Los partidos que se encierran en la esfera de la representación política están funcionando, lo sepan o no, a pleno rendimiento dentro del sistema político del Estado capitalista. El capitalismo, como sistema de dominación social opera una doble despolitización de la sociedad: a través del mercado, que se considera autorregulado y ajeno a la política, y a través de la representación, gracias a la cual la política se separa de la sociedad real, con lo cual no tiene incidencia efectiva sobre las relaciones de producción. Recuperar la democracia es ser capaces de producir efectos sobre las relaciones sociales de producción, y eso no se consigue mediante la representación del pueblo o de una clase, sino mediante la activa participación de la gente de ese pueblo o esa clase en los asuntos que afectan a sus vidas. La posición anticapitalista más radical es la que se basa en el desarrollo de una democracia digna de este nombre, pues la democracia es incompatible con el capitalismo, y viceversa.
Obviamente ni el mercado está autorregulado, ni la esfera política es un espacio enteramente autónomo. La "autorregulación" del mercado es la concepción imaginaria resultante de la percepción fetichista de la realidad del intercambio de mercancías como un intercambio "entre" mercancías, en lugar de una relación entre individuos humanos. El mercado generalizado (aquel en el que la fuerza de trabajo y la naturaleza en su conjunto son mercancías) es un efecto constantemente reproducido de unas relaciones sociales de dominación y explotación que el propio mercado invisibiliza. La autonomía de la esfera política es inseparable de la supuesta "autorregulación" del mercado generalizado.
La doble "autonomía" de lo político y lo económico corresponde a una percepción imaginaria (o ideológica) de la realidad, en la que percibimos la realidad tal y como nos afecta, pero no como es. Aquí, la ideología (en términos marxistas) o la imaginación (en términos spinozistas) no es ningún velo que oculte detrás de él una verdad, sino el efecto de una relación en la cual algo me afecta y yo soy afectado. Prueba de ello es que la ideología persiste una vez conocida la verdad. En el ejemplo clásico de Aristóteles, que retoman Descartes y Spinoza, un campesino mira al cielo y ve el sol como una moneda de oro no distante de la tierra; un astrónomo, en cambio, calcula la distancia entre el sol y la tierra y evalúa su volumen, llegando a una idea adecuada de ambos, basada en nociones comunes como las de extensión, longitud, volumen, etc. Sin embargo, tanto el campesino como el astrónomo siguen viendo el sol de la misma manera, esto es como una moneda de oro en el cielo, porque ese efecto lo produce en ellos la relación entre el sol como cuerpo y mi propio cuerpo cuando es afectado por el sol. Del mismo modo, aunque sepamos que el valor es una relación social y no una propiedad de las cosas, seguimos diciendo que una cosa "vale" tanto.
Esto significa que la verdad, el conocimiento adecuado, no elimina la imaginación, sino que la sitúa: el conocimiento adecuado da cuenta a la vez de él mismo y del error que le impedía ser producido. Verum index sui et falsi, decía Spinoza: lo verdadero es mostración de sí mismo y de lo falso. Conociendo las leyes de la física, en nuestro ejemplo, no solo conozco la distancia real entre el sol y mi cuerpo, sino las causas que hacen que yo vea el sol, un cuerpo luminoso que afecta mi retina y mi sistema nervioso, como una moneda de oro. Algo muy semejante es lo que Marx encuentra en el funcionamiento del sistema de una sociedad mercantil, que también determina una relación específica entre la circulación de las mercancías y mi propio cuerpo. Dentro de esa relación, veo las mercancías (que yo produzco e intercambio en un régimen mercantil de división del trabajo) como entidades con vida propia. A diferencia de la percepción imaginaria del sol que obedece a causas físicas, esta última responde a causas sociales y no es en absoluto perenne (otras sociedades no llegaron a conocer el fetichismo mercantil, aunque sí otros tipos de ideología) ni inalterable, pues un cambio de relaciones sociales modificaría esa percepción.
En el feudalismo la exacción del excedente coincide con el ejercicio de un poder social y político: se realizaba fuera de la producción. Una vez producida o recogida la cosecha por el campesino, sin intervención alguna del señor feudal, este le cobraba el tributo a aquél. Es lo que ocurre en todas las sociedades de clase anteriores al capitalismo, en las que la dominación social no solo no se oculta, sino que se utiliza para justificar la explotación. En el capitalismo, en cambio, explotación y dominación social se hacen invisibles merced al funcionamiento del derecho y del mercado, que traducen las relaciones sociales reales en los términos (parciales, truncados, pero no falsos en sí mismos) de un intercambio entre iguales. En tanto que inmersos en un intercambio constante de mercancías, nosotros mismos dejamos de ver nuestras relaciones sociales reales y operamos pasivamente su traducción a términos mercantiles y jurídicos. De este modo no se ve la explotación aunque la haya, ni la dominación de clase aunque también exista, pues tanto la explotación como la dominación quedan invisibilizadas en la relación imaginaria fundamental definida por el derecho y el mercado.
En este contexto,puede afirmarse que la esfera política solo influye sobre la esfera económica cuando la acción política reafirma y reproduce las relaciones de producción/explotación. Solo es efectivo sobre la supuesta "esfera económica" lo que es efectivo en el conjunto de la sociedad. Existe influencia de la esfera política sobre la esfera económica cuando se ejerce, más allá de la representación, una dictadura de clase. En ningún caso, las clases dominantes en el capitalismo se hacen dominantes en y por la esfera política, pero su acción en la esfera política es eficaz en cuanto reafirma su dominación social general y, en particular, las relaciones económicas de explotación. Para los sectores políticos que defienden el orden establecido, cualesquiera sean sus diferencias, la cosa es fácil: como auténticos zapatistas, "mandan obedeciendo", pero obedecen a la patronal, a las grandes empresas, a los poderes financieros.... Del mismo modo, debe afirmarse que la influencia de los sectores políticos contrarios al orden capitalista sobre la realidad solo puede ser efectiva cuando estos tienen un mandato imperativo de los movimientos sociales, atenuándose así -como en el caso de las clases dominantes- los efectos de la representación. Si la representación queda intacta, la intervención institucional tendrá poco efecto y contribuirá solo a legitimar el propio sistema, que deja participar en él a sus enemigos en condiciones harto restrictivas. Como saben la la burguesía y las demás clases capitalistas, la esfera política solo es decisiva cuando está respaldada por una hegemonía social.
La democracia no es un engaño: lo que es una ilusión es pensar que una democracia digna de este nombre sea posible dentro de un sistema de dictadura de clase como el capitalismo. La democracia puede y debe tener una base social real, puede y debe ser un régimen en el cual la decisión política de las mayorías sociales determine cambios reales en las relaciones de producción. La democracia ateniense (el gobierno favorable a la mayoría trabajadora, a los ciudadanos artesanos y campesinos, con participación directa y activa de estos), tuvo con Clístenes, efectos amplísimos sobre las relaciones sociales, sobre la distribución de la riqueza, de la tierra, la abolición de las deudas, etc. No era esta, sin duda, una democracia representativa, pues solo conocía o la participación directa o el mandato imperativo. Se dirá que en la Atenas clásica había esclavos, pero el número de estos fue precisamente reduciéndose, como muestra convincentemente Meiskins-Wood, con el ascenso de la democracia. Lo importante es que en la Atenas democrática se podía ser trabajador y miembro activo del cuerpo político que decidía efectivamente sobre la realidad social y económica de la ciudad. La democracia no es otra cosa que el gobierno de la mayoría trabajadora.
Estas reflexiones nos permiten ver, regresando a la actualidad, cuán falsa es la disputa entre los dos sectores de Podemos. Una disputa entre supuestas opciones democráticas y anticapitalistas cuyo único escenario es la representación, y de la que quedan excluidos los supuestamente representados es, además de esteril y grotesca, funcional a la reproducción del sistema. Solo la democracia real cuyas instituciones básicas son la participación efectiva de las mayorías sociales y el mandato imperativo constituye un auténtico desafío al orden de dictadura social existente. El Podemos inicial entendía bien esto, pero el propio funcionamiento del sistema político e ideológico-espectacular redujo a la dirección de Podemos a la impotencia y a la reproducción de la imaginaria autonomía de lo político, que con la autorregulación de la economía sirve de base al dominio de las clases dominantes del capitalismo. Es urgente destruir la jaula de la representación.