Hay quien se extraña de que en la manifestación por la unidad de España celebrada ayer en Barcelona coexistieran sin problema sensibilidades democráticas y exabruptos franquistas. Esto tiene su explicación en el origen del muy peculiar sistema democrático español en el cual se concedió al franquismo seguir existiendo como muerto viviente a cambio de poder seguirse alimentando de la sustancia de la nueva democracia. Es algo que se manifiesta en numerosos terrenos, como por ejemplo la sustitución de las normas liberticidas de la dictadura por nuevas normas liberticidas dictadas en nombre de la defensa de la democracia contra el terrorismo, o la permanencia bajo nuevas denominaciones de los tribunales de excepción, o, por supuesto, la continuidad de la legalidad de la dictadura (Ley de sucesión) en la designación del Jefe del Estado.
El Estado español es a la vez un Estado democrático y el Estado franquista de siempre, desde su jefatura del Estado, pasando por su administración de justicia, su ejército, sus cuerpos de seguridad, etc. La ideología espontánea que genera un Estado democrático con estas características es autoritaria y franquista, aunque la orden personal del Caudillo queda sustituida por el mandato de una constitución intocable que lo deja todo "atado y bien atado". Es lo que pasa cuando un Estado democrático en sus procedimientos y formas se constituye al margen de un poder constituyente popular. Tenemos una democracia cuyo fundamento y origen no es democrático.
Esta es la normalidad de un Estado que nunca dejó de ser franquista. Es lo que te permite creerte gente normal, e incluso demócrata y no ser antifascista. Algo anómalo, sin duda, pero que forma parte de la identidad nacional española promovida desde los aparatos de Estado.
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