miércoles, 21 de noviembre de 2012

El spinozismo espontáneo del 15M: indignatio y critica de la representación


 


El spinozismo espontáneo del 15M: indignatio y critica de la representación
(Ponencia presentada en el Congreso "Demokrazia/Democracia +", Leioa, Bilbao, 19 y 20 de noviembre de 2012) 

El 15 de mayo de 2011, se produjo inicialmente en Madrid y posteriormente en otras ciudades españolas una movilización social sin precedentes. Lo específico, lo novedoso de esta movilización no era tanto su magnitud, aunque fue y sigue siendo considerable, como algunos de sus aspectos cualitativos. En primer lugar, se trataba de una serie de acontecimientos en gran medida autoconvocados a través de redes sociales y de agrupaciones recientes e informales de estudiantes y trabajadores precarios y posteriormente, de forma directa en las asambleas. En segundo lugar, a diferencia de las manifestaciones clásicas, el 15M ha tendido a mantenerse en el tiempo y el espacio, primero mediante las acampadas y posteriormente a través de una amplia red de asambleas populares en barrios y municipios, así como mediante la constitución de una serie de comisiones encargadas de generar un saber sobre la sociedad y la coyuntura capaz de rivalizar con el del poder e incluso de superarlo.

El 15M, que no es ni una manifestación ni una asamblea prolongada ni tampoco una organización clásica se autoconstituye como una nueva instancia de legitimidad democrática con un programa cada vez más constituyente. Es sin duda un modo de organización política de nuevo tipo con toda la informalidad de una manifestación o una asamblea espontánea, pero con una clara voluntad de hacer de esa misma espontaneidad e incluso de esa relativa informalidad las características de una nueva trama institucional centrada en un dispositivo central: la asamblea abierta.

Uno de los ámbitos en los que el 15M ha producido innovaciones es el del léxico político. Toda una serie de términos como “asamblea abierta”, “asamblearse”, “multitud”, “no representación”, “ausencia de miedo” hacen aparición como elementos de un nuevo discurso sobre la cosa pública, incluso de una nueva gramática de la política irreductible a las categorías lo que se entiende por política en los actuales Estados capitalistas democráticos. Estos términos se oponen al vocabulario de la democracia representativa: parlamento, elecciones, pueblo, legitimidad, violencia legítima, etc. De ahí que precipitadamente se calificara al 15M de apolítico o antipolítico. Sin embargo, desde el primer día, el 15M se puso a hablar de otro modo y lo hizo en un lenguaje nuevo que nadie le había enseñado, como si los términos hubieran ido cobrando sentido a medida que la realidad que ellos mismos contribuían a fraguar les ofrecía nuevos contenidos. Se trata de términos ya existentes o derivados de términos ya existentes -como ese verbo “asamblearse”, voz medio-pasiva de un inexistente verbo “asamblear”-, que se contraponen, sin embargo, a los que configuran el lenguaje del poder, como si fueran su otro, lo que los términos del poder no son y lo que no son términos del poder. Estrictamente se trata de significantes, de palabras en su sentido material, de emisiones sonoras o imágenes gráficas, consideradas independientemente de su significado, en su contraposición con otras a las que se oponen, como pueden oponerse entre sí los rasgos de un fonema y los de otro. Son palabras que producen efectos, que inspiran o reorientan prácticas. Mediante estos significantes, lo que los nuevos movimientos sociales están haciendo es oponerse al léxico y la gramática políticos de la modernidad marcada por el Estado capitalista moderno en sus distintas variantes, desde el absolutismo hasta el liberalismo y el neoliberalismo, sin olvidar sus formas de excepción como el fascismo o las formas aparentadas con el Estado de policía (Polizeistaat) denominadas “Estados socialistas”.

Un nuevo léxico se contrapone al anterior, pero es realmente nuevo este léxico o sólo lo es en relación con aquel al que se opone? Podemos legitimamente poner en duda esta supuesta novedad, pues la modernidad política no fue un proceso que se impusiera pacíficamente, sin luchas y sin enemigos. Para imponer su orden, la burguesía tuvo que vencer e integrar bajo su hegemonía a lenguajes de fuerzas sociales opuestas. Thomas Hobbes, el gran gramático de la modernidad política burguesa no se entiende sin el discurso al que realmente se opone, el de los diggers y los levellers, el de los exponentes de esa “hidra de mil cabezas” que coincide según Peter Linebaugh1 con la multitud que defiende la res publica, el Common-wealth2, frente a la república de los propietarios, y pugna por establecer una república de los comunes. El Leviatán hobbesiano y sus derivaciones posteriores autoritarias o liberales se yergue como la figura de la república de la propiedad contra las actas de los “debates de Putney”, los manifiestos de los comunes producidos por el sector popular de la revolución inglesa. El lenguaje de Hobbes se opone también a la tradición republicana materialista y radical representada por Maquiavelo y prolongada, fundamentada y desarrollada en esa auténtica ontología política de la democracia que es la obra de Spinoza. Un Maquiavelo cercano al partido de los “libertini” de Siena3 y un Spinoza que lamenta la falta de radicación popular de la república holandesa liberal de los hermanos De Witt. No es de extrañar que, precisamente, sean los significantes de esta tradición los que hayan hecho irrupción en las asambleas populares que reclaman los nuevos comunes desde la Puerta del Sol madrileña hasta el Occupy Wall Street neoyorquino, la plaza Syntagma ateniense o los sectores más jóvenes y laicos de las primaveras árabes. Frente al orden de la propiedad que expropia a la multitud tanto su capacidad política como la riqueza socialmente producida, reaparece el partido de los comunes, para el cual la reivindicación de democracia es inseparable de la reivindicación de la riqueza y de la capacidad productiva común, más allá de la propiedad, sea esta privada o estatal.

En el contexto del 15M, los significantes contrapuestos a los del orden de la propiedad y la representación se organizan en torno a tres consignas que ya se oyeron antes del 15M, en ese ensayo general -neutralizado por la victoria electoral de Zapatero- que fue la protesta masiva contra la versión propagandística sobre los atentados del 11 de marzo de 2004 que intentó imponer el gobierno de Aznar. Son tres las consignas que vienen resonando en las plazas estos últimos años y que han logrado en el 15M estructurarse en una tesis política potente:
  1. Que no nos representan”
  2. Que no tenemos miedo”
  3. Lo llaman democracia y no lo es.”

Detraś de estas consignas, de las palabras que las constituyen, de las relaciones entre estas palabras y entre las propias tres consignas, nos encontramos con una auténtica tesis política. Esta tesis coincide en gran medida, y según intentaremos mostrar, de forma no casual, con la que se expresa en esa defensa e ilustración ontológica de la democracia que es la obra de Spinoza en su conjunto (y no sólo su filosofía política declarada como tal)4. Esta tesis puede sintetizarse como sigue: todo orden político, cualquiera que sea su forma, tiene como base ontológica la democracia. Como base de toda realidad política, la democracia queda así retirada del catálogo clásico aristotélico y polibiano de los regímenes políticos: monarquía, aristocracia y democracia, para servir de fundamento material a cada una de estas formas e incluso a la propia democracia en tanto que es también una forma de gobierno. Esta operación spinoziana tiene una particularidad llamativa, pues es estrictamente la contraria de la llevada a cabo por la línea mayoritaria del pensamiento político occidental que incluye el absolutismo de un Bodino o de un Hobbes, el liberalismo de Locke, la democracia de Rousseau o la doctrina del Estado de Hegel. A través de estas variantes del pensamiento político dominante en occidente cabe reconocer una constante: la idea de representación como base de la unidad política, ya se realice esta representación a través de un monarca de carne y hueso, de una asamblea elegida o de la diferencia interiorizada por cada uno de los sujetos políticos de una democracia rousseauniana entre su voluntad particular y la voluntad general.

De ahí que la consigna “que no nos representan” ocupe en nuestra exposición el primer lugar y que su consecuencia última: “lo llaman democracia y no lo es” opere como conclusión de un posicionamiento político novedoso que se abre sobre algo que sí es democracia.

1. Que no nos representan

Que no nos representan” es a nuestro entender la consigna que coincide con la crítica general de la representación política y de la política como representación alrededor de la cual toma forma la ontología política de Spinoza. En el contexto del 15M, esta consigna se ha podido interpretar de dos maneras divergentes: o bien como que quienes afirman ser nuestros representantes no lo son en realidad, lo que permitiría que se operase una corrección gracias a la cual acabaríamos siendo “bien” representados; o bien como que el “nosotros” del movimiento y de la pluralidad abierta de la propia sociedad y de las redes de cooperación que la articulan no es de ninguna manera representable. En la práctica, después de unos primeros momentos de vacilación en los que se consideró central la exigencia de una reforma de la ley electoral o la denuncia de la corrupción de los políticos, acabó prevaleciendo la segunda interpretación, que quedó confirmada, por lo demás por el desarrollo asambleario del movimiento. La radicalidad de la crítica del poder como representación extrema la coincidencia con el pensamiento de Spinoza .

Que no nos representan” quiere así decir que hay algo en ese “nosotros” que es intrínsecamente y no sólo accidentalmente irrepresentable, algo que impide que un Uno se ponga en el lugar de la multitud y la sustituya, en otros términos, que la multitud sigue siendo estrictamente multitud en todas las circunstancias. Esto es muy precisamente lo que afirma Spinoza en la Carta L cuando explica a su corresponsal y amigo Jarig Jelles la diferencia entre su teoría política y la de Hobbes:

Me preguntáis qué diferencia existe entre Hobbes y yo sobre la política: esta diferencia consiste en que mantengo siempre intacto el derecho natural y sólo concedo en una ciudad un derecho al soberano sobre sus súbditos en la medida en que éste los supera en potencia; es la continuación del estado de naturaleza.5

Spinoza mantiene así siempre incólume el estado natural y el derecho natural en que este se basa. Lo hace porque lo que determina la soberanía no es una ilusoria cesión contractual del derecho de la multitud a un Uno soberano, sino una correlación de fuerzas determinada interna a la propia multitud. El soberano no es ajeno a la multitud, sino, como nos enseña Maquiavelo, un agente más de la multitud, parte de una humanidad política que, metodológica y éticamente hay que considerar como “vulgo”6. No hay ningún tipo de trascendencia del soberano a la multitud. La representación, en la medida en que expresa una realidad, no constituye una trascendencia efectiva, sino un efecto imaginario sostenido y reproducido por distintos mecanismos de producción de obediencia. El único contenido efectivo de la soberanía es, en efecto, la capacidad que tiene un determinado individuo u órgano de producir una obediencia generalizada de manera prolongada.

El mantenimiento del derecho natural dentro del propio estado civil tiene otra importante consecuencia, pues supone, además de la obediencia, una permanente resistencia por parte de la multitud, de tal modo que si el soberano gobierna efectivamente lo que gobierna es una materia que le opone resistencia, que sigue actuando y, en el propio marco de la representación, no admite nunca una completa sustitución de la multitud por un actor único. Este rechazo de la representación o mejor dicho de la representación como otra cosa que la representación imaginaria de lo que es una correlación de fuerzas efectiva modifica enteramente la ontología social característica de la modernidad.

Esta queda ejemplarmente definida en el esquema que Hobbes desarrolla en el Leviatán. En este esquema, los individuos, como se sabe, constituyen átomos separados entre sí. Cada uno persigue en exclusiva su interés propio sin que entre ellos exista nada realmente común, salvo ese común negativo que es el miedo a morir. Por ello mismo, el problema político fundamental es el de la unificación de una multitud dispersa y compuesta de individuos recíprocamente hostiles e incapaces en esas circunstancias de una auténtica vida común. El problema político será para Hobbes el de la constitución de un mando que pacifique, unifique y represente/sustituya a la multitud. Sabemos que esta unificación, a partir de las condiciones que hemos indicado sólo puede producirse mediante la creación de una instancia superior a cada uno de los individuos o bandos que componen esta multitud, una potencia estrictamente soberana. Esta instancia tiene forzosamente que trascender a la multitud, pues, de no hacerlo, sería tan sólo un bando, una parte de esta incapaz de poner término a la guerra de todos contra todos. Para crear esta instancia soberana debe, así, romperse el círculo violento del estado de naturaleza mediante un acto de voluntad que se traduce en la decisión por parte de los individuos que integran la multitud y desean librarse del estado de constante peligro de muerte en que viven, de contratar unos con otros una completa transferencia de derechos y de poder a un soberano que se instituye a través del propio contrato.

La ontología social spinozista parte de un fundamento completamente opuesto. Si bien no niega el conflicto entre individuos, afirma la necesidad de que estos colaboren entre sí para subsistir7. Los individuos humanos viven en un marco común, en un marco de ayuda mutua y de uso variablemente compartido de los bienes comunes. Para Spinoza, el individuo aislado y dotado en su aislamiento de un deseo infinito que necesariamente entra en colisión con el de los demás, es el producto de una imaginación triste en la que se privilegia el miedo y se oculta la radicación de la potencia singular del individuo en la potencia común de la multitud. La multitud sólo existe para Spinoza en cuanto expresión de lo común, de su propia cooperación, del mismo modo que la multitud infinita de las cosas de la naturaleza (los modos) no puede darse fuera de la sustancia común que constituyen y expresan a la vez. Dios y los modos se implican recíprocamente y de manera no accidentalmente análoga lo hacen la Ciudad (la comunidad política) y la multitud que la compone.

En las condiciones que caracterizan el trabajo en el postfordismo, la ontología social spinozista adquiere una sorprendente actualidad. Como sabemos, la producción postfordista se caracteriza por su ruptura con los rasgos jerárquicos y disciplinarios propios del modelo fordista. Quien unifica las operaciones productivas y pone a trabajar el organismo común compuesto por los diversos trabajadores no es un mando exterior. La cooperación entre trabajadores se desarrolla prevalentemente en una dimensión horizontal y sobre la base de conocimientos, capacidades y recursos comunes que caracterizan en trabajo en red y el trabajo cognitivo8. La revuelta del trabajador social, precario, cognitivo, a la que estamos asistiendo recupera así en la práctica y de la forma más natural todo un tesoro de significantes asociados al spinozismo.

2. Que no tenemos miedo

La segunda consigna, “que no tenemos miedo” remite al modo específico en que el poder soberano y en general toda forma de poder o de dominación genera obediencia.

Tiene a otro bajo su potestad -nos dice Spinoza- quien lo tiene preso o quien le quitó las armas y los medios de defenderse y de escaparse o quien le infundió miedo o lo vinculó a él mediante favores, de tal suerte que prefiere complacerle a él más que a sí mismo y vivir según su criterio más que según el suyo propio.”9

El temor y la esperanza son así resortes de poder más eficaces que cualquier brida o que los muros de cualquier prisión, pues quien se vale de estos medios puramente físicos solo posee el cuerpo del individuo dominado, pero no su alma, mientras que quien lo tiene de las dos últimas formas “ha hecho suyas tanto su alma como su cuerpo, aunque sólo mientras persista el miedo y la esperanza” (Ibid.). El poder es así capacidad de producir obediencia en los individuos que le está sometidos pues “no es el motivo por el que obedece, sino la obediencia lo que hace al súbdito”10. Los instrumentos fundamentales de esa producción de obediencia son el miedo y la esperanza. Miedo y esperanza son afectos correlativos e inseparables: “la esperanza no es sino una alegría inconstante surgida de la imagen de una cosa futura o pretérita de cuya realización dudamos. Por contra, el miedo es una tristeza inconstante surgida también de la imagen de una cosa dudosa.”11 Ambos afectos son expresiones de la heteronomía, pues la incertidumbre del acontecimiento futuro no es mera ignorancia, sino que depende de la atribución de su producción a un sujeto real o imaginario dotado de libre arbitrio. Se depende así de aquel a quien se atribuye el poder de producir a su arbitrio acontecimientos alegres o tristes para nosotros. La esperanza y el miedo, son por lo demás, afectos inseparables que se transmutan el uno en el otro, pues imaginar que no se llegue a producir un acontecimiento triste produce alegría y por lo tanto esperanza, mientras que imaginar que no vaya a tener lugar un acontecimiento alegre produce miedo...a partir de la esperanza. 12

No tener miedo es también carecer de esperanza, conocer la potencia propia y asumir una posición ética y política autónoma. No tener miedo es destruir la base de la obediencia pasional obtenida por el soberano mediante el temor y la esperanza, sustituyéndola por una obediencia racional basada en la convicción. De este modo, el poder soberano pierde la trascendencia que le otorgaban el miedo y la esperanza e incluso llega a desvanecerse como poder diferenciado al producirse todos los efectos positivos de unificación de la multitud y de establecimiento de un marco social seguro mediante las propias dinámicas internas de la multitud. De la monarquía se pasa así, a través de las formas oligárquicas, a la democracia concebida como aquel régimen en que el consenso y la concordia se basan en máximo grado en la racionalidad de la propia multitud, transmutándose la obediencia en libertad del individuo racional dentro del orden común de la ciudad.

El 15M, de nuevo, actualiza las temáticas spinozistas oponiéndose a una forma particularmente feroz de régimen monárquico, la actual monarquía restaurada por Franco y en la que se prolongan los efectos de la acumulación originaria de terror de la que nació el franquismo. De ahí la fuerte conciencia existente dentro el 15M de que la democracia encabezada por Juan Carlos no es ni mucho menos el pacífico Estado de derecho que pretende ser, sino, en sentido fuerte, un régimen o incluso “el” Régimen. Un régimen aparece como tal, como mera facticidad histórica basada de un modo u otro en la violencia, a partir del momento en que su legitimidad, entendida rigurosamente como capacidad de producir obediencia por medio del miedo y la esperanza desaparece en favor de la indignación:

para que la sociedad sea autónoma -sostiene en efecto Spinoza-, tiene que mantener los motivos del miedo y del respeto; de lo contrario, deja de existir la sociedad. Pues, para aquellos o aquel que detenta el poder del Estado, es tan imposible correr borracho o desnudo con prostitutas por las plazas, hacer el payaso, violar o despreciar abiertamente las leyes por él dictadas y, al mismo tiempo, mantener la majestad estatal, como lo es ser y, a la vez, no ser. Asesinar a los súbditos, espoliarlos, raptar a las vírgenes y cosas análogas transforman el miedo en indignación y por tanto, el estado político en estado de hostilidad.13

La indignación como pasión es directamente contraria a la atomización que el orden del Estado neoliberal nos impone. Spinoza la define como sigue: "Indignatio est odium erga aliquem, qui alteri malefecit.", la indignación es "odio contra alguien que ha hecho mal a otro"14. La indignación es, pues, una pasión triste, un odio, una tristeza que atribuimos a una causa exterior a nosotros. Sin embargo, esa tristeza, este odio, tendrá una función fundamental: restablecer la relación social cuando el poder la daña y amenaza con destruirla. Es una pasión peligrosa, pues va directamente dirigida contra el poder opresor y pone en peligro el conjunto del orden social: "aunque la indignación parezca ofrecer la apariencia de equidad, lo cierto es que se vive sin ley allí donde a cada cual le es lícito enjuiciar los actos de otro y tomarse la justicia por su mano"15. Sin embargo, como otras muchas pasiones que Spinoza considera tristes desde el punto de vista ético, la indignación no deja de ser una pasión política necesaria, pasión de resistencia, pasión constitutiva de un nuevo orden. Esto nos permite pasar a la tercera consigna del 15M que habíamos puesto de relieve.

3. Lo llaman democracia y no lo es

Lo llaman democracia y no lo es”. Esta consigna viene a enlazarrse con las dos anteriores como la conclusión lógica del “silogismo indignado”. Lo que aquí se expresa es una adhesión radical a la democracia, pero una adhesión exigente que no admite que se haga pasar por democracia un absolutismo por mucho que esté electoralmente legitimado. La democracia es sin duda otra cosa que el régimen por el cual los ciudadanos representados se ven excluidos de la vida política después de cada elección. Elegir, para el ciudadano del Estado neoabsolutista propio de las democracias liberales es renunciar a cualquier posibilidad efectiva de decidir.

El capitalismo de hegemonía financiera ha puesto claramente de relieve el hecho de que el conjunto de las instituciones políticas de los regímenes capitalistas democráticos se encuentra abiertamente al servicio de los mecanismos generales de acumulación de capital. Este hecho estaba ya bastante claro desde Hobbes y los clásicos de la tradición liberal que son en realidad sus ingratos herederos. Para todos ellos, el poder político debe siempre producir y reproducir por medios siempre normales y siempre excepcionales las condiciones del buen funcionamiento del espacio en que se realiza la autovalorización del capital: el mercado. Queda así la decisión política limitada y subordinada por esta función básica. El liberalismo siempre reconoció como legítimo y justificó como necesario que el poder político se subordine al mercado y sus necesidades, que se convierta, según la expresión de Michel Foucault, en un “gobierno económico”16 en el doble sentido de que, idealmente, debe gobernar poco y también de que el centro de gravedad del gobierno sea un control indirecto de la población mediante la economía.

En la actualidad, la crisis ha hecho visible lo que hasta ahora apenas se vislumbraba, poniendo de manifiesto el poder del capital y sus instituciones sobre un poder político que seigue considerándose “soberano”. Para el 15M, la democracia actual no es una democracia, porque el ciudadano no puede en ella decidir nada, puesto que todas las decisiones sustanciales se toman en una instancia supuestamente no política y regida por leyes “naturales” como es la de la economía. La crítica de la representación se completa así con una crítica de los intereses privados oligárquicos que dominan las instancias de decisión oficiales. La forma política de la representación tiene, así, en la dictadura del capital una fundamentación material que la hace a la vez posible y necesaria.

Frente a la representación/exclusión y su fundamentación en la dictadura del capital y de sus agentes sociales, los nuevos movimientos propugnan una democracia que “sí lo es”. En las formas, es una democracia abierta, una democracia que no es del pueblo sino de la multitud17. En su base material, la democracia real se basa en las redes de cooperación y comunicación a través de las cuales se desarrollan, cada vez con mayor amplitud los comunes tanto cognitivos y afectivos como materiales18. Y es que, a partir de la recuperación de los comunes cognitivos como instrumentos de cooperación productiva que ha tenido lugar en el modelo económico postfodista, se ha podido generalizar la conciencia y la reivindicación de lo común, extendiédola al agua, al aire, la naturaleza, los servicios públicos etc.

La democracia no es una forma de Estado. Lo que “llaman democracia”, en cambio, sólo es eso: una forma del Estado esencialmente soberano y absolutista que difiere de las otras formas por la identidad del titular concreto de la soberanía, pero no por su modo de ejercerla. En “lo que llaman democracia” el soberano ya no sería un individuo ni una fracción oligárquica de la sociedad, sino el conjunto de la población representado en un parlamento. Una democracia parlamentaria coincide en lo fundamental con el esquema hobbesiano del poder soberano y de su ejercicio, pues solo permite una actividad política sustantiva a los representantes y, aún así, dentro de las limitaciones materiales que impone la obligación de asumir como prioritarias las necesidades de la acumulación del capital. Lo pertinente aquí no es siquiera la oposición entre democracia directa e indirecta. Incluso en una democracia directa como la que piensa Rousseau en el Contrato Social, la unificación de la multitud en un pueblo a través de la representación también está presente. Ciertamente, los individuos que constituyen el “peuple assemblé” (el pueblo reunido en asamblea) no están separados de sus representantes, pero sí están separados de sí mismos en cuanto se ven divididos por la distinción entre su voluntad particular y la voluntad general. Al igual que la voluntad legisladora del soberano de Hobbes y de Bodin, la voluntad general de Rousseau establece un más allá que trasciende a la multitud y pone límites al pueblo mediante un mecanismo de representación.

En Spinoza, la democracia se define como “Imperium omnino absolutum”19, como un mando político enteramente absoluto. Esto resulta, en apariencia bastante paradójico pues según esto la monarquía absoluta o la oligarquía resultarían ser régimenes con un poder menos “absoluto” que la democracia. Sin embargo, esta paradoja se deshace cuando observamos que el poder del soberano absolutista definido como absoluto por estar más allá de las leyes, “solutus legibus” es en gran medida ilusorio. El monarca se presentaba como fuente única y unilateral de toda legislación y reivindicaba un poder ilimitado para aplicarla. El poder se presenta en este esquema como una sustancia, una cosa que puede ser objeto de apropiación patrimonial: se trata de ese poder que todo el imaginario político de la modernidad ha pensado como algo que se puede “tomar”. Para Spinoza, sin embargo, esto nunca puede ser así. El poder es siempre relación y, por ello mismo es siempre relativo y relacional. El concepto de “poder absoluto” es, por consiguiente, un absurdo. Cuando se ha intentado pensar, ha sido siempre bajo la forma de una imagen asociada a una pasión triste: tristeza del régimen del Turco que conforme al mito vigente en el siglo XVII, coartaba toda libertad individual, tristeza también de los totalitarismos, no menos míticos, de nuestra época20. Tristeza e impotencia radican en la improductividad de todo poder que pretenda imaginarse sin tensión, sin resistencia.

Si el poder es siempre relación, esta relación es siempre compleja, pues se configura en un campo de relaciones coextensivo con las variadísimas articulaciones de la propia multitud. Todo poder separado es una ilusión, fruto a la vez de la arrogancia del gobernante y de la impotencia e indignidad de los gobernados. Ilusión es el Estado mismo: todo Estado en cuanto se basa en la integración de los individuos aislados en una unidad de representación y de mando reproducida mediante el mecanismo del miedo y la esperanza. Más acá de la representación están las relaciones efectivas internas a la multitud. Esas relaciones de cooperación material, lingüísticas, afectivas, cognitivas de las que Spinoza, gracias a su ontología social fue aún más consciente que Marx. La base de la democracia spinozista es la autodeterminación del campo de relaciones que es la multitud. El conjunto abierto de todas las relaciones, a costa de ser solo ese entramado y ninguna cosa concreta -ningún “pueblo” representable- es el único sujeto del “Imperium omnino absolutum”. La multitud consciente de su potencia, de su capacidad de cooperación productiva, supera así la soledad del individuo del mercado representado por el soberano y con ello mismo liquida toda trascendencia imaginaria del soberano. Un gran spinozista, Antonio Negri, afirmaba en una reciente entrevista al diario argentino La Nación del 2 de noviembre de 2012, a propósito de esa ruptura con la soledad que es causa y efecto del poder soberano en los movimientos sociales actuales: “La multitud proletaria es libre, pero al mismo tiempo se reúne porque la soledad es el verdadero problema. No es la pobreza el déficit del ser, el verdadero déficit es la soledad. Hay necesidad de superarlo, de recomponerlo. La pobreza tiene la enorme fuerza de ser trabajo vivo. Se trata de un ser-ahí vivo y efectivo que se presenta como índice de asociación, de cooperación, de construcción. De construcción de ser: porque el ser puede ser construido y no preexiste como fondo. El ser no está siempre detrás sino que en cada momento se encuentra "ahí", como existente en el momento oportuno en el que se rompe la repetición monótona del tiempo. Se trata de la composición de las afecciones que Marx recupera de Spinoza.”

Conclusión
Ante nuestros ojos está teniendo lugar un doble proceso marcado por la deslegitimación y destitución de un absolutismo que se declara democrático y por la constitución de una democracia real ajena a la representación soberana. La democracia ya no se concibe como poder del pueblo, sino como gobierno de la multitud por sí misma. Sus instituciones ya no son las de la representación/sustitución, sino las de una cooperación institucional libre, horizontal, abierta, basada en las nuevas formas de cooperación productiva en que se sustenta la actual producción biopolítica. Distinciones hasta hace poco sagradas y evidentes empiezan a caer, como ocurre con la distinción entre política y economía ya en gran parte abolida por el capitalismo y su Estado privatizado. O con la distinción entre vida y producción. Este nuevo proceso está liquidando esa gramática política de la modernidad que tuvo en Spinoza su crítico más radical. Esto es lo que explica esa aparentemente misteriosa aparición de un filósofo del siglo XVII en el terreno político actual. Los significantes spinozistas fueron durante mucho tiempo malinterpretados y banalizados pues era imposible, sin graves consecuencias, asumir su radicalidad. Gran parte de la modernidad política expresada en la Ilustración es un esfuerzo por rechazar y asimilar banalizándolo el trauma que supuso el spinozismo. Hoy resurgen sus significantes y sus conceptos, dotados de nuevos contenidos, como instrumentos eficaces de crítica del mortífero y moribundo orden vigente. En cierta manera, los movimientos democráticos de la multitud que hoy se desarrollan están completando el capítulo inacabado del Tratado Político de Spinoza sobre la democracia, que los editores cerraron pósthumamente con un “reliqua desiderantur”: falta el resto. Hoy ese resto se está de nuevo escribiendo.

Bari-Bruselas, octubre-noviembre de 2012

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1Peter Linebaugh, Marcus Rediker, The Many-Headed Hydra: Sailors, Slaves, Commoners, and the Hidden History of the Revolutionary Atlantic, Beacon Press, 2001)
2Antonio Negri, Michael Hardt, Commonwealth, Belknap Press of Harvard University Press, 2011)
3Jérémie Barthas, Retour sur la notion de libertin à l'époque moderne, in Libertinage et philosophie au XVIIème siècle, Publications de l'Université de Saint Etienne, 2004
4Cf. a este respecto : Antonio Negri, L'anomalia selvaggia, saggio su potere e potenza in Spinoza, Roma, Feltrinelli, 1981 ; y, más recientemente : Filippo del Lucchese, Tumulti e indignatio. Conflitto, diritto e moltitudine in Machiavelli e Spinoza, Ghibli, Milano, 2004
5« Quantum ad politicam spectat, discrimen inter me, et Hobbesium, de quo interrogas, in hoc consistit, quod ego naturale ius semper sartum tectum conservo, quodque supremo magistratui in qualibet urbe non plus in subditos iuris, quam iuxta mensuram potestatis, qua subditum superat, competere statuo, quod in statu naturali semper locum habet. » Spinoza, Epistola L, ad Jarig Jelles, Hagae Comitis d. 2. Iunii 1674., in Spinoza, Opera, herausgegeben von Carl Gebhardt, Heidelberg, Carl Winters, 1925, Bd. IV, p. 238
6« nel mondo non é senon vulgo » Machiavelli, Il Principe, Cap. XVIII, Italia, Pisa, 1814, p. 69
7Cf. Spinoza, Etica, IV, cap. VII a IX.
8Adelino Zanini , Ubaldo Fadini, Lessico postfordista, Milano, Feltrinelli, 2001
9Spinoza, Tratado político, traducción de Atilano Domínguez, Madrid, Alianza Editorial, 1986, p. 90
10Spinoza, Tratado Teológico-político XVII, 2.
11Spinoza, Etica, III, XVIII, escolio II
12Spinoza, Etica, III, definiciones de los afectos ,XII, explicación
13Spinoza, TP, IV, 4, p. 115
14 Etica III, definiciones de los afectos, XX
15 Etica IV, Cap.XXIV
16 Sobre el concepto de « gobierno económico », cf. Michel Foucault, Sécurité, Territoire, Population, Paris, Seuil, 2004, lecciones del 25 de enero de 1978, p. 88 n. 40, y del 1 de febrero de 1978, p. 116 n. 23.
17A propósito de la institución de la « asamblea abierta » uno de los análisis más profundos y lúcidos es el de Aurelio Sainz Pezonaga en su artículo : Complejidad y hegemonía en la política de movimientos. El caso 15M, publicado en el numéro 12 de la revista (en formato electrónico) Youkali, de enero de 2012, enteramente dedicado al 15M junto a otros análisis sobre este fenómeno que comparten en buena medida la inspiración del presente texto.
18Cf. Antonio Negri, Michael Hardt, Commonwealth, Part 3 : Capital and the struggles over Common Wealth
19Spinoza, TP, XI, 1, p. 220
20cf. Étienne Balibar, « Spinoza, l'anti-Orwell », in La crainte des masses, Paris, Galilée, 1997

viernes, 16 de noviembre de 2012

14N: algo más que una huelga



La huelga del 14 de noviembre supone en la historia social reciente del Estado español y de Europa una novedad fundamental. En primer lugar, se trata de una huelga social y política, mucho más que laboral y económica, pero se trata también de una huelga, tal vez la primera en las últimas décadas, que empieza a cobrar una dimensión europea. La naturaleza de la movilización, pero también su extensión geográfica, desplazan radicalmente el marco clásico de la huelga, tradicionalmente dirigida contra las empresas capitalistas y contenidas en el territorio de los Estados, de modo que puede uno preguntarse si no estamos ya ante otro tipo de fenómeno, que sólo por no disponser de otro término, seguimos llamando "huelga".

En la última entrada de su excelente blog La revuelta de las neuronas, Jorge Moruno insiste en el carácter político de esta huelga. Se apoya en una reflexión del Roto, que integraba en una de sus últimas viñetas este diálogo: "-Vuestra huelga es política. -Sí, pero vuestra política es negocio." La huelga es política porque la política representativa de gobiernos y parlamentos de los capitalismos democráticos ha devenido en puro y simple negocio. Esto no es anecdótico, pues supone que la separación liberal fundamental entre política y economía, o política y sociedad civil propia de la dominación liberal se ha desvanecido, haciendo verdad el dictamen de Gramsci según el cual "la verdad efectiva del Estado reside en la sociedad civil". El liberalismo, hoy como en tiempos de Antonio Gramsci, es una política de Estado, una política de hegemonía de clase que instituye una divisoria entre el ámbito político de la decisión soberana y el ámbito "natural" de la economía. Pues bien, esa divisoria, simplemente ha caido. La política es economía y la economía es política. Esto hace que los viejos aparatos soberanos y representativos cambien radicalmente de función. Los aparatos disciplinarios de Estado que antes producían mediante la cárcel, la escuela, el ejército, la fábrica y otros dispositivos de encierro, sujetos normalizados, aptos para entrar en el espacio "natural" del mercado han perdido hoy su lugar central. Hoy, en esta sociedad donde el gesto que fabrica las condiciones del mercado, las mantiene y las reproduce no es un gesto del Estado sino el efecto de un mecanismo de la propia economía que asimila y a la vez genera nuestras formas de vida, el Estado ha perdido su autonomía. El Estado es una entidad privada y su derecho público es puro derecho privado. Este Estado endeudado, gestor de los intereses de sus acredores y de la deuda pública y privada del capital financiero del que es representante y agente, no puede ya ni siquiera darse la apariencia de una entidad pública que gobierna mediante la ley y con vistas al interés general. El Estado en la Europa actual es mero agente del capital financiero, cruel "cobrador de alcabala". De ahí que todo enfrentmiento contra el capital implique directamente al Estado y que sólo haya ya huelgas políticas.

El propio espacio de la empresa como lugar de la organización de la producción y gobierno del trabajo está profundamente trastocado por el hecho de que la producción no tenga hoy tiempos ni lugares precisos. Hoy la fábrica, el taller o la oficina son cada vez menos los centros principales de producción de valor. Incluso la relación jurídica salarial sólo cubre una parte ya minoritaria y menguante de las relaciones de producción efectivas. Gran parte del trabajo es hoy trabajo precario y difuso, trabajo temporal e intermitente, trabajo cognitivo y afectivo, trabajo que ya no relaciona a un trabajador con un patrón sino a toda singularidad humana con una multitud indefinida de otras singularidades que, de múltiples maneras, colaboran con él en la producción social, no sólo de las mercancías, sino de la propia sociedad. El trabajo, como tanto han recordado Antonio Negri y Michael Hardt en los últimos años, rodeados del sarcasmo de los nostálgicos de la vieja clase obrera, ocupa hoy todo el espacio de la vida, es producción biopolítica. Producción de la vida como orden político. El trabajo produce formas de vida en las que se integran producciones materiales y simbólicas o, mejor dicho producciones materiales que son siempre simbólicas y producciones simbólicas que siempre son materiales.

La "huelga" del 14N se ha producido esencialmente en ese plano biopolítico donde la distinción entre política y economía ha dejado de ser pertinente. De ahí que, para medir su éxito, sea insuficiente recurrir al consumo de energía. Este sólo mide la actividad en la industria, pero no nos dice gran cosa sobre la producción de los 6 millones de parados, de las amas y amos de casa, de los ancianos, de los trabajadores intermitentes, de los trabajadores cognitivos, de los estudiants y demás jóvenes sin futuro etc. Para muchos de ellos, la actividad no disminuye, sino que aumenta, en un día de "huelga", pues muchos de ellos se informan, discuten, viven más, construyen socialmente la huelga como acontecimiento mediante multitud de gestos en multitud de espacios. La huelga industrial del 14N fue importante, pero si el 14N fue un éxito no fue solo porque pararan las fábricas o los polígonos industriales, sino porque una ingente multitud orientó su actividad a luchar contra la reproducción del orden existente y a construir la resistencia y la respuesta a la agresión del capital. De ahí, el enorme éxito de las manifestaciones que han tenido lugar hasta en rincones del país poco acostumbrados a grandes movilizaciones como Ponferrada o Don Benito y un sinnúmero de otras localidades que el ciudadano medio de las grandes ciudades apenas sabe situar en el mapa, pero que forman parte -una parte esencial- del tejido metropolitano, de las redes de cooperación biopolíticas que hoy hegemonizan lo que queda de las otras formas de producción. La lucha -y la producción- de los mineros asturianos o la de los campesinos del SAT es hoy plenamente metropolitana gestionada y se organiza a través de redes flexibles y abiertas.

Otro elemento que trastoca el marco habitual de la huelga es que esta adquiera una dimensión europea. El 14N fue un acontecimiento centrado en la Europa del Sur, la más afectada por el pillaje de la deuda, pero ese Sur está desbordando hacia el norte. En Bélgica, donde vivo, se paralizaron los trenes y los autobuses de Valonia, hubo manifestaciones importantes en Bruselas y otras ciudades y se multiplicaron los gestos y actos de solidaridad hacia la lucha de los pueblos del Sur del continente. No se puede negar ya que, igual que la producción metropolitana desborda las actuales metrópolis implicando los espacios de lo que denomina Jónatham Moriche la "ruralidad", también supera las fronteras de los Estados, pues los mercados y la cooperación ignoran las fronteras y los trabajadores de todos los tipos colaboran en el espacio europeo ignorando sus divisiones territoriales. Por ello mismo luchan juntos contra una misma dominación de clase y unas políticas de explotación que no se limitan a ningún Estado concreto.

La lucha contra la austeridad sólo tiene sentido si es una lucha contra la deuda ilegítima, la deuda contraida por nuestros gobiernos para defender no ya el interés común sino intereses privados como los de la banca y el capital financiero. En varias ciudades los piquetes de huelga, compuestos por sindicalistas, pero en muchos casos también por jóvenes y estudiantes y otras personas integradas en el movimiento 15M, se reconvirtieron en piquetes antidesahucios y piquetes de propaganda contra los bancos y el poder de la finanza. De este modo, la huelga supera con mucho una mera suspensión de la actividad laboral y se convierte en pacífica insurrección ciudadana contra el capital financiero y sus agentes políticos. (Cuando esto no ocurre y la huelga permanece en un ámbito económico que ya no existe como tal está condenada al fracaso. Como dijo Sarkozy a los sindicatos franceses: "a mí no me importa que hagáis huelgas, porque nadie las nota".) La huelga es  huelga política porque es inseparablemente huelga económica, porque se sitúa, más allá de las ilusiones de la legitimidad y la representación, en el plano real de la dominación y de la lucha de clases. La multitud hace así de la clase obrera y de todos los demás trabajadores un proletariado en lucha contra los expropiadores y reivindica el libre acceso a los comunes que ella misma produce: salud, enseñanza, vivienda, alimentación, cultura, ocio, etc. La multitud y no la clase obrera es el sujeto proletario inasimilable por el sistema, aquél cuya hegemonía determina el éxito de las movilizaciones.

La respuesta del Estado ante la huelga ha sido la habitual. Primero intentar ignorarla en las declaraciones públicas, luego intentar machacarla mediante la intervención paramilitar de una mal llamada "fuerza pública". La policía actuó con la habitual arbitrariedad y brutalidad deteniendo e hiriendo a centenares de personas. No sirvió de nada las últimas veces, tampoco el 14N les sirvió de nada. A pesar de las intimidaciones, la huelga fue un éxito de grandes dimensiones. La violencia del poder en este caso es la violencia desesperada de un Estado que intenta mostrar que es soberano, que quiere hacernos creer que aún puede imponer el orden amenanzando incluso de muerte a los súbditos a través de ese "grupo de hombres armados" en que, según Lenin, se resume el núcleo duro del Estado a la hora de la verdad. Sin embargo, estos son meros aspavientos, mera escenificación melancólica de un poder que no existe y que, en realidad, tal vez no haya existido nunca. La violencia policial se ha vuelto ridícula y objeto más de desprecio que de miedo para la gente. Las cargas son hoy como el túnel de la bruja de las ferias, igual de patéticas. La diferencia es que la bruja del túnel es particularmente bestia y se toma demasiado en serio su papel. Hasta que se harte de ese trabajo de mierda o alguien le quite la puñetera escoba.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Halloween: dentro y contra

   Todas las culturas, incluso las aparentemente más aisladas tienen una interacción con las demás. Todo cuanto existe, incluidas las culturas humanas, existe en relación con otras realidades que constituyen su entorno y que permite o impide que persevere en su existencia. Nada existe aislado ni por sus propias fuerzas, puesto que la potencia propia de cada cosa no es absoluta, sino potencia de existir en un entorno, en un conjunto de circunstancias con un margen limitado de variaciones.  Esta relacionalidad de las cosas existentes implica que, dentro de ciertos límites, su esencia esté "contaminada" por el entorno, que la cultura española y las demás culturas del espacio ibérico o hispánico ya contaminadas entre sí, se contaminen de la cultura del capitalismo global y de sus componentes en buena medida, pero no sólo, norteamericanos.


Cuando se trata de culturas humanas, el mestizaje no sólo se explica por la influencia pasivamente recibida de una cultura más fuerte, sino por el juego de influencia-resistencia con esta y frente a ella. Los clásicos de los estudios postcoloniales nos han enseñado que no existen recepciones meramente pasivas de contenidos culturales ni de instituciones. Lo de Halloween, como otras falsas tradiciones entre las que hay que incluir la más naturalizada "Navidad" es una tradición inventada entre nosotros, como ya lo fue, por lo demás, entre los anglosajones. Es ocasión de realizar algunas funciones necesarias en todas las sociedades humanas: celebrar los muertos, hacer que los niños jueguen con el miedo suscitándoselo y limitándolo al mismo tiempo gracias al juego que lo codifica pero, sobre todo, de abrir nuevas oportunidades de consumo, nuevas oportunidades de valorización del capital.

 La cultura mestizada persevera en su existencia, como cultura española, gallega, catalana o vasca, pero lo hace como modo de la sustancia capital en el contexto de la subsunción real (esto es de la internalización por el propio capital a través de la forma mercancía de todas las funciones de reproducción de la fuerza de trabajo). La fiesta de Halloween no se ha difundido por su propio valor tradicional (por ejemplo, la fiesta mexicana de los muertos me parece mucho más potente) sino por su virtualidad mercantil: la imagen de Halloween hoy es inseparable de la forma mercancía que sobredetermina todos los valores de uso y todos los significados socialmente efectivos. Es por ello inútil y pernicioso luchar contra la implantación de Halloween desde un punto de vista nacionalista sin tener en cuenta las causas reales de esta contaminación cultural.

Contra el capitalismo de la subsunción real se lucha, como dicen los operaistas: "dentro y contra". Respecto del Capital, como respecto del Dios de Spinoza, no existe un fuera. Sin embargo,el capital realmente existente no es sustancia eterna e invariable como lo es Dios en sus infinitos atributos, sino un modo cuya relación constitutiva es posible cambiar radicalmente desde dentro, pues su única realidad son/somos las singularidades productivas que contribuyen/contribuimos a su autovalorización. Dentro de la sustancia, que no es una cosa, sino el espacio de las infinitas diferencias y de las infinitas variaciones que se dan en el orden de las cosas, son posibles todas las transformaciones que lleguen a constituir una esencia, incluso el desarrollo de una cultura radicalmente distinta de la de la del capital que haya surgido en su seno. En ese contexto, libres de la forma mercancía así como de la exigencia de autovalorización infinita del capital, una imaginación institucional libre podrá ponerse a inventar tradiciones, instituciones y ritos, como lo hacen hoy -desde hace milenios- los pocos pueblos sin Estado que aún subsisten.

domingo, 14 de octubre de 2012

El derecho penal de la crisis y sus fuentes

Panóptico



La última reforma del código penal español ha sido considerada, incluso por los medios de prensa afectos al régimen español, como la más dura desde la Transición. Efectivamente, se trata de una reforma que introduce en la legislación normas que obedecen a una doctrina penal muy alejada de la propia de las democracias liberales. Así, por ejemplo, contempla, además del endurecimiento de numerosas penas por delitos y faltas relacionados con el orden público, la prisión indefinida "revisable" y la custodia de los presos que se consideran "peligrosos". Aunque sea de manera subrepticia para respetar al menos formalmente la Constitución y los convenios de derechos humanos firmados por España que prohiben la cadena perpetua, se introducen sustitutos "suaves" de la pena de muerte que equivalen como esta a la anulación social del individuo condenado a esas penas.

La idea que domina en esta nueva normativa no es otra que el viejo principio caro a la derecha y al conjunto del partido del orden (el stalinismo también lo introdujo en su derecho penal) cuyo enunciado popular es "quien la hace la paga". Conforme a esta máxima, de lo que se trata es de que ningún crimen quede impune, pues si así fuera la sociedad en su conjunto y la víctima en particular habrían sido gravemente dañadas sin obtener reparación. La fórmula "quien la hace la paga", cara al fundador del Partido Popular, Manuel Fraga Iribarne, así como a su maestro Carl Schmitt, es una versión populista de la principal máxima jurídico-penal del nacional-socialismo cuyo enunciado latino es "nullum crimen sine poena" (no hay crimen sin castigo). Carl Schmitt, el gran jurista que pretendió acometer la imposible tarea de dar un fundamento jurídico al nazismo, afirmaba a propósito de esta máxima:"Hoy en día, todo el mundo reconoce que la máxima "no hay crimen sin castigo" adquiere prioridad respecto de la máxima "No hay castigo sin ley" como la más alta y más firme verdad jurídica" (Carl Schmitt, Der Weg des deutschen Juristen, Deutsche Juristen-Zeitung, Vol 39, 1934, p. 693). El principio frente al que se afirma la doctrina penal nacional-socialista es el viejo principio ilustrado que inspira el derecho penal liberal "nullum crimen, nulla poena, sine lege" (Ningún crimen, ninguna pena, sin ley). Este principio clásico del derecho penal somete toda actuación judicial en materia penal a la preexistencia de una norma que defina claramente el delito, sin que sea aplicable ninguna interpretación analógica por parte del juez (Analogieverbot: prohibición de la analogía). De lo que se trata es de dar garantías al acusado frente a la posible arbitrariedad del poder dentro de una lógica liberal de protección de los derechos y libertades individuales. Es, tal como lo concibe el jurista ilustrado alemán que le dio su formulación, Paul Johann Anselm von Feuerbach, una aplicación al ámbito penal del principio de legalidad que rige en general las actuaciones de un Estado de derecho.

Frente a este planteamiento liberal, el objetivo de los penalistas del nacional-socialismo era defender a la comunidad nacional y racial frente a los delincuentes considerados como agentes potenciales de disgregación e incluso de contaminación de la comunidad racial. Este planteamiento defensivo, no ya del individuo frente al poder, sino del mismo individuo y de su comunidad -considerados como víctimas potenciales del crimen- frente a una amenaza existencial, hace necesario un cambio radical de planteamiento. Se trata ahora de "proteger a la comunidad popular -Volksgemeinschaft- frente a los criminales" (C. Schmitt, op.cit, p.693).  La seguridad de la comunidad y la protección de una población de posibles víctimas requiere una actuación no sólo punitiva, sino preventiva, exige por ello mismo que no sólo se castigue el delito claramente definido, sino todos los actos que guarden con él una relación de analogía. Por ejemplo, no sólo se castigará el hurto y la complicidad con el hurto, sino cualquier tipo de justificación del hurto. Esto abre ante el juez una casi indefinida libertad de interpretación que hace de él abiertamente un instrumento político del régimen.

La lógica que domina la reforma del código penal español reintroduce esta temática de la "defensa de la sociedad" -considerada como conjunto de posibles víctimas- como principal tema inspirador del derecho penal, frente a otras consideraciones, como el primado de la legalidad, la proporcionalidad de la pena o la reeducación y reintegración en la sociedad del delincuente. Cuando la figura que pasa al primer plano es la de la víctima, por mucho que ya no se hable de una comunidad racial que haya de protegerse, la justicia abandona en buena medida el principio jurídico de legalidad en favor del principio policial de seguridad. De lo que se trata es de tener en cuenta prioritariamente a la víctima y al criminal en su especificidad, valorando por encima del enunciado de la norma, la vulnerabilidad de la víctima y la peligrosidad del criminal. Así, se aumentan las penas para aquellos delitos cuyas víctimas son mujeres, niños o ancianos, y se prolonga incluso de manera indefinida la pena de los reos que se consideran más peligrosos dando así un tratamiento particular a los reos de delitos de terrorismo o de delitos sexuales. Aunque todas estas reformas legales parezcan tener un titnte "progresista" pues algunas van encaminadas a proteger a las mujeres contra la violencia machista o a castigar los abusos sexuales contra mujeres y niños, cabe recordar que la legislación punitiva en materia sexual se ha convertido, como recuerda la jurista Marcela Iacub en un auténtico laboratorio de la excepción en materia penal. Otro laboratorio semejante es la legislación en materia de terrorismo. Hoy, los resultados de ambos confluyen en una liquidación sin precedentes de las garantías penales.

Enfrentado como está a importantes manifestaciones populares en protesta por la austeridad y la liquidación de derechos sociales, el gobierno español actual y su mayoría parlamentaria pretenden introducir en el Código Penal reformado supuestos de tan enorme amplitud que imponen al juez el uso de la analogía y lo liberan prácticamente del principio rígido de legalidad. Así "“La distribución o difusión pública, a través de cualquier medio, de mensajes o consignas que inciten a la comisión de alguno de los delitos de alteración del orden público del artículo 558 CP, o que sirvan para reforzar la decisión de llevarlos a cabo, será castigado (sic) con una pena de multa de tres a doce meses o prisión de tres meses a un año.” (nuevo artículo 559). Aparte de la enorme vaguedad del propio concepto de "orden público", la "incitación" o el "refuerzo" de la decisión de atentar contra él son conceptos tan imprecisos que sólo pueden aplicarse según el "buen criterio" del juez, informado por el criterio previo del policía que ha valorado la "peligrosidad" de los individuos que incurren en estas prácticas a la hora de denunciar los actos.

Lo peligroso de este nuevo Código Penal no es sólo su "dureza" -aunque encerrar a alguien hasta un año en la cárcel por haber apoyado una manifestación parece a todas luces excesivo- sino su imprecisión. De lo que se trata, efectivamente, no es de castigar un acto ilegal previamente definido con precisión, sino, como ya ocurría en los derechos penales totalitarios, prevenir la comisión de delitos haciendo planear una amenaza general sobre todo un sector de la población que se considera "peligroso". No se castiga, pues lo que uno hace, sino lo que uno "es". Cuando la lógica de la "peligrosidad" prevalece sobre la legalidad, el Estado de derecho que se pretende defender se convierte cada vez más en un Estado policial.


miércoles, 3 de octubre de 2012

La multitud y la masa. (Respuesta al artículo de José María Lassalle "Antipolítica y multitud")

Carl Schmitt con sus compañeros de clase en 1904



Una de las acusaciones difamatorias que se virtieron desde el primer momento contra el 25S afirmaba el carácter golpista de esta iniciativa de protesta, sosteniendo incluso sin prueba alguna que grupos nazis estaban detrás del proyecto de cercar el Congreso el 25 de septiembre de 2012. Bien extraño es este "golpismo" consistente en reivindicar la soberanía popular y la democracia secuestradas por los poderes financieros y sus cómplices del gobierno y del parlamento. La disparatada asociación de golpismo y nazismo con las reivindicaciones y prácticas rigurosamente democráticas que se vienen abriendo camino en nuestra calles y plazas desde el 15 de mayo de 2011 y se han repetido en multitud de movilizaciones sociales contra la política brutal de empobrecimiento y regresión social de los últimos gobiernos, alcanza, sin embargo, su culmen en un artículo del Secretario de Estado de Cultura del gobierno del PP publicado el 1 de octubre en el País bajo el título "Antipolítica y Multitud". Si la Delegada del Gobierno en Madrid, Sra Cifuentes ya había sostenido en reiteradas ocasiones que la reivindicación de una democracia real donde los ciudadanos pudieran expresarse y participar activamente en la toma de decisiones era "golpista", pues vulneraba el orden constitucional hoy existente, el Sr. José María Lassalle da un paso más y afirma rotundamente que: "El malestar colectivo que se llevó por delante las democracias liberales en el periodo de entreguerras vuelve a escena. Es cierto que no adopta las maneras totalitarias ni exhibe el matonismo pistolero y la marcialidad de aquellos años, pero no cabe duda de que actualiza en clave postmoderna la lógica y los mitos que movilizaron a las masas con el fin de derribar la arquitectura institucional sobre la que se sustenta nuestra civilización democrática."

Tremendas afirmaciones son estas. Sobre todo cuando se formulan pocos días después de que un grupo armado y uniformado con una conducta particularmente violenta tomara los alrededores del Congreso de los diputados y atacara indiscriminadamente a numerosos manifestantes pacíficos que deseaban rescatar una democracia secuestrada por el capital financiero. Esas escenas en que ciudadanos indefensos eran golpeados brutalmente y humillados por personas de uniforme recuerdan efectivamente los años 30, pero con la diferencia de que los uniformados eran en este caso los defensores de la susodicha "arquitectura institucional" y los golpeados, los ciudadanos de esta supuesta "civilización democrática". Con un enorme talento para la inversión de las situaciones, el Secretario de Estado atribuye la violencia y el desorden a la ciudadanía pacífica que intentaba manifestarse con tranquilidad y no a sus auténticos responsables. Poco importa que las pruebas documentales hayan mostrado una y otra vez el carácter desproporcionado e intimidatorio de la actuación policial e incluso las numerosas provocaciones de los policías infiltrados destinadas a justificar las cargas contra los auténticos manifestantes. El problema es que el Sr. Lassalle no parece ser consciente de que la brutalidad de la represión del día 25 de septiembre -como la de tantos otros días- tiene directamente que ver con el hecho de que los cuerpos represivos del franquismo jamás fueran purgados y, en general de que los principales aparatos políticos, militares y judiciales del régimen del 18 de julio permanecieran incólumes. Su propio partido, el Partido Popular, hoy en el gobierno, nunca aceptó condenar el golpe de Estado, la represión sangrienta y la larga dictadura del general Franco, como tampoco lo ha hecho nunca el actual Jefe del Estado y sucesor de Franco "a título de rey". Muy imprudente es asimismo la referencia al jurista alemán Carl Schmitt y la comparación del pensamiento de este grandísimo y reaccionarísimo jurista con las ideas que inspiran a los movimientos del 15M o el 25S. Es curioso que quien se permite ahora afirmar que las multitudes del 15M o del 25S son "schmittianas" y por ende seminazis sea precisamente un representante de este régimen que, en una fase anterior, sí se valió de Carl Schmitt como ideólogo y apologeta. En esta bitácora hemos recordado cómo uno de los más destacados intelectuales de este régimen, Don Manuel Fraga Iribarne, fundador y presidente de honor del PP, acogiera el 21 de marzo de 1962 en el Instituto de Estudios Políticos, con todos los honores, al jurista alemán compañero de viaje del nazismo.



No sólo hay en el artículo del Sr. Lassalle una característica proyección de la culpa en el otro, sino que el Secretario de Estado nos hace en él una auténtica exhibición de su ignorancia del pensamiento de Carl Schmitt, un pensamiento ciertamente reaccionario, pero a la vez radical y profundo. Afirma así el Secretario de Estado en su artículo que "se despliega ante la opinión pública de forma abrupta una animadversión antilegal y antiparlamentaria que reproduce casi milimétricamente las críticas que Carl Schmitt dirigía en los años 20 y 30 del siglo XX hacia el Estado de derecho, la primacía de la Ley, la Constitución de Weimar y los políticos que la defendían." Esto es no saber que, en los años 20 e incluso en los 30, como recuerda Sandrine Baume en Carl Schmitt, penseur de l'Etat (CS pensador del Estado) (Paris, Sciences Po, 2008) Carl Schmitt era un firme defensor del Estado de derecho weimariano al que sólo reprochaba su debilidad. Antes de aliarse con los nazis, hasta el último momento, Schmitt defendió las posiciones de la derecha weimariana y en concreto abogó por que el presidente de la República, apoyándose en la constitución, proclamase el Estado de excepción y prohibiera simultáneamente los partidos comunista y nazi. Para Schmitt, el presidente, en su calidad de Jefe del Estado debía comportarse como defensor de la constitución. No hay así en Carl Schmitt la más mínima "animadversión antilegal", aunque sí que hay una crítica a un parlamento que considera débil por su carácter demasiado pluralista. El orden legal requiere según Schmitt determinadas condiciones para poder aplicarse a la realidad y es competencia del soberano sentarlas o restablecerlas cuando estas no se dan.

No hay, pues, ninguna apelación  a las masas, ni mucho menos a la multitud, en Schmitt, pues para él la multitud es siempre una amenaza para el Estado. Tan sólo defendió Schmitt la primacía del movimiento de masas en su período de mayor cercanía al nacional-socialismo, posterior a la llegada de los nazis al poder. En su escrito Staat, Bewegung, Volk, die Dreigliederung der politischen Einheit (Estado, movimiento, pueblo, la triple articulación de la unidad política-en adelante SBV) de 1933 da efectivamente un lugar importante al movimiento de masas, pero se trata de un movimiento sometido a un líder y que se sirve de los aparatos de Estado para garantizar la paz y la despolitización del pueblo. El movimiento, el partido nacional-socialista, no es pues en nada comparable a la irrupción en la escena política de una multitud internamente diversa, sino, por el contrario, una forma absolutista más de su desaparición, de su transformación en una masa homogeneizada y sometida a un dirigente. A diferencia del Sr. Lassalle, dejemos la palabra a Carl Schmitt: "Cada uno de los tres términos Estado, Movimiento, Pueblo puede utilizarse para significar la totalidad de la unidad política. Sin embargo, cada uno de ellos denota también al mismo tiempo un lado y un elemento específico de este todo. Así, podemos considerar al Estado en sentido estricto como la parte políticamente estática, al movimiento como el elemento políticamente dinámico y al pueblo como el lado no político (unpolitische) que crece bajo la protección y a la sombra de las decisiones políticas."(SBV, p11, traducción del autor)  De este modo, el nuevo soberano nacional-socialista no tiene en lo esencial una función distinta de la del soberano clásico, pues como él es el encargado de restablecer las condiciones de normalidad que hacen posible a la vez la eficacia de las leyes y del ordenamiento estatal y la autoorganización corporativa del pueblo en lo económico. Tanto para el nacionalsocialismo como para el liberalismo clásico de Benjamin Constant, la función del ordenamiento político es fundamentalmente la de excluir a la mayoría de la población de la actividad política dejándole abierto un espacio no político (unpolitisch) y ajeno a la verdadera decisión pública en la vida económica y en lo privado.

Carl Schmitt reivindica su pertenencia a una tradición política de la soberanía, cuyos pioneros modernos son Bodin y Hobbes. Conforme a esta tradición, el soberano tiene en exclusiva el poder de hacer y deshacer las leyes, concentra, en otros términos, el poder legislativo en sus manos. El derecho tiene una fuente única que es el soberano y este puede incluso -o sobre todo- decidir cuándo sus propias leyes lo obligan ante sus ciudadanos al modo de promesas hechas a estos. Afirmará Schmitt  en la Teología Política (Madrid, Trotta, 2009, p. 15) que:

"Hablando en términos generales, afirma Bodino que el príncipe sólo está obligado ante el pueblo y los estamentos cuando el interés del pueblo exige el cumplimento de la promesa, pero no está obligado "si la nécessité est urgente" (si la necesidad es urgente) [...] Lo que es decisivo en la construcción de Bodino es haber reducido el análisis de las relaciones entre el príncipe y los estamentos a un simple dilema, referido al caso de necesidad. Eso es lo verdaderamente impresionante de su definición, que concibe la soberanía como unidad indivisible y zanja  definitivamente el problema del poder dentro del Estado. El mérito científico de Bodino, el fundamento de su éxito, se debe a haber insertado en la soberanía la decisión".

 Unidad e indivisibilidad del soberano y la decisión como facultad fundamental de este son rigurosamente indisociables. Toda forma de derecho procedente de otra fuente que no sea la decisión del soberano, ya es trate incluso de un derecho natural o divino sólo tiene vigor para Bodin, Hobbes o Schmitt en la medida estricta en que el soberano la sanciona mediante su decisión. Nadie hay pues más opuesto a una multiplicidad de instancias legislativas que Carl Schmitt, nadie más contrario a esa auténtica pesadilla para el pensamiento político de la soberanía que es una multitud legisladora, una asamblea abierta. Prosigue así Lassalle: "Más de 30 años después de recuperarlas, las instituciones democráticas se ven discutidas por una tempestad antipolítica que ensalza las multitudes y reclama el derecho a que sean éstas quienes decidan por dónde debe orientarse el interés general, ya sea del conjunto o de partes significativas de la sociedad española." Que no le quepa la menor duda al Sr. Secretario de Estado: el profesor Schmitt estaría en este caso del lado de estas "instituciones democráticas" en cuanto estas poseen el monopolio de la capacidad legislativa y no dudaría en apoyar al ministro del interior y a la Sra Cifuentes en su decisión de reprimir la disidencia social mediante la fuerza, incluso a costa de una interpretación de las leyes ampliamente decisionista y basada en el recurso a la excepción soberana como la que ha inspirado a todas luces la actuación represiva del 25.

Lo que ocurre es que, para Carl Schmitt, como para Bodin, Hobbes o el Sr. Lassalle, la soberanía se basa en la exclusión de la multitud, esto es de los individuos reales, del ámbito de la decisión pública. La multitud sólo tiene cabida en la vida pública en tanto que representada por el soberano, unificada por él como pueblo. El pueblo no es una realidad espontánea ni natural, sino el resultado de la abolición de la multitud en la representación, es decir de la sustitución de los individuos reales por las instancias de representación, individuales y colectivas que configuran al soberano. Se presume en este esquema que, una vez representados, los ciudadanos deben acatar lo que decidan sus representantes, pues al haberles otorgado su representación, han renunciado a actuar por sí mismos y aceptado hacerlo exclusivamente a través de aquellos.  Este tipo de funcionamiento  no es sólo el del Estado absolutista, sino el de las democracias liberales modernas que, desde el punto de vista institucional son herederas de la lógica representativa del absolutismo de Bodin y Hobbes. Por ello mismo, un "demócrata" como el Sr. Lassalle sólo puede ver con terror la calle "convertida en una asamblea", pues todo intento por parte de los ciudadanos de recuperar su vida política secuestrada por las instituciones representativas es necesariamente subversivo. Tanto mayor ha de ser el terror del Sr. Lassalle y de los demás partidarios del régimen actual ante una multitud informada y cada vez más politizada cuanto menos verosímil se hace a los ojos de todos la ficción de que los poderes del Estado se rigen por el interés general. En un país donde la política de los dos últimos gobiernos en favor del capital financiero ha conducido a récords de desempleo y a una liquidación acelerada de los derechos sociales y, en general, a una descomunal transferencia de riqueza de la mayoría de la población a la minoría más rica, cualquier referencia del poder al interés general suena a sarcasmo.

Por otra parte, la asimilación de multitud a masa que hace el Secretario de Estado es también sumamente desacertada. La multitud es siempre pluralidad libre, multiplicidad, variedad, mientras que la masa, la de los desfiles nazis o de los cuerpos armados militares o policiales en formación es siempre un grupo de individuos homogéneos, sometidos a un amo o a un jefe. De la multitud, con sus distintos pareceres, surge según nos refieren Maquiavelo y Spinoza, el mejor antídoto contra la irracionalidad de los gobernantes, pues es mucho más difícil que una gran asamblea decida algo absurdo que que un único gobernante lo haga. De ahí también que los actos de barbarie perpetrados por las masas se caractericen no tanto por la libertad de sus ejecutantes, como por su obediencia a un mando único. La conducta de las UIP en Madrid el 25 de septiembre responde al modelo de la masa, la pacífica y moderadísima respuesta de la multitud a las incalificables agresiones del poder a través de sus fuerzas represivas, responde al de la asamblea plural.

Digamos para concluir que lo que no ha comprendido el Sr. Lassalle es que la presencia de las multitudes en las calles no es un fin en sí, sino el principio de un proceso constituyente, un proceso que persigue una nueva institucionalidad política democrática que no prive al ciudadano de la participación política y haga imposible la supeditación de los representantes a fuerzas sociales ajenas y hostiles al interés de la mayoría. Cuando el pueblo no puede ya obedecer al soberano sin sufrir graves perjuicios, rompe el pacto político de sujeción y vuelve a ser multitud. Surge en los indivuduos que componen la multitud, en primer lugar la indignación por el mal que el poder hace a sus semejantes y a ellos mismos, en segundo lugar la desobediencia y la insurrección, produciéndose por último a consecuencia de estas últimas, la caida del régimen, pues todo poder se basa exclusivamente en la obediencia de la multitud y no en una virtud propia de los gobernantes. Un régimen que no genera obediencia, sencillamente ha dejado de existir. Aquí, lo que se habrá producido no es, como pretenden el Sr. lassalle o la Sra. Cifuentes, un golpe de Estado, que es siempre un acto interno al propio Estado, al poder constituido, sino la irrupción, siempre exterior al poder constituido, del poder constituyente, de la potencia de creación institucional de la multitud, el renacer de una democracia.