, alianza inestable de oportunistas prooccidentales, islamistas más o menos radicales y tránsfugas del régimen de Gadafi no representa la revolución libia, cuyos verderos protagonistas, los shabab (jóvenes) que resistieron contra Gadafi no han dicho aún su última palabra. Cierto es que estamos en las primeras fases de esos procesos revolucionarios y que existe una enorme incertidumbre, pero esto, más bien, sería una razón para que los países que ya han pasado por trances semejantes y han conseguido realizar importantes transformaciones presten su apoyo a estos procesos y dentro de ellos a las fuerzas de izquierda que, por fin, están renaciendo en el mundo árabe. No dice otra cosa mi querido amigo y camarada Santiago Alba, y, por decirlo, ha sido tachado de "agente de la CIA" o de émulo del filosofastro Bernard-Henri Lévi. Siempre se descubre algo: no sabía yo que la CIA contratara a defensores públicos del comunismo y de los procesos revolucionarios anticapitalistas y antiimperialistas del mundo entero, ni que tuviéramos que dar la bienvenida a Bernard-Henri Lévi al bando de quienes combatimos el imperio del capital. Que el sectarismo no nos ciegue: ni  la CIA es tan tonta, ni Bernard-Henri Lévi se ha caído del caballo...camino de Damasco.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Pena de muerte y racismo: sobre el asesinato legal de Troy Davis


"La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el «estado de excepción» en el que vivimos. Hemos de llegar a un concepto de la historia que le corresponda. Tendremos entonces en mientes como cometido nuestro provocar el verdadero estado de excepción; con lo cual mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo. No en último término consiste la fortuna de éste en que sus enemigos salen a su encuentro, en nombre del progreso, como al de una norma histórica. No es en absoluto filosófico el asombro acerca de que las cosas que estamos viviendo sean «todavía» posibles en el siglo veinte. No está al comienzo de ningún conocimiento, a no ser de éste: que la representación de historia de la que procede no se mantiene."
Walter Benjamin, Tesis de filosofía de la historia (Tesis 8)

La ejecución la noche pasada de Troy Davis, ciudadano afroamericano acusado de homicidio no es un hecho aislado. Constituye el último episodio de una larga serie de ejecuciones judiciales de reos pertenecientes a la comunidad negra de los Estados Unidos. La pena de muerte es una pena en gran medida racial, no porque siempre recaiga en personas de una supuesta raza "negra", pues se dan -se dio uno ayer mismo- casos de "blancos" que la sufren. Estos últimos son muchísimos menos en proporción. Ocurre lo mismo con las penas de prisión: como sostiene Loic Wacquant, la prisión se ha convertido en el sustituto del gueto. El porcentaje de encarcelamiento sobre el total de la población es en los Estados Unidos el mayor del mundo y en la población penitenciaria, los "negros" son cinco veces más numerosos que los "blancos" y dos veces más que los "hispanos". La pena de muerte y la prisión son penas raciales en Estados Unidos, porque determinan un régimen específico para un determinado grupo de personas. La prisión no "castiga" al delincuente, sino que "fabrica" al individuo "peligroso". Con el sistema de la prisión, como bien explica Michel Foucault, se pasa de una lógica de la retribución de la falta, que no requería necesariamente el recurso a un internamiento, y que podia realizarse mediante un pago, un trabajo, una sumisión personal a los parientes de la víctima etc. a una lógica de la peligrosidad. La peligrosidad identifica al sujeto como autor de la falta, haciendo derivar esta última de su naturaleza esencialmente antisocial. La peligrosidad se convierte en un atributo permanente del delincuente. En los Estados Unidos, el internamiento masivo en prisiones o las formas de control sustitutorias afectan a un elevado porcentaje de la población afroamericana y marcan socialmente al conjunto de esta comunidad. "Negro", en los Estados Unidos, no es quien tiene un tipo determinado de piel o unos rasgos físicos concretos sino quien tiene muchas posibilidades de acabar en prisión, y muchísimas más posibilidades que los miembros de las demás comunidades -y, por supuesto, que los "blancos"- de ser ejecutado judicialmente.

Esta situación se explica por varias circunstancias. En primer lugar, la población que desciende de los esclavos africanos traidos a las plantaciones -que constituían un dispositivo esencial de la primera acumulación capitalista en los Estados Unidos- sigue viviendo hoy mayoritariamente en condiciones de marginación. Independientemente de los derechos formales y de la igualdad civil adquirida tras las luchas de los años 70, los "negros" tienen condiciones laborales y empleos mucho menos seguros, pretigiosos y  remunerados que la media de la población. En un país donde los niveles de instrucción dejan mucho que desear y donde la enseñanza de calidad se reserva a quien pueda pagar muy caro por ella, los afroamericanos tienen graves dificultades para el ascenso social. Buena parte de la juventud negra se ha visto implicada en actividades ilegales relacionadas fundamental mente con el tráfico de drogas y ha sufrido por ello penas de prisión. Por otra parte, el sistema judicial norteamericano permite al acusado de delitos penales "negociar" con el juez: si se declara culpable, el juez puede rebajarle la pena en recompensa por su "colaboración" y el proceso queda muy abreviado. Si, en cambio se declara "inocente", se iniciará un largo proceso en el que sólo tendrá  posibilidades de escapar a una pena quien esté en mejores condiciones de pagarse buenos abogados. No es el caso de los afroamericanos. La mayoría de los jóvenes afroamericanos encarcelados no estaría así en la cárcel si hubieran podido defenderse correctamente. Es mucho más fácil también, por las mismas razones, que a un afroamericano se le aplique la pena de muerte que a un "blanco".

El negro es así quien puede ser encarcelado o ejecutado "fácilmente" en nombre de la seguridad. Este sistema responde perfectamente a la definición no racial del racismo que proponía Foucault en su curso Hay que defender la sociedad. Para Foucault, el racismo no era cuestión de "razas" ni de "prejuicios" hacia determinados caracteres raciales, sino de retorno del poder soberano allí donde este parecía haber desaparecido. En el contexto de un poder que hoy se rige por el fomento y el control de la vida, un poder biopolítico, el atributo principal del poder soberano, la potestad de matar no encaja fácilmente. La única posibilidad que tiene el soberano de ejercerla es matar en nombre de la vida, de la seguridad y la salud de los vivos. El racismo como dispositivo de poder permite al soberano declarar quién es peligroso, quién debe ser apartado de los vivos, quién puede o debe incluso matarse. Esto no conduce necesariamente al exterminio de una población como ocurriera en la Europa ocupada por los nazis con los judíos, pero sí a su marcado, a su segregación, su diferenciación como esencialmente peligrosa: carne de cárcel o de verdugo. Tanto en los Estados Unidos como el la Europa "democrática", la brutalidad de la acumulación primitiva de capital no fue una fase inicial del capitalismo felizmente superada en un sistema regido por los derechos humanos y los mecanismos de mercado; sino un proceso permanente que subyace al orden (neo)liberal. Como sostenía Walter Benjamin, para los dominados el estado de excepción es la condición normal.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La sentencia contra Arnaldo Otegi: Pero Grullo magistrado







Volaráse con las plumas,

andaráse con los pies,

serán seis dos veces tres.


Pero Grullo (En Quevedo, Sueño de la muerte)


El magistrado, émulo del quevediano Don Pero Grullo, da a entender en su sentencia contra Arnaldo Otegi y otros que, como Batasuna y todo lo que sustituya a Batasuna "es ETA", queda probado que los dirigentes de Batasuna reciben instrucciones de ETA, incluso cuando manifiestamente actúan por sí mismos o cuando intentan influir sobre ETA desde posiciones pacifistas y democráticas o cuando se oponen a su línea.

Aristóteles decía del ser que "se dice de muchas maneras"; la Audiencia Nacional afirma lo mismo de ETA: todo puede "ser ETA" gracias al uso jurídico del nefasto principio de analogía exhumado por el derecho penal nacionalsocialista en los años 30 y que hoy triunfa en la Europa "democrática". Sin embargo, los redactores de la sentencia dan un paso más respecto de Aristóteles, un paso peligroso. Ignorando el principio de contradicción, revolucionan la metafísica occidental, atribuyendo a un nombre, cuando se trata de ETA, sentidos no sólo múltiples sino incompatibles entre sí: para la Audiencia Nacional, ETA es por un lado una organización terrorista que realiza(ba) acciones armadas y otros actos violentos, por otro es un amplio conglomerado de organizaciones políticas, sociales culturales etc. Como, a tenor de esta singular doctrina, estas últimas son también ETA, por mucho que apuesten por una línea pacífica y democrática de actuación y se desvinculen de cualquier forma de violencia, seguirán siéndolo inevitablemente. Incluso si estas organizaciones condenaran a ETA y pronunciaran sobre ella todas las maldiciones de todos los libros sagrados, no dejarían de "ser ETA". La analogía en que se funda la figura antijurídica del "delito de terrorismo" alimenta los razonamientos perogrullescos de las sentencias. Insulto a la democracia y a la lógica. El régimen español se sitúa así -de nuevo- al margen de la decencia común y hasta del decoro intelectual, pero este no deja de ser, desde su sangrienta fundación, uno de sus rasgos esenciales. Como diría Quevedo: "Ya estás diciendo entre ti "¿Qué perogrullada es esta?""

sábado, 10 de septiembre de 2011

11 de septiembre de 2011: se acabó la diversión





"Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor."
(Salvador Allende, 11 de septiembre de 2011)


Hace tiempo que el 11 de septiembre entró en la historia. Lo hizo con la irrupcion del ejército golpista chileno en el palacio de La Moneda y la muerte de Salvador Allende en un ya lejano 11 de septiembre de 1973. Ese dia marca simbólicamente -literalmente a sangre y fuego- el comienzo de la contrarrevolución neoliberal. El 11 de septiembre de 2001 es, sin duda otro hito dentro de la historia de esa misma contrarrevolución. Tras el surgimiento de un movimiento de resistencia a nivel mundial contra el neoliberalismo, denominado movimiento "antiglobalización", que logró erosionar considerablemente la legitimidad del sistema, parecía iniciarse un cierto diálogo entre el poder y el movimiento. Esta incipiente negociación política con los trabajadores y con los pueblos del tercer mundo fue frustrada por otra estrategia cuyo eje era el desencadenamiento de una guerra civil mundial. La maniobra fue ciertamente facilitada por los ataques contra las Torres Gemelas y el Pentágono por parte de un comando islamista probablemente integrado en la red Al Qaida.

Dos guerras de ocupación  neocoloniales contra Afganistán y, posteriormente, contra Iraq sirvieron para cambiar enteramente el escenario anterior: en el interior de los países del centro capitalista se proclamó un estado de urgencia antiterrorista permanente; en el exterior una "guerra de civilizaciones" contra el mundo araboislámico. El estado de urgencia interior se tradujo en una fuerte reducción de los derechos y libertades de los ciudadanos mediante la introducción generalizada de legislaciones antiterroristas. La guerra de civilizaciones se centró en primer lugar en el apoyo incondicional a Israel, convertido en país emblemático de los "valores" de "nuestra civilización" y de la lucha por su defensa. En segundo lugar supuso también un refuerzo del apoyo a los tiranos árabes "laicos" y "moderados" como Ben Ali en Túnez o Mubarak en Egipto, y, sin temor a la paradoja, el mantenimiento de la vieja alianza entre los Estados Unidos y la monarquía teocrático-petrolera saudí. Por último, la "normalización" de Afganistán y la liquidación del régimen de Saddam Hussein, el único régimen árabe que suponía algún tipo de amenaza potencial para Israel, y la fragmentación del país en comunidades religiosas y étnicas sumidas en una guerra civil permanente.

Esta táctica tuvo algunos resultados positivos para el régimen liberal. En primer lugar, la oposición incipiente que había salido a la luz pública en Seattle y posteriormente en diversos puntos de Europa, y había obstaculizado eficazmente la labor de varias conferencias de la OMC, quedó neutralizada. La prioridad era la "lucha contra el terrorismo", y a su sombra, se adoptó, en materia de libertades y en materia socioeconómica una legislación extremista sin necesidad de ninguna negociación con los movimientos sociales y las poblaciones. En este sentido, el 11 de septiembre de 2001 constituye un segundo aliento del 11 de septiembre de Pinochet y sus "Chicago boys". Al calor de la catástrofe provocada (Chile) o sobrevenida (Nueva York), pudieron tomarse, como recordaba Naomi Klein en la Doctrina del shock, medidas impensables en otras circunstancias. Ambos 11 de septiembre funcionaron como auténticos electrochocs para las poblaciones, provocando junto al terror, docilidad y obediencia.

El décimo aniversario del 11 de septiembre neoyorquino, el vigésimo octavo del chileno, se celebran en condiciones ya muy distintas. En primer lugar, en América Latina se consolidaron en la primera década del siglo XXI una serie de gobiernos dispuestos, con un programa de transformaciones internas más o menos radical, a romper con la sumisión a los Estados Unidos. El ascenso político y el auge económico de la potencia brasileña sirve de apoyo a otros procesos más radicales como el venezolano, el ecuatoriano y el boliviano asociados entre sí en pactos regionales. A la ola "populista" y anticolonial latinoamericana está sucediendo una primavera árabe igualmente plebeya y anticolonial. Una primavera contagiosa que está atravesando el Mediterráneo y extendiéndose como un virus por toda Europa, llegando incluso en un maravilloso pliegue del tiempo histórico al propio Chile donde el miedo acumulado por la tiranía de Pinochet parece haberse disipado y se abren a una juventud sin miedo, por fin libre y combativa, "las grandes alamedas" de que hablara el Presidente Allende.

La hidra que el neoliberalismo terrorista quiso doblegar ha levantado ya muchas de sus cabezas. El movimiento antiglobalización no ha renacido igual a sí mismo, sino que se está transformando en un movimiento más amplio y más potente. Ya no se trata de pequeñas movilizaciones como la de Seattle en torno a las ONG y los sindicatos, sino de auténticas insurrecciones -más o menos pacíficas- autoconvocadas y de un auténtico proceso constituyente que -de momento-, a un lado y otro del Mediterráneo y del Atlántico, reivindica una democracia real, una democracia que ya sólo puede existir más allá del capitalismo. Los fantasmas del "terrorismo" y del "islamismo" sólo son el reflejo especular de la violencia y del fanatismo de un régimen que ha perdido su racionalidad social y económica así como su legitimidad política. Son fantasmas que ocupan el lugar clásico del chivo expiatorio. Al igual que el antisemitismo de izquierdas (el socialismo de los imbéciles) y, de manera más sistemática, el nacionalsocialismo, desviaron enlas primeras décadas del siglo pasado el el odio "lógico" que implicaba el anticapitalismo de masas hacia un objeto de sustitución que fue el pueblo judío, el neoliberalismo ha pretendido identificar al enemigo de la democracia y del bienestar de las poblaciones occidentales con el "terrorista" y el fanático "islamista". Un teatro de espejos donde el neoconservadurismo religioso americano combate al integrismo islámico ha pretendido, desde el 11 de septiembre neoyorquino, apartar la atención de las poblaciones de la auténtica y masiva violencia que el capitalismo financiarizado y sus agentes gubernamentales ejercen contra ellas. El problema para el régimen neoliberal es que el teatrillo de los neoconservadores ha perdido toda credibilidad y que la legitimidad del propio régimen está siendo cuestionada cada vez con más radicalidad por las poblaciones. El clásico intercambio de obediencia por protección que nos habían propuesto una vez más los neoconservadores dejó de funcionar cuando en todo el mundo y cada vez más claramente se ve que la mayor amenaza es el propio régimen.  GAME OVER. Se acabó la diversión.