1. Decía Willy Brandt que "quien con veinte años no sea comunista no tiene corazón, pero que quien lo siga siendo después de los cuarenta años no tiene cerebro. " Tal vez sea, por el contrario, más correcto opinar que quien con veinte años no sea comunista no tiene corazón, pero quien con más de cuarenta no haya aprendido a ser anarquista no tiene cerebro.
2. La distancia respecto del Estado y la representación es signo de madurez y de autonomía ética y política, incluso -o más bien sobre todo- cuando se opta abiertamente por intervenir en ese universo perfectamente imaginario. Es prudente no perder de vista que en la política representativa, en la política que se desarrolla en la esfera de la representación en que se funda el Estado, se mueve uno entre fantasmas. No menos prudente es recordar que esos fantasmas son productos necesarios de nuestras formaciones sociales y que ninguna política efectiva puede prescindir de adentrarse en su mundo espectral. La idea de una pureza de la realidad social más acá o más allá de la representación no es menos idealista que todas las afirmaciones de la autonomía de lo político. El socialismo estatista y el anarquismo dogmático tropiezan en la misma piedra: su común e inquebrantable fe en el Estado y en la representación, en el primer caso para aceptarlos como medios de una supuesta liberación por medio de la razón y del derecho, en el segundo para rechazarlos como meros instrumentos de opresión. Ninguno se pregunta, sin embargo, qué son el Estado y la propia representación.
3. La representación es ineludible porque los humanos vivimos en un universo de representaciones imaginarias: de manera inmediata no conocemos la realidad tal como es, sino tal como nos afecta. Aceptamos la representación porque antes de ser representados por el Estado -como la muy espectral personalidad moral de la sociedad- nos representamos la sociedad como un poder que nos supera, que nos trasciende. Esto es así, porque, ignorando las relaciones que nos vinculan a la sociedad, la imaginamos como un poder soberano que nos da órdenes y nos impone un orden. Del mismo modo que, en un universo que nos supera, imaginamos un Dios o unos rectores del universo que le dan a este -y a nosotros mismos- órdenes y fines. La representación se enmarca históricamente en una teología política, en un sistema ideológico estructurado como teoría que presenta el orden social como obra de un Dios o de otra instancia soberana ttrascendente. Una vez desaparecido el derecho divino de los reyes, desaparece Dios de la escena, pero queda la trascendencia del soberano, una trascendencia basada en la representación.
4. Toda representación es estrictamente imaginación: considerar como presente lo que está ausente y desatender la realidad efectiva. La representación, la estructura cognitiva en que se basan el Estado y la soberanía, pero también el dinero y la finanza, debe definirse como presencia de una ausencia. El Estado es ausencia de la multitud recorrida por relaciones de cooperación y dominación; el dinero, que mide las relaciones cuantitativas entre las mercancías, es la ausencia de una relación productiva entre individuos humanos. Una sociedad es una trama compleja de relaciones, no una sustancia separada de estas relaciones o trascendente a ellas.
5. Una sociedad es una trama compleja de relaciones, no una sustancia separada de estas relaciones o trascendente a ellas. Solo vemos la sociedad como una sustancia, más allá de las relaciones efectivas que urden su trama, por efecto de nuestra pasividad ética y cognitiva. Cuando nuestro conocimiento toma pie en las relaciones de cooperación y en la resistencia a la dominación nuestra actitud es activa: no vemos el orden social como el resultado de la voluntad de una instancia transcendente sino como un universo de encuentros que determinan relaciones en las que cooperamos con unos individuos y resistimos la dominación de otros. La cooperación y la resistencia (también la cooperación en la resistencia) abren a un universo común y activo, un universo sin trascendencia donde es posible conocer las relaciones en las que vivimos y no padecerlas como el mandato de un Dios o de un soberano.
6. Nos cuesta comprender que el Estado no tenga una entidad propia más allá de esas relaciones, que Marx describe en estos términos: "La forma económica específica en la que se le extrae el plustrabajo impago al productor directo determina la relación de dominación y servidumbre, tal como ésta surge directamente de la propia producción y a su vez reacciona en forma determinante sobre ella. Pero en esto se funda toda la configuración de la entidad comunitaria económica, emanada de las propias relaciones de producción, y por ende, al mismo tiempo, su figura política específica. En todos los casos es la relación directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos relación ésta cuya forma eventual siempre corresponde naturalmente a determinada fase de desarrollo del modo de trabajo y, por ende, a su fuerza productiva social donde encontraremos el secreto más íntimo, el fundamento oculto de toda la estructura social, y por consiguiente también de la forma política que presenta la relación de soberanía y dependencia, en suma, de la forma específica del estado existente en cada caso. Esto no impide que la misma base económica la misma con arreglo a las condiciones principales , en virtud de incontables diferentes circunstancias empíricas, condiciones naturales, relaciones raciales, influencias históricas." (Karl Marx, El Capital, III, capítulo XLVII, Génesis de la renta capitalista de la tierra, Introducción). Sin embargo, si pudiéramos siempre conocer las relaciones constitutivas del orden social el Estado no sería misterioso ni trascendente, sino una representación imaginaria, una ilusión necesaria producida por determinadas relaciones sociales de producción históricamente determinadas.
6. Existe un anarquismo no dogmático y materialista, un anarquismo que no cree en trascendencias ni en soberanías y que reconoce en las relaciones sociales (en la cooperación y en la resistencia) y no en la ilusión del Estado el único fundamento de la política. Ese anarquismo es rechazo de todo fundamento y origen, afirmación inocente de una sociedad que es parte de un universo "anarchós", esto es fundado en sus propias dinámicas sin deuda alguna frente a un principio trascendente. Tal vez la madurez sea la conquista de la serenidad en la inmanencia, como en el materialismo antiguo.
2. La distancia respecto del Estado y la representación es signo de madurez y de autonomía ética y política, incluso -o más bien sobre todo- cuando se opta abiertamente por intervenir en ese universo perfectamente imaginario. Es prudente no perder de vista que en la política representativa, en la política que se desarrolla en la esfera de la representación en que se funda el Estado, se mueve uno entre fantasmas. No menos prudente es recordar que esos fantasmas son productos necesarios de nuestras formaciones sociales y que ninguna política efectiva puede prescindir de adentrarse en su mundo espectral. La idea de una pureza de la realidad social más acá o más allá de la representación no es menos idealista que todas las afirmaciones de la autonomía de lo político. El socialismo estatista y el anarquismo dogmático tropiezan en la misma piedra: su común e inquebrantable fe en el Estado y en la representación, en el primer caso para aceptarlos como medios de una supuesta liberación por medio de la razón y del derecho, en el segundo para rechazarlos como meros instrumentos de opresión. Ninguno se pregunta, sin embargo, qué son el Estado y la propia representación.
3. La representación es ineludible porque los humanos vivimos en un universo de representaciones imaginarias: de manera inmediata no conocemos la realidad tal como es, sino tal como nos afecta. Aceptamos la representación porque antes de ser representados por el Estado -como la muy espectral personalidad moral de la sociedad- nos representamos la sociedad como un poder que nos supera, que nos trasciende. Esto es así, porque, ignorando las relaciones que nos vinculan a la sociedad, la imaginamos como un poder soberano que nos da órdenes y nos impone un orden. Del mismo modo que, en un universo que nos supera, imaginamos un Dios o unos rectores del universo que le dan a este -y a nosotros mismos- órdenes y fines. La representación se enmarca históricamente en una teología política, en un sistema ideológico estructurado como teoría que presenta el orden social como obra de un Dios o de otra instancia soberana ttrascendente. Una vez desaparecido el derecho divino de los reyes, desaparece Dios de la escena, pero queda la trascendencia del soberano, una trascendencia basada en la representación.
4. Toda representación es estrictamente imaginación: considerar como presente lo que está ausente y desatender la realidad efectiva. La representación, la estructura cognitiva en que se basan el Estado y la soberanía, pero también el dinero y la finanza, debe definirse como presencia de una ausencia. El Estado es ausencia de la multitud recorrida por relaciones de cooperación y dominación; el dinero, que mide las relaciones cuantitativas entre las mercancías, es la ausencia de una relación productiva entre individuos humanos. Una sociedad es una trama compleja de relaciones, no una sustancia separada de estas relaciones o trascendente a ellas.
5. Una sociedad es una trama compleja de relaciones, no una sustancia separada de estas relaciones o trascendente a ellas. Solo vemos la sociedad como una sustancia, más allá de las relaciones efectivas que urden su trama, por efecto de nuestra pasividad ética y cognitiva. Cuando nuestro conocimiento toma pie en las relaciones de cooperación y en la resistencia a la dominación nuestra actitud es activa: no vemos el orden social como el resultado de la voluntad de una instancia transcendente sino como un universo de encuentros que determinan relaciones en las que cooperamos con unos individuos y resistimos la dominación de otros. La cooperación y la resistencia (también la cooperación en la resistencia) abren a un universo común y activo, un universo sin trascendencia donde es posible conocer las relaciones en las que vivimos y no padecerlas como el mandato de un Dios o de un soberano.
6. Nos cuesta comprender que el Estado no tenga una entidad propia más allá de esas relaciones, que Marx describe en estos términos: "La forma económica específica en la que se le extrae el plustrabajo impago al productor directo determina la relación de dominación y servidumbre, tal como ésta surge directamente de la propia producción y a su vez reacciona en forma determinante sobre ella. Pero en esto se funda toda la configuración de la entidad comunitaria económica, emanada de las propias relaciones de producción, y por ende, al mismo tiempo, su figura política específica. En todos los casos es la relación directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos relación ésta cuya forma eventual siempre corresponde naturalmente a determinada fase de desarrollo del modo de trabajo y, por ende, a su fuerza productiva social donde encontraremos el secreto más íntimo, el fundamento oculto de toda la estructura social, y por consiguiente también de la forma política que presenta la relación de soberanía y dependencia, en suma, de la forma específica del estado existente en cada caso. Esto no impide que la misma base económica la misma con arreglo a las condiciones principales , en virtud de incontables diferentes circunstancias empíricas, condiciones naturales, relaciones raciales, influencias históricas." (Karl Marx, El Capital, III, capítulo XLVII, Génesis de la renta capitalista de la tierra, Introducción). Sin embargo, si pudiéramos siempre conocer las relaciones constitutivas del orden social el Estado no sería misterioso ni trascendente, sino una representación imaginaria, una ilusión necesaria producida por determinadas relaciones sociales de producción históricamente determinadas.
6. Existe un anarquismo no dogmático y materialista, un anarquismo que no cree en trascendencias ni en soberanías y que reconoce en las relaciones sociales (en la cooperación y en la resistencia) y no en la ilusión del Estado el único fundamento de la política. Ese anarquismo es rechazo de todo fundamento y origen, afirmación inocente de una sociedad que es parte de un universo "anarchós", esto es fundado en sus propias dinámicas sin deuda alguna frente a un principio trascendente. Tal vez la madurez sea la conquista de la serenidad en la inmanencia, como en el materialismo antiguo.
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