domingo, 20 de enero de 2013

La cleptocracia: una corrupción angelical




La indignación ciudadana que causa la corrupción en España es perfectamente comprensible y legítima. Trabajadores, jubilados, jóvenes y demás integrantes de la aplastante mayoría social (el 99% del que hablan en Occupy), sometidos a una brutal cura de "austeridad" marcada por recortes de ingresos y de derechos, ven con asombro cómo la pequeña categoría cercana al mando sigue llenándose los bolisllos a su costa. El último escándalo, que hoy afecta al PP, no es sino uno más dentro de una ininterrumpida serie en la que esŧán implicados los distintos gobiernos de la fase neoliberal del régimen español (de los años 80 a esta parte). Esta implicación de los dos grandes partidos del régimen así como de los partidos de las derechas periféricas (PNV y CiU) en una corrupción sistémica explica el clamoroso silencio con que las distintas instancias de representación política y social, tanto partidos como instituciones -o incluso los sindicatos mayoritarios- acogen el caso Bárcenas. Y es que la práctica de los "sobres" no es exclusiva de un partido sino una característica fundamental del actual régimen español que se explica por la combinación de sus dos aspectos: transfranquista y neoliberal.

Es un hecho que la Transición fue un proceso que requirió mucho, muchísimo dinero. Había que mantener al conjunto de los aparatos de Estado franquistas, del Rey (a título de sucesor de Franco) hasta abajo, pasando por las burocracias políticas y sindicales del régimen y sus cuerpos militares y represivos. Había que ganarse el silencio o la complicidad de todos estos engranajes del poder franquista para llevar a cabo una operación de transmutación de este en una democracia de partidos, sin romper formalmente con la legalidad del régimen del 18 de julio. También había que acomodar en el nuevo avatar del régimen a toda una clase política que estuvo dispuesta a renunciar a una ruptura democrática a cargo de prebendas generadoras de dinero y de poder. Independientemente de las nuevas justificaciones que pudieran derivarse de nuevas reivindicaciones populares legítimas (Andalucía o Extremadura), la generalización de las autonomías, más allá de las nacionalidades históricas reconocidas por la Constitución republicana, sirvió para doblar la estructura de la administración central con una segunda administración autonómica a veces difícilmente justificable.  Todo eso supuso dinero y cargos, y cargos que permitieron sacar más dinero mediante un sinfín de comisiones cobradas por contribuir a inflar cada vez más la burbuja inmobiliaria. Mucho dinero que sirvió para financiar a los partidos, pero también a sus jerarcas y cargos de distintos niveles.

Sin embargo, el transfranquismo español se caracteriza también por su evolución neoliberal, sobre todo a partir de los años 80 y de los primeros gobiernos del PSOE. El neoliberalismo viene a añadir a las componendas del nuevo régimen una nueva dimensión más sistemática. Para el neoliberalismo la tarea del Estado es explícitamente favorecer la libre competencia y el enriquecimiento privado, pues se considera que este, por desmedido que sea, genera un "goteo desde arriba" (trickle down) que termina beneficiando a los de abajo. El gobierno, en régimen neoliberal confunde por sistema el interés común con el interés privado, pues el primero se basa en el segundo. Los métodos para llegar a este fin importan poco. En cuanto a la prevaricación de cargos públicos o la corrupción en general, se considera que no debe condenarse a priori sino sólo en función de sus consecuencias, las cuales no siempre son negativas, pues, como sostiene el premio Nobel de economía Gary Becker: "Con unas reglamentaciones públicas ineficaces y una extendida gestión gubernamental de bancos y otros empresas, los funcionarios corruptos pueden, sin saberlo, realizar una función útil al reducir las decisiones públicas arbitrarias y ayudar a los empresarios y a otras personas a eludir leyes y reglamentos nocivos."  Este planteamiento se inscribe en el marco más general de una economía política neoliberal del delito en la que el mismo Gary Becker considera el delito como una actividad económica más.  La corrupción y el delito no son así sino sectores económicos que sólo se valoran en función de un criterio: su rentabilidad, su capacidad de generar beneficios, por supuesto privados.

En este doble contexto, a pesar de la indudable legitimidad de la indignación popular contra la corrupción, sería un grave error olvidar la dimensión sistémica del problema de la corrupción. Por muchos millones que se hayan entregado en sobres y comisiones a cargos corruptos de los partidos del régimen, las sumas en cuestión no guardan ninguna proporción con el saqueo descarado de los bienes comunes que está en curso. Los 22 millones que, según la prensa, el tesorero del PP tenía guardados en Suiza, son una cantidad despreciable comparada con las decenas de miles de millones que cuesta salvar una banca que arruina el país y a sus ciudadanos.

Es poco, en efecto, decir que alguien es un ladrón cuando se vive en un régimen de cleptocracia (un gobierno de los ladrones: del griego klephtes, ladrón, y kratos, poder). En una cleptocracia, robar no es sino una actividad económica normal, que, incluso, en determinadas circunstancias puede considerarse "obligatoria". Esta práctica generalizada del robo no impide que algunos mandos del régimen como la Sra. Sáenz de Santa María estén al borde de las lágrimas cuando hablan del drama de los desahucios realizados por los mismos bancos que se han salvado con dinero público. No es fácil saber si esas lágrimas apenas contenidas son sinceras. Podrían serlo. Alguna vez, en este mismo blog, se ha recurrido para describir el neoliberalismo a la fortísima imagen kantiana de la república de los demonios. En efecto, el gran filósofo de Königsberg afirmaba el el segundo suplemento de su texto sobre La paz perpetua que«El problema del establecimiento del Estado tiene solución, incluso para un pueblo de demonios, por muy fuerte que suene (siempre que tengan entendimiento), y el problema se formula así: «ordenar una muchedumbre de seres racionales que, para su conservación, exigen conjuntamente leyes universales, aun cuando cada uno tienda en su interior a eludir la ley, y establecer su constitución de modo tal que, aunque sus sentimientos particulares sean opuestos, los contengan mutuamente de manera que el resultado de su conducta pública sea el mismo que si no tuvieran tales malas inclinaciones». Un problema así debe tener solución."  Parece, sin embargo que habría que dar un paso más: no se trata solo de pensar la sociedad como la "soledad" (cf. el maravilloso lapsus de la Sra. Sáenz de Santa María en su comparecencia antes mencionada) organizada en la que individuos racionales que se odian entre sí pueden convivir bajo buenas leyes que dan lugar a una sociedad justa. Habría que formular hoy la hipótesis inversa a la de Kant. Sería concebible el establecimiento de una cleptocracia incluso en un pueblo de ángeles regido por tal sistema de normas sociales que, cualquiera que fuese su voluntad, sólo pudieran cometer crímenes. El problema de la corrupción no radica, pues, en la maldad de determinados individuos que cometen graves delitos, sino en el funcionamiento general del sistema. No es que el sistema funcione mal, sino que funciona así y no lo puede hacer de otra manera.  La propia república de los demonios se perfila hoy como una utopía liberal algo ingenua. 

jueves, 17 de enero de 2013

Marcel Mariën, un ilustre desconocido (prologuillo a la traducción castellana de la Teoría de la revolución mundial inmediata de Marcel Mariën, Hiru, Hondarribia, enero de 2013





Marcel Mariën, un ilustre desconocido
Juan Domingo Sánchez Estop (John Brown)

Prologuillo a la traducción castellana de la Teoría de la revolución mundial inmediata de Marcel Mariën, Hiru, Hondarribia, enero de 2013



El surrealismo belga es conocido fuera de las fronteras de ese pequeño y precario país europeo que se sigue llamando Bélgica por un solo nombre, el de René Magritte. El representante internacional del surrealismo belga nunca fue sin embargo aceptado como tal por los demás miembros del movimiento. Estos se habían dado, como nos cuenta Marcel Mariën en su biografía Radeau de la mémoire (Balsa de la memoria, 1983), una regla común : evitar a toda costa la notoriedad. Se habían comprometido incluso, en aplicación de esa misma regla, a imponer a los demás miembros del grupo la máxima discreción en caso de que alcanzaran algún renombre. Puede decirse que Marcel Mariën logró en vida realizar este ideal, haciendo lo que le dio la gana sin aspirar al reconocimiento público. La falta de ambición fue su regla, hasta el punto de afirmar en su biografía que « por falta de ambición nunca estuve en el paro ». Fue así su falta de ambición una discreción activa, compartida durante años con otros subversivos de la escritura, de la imagen, de la política o de cualquier otro tipo de expresión. En Mariën la discreta productividad del surrealismo belga se expresó magistralmente en su producción como cuentista con libros como Figures de poupe (Máscaras de popa, 1979) o Les Fantômes du Château de cartes (Los fantasmas del castillo de naipes, 1981). Louis Scutenaire cultivará la poesía automática declarando no ser “ni poeta, ni surrealista ni belga”, Gabriel Nougé se dedica a la fotografía y el relato pornográfico, aunque ninguno de los miembros del grupo surrealista se limitara a una especialidad. Todos ellos mantuvieron ese rechazo de la notoriedad con la única excepción de René Magritte.


La discreción no estuvo tampoco reñida con el escándalo para Marcel Mariën y su pequeño grupo reunido en torno a la revista Les lèvres nues (Los labios desnudos). El escándalo va desde la broma vengativa que gastaron a Magritte durante su primera exposición pública en el pijo casino de Ostende de 1962, en la que afirmaron por medio de octavillas anunciando una “Grande baisse” (Gran rebaja) que la obra del maestro Magritte se vendería a "precios populares" (unos centenares de francos de la época) para que el arte fuera accesible al pueblo, hasta el panfleto en defensa de Stalin que escribió Mariën tras el informe secreto de Jruschov. Este panfleto titulado en remedo al título de una famosa novela del realismo socialista Quand l'acier fut rompu (Cuando se rompió el acero, 1957) defiende a Stalin, pero presentándolo como un necio y un carnicero y afirmando cínicamente que era « el médico de los pobres », el que, para salvar a ocho mataba a dos.


Mariën siempre contempló a la vez con ternura y cinismo los tiempos terribles -o, lo que viene a ser lo mismo, los « tiempos interesantes » por utilizar la definición que de ellos nos ha dejado Hobsbawn- que le tocó vivir. Manifestó la más absoluta hostilidad a un capitalismo nefasto para todos, explotadores y explotados, pues en él hasta la clase dominante se afana por ganar dinero y en cierto modo trabaja. El capitalismo era para él un universo cruel, necio y degradante que había que liquidar por todos los medios. Uno de ellos era el pragmatismo brutal de Stalin, hasta que con la desestalinización se hiciera inviable; el que nos propone en la Teoría de la Revolución Mundial Inmediata (1958) publicada un año después de su reivindicación de Stalin no es brutal ni sanguinario, pero, si cabe, aún más cínico. Se trata en este delirante método surrealista del golpe de Estado revolucionario de hacer la revolución como una broma, como un acto que « tiene chiste ». La Teoría de la revolución mundial inmediata es la historia de una conjura de unos comunistas, de un grupo muy reducido de personas afines discretas y resueltas que deciden establecer el comunismo por los mismos medios de los que se valen el capitalismo de consumo y el sistema de la democracia representativa para imponer sus productos y partidos: lo que llamó Vance Packard la "persuasión clandestina" o lo que el sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays denominó “Propaganda” . Se trata, pues de que, sólo una vez que se haya realizado la revolución, pero no antes, la mayoría de la gente se dé cuenta de que esta ha ocurrido y de que ha participado en ella. Los medios de la revolución no son ya las milicias armadas, ni los grandes oradores, ni la propaganda revolucionaria, sino los propios instrumentos de dominación del sistema: el consumo, el ocio, la publicidad y el espectáculo.
Mariën se adelanta a las tesis que formula Debord (quien, por cierto, publicó varios artículos en Les lèvres nues) en La sociedad del espectáculo (1967) y en cierto modo va más allá del simple negativismo y esteticismo de la crítica situacionista. Mariën en su « broma » o su « chiste » lo que intenta es asumir la plena inmanencia de la revolución al sistema. Actuar desde dentro cuando ya ni siquiera puede soñarse un "fuera". Acepta que estamos ya en el lodo de la sociedad del espectáculo debordeana o de la sociedad administrada de Adorno, en ese totalitarismo blando del capital, pero afirma también que desde dentro se puede destruir el monstruo utilizando exactamente los mismos medios que usa para oprimirnos. Así, tras haber comparado la brutalidad de Stalin con la de Hitler, optando por Stalin pues la brutalidad de este último tenía una finalidad comunista, Mariën no duda en aceptar los métodos de persuasión de la publicidad, incluso los de la propaganda fascista. Muy probablemente, la idea de dar a un partido el nombre y la apariencia de una sociedad comercial se inspirara incluso en la experiencia del nazismo belga francófono cuyo fundador y líder, Léon Degrelle, dio a su organización el nombre de la editorial católica que él mismo dirigía: Rex. Mariën propondrá dar a su organización revolucionaria secreta la cobertura de un club de ocio y vacaciones, algo parecido a ese Club Méditerranée que había fundado 8 años antes el también belga Gérard Blitz. Una vez "revolcaos en un merengue" como dice el más famoso tango de Santos Discépolo, no se puede uno permitir absurdos escrúpulos.


La propuesta de Mariën es sobre todo un chiste y una broma, pero la eficacia del chiste (Witz) consiste según nos enseña Freud en apuntar a un deseo reprimido a través de la ambigüedad de un significante explotada por la “técnica del chiste”. El chiste nunca es solo algo « gracioso », sino que siempre es el representante de algo imposible de decir y de representar en otro lenguaje, es una “formación del inconsciente” (Lacan). De ahí que el chiste sea profundamente surrealista, pues expresa no una realidad fantástica, sino ese lado oculto de la realidad, aquel que no queremos ver y que se manifiesta a la vez que se oculta en los sueños, los lapsus y los chistes. Tal vez la influencia confesada por André Breton del psicoanálisis sobre el surrealismo haya hecho de este último una estética del chiste. Sin embargo, una estética del chiste que, como tal, no ignora el insoportable mundo de larvas que se oculta detrás de todo chiste y a la vez se expresa en él, es más precisamente una estética del humor negro. Cuando ya no podemos desear abiertamente, explícitamente una cosa, el comunismo por poner un ejemplo, sólo un chiste negro, muy negro, nos puede salvar permitiéndonos entrever por medio de las risas lo que realmente queríamos. Por otra parte, el chiste que nos propone Mariën no carece de seriedad, de gravedad, pues apela a la necesidad de decidir, de actuar y de hacerlo muy rápido, de tomar por sorpresa a nuestros propios hábitos mentales y de no dar al enemigo que en nosotros mismos reside la posibilidad de reaccionar.
Tal vez las revoluciones latinoamericanas que han puesto en el lugar del poder a presidentes plebeyos, indios o mestizos, absolutamente incapaces de representar la gravedad y seriedad del Estado colonial latinoamericano, y muy capaces en cambio de abrir paso a las reivindicaciones y movimientos sociales sean una aplicación del método de Mariën. Se trata de quitar el poder a la burguesía, pero para ello lo que hay que hacer es bloquear el lugar del poder con un dirigente que por su propia presencia hace imposible el funcionamiento normal del Estado. ¿Qué mejor chiste político que la presencia en las presidencias de varias repúblicas latinoamericanas de exponentes de las mayorías sociales y étnicas históricamente dominadas por estos mismos Estados? ¿Qué mejor sorpresa que las sucesivas y aplastantes victorias elctorales de estos nuevos movimientos y dirigentes que, como Hugo Chávez o Evo Morales nunca han renunciado al sentido del humor, como tampoco lo hicieron el Che ni Fidel? Puede que nuevas sorpresas de este tipo aguarden al capitalismo, incluso donde menos las teme, en Europa y los Estados Unidos. La conjura para hacer la revolución mundial en solo un año ya ha comenzado. Empieza la cuenta atrás.

viernes, 11 de enero de 2013

Los ateos rezan por Chávez

"Le Prince étant défini uniquement, exclusivement, par la fonction qu'il doit accomplir, c'est à dire par le vide historique qu'il doit remplir, est une forme vide, un pur possible-impossible aléatoire" (Louis Althusser, Machiavel et nous) ("Puesto que el Príncipe se define únicamente, exclusivamente por la función que debe cumplir, es una forma vacía, un puro posible-imposible aleatorio" LA, Maquiavelo y nosotros)


Tuve ocasión ayer de participar en un acto ciertamente emotivo. Se trataba de una reunión convocada por la embajada de la República Bolivariana de Venezuela en solidaridad con el presidente Hugo Chávez que no pudo jurar su cargo de presidente reelecto debido a su estado de salud. La solidaridad con la persona del presidente se hacía extensiva al conjunto del proceso revolucionario bolivariano. El público estaba compuesto de miembros de la comunidad latinoamericana en Bruselas y de otras personas que apoyamos el proceso bolivariano y, en general, la ola transformadora que está cambiando radicalmente una buena parte de América Latina. Los asistentes, incluidos los miembros del cuerpo diplomático del Alba, eran todos gente sencilla, politizada, preocupada. Aparecían en una pantalla, en directo, las imágenes de la inmensa manifestación de Caracas donde la población, en ausencia de Hugo Chávez, tomó ella misma posesión del cargo de presidente. Una escena emocionante: frente a una "oposición" que lanzaba fuegos artificiales hace unas semanas cuando creyó muerto al presidente y que aún hoy cuenta más con el cáncer que con su propio potencial electoral para poner fin al proceso bolivariano, una marea variopinta, pero también muy roja, de gente de todos los tipos y edades rodeaba el palacio de Miraflores para defender la democracia, su democracia. Frente al golpismo, frente a la muerte. Hoy, hasta los ateos rezamos por Chávez a ese Dios Inexistente que nosotros sabemos.

Es mucho lo que está en juego en torno a la difícil coyuntura marcada por el estado de salud de Chávez. La oposición intenta aprovechar este momento para desestablizar el país, generando entre otras cosas, desabastecimiento alimentario, caos e incertidumbre. De momento, su táctica no parece funcionar. Por el contrario, una inmensa mayoría de la población, mayor aún que la que lo reeligió, desea, según las encuestas, que el presidente Chávez vuelva a su cargo y que continúe el proceso que con él se iniciara. Chávez no es solo un presidente de la República, es otra cosa: el símbolo vivo de un cambio social que ha impulsado a la existencia política y social a millones de venezolanos que antes "no existían" y carecían de cualquier tipo de derecho. Venezuela es hoy un país donde las políticas sociales del gobierno bolivariano han reducido enormemente la pobreza, donde se garantiza el acceso a la enseñanza gratuita para todos y no sólo en el nivel primario y secundario, sino en el universitario. Sobre 27 millones de venezolanos había 300.000 universitarios antes de la revolución; hoy son más de dos millones. Lo mismo puede afirmarse de la sanidad y de la cultura. Uno de los objetivos del gobierno de Venezuela es que 2 millones de niños accedan a la alfabetización musical, esto es que sepan música y sepan tocar un instrumento, que les proporciona gratuitamente el Estado. Teatros y salas de concierto ya no son patrimonio exclusivo de la oligarquía. El cambio social es tangible en cuanto a desarrollo de los servicios públicos y reparto de la riqueza, también en términos de politización y protagonismo de la población. Es esa la mayor fuerza de Chávez y la base de la legitimidad del proceso. Como dicen los venezolanos "Chávez nos dio Patria", en otros términos, los hizo ser miembros efectivos de una comunidad política y tener acceso a los comunes de un país cuya gran riqueza era antes sólo para unos pocos.


No se pueden discutir estos logros, pero el propio problema creado por la enfermedad de Chávez apunta a una característica del proceso.que puede ser a la vez su  mayor fuerza y su máxima debilidad. Se trata efectivamente de la relación estrechísima del proceso con la persona de Chávez que se expresa en consignas del tipo "Chávez es el pueblo", "Chávez, corazón del pueblo" o "Chávez somos todos". Al margen de la relación de afecto que puedan sentir amplios sectores de la población venezolana por el dirigente de la revolución bolivariana, es inevitable enmarcar esa relación imaginaria en la tradición política de la soberanía. En esta tradición cuyo pensador clásico es Thomas Hobbes, el soberano es quien unifica al pueblo. Lo unifica en la medida en que lo representa y lo representa en cuanto los individuos que componen la multitud que se hace pueblo renuncian mediante un contrato a todo derecho propio en favor del derecho absoluto del soberano. Para Hobbes, es esta la única manera de superar los peligros mortales que supone la guerra de todos contra todos que caracteriza al estado de naturaleza. De este modo, el pueblo y cada uno de los idividuos que lo componen actúa por medio de su representante, por medio del soberano, y, por consiguiente, cada súbdito debe considerar la actuación del soberano como propia. Desde un punto de vista gráfico, Hobbes representaba en la portada del Leviatán este hecho fundacional de la soberanía mediante la imagen de un Hombre Artificial compuesto por los hombrecillos naturales que transfieren al soberano su propio derecho, su propia potencia. Así, puede afirmar Hobbes que en una monarquía: "El Rey es el pueblo" (The King is the People).



El liderazgo de Chávez ha sido calificado con frecuencia como "populista". En la mayoría de los casos, por sus dectractores que consideran que una dirección política que no esté en manos de "los que saben", de las élites sociales sólo puede ser irracional y tiránica. Es grande, en efecto, la animadversión de la tradición política occidental al poder del pueblo. Esa misma tradición política que hoy denuncia el populismo de Chávez  es la que hasta principios del siglo XX consideraba la "democracia" de manera negativa y lo hacía por los mismos motivos. Existe, sin embargo otra corriente de pensamiento que asume el "populismo" como un hecho positivo y considera, como lo hace Ernesto Laclau que el populismo es el otro nombre de la política frente a concepciones de esta que la neutralizan reduciéndola a mera gestión de la sociedad  por parte de presuntos expertos. La política así neutralizada se convierte en los términos del filósofo francés Jacques Rancière en mera "policía" o gestión de las diferencias y jerarquías consolidadas. Sólo el "populismo", la importación al espacio político de las reivindicaciones de la parte no representada y tal vez nunca totalmente representable puede hacer revivir el antagonismo y con él la política propiamente dicha, que coincide con la democracia. Esto es algo que Chávez ha sabido hacer magistralmente.

El liderazgo de Chávez es perfectamente anómalo. Chávez no es un profesional de la política ni un experto, sino un hombre del pueblo. Esto hace que la mayoría de la población excluida del poder y del reparto de la riqueza se identifique con él. Chávez es para los de abajo, en ese Estado de raíz colonial y oligárquica que ha sido Venezuela hasta anteayer, una persona que no pertenece a la clase ni a la raza que ha gobernado "siempre" el país. Es además, una persona que no ha abandonado -casi- nunca la "decencia común", ese sentido moral inmediato, basado en la igualdad y la dignidad de todas las personas que Orwell atribuía a las clases populares y del que están desprovistos la inmensa mayoría de los gobernantes. No sólo eso, el presidente Chávez sigue siéndo presidente no sólo por su indudable valor personal, ni por haber sido reelegido desde hace 14 años por una amplia mayoría, sino sobre todo porque el pueblo venezolano lo rescató de sus captores y lo restableció en la presidencia desbaratando un golpe de Estado oligárquico. En un sentido enteramente opuesto al de la frase de Hobbes antes mencionada: "Chávez es el pueblo", pues la multitud de los de abajo es la que sostuvo y sostiene a uno de los suyos en ese puesto de responsabilidad política que no estaba hecho para ellos.

Existe así, en el populismo y en su peculiar expresión chavista un doble aspecto: por un lado, adopta las formas de la soberanía clásica, pues afirma la representación del pueblo en y por el Líder, pero por otro, la multitud y sólo la multitud ha mostrado ser capaz de sostener a la vez al Líder y el proceso revolucionario bolivariano. Frente a los oligarcas golpistas e incluso frente a la enfermedad, frente al cáncer que constituye la triste e indigna esperanza de los "escuálidos", es la multitud venezolana la que da contenido a la acción del dirigente y en todo momento la potencia a través de un diálogo ininterrumpido. La teología política de matriz hobbesiana hacía del soberano un Dios mortal que trasciende al pueblo en que se funda su poder y reduce a Uno a la multitud. El chavismo es una nueva teología política herética, mesiánica y materialista, en la cual la multitud se mantiene como tal y como multitud libre determina en gran medida el curso del proceso político. El soberano deja de ser en este contexto una sustancia, un absoluto y es una relación interna a la multitud de la que la persona de Chávez, como defensor de los comunes materiales y de la decencia común, de la dignidad de todos, es una mera expresión. El soberano no es quien desactiva a la multitud, sino la figura resultante de la intensa politización de la población y que sólo en ella puede sostenerse. Hugo Chávez en la nave negrera dirigida por los amotinados que es la Venezuela bolivariana es un personaje parecido al Benito Cereno de Melville, aunque aquí se trata de un Benito Cereno distinto: de un negro vestido de capitán y que asume con entusiasmo su función.

Chávez es ciertamente un príncipe, pero no ese príncipe azul de los cuentos de hadas que aparece sólo una vez y luego desaparece para no regresar jamás salvo que se cumpla una condición dificilísima de realizar, sino un auténtico príncipe maquiaveliano. Es el príncipe que funda una república nueva y una democracia a partir de un momento monárquico inicial. Althusser recordaba en su ensayo Maquiavelo y nosotros un texto del Príncipe de Maquiavelo: "Un solo hombre es capaz de constituir un Estado, pero muy breve sería la duración del Estado y de sus leyes si la ejecución dependiera de uno solo, la manera de garantizarla es confiarla al ciudado y a la salvaguarda de varios". Hay así, según comenta Althusser el texto maquiaveliano, dos momentos en la fundación de un nuevo principado: 1) un momento de soledad del príncipe, el del "comienzo absoluto" que sólo puede ser obra de uno, de un individuo solo, pero "ese momento es en sí mismo inestable, pues en último término puede inclinarse más del lado de la tiranía que del de un auténtico Estado" y 2) un segundo momento que es el de la duración, que sólo puede alcanzarse mediante una doble operación: la donación de leyes y la salida de la soledad, es decir del poder absoluto de uno solo". Ciertamente, como hemos visto el poder absoluto de uno solo es una ficción teórica que sirve para pensar la ruptura con el pasado, con el orden anterior. En el caso de Chávez, desde el momento de su "decisión" de ruptura con el régimen oligárquico y a través de las distintas fases de la revolución bolivariana, siempre ha contado con el apoyo de movimientos sociales importantes y tendecialmente mayoritarios. Es que su revolución  puede compararse con la creación del principado nuevo maquiaveliano solo hasta cierto límite. Maquiavelo piensa en la creación de un Estado moderno, burgués, de un sistema de dominación de clase, ciertamente inteligente y capaz de negociar con "los de abajo", pues el Príncipe debe "ganarse la amistad del pueblo", pero lo que hoy está en juego en Venezuela es precisamente la liquidación de la sociedad de clases, la creación de una democracia real, el socialismo como transición a una sociedad de los comunes. Eso impide que los dos momentos se distingan claramente, aunque, sin duda, la decisión de Chávez de rebelarse contra el régimen oligárquico fuera en su momento el catalizador a la vez necesario y perfectamente imprevisible que permitió tomar cuerpo al conjunto del proceso y lo puso en marcha.

Un príncipe que funda una democracia es un mediador evanescente, un mediador cuyo acto mismo impide su perpetuación como soberano absoluto. Chávez es así indispensable, pero a la vez, sustituible. Él mismo ha afirmado en numerosas ocasiones que es objetivo del proyecto bolivariano acabar con el Estado burgués y sus instituciones para establecer una democracia acorde con unas nuevas relaciones sociales postcapitalistas. En la presentación del programa electoral para las últimas elecciones presidenciales, afirmaba Hugo Chávez: "Para avanzar hacia el socialismo, necesitamos de un poder popular capaz de desarticular las tramas de opresión, explotación y dominación que subsisten en la sociedad venezolana, capaz de configurar una nueva socialidad desde la vida cotidiana donde la fraternidad y la solidaridad corran parejas con la emergencia permanente de nuevos modos de planificar y producir la vida material de nuestro pueblo. Esto pasa por pulverizar completamente la forma Estado burguesa que heredamos, la que aún se reproduce a través de sus viejas y nefastas prácticas, y darle continuidad a la invención de nuevas formas de gestión política." Muchos aquí en Europa, en América Latina y optras partes del mundo esperamos que el presidente bolivariano se restablezca pronto y aplique este programa tan necesario para arraigar la nuev república nacida de la revolución y salir definitivamente del imaginario hobbesiano propio del Estado burgués.