martes, 25 de febrero de 2014

Más allá del saber y del carisma: la política

Consejo de los iroqueses. La democracia y la política no son inventos europeos.


El hombre es un animal político, pero a la vez la política como tal no siempre ha existido en la historia humana. En términos de Rousseau: "el hombre ha nacido libre y en todas partes está encadenado". Esa es la gran paradoja que articula toda política: la política, aunque sea irrenunciable y esencial para nuestra especie solo existe bajo determinadas circunstancias que son resultado de una acción...política. En una sociedad en la que mandan, por ejemplo, planificadores absolutos o gestores de un mercado absoluto en nombre de un saber no hay democracia, pero tampoco hay propiamente política. Tampoco en una sociedad dominada por un tirano que moviliza a los individuos y les permite gozar más allá de toda culpa, profiriendo barbaridades o cometiendo crímenes, hay política. En las sociedades racionalmente gestionadas, el lugar de la política es invadido por un saber que no admite debate ni oposición: están los que saben y los que no saben y los que supuestamente saben gobiernan a los otros en nombre del saber. En las sociedades dirigidas por líderes, el goce de las masas es goce anónimo y serial, pues todos los individuos se eximen de responsabilidad moral en nombre de la obediencia y de la identificación al líder. En ambos casos, no hay nada que debatir: un saber o un personaje con un don supuestamente único ocupan todo el espacio del debate político y reparten de manera exhaustiva las funciones sociales. No existe ningún resto: todos tienen su lugar, en el plan, en el mercado o en la horda.

La política, sin embargo, solo existe por el resto, por esa parte que queda inevitablemente excluida de todo cálculo o reparto del poder y cuya existencia es negada (denegada) por el saber o el carisma. Democracia, nos enseña Jacques Rancière, ateniéndose escrupulosamente a la etimología del término es poder del "demos", poder pues de los ciudadanos libres carentes de riqueza o de otras formas de poder social, poder de lo que, en latín se llamó "proletariatus", esa clase -o no clase- exterior a las clases que se repartían el poder en Roma y cuyo único patrimonio era su prole. 

Democracia es pues el régimen político que reconoce la existencia de una parte de los sin parte, cuando todos los demás la niegan. Por ello mismo, democracia y política son términos rigurosamente sinónimos: la política como práctica específica solo puede darse allí donde se reconoce entre los hombres, tengan o no poder social o patrimonio propio, una igualdad esencial, pues solo esa igualdad permite pensar en una "parte de los sin parte". La disputa sobre la parte de los sin parte es la esencia misma de la política. Con todo, reconocer que existe una parte de los sin parte y que esta debe constantemente redefinirse, es una conquista política. La política es así un acto autofundante, el acto por el que la indignación de los sin parte hace que el uno de la sociedad unificada por la ciencia o por el mando se divida en dos. 

En el momento neoliberal que hoy vivimos, la política se nos ha hurtado: el mercado, el espectáculo de los medios, o los saberes "económicos" nos someten a una servidumbre que se presenta a sí misma como inapelable. Conectados a máquinas que transmiten flujos de información (los índices bursátiles, las estadísticas económicas, los sondeos, la propia imagen publicitaria omnipresente) o sometidos a aparatos que hacen que nos reconozcamos como sujetos en determinados "estilos de vida", nuestros lugares sociales están perfectamente determinados. La flexibilidad y la movilidad del neoliberalismo funcionan en un entorno perfectamente programado que carece de exterioridad. En el neoliberalismo todo espacio de vida es un espacio de trabajo, un espacio controlado por el capital y por su Estado. La parte excluida no se visibiliza pues, fuera de la oligarquía que distribuye las partes, quien no es "clase media", aspira a serlo o se siente culpable de no haber conseguido serlo. No hay lugar para la política cuando la pertenencia a los excluidos se vive como culpa. Esto hoy está cambiando y la indignación ante el pillaje capitalista y el empobrecimiento está adoptando la forma de un renacimiento de la política. Otra vez la política renace de sí misma, el deseo propio del animal político se abre paso frente al orden que lo mantuvo refrenado.


En este esfuerzo por recuperar a la vez la política y la democracia frente al mando neoliberal, muchos estamos intentando dotarnos de instrumentos organizativos adecuados. Hay quien ha pretendido, establecer las condiciones formales de una democracia exigente a través del uso de la Red, otros intentamos crear organizaciones políticas de nuevo tipo rigurosamente basadas en un principio de horizontalidad aunque necesariamente dotadas de instancias de representación. También están quienes intentan desde el interior de organizaciones ya existentes reformarlas radicalmente y adaptarlas a las necesidades del momento. Todos estos esfuerzos convergen, pero todos ellos también se enfrentan a poderosos obstáculos que nos muestran que la democracia y la política, por mucho que sean rasgos "naturales" de la especie humana, siempre surgen contra la corriente dominante que impone un orden de clases, un reparto supuestamente exhaustivo de los lugares y las partes de la sociedad. 

Los que ante la situación actual pretendemos organizarnos eficazmente contra la agresión capitalista tenemos así ante nosotros dos grandes escollos: el "populismo" y la tecnocracia. Los dos son rémoras de las formas de “legitimidad” propias del poder estatal burgués. Dos expresiones de la eterna oposición burguesa, de origen jurídico, entre personas y cosas, yo y no yo, libertad y necesidad que circunscribe el universo del capital dándole una “ontología” ficticia (que encubre la integración como componentes del capital del trabajo vivo y del trabajo muerto). Caer en uno de estos polos o aceptar su contraposición como una necesidad es un error brutal que reproduce la servidumbre presente. Necesitamos una competencia que sea política y una política que cuente con la competencia general, con el intelecto general, no líderes con carisma ni dirigentes con “legitimidad técnico-racional”. Ambos tipos de dirigentes nos arrebatan la política: unos hacen de ella un saber, otros una virtud personal. 

La política tiene que ser la actividad vital y necesaria del hombre -o la mujer, of course- cualquiera, no un don, ni una profesión. La política es para los ignorantes, pues sobre las cuestiones fundamentales que afectan a lo común estamos todos en pie de igualdad. Cuando dejamos de estarlo muere la política y surgen otras realidades postpolíticas y, naturalmente, postdemocráticas.” Todo esto no niega la utilidad de expertos y líderes. Todo movimiento político necesita recurrir a un mínimo de competencia técnica y darse uno o varios rostros, pero esto no debe implicar ninguna forma de poder basada en el prestigio de los rostros o la evidencia del saber. La democracia se basa siempre en una estructura horizontal: la asamblea de los iguales. Las asambleas son lugares donde se abole temporalmente el reparto social del poder y cada cual es dueño de su palabra, por ello mismo neutralizan el saber y el prestigio. La experiencia del 15M nos mostró -nos sigue mostrando en sus distintos avatares- la enorme capacidad racional de las asambleas. Se trata ahora de que esta potencia de la democracia afecte a la esfera misma de la representación aboliendo las clases privilegiadas de lo que muy pronto será el antiguo régimen: la casta política y la casta económica, que encarnan respectivamente el "carisma" y el "saber". Para hacerlo hemos de evitar que estas formas de poder pervivan, surjan o se reproduzcan en las nuevas organizaciones verdaderamente democráticas, auténticamente políticas.

jueves, 13 de febrero de 2014

De Malebranche a Sugar Man


« Dieu fait pleuvoir dans le dessein de rendre les terres fécondes, & cependant il pleut dans les sablons et dans la mer ; il pleut dans les grands chemins : il pleut également dans les terres inégalement cultivées. N'est il pas évident par tout ceci que Dieu n'agit pas par des volontés particulières ? », P. Malebranche, Méditations chrétiennes et métaphysiques, Méditation XIV.

(Dios hace llover para hacer que las tierras sean fecundas, y, sin embargo, llueve en los arenales y en el mar; llueve en los caminos: llueve también en las tierras desigualmente cultivadas. ¿No es evidente a partir de todo esto que Dios no actúa por voluntades particulares?, Malebranche, Meditaciones cristianas y metafísicas, Meditación XIV).

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Searching for Sugar Man, el documental largo de Malik Bendjelloul que ganó un Oscar en 2013 es una película sorprendente. En primer lugar, la historia que nos cuenta parece más digna de la ficción que de la realidad, y el personaje que la protagoniza, lleno de realidad, no deja de ser increíble en una sociedad como la nuestra. El documental nos muestra una larga búsqueda, la de un mito. En los últimos años de la Sudáfrica del apartheid, un cantante americano del que solo se conocía el nombre y alguna foto sacada de álbums se convirtió en el ídolo de los jóvenes blancos en rebelión contra el apartheid que no solo era un régimen de explotación y humillación brutal contra los negros, sino que negaba las libertades mínimas al conjunto de la población, incluida buena parte de la minoría blanca. En ese mundo asfixiante sin apenas contacto con el exterior, unos pocos discos o cassettes de un cantante de canción protesta norteamericano llamado Sixto Rodríguez, con un estilo que a veces recuerda al del primer Bob Dylan y otras a Creedence, consiguen introducirse en el país burlando la vigilancia policial. Las canciones de Rodríguez se escuchan, se graban, se copian, se difunden por todos los medios y se convierten en auténticos himnos de desafío al apartheid. El cantante no es blanco como los que lo escuchan, tampoco es negro. es un hispano de los Estados Unidos míticos que los sudafricanos blancos ven como una tierra de libertad.

Mientras tanto,  Sixto Rodríguez ha llegado a ser en su país un perfecto desconocido: después de haber hecho dos álbumes y dado varios pequeños conciertos en Detroit y sus alrededores, a pesar de que su voz y sus letras son de indudable calidad, no logra saltar a la fama y regresa plácidamente, sin particular sentido de derrota, a su trabajo habitual de albañil, al que acude, como muestra de dignidad de clase un poco anticuada, impecablemente vestido de traje y chaleco. También se dedica a la actividad política y se presenta a las elecciones defendiendo a los trabajadores de su deprimida ciudad. Mientras, en el otro lado del mundo es un fenómeno de masas a través de sus canciones, en su propio país nadie lo conoce, como descubrimos al principio del documental cuando se pregunta sobre Rodríguez a alguna gente por la calle. Incluso hay quien lo da por muerto. De su éxito en Sudáfrica, Rodríguez lo ignora absolutamente todo, en particular que, tras la caída del apartheid, se grabaron discos suyos y tuvieron una amplia difusión. Su productor norteamericano no le dijo nada, ni tampoco le dió un céntimo del dinero de los derechos de autor que le pagaron religiosamente los sudafricanos. 

Hay así dos Rodríguez: el de carne y hueso, un buen cantante que no obtuvo éxito ni fama en su país, y el de Sudáfrica, el ídolo musical y político de un país para el que las canciones de Rodríguez eran un chorro de aire fresco. El Rodríguez de carne y hueso hizo su vida de obrero, tuvo hijas que educó en la dignidad de clase de un trabajador orgulloso de serlo y a las que logró dar gusto por los estudios y la cultura. Los dos Rodríguez, el real y el de vinilo existen en dos mundos que recuerdan los mundos posibles de Leibniz en los que un mismo personaje podía tener existencias enteramente distintas a partir de tan solo un pequeño acontecimiento de su vida. Hay un mundo posible en el que César cruzó el Rubicón y otro en el que retrocedió en lugar de hacerlo. Rodríguez, por una serie compleja de razones no dio el paso a la fama y no le importó nada. Mantiene frente a las fascinaciones del business del espectáculo una distancia irónica, con cierta guasa, sin rencor, sin amargura. Ha tenido la vida que ha querido en las circunstancias sociales que le tocó vivir. Incluso su paso por Sudáfrica una vez "redescubierto", los conciertos masivos, el entusiasmo del público no lo perturban. Agradece al público que "lo mantuviese vivo" en su primer concierto: "thank you for keeping me alive", pero regresa a los Estados Unidos y su vida sigue como antes.

La historia de Sixto Rodríguez es, como otras muchas, la de un "fracaso" social. Un talento que en una sociedad que une el éxito al negocio se ve frustrado. Es como la semilla que en la parábola evangélica del sembrador cae en la roca y no germina o como la lluvia de Malebranche que cae en el mar, en los caminos o los arenales. La particularidad de la historia de Rodriguez es que lo que era un fracaso en un mundo, en ese otro mundo del cono sur de África fue un éxito rotundo. Por lo demás, Rodríguez era, para un sistema que evalúa a los individuos conforme al valor de cambio y al beneficio, un simple residuo.

Tal es la suerte de la inmensa mayoría de los humanos en una sociedad de clases. El capitalismo es a estos efectos un régimen particularmente cruel, pues priva a la inmensa mayoría del mínimo reconocimiento social, sume a casi todo el mundo en el anonimato y la soledad, mientras hace relucir el mito de la fama y la gloria universales asociadas al dinero. El biólogo norteamericano Stephen Jay Gould afirmaba sobre los supuestos "genios": "En cierto modo me interesan menos los pliegues del cerebro de Einstein que la casi certidumbre de que gente con el mismo talento vivió y murió en los campos de algodón y en las fábricas". La historia de las sociedades de clases es la historia de la producción en masa de restos, de residuos, de talentos frustrados y de vidas truncadas.

Sin embargo esos residuos que son para las clases dominantes los trabajadores, pueden reservarles sorpresas. Pueden encontrarse con circunstancias que les permitan desplegar su capacidad u obtener reconocimiento social. Circunstancias que, como en el caso de Sixto Rodríguez pueden ser perfectamente fortuitas. También pueden construir las condiciones que les permitan abandonar esa condición de residuo, encontrándose con otros y asociándose a ellos en la construcción de otro mundo posible -que está ya en este- donde los iguales se reconozcan en sus diferencias y en sus talentos singulares. En la Sudáfrica del apartheid, el fin de ese espantoso régimen de opresión pareció durante muchos años un sueño, en el que sonaban las canciones de Rodríguez entre los blancos o musicas de otro tipo en la mucho más oprimida y empobrecida mayoría negra. El apartheid cayó. Hoy es posible soñar con el fin de la sociedad de clases, incluso es posible y hasta urgente prepararlo.