Nota sobre la denominación "Secretario General" (en sentido político)
La historia del término "secretario general" es bien curiosa. "Secretario general", antes que una función política, designa una función administrativa propia de la administración y, en concreto, de los órganos colegiados del Estado: es la persona que dirige una secretaría general encargada de preparar las reuniones de estos órganos. La dirección bolchevique, no queriendo dar un cargo demasiado importante a uno de sus miembros más incultos -prácticamente el único que no era un intelectual de clase media- relegó a Stalin a esa función. No se dieron cuenta, sin embargo, estos refinadísimos personajes, de que la astucia del georgiano a la hora de preparar los órdenes del día y las convocatorias le otorgaría un gigantesco poder sobre esta organización dirigida por un puñado de intelectuales revolucionarios. Quien asume la modesta función de preparar un orden del día puede, en efecto, convocar a unos y no a otros, orquestar conflictos entre facciones, usar las divisiones de los otros para obtener más poder para sí mismo. Esto le permitiría a Stalin a medio y largo plazo convertir al partido bolchevique en una maquinaria burocrática y represiva de gran eficacia por encima de los cadáveres de sus antiguos compañeros. De este modo, manipulando el debate hasta liquidar el propio debate y a los propios interlocutores, consiguió Stalin que el carguillo modesto de Secretarío General se convirtiese en el primer cargo político del PCUS, y que el término Secretario General designara también la primera función del Estado soviético. Desde entonces, el término "secretario general" se hizo de uso común en los partidos comunistas para designar al dirigente. Siguiendo a los partidos comunistas, otros partidos, incluso de derechas, se dotaron de "secretarios generales". Esta banalización del término no le libra de esa carga histórica, sino que contribuye a "normalizarla" y reproducirla.
Si estas razones no son suficientes para que se elimine en Podemos esa funesta denominación para el cargo del primer representante de la organización, será que el nombre se ha ido ajustando peligrosamente a la realidad de una degeneración burocrática y autoritaria de la organización y que el problema no es entonces de nombres sino de relaciones de fuerzas consolidadas.
La historia del término "secretario general" es bien curiosa. "Secretario general", antes que una función política, designa una función administrativa propia de la administración y, en concreto, de los órganos colegiados del Estado: es la persona que dirige una secretaría general encargada de preparar las reuniones de estos órganos. La dirección bolchevique, no queriendo dar un cargo demasiado importante a uno de sus miembros más incultos -prácticamente el único que no era un intelectual de clase media- relegó a Stalin a esa función. No se dieron cuenta, sin embargo, estos refinadísimos personajes, de que la astucia del georgiano a la hora de preparar los órdenes del día y las convocatorias le otorgaría un gigantesco poder sobre esta organización dirigida por un puñado de intelectuales revolucionarios. Quien asume la modesta función de preparar un orden del día puede, en efecto, convocar a unos y no a otros, orquestar conflictos entre facciones, usar las divisiones de los otros para obtener más poder para sí mismo. Esto le permitiría a Stalin a medio y largo plazo convertir al partido bolchevique en una maquinaria burocrática y represiva de gran eficacia por encima de los cadáveres de sus antiguos compañeros. De este modo, manipulando el debate hasta liquidar el propio debate y a los propios interlocutores, consiguió Stalin que el carguillo modesto de Secretarío General se convirtiese en el primer cargo político del PCUS, y que el término Secretario General designara también la primera función del Estado soviético. Desde entonces, el término "secretario general" se hizo de uso común en los partidos comunistas para designar al dirigente. Siguiendo a los partidos comunistas, otros partidos, incluso de derechas, se dotaron de "secretarios generales". Esta banalización del término no le libra de esa carga histórica, sino que contribuye a "normalizarla" y reproducirla.
Si estas razones no son suficientes para que se elimine en Podemos esa funesta denominación para el cargo del primer representante de la organización, será que el nombre se ha ido ajustando peligrosamente a la realidad de una degeneración burocrática y autoritaria de la organización y que el problema no es entonces de nombres sino de relaciones de fuerzas consolidadas.
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