[ Esta es mi contribución al informe-colmena elaborado en red por un grupo de compañeros y compañeras de distintas sensibilidades (Jónatham Moriche, Jorge Moruno, Ramón Espinar, Pablo Bustinduy, José Luis Carretero Miramar, Jesús Gómez Gutiérrez, Lola Matamala y un servidor) para aportar una visión alternativa a la situación económica, política y cultural española actual. Puede leerse en inglés (en traducción de Richard McAleavey) en el blog Cunning Hired Knaves y en castellano en Rebelión ]
Lo que hoy pasa en España es el fin de una etapa histórica marcada por la ilusión de que fuese posible construir una democracia sobre un paisaje de fosas comunes y un pasado de terror. La coyuntura de crisis pone un término a esa ilusión. La coyuntura de crisis es el momento en que un todo social sobredeterminado puede deshacerse: cada uno de los elementos tiene su propia temporalidad, su propio ritmo de reproducción o descomposición, pero cada vez se hace más improbable que unos y otros elementos del todo se sostengan recíprocamente articulando un sistema. Nada garantiza que esto sea el fin, como tampoco existen garantías de que el orden anterior perviva. Son varios los planos en que la crisis se materializa. En primer lugar tenemos una erosión de la legitimidad del régimen. La recuperación de la memoria histórica, el profundo desgaste del bipartidismo, la corrupción generalizada cuyo símbolo es una monarquía que aparece a la vez como vértice de un sistema de expolio y como heredera del franquismo, hacen que sectores cada vez más amplios de la población perciban el sistema político no como una democracia en la que tienen su voz, sino como un régimen que gobierna al margen de ellos e incluso contra ellos. Este problema de legitimidad afecta también al sistema económico, que, paralelamente al político, ha frustrado las expectativas de futuro de numerosos sectores y de varias generaciones, en particular las más jóvenes, liquidando el Estado social, imponiendo unos niveles extravagantes de desempleo, atacando salarios y pensiones. La ilusión de vivir en una democracia se pierde hoy por los mismos sumideros que la esperanza de vivir en un sistema donde todos pueden disfrutar de la prosperidad general. El ciclo neoliberal se cierra así en España como una crisis política y una crisis económica y social. Ambas crisis son inseparables por motivos que vienen de lejos, pues el régimen español de la Reforma fue el que abrió las puertas al neoliberalismo. Se da en el país ibérico la aparente paradoja de que un proceso democratizador estableciera un modelo de acumulación capitalista que sólo la dictadura (Pinochet en Chile) o poderes autoritarios (Reagan o Thatcher) pudieron introducir en otros países. Esto, sin embargo, es de nuevo una ilusión, pues el hecho de que no hubiera en ningún momento una ruptura con el régimen del 18 de julio permitió al mando capitalista recurrir a la acumulación originaria de terror franquista, cuyo recuerdo fue avivado en los años de la Transición por varios centenares de muertes a manos de la policía y de la extrema derecha. La peculiar versión española de la estrategia del shock neoliberal se explica así como una acción del trauma del pasado sobre la realidad posterior. La novedad de la crisis actual es que el miedo que permitió unir neoliberalismo y persistencia del franquismo bajo formas « democráticas » está disipándose tal vez de manera definitiva. Ha sido necesario un fracaso social masivo del neoliberalismo para que se hiciera visible el conjunto de la trama del régimen español, que se presenta cada vez más abiertamente como un gobierno basado en el saqueo, como una cleptocracia con un espantoso pasado que hoy rezuma de las cunetas y patentiza su indecencia en la figura de sucesor a título de rey del anterior y muy sanguinario jefe del Estado. Hizo falta para entender todo esto y encarar un proceso constituyente que lo imposible se hiciera realidad un 15 de mayo de 2011.
Lo que hoy pasa en España es el fin de una etapa histórica marcada por la ilusión de que fuese posible construir una democracia sobre un paisaje de fosas comunes y un pasado de terror. La coyuntura de crisis pone un término a esa ilusión. La coyuntura de crisis es el momento en que un todo social sobredeterminado puede deshacerse: cada uno de los elementos tiene su propia temporalidad, su propio ritmo de reproducción o descomposición, pero cada vez se hace más improbable que unos y otros elementos del todo se sostengan recíprocamente articulando un sistema. Nada garantiza que esto sea el fin, como tampoco existen garantías de que el orden anterior perviva. Son varios los planos en que la crisis se materializa. En primer lugar tenemos una erosión de la legitimidad del régimen. La recuperación de la memoria histórica, el profundo desgaste del bipartidismo, la corrupción generalizada cuyo símbolo es una monarquía que aparece a la vez como vértice de un sistema de expolio y como heredera del franquismo, hacen que sectores cada vez más amplios de la población perciban el sistema político no como una democracia en la que tienen su voz, sino como un régimen que gobierna al margen de ellos e incluso contra ellos. Este problema de legitimidad afecta también al sistema económico, que, paralelamente al político, ha frustrado las expectativas de futuro de numerosos sectores y de varias generaciones, en particular las más jóvenes, liquidando el Estado social, imponiendo unos niveles extravagantes de desempleo, atacando salarios y pensiones. La ilusión de vivir en una democracia se pierde hoy por los mismos sumideros que la esperanza de vivir en un sistema donde todos pueden disfrutar de la prosperidad general. El ciclo neoliberal se cierra así en España como una crisis política y una crisis económica y social. Ambas crisis son inseparables por motivos que vienen de lejos, pues el régimen español de la Reforma fue el que abrió las puertas al neoliberalismo. Se da en el país ibérico la aparente paradoja de que un proceso democratizador estableciera un modelo de acumulación capitalista que sólo la dictadura (Pinochet en Chile) o poderes autoritarios (Reagan o Thatcher) pudieron introducir en otros países. Esto, sin embargo, es de nuevo una ilusión, pues el hecho de que no hubiera en ningún momento una ruptura con el régimen del 18 de julio permitió al mando capitalista recurrir a la acumulación originaria de terror franquista, cuyo recuerdo fue avivado en los años de la Transición por varios centenares de muertes a manos de la policía y de la extrema derecha. La peculiar versión española de la estrategia del shock neoliberal se explica así como una acción del trauma del pasado sobre la realidad posterior. La novedad de la crisis actual es que el miedo que permitió unir neoliberalismo y persistencia del franquismo bajo formas « democráticas » está disipándose tal vez de manera definitiva. Ha sido necesario un fracaso social masivo del neoliberalismo para que se hiciera visible el conjunto de la trama del régimen español, que se presenta cada vez más abiertamente como un gobierno basado en el saqueo, como una cleptocracia con un espantoso pasado que hoy rezuma de las cunetas y patentiza su indecencia en la figura de sucesor a título de rey del anterior y muy sanguinario jefe del Estado. Hizo falta para entender todo esto y encarar un proceso constituyente que lo imposible se hiciera realidad un 15 de mayo de 2011.
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