Thomas Hobbes |
Han tardado en hacerlo, pero la máquina ya está en marcha. Tal vez por oportunismo preelectoral o por genuina sorpresa ante un movimiento tan lógico como inesperado y tan potente, no se atrevieron hasta ahora a utilizar el arsenal de siempre contra el 15M. El arsenal de siempre, blandido ayer por Felip Puig y Artur Mas en el Parlamento catalán, es la utilización de los términos "batasunización" y "kale borroka", es la reducción de toda oposición radical al régimen al punto de fijación que es "la cuestión vasca" identificada con el "terrorismo" y la "violencia". La cuestión vasca acepta a una zona pequeña del Estado español, pero ha sido hasta ahora estratégicamente determinante, pues ha dado al régimen heredero del franquismo oxígeno para mantener un aspecto fundamental de su constitución material: la política, la legislación y los aparatos de excepción que configuran la democracia española como "democracia antiterrorista". No es exagerado pensar que lo que hizo tan extraordinariamente fácil la transición a la democracia fue que, en este aspecto de la excepción antiterrorista no hubiera transición alguna sino riguroso mantenimiento de la legislación y de los aparatos policiales y judiciales del franquismo.
Los incidentes de Barcelona en torno a la votación de los presupuestos de la Generalidad en el Parlamento de Cataluña fueron el pretexto para un ataque policial y político contra el movimiento 15M. Primero fue el ataque policial que repetía las agresiones policiales contra la acampada de la plaza de Cataluña. La particularidad, esta vez es que se produjeron algunas agresiones verbales o simbólicas contra los diputados catalanes. Si bien la mayoría aplastante de los manifestantes había mantenido la misma actitud pacífica y respetuosa que siempre caracterizó al movimiento, un sector optó por un acto de repudio simbólico (un escrache), contra unos diputados que se disponían a operar dolorosos recortes sociales con vistas a una salida de la crisis favorable al capital financiero. Otros aún protagonizaron algún pequeño acto de violencia urbana de mínima importancia como juntar contenedores de basura para frenar las cargas policiales, dar un empujón a un diputado o lanzar alguna imprecación. Está documentada la presencia de policías infiltrados entre los manifestantes. Falta documentar completamente las características de su actuación, pero son fáciles de adivinar. Normalmente, estos agentes procuran soliviantar a los manifestantes, tal como se ha podido ver en un video de las últimas manifestaciones de Valencia, a fin de propiciar cargas policiales y de iniciar una espiral de violencia que -retrospectivamente- justifica las cargas. De hecho, en los principales escenarios de actos "violentos" en torno al 15M: en Madrid, el propio 15 de mayo, en Valencia y en la Ciudadela de Barcelona, se ha podido comprobar la presencia de agentes infiltrados y hay testimonios de su actuación. No todo es violencia policial, pero cuando las autoridades han optado por que se produzcan "incidentes", curiosamente siempre han seguido el mismo patrón con el fin de desprestigiar a un movimiento que ha optado abierta y claramente por la no violencia.
La opción no violenta, como toda opción política es discutible, pero ha sido la opción del movimiento desde el primer momento. Su mayor virtud es que desprestigia la represión y da una gran autoridad moral al movimiento. Su inconveniente es que resulta difícil en el ser humano determinar las fronteras entre el antagonismo constitutivo de la política y la violencia. Hay quien considera violento que se ocupen las plazas públicas o se deslegitime al parlamento y a las autoridades del país, otros consideramos violento que se voten leyes al dictado de los poderes económicos y financieros y en contra del interés general o que se deshaucie a miles de personas, o que haya más de cuatro millones de parados etc. En todos estos casos no hay violencia física traducida en golpes o lesiones, pero indudablemente se produce una agresión muy real contra las instituciones o contra la mayoría de los ciudadanos. El Estado nunca opta ni puede optar por la no violencia. Para existir necesita tener partidas permanentes de "hombres armados" que constituyen sus ejércitos y policías. El Estado es Estado en la medida en que dispone de la fuerza violenta más poderosa en un territorio. La famosa caracterización del Estado por Max Weber como "monopolio de la violencia legítima" es en cierto modo circular, pues el monopolio de la violencia sólo es legítimo cuando la propia violencia, en competencia con otras, se ha hecho con dicho monopolio. No es que la legitimidad otorgue un monopolio de la violencia; el monopolio de ésta, por el contrario, sustenta la legitimidad.
El problema de la violencia para un movimiento que, como el actual, pone en entredicho el orden existente y sus instituciones es decidir sobre el respeto del monopolio estatal de la violencia. Evidentemente, este monopolio tiene que ponerse en entredicho si se persigue un cambio político y social radical, pero existen varias maneras de hacerlo. La más evidente es violar el monopolio y practicar la violencia como han hecho las organizaciones que el Estado denomina "terroristas", esto es las que violan el monopolio estatal del terror y de la intimidación violenta de las poblaciones. El problema de esta posición es que, a menos de hacerse progresivamente con un potencia de fuego que pueda superar la del propio Estado y de mantener un fuerte vínculo con los movimientos sociales y las organizaciones políticas como ocurriera en Cuba o en Nicaragua, la organización que desafía el monopolio estatal de la violencia corre peligro de legitimar al Estado con cada una de sus acciones. La historia de ETA y de organizaciones armadas menores (FRAP, GRAPO) durante los últimos decenios en España lo demuestra con toda claridad. Ello no obedece sino a la lógica implacable del régimen de legitimación del Estado moderno.
El Estado moderno funda su legitimidad, desde Hobbes en el hecho de que pone fin a una supuesta situación de guerra civil generalizada. En el "antes" mítico del "estado de naturaleza" que precede a la fundación del Estado, la ilimitación de los deseos humanos enfrentaba a los individuos unos con otros en una guerra "de todos contra todos". La violencia circulaba libremente y, si bien algunos podían disponer de un mayor poder violento que otros por haber concluido alianzas contra un enemigo común o por otras circunstancias, nadie podía espontáneamente hacerse con el monopolio. El momento fundacional del Estado, según Thomas Hobbes, es aquel en que los distintos individuos pactan unos con otros entregar todo su poder (en particular toda su capacidad de ejercer la violencia) a uno sólo, una persona individual o colectiva que se convertiría en el soberano. El monopolio de la violencia que así adquiere el soberano es garantía de la paz y la seguridad para todos los que pasan -mediante el pacto- a ser sus súbditos. Hobbes reconocerá que este pacto reside en "la relación mutua entre protección y obediencia" ("the mutual relation between protection and obedience", Th.. Hobbes, Leviathan, A review and conclusion). No existe gran diferencia entre esta relación entre obediencia y protección y el viejo pacto mafioso por el cual la mafia obliga a obedecerle y pagarle tributos a cambio de "protección". Lo que diferencia Estado y mafia es sólo el monopolio de la violencia al que la mafia no puede acceder y que el Estado mantiene formalmente. Aquí podemos apreciar el carácter mítico y justificatorio del "pacto": gracias al pacto libremente suscrito por los individuos el Estado es, según Hobbes, no sólo un poder invencible sino un poder legítimo. La única manera que tiene Hobbes de impedir que el derecho se reduzca a mera expresión de una correlación de fuerzas es inventar esa ficción jurídica de un origen siempre ya jurídico -contractual- del propio derecho. Sabemos que otra línea de la modenidad filosófica, la que discurre de Maquiavelo a Marx pasando por Spinoza acepta como fundamento de la vida política y del derecho la correlación de fuerzas entre la multitud y el soberano, evitando así la paradoja de un origen jurídico del derecho y rechazando la problemática de la legitilidad como mera mistificación.
En las particulares condiciones de intercambio de obediencia por protección -en régimen de monopolio- que caracterizan al Estado moderno según la concepción jurídica dominante, toda violencia privada es una reescenificación del estado de naturaleza inicial y justifica el temor de que vuelva a desencadenarse la dinámica de guerra civil. El Estado soberano no sólo se legitima por el pacto, sino por el temor constante a que vuelva a surgir, con cualquier acto de violencia no estatal, la guerra civil. Es esencial para él cultivar este temor para que nunca se olvide el motivo del pacto y de la obediencia. El régimen de Franco, después de la monumental acumulación de terror que él mismo protagonizó, basó así su legitimidad en el temor siempre reavivado al retorno de la guerra civil y fue contando al filo de largos decenios de opresión sus 20 y sus 40 "años de paz". El Estado burgués está basado, tanto en sus formas de excepción como en sus figuras "normales" en un mecanismo de retroalimentación por el cual todo acto -real o imaginario- de cuestionamiento de su monopolio de la violencia termina reforzándolo. La paradoja de la desobediencia violenta es que termina reforzando la obediencia.
Toda violencia política no estatal se reduce automáticamente a bandidaje y delincuencia, convirtiéndose, cualquiera que sea su motivo, en objeto de temor para la población y fuente de legitimación del soberano. Esto se enfrenta, sin embargo, a la indefinición de los límites de la violencia, pues un mismo acto, cualquier tipo de acto, en función de las circunstancias o de los actores puede o no considerarse violento. Por ello es vital para el Estado no sólo disponer del monopolio de la violencia, sino también del derecho exclusivo a definir como tal lo que es violento. Como sostenía San Pablo, "sin ley no hay pecado". Toda existencia social entraña necesariamente un determinado grado de violencia al enfrentarse necesariamente entre sí las pasiones e intereses humanos, Por ello mismo, el Estado no puede pretender acabar con toda violencia, empezando por la propia; lo que puede hacer es designar como violentos unos actos, ignorando la violencia de otros y tolerándola. Según Carl Schmitt, "soberano es quien designa al enemigo"; hoy, con más exactitud, podemos decir con Julien Coupat que "soberano es quien designa al terrorista" o en general al "violento".
Una de las grandes conquistas del movimiento 15M se debe a su opción "pacifista". Gracias a ella se ha podido ver, a veces de manera sumamente clara el funcionamiento del mecanismo de retroalimentación antes descrito. Efectivamente, el rechazo riguroso de toda violencia física por parte del movimiento ha obligado al Estado en varias ocasiones a escenificar artificialmente la violencia a través de sus cuerpos represivos. Lo sorprendente en el movimiento de los "Indignados" es la inmensa tranquilidad de su indignación y su escasa vulnerabilidad a las constantes provocaciones de la policía infiltrada o uniformada. Esta actitud ha tenido el efecto de un reactivo químico que ha separado claramente la violencia de la convivencia pacífica y de la auténtica vida política, poniendo toda la violencia del lado del Estado. El Estado no sólo se muestra así violento por su política social y económica en favor del capital financiero y en contra de la población, sino en cuanto sus cuerpos represivos, incapaces de realizar una provocación eficaz se ven abocados a la dramatización impotente -con la complicidad de los medios de comunicación- de escenas de guerra civil enteramente fabricadas.
Teniendo en cuenta la historia reciente y lejana del régimen español y los mecanismos de legitimación de que se vale, la puesta en jaque del sistema de retroalimentación de la violencia soberana por la violencia privada, la obligación que la potencia del movimiento ha impuesto a este sistema de retroalimentación de funcionar en circuito cerrado, constituyen un logro de dimensiones colosales que corrobora el acierto de la opción no violenta. En las circunstancias actuales, el régimen ya sólo puede funcionar de manera delirante considerando que es violencia discutir libremente en calles y plazas, resistir pasivamente a una carga policial, oponerse a un deshaucio, recuperar la vida civil, la existencia política de las que el Estado capitalista priva a sus súbditos a través de sus sistema hobbesianos de representación/protección. El Estado soberano tenía entre sus atributos el monopolio de la designación de la violencia, hoy la multitud se lo está arrebatando sin pretender en lo más mínimo disputarle el monopolio de la violencia física. Toda la violencia queda de su lado, del nuestro la potencia constituyente de la indignación.
7 comentarios:
Hola. Acabo de encontrar este texto, vía @raimundo_viejo. Escribo para comentar que me ha gustado mucho el planteamiento, con el que coincido en lo fundamental, y tambien para avisar que lo dejo enlazado desde las notas que publiqué para explicar la propuesta de protocolo de actuación ante casos de violencia en las manifestaciones, puesto que aporta en buena medida el sustrato teórico que yo no pude abordar por falta de tiempo, y se hace además en los términos que yo hubiera gustado emplear:
Instrucciones para neutralizar la violencia en las manifestaciones
http://blog.susobaleato.eu/2011/06/instrucciones-para-neutralizar-la.html
Muchas gracias pues por esta aportación!
Hola, tu artículo me parece muy interesante aunque en el tratamiento que haces del convenio/pacto político en Hobbes las ideas no están del todo claras. Sé que un blog, o sus comentarios, no son un lugar muy apropiado para estas cuestiones, pero quisiera dejar constancia que una lectura un poco más pausada del capítulo XIV y XXI del Leviathan aclaran bastante las cosas.
La seguridad por la obediencia es el núcleo central del pacto. En eso estamos de acuerdo, pero no podemos realizar una lectura extemporánea de ese binomio. El pacto político brinda la posibilidad de vivir en paz para sí poder buscar aquellas cosas necesarias para el well-being. Pero Hobbes, ni ningún contractualista, sostendría que el Estado se encuentra legitimado de ningún modo para someter a los ciudadanos a la esclavitud que el Estado contemporáneo pretender hacerlo al garantizar los derechos sólo de unos pocos.
Tanto en Leviathan como en De Cive Hobbes sostiene que el estado está para garantizar la igualdad de derechos que permita que los hombres recuperen una libertad que, por el conflicto anárquico, se hace imposible.
En el capítulo XXI de Leviathan se sostiene que si «en el acto de nuestra sumisión van implicadas nuestra obligación y nuestra libertad» los súbditos siempre tendrán el derecho -i.e. libertad- de defender su vida y sus propios cuerpos contra quienes los invaden, aún cuando dicha invasión sea legal. Esta permanencia de la libertad/derecho se debe a dos características fundamentales del convenio hobbesiano.
En primer lugar, la renuncia al derecho a todo no se traduce en una transferencia del derecho. De este modo, el soberano no adquiere un poder del que no tenía disposición antes del pacto, pero tampoco el súbdito aliena de forma absoluta ese mismo poder. Esta renuncia no crea derechos, sino que hace efectivos los de unos para garantizar los de otros (Lev., I, XIV, 6).
En segundo lugar, y estrechamente relacionado con lo anterior, el pacto no comporta una renuncia a la autodefensa contra la fuerza, sino sólo al ejercicio del derecho a todo. Por lo tanto, la libertad en la sociedad civil tiene como límite la justicia, porque sólo se está obligado hacer aquello que es justo, es decir, lo pactado.
Cito: "Resultará manifiesto que todo súbdito tiene libertad en aquellas cosas cuyo derecho a ellas no puede transferirse mediante un convenio. Ya hemos tratado antes, en el capítulo 14 , que aquellos convenios en los que un hombre renuncia a la defensa de su propio cuerpo son inválidos (Lev., 193, ver 121)."
Ahora bien, me gustaría saber si es posible defender que el Estado "de" los bancos es un estado que está buscando la igualdad de derechos. O, por el contrario, esto ya no es un Estado sino la usurpación del mismo por sectores puntuales que lo utilizan para dominar al resto de la sociedad. Las cadenas, diría Hobbes, invalidan la obediencia.
En fin, que tenes razón, pero no le eches la culpa al pobre de Hobbes de las insensateces que dice el señor Artur Mas o cualquier de los cipayos de turno. Por el contrario, pienso, y creo que con muchos fundamentos, que según Hobbes y muchos filósofos modernos que no están en la línea Maquiavelo, Spinoza, Marx, el 15M es un movimiento auténtico de resistencia política legítima. Y que el Estado está allí donde está la voluntad soberana del pueblo.
Osos:
Yo no le echo la culpa a Hobbes de lo que hagan o digan esos mediocres, sólo describo una lógica en la que estos se inscriben sin ser capaces de conocerla y que Hobbes ha analizado muy correctamente.
Discrepo, sin embargo, de tu opinión de que el soberano hobbesiano garantice la "igualdad de derechos". La igualdad de derechos supondría una continuidad entre el derecho natural y el derecho positivo que Hobbes liquida explícitamente, a diferencia de Locke. Es posible la igualdad de derechos en Hobbes, pero no es necesaria. No se puede, en efecto, alegar nunca que el soberano haya cometido ninguna injusticia, pues es la única fuente y el intérprete único del derecho. Esto se ve clarísimamente en el capítulo XXIX del Leviatán dedicado a las causas de disolución de la "Commonwealth" entre las que figura textualmente el "someter al soberano a las leyes civiles". El soberano como todo poder legislativo no está sometido a las leyes, pues si lo estuviera tendría que existir "un juez por encima de él" y "un poder para castigarlo", con lo cual dejaría de ser el soberano. La leyes naturales no pueden ser el fundamento de la "igualdad de derechos", pero tampoco pueden serlo las leyes civiles, pues estas no se pueden oponer al soberano. Si el soberano otorga privilegios o permite desigualdades por su absoluto decreto, el pacto, que sólo garantiza la protección, se habrá respetado plenamente.
Ciertamente existe un margen de libertad negativa -la libertad positiva en el estado civil corresponde sólo al Soberano- en el "silentium legis" a que se refiere el capítulo 21, pero este margen no está garantizado por nada, pues el soberano tiene una potestad legislativa ilimitada -una reserva de competencia absoluta- y puede abolirlo a su arbitrio. Existe, ciertamente un límite, el del derecho a la vida al que el súbdito no renuncia por el Pacto, pues el propio pacto tiene por objetivo afianzar este mismo derecho. En este aspecto, puede decirse que todos tenemos el mismo "derecho" a escapar del verdugo o a fugarnos de la cárcel, a "defender nuestro cuerpo", incluso frente al poder legítimo, pero de ahí no se deriva nada más. Hobbes -afortunadamente- no es Locke.
La seguridad y no la igualdad de derechos es lo que obtenemos mediante el pacto. En el mismo capítulo donde Hobbes reconoce el derecho del súbdito a defenderse, -dos párrafos más arriba- afirma también que los pactos "covenants" extorcados mediante el miedo son válidos en las condiciones de "simple naturaleza" (mere nature). Ahora bien, el pacto que da nacimiento al soberano es precisamente un pacto obtenido por temor en el estado de naturaleza. El pacto mafioso de protección se convierte así en arquetipo de todo pacto político.
Pasando al último punto, si el soberano legisla de tal manera que los bancos obtienen un privilegio, e incluso si decide no legislar en ningún sentido que impida a los bancos o al poder financiero actuar como mejor les convenga, no veo que ello invalide ninguna obediencia desde el punto de vista de Hobbes. Sea mediante el ejercicio de un poder legislativo que le permite otorgar privilegios y honores, sea mediante el silentium legis (desregulación) que le permite dar plena libertad a los poderes financieros, el soberano puede introducir o permitir desigualdades de derechos tanto en el ordenamiento jurídico como en la realidad social no sometida a legislación. Como quiera que el mercado es un extraordinario medio de gobierno y de obtención de obediencia, no creo que un soberano hobbesiano pudiera hoy prescindir de él. Estado soberano y mercado, como sabían bien los fisiócratas no están en absoluto reñidos, sino profundamente articulados como instrumentos de un despotismo general (Quesnay, Mercier de la Rivière y demás admiradores del "despotismo" de mercado chino).
No creo que Hobbes pueda convertirse en un clásico de referencia para los "indignados".
me parece que estas confundiendo soberano con gobierno.
Además, la compatibilidad del miedo con la libertad no da lugar a un pacto según el cual uno queda atado de pies y manos. No hay lugar aquí para hablar del tratamiento de la libertad de Hobbes.
Por último no digo que los "indignados" puedan tener a Hobbes como "clásico de referencia". Tan sólo remarco el hecho de que el estado actual no tiene ninguna justificación filosófica.
Porque toda la obra de Hobbes está basada en la idea de que todos los miembros del estado tienen que ver reconocido en los demás los mismo derechos que reclaman para sí.
Y, en relación a las formas de gobierno que creo que es tu confusión, dice expresamente en varias partes que es la única parte de sus escritos que no considera probada sino sólo la propone como sugerencia.
En fin, no me enrollo más, sólo decirte que no hay que quedarse en la lectura "prototípica" de los clásicos. Porque pones a Macquiavelo, Spinoza y Marx en una línea bastante confusa en la que bien podrían entrar los clásicos contractualistas.
¿Podrías explicar en qué "confundo" soberano con gobierno?
En cuanto a las formas de gobierno, Hobbes reconoce las tres clásicas (Aristóteles, Polibio), distinguiéndolas por la diferencia de soberano (Lev XIX, 1). Que el soberano sea un monarca, una asamblea limitada o una asamblea de todos no cambia nada en el hecho reiteradamente afirmado de que la única fuente de derecho en el estado civil es el soberano. En cuanto a lo que afirmas: " todos los miembros del estado tienen que ver reconocido en los demás los mismo derechos que reclaman para sí", me gustaría que me dieras alguna referencia que la apoye en Hobbes, pues yo no encuentro ninguna. La única igualdad de derechos que existe en el Leviatán es, a mi entender, la que se da en el estado de naturaleza y que se basa en el principio de vulnerabilidad esencial de toda vida humana. En el estado civil, ciertamente, existe una igualdad de inconmesurabilidad entre los súbditos y el soberano, pero eso no es una "igualdad de derechos". Al menos en el Leviathan (XVIII), el único fin declarado del pacto entre los hombres que deciden darse un soberano -pactando entre sí y no con el soberano- es, para cada uno de los contrayentes: "vivir pacíficamente entre ellos y ser protegidos contra otros hombres". No se habla de igualdad de derechos y el derecho positivo dictado por el soberano puede establecer todo tipo de desigualdades, al igual que el "silentium legis" puede consentir toda clase de desigualdades de hecho. Los miembros del Estado, una vez concluido el pacto, no pueden reclamar para sí ni para los demás otros derechos que los que decida el soberano que los representa. Estos pueden, por consiguiente ser iguales o desiguales, según sea el arbitrio del soberano que no corresponde a ningún súbdito cuestionar, pues no hay ninguna fuente de derecho ni de moral distinta del soberano.
2a parte de la respuesta a Osos:
Afirmas, por último: "pones a Macquiavelo, Spinoza y Marx en una línea bastante confusa en la que bien podrían entrar los clásicos contractualistas." No veo yo en qué medida, de lo que he dicho pueda desprenderse que Maquiavelo, Spinoza y Marx tengan nada que ver con el contractualismo. Estos tres autores, precisamente, niegan que haya ningún tipo de superación del estado de naturaleza que instituya un orden "legítimo". No hay contrato en ninguno de los tres, porque el estado de antagonismo propio del estado natural no empieza ni acaba nunca. Los tumultos, para Maquiavelo, salvaron la libertad romana (por eso Hobbes es tan contrario a la lectura de los clásicos que considera subversiva y el Florentino tan amigo de ellos), para Spinoza (Carta L y Tratado Político) el poder del soberano se mide por la correlación de fuerzas entre este y los súbditos, para Marx el Estado y el derecho son una expresión de la lucha de clases. En estos tres autores la idea de representacion, central en Hobbes, está ausente. La idea de contrato también lo está por el motivo -también indicado por Bentham- de que el derecho no puede tener un fundamento que ya sea jurídico. El gran truco de la tradición contractualista es describir el estado de naturaleza como un estado siempre ya jurídco donde, entre otras cosas, es concebible una institución jurídica como la del contrato. El derecho se esconde en el estado de naturaleza como el conejo en el doble fondo del sombrero del mago.
POr último, dices: "el estado actual no tiene ninguna justificación filosófica." Ningún Estado la tiene, salvo la República platónica. El actual Estado tiene una fundamentación jurídica liberal que distintos sistemas filosóficos han intentado fundamentar. Reconoce la autonomía de la sociedad civil y la autorregulación de los mercados como principios fundamentales (inscritos en la Constitución española, sin ir más lejos). El poder soberano y el gobierno a través de la sociedad civil y de sus dinámicas inmanentes no son para nada contradictorios, al menos para un marxista que reconoce que la autorregulación del mercado es el efecto sobredeterminado de una dictadura de clase que se expresa, entre otras instancias, a través de un aparato político.
escribí una respuesta, pero se me fue de largo,
acá pongo el enlace:
http://holachango.blogspot.com/
Publicar un comentario