Los niños salvajes y la producción de sujetos
La
editorial Artefakte ha publicado un nuevo libro inquietante: El
niño salvaje de Jean Itard, un libro que nos cuenta una
historia de hace más de dos siglos, pero que nos habla también de
nuestra realidad. Itard es el médico que se ocupó hacia 1800 de un
niño "salvaje" encontrado en los bosques de la zona del
Aveyron en el centro sur de Francia y al que él mismo daría después
el nombre de Victor. Victor había sido dejado por imposible por la
medicina y la psiquiatría de la época, que intentaron mediante la
mera disciplina llevar al niño a la condición de un sujeto
"normal", capaz de trabajar y de convivir con los demás
individuos "normales" en el marco de la sociedad mercantil,
industrial y profundamente jerárquica que era ya la Francia de
aquella época. Todo el entramado de hospitales, asilos, prisiones y
otras instituciones de corrección por las que pasó el niño fue
incapaz de sujetar a Victor a la norma de la sociedad. El niño, que
corría a cuatro patas por el campo, era incapaz de hablar y de
comunicarse con los demás, manifestando una clara preferencia por la
vida en la naturaleza que se expresaba en sus ansias por salir de los
espacios de encierro en que viven los "civilizados" y en su
costumbre de contemplar por la ventana durante largas horas la
naturaleza de la que procedía.
Jean
Itard intentó cambiar el método de "humanización" de
Victor dando preferencia respecto de las disciplinas exteriores -el
"vigilar y castigar" descrito por Michel Foucault- a una
perspectiva "económica" basada en las "necesidades"
del individuo. Para ello, lo sacó de las instituciones
disciplinarias para colocarlo en una casa bajo los atentos cuidados
de quien sería su aya. Allí puso en aplicación los principios de
la antropología sensualista de Condillac. Itard reconoció en Victor
al sujeto experimental ideal para una teoría sensualista de la
constitución de la mente humana. Declara así que Victor sería
la respuesta más adecuada a un problema metafísico: "determinar
cuáles serían el grado de inteligencia y la naturaleza de las ideas
de un adolescente que, privado desde su infancia de toda educación,
habría vivido separado por completo de los individuos de su
especie". Conforme a la doctrina de Condillac, Itard se fijó
entre sus objetivos principales el de desarrollar la sensibilidad de
Victor y desplegar su capacidad de sentir placer y dolor. Esto le
permitiría "civilizar" al niño mediante la
multiplicación de sus deseos y sus necesidades, desarrollar en él
esa demanda de bienes materiales que corresponde a la oferta siempre
en aumento de una civilización mercantil. El tercero de los cinco
objetivos que se plantea en el caso de Victor es: "Ampliar la
esfera de sus ideas generando en él nuevas necesidades y
multiplicando las relaciones con los seres circundantes".
Aunque sí pudo desarrollar algo la sensibilidad de su piel,
liberándola entre otras cosas de las capas de mugre que la
insensibilizaban mediante baños y fricciones, su éxito en materia
de desarrollo de las necesidades fue moderado, pues Victor siempre
prefirió los alimentos más sencillos: la leche, las nueces, el pan,
a los más elaborados y desdeñó la mayoría de las comodidades de
la "civilización". El cuarto objetivo de Itard, hacer que
Victor adquiriese algunos rudimentos del lenguaje no llegó, según
confiesa Itard, a realizarse satisfactoriamente. Vale la pena
detenerse en este fracaso, pues el lenguaje es tal vez el rasgo que
suele considerarse más definitorio de lo "humano". Lo
haremos al hilos del comentario que Louis Althusser dedica a esta
parte del texto de Itard en su seminario de 1963-1964 sobre el
psicoanálisis, en concreto en su segunda contribución propia, la
conferencia titulada "Psicoanálisis y psicología".
Althusser
se interesa por el caso del niño salvaje en el marco de una
reflexión sobre la diferencia entre el psicoanálisis y la
psicología. Según Althusser el psicoanálisis es una de esas
disciplinas que, para afirmarse, siempre han tenido que defenderse
contra los constantes esfuerzos del entorno ideológico por
reabsorber y banalizar sus tesis fundamentales. Así, las versiones
psicológicas del psicoanálisis intentan reducir el inconsciente a
la base natural de las necesidades y pulsiones físicas del individuo
o a un fundamento oscuro del propio sujeto abierto a interpretación
por parte de este. En ambos casos, se afirma la continuidad de un
inconsciente biológico o de un inconsciente concebido como el lado
oscuro de la conciencia con el yo consciente. El inconsciente no
ocupa así, para autores tales como Anna Freud o Lagache una posición
de trascendencia respecto del yo, pues tiene el estatuto no de un
otro sino de un origen del que el yo proviene y en el cual el yo es
capaz de reconocerse como tal. El experimento condillaciano que
desarrolla Itard coincide en buena medida con las posiciones de Anna
Freud, pues para Condillac el origen de la conciencia y del lenguaje
se sitúa en determinaciones biológicas como la sensación o las
necesidades. Existe así, según esta teoría, una continuidad entre
el individuo biológico y el sujeto psicológico conforme a la cual
el segundo es resultado del despliegue de las virtualidades del
primero. Esto supone que, en el ámbito biológico determinado por
las sensaciones y las necesidades existe ya una forma embrionaria del
sujeto identificada con el individuo biológico.
Itard
parte de la idea expresada en el enunciado de su cuarto objetivo de
que el lenguaje se adquiere mediante la asociación de necesidades a
significantes. Como resume Althusser en su conferencia: "la
palabra se concibe aquí como el signo de una necesidad. Está aquí
implícita toda una filosofía del lenguaje: signo de una necesidad,
necesidad de un individuo, de un sujeto psicológico que se definirá
por sus necesidades y que deberá valerse del lenguaje como de un
sistema de signos que sirva de mediación a sus necesidades".
Como sabemos, la hipótesis de Itard fracasa. El primer sonido que
reproduce Victor es la "o" que había oído en las
interjecciones ("oh!") de una conversación entre personas
que se encontraban junto a él, pero ese sonido, aunque a Victor la
gustara reproducirlo, no estaba asociado con ninguna necesidad, ni
con objeto alguna capaz de satisfacer una necesidad. Este sonido era
en sí mismo un objeto autónomo de goce. Del mismo modo, entre las
pocas palabras que logró Victor articular se encontraba la palabra
francesa "lait" (leche, pronunciada: "lé"),
pero para la gran frustación de su tutor, nunca la pronunciaba para
obtener su tazón de leche, sino solo cuando ya se la había tomado,
como signo de satisfacción, no de necesidad sino de goce. El fracaso
del experimento practicado con Victor de l'Aveyron es el fracaso de
la tesis de la continuidad entre el yo consciente y su supuesto
origen biológico.
De
este fracaso concluirá Althusser la necesidad de cambiar de problema
y no pensar la constitución del sujeto como un paso de lo biológico
a lo psicológico, de lo natural a lo cultural, sino, siguiendo la
enseñanza de Jacques Lacan, como un efecto de la cultura sobre el
individuo. "Mediante la acción de la cultura sobre el pequeño
ser biológico se produce su inserción en la cultura. No se trata
pues del devenir humano del pequeño ser humano, sino de la acción
de la cultura, constantemente, sobre un pequeño ser distinto de
ella, al que transforma en ser humano. Esto significa que se trata en
realidad de un fenómeno de asimilación cuyo vector se orienta en
apariencia hacia la cultura, aunque es de hecho la cultura la que se
precede a sí misma constantemente, absorbiendo al que va a
convertirse en ser humano." Frente a la recurrencia de la
categoría de sujeto (como origen y resultado de sí mismo) que
dominaba la teoría de Condillac así como el conjunto de la teoría
política y jurídica burguesas, que Itard pretendió ilustrar y
demostrar en el caso del "niño salvaje", Althusser opone
otra recurrencia, la de las condiciones materiales, históricamente
determinadas de constitución de los sujetos por la "cultura".
Al sujeto autofundante de la psicología, del derecho o de la
filosofía idealista, Althusser opondrá el individuo sujeto a la
imaginación y a las pasiones de Spinoza, un sujeto descentrado. Para
el individuo sujeto a la imaginación, la imaginación no es el error
que ha de descartar el sujeto de la verdad, el sujeto de la
objetividad cartesiano mediante un acto de voluntad, sino el elemento
mismo en que se desarrolla la vida humana: "la imaginación es
un mundo". El individuo sujeto a la imaginación y a las
pasiones, el sujeto-efecto de múltiples determinaciones, está
radicado en un mundo siempre ya cultural y complejo, pues la
imaginación es el tejido material de la comunidad política, el
elemento en que se mueven y se constituyen según el Spinoza del
Tratado teológico-político los profetas, los soberanos y los
súbditos. Del mismo modo que el origen del lenguaje era para
Saussure la constante efectuación de este en sus leyes y
estructuras, para Spinoza, que en ello se enfrenta a toda la
filosofía política moderna (tal vez con la excepción de
Althusius), la vida social, la cultura tiene como único origen el
conjunto de los efectos materiales, de las relaciones que la
constituyen. Lo cultural, lo complejo, es algo siempre ya dado cuando
se trata de la especie humana y no el desarrollo de una situación de
simplicidad originaria.
El
niño salvaje de los bosques del Aveyron que recogió e intentó
educar Itard no era el embrión de una humanidad civilizada, sino,
muy probablemente, si se atiende a los síntomas descritos en el
informe de Itard, un niño autista. Ahora bien, un autista no es
ningún ser primitivo ni natural ni biológico, sino un individuo que
tiene una relación con el lenguaje particular, que ve el lenguaje
como una cosa y no como el medio de una demanda dirigida a otro. Es
una versión de la humanidad que, como todas las demás, presupone la
cultura, por mucho que después esta sea mantenida a distancia por el sujeto autista... como
una amenaza.
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