Todas las culturas, incluso las aparentemente más aisladas tienen una interacción con las demás. Todo cuanto existe, incluidas las culturas humanas, existe en relación con otras realidades que constituyen su entorno y que permite o impide que persevere en su existencia. Nada existe aislado ni por sus propias fuerzas, puesto que la potencia propia de cada cosa no es absoluta, sino potencia de existir en un entorno, en un conjunto de circunstancias con un margen limitado de variaciones. Esta relacionalidad de las cosas existentes implica que, dentro de ciertos límites, su esencia esté "contaminada" por el entorno, que la cultura española y las demás culturas del espacio ibérico o hispánico ya contaminadas entre sí, se contaminen de la cultura del capitalismo global y de sus componentes en buena medida, pero no sólo, norteamericanos.
Cuando se trata de culturas humanas, el mestizaje no sólo se explica por la influencia pasivamente recibida de una cultura más fuerte, sino por el juego de influencia-resistencia con esta y frente a ella. Los clásicos de los estudios postcoloniales nos han enseñado que no existen recepciones meramente pasivas de contenidos culturales ni de instituciones. Lo de Halloween, como otras falsas tradiciones entre las que hay que incluir la más naturalizada "Navidad" es una tradición inventada entre nosotros, como ya lo fue, por lo demás, entre los anglosajones. Es ocasión de realizar algunas funciones necesarias en todas las sociedades humanas: celebrar los muertos, hacer que los niños jueguen con el miedo suscitándoselo y limitándolo al mismo tiempo gracias al juego que lo codifica pero, sobre todo, de abrir nuevas oportunidades de consumo, nuevas oportunidades de valorización del capital.
La cultura mestizada persevera en su existencia, como cultura española, gallega, catalana o vasca, pero lo hace como modo de la sustancia capital en el contexto de la subsunción real (esto es de la internalización por el propio capital a través de la forma mercancía de todas las funciones de reproducción de la fuerza de trabajo). La fiesta de Halloween no se ha difundido por su propio valor tradicional (por ejemplo, la fiesta mexicana de los muertos me parece mucho más potente) sino por su virtualidad mercantil: la imagen de Halloween hoy es inseparable de la forma mercancía que sobredetermina todos los valores de uso y todos los significados socialmente efectivos. Es por ello inútil y pernicioso luchar contra la implantación de Halloween desde un punto de vista nacionalista sin tener en cuenta las causas reales de esta contaminación cultural.
Contra el capitalismo de la subsunción real se lucha, como dicen los operaistas: "dentro y contra". Respecto del Capital, como respecto del Dios de Spinoza, no existe un fuera. Sin embargo,el capital realmente existente no es sustancia eterna e invariable como lo es Dios en sus infinitos atributos, sino un modo cuya relación constitutiva es posible cambiar radicalmente desde dentro, pues su única realidad son/somos las singularidades productivas que contribuyen/contribuimos a su autovalorización. Dentro de la sustancia, que no es una cosa, sino el espacio de las infinitas diferencias y de las infinitas variaciones que se dan en el orden de las cosas, son posibles todas las transformaciones que lleguen a constituir una esencia, incluso el desarrollo de una cultura radicalmente distinta de la de la del capital que haya surgido en su seno. En ese contexto, libres de la forma mercancía así como de la exigencia de autovalorización infinita del capital, una imaginación institucional libre podrá ponerse a inventar tradiciones, instituciones y ritos, como lo hacen hoy -desde hace milenios- los pocos pueblos sin Estado que aún subsisten.
Cuando se trata de culturas humanas, el mestizaje no sólo se explica por la influencia pasivamente recibida de una cultura más fuerte, sino por el juego de influencia-resistencia con esta y frente a ella. Los clásicos de los estudios postcoloniales nos han enseñado que no existen recepciones meramente pasivas de contenidos culturales ni de instituciones. Lo de Halloween, como otras falsas tradiciones entre las que hay que incluir la más naturalizada "Navidad" es una tradición inventada entre nosotros, como ya lo fue, por lo demás, entre los anglosajones. Es ocasión de realizar algunas funciones necesarias en todas las sociedades humanas: celebrar los muertos, hacer que los niños jueguen con el miedo suscitándoselo y limitándolo al mismo tiempo gracias al juego que lo codifica pero, sobre todo, de abrir nuevas oportunidades de consumo, nuevas oportunidades de valorización del capital.
La cultura mestizada persevera en su existencia, como cultura española, gallega, catalana o vasca, pero lo hace como modo de la sustancia capital en el contexto de la subsunción real (esto es de la internalización por el propio capital a través de la forma mercancía de todas las funciones de reproducción de la fuerza de trabajo). La fiesta de Halloween no se ha difundido por su propio valor tradicional (por ejemplo, la fiesta mexicana de los muertos me parece mucho más potente) sino por su virtualidad mercantil: la imagen de Halloween hoy es inseparable de la forma mercancía que sobredetermina todos los valores de uso y todos los significados socialmente efectivos. Es por ello inútil y pernicioso luchar contra la implantación de Halloween desde un punto de vista nacionalista sin tener en cuenta las causas reales de esta contaminación cultural.
Contra el capitalismo de la subsunción real se lucha, como dicen los operaistas: "dentro y contra". Respecto del Capital, como respecto del Dios de Spinoza, no existe un fuera. Sin embargo,el capital realmente existente no es sustancia eterna e invariable como lo es Dios en sus infinitos atributos, sino un modo cuya relación constitutiva es posible cambiar radicalmente desde dentro, pues su única realidad son/somos las singularidades productivas que contribuyen/contribuimos a su autovalorización. Dentro de la sustancia, que no es una cosa, sino el espacio de las infinitas diferencias y de las infinitas variaciones que se dan en el orden de las cosas, son posibles todas las transformaciones que lleguen a constituir una esencia, incluso el desarrollo de una cultura radicalmente distinta de la de la del capital que haya surgido en su seno. En ese contexto, libres de la forma mercancía así como de la exigencia de autovalorización infinita del capital, una imaginación institucional libre podrá ponerse a inventar tradiciones, instituciones y ritos, como lo hacen hoy -desde hace milenios- los pocos pueblos sin Estado que aún subsisten.
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