1.
Es
frecuente que se tache de « elitista » a quien critica
las insuficiencias democráticas de un proceso de estilo plebeyo como
el sorprendente congreso recientemente celebrado por Podemos. La
crítica de un proceso abrazado por un sector de las clases populares
y bastantes sectores de las clases medias la ven algunos como muestra
de la supuesta « superioridad » cultural o social del
intelectual respecto de las clases populares. Es perfectamente cierto
que existe el elitismo, pero rara vez un elitista critica la falta de
democracia ; lo que critica el elitista son los « excesos »
de la democracia, el que se haya dejado en manos de un pueblo « poco
preparado » toda una serie de decisiones importantes que atañen
al bien común. El elitista critica la
rebelión de las masas.
La
crítica del « principio del liderazgo » (mejor
no traducir esto al alemán)
no es nunca una crítica elitista sino democrática : no se basa
en la « incapacidad » de la gente para gobernar, sino en
lo contrario, en la idea de que la multitud, en condiciones de
libertad, es mucho más capaz de gobernarse racionalmente que bajo el
mando de unas élites o de un líder. Sencillamente, como sabía bien
Maquiavelo, es más fácil que una decisión política absurda sea
tomada por una o unas pocas personas que por una asamblea amplia
donde entran en contraste muchos pareceres.
2.
El
problema del elitismo es perfectamente real. Sin embargo, el único
elitismo no consiste solo en lo que en Argentina denominan el
« gorilismo » de las oligaquías, ese profundo desprecio
de estas por las clases populares que constituye el reflejo especular
de la adulación de las « cabecitas negras » por parte
del peronismo. El elitismo, concretamente el intelectual, es también
un problema que arrastran los movimientos de izquierda desde sus
orígenes. Muchos dirigentes de la izquierda se presentaron a
sí mismos, o fueron presentados por sus regímenes, como dueños de
una verdad definitiva sobre la historia que la gente del pueblo
ignoraba, una verdad materializada en las famosas « Obras
Completas », de Lenin, de Stalin, de Kim Il Sung, etc. La
posesión de esa verdad justificaba su mando. En este caso, se daba
la paradoja de que la dinámica pasional de admiración que permitía
a estos dirigentes mandar y hacía que el pueblo les obedeciese, se
basaba en el supuesto saber racional que se atribuía al dirigente.
La pasión, lo irracional, surgía así de un amor por lo racional en
el Otro. También ha podido basarse la obediencia al líder en otro
aspectos, en otras formas de poder abiertamente pasionales, como
ocurrió con los dirigentes de la revolución mexicana o con líderes
tales como Perón, Evita o Hugo Chávez. Fue este también
-sintomáticamente- el caso de los liderazgos reaccionarios como el
de Mussolini o Hitler. En todos estos ejemplos, el seguimiento del
líder estuvo basado en la capacidad superior que se le suponía, su
misterioso « carisma », esto es su capacidad de unir a
mucha gente en pos de un objetivo común. Puede decirse, en síntesis,
que la relación con el líder, sea cual sea la cualidad que se le
supone, es una relación pasional, afectiva, que genera obediencia.
3.
Las
dinámicas pasionales e imaginarias son fuertemente interclasistas.
No son una cualidad exclusiva de la « plebe » como
suponen las oligarquías. En el caso de Podemos -y del peronismo-
estas pasiones políticas atraviesan capas de población con una alto
nivel de formación académica, como ocurre, por lo demás, en todos
los movimientos y corrientes políticos, pues como correctamente
afirma Laclau "toda política es populista". Este es un
hecho difícilmente controvertible : el ser humano es un animal que
tiene imaginación y afectos y se rige sobre todo por ellos, no por
una verdad racional, sea esta real o supuesta. Tal vez lo clasista
sea pensar, más allá de este hecho, que la gente "del pueblo"
solo puede participar en la política bajo las formas de la
obediencia pasional a un mando y no es capaz de protagonismo propio.
No solo es profundamente discutible esa idea, sino que siempre ha
sido el argumento central de las políticas reaccionarias. Existe un
« gorilismo » que desprecia al pueblo por sus afectos y
pasiones (como si fueran una característica exclusiva del pueblo, y
no de toda la especia humana) y que tiene a las clases populares por
incapaces de criterio propio. Es esta una forma muy común de
« gorilismo », que echa sus raíces en el hecho de que,
en el capitalismo, el Estado tenga el monopolio -al menos formal- de
la política. En esto coinciden todos los « gorilismos »,
sean de izquierda, de derecha, o incluso populistas. Quienes lo
practican se arrogan, como partes del Estado, una parte del monopolio
colectivo de la política por la clase política, considerando al
pueblo, en coherencia con ello, incapaz de producir un conocimiento
propio de sus circunstancias e intereses vitales o de actuar unido,
si no es bajo su mando.
4.
Es
posible, sin embargo, otro tipo de política que propicie, y no
impida, que la plebe sea un actor político de pleno derecho. No se
trata de que no existan liderazgos, pues todos los seres humanos
vivimos en la imaginación y en la pasión, y existen coyunturas
afectivas en las que surgen líderes. Nadie puede impedir que la
imaginación y las pasiones de un individuo lleguen a influir a un
sector significativo de la población, ni que este sector se
identifique con este individuo. Sin embargo, una política
democrática debe tender a hacer desaparecer los liderazgos o a
atenuarlos fuertemente a través de una participación popular real,
nunca a la perpetuación o el refuerzo de formas de dependencia
personal y afectiva. La propia historia del peronismo, ese paradigma
del liderazgo populista, es una historia de resistencia popular y de
conquistas sociales y democráticas que no cabe despreciar, pero el
propio peronismo también conoció liderazgos que, en más de una
ocasión, llegaron a ser fuertemente represivos y contrarios a los
intereses populares como el de Isabelita y López Rega. Solo la
democracia, esto es la participación activa de la gente en las cosas
comunes, educa a los propios actores y les permite tomar en sus manos
su vida colectiva evitando las derivas de los liderazgos y
consolidando instituciones de una democracia real. Las políticas
elitistas, en las que, como en los liderazgos populistas
autoritarios, unos mandan y otros obedecen, no contribuyen a esta
autoeducación, sino que la bloquean.
España
es un país donde la dictadura del General Franco se erigió en
protectora del pueblo frente a sus bajas pasiones, a su violencia
(sus "demonios familiares" en palabras del "Caudillo"),
pues estas conducen según este discurso, a la guerra civil y al
caos. También es ilustrativa a este respecto la experiencia de los
socialismos reales, maestros en la intimidación y la infantilización
de las poblaciones por un líder o un partido que « siempre
tiene razón », según el orwelliano himno de las juventudes
comunistas germanoorientales. Se debe ser muy prudente, por lo tanto,
frente a todo retroceso democrático, todo recorte de libertades, o
merma de la participación. El propio Hugo Chávez, que era un líder
populista bastante lúcido, tal vez debido a sus orígenes populares,
dijo que cuando, en un proceso revolucionario se retrocede en materia
de libertades, ya no hay vuelta atrás. Lo mismo había afirmado, por
cierto, Rosa Luxemburg, lo mismo intuyó también Gramsci. Pero no
hace falta ser un gran líder ni ningún genio del pasado para
comprenderlo: el propio Pablo Iglesias dijo en uno de sus mejores
momentos que "cuando tú no haces la política, otros la harán
por ti"...y contra ti. Tal vez sea este el único « pablismo »
indispensable.
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