domingo, 23 de octubre de 2011

Más sobre el 15M y su "emocionalidad". Respuesta a la respuesta de Jokin Rodriguez Burgos





Agradezco sinceramente a Jokin Rodriguez Burgos (JRB) el elogio que me tributa al afirmar -refiriéndose a mi texto de defensa del 15M frente a ciertas descalificaciones que le dirigía nuestro admirado Zygmunt Bauman- que "el texto de Brown es altamente representativo del pensamiento doctrinario que mueve este fenómeno socio-político y de sus contradicciones profundas." Habría que introducir, sin embargo algunos matices en tan desmedido elogio. Como integrante de este movimiento, intento expresar -en ningún caso, representar- el pensamiento que produce/que producimos. Este pensamiento no es, sin embargo "doctrinario", ni tampoco "mueve" el fenómeno socio-político que aquí nos interesa. No es doctrinario porque rechaza cualquier tipo de doctrina preestablecida y sólo acepta las conclusiones y las ideas que el propio movimiento como espacio público es capaz de generar. Que eso dé lugar a contradicciones, incluso a "profundas contradicciones" es algo que no voy a negar. Precisamente del contraste de pareceres, del roce de opiniones discordantes nace un pensamiento racional. Quien piense que la razón es un atributo del ser humano solitario no ha entendido nada sobre la característica fundamental del animal que habla: este animalejo a cuya especie me precio de pertenencer siempre toma sus palabras del otro y les da sentido merced al otro. El Kant de ¿Qué es la Ilustración? afirmaba que  "es posible que el público se ilustre a sí mismo, siempre que se le deje en libertad; incluso, casi es inevitable." Comprendió muy bien Kant que la razón se agosta y no logra desplegarse en ausencia de un espacio público, un espacio tan anárquico y tan lleno de contradicciones como el que describe JRB.
.


Las objeciones de JRB contra mi defensa e ilustración del 15M y de sus métodos se refieren a mi excesiva confianza en los métodos asamblearios desarrollados por el movimiento. Llega a decir mi amable contradictor que los códigos no verbales utilizados en las asambleas "intentan suprimir en la comunicación asamblearia las expresiones de emocionalidad". Nunca he afirmado eso: sólo he dicho que estos códigos permiten limitar la emocionalidad. Por mucho que insista JRB en su carácter "represivo", estos códigos permiten que no se interrumpa a una persona que habla y, al mismo tiempo que la institución de la "ovación" que silencia a todos, incluido el propio orador, sitúe a éste en una posición de poder por encima de sus propias palabras. El ritual mismo que constituye -según explica bien Giorgio Agamben- al poder como superior a la multitud queda así neutralizado. La ausencia de la ovación y la igualdad en los turnos de palabra en el marco de asambleas largas -a veces interminables- ha dado una muy mala sorpresa a numerosos intelectuales y burócratas que buscaban ponerse por encima de su propia palabra gracias al apoyo sonoro de sus partidarios. Todos ellos se vieron obligados a dar cuenta, a dar razón públicamente de sus palabras en lugar de escudarse en dispositivos productores de carisma y de autoridad. Las asambleas del movimiento del profesorado madrileño, donde el virus del 15M desbordó la disciplina represiva de unas organizaciones sindicales abiertamente colaboracionistas, son un buen ejemplo de la eficacia de este método. Sólo este método de actuación ha permitido que las reivindicaciones del profesorado se convirtieran en la Marea Verde, un prometedor movimiento social de resistencia a las privatizaciones y recortes en la enseñanza.


En cuanto a la falta de pensamiento y de organización del movimiento, sólo puedo insistir en que es organizado y pensante porque -como diría la canción- el capitalismo postfordista lo hizo así". Efectivamente, el trabajo precario y cognitivo, hegemónico en el modo de regulación postfordista del capitalismo, dota a la nueva figura del trabajador de competencias intelectuales y organizativas sumamente desarrolladas. El capitalismo neoliberal ha hecho de cada trabajador un empresario de sí mismo, ha delegado la organización del trabajo que antes correspondía al capital en el propio trabajador. El trabajador es así precario: depende para su subsistencia de su capacidad de autoorganización y de creación de redes que permitan estabilizar su muy inestable posición en el mercado. Una vez acabado el régimen -fordista- de la contractualidad laboral en el que el trabajador intercambiaba disciplina, obediencia al mando capitalista, por seguridad laboral, hemos entrado en un régimen donde la cooperación productiva tiende a realizarse cada vez más a través de la contractualidad mercantil, a través de contratos no ya laborales sino de compraventa de bienes y servicios. Por otra parte, el trabajador precario es cada vez más un trabajador cognitivo, en el sentido de que su actividad tiene en muchos casos un componente lingüístico y relacional y una dimensión de concepción o de diseño de nuevas formas de actividad o de nuevos productos. 


Lo que la crisis capitalista está echando a la calle -en el doble sentido de la palabra- es a una gran masa de trabajadores de este tipo, con una enorme capacidad de organización flexible y en red que suple a la antigua organización disciplinaria del trabajo. Es también un trabajador de la información, la comunicación y la atención cognitiva, al que es muy difícil convencer de que existe una verdad preestablecida o un dogma que deba aceptar sin discusión. Estos dos elementos son centrales en el movimiento: sin ellos no se entiende su dimensión constituyente y todo parece disolverse en una especie de carnaval alegre, pero sin futuro. Por ello mismo también, mal que pese a una izquierda tradicional que confunde política y representación, el movimiento no formula propuestas a los "representantes legítimos", sean de la "nación" o de la "clase obrera". Las asambleas y las movilizaciones autoorganizadas han demostrado mucha mayor eficacia que cualquier iniciativa de las organizaciones de la izquierda tradicional. Lo único que se les puede proponer a estas es que se unan activamente al movimiento de resistencia y al poder constituyente que hoy emerge en todo el planeta. 


Decir que la lucha de clases esta ausente del nuevo movimiento social es pura y simple ceguera: lo que no existe es la representación de las clases, su constitución en bloques homogéneos que preexisten a su lucha, con sus banderas y sus uniformes, como si fuesen ejércitos o equipos de fútbol. Esta representación imaginaria y antimarxista de las clases está felizmente ausente de nuestras plazas. Lo que sí hay es una práctica efectiva de la lucha de clases como movimiento contra la expropiación de los trabajadores y por la defensa de los comunes, ya se exprese este como lucha -eficaz- contra los deshaucios, lucha contra la explotación a través de la deuda privada o pública, lucha por los comunes de gestión estatal tales como la salud y la educación, tomas de edificios, constitución de cooperativas integrales etc.


Un último punto, esta vez filosófico: la cuestión del materialismo. Quiero manifestar mi desacuerdo con la idea de que Spinoza o Maquiavelo sean "pre-liberales" y por ello mismo viejunos y caducos. Marx se sitúa muy precisamente en la misma línea materialista del pensamiento político que Maquiavelo y Spinoza, una línea que afirma la no sustancialidad y el carácter esencialmente relacional del poder. A diferencia de lo que ocurre en el paradigma representativo absolutista y liberal (Hobbes, Locke, Rousseau, Hegel) que considera el poder como una entidad transcendente a las correlaciones de fuerza de la multitud, estos autores "caducos" según nuestro contradictor, sólo consideran el poder como un efecto transitorio -aunque puede ser duradero- de una correlación de fuerzas. Para Marx, Spinoza y Maquiavelo el problema político no es el de la legitimidad o la legitimación de la obediencia, sino el de la producción de esta como efecto de las correlaciones de fuerza. Spinoza y Maquiavelo son dos críticos de los elementos fundamentales del paradigma político de la teología política de la representación que compartirá el absolutismo con su retoño liberal.


Por otra parte, decir que la racionalidad del 15M es una racionalidad "débil" es suponer que existe otra más fuerte. Esta sería, sin duda, la de los expertos, la de las vanguardias, la de los que saben y pueden y deben enseñarnos. Pensar que la racionalidad puede desenvolverse fuera de la materialidad de un espacio público -que, hoy adquiere también una dimensión productiva- es desear con fuerza el retorno de un amo, probablemente más feroz que el propio amo capitalista. Es además situarse de lleno fuera del espacio materialista y soñar con sujetos autoconscientes y transparentes a sí mismos que sirven de base y garantía al conocimiento, obviando el hecho ya resaltado por Marx de que la materia misma del pensamiento es el lenguaje y que este es siempre ya social:  "El «espíritu» nace ya  con la maldición de estar «preñado» de materia, que aquí se manifiesta bajo la forma de capas de aire en movimiento, de sonidos, en una palabra, bajo la forma del lenguaje. El lenguaje es tan viejo como la conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real, que existe también para los otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí mismo; y el lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad, de los apremios de relación con los demás hombres. "(K.Marx, Friedrich Engels, La Ideología alemana). La racionalidad, la unica racionalidad posible no nace de la soledad animalesca del individuo como pretende el idealismo, sino de la relación con los demás en que este se constituye como sujeto en y por el lenguaje. 


La lectura de autores viejunos, preliberales y caducos puede a veces ser útil para orientarse en la lucha de clases realmente existente y no perderse en ensueños de partidos de vanguardia, doctrinas infalibles y líderes históricos. La izquierda mayoritaria ha sido "capaz de soñar", pero, a la hora de "diagnosticar y recetar" sólo han podido agravar la situación del enfermo. Menos mal que, por otros medios, este está recuperando la salud.http://www.rebelion.org/noticia.php?id=137954

jueves, 20 de octubre de 2011

Con ETA desaparece un pilar de la democracia antiterrorista española




La despedida definitiva de ETA es una buena noticia para toda la población del Estado español. Se acabaron unos atentados crueles y sin lógica política alguna. Se deberían acabar, aunque eso sea mucho más difícil las leyes y jurisdicciones de excepción que cercenan nuestras libertades. Cabe recordar, que los manifestantes del 15M que acordonaron el paso al Parlamento de Cataluña para evitar que se votase un paquete de medidas ferozmente antisociales, los está juzgando la Audiencia Nacional, el tribunal especial sucesor del Tribunal de Orden Público de Franco. Mientras existan las leyes, jurisdicciones e instituciones políticas que perpetúan el franquismo dentro de la democracia, estaremos en estado de excepción, en un largo estado de excepción que dura desde el 18 de julio de 1936. ETA ha sido en muy buena medida el pretexto soñado para que ese estado de excepción franquista se mantuviera bajo los ropajes de una "democracia antiterrorista", de una democracia amenazada por los "violentos". Por ese motivo, las autoridades españolas no hiceron gran cosa para que ETA desapareciera xe la manera más fácil y evidente: atendiendo a sus reivindicaciones políticas, muchas de las cuales son compartidas por buena parte de los vascos y son perfectamente asumibles por una auténtica democracia. El Estado y sus distintos gobiernos siempre prefirieron, sin embargo, la vía policial, cuando no el terrorismo de Estado y da la impresión de que cuando la paz se hallaba cerca en las distintas treguas de ETA, algún genio maligno se encargaba siempre de malograrla.

Hoy la declaración de ETA parece firme y definitiva. Se abre, pues la posibilidad de un auténtico proceso de paz. En este proceso hay aún muchas dificultades que superar: las víctimas de ambos lados y los presos vascos. Entre las víctimas cabe distinguir entre las víctimas civiles de ambos bandos y quienes en ambos bandos estaban armados. Hay que recordar que los actos de violencia contra civiles son crímenes de guerra y que toda organización militar que se precie los debe repudiar. Entre los presos vascos debe distinguirse también entre quienes usaron las armas y quienes sólo expresaron opiniones. De estos últimos hay varios centenares en las cárceles españolas. Ni ETA ni el Estado son inocentes en este conflicto y ninguno de los dos es el único responsable. La organización armada vasca y el Estado español heredado del franquismo han formado hasta ahora un binomio cada uno de cuyos miembros ha justificado sus excesos por la violencia del otro.  ETA se volvió casi indispensable para un Estado español que no tenía ninguna posibilidad en su constitución actual -tanto formal como material- de resolver democráticamente la cuestión nacional. El Estado español heredero del franquismo fue para ETA también un pretexto para asumir una función de representación de la fracción del pueblo vasco que opta por la independencia y el socialismo. El Estado español, por su parte,  representaba a los ciudadanos españoles y les ofrecía  protección a cambio de obediencia. Como dicen los mafiosos en las películas: "una oferta que no se puede rechazar".  La organización armada vasca no ofrecía nada muy distinto al pueblo que denominaba "pueblo trabajador vasco": protección de la patria y de la identidad vasca a cambio de sumisión y ausencia de crítica a una vanguardia que podía permitirse ser mortífera por tener enfrente a un régimen que era el sucesor legal y legítimo de una atroz dictadura.

El binomio parece estar rompiéndose. En gran medida ello se debe a la vitalidad de la izquierda abertzale, que, a pesar de una brutal represión y marginación, ha logrado mantener su presencia en la sociedad vasca y vivir sus luchas. El contacto con la realidad de unas luchas sociales que no se jugaban en el espacio de la soberanía -de la violencia como atributo de la soberanía- distanció a la izquierda abertzale de la organización armada. Fue difícil, pues ETA no fue para muchos vascos una simple organización "terrorista", sino el polo a partir del cual se organizó la resistencia más efectiva al franquismo, que en Euskal Herria fue siempre particularmente enérgica y masiva. ETA en el País Vasco, no eran los Grapo: su función si acaso podría compararse a la del PCE durante el franquismo, con la importante diferencia de que ETA tenía un frente armado, "militar". Hoy, sin embargo, el rechazo a la violencia y al absolutismo de un poder que sólo es una caricatura de la soberanía, está afectando tanto a ETA como al Estado español.



No sé si desde la izquierda abertzale se le ha dicho a ETA "que no nos representan", pero con seguridad es algo que en ese sector político se ha pensado. De este modo, los movimientos sociales emergentes que se manifiestan en el conjunto del Estado español en el 15M y que niegan al Estado la posibilidad de representarlos, tienen tal vez un buen contrapunto en una izquierda abertzale que expresa sustancialmente los intereses de los mismos sectores sociales, y que también se está deshaciendo de sus propios "representantes". En este momento, el proceso de descomposición de neoliberalismo nos coloca ante una situación muy crítica para el régimen español: por un lado su legitimidad social es cuestionada por calles y plazas, su representatividad y su soberanía son cada día negadas por los mercados financieros a los que el régimen obedece, pero también por importantes sectores de la población que ya no quieren obedecer a quienes la agreden. A esto se añade un probable aumento de la representación política del idependentismo de izquierda en Euskal Herria que tampoco se siente representado por el Estado español y sus instituciones. Quienquiera que gane las elecciones legislativas españolas se encontrará ante un proceso que puede desembocar en una crisis de régimen.  Agur ETA! Bye, bye (Franco's) Spain.

martes, 18 de octubre de 2011

Zygmunt Bauman y la supuesta emocionalidad del 15M: una breve respuesta

("No saben por qué protestan")


Las últimas afirmaciones de Zygmunt Bauman sobre el 15M resultan cuanto menos sorprendentes. El sociólogo y pensador polaco considera en unas declaraciones recogidas por el País que este movimiento es fundamentalmente "emocional" y que si la emoción es apta para destruir resulta especialmente inepta para construir nada. Las gentes de cualquier clase y condición se reúnen en las plazas y gritan los mismos eslóganes. Todos están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean”. La emoción sería, por lo tanto, inestable y fluctuante y haría que el actual movimiento, que el el 15 de octubre se manifestó como potencia política en las calles y plazas del mundo entero, sólo sirviera para destruir. Un movimiento fundado sobre la "emoción" carecería, a su juicio de capacidad constituyente y sólo podría configurarse como una desordenada multitud, una hidra de 100 o mil cabezas.


El problema de Bauman es tal vez que no ha participado nunca directamente en una asamblea ni un debate del movimiento. Basta acercarse a una asamblea para observar cómo el movimiento se ha dotado de un dispositivo de limitación de la "emoción" sumamente eficaz. Llaman, en efecto, la atención el tono y las maneras civilizados, resultado de una disciplina de debate colectivo muy particular, que proscribe los aplausos y las interrupciones verbales o sonoras de la palabra del orador. Un lenguaje gestual silencioso puntúa las intervenciones: las aplaude, las rechaza, critica el lenguaje agresivo o denigrante etc. Por otra parte, la palabra, en las asambleas abiertas del 15M no tiene como origen ni como destinatario un grupo que afirma una identidad cerrada, sino el ciudadano "cualquiera" reunido con otros "ciudadanos cualesquiera". Ni las pasiones del liderazgo, ni las de la identidad colectiva tienen libre curso en este medio.

Lo que se afirma en su diferencia es la singularidad "cualquiera", pero se trata de un cualquiera positivo, no de aquel por el que no se opta y constituye un residuo, sino el que supone una opción abierta por un otro con quien se busca lo común. En latín este "cualquiera" se denominaría con la palabra "quislibet" que designa al "cual quiera", al "cual" que se acoge y que es causa de amor (el verbo libeo que se encuentra en el componente libet, está directamente relacionado con la raíz del término libido). Tal vez la pasión política fundamental suscitada por el movimiento sea ese amor civil del otro cualquiera, del otro, distinto de mí con quien, sin embargo, estoy en comunidad. Sin duda, el reverso de este amor es la indignación, definida en el sentido de Spinoza como "el odio hacia quien ha hecho mal a otro". La indignación es fuente de antagonismo y de posible destrucción, pero su origen es el reconocimiento del otro cualquiera como un igual; un igual que no lo es por ser propietario, con igualdad de derechos en el mercado respecto de otros propietarios, sino como alguien que tiene igual acceso a lo común del lenguaje, del afecto, de la producción etc.


Difícilmente puede sostenerse, pues, que el 15M sea un fenómeno meramente emocional desprovisto de pensamiento y que sólo sirva para destruir el orden existente. Sólo cabe suponer que Bauman se ha dejado llevar por un sentido "vulgar" de la palabra "indignación" definida por el Diccionario de La Real Academia como "Enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos" y ha atendido más a la designación periodística del movimiento (los indignados) que a su realidad. Efectivamente, lo que está ocurriendo en las calles y plazas de medio mundo en los últimos meses, y con particular intensidad en las de España, es un auténtico experimento de producción política de pensamiento que contrasta con el desierto intelectual y moral en que se mueve el agonizante discurso del poder. La palabra pública tal y como se profiere y se utiliza en las asambleas abiertas es un medio privilegiado de producción de "nociones comunes", de ideas adecuadas y verdaderas que van, precisamente, más allá de la pasión y de la emoción individual o colectiva. En los espacios del 15M está renaciendo un espacio público que el neoliberalismo había destruido junto a la propia política. Un espacio público donde el contraste organizado de puntos de vista, la necesidad de argumentar lo que se afirma ante un auditorio diverso e imprevisible, la necesidad de contradecir mediante argumentos etc. generan racionalidad. 

Esta racionalidad surge, sin embargo, a partir de una palabra que, al no ser proferida por grandes expertos ni sabios reconocidos podría considerarse de poco peso. Sabemos, no obstante, desde la antigüedad -y Hannah Arendt nos lo ha recordado en toda su obra- que no existe un saber de la política, una ciencia de la cosa pública que unos posean y que se imponga a todos como una verdad. Sólo han llegado a pretender gobernar sobre la base de este saber regímenes como el absolutismo y su avatar liberal; por lo demás sin demasiado éxito. La única racionalidad, la única verdad de la política surge del debate público entre singularidades cualesquiera. Esto es algo que Maquiavelo y Spinoza ponen en el centro de su teoría de la democracia: una asamblea siempre tiene menos posibilidades de equivocarse gravemente que un sólo individuo porque en ella las distintas pasiones se moderan y llegan a abrirse paso las nociones comunes. Por ello la democracia, o cualquier forma de gobierno que se rija por el principio democrático es más estable y menos pasional que una monarquía donde sólo el monarca tenga el poder decisorio. Por esta razón también el único régimen estrictamente absoluto, el más libre de influencias externas y menos propenso a las pasiones tristes, no es la monarquía mal llamada "absoluta" basada en la decisión exclusiva del monarca, esto es fundamentalmente en las emociones del monarca, sino la democracia, en cuanto es capaz de enraizar en una racionalidad colectiva. Frente a las teorías absolutistas de un poder basado en el saber trascendente de uno o de unos pocos,  el Spinoza del Tratado Teológico-Político sostenía lo siguiente a propósito de la potencia racional que es a la vez efecto y principio de la democracia: "en la democracia son menos de temer las órdenes absurdas que en otros gobiernos, pues resulta casi imposible que la mayoría de una gran asamblea dé su aprobación a un absurdo. Además, el fundamento y el objeto de este régimen es, como hemos demostrado también, poner coto a los desarreglos de los apetitos y mantener a los hombres cuanto sea posible en los límites de la razón, a fin de que vivan juntos en paz y concordia; pues si se retira este fundamento, todo el edificio acabará necesariamente por derrumbarse." La multitud, su supuesta liquidez, su insumisión a la regla de la uniformidad y del uno, que tanto parece temer Bauman, no son, así, causas de la irracionalidad ni del imperio de la emoción sino auténticos instrumentos de construcción de una racionalidad común.

 
Por la razón antes señalada, tampoco puede decirse que el 15M carezca de organización ni de programa. Lo que ocurre es que su organización se genera y reproduce al ritmo mismo del debate y de la movilización colectiva. Su programa es perdurar como nueva figura de la democracia. No es proponer al poder que cambie tal o cual aspecto de su ejecutoria. A pesar de que las primeras reivindicaciones del movimiento proponían al poder un cambio en las formas de representación a través, por ejemplo, de una nueva ley electoral, el lema central del movimiento, "no nos representan", ha ido cargándose de un juevo contenido mucho más radical. Ya no se trata de pedir que nos representen mejor: lo que se ha comprobado es que el espejo de la representación está roto, hecho añicos y que es imposible recomponerlo. Al poder capitalista neoliberal ya no hay mucho que proponerle. Lo que queda es que el trabajador colectivo, cognitivo, precario, migrante que se congrega en las plazas haga lo que mejor sabe hacer: comunicarse y organizarse como nueva comunidad política en éxodo respecto del mando del capital. Las manifestaciones y ocupaciones del 15M al 15 de octubre y las que seguirán son demostraciones de vida y de racionalidad frente a un poder vacío. Sorprende que un gran analista del presente como Zygmunt Bauman haya olvidado el pasado reciente de su propio país o el de la Alemania del Este donde el principio del fin de esa caricatura del capitalismo que fue el "socialismo real" lo marcaron unas grandes manifestaciones ignoradas por unos gobernantes que las consideraban carentes de pensamiento y de programa.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Un 12 de octubre a contratiempo. Deshacer aquí y allá el Imperio español




No creo que la manía de lo políticamente correcto deba impedirnos decir "España". España es el significante de un espacio geográfico y de un espacio de intercambios culturales comparable a Escandinavia o a los Balcanes. Otra cosa es que ese significante se confunda interesadamente con el de un Estado, o, peor aún, con el de una nación. España, como Estado nace alrededor de 1492 con la unión matrimonial de Castilla y Aragón, la conquista de Granada y, algo más tarde, la conquista de Navarra por Fernando de Aragón (1512). Una expansión imperial de los dos grandes reinos ibéricos domina así el conjunto peninsular al mismo tiempo que Castilla se extiende hacia América. Se trata de un mismo impulso imperial en dos continentes. Bajo este imperio, multitud de pueblos ibéricos y americanos pierden su libertad. En el caso de los americanos, muchos pierden su vida a conscuencia de los malos tratos y la explotación salvaje, pero sobre todo debido a la guerra biológica involuntaria de los españoles cuya arma fundamental fue la viruela. La viruela derribó imperios y diezmó poblaciones antes de que los conquistadores se apoderasen de ellos.

España nunca fue una nación, sino un imperio. Un imperio en manos de una oligarquía que nunca brilló por su capacidad de negociación con las poblaciones. Su primera institución "nacional", en un país donde los reinos conservaban sus ordenamientos jurídicos propios y muchos aspectos de su antigua soberanía fue la Suprema Inquisición de España. Sólo el reino español tuvo, frente a los demás de la Cristiandad, el privilegio de contar con una Inquisición propia, independiente de la de Roma como arma esencial de su poder político. La ideología religiosa común impuesta desde los aparatos de Estado -sobre todo desde la Inquisición- se convertía así en el cimiento del orden político.

Sin duda, Franco no sabía lo que decía cuando afirmaba que España es un Imperio: coincidía así involuntariamente con independentistas y separatistas en la afirmación de que España no es una nación. Con todo, y aunque lo haya dicho y repetido Franco, esa definición de España como imperio es perfectamente correcta. Un Imperio es un orden jurídico y político impuesto sobre una multitud de pueblos, sin reconocer a estos ningún tipo de soberanía nacional. Como afirma Carl Schmitt: "Al concepto de Imperio corresponde (...) en el orden del espacio un ámbito espacial grande (Grossraum). Son imperios en este sentido aquellas potencias rectoras y propulsoras cuya idea política irradia en un espacio determinado y que excluyen por principio la intervención de otras potencias extrañas al mismo" (C. Schmitt, El concepto de imperio en el derecho internacional).  El Imperio se contrapone así al Estado-nación moderno supuestamente basado en una comunidad homogénea de linaje dotada de autoridades comunes que reconoce como legítimas.



(Canción de Chicho Sánchez Ferlosio, A contratiempo)

La dominación de la estructura política española ha producido efectos etnógenos al establecer un marco de intercambios entre los distintos pueblos ibéricos que han influido en sus idiomas y costumbres e impuesto el castellano como lengua oficial en todo el Estado. Existen así rasgos comunes a las distintas nacionalidades ibéricas, rasgos que no han llegado a constituir una nación, en la medida en que nunca ha habido -salvo quizá, de manera muy ambigua y finalmente frustrada, durante las guerras napoleónicas- un proceso de autodeterminación nacional "español". La propia resistencia contra un mismo aparato político ha contribuido al establecimiento de ciertos rasgos identitarios comunes. Hoy, cuando a todos los niveles se habla de proceso constituyente y tanto el 15M como la potente irrupción en la escena pública de la izquierda abertzale desafían el orden constituido, es necesario plantearse una constitución democrática del espacio ibérico basada en la libre decisión de las distintas nacionalidades. Esta puede desembocar en una serie de Estados independientes, pero también en una república federal plurinacional. La experiencia constituyente de Bolivia que se ha configurado como un "Estado de los movimientos sociales" y de las "naciones originarias" tal vez nos muestre el camino que podemos seguir para alcanzar una democracia de la multitud y post-soberana y liquidar lo que queda del Imperio. El 15 de octubre de las multitudes puede ser un buen contrapunto democrático, alegre y potente a la triste celebración de hoy. Frente a los progresos aparentemente imparables del Imperio, sólo nos queda, como propugna Chicho Sánchez Ferlosio, parar la máquina de guerra, ir a contratiempo.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La lógica del mal menor: sobre el pensamiento dualista en política y sus estragos





"Così dico io bisogna scusar il prencipe di  alcuna apparenza violente e di dannoso, quando la sua mira sia di procurar maggior bono, o scanzar maggior male, minus malum habet rationem boni, e di tutte queste cosa habbiamo lasciarne il giudizio a Dio, che penetra le latebre de Cuori e renderà a tutti conforme i suoi portamenti, altrimenti voler censurar le attioni del Prencipe è voler farsi Prencipe del suo Prencipe"
(Así digo que hay que disculpar al Príncipe por su posible apariencia violenta o dañina, cuando sea su objetivo obtener un bien mayor o evitar un mal mayor, minus malum habet rationem boni, y de todas estas cosas hemos de dejar el juicio a Dios, que penetra el interior de los corazones y retribuirá a todos según su comportamiento; de otro modo, querer censurar los actos del Príncipe es querer hacerse Príncipe de su propio Príncipe.) 
(Paolo Sarpi,  Consolatione della Mente, Venecia 1606)

(Minus malum habet rationem boni (El mal menor tiene alguna proporción de bondad), Tomás de Aquino, Sententia libri Ethicorum, lib. II, lectio 5)

Una de las representaciones más comunes del antagonismo es la que lo identifica con el enfrentamiento entre dos bandos preexistentes. Como si de un partido de fútbol se tratara, la lucha de clases o la lucha de poder entre Estados se procura encajar en un esquema dual, sean cuales sean sus características reales o la complejidad de sus circunstancias. De un lado, los buenos, del otro los malos; de un lado los nuestros, enfrente los otros. Antes de todo conflicto, según este modo de entender las cosas, los dos bandos están ahí prestos a enfrentarse: es la naturaleza propia de cada uno la que explica el antagonismo, fuera de cualquier otra circunstancia. Antes de enfrentarse el enemigo con "los nuestros", ese enemigo siempre ya tuvo una idiosincrasia particular: eran de antemano los otros y, como nadie asume para sí mismo el papel de "malo", eran también los "malos". La enemistad tiene una textura ontológica, el enemigo se presenta según este esquema como una "amenaza existencial (Carl Schmitt).

Ese esquema dual tiene, para quien se sitúa en él, la gran ventaja  de darle seguridad. El mundo dual es, a pesar de su falsa apariencia de multiplicidad, un mundo completo, un universo cerrado en el que los dos principios del bien y del mal se combaten, pero también se complementan. En un universo donde no existiera el mal tampoco habría bien y no podría confiarse en que el mundo y la vida de los hombres tuvieran un sentido y una finalidad última. El mundo polarizado es el espacio propio de toda teodicea. Todo pensamiento teleológico, sea religioso, mágico, político o filosófico se vale de un esquema dualista, pues  cuando se piensa en un sentido y un fin del universo o de la historia, hay siempre fuerzas que favorecen ese fin y fuerzas que actúan en su contra. Las filosofías de la historia se rigen por ese tipo de perspectiva, pues procuran dar un sentido divino, humano o espiritual a la historia. Las posiciones políticas que se basan en una filosofía de la historia suelen, además, designar a determinados individuos u organizaciones como aquellos que saben escudriñar, en los detalles de lo cotidiano, lo que va en el sentido de la historia y lo que se opone a él. Existe, así un saber supuesto sobre el sentido de la historia que sirve de base y de legitimación al poder, sea éste el poder de los expertos o el de un líder clarividente. Consecuencia de ello es que quien se aparte de la obediencia a estos rectores de la sociedad acaba siendo considerado como un enemigo de la comunidad formada en torno a ese supuesto saber.

La dualidad política derecha-izquierda o el binomio imperialismo-antiimperialismo se sitúan en su simplismo y en su voluntad supersticiosa de creer en un sentido de la historia en el terreno antes descrito. Abandonando toda acción estratégica, propiamente política, los fieles que creen en una finalidad histórica y en el dualismo a ella asociado, sólo esperan que su polo gane la partida. Una partida que, una vez instalada en el esquema vacío de una relación especular, ha perdido todo contenido efectivo. Cuando sólo se trata de que ganen la izquierda o el antiiperialismo, no se trata de hacer avanzar en la práctica un muy necesario programa de resistencia al capitalismo y de transición al comunismo, sino de que no triunfe el polo contrario, aunque para ello, haya que hacer sacrificios en el programa político. De ese modo, los gobiernos de Papandreu o Zapatero han abandonado en nombre de su mantenimiento en el poder como respetables gestores de izquierda del capital, toda ambición de defensa efectiva de las conquistas sociales del movimiento obrero. Desde el punto de vista de los contenidos, estas socialdemocracias del sur de Europa son partidos económicamente de extrema derecha que se presentan como un mal menor frente a una derecha que podría ser más extremista. Del mismo modo, la defensa a ultranza de un "campo antiimperialista" independientemente de todo contenido político asocia a gobiernos, movimientos y personas genuinamente revolucionarios con abyectos tiranos que no dudan en ponerse al servicio de los más torvos fines del  imperialismo como Gadafi o Al Assad. El carácter evidentemente despótico de estos regímenes se presenta también como un mal menor y se descalifica todo movimiento popular que se oponga a ellos como vendido al imperialismo. "Es mejor Zapatero que Rajoy", "es mejor Gadafi que la OTAN" sólo significa -para quien no haya perdido enteramente los cabales y ensalce desde la izquierda o el antiimperialismo a los primeros-, que aquellos son "menos malos" que los segundos.

El problema es que esta calificación relativa -menos malo- no tiene ningún contenido estratégico o político, y obedece sólo al dualismo vacío del pensamiento finalista. De hecho, dentro de ese vacío de determinaciones estratégicas concretas en que se mueve la lógica del mal menor, se produce una peligrosa aproximación de los términos abstractamente opuestos. Así, cuando la izquierda socialdemócrata en el gobierno intenta permanecer en él para que no gane la derecha, procura aproximar su política a la de esta. De este modo, mediante aproximaciones sucesivas, asintóticas, ambas posiciones de derecha y de izquierda se hacen casi indiscernibles. Ciertamente, el extremismo neoliberal del laborista Tony Blair pudo ser superado por el del conservador Cameron, pero, con toda seguridad, se habría superado a sí mismo de haber permanecido el laborismo en el gobierno. Es muy probable que una victoria del PP en España suponga una radicalización aún mayor del programa neoliberal, pero ello no implica que haya que defender el "mal menor" que supone un gobierno neoliberal de izquierda, pues vemos cómo este gobierno del mal menor se aproxima al mal mayor cada día que pasa. Análogamente, a nivel internacional, el apoyo de la izquierda al mal menor que suponen los sátrapas abstráctamente antiimperialistas de Libia o de Siria, debilita la acción política efectiva de resistencia al imperio y al capital y desaprovecha la coyuntura revolucionaria abierta por las revoluciones árabes.

Sólo una salida del espacio dual, literalmente imaginario, que ve la confrontación política como un duelo entre dos bandos sin ninguna determinación exterior que preexisten a su lucha, permitirá recuperar el sentido estratégico y estrictamente político de la lucha contra el capital y por el comunismo. Para ello, una crítica filosófica materialista de las categorías teleológicas de las filosofías de la historia es una tarea política urgente. Ya va siendo hora de abandonar las estructuras mentales características del mundo mágico y de abrir paso a una política materialista, atenta a la complejidad y a la coyuntura: la política que teorizaron Maquiavelo, Spinoza y Marx y que tuvo en Lenin, Mao o Fidel Castro algunos de sus más brillantes protagonistas.

viernes, 23 de septiembre de 2011

La izquierda y la polémica sobre Libia. Internacionalismos de geometría variable




Es difícil desde las categorías habituales de la izquierda (lucha de clases binaria, representación de la clase obrera por un partido, socialismo etc.) comprender las revoluciones árabes y los propios movimientos sociales que, bajo distintas formas, están produciéndose  hoy en Europa, en España y en Grecia, pero también en Gran Bretaña. Unos movimientos sociales de nuevo tipo que probablemente seguirán extendiéndose y que tienen muchos puntos en común con lo que ya pudimos presenciar en las diversas crisis políticas latinoamericanas: en el caracazo, el diciembre argentino, las luchas por el agua en Bolivia etc. Son luchas que, a pesar de la distancia geográfica y cultural y de los distintos discursos políticos en que se traducen responden a una misma situación: el dominio tendencialmente absoluto del capital financiarizado sobre las economías de los distintos países y las vidas de sus habitantes. No es de extrañar, por lo tanto, que los aparatos de propaganda del Imperio hayan hecho hasta ahora todo lo posible por ocultar las conexiones efectivas entre los distintos polos de una enorme marea de resistencias que amenaza al sistema capitalista en su conjunto. Más sorprendente y hasta lamentable es que estas conexiones hayan resultado indescifrables para un amplio sector de la izquierda latinoamericana y europea.


Del lado árabe, la relación entre los distintos procesos estuvo siempre bastante clara. Entre los puntos de referencia de muchos manifestantes tunecinos y egipcios estaban la revolución bolivariana de Venezuela o la revolución cubana: el paralelismo histórico era perceptible. Del lado latinoamericano, sin embargo, no se vieron, en general, estas revoluciones populares espontáneas y autoorganizadas con la misma simpatía. La reacción fue de desconfianza, cuando no de miedo, no fuera a ser que detrás de los dirigentes árabes derrocados estuvieran situados los gobernantes latinoamericanos de izquierda, en alguna lista secreta de los responsables de la CIA. La teoría de la conspiración pudo más que el análisis de las luchas de clases efectivas que se desarrollaban en Túnez, Egipto y un gran número de países árabes, así como en la propia Europa. La reacción defensiva, prevaleció sobre la percepción de una coyuntura revolucionaria, por otra parte evidente Si los déspotas iban cayendo uno tras otro y el proceso revolucionario se contagiaba como un reguero de pólvora, tenía que haber sido orquestado por algún poder oculto. A nadie se le pudo ocurrir que existe un espacio geopolítico y de civilización específicamente árabe, con estructuras y coyunturas sociales y políticas afines en el que el contagio es relativamente fácil. En el poco francófono Egipto, se podían ver carteles de "Mubarak, dégage" (Mubarak, lárgate) en buen francés de Túnez, en el Bengasi liberado, una señora canta el himno nacional...tunecino que honra a los mártires de la independencia.  Hay una intertextualidad de las revoluciones árabes, como la hubo - y la hay- de las latinoamericanas. Sin embargo, para un sector de la izquierda acostumbrado por la guerra fría a pensar en términos de bloques, la improbable conspiración del imperio contra regímenes amigos e incluso vasallos como el de Ben Ali o el de Mubarak podía ser la antesala de un ataque contra los gobiernos revolucionarios de América Latina. Frente al bloque del Imperio, sólo cabía la desconfianza ante las nuevas revoluciones, tanto más cuando sus protagonistas no eran "obreros organizados y conscientes", sino en gran medida trabajadores precarios, estudiantes y miembros de las clases medias urbanas depauperadas por la economía financiarizada a través del arma implacable de la deuda con su cohorte de liquidación de derechos sociales y de servicios públicos.

La teoría de la conspiración, sin embargo, pareció encontrar una confirmación cuando un sector importante del pueblo libio se alzó contra el déspota local y dirigente de una supuesta "revolución". Esta fingida postura "revolucionaria" nunca impidió a Muammar el Gadafi matar comunistas y otros militantes de la oposición ni establecer pactos con personajes como Berlusconi y los dirigentes de la Unión Europea sobre "la gestión de las fronteras de la UE", cuyo contenido real da escalofríos. Gadafi no mostró grandes reparos ante la invasión de Iraq, ni se negó nunca a ayudar a norteamericanos y británicos en su "guerra contra el terror", haciendo que sus expertos servicios policiales sometieran a "minuciosos interrogatorios" a los prisioneros que les entregaban. Por no hablar de las medidas de política interior, como la entrega del petróleo libio a empresas occidentales. Nada, sino esta identificación con una revolución de pacotilla y el miedo a ser los siguientes en la lista, justifica la solidaridad que, desde el primer momento, el presidente Hugo Chávez manifestó hacia el tirano libio acosado por la insurrección de buena parte de su pueblo. Gadafi dio, sin embargo, al Imperio la oportunidad que le hacía falta para entrar en la región e intentar interferir en los procesos revolucionarios en curso: lo hizo reprimiendo con brutalidad a la población insurrecta y forzándola a defenderse por las armas, lo que nunca se había producido en las demás revoluciones árabes. Francia y en menor grado el Reino Unido aprovecharon esta oportunidad inesperada para recuperar ante los pueblos árabes algo de influencia, pues precisamente las revoluciones de Túnez y de Egipto habían derribado a sus protegidos en la zona. Para intervenir en Libia, naturalmente, tuvieron que metamorfosear de nuevo a Gadafi y, en pocos días hacer del "amigo de occidente un poco extravagante" del que hablaba Aznar un déspota que oprime y asesina a su población.

La ayuda a la población insurrecta contra el déspota respetó la plantilla de las intervenciones habituales de la OTAN: bombardeos de objetivos civiles y militares, violación de la carta de las Naciones Unidas y de la propia Carta Atlántica al proponerse un "cambio de régimen" como objetivo de una operación destinada a "proteger a las poblaciones" y el largo etcétera que conocemos desde la guerra de Yugoslavia y las guerras del Golfo, pasando por Afganistán. El coste para la insurrección libia de esta "ayuda" mediante el bombardeo humanitario es evidente. También es enorme el riesgo de que la revolución libia quede secuestrada por quienes le han ayudado a triunfar. Algo de sobra conocido para quien conozca la historia de Cuba o la de Filipinas, países en los que los Estados Unidos "ayudaron" a las poblaciones locales a liberarse de los españoles para después recolonizar en grados diversos ambos países. A pesar de este coste y de este riesgo, tiene razón Santiago Alba y tienen razón nuestros amigos y compañeros árabes en sostener que todo habría sido peor si se hubiera permitido a Gadafi aplastar la revuelta, pues el pedigrí represivo del amigo de Aznar y Berlusconi no deja lugar a ninguna duda. Por no hablar del terrible ejemplo que habría dado a los demás tiranos árabes.

La situación de Libia y la de las demás revoluciones árabes es compleja, pero ¿acaso hay un solo proceso revolucionario que no lo sea? ¿acaso ha habido una sola revolución cortada por un patrón preexistente? La propia revolución cubana fue vista en sus primeros momentos por la izquierda como una simple revolución democrática y antiimperialista burguesa...En este momento, tanto en Túnez, como en Egipto o en Libia existen gobiernos que ya no representan enteramente a la dictadura, pero que tampoco son expresión de la voluntad del pueblo insurgente. El Consejo Nacional de Transición, alianza inestable de oportunistas prooccidentales, islamistas más o menos radicales y tránsfugas del régimen de Gadafi no representa la revolución libia, cuyos verderos protagonistas, los shabab (jóvenes) que resistieron contra Gadafi no han dicho aún su última palabra. Cierto es que estamos en las primeras fases de esos procesos revolucionarios y que existe una enorme incertidumbre, pero esto, más bien, sería una razón para que los países que ya han pasado por trances semejantes y han conseguido realizar importantes transformaciones presten su apoyo a estos procesos y dentro de ellos a las fuerzas de izquierda que, por fin, están renaciendo en el mundo árabe. No dice otra cosa mi querido amigo y camarada Santiago Alba, y, por decirlo, ha sido tachado de "agente de la CIA" o de émulo del filosofastro Bernard-Henri Lévi. Siempre se descubre algo: no sabía yo que la CIA contratara a defensores públicos del comunismo y de los procesos revolucionarios anticapitalistas y antiimperialistas del mundo entero, ni que tuviéramos que dar la bienvenida a Bernard-Henri Lévi al bando de quienes combatimos el imperio del capital. Que el sectarismo no nos ciegue: ni  la CIA es tan tonta, ni Bernard-Henri Lévi se ha caído del caballo...camino de Damasco.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Pena de muerte y racismo: sobre el asesinato legal de Troy Davis


"La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el «estado de excepción» en el que vivimos. Hemos de llegar a un concepto de la historia que le corresponda. Tendremos entonces en mientes como cometido nuestro provocar el verdadero estado de excepción; con lo cual mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo. No en último término consiste la fortuna de éste en que sus enemigos salen a su encuentro, en nombre del progreso, como al de una norma histórica. No es en absoluto filosófico el asombro acerca de que las cosas que estamos viviendo sean «todavía» posibles en el siglo veinte. No está al comienzo de ningún conocimiento, a no ser de éste: que la representación de historia de la que procede no se mantiene."
Walter Benjamin, Tesis de filosofía de la historia (Tesis 8)

La ejecución la noche pasada de Troy Davis, ciudadano afroamericano acusado de homicidio no es un hecho aislado. Constituye el último episodio de una larga serie de ejecuciones judiciales de reos pertenecientes a la comunidad negra de los Estados Unidos. La pena de muerte es una pena en gran medida racial, no porque siempre recaiga en personas de una supuesta raza "negra", pues se dan -se dio uno ayer mismo- casos de "blancos" que la sufren. Estos últimos son muchísimos menos en proporción. Ocurre lo mismo con las penas de prisión: como sostiene Loic Wacquant, la prisión se ha convertido en el sustituto del gueto. El porcentaje de encarcelamiento sobre el total de la población es en los Estados Unidos el mayor del mundo y en la población penitenciaria, los "negros" son cinco veces más numerosos que los "blancos" y dos veces más que los "hispanos". La pena de muerte y la prisión son penas raciales en Estados Unidos, porque determinan un régimen específico para un determinado grupo de personas. La prisión no "castiga" al delincuente, sino que "fabrica" al individuo "peligroso". Con el sistema de la prisión, como bien explica Michel Foucault, se pasa de una lógica de la retribución de la falta, que no requería necesariamente el recurso a un internamiento, y que podia realizarse mediante un pago, un trabajo, una sumisión personal a los parientes de la víctima etc. a una lógica de la peligrosidad. La peligrosidad identifica al sujeto como autor de la falta, haciendo derivar esta última de su naturaleza esencialmente antisocial. La peligrosidad se convierte en un atributo permanente del delincuente. En los Estados Unidos, el internamiento masivo en prisiones o las formas de control sustitutorias afectan a un elevado porcentaje de la población afroamericana y marcan socialmente al conjunto de esta comunidad. "Negro", en los Estados Unidos, no es quien tiene un tipo determinado de piel o unos rasgos físicos concretos sino quien tiene muchas posibilidades de acabar en prisión, y muchísimas más posibilidades que los miembros de las demás comunidades -y, por supuesto, que los "blancos"- de ser ejecutado judicialmente.

Esta situación se explica por varias circunstancias. En primer lugar, la población que desciende de los esclavos africanos traidos a las plantaciones -que constituían un dispositivo esencial de la primera acumulación capitalista en los Estados Unidos- sigue viviendo hoy mayoritariamente en condiciones de marginación. Independientemente de los derechos formales y de la igualdad civil adquirida tras las luchas de los años 70, los "negros" tienen condiciones laborales y empleos mucho menos seguros, pretigiosos y  remunerados que la media de la población. En un país donde los niveles de instrucción dejan mucho que desear y donde la enseñanza de calidad se reserva a quien pueda pagar muy caro por ella, los afroamericanos tienen graves dificultades para el ascenso social. Buena parte de la juventud negra se ha visto implicada en actividades ilegales relacionadas fundamental mente con el tráfico de drogas y ha sufrido por ello penas de prisión. Por otra parte, el sistema judicial norteamericano permite al acusado de delitos penales "negociar" con el juez: si se declara culpable, el juez puede rebajarle la pena en recompensa por su "colaboración" y el proceso queda muy abreviado. Si, en cambio se declara "inocente", se iniciará un largo proceso en el que sólo tendrá  posibilidades de escapar a una pena quien esté en mejores condiciones de pagarse buenos abogados. No es el caso de los afroamericanos. La mayoría de los jóvenes afroamericanos encarcelados no estaría así en la cárcel si hubieran podido defenderse correctamente. Es mucho más fácil también, por las mismas razones, que a un afroamericano se le aplique la pena de muerte que a un "blanco".

El negro es así quien puede ser encarcelado o ejecutado "fácilmente" en nombre de la seguridad. Este sistema responde perfectamente a la definición no racial del racismo que proponía Foucault en su curso Hay que defender la sociedad. Para Foucault, el racismo no era cuestión de "razas" ni de "prejuicios" hacia determinados caracteres raciales, sino de retorno del poder soberano allí donde este parecía haber desaparecido. En el contexto de un poder que hoy se rige por el fomento y el control de la vida, un poder biopolítico, el atributo principal del poder soberano, la potestad de matar no encaja fácilmente. La única posibilidad que tiene el soberano de ejercerla es matar en nombre de la vida, de la seguridad y la salud de los vivos. El racismo como dispositivo de poder permite al soberano declarar quién es peligroso, quién debe ser apartado de los vivos, quién puede o debe incluso matarse. Esto no conduce necesariamente al exterminio de una población como ocurriera en la Europa ocupada por los nazis con los judíos, pero sí a su marcado, a su segregación, su diferenciación como esencialmente peligrosa: carne de cárcel o de verdugo. Tanto en los Estados Unidos como el la Europa "democrática", la brutalidad de la acumulación primitiva de capital no fue una fase inicial del capitalismo felizmente superada en un sistema regido por los derechos humanos y los mecanismos de mercado; sino un proceso permanente que subyace al orden (neo)liberal. Como sostenía Walter Benjamin, para los dominados el estado de excepción es la condición normal.