domingo, 13 de noviembre de 2011

El gobierno de los banqueros: la utopía capitalista realizada

Monumento a Auguste Comte



"Dans chaque république particulière, le gouvernement proprement dit, c'est-à-dire le suprême pouvoir temporel, appartiendra naturellement aux trois principaux ban­quiers" (En cada república particular, el gobierno propiamente dicho, es decir el supremo poder temporal pertenecerá naturalmente a los tres principales banqueros) Auguste Comte, Catéchisme positiviste




1. La respuesta del poder a la oleada de resistencia contra las políticas dictadas por el capital financiero tiene la gran virtud de no ser hipócrita. Frente a quienes en las calles veníamos gritando "lo llaman democracia y no lo es" o "no nos representan", la oligarquía que está al mando del régimen ha decidido no desengañarnos. La reforma constitucional "de alta velocidad" en España fue un primer hito que luego, en una tremenda aceleración histórica, se ha visto seguido por el nombramiento del hombre de Goldman Sachs que es Mario Draghi como presidente del Banco Central Europeo, un banco formalmente "independiente", pero que sólo es independiente de cualquier órgano emanado de la voluntad popular. La sociedad que falsificó las cuentas públicas griegas para que Grecia entrase en el euro, y que luego especuló abiertamente contra la deuda griega, va a dirigir los destinos financieros de la UE. En Grecia, tras el acoso y deposición de Giorgos Papandreu por una troika (FMI, Comisión Europea, BCE) que ha tratado a Grecia como un país colonial, el nuevo primer ministro será otro exponente de la oligarquía financiera, Lucas Papadimos, antiguo responsble del Banco Central Europeo. En Italia, Mario Monti, la persona impuesta por "los mercados" y sus representantes en la tierra y en Europa para suceder al infausto Berlusconi también es, según fuentes de la Comisión Europea, además de antiguo comisario... asesor de Goldman Sachs. En este momento, el Banco Central Europeo y dos países de la UE están dirigidos por personas abiertamente ligadas al capital financiero y, en el caso de Draghi y Monti, a Goldman Sachs. Parece verificarse la afirmación del histriónico corredor de bolsa Alessio Rastani cuando decía en su entrevista a la BBC que "Los gobiernos no gobiernan el mundo, es Goldman Sachs quien gobierna el mundo". Invirtiendo la fórmula de Marx, podemos decir para describir lo que hoy ocurre que "la historia se repite dos veces: una vez como chiste o farsa, la otra como tragedia...griega".


2. El capitalismo siempre tuvo una relación difícil con la democracia. Contrariamente a la historia oficial que nos presenta capitalismo y democracia como términos de un binomio inseparable, la democracia formal tardó mucho en establecerse en el mundo capitalista y, según van hoy las cosas, puede ya decirse que habrá durado poco. Los regímenes liberales del siglo XIX y de las primeras décadas del siglo XX no eran democráticos ni siquiera en el sentido muy limitado que hoy damos a ese término: en casi todos ellos el sufragio era censitario o estaba fuertemente limitado y sólo votaban los hombres. La representación política quedaba así abierta tan sólo a quien tuviera unos ingresos y un patrimonio considerables y no estuviese supeditado al poder patriarcal en la esfera familiar. En cuanto al pluralismo político, siempre fue muy limitado, estando las opciones anticapitalistas a menudo fuera de la ley. Las cosas cambiaron en el segundo decenio del siglo veinte, en el convulso período comprendido entre la revolución rusa y los años posteriores a la crisis del 29, cuando, ante la amenaza de la revolución y de la crisis, fue indispensable a las burguesías europea y norteamericana crear un amplio consenso en torno al capitalismo que incluyese al proletariado y a sus representantes. Con los gobiernos de Roosevelt en los Estados Unidos o del Frente Popular en Francia, pero también al margen de la democracia liberal, con el fascismo y el nazismo, fue posible establecer un acuerdo social hegemónico en torno al orden capitalista basado en el intercambio de disciplina social y laboral por protección y derechos sociales. Después de la segunda guerra mundial y l victoria sobre el fascismo, hasta los años 70 se consolidan  en la Europa en reconstrucción regímenes capitalistas democráticos con un importante contenido "social" y una considerable influencia de las izquierdas, mientras que los logros sociales y democráticos de la era Roosevelt se mantienen a pesar de ciertos recortes en los Etados Unidos. El capitalismo admite de este modo, en su propio seno, un margen para la reivindicación de derechos sociales y para cierto juego político pluralista y democrático, contenido, eso sí, en los límites fijados por el sistema de la representación, la "democracia de partidos" y la preservación de las condiciones mínimas para el funcionamiento del propio capitalismo. 


Este idilio del capitalismo con la democracia no dura más de 30 años (los treinta "años gloriosos" de crecimiento posteriores a la IIa Guerra Mundial) y entra en crisis cuando las conquistas populares en los países del centro capitalista y las independencias de los países del Tercer Mundo reducen drásticamente la tasa de ganancia del capital al hacer aumentar respectivamentre salarios y precios de las materias primas. El capitalismo democrático se encuentra así frente a un límite. Estamos ante lo que la Comisión Trilateral definirá como "La Crisis de la democracia" y caracterizará como una crisis de "gobernabilidad". La solución a esa crisis será, como se sabe, la contrarrevolución liberal con sus diversos hitos: Pinochet, Reagan, Thatcher, Felipe González-Solchaga etc. Sus instrumentos serán la desregulación financiera, el monetarismo, la sustitución del contrato laboral y la contratación colectiva por el contrato mercantil y la contratación individual, y la liquidación progresiva de los derechos sociales


3. En el régimen neoliberal inicial se mantienen las formas democráticas: los gobiernos son elegidos por la mayoría parlamentaria y los intereses privados se diferencian aún del interés público, aunque este último tiende a traducirse cada vez más en términos de eficacia y rentabilidad mercantil. La democracia pierde, con todo, sus contenidos, al implantarse la divisa de Margaret Thatcher "TINA" (There Is No Alternative-No hay alternativa) y hacerse casi imposibles las políticas socialdemócratas. Sin embargo, cuando a partir de 2008 y la crisis de los "bonos basura", el capital financiero se convierte en acreedor despiadado de los mismos poderes que salvaron a la banca de su seguro hundimiento, el margen de negociación de los derechos e intereses de las categorías sociales mayoritarias desaparece  por completo. La única prioridad de los Estados es el pago de la deuda y la salvaguardia de su credibilidad ante los mercados. A partir de ese momento, los representantes políticos no pueden mantener la ficción del "interés general" y se convierten abiertamente en marionetas en manos del capital financiero. Las patéticas imágenes y declaraciones de Papandreu, Zapatero y, en diversos grados, de los demás dirigentes de nuestras democracias en estos últimos meses dan buena muestra de esta completa supeditación del poder político formal a un poder privado. En cierto modo, el capitalismo, tras haber conocido una bastante breve fase democrática está regresando a su constitución liberal y oligárquica inicial. El gobierno de los distintos regímenes capitalistas se encuentra hoy cada vez más directamente en manos de quienes administran el capital. Los sueños de la soberanía popular, de la representación, de la mediación de intereses, se disipan y queda la realidad de un régimen que nunca tuvo mucho que ver con una democracia que no fuera la directa plasmación de las dinámicas de mercado con que soñaran Hayek y Friedman.


4. El capitalismo está haciendo realidad su utopía. No es la de una democracia de mercado -anárquico- donde, como sostenía Hayek, mi dinero es mi papeleta de voto, sino la de un capitalismo de la deuda, donde quien gobierna es el capital financiero a través de sus agentes. A finales del siglo XIX este sueño que hoy se hace realidad  fue descrito por Auguste Comte en varios de sus textos. Para el fundador del positivismo, toda constitución política debe ajustarse al estado de la civilización que le corresponde. Conforme a la ley de los tres Estados, la humanidad habría conocido un primer estado  teológico (con sus tres momentos: fetichismo, politeismo y monoteismo), un segundo estado dominado por las representaciones abstractas de la metafísica y un tercer estado de madurez dominado por la ciencia y la industria, el estado positivo. En este último estado de la civilización, la observación de los fenómenos naturales y, en particular, de los sociales debe ser la base de toda organización política. La base del orden político es la "sociocracia", el poder de las leyes de la sociedad que enuncia la sociología. En esto, Comte es un directo heredero de los fisiócratas, que ya propugnaron un gobierno basado en la naturaleza (fisiocracia o gobierno natural). La democracia queda para Comte relegada al orden de las antiguallas del estado metafísico, pues se basa en abstracciones como la soberanía popular o la igualdad de derechos que no coinciden con las conclusiones de la observación científica de la sociedad y las leyes que de ella se infieren. "Todo está fijado en política -sostendrá Comte- conforme a una ley realmente soberana, reconocida como superior a todas las fuerzas humanas, puesto que deriva en último análisis de nuestra organización, sobre la cual no se podría ejercer ninguna acción. En una palabra, esta ley excluye, con la misma eficacia, la arbitrariedad teológica, o el derecho divino de los reyes, y la arbitrariedad metafísica o la soberanía de los pueblos" (Plan des travaux scientifiques nécessaires pour réorganiser la société -Plan de los trabajos científicos necsarios para reorganizar la sociedad- 1822, negrita nuestra). Para Comte, el estado positivo es el fin de la arbitrariedad representada por el pensamiento teológico y el abstracto-metafísico. El principio único de gobierno es el respeto de las leyes científicas, naturales e inviolables descubiertas por la sociología. La política queda completamente naturalizada y supeditada, como la propia naturaleza a un saber científico y una intervención técnica. Por ese motivo, no tiene sentido cuestionar el orden positivo, pues se impone no mediante la arbitrariedad de la voluntad humana, sino por la fuerza de los hechos identificada a un despotismo no arbitrario: "Si algunos quisieran ver en el imperio supremo de esta ley una transformación de la arbitrariedad existente, habría que instarles a que se quejasen también del despotismo inflexible ejercido sobre toda la naturaleza por la ley de la gravedad "(Ibid.)


Para Comte, el fin de la arbitrariedad se traduce en un nuevo tipo de gobierno, basado en la política científica, en el que dejen de gobernar los hombres y pasen a hacerlo las cosas: "En esta política, la especie humana se condierada como sujeta a una ley natural que puede determinarse por la observación y que prescribe para cada época, de la manera menos equívoca, la acción política que puede ejercerse. La arbitrariedad cesa pues necesariamente. El gobierno de las cosas sustituye al de los hombres" (Ibid.-negrita nuestra). El problema es que el gobierno de las cosas sobre los hombres necesita siempre de unos intermediarios entre las cosas y los hombres que formulen e interpreten las leyes positivas dictadas por las cosas. 


Los banqueros ocupan en la escala de la industria un puesto privilegiado, pues, en la clase de los empresarios, su función es la más abstracta y general y la que mejor permite conocer la leyes fundamentales de la sociedad y aplicarlas. La jerarquía social de los empresarios se eleva, en efecto, "de los agricultores a los fabricantes, de estos a los comerciantes, para ascender por último hasta los banqueros, fundándose cada clase en la precedente. Unas operaciones más indirectas que se confían a agentes más selectos y menos numerosos, requieren así concepciones más generales y más abstractas, al igual que una más amplia responsabilidad" (Catecismo positivista. CP). Por ese motivo, debe un triunvirato de banqueros asumir el poder temporal en cada una de las repúblicas que configuran el orden mundial positivista: "En cada república particular, el gobierno propiamente dicho, es decir el supremo poder temporal pertenecerá naturalmente a los tres principales banqueros" (CP.).  Se perfila así una utopía de un gobierno mundial del capital a través de sus agentes: "dos mil banqueros, cien mil comerciantes, doscientos mil fabricantes y cuatrocientos mil agricultores me parecen suficientes jefes industriales para los ciento veinte millones de habitantes que componen la población occidental. En este pequeño número de patricios se encuentran concentrados todos los capitales occidentales cuya activa aplicación deberán dirigir libremente, bajo su constante responsabilidad moral, en beneficio de un proletariado treinta veces más numeroso". (CP). 


5. La idea de que quien gobierna realmente el mundo no son los gobiernos sino Goldman Sachs pudo considerarse un chiste e incluso se creyó durante unos días que la entrevista de Alessio Rastani a la BBC era una broma de los Yes Men. El psicoanálisis nos ha enseñado, sin embargo, que un chiste es mucho más que un chiste, pues tiene una relación estrecha con el inconsciente. El chiste (Witz) como manifestación del inconsciente, nos abre, según Freud, a un saber que no se sabe a sí mismo por resultar insoportable. En las formas liberales y democráticas que hasta hoy había asumido el capitalismo, afirmar que vivimos en la dictadura del capital parecía una exageración que sólo podía expresarse a través del humor. Se podía objetar a quien afirmase esto que en nuestros países hay elecciones y que el pueblo puede cambiar la lína del goberno, lo cual era además cierto dentro de determinados límites que siempre coincidieron con los del propio capitalismo. En un capitalismo democrático, todo podía cambiarse menos el propio capitalismo. Sin embargo, la evolución del sistema nos ha llevado, en primer lugar, a un completo vaciamiento de los contenidos de la política en la primera fase (monetarista, desreguladora) de la contrarrevolución neoliberal, y, en su segunda fase dominada por lo que denomina Maurizio Lazzarato "la economía de la deuda", a una abierta desaparición de las formas democráticas, a un estado de excepción permanente. Los peores chistes y los más descabellados sueños utópicos se hacen realidad ante nuestros ojos. Nunca ha sido más descarnada la crisis de la representación política en el capitalismo, nunca más urgente ni más sentida la necesidad de refundar la democracia sobre una base distinta del capitalismo. 

1 comentario:

barechu dijo...

Contundente artículo