miércoles, 12 de mayo de 2010

El mercado o la "República de los demonios" (Algunas reflexiones sobre la crisis actual a partir de una hipótesis de Kant)




Quaerebam unde malum et non erat exitus ("Buscaba el origen del mal y no encontraba solución") San Agustín, Confessiones, 7,7.11)

El problema de la relación entre política y moral se plantea de dos maneras en el pensamiento de Kant. Antes de la revolución francesa, en la Idea de una historia universal desde una perspectiva cosmopolita (1785) la solución del problema político, esto es la búsqueda de un ordenamiento político acorde con la dignidad humana y la libertad individual, se cifraba en alcanzar una sociedad regida por el derecho en la que se respetasen los derechos de los individuos y estos pudieran ser los legisladores de las normas que se les aplican. Para obtener este resultado era necesario, según Kant, que las semillas de moralidad que la naturaleza ha puesto en el hombre se desarrollasen progresivamente. Ahora bien, este desarrollo, en un ser hecho de una "madera curva" como es el hombre, no puede ser directo ni rápido. Las pasiones humanas, la violencia, la competitividad, la propia guerra, serán los impulsores de este progreso, pues gracias a ellos el ser humano comprenderá la necesidad de alcanzar mediante el contrato social el estado jurídico como mejor modo para preservar la libertad de cada uno. Así, el avance hacia la libertad a través del derecho es un proceso lento e imprevisible como las grandes revoluciones de los sistemas planetarios.

La perspectiva de Kant se modifica, radicalmente con la revolución francesa, en la cual ve cómo la política ha permitido acelerar de modo antes inimaginable el proceso de instauración del orden jurídico, sin recurrir necesariamente a un desarrollo de la moralidad en el hombre. La política se presenta para Kant como un espacio con su propia autonomía, basado en el interés bien entendido de los individuos. A fin de ilustrar la hipótesis de una política pura, dotada de su propia racionalidad independiente de la moral, Kant formulará la hipótesis de una sociedad de demonios organizada por el derecho: "«El problema del establecimiento del Estado tiene solución, incluso para un pueblo de demonios, por muy fuerte que suene (siempre que tengan entendimiento), y el problema se formula así: «ordenar una muchedumbre de seres racionales que, para su conservación, exigen conjuntamente leyes universales, aun cuando cada uno tienda en su interior a eludir la ley, y establecer su constitución de modo tal que, aunque sus sentimientos particulares sean opuestos, los contengan mutuamente de manera que el resultado de su conducta pública sea el mismo que si no tuvieran tales malas inclinaciones». Un problema así debe tener solución. Pues no se trata del perfeccionamiento moral del hombre sino del mecanismo de la naturaleza; el problema consiste en saber cómo puede utilizarse este mecanismo en el hombre para ordenar la oposición de sus instintos no pacíficos dentro de un pueblo de tal manera que se obliguen mutuamente a someterse a leyes coactivas, generando así la situación de paz en la que las leyes tienen vigor.» (Immanuel Kant, La Paz Perpetua, Suplemento primero).

De lo que se trata, por consiguiente en la hipótesis de Kant es de que personajes absolutamente amorales e insolidarios lleguen a constituir un orden de derecho teniendo en cuenta simplemente su propio interés. Aquí Kant no puede no estar pensando en las formulaciones paralelas del mismo problema que se encuentran en Adam Smith. Para Smith, como se sabe, el problema de la sociedad consiste en que, si bien existe por momentos simpatía de unos individuos hacia otros, esta no llega a compensar el egoismo que es permanente. La sociedad tiene, pues que fundarse sobre el egoismo y no sobre la solidaridad y la virtud moral y cívica. Como afirma Smith en la Teoría de los sentimientos morales, la sociedad La sociedad "puede subsistir entre los hombres, tal como subsiste entre los mercaderes, por el sentimiento de su utilidad, sin ningún vínculo afectivo: aunque ningún hombre estimase a otro por los deberes y lazos de la gratitud, la sociedad puede seguir manteniéndose mediante el intercambio interesado de servicios mutuos a los que se ha asignado un valor convenido." La solución de Smith se basa en el juego recíproco de los egoismos que termina produciendo resultados acordes al intereses general. La república de los demonios de Kant se basa en principios semejantes, con la diferencia de que los demonios convienen, no en una transacción comercial, sino en una constitución política. Pero esto no constituye una enorme diferencia, pues la constitución política de los demonios sólo podrá ser aquella que dé libre curso a sus egoismos, esto es la que permita que el mercado se autorregule libremente sin interferencias del poder político que no estén destinadas a restablecer el correcto funcionamiento del propio mercado según leyes de protección de la propiedad y de la competencia.

La república de los demonios de Kant tiene la particularidad de ser formalmente indistinguible de una república que tuviera por principio la virtud. La virtud cívica y la máxima depravación, cuando se integran en el juego de los mecanismos de mercado dan resultados semejantes. La radicalidad de Kant le conduce a tener que reconocer este hecho. En ello coincide con el principio básico de la teoría política liberal que se ha presentado como la teoría política del "mal menor" (Cf. Jean-Claude Michéa, L'empire du moindre mal). Para el liberalismo, el buen gobierno no es el que propugna un bien o una felicidad imposibles y erradica el mal, sino el que fomentando determinados equilibrios entre males parciales evita los males mayores que son la miseria y el despotismo. El instrumento privilegiado de esa búsqueda del mal menor será el mercado. Al abrir y reproducir constantemente el espacio del mercado, el Estado liberal permite a los canallas dar libre curso a sus pretensiones, a condición de que lo hagan en condiciones formalmemente iguales a las de los demás canallas. En último término, esta lógica obliga a las personas decentes a comportarse como canallas y permite estos actuar con toda la libertad posible.

La teoría del mal menor no es patrimonio exclusivo de los clásicos del liberalismo a los que se refiere Michéa, pues es también una inspiración fundamental de los neoliberales. Esta teoría llega en efecto a una cima de cinismo en la obra del premio Nobel de economía Gary Becker, quien sostiene que el delito debe considerarse como una actividad económica normal, con sus riesgos propios y sus ventajas y desventajas sociales. Según afirma Becker en su artículo de 1968 Crime and Punishment: an economic approach (Crimen y castigo: un planteamiento económico): "Se puede considerar que una multa es el precio de un delito, pero también puede considerarse así cualquier otra forma de castigo; por ejemplo, el precio de robar un coche pueden ser seis meses de cárcel. La única diferencia son las unidades de medida: las multas son precios medidos en unidades monetarias, las penas de prisión son precios medidos en unidades de tiempo. A fin de cuentas aquí son preferibles las unidades monetarias, pues se les suele dar preferencia a efectos de cálculo y contabilidad." A este respecto, Roberto Saviano nos ha informado con precisión en su documentado libro Gomorra de cómo la mafia es un elemento fundamental en la agilización de los mecanismos de mercado y una útil palanca de la mundialización capitalista.

En la actualidad nos econtramos con otro fenómeno, derivado de esta misma lógica, que ilustra el funcionamiento del orden constitucional de la república de los demonios. Se trata de un tipo de títulos financieros cuyos efectos la mayoría de los griegos y de los españoles y portugueses empiezan a sentir de manera brutal, los CDS (del inglés Credit Default Swaps traducido por "permutas de incumplimiento crediticio"). Estos títulos financieros son el equivalente de una apuesta sobre la quiebra de un deudor. Su valor depende, por lo tanto, de las posibilidades de suspensión de pagos del deudor. El interés de quien los detenta consiste en que la suspensión de pagos se produzca. Son, como han dicho destacados economistas, el equivalente a una póliza de incendio sobre la casa del vecino, en la que el titular cobraría una indemnización de producirse el percance. Estas pólizas, de momento están prohibidas en el ámbito del seguro por las criminales tentaciones que podrían suscitar, pero no lo están en el de la finanza y aún menos en el de la finanza internacional donde se juega con los títulos de deuda pública de los países y se apuesta a la quiebra de las finanzas públicas.

Conforme a las teorías de Gary Becker, este tipo de títulos debe considerarse como otro cualquiera, del mismo modo que el atraco, el asesinato o el secuestro deben verse como actividades económicas equiparables a las demás. Esto nos muestra, sin embargo, los límites de un sistema, como el liberal que pone teóricamente en pie de igualdad a los demonios y a los santos, suponiendo que el equilibrio de los egoismos produciría un mal menor. En realidad lo que ocurre es que de la mera suma de egoismos no surge nada común que no sean las leyes mismas que rigen el infierno. El mal menor se convierte así en un mal ilimitado. Si se aspira a una sociedad solidaria, lo común no podrá obtenerse nunca como resultado de mecanismos de mercado o de formas de representación política articuladas con el mercado, sino establecerse como presupuesto. Lo común es el fundamento último de toda sociedad. Una sociedad basaba en la propiedad, esto es en la expropiación de lo común -poco importa que la propiedad sea privada o pública: los socialismos históricos han conducido a una forma caricatural de lo mismo- sólo puede constituirse como una república de los demonios. No se trata aquí de una crítica moral, sino de una crítica dirigida a la constitución material del Estado capitalista. Si aquí hablamos de demonios es por acompañar a Kant en su útil metáfora del orden de mercado y no porque creamos en Dios ni en los demonios. Los demonios realmente existentes no son sino los tiburones de la finanza y del capital y su infierno, nuestro infierno, se llama mercado.

lunes, 10 de mayo de 2010

Grecia 2: la corrupción


(Grecia encadenada al FMI y lobotomizada por él: "Hemos decidido que nos mandéis")


Capitals are increased by parsimony, and diminished by prodigality and misconduct

(Los capitales aumentan merced a la parsimonia y disminuyen como efecto de la prodigalidad y la conducta licenciosa”. Adam Smith, The Wealth of Nations)



Según nos informa la prensa occidental, sobre todo la alemana, la corrupción es una de las características fundamentales del Estado griego. En todas las esferas de la vida pública, el interés privado prevalecería sobre el interés general y proliferarían por doquier las prácticas nepotistas. La población viviría así sumida en la más absoluta carencia de virtud cívica: serían perezosos, mentirosos y ladrones. El ataque de los mercados financieros contra Grecia estaría así plenamente justificado por las debilidades estructurales de un sistema corrompido y no se justificaría en modo alguno que los laboriosos alemanes socorrieran a los holgazanes helenos. Este discurso, de evidentes connotaciones racistas recuerda la retórica orientalista ampliamente utilizada por el colonialismo israelí en Palestina, pero anteriormente también por el francés en Argelia o el británico en Egipto o Iraq. Se trata en todos estos casos de demostrar la incapacidad de todos estos pueblos para gobernarse a sí mismos. Los pueblos árabes, al igual que los balcánicos, los turcos o los griegos necesitarían una tutela exterior o un régimen dictatorial interno (o una combinación de ambos) para poder aprovechar las conquistas de la modernidad: comercio, industria, democracia etc. La Sociedad de Naciones así lo reconoció en el caso de los países del Machrek que se desgajaron del imperio otomano: no estaban maduros para constituir un Estado moderno y necesitaban largos períodos de protectorado occidental para llegar algún día a la mayoría de edad. Palestina sigue hoy esperando a que los occidentales le reconozcan esa mayoría de edad: los más ilusos o deshonestos confían para ello en la dura pedagogía del infinito "proceso de paz" impuesto por los Estados Unidos e Israel.

Grecia, como los Balcanes ortodoxos y musulmanes, ha estado desde su independencia frecuentemente sometida a regímenes autoritarios y dictatoriales que defendían los intereses de la oligarquía interior y los de las potencias anglosajonas. Sabido es que, cuando el pueblo griego liberó el país de los nazis, tras una heróica y victoriosa resistencia cuya arma fundamental fue la lucha guerrillera dirigida por los comunistas (EAM), tuvo que enfrentarse de inmediato a una "segunda ocupación", la de las tropas británicas que apoyaron al ejército monárquico. Esto condujo al país a una larga guerra civil y a un largo período de inestabilidad, exilio y humillación del bando vencido y, por último, en los años 60, a una dictadura militar abierta (la dictadura de los coroneles) impuesta tras un golpe de Estado planeado por la OTAN. Grecia pagó su supuesta incapacidad para gobernarse, pero, sobre todo, su probada capacidad de liberarse por sí misma de la ocupación nazi. La contradicción entre la dignidad, a veces teñida de nacionalismo, de las clases populares y la brutalidad del Estado, que funcionó siempre recurriendo al clientelismo y a la represión -en diversas combinaciones de ambos elementos- para defender intereses oligárquicos e imperiales es un dato fundamental de la realidad griega actual. Grecia, aún estando en Europa, tiene algunas características de un Estado de la periferia semidependiente. Esto explica, entre otras cosas, el caudal de simpatía que existe en Grecia hacia la causa árabe y en concreto palestina.

En la prensa de la Europa occidental y, de manera paradigmática en la prensa populista alemana cuyo emblema es Bild, suele apelarse a la "corrupción" existente en Grecia para justificar la terapia de choque impuesta a los trabajadores griegos. En efecto, en Grecia "el deporte nacional es el fraude fiscal" y los servicios públicos se agilizan a menudo gracias al "fakelaki" (el sobrecito con dinero que se entrega a los funcionarios y a los médicos para ser atendido en plazos y condiciones razonables), siendo rasgos propios del país la mentira y el robo de recursos públicos. Lo peor es que, en la propia Grecia, hay quien cree que esto es un problema nacional. Es olvidar que, si hay indudablemente corrupción en Grecia, este país no tiene nada de excepcional. Si por corrupción en la vida pública entendemos el que la actuación del Estado se rija, no por el interés general, sino por intereses privados, la corrupción es una característica general de los países capitalistas y es tanto mayor cuanto más ha hecho mella en estos países el modelo neoliberal. La "gobernanza", concepto clave del neoliberalismo hoy dominante, no es en efecto otra cosa que la sustitución de la democracia por modos "más flexibles" y "ágiles" de toma de decisiones, basados en la participación directa de los "intereses económicos" en la legislación que los afecta. Vemos los resultados de la gobernanza en el derrame de petróleo del Golfo de México que resulta directamente de la influencia directa de la reducción de las medidas de seguridad de las plataformas impuesta por British Petroleum al gobierno federal norteamericano en tiempos de Bush, o la penetración progresiva de los organismos modificados genéticamente en la agricultura de la UE con la connivencia de la Comisión europea, inspirada por la patronal europea UNICE y más directamente por Monsanto, o en la propuesta del grupo de sabios encargados de estudiar el futuro de Europa de que se desarrolle aún más la energía nuclear y se prolongue la vida laboral de los europeos recortando al mismo tiempo sus pensiones...Cuando la productividad del trabajo se ha multiplicado por cuatro en los últimos treinta años, no puede decirse que el problema de las pensiones dependa de la relativamente pequeña disminución de población activa que se prevé. La denominada crisis de las pensiones es el resultado del acaparamiento de los beneficios del aumento de productividad por parte del capital. Cuando unos cuantos ciudadanos cobran mordidas y comisiones, se habla de corrupción, cuando el gobierno entero tanto a nivel nacional como europeo está al servicio de los intereses privados, a esa corrupción mayúscula se le llama buena gestión. Ocurre con la corrupción como con el terrorismo: cuando los crímenes los perpetra el propio Estado se transmutan milagrosamente en actos virtuosos.

Lo que está ocurriendo en Grecia no es, sin embargo, ninguna novedad. Desde los clásicos de la economía política, el capitalismo siempre se ha legitimado contraponiendo el obrero perezoso y dilapidador al empresario emprendedor -como no podía ser menos - y ahorrativo. Con esa denigración moral del trabajador, la economía política pretende solucionar el delicado problema del origen respectivo del capital y de los trabajadores que carecen de medios de producción y subsistencia. Marx, sin embargo, no contento con esta moralina que sirve de base a la legitimación del poder del capital, nos muestra, a partir de datos concretos cómo se produjo la expropiación inicial de los trabajadores y, con ella la acumulación originaria de capital. Así resume Marx en El Capital (I, XXIV) este turbio origen: "En la historia real el gran papel lo desempeñan, como es sabido, la conquista, el sojuzgamiento, el homicidio motivado por el robo: en una palabra, la violencia. En la economía política, tan apacible, desde tiempos inmemoriales ha imperado el idilio. El derecho y el "trabajo" fueron desde épocas pretéritas los únicos medios de enriquecimiento, siempre a excepción, naturalmente, de "este año". En realidad, los métodos de la acumulación originaria son cualquier cosa menos idílicos." Como sabemos, las crisis, como mecanismos de expropiación de unos capitalistas por otros y de los trabajadores por los capitalistas en su conjunto, son la continuación de este acto inicial. La actual expropriación de los trabajadores griegos y del conjunto de los trabajadores europeos es la continuación de esta historia. Su justificación ideológica a partir de categorías morales también.


jueves, 6 de mayo de 2010

Grecia: Sadismo del capital



"Coloca a un joven en una máquina que tira de él dislocándolo, hacia arriba o hacia abajo; sus huesos se rompen en pedacitos, lo retiran y lo vuelven a poner así durante varios días consecutivos hasta que muera" (DAF de Sade, Las 120 jornadas de Sodoma, jornada 119)

Las imágenes de Atenas que vimos ayer eran imágenes de guerra civil. No es exagerado afirmarlo: incluso los enfrentamientos se cobraron víctimas (eran, por supuesto civiles, por supuesto también, trabajadores). Columnas de humo de los incendios y de las bombas lacrimógenas de la policía, jóvenes enmascarados hartos de no tener ningún futuro, ancianos indignados por la brutal rebaja de sus ya exiguas pensiones, una población que apenas contiene su ira frente al latrocinio abierto de su propio gobierno y de los mercados financieros. La vieja clase obrera fordista y el nuevo proletariado precario se encontraban ayer en la calle protestando contra el plan de austeridad terrorista impuesto por el Fondo Monetario Internacional y las instituciones europeas para evitar la bancarrota de Grecia. Contra las medidas ultraliberales impuestas a un gobierno elegido con un programa socialdemócrata. El chantaje es evidente: o se aceptan las medidas o el país entra en bancarrota y recesión con consecuencias gravísimas e imprevisibles. La democracia deja así de existir y el país se encuentra sometido a un protctorado económico.

Otros países esperan el ataque de los "mercados financieros". La plena dimensión de estos ataques sólo se comprende cuando se recuerda que los propios agentes del mercado financiero que crean "desconfianza" rebajando la calificación de la deuda son los que después especulan sobre la posible bancarrota que ellos mismos provocan. El mercado se ha convertido en el castillo de las 120 jornadas de Sodoma del marqués de Sade: la escenificación de la omnipotencia de unos cuantos perversos sobre los cuerpos de las víctimas llevados al límite mismo de la muerte, de una muerte infinitamente prolongada. Imagen de impotencia que los "medios de comunicación" transmiten y difunden por doquier. No se puede hacer nada, nos dicen, frente al dictamen de los mercados, como si la actuación de los mercados respondiera a leyes naturales y no a las correlaciones de fuerza políticas de una sociedad de clases. Algunos responsables financieros tienen la sádica coherencia de decírnoslo:“Hay lucha de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo la guerra, y estamos ganando” (Warren Buffet, citado por The New York Times, 26 de noviembre de 2006). El coste de esa victoria es enorme: una regresión social sin límites, la apropiación de los servicios públicos por el sector privado, una explotación de la fuerza de trabajo sin límites en el tiempo (jubilaciones cada vez más tardías) ni en la intensidad (sueldos cada vez más bajos y precarios frente a un incremento cada vez mayor de la productividad del trabajo social).

Las propias circunstancias de la muerte de los tres trabajadores bancarios cuyas vidas se cobró ayer la batalla de Atenas son ilustración del desmeurado despotismo patronal que sólo puede ilustrar la imagen del castillo de Sade. La prensa (que se afirma libre) nos dice que fueron víctimas del humo de un incendio provocado por un cóctel molotof en la oficina bancaria de Egnatia-Marfin donde trabajaban. Lo que nos ocultan es que su chulesco patrón -como afirma el comunicado del sindicato griego de la banca OTOE- había cerrado las puertas, que el local no disponía de medios antiincendio y que la salida de emergencia estaba cerrada con cerrojo. Quienes se salvaron tuvieron que subir a los pisos superiores y saltar por las ventanas o bien huir por las azoteas. Esto no excusa la criminal estupidez de echar un cóctel molotof en un sitio donde hay gente, pero la responsabilidad de lo acontecido pesa también como mínimo sobre el patrón que los encerró en la agencia.

La guerra del capitalismo contra las poblaciones es una guerra no declarada, pero no por ello menos despiadada. Se trata de imponer por todos los medios, pero sobre todo por los financieros, la extracción de renta, la sustracción de riqueza en favor de quienes controlan el capital, la privatización de lo común. La era del capitalismo productivo llegó a su término. En este momento la producción corre a cargo de la inteligencia y de la cooperación colectiva. El capital tiene que procurar ponerla a su servicio, como ya hiciera con los esclavos de las plantaciones o los trabajadores de las fábricas. Para ello necesita otros medios adaptados a la nueva configuración del trabajador: un sistema de extracción de riqueza social ágil y discreto, un sistema que pueda robar directamente la riqueza socialmente producida y, al mismo tiempo, disimular el robo. Este sistema de extracción de riqueza y expropiación de los comunes son los mercados financieros. Hoy ya es tarde para defender el capital productivo: ambos términos son hoy contradictorios. Lo único que nos queda es, como en Grecia, defendernos del capital en general, pues esa es la única manera de liberar espacio para los comunes, para el comunismo. Sólo así podrán tener algún sentido la democracia y la libertad.

A quienes todavía sueñan con "refundar el capitalismo" hay que recordarles que el capitalismo se fundó mediante una expropiación masiva de los trabajadores y que esa fundación vuelve a realizarse en cada crisis de la misma manera, con idéntica violencia. Vale la pena recordar, a propósito de la crisis griega y europea en general, el texto de Marx (Capital, I, XXIV) sobre la función de la deuda pública como instrumento de acumulación originaria:

"El sistema del crédito público, esto es, de la deuda del estado, cuyos orígenes los descubrimos en Génova y Venecia ya en la Edad Media, tomó posesión de toda Europa durante el período manufacturero. El sistema colonial, con su comercio marítimo y sus guerras comerciales, le sirvió de invernadero. Así, echó raíces por primera vez en Holanda. La deuda pública o, en otros términos, la enajenación del estado sea éste despótico, constitucional o republicano deja su impronta en la era capitalista. La única parte de la llamada riqueza nacional que realmente entra en la posesión colectiva de los pueblos modernos es... su deuda pública (243bis). De ahí que sea cabalmente coherente la doctrina moderna según la cual un pueblo es tanto más rico cuanto más se endeuda. El crédito público se convierte en el credo del capital. Y al surgir el endeudamiento del estado, el pecado contra el Espíritu Santo, para el que no hay perdón alguno {298}, deja su lugar a la falta de confianza en la deuda pública.

"La deuda pública se convierte en una de las palancas más efectivas de la acumulación originaria. Como con un toque de varita mágica, infunde virtud generadora al dinero improductivo y lo transforma en capital, sin que para ello el mismo tenga que exponerse necesariamente a las molestias y riesgos inseparables de la inversión industrial e incluso de la usuraria. En realida, los acreedores del estado no dan nada, pues la suma prestada se convierte en títulos de deuda, fácilmente transferibles, que en sus manos continúan funcionando como si fueran la misma suma de dinero en efectivo. Pero aun prescindiendo de la clase de rentistas ociosos así creada y de la riqueza improvisada de los financistas que desempeñan el papel de intermediarios entre el gobierno y la nación como también de la súbita fortuna de arrendadores de contribuciones, comerciantes y fabricantes privados para los cuales una buena tajada de todo empréstito estatal les sirve como un capital llovido del cielo , la deuda pública ha dado impulso a las sociedades por acciones, al comercio de toda suerte de papeles negociables, al agio, en una palabra, al juego de la bolsa y a la moderna bancocracia.

"Desde su origen, los grandes bancos, engalanados con rótulos nacionales, no eran otra cosa que sociedades de especuladores privados que se establecían a la vera de los gobiernos y estaban en condiciones, gracias a los privilegios obtenidos, de prestarles dinero. Por eso la acumulación de la deuda pública no tiene indicador más infalible que el alza sucesiva de las acciones de estos bancos, cuyo desenvolvimiento pleno data de la fundación del Banco de Inglaterra (1694). El Banco de Inglaterra comenzó por prestar su dinero al gobierno a un 8 % de interés, al propio tiempo, el parlamento lo autorizó a acuñar dinero con el mismo capital, volviendo a prestarlo al público bajo la forma de billetes de banco. Con estos billetes podía descontar letras, hacer préstamos sobre mercancías y adquirir metales preciosos. No pasó mucho tiempo antes que este dinero de crédito, fabricado por el propio banco, se convirtiera en la moneda con que el Banco de Inglaterra efectuaba empréstitos al estado y pagaba, por cuenta de éste, los intereses de la deuda pública. No bastaba que diera con una mano para recibir más con la otra; el banco, mientras recibía, seguía siendo acreedor perpetuo de la nación hasta el último penique entregado. Paulatiamente fue convirtiéndose en el receptáculo insustituible de los tesoros metálicos del país y en el centro de gravitación de todo el crédito comercial. Por la misma época en que Inglaterra dejó de quemar brujas, comenzó a colgar a los falsificadores de billetes de banco. En las obras de esa época, por ejemplo en las de Bolingbroke, puede apreciarse claramente el efecto que produjo en los contemporáneos la aparición súbita de esa laya de bancócratas, financistas, rentistas, corredores, stock-jobbers [bolsistas] y tiburones de la bolsa.

William Cobbett observa que en Inglaterra a todas las instituciones públicas se las denomina "reales", pero que, a modo de compensación, existe la deuda "nacional" (national debt)."

miércoles, 5 de mayo de 2010

Sobre un chiste de Brieva y la política spinozista

(Para leer los bocadillos del chiste, clicad dos veces sobre la viñeta y se verá más grande en una ventana aparte)







En un grupo de debate sobre Spinoza en el que participo esta imagen se presentó como "totalmente spinozista". Sigue el comentario que mandé al grupo:

"El chiste es muy bueno. Brieva, igual que El Roto es un "filósofo gráfico". Lo que no es el chiste es "totalmente" spinozista. Sólo lo es en parte. Para serlo totalmente, le falta una vuelta más: el gigante que manipula a los individuos "libres" como marionetas debería aparecer también como un autómata compuesto por las propias marionetas: como en la imagen o, más bien emblema, que figura en la portada del Leviatán de Hobbes, que representa un hombre (o Dios) artificial compuesto por una multitud de hombrecillos (Ver primera imagen). El Leviatán depende de una servidumbre voluntaria y su funcionamiento en la posteridad teórica de Hobbes se viene basando en la idea de un sujeto libre cuya libertad está garantizada por un Estado que lo representa. Como dice el propio Hobbes resumiendo la práctica del Estado -y la de la mafia- se trata de intercambiar "obediencia por protección".


La diferencia, en el caso de Spinoza es que la integración en el Leviatán no es sólo efecto y causa de una necesaria servidumbre: la formación de un individuo compuesto, la sociedad, es también la condición misma de la libertad. Cuando nos movemos como marionetas que se creen libres, no hay un Otro que nos manipule que sea distinto de nosotros mismos tomados singular y colectivamente. Ese Otro es un semblante, una apariencia producida necesariamente por nuestra imaginación y nuestra pasión singular y colectiva. Sostenía Toni Negri que el Estado no es sino "nuestra propia indignidad", esto es la forma imaginaria en que una comunidad de hombres (potencialmente libres, pero efectivamente pasionales), en vez de constituirse autónomamente, se imagina unificada por la representación (en el doble sentido del término) del soberano. Este efecto imaginario es tan inevitable como que los hombres nos guiemos fundamentalmente por las pasiones. La política no puede superar esta situación derivada de la condición humana, pero puede paliarla o agravarla, produciendo formas de gobierno más pasionales o más racionales. El soberano nos representa en el sentido de que nos muestra nuestra imagen como una entidad transcendente, y también en cuanto consideramos que esa entidad actúa en nuestro nombre. Ahora bien, en los esquemas de la teoría política del Estado moderno, la libertad -libertad de contratar- es el fundamento mismo de la representación en el doble sentido indicado. El contrato de sujeción al soberano se basa en ella y el propio soberano la garantiza y le da estabilidad. Estado y sociedad civil son las dos caras de una misma moneda.

El Estado soberano moderno exacerba la representación tanto en sus variantes absolutistas como en las liberales. FRente a él, una política spinozista persigue el objetivo de desplegar el conatus (la capacidad de expresar la propia potencia) singular y colectivo limitando la imaginación que funda la representación, aunque sería utópico pretender anularla. Siempre existirá la imagen de un amo, al menos para los sujetos pasionales. De lo que se trata es de atravesarla, no de anularla. Esto es lo que explica que en el Tratado Político la monarquía basada en los consejos y en el carácter cada vez más vacío del poder del monarca resulte más "democrática" que una democracia que, para Spinoza como para el Kant de Teoría y práctica presupone la exclusión generalizada de quienes no son independientes" (trabajadores dependientes, mujeres, niños, locos etc.). Estoy convencido de que el capítulo sobre la democracia del Tratado Político no (sólo) quedó incompleto por la circunstancia exterior que fue la muerte de Spinoza.
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Para Spinoza, no sólo Dios no existe al modo de una cosa -en el sentido de que pudiera ser otra cosa que la propia dinámica de los modos-, tampoco el Estado ni el Soberano existen, pues son mero resultado de las correlaciones de fuerzas de base pasional que atraviesan la multitud. Sin embargo, las ilusiones teológicas y teológico-políticas se producen y reproducen con la misma necesidad con que vemos el sol con la apariencia de un ducado de oro.