viernes, 26 de agosto de 2011

Violencia policial y golpe neoliberal: dimensiones del estado de excepción



Estamos asistiendo en las últimas semanas a un fuerte endurecimiento del régimen español. Este endurecimiento sucede a un intento de "seducción" del movimiento social identificado con las siglas 15M, por parte del gobierno de Zapatero y del flamante candidato Rubalcaba. Ese intento se ha traducido en un fracaso que responde a una imposibilidad: es imposible, en efecto, atender a las reivindicaciones de los jóvenes y menos jóvenes de las plazas y a la vez tranquilizar a los mercados que pretenden explícitamente saquear los bienes públicos y desvalorizar lo más posible la mercancía fuerza de trabajo. Ante esa imposibilidad manifiesta, las cosas se están poniendo claras. Ya no se trata de dialogar con quienes se oponen al régimen, ni siquiera de tolerarlos; ahora lo que se ensaya es la represión en la calle y el enrocamiento jurídico-constitucional. Los acontecimientos de Madrid en torno a la marcha laica y la visita del Papa, los episodios de violencia policial selectiva contra participantes notorios en el 15M han sido sólo el prólogo de un auténtico golpe de Estado legal: la consagración del equilibrio presupuestario como principio constitucional. Existe a pesar de las diferencias un parentesco entre la violencia policial desatada y la urgente reforma constitucional en ciernes: ambas se integran en la dimensión de la excepción propia del orden político y jurídico del Esrtado moderno.

La policía se nos presenta como una institución "normal" encargada de defender el orden público y de proteger a la ciudadanía frente a la violencia privada. Cuando somos víctimas o testigos de una agresión, solemos llamar a la policía. El problema es que la policía es también, con frecuencia, protagonista de agresiones contra personas. En ese caso, no tiene mucho sentido acudir a ella, pues quien te agrede no te va a proteger. Estas agresiones por parte de las fuerzas de orden público suelen considerarse "excesos" que contradicen la función "normal" de la policía y que a veces, cuando son demasiado evidentes, llegan incluso a sancionarse, aunque sin excesiva severidad. Sin embargo, esta consideración de la institución policial como un cuerpo normalmente destinado a proteger un interés general, que sólo ocasionalmente se desvía de su verdadera misión, es sumamente unilateral. Ignora el hecho de que la policía no se rige sólo por el principio de legalidad.

Una de las funciones de la policía, tal vez la que mejor la define, es el ejercicio de la violencia en nombre del mantenimiento del orden legal. El poder soberano, titular del monopolio de la violencia "legítima", delega en la policía como institución del Estado determinados aspectos del ejercicio de esta violencia. La policía es un poder "comisario", delegado, comisionado, una especie de dictadura comisaria permanente (cf. Carl Schmitt, Agamben). De la dictadura comisaria o delegación parcial del poder soberano procede el término "comisario de policía. La policía, al igual que el poder soberano que le otorga su mandato, actúa siempre dentro y fuera de la ley. Se afirma así que la policía defiende la ley, pero, en realidad, lo que defiende es un determinado orden social normal del que el ordenamiento jurídico es sólo una expresión parcial y mistificada. En el derecho, las relaciones sociales reales se reinterpretan en términos de un tejido abstracto de relaciones entre sujetos libres y objetos, de relaciones entre personas y de personas con cosas. La policía se sitúa formalmente en el plano del derecho, pero su función es restablecer las relaciones sociales reales, el orden social basado en la dominación y el poder de clase. Esto es lo que explica su doble inscripción en el derecho y en la realidad sancionada por los estatutos que la constituyen como institución o aparato de Estado y que, como ocurre en el caso de toda dictadura comisaria, le otorgan un mandato muy poco definido en cuanto a los fines, un mandato que se expresa en términos de derecho -defensa del orden legal-, pero que ciertamente va más allá del derecho. Los abusos policiales no son así una anomalía en el funcionamiento de la institución, sino uno de los aspectos esenciales de esta: su constante atravesamiento del orden jurídico en dirección de la realidad de las relaciones sociales.

En las últimas semanas, hemos podido ser testigos de esa posición excepcional de la policía como institución, viendo como en Madrid las fuerzas policiales desataron su violencia contra ciudadanos aislados e indefensos y que no suponían la más mínima amenaza, so pretexto de disolver una "concentración ilegal". El objetivo real de esta intervención, más allá de su objetivo declarado era intimidar a participantes conocidos en el movimiento 15M. De ese modo, se procuraba restablecer, no sólo el principio de "legalidad", sino sobre todo el orden y la obediencia. Quien visite los foros de debate de la policía como foropolicia verá que la ideología media de la policía no es necesariamente antidemocrática, siempre que la democracia se limite a las vías electorales y representativas de actuación. Lo que molesta a la policía es la intervención política directa del ciudadano en la calle, que considera como un "desorden". Este "desorden" es, sin embargo, un elemento esencial de cualquier democracia digna de ese nombre, pues la democracia, cuando no es otro nombre y otra organización del absolutismo, debe reconocer siempre la existencia de la parte de la sociedad no representada ni representable. La utopía policial consiste en liquidar lo no representable, transformar la democracia en un absolutismo de base electoral. En el crisol de la ideología policial se produce el tránsito de la democracia al fascismo, un tipo de democracia basada en la homogeneidad de la población y en su perfecta representabilidad en la persona del Jefe. Contrariamente a lo que suele afirmarse, los comportamientos fascistas en la policía no son resultado de una infiltración de sus cuerpos por organizaciones políticas de extrema derecha, sino el efecto de la ideología espontánea del aparato policial. La policía no es fascista, el fascismo es esencialmente policial, ideología de madero.

2. Vemos así, a propósito de los aparatos policiales, cómo la normalidad democrática en el capitalismo es un aspecto del Estado de excepción permanente. Del mismo modo que carece de sentido apelar a la policía contra los abusos policiales, no cabe tampoco pretender que cambie el sistema apelando al orden jurídico y denunciando sus violaciones. Las "violaciones" del orden jurídico son aspectos esenciales de ese propio orden. En tanto que el orden jurídico representa formalmente la decisión de un soberano en el ejercicio de su poder legislativo, su "violación" forma parte de ese mismo poder legislativo. La norma puede así formularse o interpretarse al arbitrio del soberano, que se reserva el monopolio de la legislación y de la interpretación de las normas.

Formalmente, las democracias se basan en la voluntad general y persiguen el interés general. El poder democrático sólo puede legitimarse en términos universales. Incluso la defensa de un interés particular debe adoptar la forma -jurídica- de un precepto universal. La juridicidad y la realidad social se contradicen, pero son al mismo tiempo inseparables. En nombre del principio de legalidad, se transgrede "legalmente" el principio de legalidad. El gran secreto del capitalismo consiste en haber codificado en términos jurídicos el conjunto de las relaciones sociales de modo que la propia explotación adquiere la forma de una relación contractual entre iguales. Como afirma Marx, la relación de identidad entre la propiedad y el trabajo que sirve de base a la ideología jurídica burguesa se trastoca en la realidad de las relaciones sociales capitalistas en una relación de contradicción entre ambos términos. La constitución es, en un capitalismo democrático, el instrumento jurídico fundamental mediante el cual la explotación efectiva de los trabajadores adquiere rango legal. No tiene sentido alguno invocarla -salvo de manera táctica- para acabar con la explotación: es la forma jurídica de la propia relación de explotación.

3. Estas consideraciones nos permiten abordar la cuestión de la reforma constitucional sin ilusiones juridicistas. El cambio constitucional propuesto y consensuado por las principales fuerzas políticas del régimen español tiene por objetivo integrar en la constitución el principio de equilibrio presupuestario que se expresaría en un límite máximo de endeudamiento fijado por ley orgánica. Este límite de endeudamiento, para respetar el principio de equilibrio presupuestario, tendría por lo demás, que fijarse a un nivel sumamente bajo. Las únicas excepciones consideradas en el texto son los casos de "catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria que escapen al control del Estado y perjudiquen considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad económica o social del Estado, apreciadas por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados". Lo que no se contempla entre las excepciones.son las catástrofes sociales a que puede dar lugar una reducción masiva del gasto social, definitivamente ilustradas por la reducción brutal de la esperanza de vida y del nivel sanitario y cultural de la población en los países de la antigua Unión Soviética sometidos a la "terapia de choque" neoliberal.

De lo que se trata claramente es de no poner en peligro el pago de la renta financiera a los titulares de títulos de deuda o de derivados mediante políticas que puedan conducir a una posible suspensión de pagos. Del mismo modo que el Estado garantizaba el futuro de los trabajadores mediante la sanidad gratuita y las pensiones, así como a través de los subsidios de desempleo, el mismo Estado garantiza ahora la rentabilidad de las inversiones, poniéndolas a salvo de todo riesgo y transfiriendo el riesgo a las poblaciones. Si hoy existe una Juventud sin Futuro es porque sólo se está garnatizando el futuro de la renta financiera. Este cambio de estrategia, de la protección social de las personas a la protección pública de la renta financiera refleja un nuevo modelo de acumulación capitalista. En el nuevo modelo, el capital ha adquirido una completa movilidad gracias a la desregulación de los mercados. No tiene tendencialmente ninguna relación real con la producción y traslada los riesgos de la producción de mercancías y servicios a los propios trabajadores, cuyas relaciones laborales se convierten cada vez más en relaciones mercantiles. La cooperación interna a la empresa que se regía por estructuras de gobernanza interna distintas del mercado se sustituye por formas de intercambio -desigual- entre trabajadores. Cada trabajador es así responsable de su "capital humano" y eventualmente de cierta cantidad de capital fijo. El capital financiero, a través del endeudamiento sistemático de los productores funciona como un sistema de extracción de renta cada vez más disociado de la producción. Si la constitución española del 78 había registrado en su texto las dos principales características del modo de acumulación fordista: el libre mercado y la planificación, la reforma constitucional hoy propuesta se adapta a un capitalismo financiero y desterritorializado, a un capitalismo definitivamente parasitario y casi feudal en su modo de extracción de la plusvalía.

A esta transformación jurídica que consagra, -dentro de una constitución que ya consagraba explícitamente el capitalismo- la dominación del capital financiero no se puede responder por el mantenimiento de la redacción constitucional ya existente: no se combate el neoliberalismo con un retorno utópico al fordismo. La nueva redacción responde a la necesidad por parte de un capital parasitario de capturar la riqueza producida por los comunes productivos, por la colaboración y la inteligencia colectivas, esas mismas fuerzas que, desbordando el marco del orden vigente -celosamente defendido por la policía- ocupan nuestras plazas y las convierten en espacio de debate político y no de mera circulación de mercancías. En las plazas esta surgiendo la nueva constitución política de la multitud y de los comunes productivos: un derecho más allá de la propiedad, del individuo propietario y del Estado, más allá del propio derecho. Decir NO a la reforma constitucional es sólo un momento en la resistencia frente el golpe de Estado permanente del capital y a los distintos golpes que puntúan la historia de este régimen de explotación. Lo esencial es seguir afirmando en las plazas y en todo lugar la potencia de una multitud que no necesita y ya ni siquiera puede tolerar al capital ni al Estado.

viernes, 19 de agosto de 2011

El papa en Madrid. Un Inquisidor con zapatos de Prada


(Rembrandt, Cristo y la adúltera)
"Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas"
Jesucristo, Sermón de la montaña


En estos días de visita papal a cargo del contribuyente, el cristianismo camina como un zombi alegre y juvenil, pero espiritual y moralmente muerto, por las calles de Madrid. Se trata de una vieja religión que, sin duda, para lo bueno y para lo malo, contribuyó a definir muchos rasgos de la civilización europea y mundial. Una religión que, en sus inicios, con Jesucristo y San Pablo representó la ruptura más radical con el orden establecido, la implicada por la inminente llegada del Mesías. El cristianismo era una religión mesiánica, no un culto de este mundo, sino la puesta entre paréntesis del orden vigente en nombre de la más necesaria de las contingencias: la inminente llegada del Mesías y el fin del viejo mundo. Afirma así San Pablo en la 1a epístola a los Corintios: "Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen;  y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen;  y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa." Para el cristianismo, como para el materialismo radical, el mundo existente no es el despliegue de una esencia previamente dada. Nada justifica, nada garantiza su existencia. Es la lógica de la facticidad irreductible, la lógica de la gracia. El Mesías que se sitúa más allá de la ley que sostiene este mundo, ni siquiera se opone a esta última, está en otro plano, en otro mundo. El Dios de Jesucristo no es una garantía para los poderosos: su reino no es de este mundo. Por la misma razón, no es tampoco una garantía para los pobres y oprimidos. Ninguna estructura de este mundo, ningún poder, recibe ninguna garantía ni justificación divina. Sólo sabemos que no durará para siempre, pues no deriva de ninguna realidad eterna, sino que es fruto de encuentros aleatorios. El tiempo del Mesías llegará cuando nadie lo espere: no depende de ninguna necesidad de este mundo, pues expresa la absoluta facticidad de este mundo. Sólo es necesaria la facticidad, la gracia, que se confunde con Dios. Ni Dios ni el mundo obedecen al principio de razón suficiente. Su única ley es la de la necesidad aleatoria. Jesucristo y Pablo de Tarso no están en esto lejos de Demócrito de Abdera, ni de Spinoza, ni de Marx.

El mensaje de Joseph Ratzinger y sus secuaces es muy otro. El mesianismo queda enteramente olvidado. El tema central de la pastoral del papa actual como de la de sus antecesores desde los años 60 es algo tan ajeno al mensaje evangélico como la moral sexual. No hablan casi de ninguna otra cosa. Jesucristo, que anuncia la inminencia del fin de los tiempos, la renovación del mundo, no se ocupa, sin embargo, de esta cuestión. Es algo enteramente mundano. Por ello se perdona a la prostituta y a la adúltera. La Iglesia actual centra, sin embargo, su poder en este tema. Es cierto que, desde que la Iglesia se convirtió en institución, dedicó mucho empeño a desarrollar un discurso sobre la disciplina del cuerpo y el sexo destinado a los miembros de las órdenes monásticas, que fueron, como muestra Michel Foucault, un auténtico laboratorio del poder sobre los cuerpos y una auténtica fábrica del discurso de la sexualidad. Sin embargo, fuera del mundo monástico, las cuestiones de moral sexual no eran centrales. Empezaron a cobrar importancia cuando el Estado moderno, al convertirse en gestor de poblaciones, asumió una competencia biopolítica de Estado pastor. Con todo, hasta el siglo XX, e incluso hasta su segunda mitad, el discurso de la sexualidad no será central en la pastoral de la Iglesia. A principios del siglo XX, la Iglesia llegó incluso a desarrollar una "doctrina social" bastante crítica con el orden capitalista y que hoy parece enteramente olvidada por las jerarquías. También se permitía hasta mediados del soglo XX cultivar cierta dimensión sobrenatural dando gran notoriedad a supuestos milagros y apariciones de las que, hoy, prácticamente no se habla. La Iglesia actual habla del sexo y de la vida, se inscribe abiertamente en un discurso biopolítico.

Punto dogmático central de la actual doctrina de la Iglesia es la obligatoriedad de la vida en nombre de la cual, con la mayor de las coherencias biopolíticas -y sin ninguna referencia a la doctrina mesiánica del Evangelio- se prohiben a la vez el aborto y la eutanasia. No sólo se prohiben a los fieles, sino que la misma doctrina se intenta aplicar al conjunto de la sociedad influyendo sobre el Estado y sus leyes. El objetivo es que la vida, don de Dios según estas modernas doctrinas, se multiplique al máximo y se preserve. No tiene que perderse ni un solo embrión, ni tiene que permitirse a ningún enfermo terminal abreviar su sufrimiento. Como buen pastor, el poder eclesiástico procura que la "moral sexual" se traduzca en técnicas intensivas de cría de ganado humano. Para ello operan una amalgama entre la vida y la personalidad humana. Ciertamente, un embrión está vivo, pero es absurdo decir que cualquier entidad que, como esa masa de células no tiene acceso a la palabra ni a la nominación tenga una personalidad humana. Tampoco puede considerarse que la decisión de no seguir en vida de un enfermo terminal que se considere a sí mismo un cadáver viviente pueda invalidarse en nombre de una "dignidad de la vida" determinada por otro. Bien conocido es en los manuales de tortura que utilizan democracias "de nuestro entorno como la norteamericana" el nivel de sufrimiento que se alcanza en los estados cercanos a la muerte. Prolongarlo, por el sadismo de los torturadores o por el humanitarismo de la Iglesia contra la voluntad de quien prefiere morir, es un acto de inequívoca crueldad. Nacer de una madre que no desea tener un hijo o vivir a la fuerza cuando ya apenas se es una persona humana, tal y como prtende la Iglesia católica es algo que nos acerca a la vida desnuda y nos aleja de la humanidad. Frente a esa monstruosidad, es posible otra ética. Cuando Freud, enfermo de cáncer de mandíbula vió que sólo le quedaba una perspectiva de sufrimiento, de muerte en vida sin el uso de la palabra, optó por morir de una sobredosis de opio. Existe un momento en que el ser humano experimenta la inminencia de un estado que Spinoza designaba "muerte sin cadáver", propios de la enfermedad terminal o de algunas formas de locura. En tales momentos, optar por no seguir viviendo puede ser el último acto de potencia.

Por los mismos criterios de rentabilidad de la ganadería humana que preconizan, los poderes de la Iglesia condenan la homosexualidad y toda práctica sexual que no conduzca a la reproducción. La dignidad humana se expresa en términos cuantitativos, como productividad de los actos. La dimensión simbólica, la mediación lingüística que siempre acompaña a la sexualidad humana, haciendo de ella algo siempre "antinatural" son enteramente ignoradas por el poder biopolítico eclesial. Paradójicamente, las formas de sexualidad que nos alejan del animal son las que la Iglesia fomenta en nombre de la espiritualidad, al tiempo que condena las formas -como demuestra Freud siempre perversas- que adquiere la sexualidad en el animal hablante. El papa y su Iglesia se hacen así portadores de un ideal, un ideal de comunión animal en el sexo, de relación sexual natural, más allá de las dificultosas mediaciones simbólicas e imaginarias de la sexualidad humana, más allá de la inexistencia de la relación sexual que caracteriza al animal que habla. El cristianismo biopolítico mantiene así la promesa naturalista de una sexualidad animalesca como principal horizonte moral de su doctrina. Tal vez sea esa promesa su último atractivo.

Otra cuestión que ocupa el interés del papa es la del materialismo y el consumismo propios de nuestra civilización. Uno tendría la tentación de seguirle al menos en eso, hasta que, al levantarse del suelo los bajos de su alba, vemos aparecer unos zapatos rojos de Prada y no podemos evitar pensar en el título de una famosa película. El derroche absurdo de medios que representa la vista del papa a Madrid, los desfiles de moda eclesiástica dignos de Fellini que son cada una de sus misas, la manifiesta preferencia del pontífice por los poderosos y su carencia de críticas al desastre material y moral del capitalismo muestran a todas luces que la Iglesia no es la sucesora del perroflauta palestino cuya imagen crucificada exhiben por doquier. Jesucristo no frecuentaba a los reyes y a los banqueros, ni siquiera a las autoridades religiosas. Jesucristo fue despreciado por fariseos y sayones del mismo modo que los poderosos desprecian a los perroflautas de hoy, pero como decía una oportunísima pancarta exhibida en la puesta del Sol reconquistada por el pueblo del 15M: "Más vale ser un perro flauta que un pastor alemán."

domingo, 14 de agosto de 2011

Reino Unido: la revuelta lógica




"Nous massacrerons les révoltes logiques"(Arthur Rimbaud)
(Machacaremos las revueltas lógicas)

1.
La imaginación, sostenía Spinoza, funciona como un conjunto de conclusiones separado de sus premisas. De modo exquisítamente imaginario, esto es ideológico, es como se nos han presentado en los medios de comunicación las poco sorprendentes revueltas acontecidas estos últimos días en Inglaterra. Si se intentaban seguir los acontecimientos a través de las cadenas de televisión, la necia pregunta que más se oía era "¿qué se siente ahora en Londres?". La respuesta lógica era "temor e inquietud", pero, en ningún caso se preguntaban los "periodistas" qué estaba pasando y por qué. Con esa lógica implacable que comparte la geometría con la imaginación y el delirio ideológico, se asociaban las imágenes de los jóvenes saqueadores encapuchados negros y blanco con las de viejos temores a las clases peligrosas, aquella hidra de muchas cabezas magistralmente descrita en el libro de Peter Linebaugh y Marcus Rediker. Los pobres eran así el fondo oscuro y necesario de una sociedad que se presenta como libre y próspera. Ese fondo oscuro empezó a moverse bajo los pies de la gente biempensante y a perturbar su equilibrio. Lo que ocurría sólo podía atribuirse a la falta de integración de las distintas comunidades "de color" y a otros exotismos en los que se reproponía como explicación de los acontecimientos la figura del temible Calibán shakespeariano, aunque este nuevo Calibán, en muchos de los individuos que lo encarnaban era "de color"...."blanco" y había participado en las revueltas estudiantiles masivas contra el saqueo de la educación pública acometido por el gobierno de Cameron. Para Cameron y las distintas derechas británicas o extranjeras, se trata de "crime", de delincuencia que hay que combatir con los medios más rigurosos, llenando aún más esos auténticos dispositivos del nuevo apartheid que son las cárceles. Sin embargo, la ola de saqueos y de enfrentamientos con la policía de los últimos días no es sino el revés de la violencia estructural que produce a la  vez la pobreza y la "peligrosidad" de los pobres.

2.
El Reino Unido fue, con el Chile de Pinochet y los Estados Unidos de Ronald Reagan uno de los primeros países en emprender la contrarrevolución neoliberal. Lo hicieron, como se sabe, desplegando formas más o menos aparatosas de violencia estatal contra los trabajadores y sus derechos. La más espectacular y sanguinaria fue, sin duda, la protagonizada por Augusto Pinochet Ugarte en Chile, que se saldó con miles de personas asesinadas por el ejército y la policía y centenares de miles de exilados. El mejor símbolo de la fraternidad entre los distintos procesos neoliberales, fue el "emocionante" encuentro entre Margaret Thatcher y Augusto Pinochet en Surrey en torno a una taza de té que selló definitivamente su amistad en tiempos difíciles para el anciano general. Las demás contrarrevoluciones neoliberales no fueron tampoco suaves: recuérdese la actuación paramilitar de la policia británica en el conflicto de los mineros o las brutales intervenciones de los distintos Estados del centro y de la periferia imperiales contra los derechos de los sindicatos y de los trabajadores en general. Los episodios iniciales de violencia que fundaron el orden actual formaban parte de una estrategia coherente de limitación -cuando no liquidación- de la democracia en unos países capitalistas donde las conquistas sociales del movimiento obrero -unidas a la nueva fuerza de los países del tercr mundo- ponían en peligro la tasa de ganancia del capital. Esta estrategia se describía en el famoso texto de la Comisión Trilateral elocuentemente titulado "La crisis de la democracia", donde Samuel Huntington -el mismo del "Choque de Civilizaciones"- sostenía que "El funcionamiento eficaz de un sistema político democrático requiere una determinada medida de apatía y de no participación por parte de ciertos individuos y grupos". Sabemos de qué modo se obtuvo esa "apatía" y esa "no participación" en Chile y en el resto de América Latina. En los Estados Unidos, el Reino Unido y los demás países del centro capitalista, los medios fueron algo más sutiles, pero el resultado fue el mismo.

3.
Desde los años 70, la historia del neoliberalismo ha seguido siendo la de la exclusión sistemática de las clases populares de toda decisión política efectiva. Es correlativamente la historia de la "crisis de la izquierda", debilitada por su incapacidad de mediación efectiva en favor de los intereses de los trabajadores en el nuevo marco social y económico postfordista. Esa exclusión cobró las dos formas descritas y preconizadas por Huntington: la apatía y la marginación. La apatía afectó sobre todo a las "clases medias" que dejaron de identificarse con las conquistas sociales de postguerra y -como les urgían a hacerlo los ideólogos neoliberales- situaron el centro de la "democracia" en el mercado. Para los demás grupos, se pusieron en marcha medidas de exclusión. Estas afectaron preferentemente a los jóvenes hijos de obreros cuyas perspectivas profesionales se hacían cada vez más precarias y a los inmigrantes cuyas posibilidades de "ascenso social" mediante el trabajo en las sociedades de acogida quedaron liquidadas por la  supresión de las distintas medidas de protección social y de inserción y la introducción de la coacción al trabajo (workfare).

La combinación de estas políticas logró el objetivo de rebajar de manera efectiva el valor de la fuerza de trabajo aumentando la oferta de esta mercancía a unos precios de mercado cada vez más bajos y dividir a las clases trabajadoras entre los apáticos y los marginados. Los apáticos fueron representados por una izquierda "socialdemócrata" y "eurocomunista" y unos sindicatos que se convirtieron en pilares del nuevo régimen. Los marginados fueron objeto de medidas de exclusión y control cada vez más rigurosas. En una sociedad como la británica, pero también en otros países europeos como Francia, los marginados se identificaron en gran medida con los inmigrantes. Estas personas, procedentes de las antiguas colonias, han venido siendo objeto desde el bloqueo de su "ascenso social" en los años 70, de una auténtica política de marginación colonial en el interior de las propias metrópolis: concentración en guetos o ciudades dormitorio, control policial permanente, humillaciones racistas permanentes por parte del Estado etc. La divisoria entre trabajadores organizados, representados, con contratos estables y los cada vez más numerosos trabajadores precarios se articuló así con una frontera racial cuya gestión se basa en la rica experiencia de control y represión de los "indígenas" adquirida en ultramar por las viejas potencias europeas. Africanos, indios, antillanos y demás grupos de inmigrantes de las colonias obtenían así en la metrópoli un trato semejante al que tuvieran sus padres en los países colonizados. El espacio colonial se había trasladado con ellos a la metrópoli y englobaba ahora a una capa creciente de precarios "blancos". Como afirmaba en la BBC un popular y algo reaccionario historiador británico "los blancos se han vuelto negros".

4.
La "paz" neoliberal logró, a pesar de todo, mantenerse gracias a la sustitución parcial del Estado del bienestar gestionado por el gasto público por una forma supletoria del Estado del bienestar representada por la renta financiera y el crédito fácil. El sector "apático", junto con el conjunto de las "clases medias" fue inicialmente el principal beneficiario de estas medidas, aunque, en cierto modo estas, a través de los "créditos basura" acabaron extendiéndose a los sectores más insolventes de la población. Experimentamos hoy la quiebra del sistema financiero causada por esta sustitución del gasto público por el crédito. Hoy día, ni los marginados ni los apáticos pueden contar con la renta financiera y aún menos con el gasto público para obtener condiciones de vida decentes: desde el punto de vista de la gestión de los equilibrios y consensos sociales, el capitalismo ha entrado en un callejón sin salida. Tanto en Inglaterra como en el resto de Europa y del mundo, el capitalismo ya no puede proponer a las clases populares un sistema de protección social y de bienestar; sólo les puede imponer por la violencia un trabajo precario en condiciones cada vez más degradadas. La respuesta pacífica del 15M y las respuestas violentas de Grecia o de los muchachos de Tottenham frente al saqueo capitalista son un mismo proceso en coyunturas políticas diferentes. Un grupo de jóvenes "antisistema" franceses, el colectivo Invisible escribió hace unos años un libro proféticamente titulado "La insurrección que llega"; hoy, la insurrección ya ha llegado y vive entre nosotros.