viernes, 23 de febrero de 2024

Menno ter Braak y la trampa de la "igualdad"

 Menno ter Braak y la trampa de la “igualdad”



“...cuando decimos que alguien puede decidir lo que quiera sobre una cosa que sea de su competencia, esta potestad no debe definirse solo por la potencia del agente, sino también por la aptitud del paciente. Si, por ejemplo, digo que puedo hacer lo que quiera con esta mesa, ciertamente no entiendo con ello que tenga el derecho de hacer que paste hierba. Del mismo modo, si bien decimos que los hombres no se rigen por su derecho propio sino por el de la sociedad, no entendemos por ello que los hombres hayan perdido su naturaleza humana para revestir otra y que, por consiguiente, la sociedad tenga derecho a hacer que los hombres vuelen, o lo que no es menos imposible, que consideren honroso lo que mueve a risa o provoca náusea.”

Spinoza, Tratado Político



Menno ter Braak es un intelectual poco conocido fuera de los Países Bajos. Su obra como crítico literario y cultural es muy extensa, pero, a pesar de la erudición europea de su autor, se centra en gran parte en el ámbito neerlandófono y, parcialmente en el germanohablante. Sus obras han sido por consiguiente escasamente traducidas a otros idiomas. Sin embargo, al margen del texto de coyuntura que presentamos, Menno ter Braak es autor de numerosos artículos de crítica literaria y, junto a su compañero de estudios, el director de cine Joris Ivens, es uno de los pioneros de la crítica cinematográfica en el marco de la Nederlandsche Filmliga (Liga cinematográfica neerlandesa) que contribuyó a crear. Cabe destacar también sus novelas y sus reflexiones sobre el cristianismo y sobre la política, de clara inspiración nietzscheana.


El largo artículo o breve ensayo que tiene el lector en sus manos tiene ya una larga historia en la cultura política de los Países Bajos. Se publicó inicialmente en el año 1937 en el marco de una serie de folletos publicados por un grupo de intelectuales antifascistas denominado “Comité de vigilancia frente al nacionalsocialismo”. El Comité, que pretendía contrarrestar la propaganda del partido nacionalsocialista neerlandés, el NSB (Nationaal-Socialistische Beweging-Movimiento Nacional-Socialista) del ingeniero Anton Mussert, estaba compuesto por varios escritores, poetas y críticos literarios, en su mayoría sin militancia política definida, aunque decididos a defender las libertades democráticas como el oxígeno necesario para cualquier vida cultural. Algunos de ellos, como el propio Menno ter Braak defendían las libertades democráticas desde un punto de vista muy crítico hacia los denominados “valores democráticos” y dentro de una clara inspiración nietzscheana. El texto de ter Braak suscitó polémica en su época, pero volvió a suscitarla en una ocasión mucho más reciente, a principios del siglo XXI, durante la denominada “polémica del populismo” (populismedebat) que conocieron los Países Bajos al producirse el ascenso del PVV (Partido por la libertad, de extrema derecha islamófoba y xenófoba) que se ha convertido en la segunda fuerza política dentro del -muy fragmentado- mapa político neerlandés. 


La actualidad de los problemas planteados por ter Braak en su ensayo es indudable, pues su polémica contra el nacionalsocialismo va mucho más allá de la coyuntura de los años 30 y apunta a los propios valores de la democracia como caldo de cultivo del nacionalsocialismo y del resentimiento “puro” que este representa. Para Menno ter Braak, el enemigo mortal de la democracia y sus libertades encuentra el motor pasional de su acción en una característica fundamental de las democracias modernas: el hecho de que estas estén basadas en la “igualdad” como valor y que el contraste del valor de la igualdad con la realidad social efectiva, con sus “injusticias”, pero también con sus diferencias insalvables, genere un fuerte caudal de resentimiento. Esto permite, que, desde la Revolución Francesa, coexistan las declaraciones inflamadas en favor de la igualdad con la más perfecta inacción en su favor, la denuncia de las clases y los rangos sociales, con la existencia subrepticia de insalvables diferencias de poder y de riqueza. A esto se suma el hecho de que el significado mismo de la igualdad es ambiguo y siempre oscila entre una igualdad jurídica y una aspiración a una igualdad de hecho, que el oportunismo de los partidarios de la igualdad como valor así como la irreductible variedad de las singularidades humanas hacen imposible y que se transmuta en rechazo rencoroso de lo que sea singular y de lo que destaque sobre la media. El resentimiento es así consustancial a las democracias modernas pues estas no han podido nunca realizar una plena igualdad de derechos ni tampoco han creado un “hombre nuevo” igualitario que diera sosiego al resentimiento. Partiendo de esta base nietzscheana ter Braak ataca a los nazis. De este modo, se aventura a un ejercicio aparentemente contradictorio: combatir al enemigo mortal de las democracias, el nazismo, que reivindica abiertamente a Nietzsche entre sus fuentes, con las armas que sirvieron a Nietzsche para realizar su crítica de la democracia y del socialismo como formas del resentimiento. 


El nacionalsocialismo arraiga pues en este suelo democrático, previamente abonado por siglos de cultura cristiana y de prédica de la “igualdad ante Dios”. Lo que propone como remedio a la desigualdad y modo de “realizar la democracia” es la constitución de una Volksgemeinschaft, una “comunidad de pueblo” si se traduce literalmente el término alemán, que es en realidad una “comunidad de raza”, pues el pueblo (Volk) no se define en la ideología Völkisch, la variante prenazi del populismo, por un lazo político libremente asumido sino por una comunidad de “sangre y de suelo” (Blut und Boden). Esta comunidad, que conserva unidas por un lazo afectivo todas las desigualdades sociales, se presenta como la forma más alta de igualdad pues sindica todas las quejas y todos los rencores independientemente de su origen social en una “queja por la queja”. En esta idílica “comunidad de raza”, esa patria común, coexisten el conde y el labrador, el hombre de la masa y el “líder”, como “camaradas” en una grotesca caricatura de la igualdad que no corrige las desigualdades de la sociedad moderna sino que las fija y agiganta, neutralizándolas mediante un resentimiento compartido. La comunidad, solo puede reconciliarse consigo misma expulsando sus contradicciones hacia un exterior: el capitalista, el judío, el bolchevique, todo lo que se sitúa más allá de la comunidad de sangre y de las fronteras que delimitan un suelo. El resentimiento es una pasión triste, una forma de odio sin límite, pues se alimenta a sí misma. Ningún cambio en la realidad puede darle satisfacción: en cuanto alguno tiene lugar y el resentimiento corre peligro de extinguirse, el nacionalsocialista enfoca su odio en otro aspecto de la realidad. El judío es un pretexto, el discurso antisemita y el racismo “científico” no lo son menos, de lo que se trata es de que el odio siga alimentándose y cualquier objeto real o imaginario sirve para este propósito. El resentimiento es plástico, en la estricta medida en que su programa político no existe ni puede existir como tal, en que no importa nunca la realidad sino el “resentimiento por el resentimiento” como existe “el arte por el arte”..


Afirma Menno ter Braak que lo extraño no es que haya surgido el nacionalsocialismo, sino que no haya surgido antes, hasta tal punto está inscrita su genealogía en las fallas del discurso democrático moderno. Las democracias tardaron en secretar la forma “pura” del resentimiento que es el nacionalsocialismo porque mantuvieron limitado el resentimiento mediante un pluralismo efectivo que obligaba a este a “estilizarse”. El resentimiento solo se “emancipa” cuando los frágiles equilibrios del sistema democrático terminan rompiéndose en tiempos de crisis económica o cultural. Mientras tanto, la pluralidad, el efecto siempre presente sobre cualquier régimen político de las singularidades irreductibles que componen la multitud, mantiene a raya el resentimiento. La democracia que defiende ter Braak no es la de las apelaciones hueras a la igualdad, sino la que un lejano compatriota suyo, Baruj Spinoza, defendiera varios siglos atrás en su obra: el gobierno que no sueña con deshacerse de la multitud, que a la vez que posibilita la cooperación, sabe que esta cooperación solo es potente, productiva y libre cuando se da entre singularidades diferentes. Y menos que nadie Spinoza se hizo ilusiones sobre la intrínseca bondad de una multitud, sobre la que el resentimiento hizo mella ya en su época, convirtiéndola en masa fanatizada que trajo violentamente el absolutismo a las Provincias Unidas.


La concepción de la democracia y de las relaciones de esta con las derivas totalitarias que desarrolla ter Braak en su ensayo tiene bastante que ver con otros diagnósticos de la contradicción democrática como los de Tocqueville, Nietzsche, Hannah Arendt o Max Scheler (autor que cita varias veces en su ensayo). Ter Braak asume una línea de defensa no acrítica de la democracia, de “oportunismo crítico” en sus propias palabras, apartada definitivamente de la fraseología de la igualdad abstracta, y, sin duda, con algún relente elitista pero que puede ayudar a pensar, contra el nazismo y los totalitarismos de toda laya, formas de igualdad y libertad no serializadas fundadas en una comunidad de diferentes. La lucha por ese tipo difícil y paradójico de comunidad, que descarta toda ilusión y toda esperanza mística de “realización” de la igualdad en la “patria” o en el “hombre nuevo”, se basa en pasiones alegres, que afirman lo común desde las diferencias reales y no contra ellas. Sólo las pasiones alegres pueden combatir las tinieblas de las ideologías del resentimiento.


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