El nacionalsocialismo como doctrina del resentimiento
Quien tenga cerebro y corazón debe estar descontento
Ingeniero Mussert, 26 de abril de 1937 en Houtrust
¡Oh demente y triste bestia hombre! ¡Qué ocurrencias tiene, qué cosas antinaturales, qué paroxismo de lo absurdo, qué bestialidad de la idea aparecen tan pronto como se le impide, aunque sea un poco, ser bestia de la acción!...
Nietzsche
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El gato sabio
A los señores del “Comité de Vigilancia” contra el nacionalsocialismo.
Lames tu piel de terciopelo tan sabiamente
como los gatos gordos te sientas al sol
-Ter Braak y Donker, Poels y Du Perron-
y sueñas con platillos de leche y cosas tiernas.
La gente te acaricia con gusto en los sillones,
Te estiras, te relames y bostezas, tan sabios eres
Y te sientes tan ricamente en ese paraíso:
Los lentos serán presa de los rápidos.
Pero apenas nos oyes, o -Dios no lo quiera,
El ojo verde mira de reojo por una fina rendija
-estallas porque te sabes traicionado
-sabemos cómo te miran las palomas.
Tu cola se hincha punzante
Sacas ya tus uñas de su suave estuche
Y nos bufas- con rabia contra todos,
Porque no nos nos engañas con tu piel suave.
Los que estáis sobre terciopelo, como potentados
Pagados por Moscú para cazar;
Sabed esto: ya no puede esto durar más
Ahora es nuestro turno- nos atrevemos a odiaros!
George Kettmann Jr.
Tomado de Volk en Vaterland, a modo de lema
Recuerdo todavía vívidamente cómo, hace algunos años, hablé con quien fuera un diplomático conocido en una conversación casual, y a una pregunta casual: "¿Cree que el nacionalsocialismo es un peligro real en los Países Bajos?" me respondió "Mire usted, no lo creo; el nacionalsocialismo, ¡es una pandilla de fracasados!" Recuerdo que esta definición me causó una gran impresión, no tanto por lo parcialmente acertado del comentario, sino por el tono elegantemente indiferente con que se pronunciaba, como si fuera algo de lo que realmente no quisiera ocuparse un caballero de indiscutible cultura y buenos modales.
¿Una pandilla de fracasados? Quién lo duda, pero ¿qué fuerza tiene esa pandilla? ¿Acaso en lugar de una pandilla no será un ejército o un "levantamiento de las hordas"? No será el fracasado, el "perdedor" que no puede tragarse su fracaso, un símbolo de una estructura espiritual, que se extiende mucho más allá de los fracasos reales y ciertamente no puede ignorarse con indolencia? Es a esta fatal indolencia de los llamados intelectuales, entre los que se puede seguramente incluir a este diplomático, a esa dichosa confianza en que ellos mismos no pertenecen a la “horda” y que este "fenómeno de crisis” pasará cuando mejore la coyuntura económica, a lo que también debemos, que las pandillas de fracasados apenas encuentren una oposición seria por parte de estos mismos intelectuales. Así cayeron los intelectuales alemanes en 1933 , así lo harán los intelectuales holandeses
(y todo lo que uno suele incluir en esa categoría, ya que el concepto no puede ser claramente definido) cuando la pandilla de fracasados se haga con el poder, gracias al sufragio universal o gracias a un golpe de estado; medios ambos que, por mucho que se rían de ellos los exquisitos intelectuales, también son adecuados para convertir a una pandilla de fracasados en tiranos.
En un aspecto, sin embargo, puede tener razón el diplomático: el nacionalsocialismo es de hecho un movimiento de fracasados; es decir, un movimiento cuya inspiración deriva del rencor o, si se quiere, del resentimiento; dos términos, que cubren un mismo ámbito y cuya importancia para la cultura rara vez se aprecia en toda su amplitud. ¿Pero es este resentimiento una especificidad del nacionalsocialismo? ¿Está el fracasado, en el sentido más amplio de la palabra, esencialmente relacionado con el nacionalsocialismo? ¿De dónde viene el resentimiento que ahora se vierte en la turbia charca del señor Mussert? Estas preguntas no pueden encontrar respuesta mientras se considere, como hace nuestro diplomático, a los fracasados como una pandilla y, por consiguiente, el rencor que justifica su existencia, como un estado de excepción. Las relaciones reales son algo diferentes: el resentimiento pertenece a los fenómenos más esenciales de nuestra cultura, está inextricablemente vinculado a ella, está en todas partes, y fue un error de perspectiva del siglo XIX el haber prestado sólo atención al “desarrollo general” sin considerar que valiera la pena prestársela al no menos importante desarrollo del resentimiento que lo acompañaba. Puesto que en la medida en que la posesión de la cultura se sentía como un derecho, la distancia que existe entre ese derecho a todo y la posesión de poco en la práctica se vive como una injusticia, cuyas raíces, sin embargo, no se pueden rastrear, porque uno no sabe de dónde proviene ese famoso derecho a la cultura. El fracasado, el hombre del resentimiento, sólo sabe que no puede aguantar que el otro tenga más, que le enfurece ver el privilegio de otro; siente rencor porque en el resentimiento experimenta al menos el placer del descontento permanente. Acaricia ideas de venganza del mismo modo en que el artista cultiva “el arte por el arte” y es característico de su afán de venganza que la satisfacción del mismo no le traiga por lo general ningún alivio. Por el contrario, el fracasado que tenga la mala suerte de perder su rencor es un hombre sin destino, un fracasado al cuadrado, que buscará otras metas para su resentimiento, a menos que, como Hitler, quede drogado por la realización de sus ideales de resentimiento y caiga en estado narcótico.
Por lo tanto, el resentimiento no puede considerarse como una excepción en una cultura que, como la nuestra, muestra una tendencia a otorgar los mismos derechos a todas las personas. Es la igualdad como ideal, la que, dada la incapacidad biológica y sociológica de estas personas, promueve el resentimiento para convertirlo en una fuerza social de primer orden; puesto que a quien no es igual al otro y, sin embargo, desea ser igual a esa otra persona, no se le asigna en esta sociedad un lugar en términos de rangos o de castas, ¡Se le premia! Su afán de igualdad lo consideran teóricamente justo, incluso aquellos que no pensarán por un solo momento hacer nada en la práctica para realizar una igualdad, que iría en su perjuicio. ¡Esa es la gran paradoja de una sociedad democrática, en la que el resentimiento no solo está presente, sino que incluso se alienta como un derecho humano!
Así que cualquiera que quiera tratar de los fracasados y el resentimiento, primero tendrá que tener en cuenta la ubicuidad del ideal de igualdad, y por lo tanto la ubicuidad del resentimiento. Se pueden imaginar fácilmente bastantes formas de sociedad en las que el resentimiento se limita a expresiones extraoficiales, porque por la presencia de un sistema de castas o una fuerte conciencia del rango, sus efectos se ven inmediatamente limitados. Cabe imaginar una sociedad en la cual la desigualdad es sagrada, tabú, y la igualdad es una ofensa contra el orden "verdadero", pero en el mundo de la democracia no hay un sistema de castas, y del reparto por estamentos del Estado cristiano medieval sólo quedan restos devorados cada día más por el resentimiento, y en particular por el resentimiento puro, como el que se manifiesta en el nacionalsocialismo. El la edición especial para las elecciones del órgano del resentimiento, Volk en Vaterland retrata a la familia de un trabajador agrícola y a la del conde de Marchant et d’Ansembourg una al lado de la otra con la leyenda: “un mismo ideal une al trabajador agrícola y al conde”. Este ideal se suele llamar en el idioma de estas personas "pueblo", pero los "camaradas", que se abrazan en una página de fotos, sólo están unidos en realidad por el resentimiento que se traduce en huero romanticismo. El resentimiento no conoce diferencias de rango ...mientras un trabajador resentido y un conde resentido no estén aún donde quieren estar, y se movilicen conjuntamente contra Moscú. Eso no significa, sin embargo, que el conde vaya realmente a renunciar a su rango en favor de la “comunidad racial” y a convertirse en labrador o que vaya a elevar al labrador al rango de conde. La igualdad a través de la "comunidad racial" es un lema de resentimiento que, en teoría, no conoce ningún tipo de desigualdad, pero que sirve sobre todo para que las desigualdades florezcan en la práctica. La teoría romántica, es sin embargo la especialidad del resentimiento. Crear nuevas castas y estamentos en el sentido de crear una nueva desigualdad, que es tabú, es algo que, en realidad, no puede permitirse el nacionalsocialismo; incluso su más alto símbolo de orden jerárquico, el líder, es un "camarada", que en una pausa de su discurso puede estrecharte la mano, si consigues atravesar su línea de guardaespaldas. El nacionalsocialismo se enorgullece de ser la "verdadera democracia"; tal paradoja es elocuente.
En este sentido, el nacionalsocialismo no hace nada distinto de lo que también hicieran el liberalismo, el socialismo y la democracia, sin acompañarlo de este tipo de fraseología sobre la desigualdad. El nacionalsocialismo se posiciona contra la desigualdad, proclama la "más alta igualdad", aunque de ella, por cierto, solo puede aportar representaciones ridículas. Esto está en la naturaleza de las cosas; porque la igualdad sigue siendo igual que en el tiempo de la liberté, égalité, fraternité, una carencia de desigualdad positiva y nada más; una ficción, que es una "realización terrestre" de la "igualdad cristiana de las almas ante Dios" y que, como tal, no se puede pensar más allá de nuestros orígenes cristianos. No comparto en este aspecto la opinión de Max Scheler que no quiere hacer al cristianismo responsable de la igualdad y el resentimiento, y he expresado estas diferencias de opinión en mi libro Nuevos y viejos cristianos, que ve la luz casi al mismo tiempo que el presente folleto. No es lugar aquí para profundizar más en esta cuestión, ya que aquí solo nos ocupamos de la igualdad y el resentimiento en sus formas "modernas". Scheler dijo cosas excelentes acerca de esto, y es especialmente importante que las haya formulado antes de 1919, antes de que se hablase del fascismo o del nacionalsocialismo. Scheler diagnosticó el resentimiento basándose en formas mucho menos "puras" que las que tenemos en mente; sus reflexiones sobre el “hombre del resentimiento” se basan en la democracia y el socialismo ... ¡y sin embargo parecen ser por excelencia aplicables al nacionalsocialismo! ¿Por qué? Porque la contradicción entre democracia y socialismo nacional, o entre socialismo y nacionalsocialismo, sólo es una contradicción muy provisional, que indica, todo lo más, que existe una diferencia entre las formas en que se presenta el resentimiento. Esa diferencia es muy importante, por cierto, pero no prueba que la democracia y el socialismo estén desprovistos de resentimiento. Baste pensar en Rousseau, el padre de la democracia, el tipo del hombre resentido, o en Karl Marx, que necesitaba una dialéctica perfectamente concluyente para hacer realidad una visión del mundo que no podría darse sin resentimiento contra la burguesía, en el inexorable ámbito científico. No se afirma con demasiada fuerza que el resentimiento es creador de cultura; debe ser creador de cultura en un mundo que no puede crear cultura a través de una desigualdad inexpugnable. Lo fue en el siglo pasado y aún en el presente, cuando se conectó con las nociones de "libertad", "igualdad" y "fraternidad", y más tarde con la de "desarrollo dialéctico"; todavía puede serlo ahora si tenemos el coraje de reconocer el resentimiento en lo que sale del resentimiento y deshacernos con calma de los prejuicios de los intelectuales a la antigua usanza, que solo quieren explorar las profundidades, o de la pedantería de los marxistas dogmáticos que creen en la dialéctica con la confianza científica y la falta de humildad de unos sectarios que deciden de nuestra “salvación”.
Que no no haya aquí malentendidos. Precisamente al afirmar, que el liberalismo, el socialismo y la democracia, por un lado, y el nacionalsocialismo por otro están conectados por el factor común de resentimiento, sostengo que la democracia es superior a las corrientes fascistas y nazis, que surgen de ella. Esta superioridad la evidencia suficientemente el coqueteo de los dictadores (Mussolini, Hitler, Stalin) con la "verdadera" democracia, que dicen defender; incluso esta gente, que estaba más alejada de la idea democrática que cualquier otro, debe reconocerla como la autoridad máxima y última. Ya no pueden darse el lujo de ser simples condottieri, tiranos o déspotas absolutos; su mala conciencia es la democracia. Por lo tanto: ¡que esa democracia sea nuestra buena conciencia! No la asociemos con el parlamentarismo u otras funciones subordinadas, pero seamos demócratas entusiastas, ¡precisamente por no ahorrarle ninguna crítica a la democracia como sistema! Porque aparte de la democracia, en Europa solo existe la reacción, la nostalgia del pasado cargada de resentimiento; en la democracia, por el contrario, el resentimiento tiene al menos la libertad de diagnosticarse a sí mismo y, por lo tanto, de estilizarse. Una de las ventajas inestimables de la democracia es su falta de decorados engañosos y románticos, de esos fuegos de bengala que son como la atmósfera del nacionalsocialismo.
Sé muy bien que a través de este argumento llegaré a resultados muy diferentes de los de algunos intelectuales, que aman la democracia de una manera diferente a la mía. Para ellos, en términos generales, la contradicción entre democracia y nacionalsocialismo es siempre, o bien una contradicción ética, o bien una contradicción entre "verdad" y "mentira"; Por esto ponen mucho empeño (casi demasiado) en examinar al detalle las denominadas “doctrinas” y con algo de buena voluntad podrán descubrir en ellas ciertos méritos, aunque estos méritos queden destruidos por las interpretaciones disonantes que les dan los teóricos nacionalsocialistas. Si no hubiera absolutamente nada bueno en el nacionalsocialismo, razonan más o menos nuestros maestros de ética, este no tendría fuerza de seducción ni podría turbar aquí y allá las conciencias. Esa es la interpretación ética que me parece insostenible; no se trata aquí del bien ni del mal, sino de la psicología de la "fuerza de seducción', en la que uno debe partir sólo de la psicología de la publicidad y de la receptividad del hombre medio del siglo XX a los mensajes publicitarios. "Queremos intentar hacerlo objetivamente", escribe otro crítico, que hace una recensión del Mito del siglo XX de Rosenberg, "reconociendo la parte de verdad que ha quedado escrita con menos habilidad que pasión y rechazando lo que es falso brutal, catastrófico y difamatorio.” Esta es la objetividad que quiere aplicar una ilusoria separación a un libro del que sólo puede decirse que ha robado los hechos a la enciclopedia y los ha combinado con inconfundible habilidad en un todo, conforme al esquema en blanco y negro del resentimiento absoluto (odio a los Judíos y al Cristianismo eclesiástico ). Estos combatientes del nacionalsocialismo son tan ingenuos como para suponer una pequeña dosis de "bondad" o "verdad" a un tipo de personas, que sólo pueden tener un valor publicitario, y ello a condición de no sentirse ya interesadas por el bien y el mal éticos o la verdad y la falsedad científicas.
Uno sólo puede explicar tal ingenuidad por el hecho de que estos observadores se olvidan de observarse anteriormente a sí mismos, por lo cual no perciben la presencia ubicua del resentimiento, incluso en la bondad, incluso en la verdad. Sin ello, habrían llegado a reconocer que la diferencia fundamental entre (a grandes rasgos) la democracia y el socialismo no se encuentra en el ámbito de la ética o de los valores objetivos (porque uno se puede imaginar nazis que son buena gente y nacionalsocialistas objetivos). Scheler fue capaz de llevar a cabo su análisis del resentimiento, que a veces parece ser una profecía de la epidemia nacional-socialista, sobre la base de lo que sabía sobre la democracia y el socialismo. Esto es ya una prueba de la tesis, que en repetidas ocasiones he defendido y defiendo aquí una vez más, a saber que el nacionalsocialismo no es lo contrario de la democracia y el socialismo sino su consumación. No es la desvirtuación, sino la perversión de la democracia y el socialismo, entiéndase de la democracia doctrinaria y el socialismo doctrinario, que uno no puede identificarse con el "devenir" democrático, en el que vivimos y por encima del cual no reconocemos ninguna instancia. Cualquiera que quiera combatir el nacionalsocialismo debe combatir en la democracia y el socialismo la misma fraseología que combate, por excelencia, en el nacionalsocialismo, pues el nacionalsocialismo es la emancipación completa del resentimiento, que en la democracia y el socialismo estaba ligado a ciertas reglas de juego, que en cierta medida fueron capaces de “estilizarlo”. Sin embargo, tan pronto como se intentase “estilizar” el nacionalsocialismo se comprobaría que, aparte del resentimiento y la política de revólver a ella asociada, no es nada. O bien recaerá en un nacionalismo extremo o bien perderá a sus seguidores en un socialismo extremo o un comunismo.
Un ejemplo puede servir para ilustrar la procedencia democrática del resentimiento nacionalsocialista. Scheler escribió lo siguiente acerca de la crítica, tal como la practica el hombre del resentimiento:
Este tipo de crítica, que podría llamarse "crítica del resentimiento", significa que una mejora de las condiciones que se habían considerado intolerables nunca da satisfacción (este sería el efecto de una crítica constructiva), sino que, por contrario, provoca descontento, en la medida en que va en contra de la creciente alegría que uno experimenta al aborrecer todo y rechazar todo pura y simplemente. Se puede decir de algunos de nuestros partidos políticos actuales, que nada los irrita tanto como el contemplar que otro partido realiza una parte de su programa, y arruina el placer que les reporta la "oposición de principio" al invitar a algunos de sus miembros a participar constructivamente en la acción política. La "crítica del resentimiento" se caracteriza por el hecho de que ella no quiere "en serio" lo que dice querer; ella no critica para aniquilar el mal, sino que usa el mal como pretexto para insultar.
Obsérvese que Scheler no escribía sobre el N.S.D.A.P. o el N.S.B., los partidos del resentimiento por excelencia; aunque precisamente a estos partidos se aplican las palabras de Scheler con una precisión espeluznante; son precisamente estos partidos los que cumplen lo que Scheler ya descubrió en la democracia, que al menos todavía combinaba el trabajo constructivo con la crítica resentida concebida como “el arte por el arte”'. Por lo tanto, habría que sorprenderse en realidad de que el fascismo y el nacionalsocialismo no hayan surgido antes, demostrando así que hasta ahora la democracia sólo ha jugado a un jueguecito provisional, que la verdadera lucha por la democracia acaba de empezar, ahora que el resentimiento se ha emancipado y el hombre resentido ya no desea saber nada de las tradiciones que se le han transmitido (como la pureza de la ciencia y la libertad del individuo). La verdadera batalla por los mínimos democráticos comienza ahora que la democracia se ha descubierto a sí misma al máximo como nacionalsocialismo y “justicia para todos” y resulta que consiste en el derecho a que todos odien ilimitadamente a todos, a expulsar y encerrar en un campo de concentración a los que no consideran que la porra sea el más alto ideal o a los que sólo ven en el "líder" el símbolo supremo del resentimiento histérico.
La 'oposición de principio'; el odio por el odio (por el goce, que proporciona el resentimiento a quienes este no ha sabido estilizar); el querer con potentes rugidos lo que no se quiere en absoluto, ya que la satisfacción del deseo limitaría de nuevo las posibilidades de odiar; el salto inmediato de una queja a otra cuando accidentalmente algo se vaya consiguiendo, pues ante todo no hay que perder terreno entre el público del resentimiento; la grandiosa dirección artística del resentimiento que, sin embargo, en los momentos críticos hace las mayores estupideces, porque, al ser una consecuencia del puro resentimiento, ni siquiera tiene una penetración psicológica en las fuerzas que se oponen al resentimiento (la saciedad, la satisfacción, la decencia, etc) .... de todo esto da buena muestra en nuestro país el NSB nuestra sección nacional de la gran internacional europea del resentimiento, cuyos intentos por parecer estrictamente nacional acaban varados miserablemente en la absoluta impotencia del hombre del resentimiento puro para ser algo más que un “casi”. Es un casi-héroe, es un casi-populista, es casi-decente, es casi-germánico .... pero detrás de estos “casi” brama el resentimiento, detrás de toda esa casi-positividad está el cáncer de la "oposición por principio." Cuando se devalúa el florín, el florín devaluado se convierte en un plazo de veinticuatro horas en objeto de la propaganda del resentimiento, dado que el florín sin devaluar no puede volver a ser objeto de propaganda. No hay que perder de vista que el objeto económico, el florín en sí mismo, no juega aquí en general ningún papel. El florín no es aquí un objeto redondo, medio de cambio, calderilla, símbolo económico, sino solamente una palabra, que se puede utilizar a voluntad para determinadas maniobras resentidas. Del mismo modo, para Alfred Rosenberg no existe ningún problema científico en el sentido respetable que dieron a este término los sabios barbudos del siglo pasado, los hechos históricos son para él preferentemente mero material que ordenar en la jerarquía del resentimiento, que sólo conoce dos campos: el partido odiado y el que odia, el partido que la gente puede y debe justificadamente odiar, frente al partido que debe justificadamente practicar el odio universal. Todo lo demás es “casi” y quien quiera con la benévola ceguera de un crítico a la antigua usanza como Haar rastrear aquí granitos de “verdad”, será engañado por adelantado.
Un crítico, en el que el resentimiento todavía no se ha liberado hasta la pureza, alcanzada por el nacionalsocialismo, pretende sin embargo mantener su posición esperando encontrar complejidad en los objetivos en los que el único factor decisivo es el puro resentimiento. No puede imaginarse una lógica que esté determinada por el resentimiento como autoridad suprema. Busca aún en la doctrina racial de los nazis un fundamento científico, en lugar de centrar su investigación en la única base en que se apoya la doctrina racial: el odio a los judios. La gente sigue haciendo como si ese odio a los judíos fuese algo así como una medio argumentación científica a mitad “descubierta” en un contexto medio científico, por mucho que en el estilo de Mein Kampf y el Mito del Siglo XX no exista más argumento personal que el dictado por el resentimiento emancipado. Tal vez se quiera un ejemplo de fecha más reciente y procedente de una familia aún más distinguida; el filósofo cultural austríaco Karl Anton, Príncipe de Rohan escribe en un libro recientemente publicado titulado La hora del destino para Europa
Cuando en debates de alto nivel intelectual se ha aventurado la afirmación de que ya no existe ninguna cuestión judía porque el concepto de raza no tiene base científica, el nacionalsocialismo tiene razón cuando apunta al hecho simple del “instinto de la sangre” del pueblo. Aunque el concepto de raza no se pueda explicar científicamente, esto no dice nada contra la existencia de razas, sino contra la capacidad de la ciencia.
Puede coincidirse en todo con este príncipe, siempre que el término profundo y místico “instinto de la sangre” se sustituya por el menos poético, pero ciertamente más exacto de “resentimiento” (que es también un hecho simple) y su acusación contra la ciencia proviene de su irrenunciable deseo de dar razón al resentimiento a cualquier precio. Los argumentos biológicos también aquí son “casi”. Si se es nacionalsocialista no se puede hacer nada sin fraseología, porque el hombre del resentimiento vive de la fraseología que le da una compostura hacia sí mismo y los demás; que crea en ella o no es secundario, lo fundamental es que la fraseología: “heroísmo”, “sangre” “decencia”, “sentido de la comunidad”, diga siempre lo que le dé la gana al resentimiento. La denominada “teoría racial” es así la fachada fraseológica del resentimiento proyectado contra el eterno chivo expiatorio, el judío. El odio es primario, el odio al judío es secundario, la argumentación científica es “terciaria”. Sin el odio no puede ni pensarse el nacionalsocialismo y por eso el odio al judío puede cambiarse cuando lo quiera la ocasión por el odio hacia la Francia “ennegrecida”, o la prensa servil, puesto que los judíos son solo uno de los muchos pretextos para dar un objeto real al resentimiento. En cuanto a la “argumentación” científica puede dejarse enteramente de lado si es necesario, sin que esto cambie en nada la problemática de estos teóricos del resentimiento.
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El desarrollo de la filial holandesa del nacionalsocialismo documenta con mucha claridad cómo se ha dado este proceso ideológico en el hombre del puro resentimiento. El odio al judío era en nuestro país inicialmente un aspecto muy secundario (e incluso oficialmente ridículo) del programa general del resentimiento, pero a medida que el “movimiento” se fue liberando de las buenas costumbres holandesas y tomó mayor “conciencia” de sus eslóganes resentidos, el odio al judío, que es una de las formas más fáciles y agradecidas de odio, empezó a ocupar cada vez más el primer plano. La sangre se cuela arrastrándose por donde no puede pasar: un movimiento del resentimiento sin proyección en los objetos más fáciles y agradecidos sería una contradicción en los términos. A través de la luminosa idea del “líder” consistente en dividir a los judíos en cinco variedades (una división tan eminentemente “científica” que el Olimpo habrá temblado) se precipita el odio al judío por todos los canales de la terminología del resentimiento de Volk en Vaderland así como por las cloacas secundarias; y cuando, después de las torpezas del tiempo de la devaluación empezaron “los negocios” a ir mal, el odio al judío se convirtió en un nuevo pararrayos del resentimiento apenas mejor camuflado. Cuando esto escribo, la actitud de los nacionalsocialistas holandeses frente a los judíos ya no es en nada distinta de la de sus correligionarios alemanes. Lo único es que todavía les queda por encontrar una teoría racial con una argumentación “científica” adecuada, y si nada lo impide, esto terminará ocurriendo también bajo el símbolo del “wolfsangel”......
Por lo tanto, el socialismo nacional tiene plenamente su lógica, e incluso su objetividad; es la lógica y la objetividad del resentimiento emancipado y "puro". Esa lógica no se manifiesta, a la vieja usanza, en la discusión, sino en la voz de mando y la propaganda; esta objetividad no debe buscarse en la argumentación fundamentada y la responsabilidad por los hechos, sino en la mentira y la tergiversación simplista de los acontecimientos mundiales, si es necesario, en contra de hechos generalmente reconocidos. El mando, la propaganda, la mentira y la tergiversación también se encuentran en la sociedad democrática, pero siempre a la sombra de la crítica, el intercambio de opiniones, la verdad y la "contrainvestigación". La lógica del nacionalsocialismo, sin embargo, no puede tolerar tal relatividad porque haría peligrar el esquema simplista del mundo que necesita el hombre del resentimiento “puro” para mantenerse y multiplicarse. Sin embargo, se puede hablar aquí de lógica y de objetividad, porque el hombre del resentimiento, que es asimismo el hombre “semieducado”, no puede desenmascarar sus mentiras como mentiras ni sus tergiversaciones como tergiversaciones. La psicología de la mentira nacionalsocialista es mucho más interesante de lo que se puede deducir de los escritos de determinados intelectuales “éticos” y amantes de la verdad, pues la mentira sustituye aquí completamente el vaivén entre “verdad” teórica y mentira exigido por la práctica que caracteriza al hombre democrático medio. Una invocación de la verdad puede en determinados casos tener cierto éxito en una sociedad democrática; en un Estado dictatorial nacionalsocialista, esta invocación no tiene ya ningún eco, puesto que el resentimiento puro, a través de una prensa uniformizada y una ciencia reducida a la esclavitud, ha convertido su lógica y su objetividad en la “medida de todas las cosas”. La lucha contra el nacionalsocialismo no tiene ninguna esperanza mientras no se aprenda a ver que la lucha debe dirigirse en primer lugar contra la idealización del resentimiento… no solo entre los nacionalsocialistas, sino también entre los demócratas y los socialistas. Esta lucha requerirá una táctica enteramente nueva: habrá que empezar por infravalorar menos a la pandilla de fracasados, pues nunca puede sobrevalorarse la amplitud de los yacimientos de resentimiento latente.
El simplismo de la "doctrina" nacionalsocialista tampoco ha caído del cielo: conclusiones simplistas las lleva cada uno dentro de sí cuando necesita justificarse. Piénsese tan sólo en la consagrada antítesis cristiana entre Cristo y el Anticristo que dominó la Edad Media, o también en la contradicción de clase marxista, que Marx ciertamente no entendió de manera simplista, pero que entre sus epígonos y por obra de estos se ha vuelto sin duda simplista, piénsese en la contradicción transmitida por la prédica de profesor a alumno entre la “élite intelectual” y la “masa”, piénsese por último (es una experiencia de los últimos tiempos) en el esquema simplista del movimiento “Eenheid door Democratie" (Unidad por medio de la Democracia), que asimila plenamente dos corrientes de orientaciones tan distintas como el comunismo y el nacionalsocialismo, tan sólo porque así se ahorra un poco de reflexión al ciudadano y porque la tiranía de Stalin en sus efectos se parece mucho a la de Hitler. El simplismo “Mussert o Moscú” difiere de otros simplismos, no en cuanto al principio, sino sólo en grado; del mismo modo que el resentimiento emancipado y "puro" se distingue en grado del resentimiento que se deja estilizar a través de reglas culturales. Pero a pesar de todo, esa diferencia de grado nos conviene y tiene también una enorme importancia por sus consecuencias para la práctica. El simplismo se convierte en el nacionalsocialismo en “medida de todas las cosas”; la dictadura nacionalsocialista ya no tolera ninguna crítica y hace la vida imposible a quien busca ante todo el criterio de la libertad en un esfuerzo por tener libertad para buscarse cada vez más complicaciones, para hacer cada vez más descubrimientos. La libertad nacionalsocialista consiste sólo en la libertad absoluta para el simplismo dictado por el Estado del resentimiento absoluto. Por ello también hay que suponer que el nacionalsocialismo como doctrina del resentimiento “puro”, debe temer sobre todo el lento desencanto que una visión simplista del mundo termina generando a la larga, incluso en los individuos más tontos cuando sienten en persona que la expulsión de los judíos, la creencia en los Protocolos de los Sabios de Sión, y el aullido contra el “bolchevismo internacional” satisfacen tan poco la sed de resentimiento como cualquier otro medio; y uno sólo puede imaginar aproximadamente cuál será la venganza del resentimiento, que se revolverá contra los profetas y los hacedores de lluvia del resentimiento, contra los "líderes" cuando los milagros y la lluvia no lleguen ....
El nacionalsocialismo se revela a sí mismo como doctrina del resentimiento también bajo formas distintas de la doctrina del resentimiento “puro”. Es frecuente encontrarse con la idea de que el resentimiento es el resultado de injusticias sociales y en concreto de la pobreza. Sobre todo en círculos socialistas se ha hecho costumbre idealizar la pobreza frente a la riqueza y suponerle a la clase trabajadora un particular sentido de la justicia, desde que Marx identificó más o menos el destino de la humanidad con la liquidación por parte del proletariado de las contradicciones de clase. Se pretende así explicar el resentimiento por la existencia de injusticias y pobreza, y de ese modo poder idealizar el propio resentimiento. El nacionalsocialismo demuestra claramente lo contrario. No se trata ciertamente de una religión de los “parias de la tierra”, aún menos de una sociología de las contradicciones de clase científicamente analizadas; quiere una “comunidad de raza”, esto es, que los ricos sigan siendo ricos, la clase media clase media y los pobres pobres...limitando todo esto hasta cierto punto mediante las limosnas de la “Winterhilfe”. El nacionalsocialismo delata por su carencia de puntos programáticos positivos y su sobreabundancia de promesas para todos y para cualquiera que es la primera “doctrina” en la Europa democrática nacida del resentimiento de todos contra todos: de los pobres contra los ricos, de los ricos contra los pobres, sobre todo de la clase media contra ambos, contra los aborrecidos “grandes capitalistas” así como contra los no menos aborrecidos “siervos de Moscú”. Por esto se adapta (potencialmente) a todo el mundo a condición de que tenga suficiente cultura para no ser abalfabeto (hay que poder leer al menos una octavilla y tener alguna idea de los Germanos o de quién es Piet Hein), a los que hayan recibido la cultura como una propiedad evidente (por lo tanto como un derecho) y posteriormente carezcan de toda inclinación a estar descontentos con el simplismo más elemental. Estos son muchos más que una “pandilla.” Su auge ha sido preparado con entrañable ingenuidad por todas las bendiciones de la democracia, como la enseñanza obligatoria, las universidades populares y las aulas abiertas, y cuando el resentimiento de todos contra todos se dirige en alguna ocasión contra estas mismas instituciones, sólo puede afirmarse que la ingratitud es la recompensa de este mundo. No es la pura estupidez lo que maneja el nacionalsocialismo, y tampoco es en primer lugar la pobreza, aunque ambas puedan allanarle el terreno, es la semieducación, la que constituye la condición indispensable del nacionalsocialismo y que une con un lazo místico a ricos, pobres y clases medias. Es producto de esta semieducación la fraseología (síntesis de patetismo, mentira y simplismo) en la que se reconoce la internacional del resentimiento.
La lucha contra el resentimiento no es pues en modo alguno idéntica a la lucha contra la injusticia, porque el resentimiento, mientras no se toque su raíz, creará cuando sea necesario injusticias para tener así un pretexto que lo justifique. Aunque sea estúpido negar la influencia de las situaciones injustas y de la crisis en el desarrollo del nacionalsocialismo, más estúpido aún es buscar el origen de este en la injusticia y la crisis. Más corto de vista es aún ver esta corriente como un movimiento específicamente “pequeñoburgués”, de tenderos y de rentistas que se sienten amenazados por el gran capital y los obreros organizados. El “pequeño burgués” es, todo lo más, y de manera provisional, el símbolo más destacado del nacionalsocialismo, pues era el más accesible a la emancipación del resentimiento después de haber perdido su religión o al menos su berroqueña confianza de antaño en esta religión, sin que esta haya sido sustituida por ninguna nueva ideología. Estamos más bien sólo al principio de un desarrollo de la semieducación del que se sirve el resentimiento y cabe realmente plantearse si el pequeño burgués no será el hombre medio de un mundo que ha abandonado su concepto de rangos sociales. Por esto, el que el nacionalsocialismo haya experimentado temporalmente una derrota no es motivo para considerar que el peligro ya está conjurado, porque el peligro no es en última instancia el nacionalsocialismo como “doctrina” sino el resentimiento “puro”, que ya no sabe nada de su origen y cree en la fraseología como en la pura verdad de la mentira pura. Así, el hombre del resentimiento cree en un “líder” que nunca ha demostrado ser un líder, “aunque sin él los Países Bajos no tienen futuro”, traslada su responsabilidad a un antiguo ingeniero que ha modelado su terminología, su camisa y su cara conforme a ejemplos extranjeros, aunque él se hinche como el sapo de la fábula de puro orgullo nacional. ¿Qué pensar de esta paradoja? ¿No se vuelve esta contradicción más visible cuando se entiende que lo que realmente hincha es el resentimiento, que ya no encuentra contradicción alguna entre lo extranjero y lo nacional, en cuanto se trata para él de perseverar en su lógica y su objetividad? El Sr. Mussert sólo es un misterio para aquellos que, al igual que él, se inclinan sobre todo a encontrar la esencia del hombre en las palabras y las posturas. Dado que las palabras y las posturas son la caricatura del auténtico concepto y de la auténtica dignidad, son los medios favoritos del hombre del resentimiento que debe simular el concepto y ensayar la dignidad ante el espejo. El resentimiento emancipado ha olvidado todas las formas anteriores, incluso las democráticas, por ello se pone a jugar el papel de quien sigue las formas aristocráticas, uniendo el “derecho divino" con el espíritu de camaradería; de nuevo una paradoja que, a la luz del resentimiento ya no tiene misterio alguno....
Al Sr. Mussert que está a la cabeza de la jerarquía holandesa y, por consiguiente es un“ “servus servorum Populi"....le recordaremos unas palabras de Nietzsche que nos permitirán apreciar correctamente este espectáculo:
¿Espero que sea aún posible reírse del vertiginoso ascenso de una pequeña especie al rango de medida de valor de todas las cosas? ...
No hay duda: el resentimiento carece de humor, nada contribuye más a la privación de humor que el resentimiento. Por esto precisamente es necesario en esta época apreciar la relatividad del humor y la sátira, pues la idea de que “el ridículo mata” deja de ser válida cuando el resentimiento funciona como valor absoluto en medio del ruidoso ronquido de las consignas y de las teorías más descabelladas. Como la risa puede todavía ser mortal aquí, deberían desencadenarse huracanes de carcajadas con un número incalculable de víctimas. Que la idea de que “el ridículo mata” haya perdido enteramente su validez en relación con el nacional socialismo demuestra el poder del resentimiento sobre las almas, acerca del cual es poco todo lo que se diga. El rencor que tiene la oportunidad de poderse expresar adopta una figura ridícula, que, sin embargo, no es apreciada como tal entre camaradas de resentimiento e incluso es mirada por ellos con cariño. La lucha contra el nacionalsocialismo no es solo cosa de intelectuales, la influencia de estos en el mundo de los semieducados del que el nacionalismo es en último término más o menos un producto, es mucho menor de lo que suele reconocerse. Por ello, es más de esperar que estos se sobrevaloren monstruosamente a sí mismos (no me refiero a una élite más o menos dudosa, sino a los “profesionales del espíritu” en el más amplio sentido de la palabra) muy por encima de lo que daría a entender su bajísima tasación. Sobre todo, una parte de estos intelectuales está infectada por una determinada variedad de benevolencia casi-filosófica hacia los denominadas “aspectos positivos” que se encuentran entre los nacionalsocialistas. Incluso en los Países Bajos tenemos algunos filósofos del resentimiento declarados que en un tiempo asombrosamente corto han aprendido a pasar del humanismo a “la sangre y la tierra” (escriben sin perturbarse sobre “Nietzsche, Spengler y Hitler", como si no fuera obligatorio enjuagarse la boca ante ese “y”, como si pudiese convertirse sin más al primer filósofo del resentimiento en un personaje que es un instrumento inerte del resentimiento. Estos señores aprendieron -cabría casi suponer que obedeciendo órdenes- a callarse sobre los campos de concentración, la persecución de los judíos y el incendio del Reichstag y a transmitir con tanto más entusiasmo su pueril discurso verbalístico sobre viejos y nuevos mitos, sobre la comunidad racial y otros artículos de camuflaje teórico del resentimiento. Sin embargo, más peligrosos que estas criaturas de las profundidades filosóficas son los bienintencionados que dejan de lado los “aspectos secundarios”, siempre a la búsqueda del “trasfondo”, de la “esencia” de su platónica “realidad fundamental”. Para ellos el consejo de explorar las profundidades no solo resulta superfluo sino desorientador; lo único que ellos quieren es ser profundos y se han olvidado con ello de la “superficie”. Y en esto se equivocan, pues el nacionalsocialismo es en su fraseología enormemente profundo, mucho más profundo que el humanismo, el nacionalsocialismo es enormemente “espiritual”, quiere, como se puede leer en cada uno de los panfletos de la oficina Mussert & Co., una “revolución del espíritu”, incluso “sin sangre” (cita del folleto Alarm del 7 de abril de 1937). Es más: solamente en la superficie se descubre lo que es el nacionalsocialismo como doctrina del “puro” resentimiento: es a las expresiones del odio, las modulaciones de la envidia, la estridencia del insulto, a lo que debería llamarse a los bienintencionados a prestar de nuevo atención. Si se separan estos “aspectos secundarios” de lo “fundamental”, no queda nada sino el rencor de todos contra todos, cuya última consecuencia es la guerra de todos contra todos; el resto es ficción romántica del resentimiento, que, por lo demás, no puede vivir sin romanticismo. Toda forma de romanticismo tiene un elemento de resentimiento, pero el romanticismo que aquí nos ocupa es el romanticismo “puro”, que procede del resentimiento puro. No se conoce la “esencia” del nacionalsocialismo en su ardiente profundidad romántica sino en su delatadora y descontrolada superficie, pues la superficie es la que delata que estos aristócratas son demócratas pervertidos, que estos idealistas populistas utilizan al “pueblo” para sus fines específicos, que estos “líderes” que Dios Nuestro Señor moldeó personalmente como “arios” quieren lo que en general no quieren, conforme a la definición de Scheler, puesto que lo que desean de todo corazón es la ilimitada supervivencia de su resentimiento por todos los medios y bajo todas las consignas que puedan ser útiles para este objetivo. Esta reducción del nacionalsocialismo a mero resentimiento no es un nuevo simplismo que viene a añadirse a los anteriores (no niego las diferencias, la ayuda de los fabricantes de armamento, que en su mayoría tienen también más resentimiento de lo que uno cree e incluso algunas posibles “infidelidades” positivas) sino muy simplemente una puesta en relación del primer plano rico y decorado con purpurina al cuidadosamente oculto segundo plano, menos brillante y también menos recargado de motivos. Si algo cabe esperar de los intelectuales es esto: que no se dejen imponer por la fachada y el sonido seductor de los tambores, que estén en todo momento dispuestos a desenmascarar las falsificaciones y los eslóganes pomposos mediante palabras “corrientes”. Para ello es preciso que se reconozca la potencia del resentimiento en toda nuestra cultura, porque la lucha contra una consigna mediante la consigna contraria, que es inevitable en la lucha por el poder entre democracia y nacionalsocialismo, no obliga a los intelectuales en modo alguno a ser seguidores acríticos, sino más bien a practicar un oportunismo crítico. Este oportunismo crítico es el signo de su “fidelidad a la democracia”. Su auténtico problema: cómo reconocer y dominar el resentimiento, se planteará sólo más tarde, pero no antes de que se haya destronado el resentimiento “puro” y la historia haya hecho justicia a los líderes y a sus camisas.
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