lunes, 19 de agosto de 2013

¿Corrupción?


(Publicado en Las Voces de Pradillo)

1. La actual coyuntura política española está marcada por el tema de la corrupción de la denominada « clase política » en la que ocupa hoy el primer plano la dirección del Partido Popular. Los papeles y SMS de Bárcenas junto con otros posibles elementos probatorios han evidenciado la existencia de una amplia trama de financiación ilegal del PP y de corrupción de sus dirigentes. Llama la atención a este respecto la exiguidad relativa de los sobresueldos cobrados por Mariano Rajoy y otros dirigentes : más que una participación en los gigantescos beneficios de las empresas a las que favorecen, estos sobresueldos -de pocos miles de euros- constituyen a su escala una modesta propina. Esto nos muestra que el verdadero poder social, el de la oligarquía financiera no trata a los políticos y gobernantes como socios, sino como lacayos. El actual gobierno español, al igual que la mayoría de los gobiernos de los actuales capitalismos democráticos no es ya en modo alguno « el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa » como sostenían Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista. En el auténtico Consejo de administración no tienen cabida estos personajes secundarios que son los « políticos », no hay lugar para un Rajoy ni para un Rubalcaba : estos ya no deciden gran cosa y se limitan a cumplir las órdenes que emanan del auténtico lugar de la soberanía, que hoy está situado en los órganos de administración del capital financiero. Los auténticos amos recompensan modestamente a sus lacayos. La unidad de la clase burguesa, la unidad del mando capitalista no se realizan hoy en parlamentos y gobiernos, sino en los mercados financieros y sus diversas instituciones.
2. La corrupción, es una marca de la subordinación de los gobiernos a la soberanía efectiva. Hay quien contempla la corrupción como un problema moral ; loe ciertamente, pero es sobre todo un problema político. La propina que el capital financiero da a sus servidores es una ínfima parte de la riqueza social que se apropia. Basta comparar las cuentas de Bárcenas, que ascienden a pocos millones de euros con los 250.000 millones de euros del rescate de la banca pagados con cargo a la hacienda pública o con los beneficios de las grandes empresas, o con el importe de los recortes en salud, educación, cultura, etc. destinados al pago de una deuda ilegítima, pero legal. La ilegalidad que entraña la corrupción es ciertamente llamativa, pero esconde tras de sí un gigantesco montaje de explotación y de expropiación de bienes públicos perfectamente fundada en derecho. Más allá del pequeño bandidaje de la corrupción existe una auténtica dictadura de clase, una dictadura que es legal porque determina a través de su Estado las leyes vigentes.
3. El capitalismo, a diferencia de los regímenes sociales anteriores, no identifica la dominación social con el poder político. Los propietarios de esclavos o los señores feudales se apropiaban el excedente producido por los trabajadores a través de formas de dominación y de violencia directas. El amo tenía derecho al excedente social como amo o el señor como señor, en cuanto titulares de un poder social directo, de una capacidad directa de ejercicio de la violencia. El capitalista, sin embargo, se apropia el excedente al margen del poder político y de la violencia, en el marco de un sistema económico que se presenta como autónomo y « autorregulado ». El poder político, por su lado, pretende ser la representación de un interés general que corresponde por igual a explotadores y explotados. Existen así un sistema jurídico-político y un sistema económico separados.
4. En los primeros tiempos del Estado liberal, los que conocieron Marx y Engels, la representación política era censitaria : solo lo que se consideraba como la « parte activa » de la sociedad, los propietarios de los medios de producción y en general los más ricos, participaban en la representación parlamentaria y en la vida política, quedando excluidas de ella las demás categorías sociales. A pesar de la distinción formal de las funciones políticas y sociales, coincidían la administración del capital y del Estado en un mismo grupo de personas. La progresiva generalización de las relaciones capitalistas hizo cada vez más innecesaria -e incluso imposible- esa concidencia. A partir de finales del siglo XIX pudieron incluso acceder al parlamento los primeros partidos obreros, sin que ello supusiera un riesgo real para la previvencia del sistema. El pluralismo social en la esfera de la representación política se presentaba como la mejor garantía de que el sistema político representara el interés general. El interés general aparecía en este contexto como el resultado de una negociación más o menos expresa o implícita entre los distintos sectores representados por los partidos políticos. Esta negociación respondió a cierta realidad mientras en la esfera social y económica el movimiento obrero estuvo en condiciones de limitar las aspiraciones del capital mediante su organización y su lucha.
5. A partir del momento -que puede situarse en los años 70- en que el capitalismo pasa a nuevas formas de organización, la organización obrera fue debilitándose progresivamente y el juego político parlamentario se independizó casi completamente de las correlaciones de fuerzas sociales, que no alcanzaban ya ningún tipo de expresión eficaz ni en los sindicatos ni en los partidos de izquierda. Lo que pudo verse en un período como el espacio de definición del interés general, pasó a ser una instancia en la que solo lograban ya expresarse -incluso a través de los partidos de izquierda- los intereses del capital y, en particular, de su fracción financiera. Se cierra así un círculo histórico : si en una primera fase del Estado liberal el Estado era el « Consejo de administración de los intereses de la burguesía » y en un segundo momento el espacio de definición del interés general a través de una negociación política que expresaba correlaciones de fuerzas sociales efectivas, hoy la determinación del interés general se confía inmediatamente al capital, quedando exclusivamente representado en la esfera política el interés del capital financiero. La esfera política se hace así enteramente dependiente de la dominación social y económica del capital. El personal político, pasa de ser un conjunto de profesionales de la representación de los distintos intereses a constituir un grupo patético de figurantes. La representación pasa de ser representación política a mera representación en sentido teatral. Los -malos- actores de esta farsa son así recompensados, pero lo son modestamente, como subalternos, no como protagonistas de la dominación social y económica, ni como efectivos titulares -por representación- de la soberanía popular.
6. En este contexto, la corrupción, aún siendo formalmente un conjunto de prácticas ilegales que va de la financiación ilícita de los partidos, al cohecho y la prevaricación, es un elemento normal y necesario del sistema político neoliberal. A partir del momento en que el interés particular del capital financiero se identifica con el interés general, la mediación política por la cual este se definía en el Estado liberal (el parlamento, el gobierno, etc.) pierde su contenido y se convierte en un mero espacio de ficciones. La ficción es, sin embargo, necesaria, pues sin ella, los propietarios del capital se convertirían directamente en amos del resto de la población y la extracción de plusvalía se mostraría como un acto directo de violencia en consonancia con la práctica de anteriores regímenes sociales, pero en contradicción absoluta con los requisitos fundamentales del capitalismo (la extracción del excedente a través del mercado). La remuneración de los profesionales de la ficción se hace así necesaria. Aunque su remuneración sea ridícula en comparación con los gigantescos beneficios del capital financiero, no dejan de estar entre los actores de segunda categoría mejor pagados.

sábado, 17 de agosto de 2013

Gibraltar y los fantasmas del Castillo de naipes




Se debe al gran surrealista belga Marcel Mariën una recopilación de cuentos titulada "Los fantasmas del castillo de naipes". Este título resume hoy en buena medida la actualidad política española. En primer lugar, nos permite ver que el imponente régimen del 18 de julio transmutado en "joven democracia antiterrorista" es hoy un sistema carente de la más mínima legitimidad y sumamente frágil. Se atribuye al dictador griego de los años 30 Metaxas una desilusionada definición de su régimen: "mi régimen es un castillo de naipes que se hundiría con solo un soplido, pero no hay nadie que sople". El castillo de naipes español, como todo castillo que se precie, está poblado de fantasmas. Estos  -con el espanto o la ilusión que crean- consiguen que nadie se atreva a soplar. 

Lo real sostiene el fantasma, el fantasma protege lo real" (Lacan, Los cuatro conceptos...). Lo tolerable oculta lo más intolerable y nos permite vivir con lo que de otro modo no soportaríamos. La figuración verbal de una escena nos permite tener acceso a lo real y a la vez delimitar, enmarcar lo real. "El fantasma lo definiremos, si ustedes quieren, como lo imaginario que se encuentra enmarcado en un determinado uso del significante [una escena] en la que además el sujeto se pone a sí mismo en juego" (Lacan, Las formaciones del inconsciente). En la España actual, las construcciones fantasmáticas, las escenas se superponen: cada una de ellas oculta y a la vez expresa un trauma. El fantasma nos permite relacionarnos con lo real de una historia insoportable, al tiempo que lo evitamos. Gibraltar oculta la corrupción, que oculta el saqueo de la troika, que oculta la rapiña de la oligarquía española, que apenas logra ocultar las cunetas rebosantes de muertos en que se asienta el conjunto del sistema.
Demos la vuelta a esta construcción: remitámonos como centro de perspectiva al macabro fundamento de las cunetas para entender las distintas expresiones que a la vez manifiestan y encubren el horror de ser gobernados por un régimen de ladrones y asesinos en masa. Veremos así que Gibraltar es el significante de una pérdida: la pérdida "de" la nación española, en el doble sentido objetivo y subjetivo del genitivo al que remite la preposición "de". En la farsa de Gibraltar, la "nación" española pierde una parte de su territorio, pero a la vez se muestra a sí misma como definitivamente perdida, como una nación sin soberanía, sin entidad. En el fantasma "hemos perdido Gibraltar" se pierde tanto el objeto como el propio sujeto de la pérdida. La corrupción es, por su parte, la pérdida de una supuesta "democracia", pues indica a las claras que el soberano al que obedece el gobernante -el que llena los sobres- no es el pueblo, sino el poder financiero. El saqueo neoliberal de la troika ocultado por la corrupción es la pérdida de toda soberanía económica. Esta pérdida de soberanía se reafirma en la rapiña protagonizada por la oligarquía española y sus metástasis autonómicas. La rapiña nacional, europea o globalizada que el significante "Gibraltar" indica y elude se funda, por último, en la pérdida realísima que se lee en la vasta geografía de las cunetas. En los campos de la muerte de Franco y de Yagüe. La muerte en masa que sirve de cimiento al régimen español se presenta trastocada en fórmulas casi amables, en escenas de robo y corrupción o de nostalgia patriótica que presentan al régimen de los Hunos fundado por el Generalísimo como un Estado de derecho con algunas imperfecciones.

Es hora ya de atravesar el fantasma, por mucho que ello suponga mirar cara a cara ciertos horrores. Desde esa posición, bastará un soplido para que el régimen caiga. Mientras tanto, los fantasmas, que son nuestros fantasmas, seguirán protegiendo el castillo.

domingo, 4 de agosto de 2013

Los niños salvajes y la producción de sujetos



Los niños salvajes y la producción de sujetos

La editorial Artefakte ha publicado un nuevo libro inquietante: El niño salvaje de Jean Itard, un libro que nos cuenta una historia de hace más de dos siglos, pero que nos habla también de nuestra realidad. Itard es el médico que se ocupó hacia 1800 de un niño "salvaje" encontrado en los bosques de la zona del Aveyron en el centro sur de Francia y al que él mismo daría después el nombre de Victor. Victor había sido dejado por imposible por la medicina y la psiquiatría de la época, que intentaron mediante la mera disciplina llevar al niño a la condición de un sujeto "normal", capaz de trabajar y de convivir con los demás individuos "normales" en el marco de la sociedad mercantil, industrial y profundamente jerárquica que era ya la Francia de aquella época. Todo el entramado de hospitales, asilos, prisiones y otras instituciones de corrección por las que pasó el niño fue incapaz de sujetar a Victor a la norma de la sociedad. El niño, que corría a cuatro patas por el campo, era incapaz de hablar y de comunicarse con los demás, manifestando una clara preferencia por la vida en la naturaleza que se expresaba en sus ansias por salir de los espacios de encierro en que viven los "civilizados" y en su costumbre de contemplar por la ventana durante largas horas la naturaleza de la que procedía.

Jean Itard intentó cambiar el método de "humanización" de Victor dando preferencia respecto de las disciplinas exteriores -el "vigilar y castigar" descrito por Michel Foucault- a una perspectiva "económica" basada en las "necesidades" del individuo. Para ello, lo sacó de las instituciones disciplinarias para colocarlo en una casa bajo los atentos cuidados de quien sería su aya. Allí puso en aplicación los principios de la antropología sensualista de Condillac. Itard reconoció en Victor al sujeto experimental ideal para una teoría sensualista de la constitución de la mente humana. Declara así que  Victor sería la respuesta más adecuada a un problema metafísico: "determinar cuáles serían el grado de inteligencia y la naturaleza de las ideas de un adolescente que, privado desde su infancia de toda educación, habría vivido separado por completo de los individuos de su especie". Conforme a la doctrina de Condillac, Itard se fijó entre sus objetivos principales el de desarrollar la sensibilidad de Victor y desplegar su capacidad de sentir placer y dolor. Esto le permitiría  "civilizar" al niño mediante la multiplicación de sus deseos y sus necesidades, desarrollar en él esa demanda de bienes materiales que corresponde a la oferta siempre en aumento de una civilización mercantil. El tercero de los cinco objetivos que se plantea en el caso de Victor es: "Ampliar la esfera de sus ideas generando en él nuevas necesidades y multiplicando las relaciones con los seres circundantes". Aunque sí pudo desarrollar algo la sensibilidad de su piel, liberándola entre otras cosas de las capas de mugre que la insensibilizaban mediante baños y fricciones, su éxito en materia de desarrollo de las necesidades fue moderado, pues Victor siempre prefirió los alimentos más sencillos: la leche, las nueces, el pan, a los más elaborados y desdeñó la mayoría de las comodidades de la "civilización". El cuarto objetivo de Itard, hacer que Victor adquiriese algunos rudimentos del lenguaje no llegó, según confiesa Itard, a realizarse satisfactoriamente. Vale la pena detenerse en este fracaso, pues el lenguaje es tal vez el rasgo que suele considerarse más definitorio de lo "humano". Lo haremos al hilos del comentario que Louis Althusser dedica a esta parte del texto de Itard en su seminario de 1963-1964 sobre el psicoanálisis, en concreto en su segunda contribución propia, la conferencia titulada "Psicoanálisis y psicología".

Althusser se interesa por el caso del niño salvaje en el marco de una reflexión sobre la diferencia entre el psicoanálisis y la psicología. Según Althusser el psicoanálisis es una de esas disciplinas que, para afirmarse, siempre han tenido que defenderse contra los constantes esfuerzos del entorno ideológico por reabsorber y banalizar sus tesis fundamentales. Así, las versiones psicológicas del psicoanálisis intentan reducir el inconsciente a la base natural de las necesidades y pulsiones físicas del individuo o a un fundamento oscuro del propio sujeto abierto a interpretación por parte de este. En ambos casos, se afirma la continuidad de un inconsciente biológico o de un inconsciente concebido como el lado oscuro de la conciencia con el yo consciente. El inconsciente no ocupa así, para autores tales como Anna Freud o Lagache una posición de trascendencia respecto del yo, pues tiene el estatuto no de un otro sino de un origen del que el yo proviene y en el cual el yo es capaz de reconocerse como tal. El experimento condillaciano que desarrolla Itard coincide en buena medida con las posiciones de Anna Freud, pues para Condillac el origen de la conciencia y del lenguaje se sitúa en determinaciones biológicas como la sensación o las necesidades. Existe así, según esta teoría, una continuidad entre el individuo biológico y el sujeto psicológico conforme a la cual el segundo es resultado del despliegue de las virtualidades del primero. Esto supone que, en el ámbito biológico determinado por las sensaciones y las necesidades existe ya una forma embrionaria del sujeto identificada con el individuo biológico.  

Itard parte de la idea expresada en el enunciado de su cuarto objetivo de que el lenguaje se adquiere mediante la asociación de necesidades a significantes. Como resume Althusser en su conferencia: "la palabra se concibe aquí como el signo de una necesidad. Está aquí implícita toda una filosofía del lenguaje: signo de una necesidad, necesidad de un individuo, de un sujeto psicológico que se definirá por sus necesidades y que deberá valerse del lenguaje como de un sistema de signos que sirva de mediación a sus necesidades". Como sabemos, la hipótesis de Itard fracasa. El primer sonido que reproduce Victor es la "o" que había oído en las interjecciones ("oh!") de una conversación entre personas que se encontraban junto a él, pero ese sonido, aunque a Victor la gustara reproducirlo, no estaba asociado con ninguna necesidad, ni con objeto alguna capaz de satisfacer una necesidad. Este sonido era en sí mismo un objeto autónomo de goce. Del mismo modo, entre las pocas palabras que logró Victor articular se encontraba la palabra francesa "lait" (leche, pronunciada: "lé"), pero para la gran frustación de su tutor, nunca la pronunciaba para obtener su tazón de leche, sino solo cuando ya se la había tomado, como signo de satisfacción, no de necesidad sino de goce. El fracaso del experimento practicado con Victor de l'Aveyron es el fracaso de la tesis de la continuidad entre el yo consciente y su supuesto origen biológico.

De este fracaso concluirá Althusser la necesidad de cambiar de problema y no pensar la constitución del sujeto como un paso de lo biológico a lo psicológico, de lo natural a lo cultural, sino, siguiendo la enseñanza de Jacques Lacan, como un efecto de la cultura sobre el individuo. "Mediante la acción de la cultura sobre el pequeño ser biológico se produce su inserción en la cultura. No se trata pues del devenir humano del pequeño ser humano, sino de la acción de la cultura, constantemente, sobre un pequeño ser distinto de ella, al que transforma en ser humano. Esto significa que se trata en realidad de un fenómeno de asimilación cuyo vector se orienta en apariencia hacia la cultura, aunque es de hecho la cultura la que se precede a sí misma constantemente, absorbiendo al que va a convertirse en ser humano." Frente a la recurrencia de la categoría de sujeto (como origen y resultado de sí mismo) que dominaba la teoría de Condillac así como el conjunto de la teoría política y jurídica burguesas, que Itard pretendió ilustrar y demostrar en el caso del "niño salvaje", Althusser opone otra recurrencia, la de las condiciones materiales, históricamente determinadas de constitución de los sujetos por la "cultura". Al sujeto autofundante de la psicología, del derecho o de la filosofía idealista, Althusser opondrá el individuo sujeto a la imaginación y a las pasiones de Spinoza, un sujeto descentrado. Para el individuo sujeto a la imaginación, la imaginación no es el error que ha de descartar el sujeto de la verdad, el sujeto de la objetividad cartesiano mediante un acto de voluntad, sino el elemento mismo en que se desarrolla la vida humana: "la imaginación es un mundo". El individuo sujeto a la imaginación y a las pasiones, el sujeto-efecto de múltiples determinaciones, está radicado en un mundo siempre ya cultural y complejo, pues la imaginación es el tejido material de la comunidad política, el elemento en que se mueven y se constituyen según el Spinoza del Tratado teológico-político los profetas, los soberanos y los súbditos. Del mismo modo que el origen del lenguaje era para Saussure la constante efectuación de este en sus leyes y estructuras, para Spinoza, que en ello se enfrenta a toda la filosofía política moderna (tal vez con la excepción de Althusius), la vida social, la cultura tiene como único origen el conjunto de los efectos materiales, de las relaciones que la constituyen. Lo cultural, lo complejo, es algo siempre ya dado cuando se trata de la especie humana y no el desarrollo de una situación de simplicidad originaria.

El niño salvaje de los bosques del Aveyron que recogió e intentó educar Itard no era el embrión de una humanidad civilizada, sino, muy probablemente, si se atiende a los síntomas descritos en el informe de Itard, un niño autista. Ahora bien, un autista no es ningún ser primitivo ni natural ni biológico, sino un individuo que tiene una relación con el lenguaje particular, que ve el lenguaje como una cosa y no como el medio de una demanda dirigida a otro. Es una versión de la humanidad que, como todas las demás, presupone la cultura, por mucho que después esta sea mantenida a distancia por el sujeto autista... como una amenaza.