jueves, 22 de marzo de 2018

Modestia del materialismo



La ignorancia es condición necesaria de todo saber. Quien cree no ser ignorante es aquel que pretende tener un saber inquebrantable que nada puede cuestionar. El que, a fuerza de afirmar que todos los cisnes son blancos, no puede ver los cisnes negros. Reconocer la propia ignorancia es mucho más útil que señalarla en los demás. Quien ve un objeto que no conoce cruzando el cielo y afirma que no sabe qué es hace un buen uso de su ignorancia, pues podrá indagar después de qué se trataba. Quien afirma con soltura y cierta soberbia que es "un OVNI", rodea su ignorancia de un halo de misterio, pero no por no reconocerla la ha superado. Quien ignora el modo en que se produce un fenómeno en la naturaleza puede elegir entre afirmar su ignorancia o decir que es un milagro, obra de la insondable voluntad de Dios o cualquier otra cosa que le permita encubrir su ignorancia. Y ello aun a costa de bloquear cualquier investigación racional de los fenómenos mediante un agujero de ignorancia elevado a la dignidad de "causa".



Si uno se atiene al sentido de las siglas, un ovni es algo que vuela y cuya naturaleza ignoramos, pero ese sentido hace tiempo que ha desaparecido tras un velo de mistificación creado por los que "saben" de esas cosas, los que poseen un saber oculto sobre los Ovnis, algunos de los cuales afirman que les ha sido revelado por los extraterrestres. Quien habla de ovnis no está refiriéndose a su propia ignorancia, como cualquiera puede hacerlo reconociendo simplemente que hay una infinidad de cosas en la tierra como en los cielos de las que no tiene ni idea. Una auténtica y genuina ignorancia sobre los ovnis o sobre cualquier objeto no identificado no supone nunca la revelación de un misterio, sino un simple reconocimiento de la opacidad del fenómeno. El saber sobre los ovnis, en cambio, solo puede tener la estructura de una revelación, como todo saber sobre lo que se presenta como de suyo oscuro.



La dialéctica, hija de la teología y la teodicea ha prestado importantes servicios a este bloqueo epistemológico siempre acompañado de bloqueos éticos y políticos. Quien habla desde la dialéctica -incluida, naturalmente la teoría de la construcción hegemónica, que es uno de los subproductos de la dialéctica- puede, como quien lo hace desde la voluntad de Dios, decir cualquier cosa, pues sus afirmaciones no suelen admitir falsación de ningún tipo. De ahí que alguien se crea muy sabio afirmando que "lo más revolucionario hoy en día es poner orden", enunciado que no tiene ningún sentido, pero encubre bien la ignorancia de quien la enuncia respecto del modo en que es posible transformar las actuales relaciones sociales. Es difícil conocerlo y confieso que yo mismo lo ignoro: lo único que está claro es que esto no se conseguirá a fuerza de mantener el orden, o de "poner orden", pues no todos los órdenes son iguales. Solo podrá hacerse investigando, no satisfaciéndose con palabras, pero esa investigación no deberá ser solo la de uno autoproclamado sabio, sino de muchos, de la multitud que algunos de lo alto de su ignorancia convertida en saber oscuro y de lo oscuro pretenden someter a los designios de un torvo Dios, interpretados por sus vates tristes.



Quizá lo que defina de manera a la vez sencilla y eficaz al materialismo sea el reconocimiento por el materialista de su propia ignorancia, el rechazo de un saber organizado sobre la elevación de la ignorancia a la dignidad de causa. Un materialista no habla de OVNIS, ni de la voluntad de Dios, ni de los duendes, ni de las leyes de la dialéctica o las leyes históricas. Reconoce que un conocimiento nunca es una revelación, sino una producción, casi siempre laboriosa. Hay personas religiosas que son materialistas en este sentido y ateos profundamente supersticiosos.

viernes, 16 de marzo de 2018

Muerte "accidental" de un mantero

La otra cara del neoliberalismo



Los manteros son la otra cara del neoliberalismo, el neoliberalismo "desde abajo", una economía popular "barroca" (Verónica Gago) con conexiones mundiales que permite vivir a mucha gente. Destruir la empresarialidad y la cooperación en que se basa esta otra cara del neoliberalismo es tan imposible para el régimen como admitirla.

El racismo es el dispositivo discursivo e institucional que gestiona, entre otras cosas, esta doble imposibilidad. El racismo no es, como suele pensarse, un prejuicio desfavorable basado en la raza. El racismo no tiene que ver con unos rasgos físicos determinados, sino con la selección de una parte de la población como exterminable. Lo primero es esa selección, la determinación de los rasgos viene después, y estos rasgos pueden ser físicos, pero no solo. Puede bastar un supuesto origen étnico o una confesión religiosa o incluso una afiliación política. En resumen, el racismo no es cuestión de razas preexistentes al propio racismo, sino que la raza es un producto del discurso y de la práctica racistas.

En régimen neoliberal, el racismo permite, delimitar los ilegalismos autorizando aquellos con los que se enriquecen los más ricos y tolerando represivamente (permitiendo o prohibiendo según las coyunturas) los ilegalismos que permiten vivir a los más pobres. El racismo no es cuestión de razas, sino una estrategia de mantenimiento de las vidas de diversos grupos de población (los más pobres, los inmigrantes, etc.) en condiciones de permanente precariedad. Esto representa para esos grupos un riesgo permanente para su subsistencia material e incluso un peligro real para sus propias vidas.

Con todo, la línea divisoria entre los dos grupos mencionados no es fija como afirma el discurso racista, sino móvil y porosa. Estamos todos sometidos a la misma evaluación minuciosa, cruel y constante como súbditos de un régimen generalizado de la deuda. La línea racial que separa el grupo de los que han de vivir de los que sobran y a los que se puede dejar morir o incluso matar impunemente se desplaza sin cesar. Nadie está a salvo.