sábado, 17 de agosto de 2013

Gibraltar y los fantasmas del Castillo de naipes




Se debe al gran surrealista belga Marcel Mariën una recopilación de cuentos titulada "Los fantasmas del castillo de naipes". Este título resume hoy en buena medida la actualidad política española. En primer lugar, nos permite ver que el imponente régimen del 18 de julio transmutado en "joven democracia antiterrorista" es hoy un sistema carente de la más mínima legitimidad y sumamente frágil. Se atribuye al dictador griego de los años 30 Metaxas una desilusionada definición de su régimen: "mi régimen es un castillo de naipes que se hundiría con solo un soplido, pero no hay nadie que sople". El castillo de naipes español, como todo castillo que se precie, está poblado de fantasmas. Estos  -con el espanto o la ilusión que crean- consiguen que nadie se atreva a soplar. 

Lo real sostiene el fantasma, el fantasma protege lo real" (Lacan, Los cuatro conceptos...). Lo tolerable oculta lo más intolerable y nos permite vivir con lo que de otro modo no soportaríamos. La figuración verbal de una escena nos permite tener acceso a lo real y a la vez delimitar, enmarcar lo real. "El fantasma lo definiremos, si ustedes quieren, como lo imaginario que se encuentra enmarcado en un determinado uso del significante [una escena] en la que además el sujeto se pone a sí mismo en juego" (Lacan, Las formaciones del inconsciente). En la España actual, las construcciones fantasmáticas, las escenas se superponen: cada una de ellas oculta y a la vez expresa un trauma. El fantasma nos permite relacionarnos con lo real de una historia insoportable, al tiempo que lo evitamos. Gibraltar oculta la corrupción, que oculta el saqueo de la troika, que oculta la rapiña de la oligarquía española, que apenas logra ocultar las cunetas rebosantes de muertos en que se asienta el conjunto del sistema.
Demos la vuelta a esta construcción: remitámonos como centro de perspectiva al macabro fundamento de las cunetas para entender las distintas expresiones que a la vez manifiestan y encubren el horror de ser gobernados por un régimen de ladrones y asesinos en masa. Veremos así que Gibraltar es el significante de una pérdida: la pérdida "de" la nación española, en el doble sentido objetivo y subjetivo del genitivo al que remite la preposición "de". En la farsa de Gibraltar, la "nación" española pierde una parte de su territorio, pero a la vez se muestra a sí misma como definitivamente perdida, como una nación sin soberanía, sin entidad. En el fantasma "hemos perdido Gibraltar" se pierde tanto el objeto como el propio sujeto de la pérdida. La corrupción es, por su parte, la pérdida de una supuesta "democracia", pues indica a las claras que el soberano al que obedece el gobernante -el que llena los sobres- no es el pueblo, sino el poder financiero. El saqueo neoliberal de la troika ocultado por la corrupción es la pérdida de toda soberanía económica. Esta pérdida de soberanía se reafirma en la rapiña protagonizada por la oligarquía española y sus metástasis autonómicas. La rapiña nacional, europea o globalizada que el significante "Gibraltar" indica y elude se funda, por último, en la pérdida realísima que se lee en la vasta geografía de las cunetas. En los campos de la muerte de Franco y de Yagüe. La muerte en masa que sirve de cimiento al régimen español se presenta trastocada en fórmulas casi amables, en escenas de robo y corrupción o de nostalgia patriótica que presentan al régimen de los Hunos fundado por el Generalísimo como un Estado de derecho con algunas imperfecciones.

Es hora ya de atravesar el fantasma, por mucho que ello suponga mirar cara a cara ciertos horrores. Desde esa posición, bastará un soplido para que el régimen caiga. Mientras tanto, los fantasmas, que son nuestros fantasmas, seguirán protegiendo el castillo.

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