A veces, las cosas importantes no pasan en el centro de esos monstruos que son los Estados modernos. En esas estructuras políticas, la capital tiene un papel central, pues es en el doble sentido de la palabra, el escenario principal de la representación. Política representativa y espectáculo se dan cita en ese espacio que asume el papel de centro. Sin embargo, la vida, la vida de las personas, va por otros cauces ajenos al espectáculo y a la representación. A muchas personas la vida hoy les duele, les falta la vivienda, los ingresos que permiten una vida digna, la libertad. Ese dolor no se ve en las grandes representaciones de la capital, pero es mucho más perceptible en espacios pequeños: en los barrios o en las regiones periféricas de las que apenas habla la televisión.
En Extremadura, ese dolor social y personal, ese dolor también moral, es muy intenso. Los indicadores de desempleo, pobreza, pobreza infantil, exclusión, son alarmantes. Se encuentran entre los más altos, no ya de España, sino de Europa, superando a los de Grecia o Rumanía. La región, en sí no es de las más pobres, pero sí de las más desiguales, de las más injustas, y ello desde hace mucho tiempo ya. En la memoria de todos están las escenas de Las Hurdes filmadas por Buñuel, en la de algunos menos, las de las ocupaciones de tierras por los campesinos desposeidos en los años 30. También está en la memoria colectiva la brutal venganza de clase ejecutada por Yagüe y sus huestes contra los campesinos extremeños llamados "moros del Norte" por las tropas del ejército de África y sus sanguinarios oficiales. Esos moros del norte fueron tratados como los moros del sur, con la brutalidad que exhiben los señoritos ante quienes desprecian y temen, con la brutalidad de un ejército colonial interno. Los pueblos de Extremadura se convirtieron en cábilas rifeñas exterminadas con saña.
Hay en Extremadura mucha memoria, porque en Extremadura la miseria y la represión, la desigualdad que insulta a la dignidad no son solo pasado. Las muertes del presente, los sufrimientos de ese pasado que no se acaba, son hoy obra de mecanismos fríos por los que se expulsa a las personas de sus viviendas, se las priva de medios de vida quitándoles sus puestos de trabajo y liquidando otras fuentes de ingresos. En ese marco, la Dignidad viene ya levantando cabeza desde hace algunos años, con organizaciones como la Plataforma por la Renta Básica. Los compañeros de la Plataforma han iniciado, lejos del centro del Estado, ajenos a la mirada de la prensa y la televisión del régimen, una acampada en las puertas del Servicio Extremeño de Empleo. La acampada reivindica sobre todo dos cosas: empleo digno y renta básica. Se trata, de un modo o de otro, de obtener los ingresos necesarios para vivir con dignidad. Por medio del trabajo, o si no, por medio de un ingreso garantizado independiente del trabajo. No es una reivindicación extravagante sino indispensable, si no se quiere que capas enteras de la población sucumban a la desesperación, caigan en la muerte civil. De ahí el nombre del campamento "Dignidad" que es la otra cara de la indignación ante un régimen inhumano de saqueo.
Un abrazo a todos los acampados: sois los irreductibles, los indispensables.
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