viernes, 23 de mayo de 2014

Vota Podemos, apoya lo imposible que se va haciendo realidad.

Participa en un círculo Podemos o crea uno nuevo


No es costumbre de este blog prodigar consejos de ningún tipo ni, en general, utilizar un lenguaje exhortativo. Siempre hemos preferido, por método, el análisis a la inmediata toma de partido. Esta vez será la excepción. Esta vez me permito pedir algo a los lectores a dos días de las elecciones europeas. Es que, como decía el Gato con Botas en el cuento del mismo nombre, "hay cosas que solo ocurren cuando uno se ocupa de ellas": hay acontecimientos que exigen de nosotros nuestra participación activa para llegar a producirse. Maquiavelo hacía, al referirse a la acción política una distinción entre las condiciones objetivas aleatorias que denominaba "Fortuna" y las condiciones subjetivas, no menos aleatorias que denominaba "virtù", es decir el conjunto de características subjetivas que permite realizar un determinado proyecto político. Fortuna y virtù forman un par indisociable, de tal modo que la "virtù" se manifiesta exclusivamente en su capacidad de "seducir" a la Fortuna y hacerla favorable.

Podemos tuvo inicialmente poca Fortuna pues carecía de los medios que tienen generosamente a disposición las grandes opciones políticas internas al régimen español: dinero, acceso a los grandes medios de comunicación y, sobre todo, presencia institucional, pues la presencia en las instituciones es de por sí una parte de poder que confiere una especie de prima de legitimidad. Sin embargo, hicieron los promotores del proyecto y, después de ellos, miles de personas, una apuesta muy fuerte: convertir la indignación en cambio político. Este cambio lo operamos primero dentro de nosotros mismos. Muchos fuimos más o menos activos en el 15M y vimos en esa fecha y ese movimiento un auténtico despertar a una nueva práctica de la política. Eramos reacios a todo tipo de representación y muchos seguimos siendo muy escépticos ante ella. Sin embargo, tres años después del 15M, muchos comprendimos que nada ocurriría, que el 15M no llegaría a consolidar su potencia si no logramos desalojar del poder a un régimen que nos es cada vez más hostil. Para ello había dos opciones teóricas y una sola real. Teóricamente era posible pensar en una insurrección o en una victoria electoral. Los intentos de insurrección pacífica contra el régimen fracasaron estrepitosamente, pues se encontraron frente a una aparato represivo tan brutal como rodado y eficaz; y podemos felicitarnos de que nadie se haya planteado en vista de ello la perspectiva de una insurrección minoritaria y violenta. Esta última hipótesis es la que el régimen acaricia desde hace años y tenemos que privarlo de ella. Quedan las urnas. Pero cuando las urnas se destinan a acabar con un régimen deben tener la potencia de una verdadera insurrección, como ocurrió en Latinoamérica.

Nos encontramos así ante no una sino dos paradojas. En primer lugar, ante la necesidad de hacer que un movimiento social que se caracteriza por su fuerte rechazo a la representación produzca efectos en la esfera representativa y en las instituciones, en otros términos, "representar lo no representable", representar el "no nos representan" destituyente. A esto se suma la necesidad de ir más allá del 15M, de movilizar el apoyo de las mayorías sociales golpeadas por la gestión de la crisis pero que no votaban o votaban por inercia a las opciones del bipartidismo o sus satélites. La segunda paradoja era la necesidad de hacer que una auténtica insurrección contra el régimen tomara la vía de un desbordamiento por las urnas evitando un enfrentamiento en la calle que debe darse por perdido de entrada ante la inmensa desproporción de fuerzas entre la población movilizable y el Estado con más policías por habitante de Europa. Nos encontrábamos hace cinco meses, cuando nació Podemos, ante un imposible, ante una tarea cuyos términos eran paradójicos y para la cual carecíamos de medios materiales. Si nada hubiese cambiado, estábamos condenados a la inexistencia o, lo que en política es peor, a la insignificancia. La Fortuna nos daba la espalda.

Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar cuando empezamos a existir. El primer elemento aglutinador fueron sin duda las intervenciones en la televisión de Pablo Iglesias Turrión, que representó un auténtico "clinamen" lucreciano, esa desviación mínima de un solo átomo que desencadena los torbellinos que crean cuerpos y mundos induciendo encuentros inesperados. Esos encuentros se produjeron: Pablo y los compañeros de la Tuerka y otras personas conocidas, intelectuales, artistas, activistas sociales, convergieron con un pequeño partido político, Izquierda Anticapitalista y se plantearon poner en marcha el proyecto cuyo perfil inicial se dibuja en el manifiesto "Mover ficha". Siguió la constitución rápida de centenares de círculos y el trabajo de debate y elaboración de un programa electoral. Después se organizaron las elecciones primarias que contaron con una amplia participación. Mientras tanto, la presentación pública de cada círculo se convertía en un acontecimiento político importante a escala local. Llegó la campaña de las europeas y, con una furgoneta y un local central costeados mediante crowdfunding y unos 60.000 euros de fondos obtenidos del mismo modo, hemos logrado estar muy presentes en todos los puntos del país, hacer conocer nuestra organización y nuestros candidatos. El esfuerzo ha sido titánico, sobre todo el de portavoces y candidatos y demás responsables de campaña, pero también el de los círculos. Todos nosotros somos gente que tiene su trabajo y vive solo de él y hace política robándole el tiempo al ocio y al descanso. Se trata de que lo sigamos siendo, se trata de desbancar a una clase política y sustituirla por la más amplia participación de los ciudadanos.

El valor, la audacia, la potencia, la virtù, están supliendo con creces unas condiciones objetivas inicialmente poco favorables y han conseguido que estemos ya muy presentes en la campaña y la sociedad de este país a través de la imagen de nuestros candidatos y de los centenares de círculos que los apoyamos. Dentro de Podemos no estamos todos de acuerdo en todo, ni hace falta, pero sí tenemos algo muy claro:entre todos vamos a cambiar un país y una Europa que se han hecho invivibles. Necesitamos vuestro apoyo, necesitaremos también converger con las demás fuerzas democráticas que hoy se oponen al pillaje del país a través de la deuda ilegítima, que luchan contra la austeridad, el recorte de derechos, el secuestro de la democracia por una clase política profesional. Antes de lo que puede ser la sorpresa electoral del domingo, tenemos motivos para estar satisfechos de nuestra jovencísima y ágil organización y de la imposible y tan necesaria movilización social y política que ha hecho realidad. Hemos demostrado ya que, aun en las circunstancias más desfavorables, el que las personas actuemos cambia las cosas, hace de la negra losa de las condiciones objetivas desfavorables un conjunto de circunstancias que es posible manejar para cambiarlo todo. Nuestra pasividad era parte del problema, nuestra acción es parte de la solución. Necesitamos sacudirnos el fatalismo, la idea miserable y tristísima de que no contamos y que todo seguirá siempre igual. Este 25 de mayo, en las europeas, puedes contribuir con tu voto a un proyecto que ya ha empezado a hacer realidad lo que nadie consideraba posible. Vota Podemos, participa en los círculos existentes o constituye uno y, sobre todo, actúa en los movimientos sociales, participa en la resistencia. Podemos.


jueves, 15 de mayo de 2014

La deuda: presente en nuestras vidas, ausente de la campaña electoral

La deuda presente en nuestras vidas, ausente de la campaña electoral

Juan Domingo Sánchez Estop.
Uno de los grandes temas ausentes de la actual campaña electoral es el de la deuda. Se habla poco de la deuda y se hace con timidez, como si fuera una cuestión difícil y delicada que la gente no pudiera entender. Sin embargo la deuda, tanto privada como pública, constituye el epicentro mismo de la crisis permanente en que estamos inmersos. La deuda desahucia, la deuda despide, la deuda rebaja salarios y pensiones, la deuda reduce derechos, la deuda redistribuye la riqueza hacia arriba y llena los sobres de los corruptos, la deuda alimenta a la « casta político-empresarial » y la reproduce.
Así, hablar de la corrupción o de la casta política sin hablar a la vez de lo que la sustenta es sencillamente quedarse en un nivel de discurso superficial, que puede ciertamente desencadenar pasiones « justicialistas », una voluntad de restablecer la justicia y el imperio de la ley y de castigar a quienes se enriquecen conculcando el ordenamiento jurídico.
Sin embargo, ya se han visto en otros países operaciones políticas « justicialistas » destinadas a acabar con la corrupción por medios enérgicos, que, al no haber intervenido sobre las causas, hicieron que la corrupción se siguiera reproduciendo e incluso se ampliara. Tal es el caso de Italia donde la operación político-mediático-judicial Mani Pulite (Manos Limpias) metió en la cárcel o, cuando menos llevó ante los tribunales, a buena parte de la casta política democristiana y socialista acusada de gravísimos actos de corrupción. Sabemos que el resultado de esa operación fue el surgimiento de un régimen de corrupción aún más sistemático y más impune durante los veinte años de gobierno de Berlusconi. 
Y es que no puede tratarse como una falta, un delito o una anomalía lo que es en realidad un sistema perfectamente normalizado y estable de pillaje de la riqueza social. El neoliberalismo, funcionó desde finales de los 80 hasta 2008 sobre la base de « burbujas especulativas » (dotcom, construcción, alimentos, etc.) apoyadas en el crédito fácil. Gracias a las grandes facilidades de crédito que permitieron a mucha gente comprarse viviendas o automóviles o financiarse unas vacaciones, los regímenes capitalistas de los países más ricos lograron lo que parecía imposible : mantener o ampliar los niveles de consumo de amplias capas de la población congelando o incluso reduciendo los salarios reales. Hoy, el capital financiero se está cobrando los créditos « fáciles » de la fase anterior que, para la población, se han convertido en una montaña de deuda. No solo para la población, también para el Estado que, puesto al servicio de los bancos, salvó a estos cuando en buena lógica liberal debieron quebrar. Efectivamente, al fracasar las operaciones especulativas de los bancos y otros operadores financieros (la burbuja inmobiliaria fue la última más importante y, en España, la decisiva), el Estado español -al igual que los demás grandes Estados capitalistas- optó por « salvarlos » mediante fuertes inyecciones de fondos públicos obtenidos mediante endeudamiento (emisiones de deuda pública y otros préstamos). Esto hizo que un Estado como el español cuya deuda pública era una de las más bajas de la UE, incrementase espectacularmente sus niveles de endeudamiento. En este momento, el Estado español es deudor de los propios bancos que ha salvado con fondos públicos. Para pagar esa deuda, o al menos sus intereses -pues la deuda se ha vuelto impagable- el Estado recurre a la liquidación y privatización de servicios públicos como la educación o la sanidad, la reducción de sueldos públicos y de las pensiones reales, la venta de bienes públicos, etc.
A los recortes se suma un fuerte aumento de los impuestos indirectos como el IVA que gravan por igual a todos los ciudadanos independientemente de su nivel de ingresos.
Una vez declarada la crisis, las deudas privadas y las públicas se han vuelto impagables. Las privadas por falta de ingresos salariales -a consecuencia del paro masivo causado por la crisis- la deuda pública por la baja de ingresos fiscales del Estado también originada por la recesión. 
Todo intento de recortar el gasto público mediante recortes de prestaciones sociales o subidas de impuestos reduce la capacidad de consumo de la población y aumenta la deuda. No existe ya ninguna racionalidad económica en las medidas destinadas a reducir el déficit y pagar la deuda, pues estas mismas medidas son las que hacen aumentar la deuda y el déficit a niveles sin precedente. Sin embargo, la deuda, esta deuda impagable y que crece cuando se la intenta reducir, tiene otra utilidad : someter a gobiernos y poblaciones a un mando político acorde a los intereses del capital financiero, imponer al conjunto de la sociedad y a la totalidad de los sectores productivos bajo una disciplina inexorable.
Una de las cosas que según el poder real deben estar claras para los gobiernos y los ciudadanos es que la deuda debe pagarse prioritariamente.
Sin embargo, esto que parece una idea de sentido común y un principio moral elemental empieza a ser cuestionado por amplios sectores sociales. Quien se niega a ser desahuciado de su vivienda antepone al pago de la deuda su derecho a la vivienda y cuestiona así la legitimidad de un sistema de crédito que no permite acceder a un bien tan elemental como la vivienda. El usuario de los servicios públicos antepone su salud y la educación de sus hijos al pago de la deuda y cuestiona implícitamente que este pago sea prioritario respecto de las condiciones de una vida civilizada. Movimientos sociales ampliamente representativos como la PAH, las Marea Verde o la Marea Blanca se oponen así a la deuda al no aceptar sus consecuencias. 
Es necesario ahora que estas reivindicaciones relativamente dispersas : vivienda, sanidad, educación, servicios públicos, etc. se unifiquen bajo una reivindicación general que las integre. Esta solo puede ser el rechazo al pago de la deuda ilegítima, la deuda contraída por el Estado para salvar a los bancos, la deuda contraída por los particulares con contratos de crédito abusivos, la deuda pública originada por la corrupción. Debe evaluarse urgentemente esa deuda ilegítima y debe dejarse de pagar, pues de ese impago depende la salvaguardia de una vida social civilizada : el que no haya niños pasando hambre, el que los ancianos tengan pesiones decentes, el que la actividad económica renazca sobre nuevas bases y genere ingresos para todos. La reivindicación del impago de la deuda ilegítima es una perfecta reivindicación transversal que no es de izquierda ni de derecha sino de estricto sentido común. Si es extrema es de extrema necesidad.
Es inquietante, por ello, que los partidos de la izquierda española hayan arrinconado en esta campaña europea esta reivindicación, que debería constituir la base de todas las demás, pues solo liberándonos del fardo de la deuda ilegítima será posible hacer otra política, gobernar en favor del 99 % de la población. 
En Grecia, un partido, Syriza, ha hecho bandera de ese impago, sin por ello quedarse en los márgenes : es hoy es el primer partido del país, lo que significa que las mayorías sociales entienden perfectamente lo que hoy significa la deuda. Una izquierda que quiera salir de la marginalidad, de la minoría de edad y del vacío retórico debe entender esto. Cuanto antes lo haga, antes podremos frenar el desastre en curso.

martes, 15 de abril de 2014

Possumus (Podemos)

Son muchos quienes desde espacios cercanos al 15M o desde posiciones libertarias critican a Podemos por ser una organización basada en el liderazgo mediático. La imagen del líder, de la personalidad, del notable, es en efecto uno de los elementos más profundamente antidemocráticos de las democracias liberales y de otros derivados más explicitamente autoritarios del absolutismo. La idea de que la representación es la única forma posible de unificación de una multitud que, fuera de ese marco, sería dispersa, desordenada, caótica y violenta, es común a absolutistas, liberales, stalinistas y fascistas. Es, en efecto, una pieza fundamental de la construcción ideológica del Estado moderno, un Estado cuyo fundamento es siempre una multitud de individuos aislados, incapaces de cooperar, o al menos de hacerlo de manera estable y eficaz. De ahí, la necesidad, indicada por Hobbes y corroborada por toda la tradición mayoritaria del pensamiento político occidental (Locke, Rousseau, Hegel), de una reducción de esa multitud peligrosa a la unidad por medio de su representación en un soberano en el que, formalmente, la multitud delega el mando buscando seguridad  una mejor capacidad de cooperación. La forma imaginaria más común de esa representación es la personificación de la soberanía en un individuo, sea este un rey o un presidente de la República o algún tipo de caudillo. Algo comprensible, porque cada individuo se reconoce en un individuo de su propia especie, "hecho a su imagen y semejanza". Nuestra identidad, el reconocimiento de nuestro yo, se forma en la contemplación del otro, que nos aparece como nuestra imagen especular. El que me representa y representa a todos los demás es la figura que unifica el cuerpo colectivo disperso, del mismo modo que el bebé se ve a sí mismo como cuerpo uno y coherente en la imagen que le devuelve un espejo o en la imagen equivalente de otro humano. De ahí, que una política que busque la unificación de lo disperso deba basarse en la representación.

La representación, como la imagen especular, es sin duda una ilusión de coherencia y de identidad, pero también es una ilusión necesaria. Esta necesidad viene dada por la efectiva atomización de los individuos en las relaciones de mercado. Mercado generalizado y Estado moderno representativo son dos caras de un mismo dispositivo de dominación. La atomización genera una identificación por representación. Los mecanismos de la representación, tanto los aparatos políticos (parlamento, gobierno, jefatura del Estado) como los aparatos ideológicos de Estado (partidos, aparatos escolares y otros aparatos disciplinarios, hasta el propio mercado en cuanto agente de subjetivación) que la sostienen, contribuyen a reproducir una sociedad atomizada, alejada de su potencia propia de cooperación y de los recursos comunes en que esta se basa. Esta sociedad se reconoce a sí misma como comunidad a través del Estado, del mando y estos se fundamentan en la representación, en que el otro que nos representa actúe en nuestro nombre, como si fuera cada uno de nosotros.

El problema fundamental de una política que quiera salir de este círculo es el hecho de que la ilusión representativa es una ilusión necesaria, algo que nos aparece como "natural". Muchos movimientos democráticos radicales han querido actuar como si no existiera esa ilusión necesaria: el anarquismo, por ejemplo, ha pensado que es posible destruir o ignorar el Estado a partir de la posición exterior de un sujeto proletario consciente. Era ignorar las causas que hacen necesaria la ilusión representativa, de ahí que la acción anarquista tuviera efectos sumamente limitados aunque muchas veces nos haya dado importantes lecciones para el futuro. Sencillamente, no se puede hacer política prescindiendo de la dimensión imaginaria de los seres humanos y de su inmersión en a ideología, que, mucho más que una ilusión, es el verdadero "mundo" en que vivimos, por mucho que ese mundo no sea verdadero. Ninguna actuación política que omita esta realidad de lo imaginario tiene ninguna posibilidad de éxito. Gran parte del fracaso de la izquierda tiene que ver con la utopía antipolítica del "socialismo científico" que pretendió ignorar la realidad insuperable de la imaginación y de la ideología en nombre de una supuesta ciencia de la historia.

Partimos pues de la imaginación, de la ideología, de la representación, pero para actuar en ellas y sobre ellas.Aceptar la existencia de una representación formal por un líder y hacerlo con menos complejos que la izquierda tradicional es, sin duda, un acierto de Podemos, pues este y no otro debe ser el punto de partida. Partimos de la imaginación política a partir de su forma más extrema: el líder mediático. Sin embargo, la fórmula Podemos no se acaba ahí. Podemos es también una organización abierta y horizontal de 300 círculos en los que se ha debatido el programa electoral de las europeas, se han elegido en primarias abiertas los candidatos e incluso se han emitido críticas útiles a los representantes públicos de la organización. Junto a a la representación, que pretende reducir imaginariamente la multitud al uno según la pauta del Estado moderno, existe un contrapoder multitudinario, abierto y centrífugo. La interacción de estos dos elementos tiende a reducir, sin pretender destruirla, la eficacia de la representación y a desplegar la potencia de la democracia. La democracia no se reduce así a la utopía de la óptima representación ni a la de la ausencia de representación, que serían las dos maneras de imaginar la perfecta identidad de gobernantes y gobernados, sino que se afirma como contrapoder y como instrumento de reducción asintótica de la representación.

La imagen del líder y de la representación permite a Podemos acceder a la esfera representativa y producir efectos en ella; la estructura abierta y asamblearia, por otro lado, conecta la organización con los movimientos sociales y las distintas formas de resistencia. La racionalidad democrática de la asamblea contrarresta así el siempre posible delirio del representante aislado, le recuerda que no puede tomarse a sí mismo por el todo y que, como sostenía Pascal, más loco que el loco que se cree rey es el rey que cree serlo. Esto, naturalmente, introduce antagonismos dentro de la propia organización, pero estos antagonismos son consustanciales a una democracia real que no sucumbe a la ilusión de la representación perfecta ni de la ausencia de representación, una democracia basada en el contrapoder. Solo de este modo, una estructura como Podemos puede representar un verdadero peligro para el régimen: usando la figura del líder y la representación como formas necesarias de acceso a la instancia representativa, pero sin creer en los líderes ni en la representación como contenidos.

Decía Jacques Lacan, el más rigurosamente materialista de los psicoanalistas, que "podemos servirnos de Dios a condición de no creer en él." Existe, en efecto, una posibilidad, reconocida mucho antes por Spinoza, de que la imaginación no sea solo pasiva, sino que se llegue a ajustar a la potencia activa de conocer que es la razón. Para ello, es esencial el descubrimiento, desde dentro mismo de la imaginación, de las nociones comunes, de ideas correlativas a lo que tienen en común la realidad exterior que me afecta pasivamente y la realidad de mi propio cuerpo. Las nociones comunes, que son siempre verdaderas, pues no dependen de mi pasividad como ocurre con las idas imaginarias, me unen así al resto del mundo y me permiten conocerlo racionalmente, pero sobre todo tienen una dimensión política, pues con ellas conozco lo que tengo en común con los demás humanos y los modos en que mi potencia se combina con la de ellos y constituye con ellos  la vez una cooperación material y un despliegue racional. A partir de la ilusión imaginaria del liderazgo podemos descubrir lo común que nos une. Ese prodigioso proceso de liberación, con capacidad de expandirse al resto de la sociedad es lo que con alegría, cierto desorden y tumulto y un gran amor racional e la libertad radicada en lo común intentamos desarrollar en Podemos.

lunes, 31 de marzo de 2014

¿Pacifismo o violencia? Más bien no...



"I would prefer no to"
("Preferiría no hacerlo")
H. Melville, Bartleby el escribano

1. Una característica fundamental del 15M fue su decidida opción por la no violencia e incluso por el pacifismo activo. Esa opción fue sin duda un acierto en la medida en que neutralizó todos los intentos del régimen por aplicar su método clásico de criminalización de los movimientos sociales dividiendo a la oposición entre una oposición legal y pacífica que acepta los marcos de participación existentes y una oposición violenta que intenta destruirlos. El 15M fue para el régimen un monstruo, pues enlazaba dos características incompatibles desde el discurso oficial: su apego a la no violencia y su voluntad de cambiar radicalmente las reglas del juego y los modos de participación política. Para nosotros fue un bello monstruo.

2. A este primer estupor del poder ante el monstruo sucedió la represión según un guión estable: manifestaciones más o menos numerosas, pero sumamente frecuentes y a veces enormemente multitudinarias que transcurrían pacíficamente hasta que, poco antes de la hora de los telediarios televisivos se producía algún incidente -en el que interactuaban policías de uniforme y algunos jóvenes imprudentes- que desencadenaba cargas policiales. Se vuelve así "violenta" la movilización social que se asocia a "disturbios" o "incidentes" independientemente de cuál sea el origen de estos. La violencia policial contamina así al propio movimiento social que la sufre. Como en los casos de violación, la víctima es mancillada por el agresor, de modo que, esta no siente solo indignación sino muchas veces también vergüenza. La respuesta a las auténticas cacerías humanas que han sucedido a la mayoría de las manifestaciones y movilizaciones sociales de los últimos tres años nunca había sido hasta ahora un reflejo especular de la violencia padecida. Tras las Marchas de la Dignidad del 22 de marzo, esto ha empezado a cambiar, pues un sector del movimiento social ha respondido de manera violenta a la violencia de manera más sistemática que otras veces. Algunos sectores se plantean hoy un guión insurreccional.

3. El peligro de una respuesta de este tipo, por comprensible que pudiera resultar, es que hace entrar a una parte de los movimientos sociales en una trampa que está abierta desde el 15M y en la cual, hasta ahora no habían entrado. Hasta el momento, la no asunción de la violencia como método había impedido que el Estado desencadenara un pulso con los movimientos, con el objetivo de (r)establecer claramente el monopolio de la violencia. Disputar el monopolio de la violencia a un Estado es siempre suicida. O se dispone ya de un potencial de violencia capaz de neutralizar al del Estado o se ha perdido de antemano. La insurrección de los años 70 en Italia fue ferozmente liquidada por el Estado en nombre de la lucha contra el terrorismo. La asunción por parte de los movimientos sociales (en particular las Brigadas Rojas y otros grupos de guerrilla urbana) de una línea de lucha armada condujo a la división, la desmoralización y la derrota de ese potentísimo "mayo del 68 de diez años" que había estremecido al Estado capitalista italiano. Es evidente que los dirigentes del Estado español, que hoy ya no pueden contar con el útil espantapájaros de ETA, sueñan con un nuevo brote de violencia organizada que legitime la represión y el mantenimiento de leyes de excepción.

4. Tal vez sea superficial caracterizar la posición del 15M y de la mayoría de los movimientos sociales como "pacifista". En cierto modo, ningún movimiento social que cuestione un orden establecido puede ser pacifista, porque, haga lo que haga, el poder siempre lo tildará de violento. La definición de la violencia no depende, en efecto, del individuo o de los grupos sociales sino del soberano. El soberano se define por su monopolio de la violencia legítima, pero este monopolio incluye también la definición y la interpretación de todo lo que constituye un acto de violencia. En la política como en la práctica comercial ordinaria, solo puede mantenerse un monopolio de una mercancía cuando al mismo tiempo se dispone de los medios para controlar la naturaleza y la calidad de la mercancía. La lucha por un monopolio incluye siempre la lucha contra las falsificaciones y contra la competencia ilícita. Los medios de control de las "falsificaciones" y de la violencia ilícita son, en el caso de la violencia, judiciales y policiales. La violencia es, por un lado la que monopolizan "legítimamente" la policía y el ejército, pero también las actuaciones de otros agentes sociales que policías y jueces definen como "violentas" y que constituyen la "violencia ilegítima" siempre más o menos asociada al "terrorismo".

5. Cuando el debate sobre la violencia se plantea en los términos del "pacifismo" o del "recurso a la violencia", los movimientos sociales juegan en el terreno definido por el poder, pues se hacen la ilusión de que son ellos quienes pueden decidir en este terreno, cuando esta decisión incumbe por esencia al poder soberano. Decidir una vía "insurreccional" o una vía "pacífica" es disputar o aceptar el monopolio de la violencia que para sí reivindica el soberano, cuando ese monopolio no existe ni ha existido nunca en la realidad. La idea de un monopolio de la violencia legítima implica la de un monopolio violento de la legitimidad. La soberanía del Estado se afirma, en efecto, mediante una violencia incomparable a la de cualquier segmento de la sociedad y mediante el consenso que legitima su actuación. Ambos elementos, desde Hobbes son perfectamente inseparables. Sin embargo, es una ilusión pensar que la violencia o la coerción sean posibles sin resistencia: todo poder es un "poder sobre", una dirección de la conducta de otro, "una conducta sobre una conducta" (Foucault) que debe tener siempre en cuenta la conducta del otro. El poder, en sus dos aspectos de legitimidad y de violencia, es siempre una relación, por mucho que se presente a sí mismo como una "sustancia", como una cosa trascendente a la sociedad. Tanto la legitimidad como el "monopolio" de la violencia son relativos y están en permanente disputa. Ningún soberano tiene más poder que aquel por el que aventaja al súbdito y a la multitud de los súbditos. Esto, más allá de los mitos monopolistas weberianos o schmittianos, no significa nunca que la multitud de los súbditos o incluso cada uno de ellos no tenga ningún poder, no sea capaz siempre de resistir en algún modo, en algún grado. Aventajar, superar es siempre estar en relación con alguien que tiene algo de lo mismo.

6. Una decisión de los movimientos sociales o de una parte de ellos por la violencia o la no violencia es imposible y absurda. Imposible, porque sobre la violencia decide el poder y absurda porque el monopolio de la violencia y de la legitimidad nunca existe y es absurdo disputárselo al poder. Lo que sí se puede hacer es ir haciendo evolucionar la correlación de fuerzas, o más bien las distintas correlaciones de fuerzas, que rigen las distintas manifestaciones del poder sin pretender disputar insurreccionalmente o asumir sumisamente un monopolio que nunca ha existido salvo en el mito fundacional del Estado moderno. Con la sabia indiferencia a las ilusiones de la soberanía y del Estado de quienes forman no ya la "extrema izquierda" sino la vanguardia de la "extrema necesidad", se trata de seguir desarrollando materialmente la red de resistencia como red activa de solidaridad con efectos materiales visibles, de crear ya la nueva sociedad que queremos. El ejemplo de la PAH tildada de violenta o hasta de nazi por los responsables del régimen, pero que sigue cosechando legitimidad y capacidad efectiva de acción a cada desahucio que para, ilustra lo que es una acción capaz de salir de la trampa del poder e incluso de poner importantes trampas al poder. Lo mismo puede decirse de las acciones del SAT a la vez simbólicas y materialmente eficaces como las tomas de fincas o la expropiaciones en supermercados. La fuerza real de las distintas Mareas también reside en este tipo de práctica.

7. Por mucho que la brutalidad del poder conduzca a imaginarios insurreccionales, la vía para debilitarlo y vencerlo no es la del pulso en el terreno de la violencia. Hemos visto los resultados desastrosos que ha tenido esa táctica sobre la perfectamente legítima revuelta ucraniana contra el régimen cleptocrático de Yanúkovich. Una revuelta perfectamente justificada, tras asumir medios que legitiman al poder y no despliegan la potencia propia de los movimientos sociales, ha terminado siendo hegemonizada por una facción del régimen cleptocrático postsocialista ucraniano y por peligrosísimas milicias nazis. La insurrección de Euromaidan, en lugar de neutralizar y reducir los fantasmas producidos por el poder de Estado y que contribuyen a la reproducción de este, les han dado entidad, los han "realizado", como esos patéticos espiritistas que en el "ectoplasma" esa materia sutil de la que estarían hechos los espíritus buscaban la paradójica "materialidad de lo inmaterial". Disputar un monopolio que no existe es un acto tan absurdo como el del blasfemo quien, por el mismo acto por el que ataca a Dios o a la religión, reafirma su propia fe. Por ello ante quienes nos piden elegir en la tramposa alternativa del pacifismo o de la violencia, habría que responder como el escribano de Melville le respondía a su patrón: "preferiría no hacerlo".

miércoles, 19 de marzo de 2014

Sobre ética, moral y héroes

Personalmente no echo de menos los héroes marxistas: no necesito ejemplos morales que haya que seguir y que muestren una supuesta perfección en la búsqueda de un fin moral. Tampoco hay héroes democríteos, lucrecianos, maquiavelianos ni spinozistas. Existen en la práctica humana discursos normativos, que fijan fines, pero esos fines -que son siempre imaginarios- pueden ser inmanentes a la práctica y medir la eficacia en la realización de un deseo o bien ser trascendentes y evaluar el grado de realización de una norma por unos determinados actos independientemente de todo deseo. Lo segundo es una moral, lo primero una ética. 

La ética es la etología de un animal con lenguaje y con relaciones sociales y privado de un medio ambiente específico. La ética determina las prácticas que más se ajustan al desarrollo de la propia potencia (del propio deseo) fuera de toda norma trascendente. La ética está siempre ya inscrita en una política. La moral supone, en cambio, un reino de los fines propio de la especie o de la naturaleza en general, una finalidad trascendente que sirve de norma a las prácticas reales. La moral interpela a un sujeto y lo interroga permanentemente sobre el cumplimiento de sus normas, la moral produce antes de cualquier acto del individuo una culpa trascendental que es su motor y la estructura misma del sujeto moral. 

En Marx, el hombre como conjunto de sus relaciones sociales (Tesis VIa sobre Feuerbach), como animal que habla y coopera (Ideología Alemana), sienta mediante su actividad productiva los presupuestos (Voraussetzungen) de su propia acción y es capaz de cambiarlos: no tiene por ello ni un medio al que adaptarse ni una finalidad preestablecida distinta de las que socialmente pueda darse. El que una sociedad humana se dé una determinada finalidad no garantiza, por otra parte, la adaptación de esta a sus condiciones de existencia efectivas y puede conducir al fin de esa sociedad. La civilización maya, la de la Isla de Pascua y, muy probablemente el capitalismo parecen haber seguido ese camino. Toda civilización es antes o después una civilización fracasada, pues el resto de la naturaleza es siempre más fuerte que ella. 

La historia no conoce ni progreso, ni finalidad, ni fines morales ni garantía alguna. La naturaleza es un sitio peligroso, pero el único lugar donde podemos existir como individuos o sociedades. No sé para qué demonios sirve una moral en un sitio así, si no para que nos hagamos las ilusiones que convienen a los poderosos y a los sacerdotes. Una ética de la solidaridad, en la que mi deseo no encuentre su límite sino su realización en el del otro, una ética de los comunes, es incompatible con una moral: la moral juzga, valora, desconecta los deseos, mata, mientras que la ética es inmanente a la vida. La moral reprocha a los individuos no responder a un determinado valor, la ética recusa ese valor como absoluto y somete todos los valores al deseo y a la vida.

jueves, 13 de marzo de 2014

Todo el vulgo es filósofo. A propósito de un artículo de Madrilonia sobre Podemos.

Los compañeros de Madrilonia hacen en un reciente artículo una interesante reflexión sobre Podemos, con críticas y advertencias útiles dirigidas a esta organización y a sus miembros. Sin embargo, el conjunto del texto manifiesta cierto idealismo, parece añorar una pureza del 15M que nunca existió y lamentar la contaminación de esa pureza originaria por el juego de la representación en el que Podemos pretende introducir a un sector de los movimientos sociales. Por un lado, el peligro de despotenciación es evidente, pues todo en el régimen político actual tiende a sustituir el protagonismo de la multitud por la apaciguada representación que operan los partidos, el Parlamento y el Estado.

Desde que se lanzó Podemos, quienes apoyamos esta iniciativa somos conscientes de ese riesgo, que va mucho más allá del supuesto ego de los promotores/portavoces y es parte integrante del sistema político de la modernidad y de sus formas más extremas y caricaturales como la partitocracia surgida de la Transición. La partitocracia no se romperá desde la calle, pero tampoco solo desde las instituciones. Hemos visto las peligrosas consecuencias de una revuelta como la ucraniana en la que la falta de estructuración de un movimiento social perfectamente legítimo y potente ha abierto las puertas a otra facción de la cleptocracia y al fascismo. También puede apreciarse la degeneración que afecta a los partidos y organizaciones centrados en la política representativa e institucional, degeneración que frustra la energías de valiosísimos militantes e imposibilita la expulsión del gobierno y de la mayoría parlamentaria de los partidos del régimen. Hace falta alguna forma de interfaz representativo de los movimientos que rompa la forma partido, un "partido-no partido". Muchos, dentro de Podemos, pensamos que una fuerte estructura horizontal de contrapoder basada en los círculos puede oponerse con ciertas posibilidades de éxito a la deriva que favorece el actual sistema político representativo. Es importante para ello que los círculos no se queden solos y se mantengan abiertos al conjunto de los movimientos sociales. Los círculos no deben ser células de un partido, sino auténticas asambleas abiertas. Para que el experimento Podemos no se quede en una caricatura de los procesos populistas de izquierda latinoamericanos en un terreno europeo donde tienen pocas probabilidades de arraigar, debe integrar con fuerza y mediante dinámicas rigurosamente horizontales las aportaciones y el impulso político de los movimientos sociales. Los círculos deben ser porosos ante la realidad que los circunda.desde el sueño

Podemos, como toda iniciativa política digna de ese nombre es un experimento en carne propia en el que participan ciertamente politólogos, pero también otras muchas personas que piensan y tienen una real capacidad crítica. Aquí, con Gramsci, "todo el mundo es filósofo", pero con Maquiavelo "todos somos vulgo", plebe. El experimento no se realiza en una campana de vacío fuera de la gravedad sino en medio de todas las fuerzas de gravedad y de fricción de un ambiente social real, en un ambiente determinado no solo por la pura y mítica espontaneidad de la multitud, sino por los aparatos políticos e ideológicos de Estado cuya función es doblegarla, traducirla en representación y neutralizar su potencia propia. Un ambiente determinado también por la lucha de clases y las múltiples resistencias a la brutal ofensiva neoliberal. No se trata de no tener representantes sino de darse los medios de neutralizar en general las dinámicas de representación. Se trata de representar el "no nos representan" sin liquidarlo, cuestionando y desestructurando los aparatos y máquinas que producen el efecto representación y a través suyo la imagen del soberano. En ningún caso se pretende que no haya instituciones, ni funciones estatales, sino devolverlas mediante las formas organizativas horizontales que son nuestras máquinas de guerra a su realidad inmanente de relaciones sociales. Solo mediante vectores de este tipo el virus del 15M podrá seguir haciendo su indispensable trabajo, en la inmanencia de las relaciones sociales efectivas y no en el territorio soñado de una eterna e incorrupta acampada en Sol digna de "La invención de Morel" de Bioy Casares o del Día de la Marmota..

lunes, 3 de marzo de 2014

Por una política no fascista

"...el enemigo mayor, el adversario estratégico (ya que la oposición de El Anti-Edipo con sus otros enemigos constituye más bien un combate táctico): el fascismo. Y no solamente el fascismo histórico de Hitler y de Mussolini - que tan bien supo movilizar y utilizar el deseo de las masas- sino también el fascismo que existe en todos nosotros,  que habita en nuestros espíritus y está presente  en nuestra conducta cotidiana, el fascismo que nos hace amar el poder,  desear  esa cosa misma que nos domina y nos explota." (Michel Foucault, Introducción a la vida no fascista)



1. Hace poco, pudimos oir hablar en La Sexta a Marine Le Pen, líder del Frente Nacional francés, presentándose como "la voz de la verdad" y defendiendo frente a los inmigrantes, a Europa y a la mundialización la "preferencia nacional". Hay quien, en sectores de la izquierda quedó fascinado por este discurso, quien consideró difícil oponerse a él. Hay que tener mucho cuidado con este discurso y con los canales que pueden conectar ciertos discursos de izquierda con este. O señalamos como objeto de nuestro antagonismo las relaciones de producción en lugar de a un grupo humano más o menos definido, o vamos al desastre y al racismo. Si se señala a « los ricos », o a los « financieros » como el enemigo, puede siempre operarse un desplazamiento metonímico hacia otra categoría: de financieros puede pasarse a judíos, árabes, gitanos, homosexuales, comunistas, etc. El fascismo, como la pulsión de muerte, es un maestro de la metonimia. Es muy peligroso utilizar la lógica amigo-enemigo, propia de la soberanía, para representar la lucha de clases. La lucha de clases como tal es irrepresentable, solo se puede pensar como relación. Como tal, no depende de sus polos, sino que los genera. Hay que saber salir de las metáforas guerreras si queremos lograr una política no-fascista. El antagonismo debe pensarse como ampliación de la potencia propia no como autodefinición desde y por el enemigo. Si nos definimos, no desde nuestra propia potencia y nuestro propio deseo sino solo frente al enemigo, nos convertimos como correctamente afirma Carl Schmitt, en la imagen especular de nuestro "enemigo". Hay que poder salir de esa pelea imaginaria de uno mismo ante su propio espejo y abordar la realidad, la materialidad de las relaciones de producción, las relaciones de apropiación y expropiación.


2. Actuar sobre lo real de las relaciones de producción no supone abandonar la ideología ni la imaginación, pero una política abierta a las relaciones de producción y a la lucha de clases, fomenta otro imaginario, no guerrero, no fascista. La lucha de clases no es una pelea especular, sino el resultado de una relación social que constituye sus propios polos. Frente a una entificación del enemigo que abre las puertas al fascismo fuera y dentro de nosotros mismos, hay que explicar las relaciones en las que estamos implicados, no desde posiciones abstractas y complicadas, sino de forma accesible al común de los mortales. Hay que mostrar en todas nuestras intervenciones públicas la relación efectiva que hay entre el fascismo abierto y la normalidad tánatopolítica del neoliberalismo. Si no hacemos que la gente comprenda -y no comprendemos nosotros mismos- que hay una continuidad entre las muertes por hambre, suicidios y enfermedades dentro del Estado Español y las muertes en sus fronteras y que ambos tipos de muertes responden a las mismas relaciones sociales y a la misma esclavitud, habremos perdido. Nos harán oponernos a los « inmigrantes », a los « extranjeros », pero no a las relaciones sociales que explotan y esclavizan a la inmensa mayoría. Cuando se habla de « los nuestros » y de un patriotismo popular, entre ellos deben estar inequívocamente incluidos los 15 de Ceuta y todo el pueblo en éxodo de los sin papeles y todos los navegantes de las pateras, sin que quepa la más mínima duda al respecto. Toda perspectiva de cierre soberanista xenófobo contiene en sí misma el germen de toda esta barbarie. Nuestro problema no es el "exterior", Europa o la emigración, sino las relaciones de explotación y dominación imperantes a nivel europeo y mundial y que no tienen remedio alguno mediante un repliegue tras unas fronteras tan crueles y bárbaras como inútiles. La soberanía hoy es mera gesticulación a la vez mentirosa y sanguinaria. Tenemos hoy una extraordinaria ocasión de superarla con una clara apuesta por un proceso constituyente europeo federal y democrático que rompa el cierre de los Estados y de la propia Europa.


3. Existe ciertamente contradicción entre esta posición abiertamente universalista y los llamamientos a la designación de un « enemigo » pero no es una contradicción insalvable: es una contradicción necesaria que nace de la realidad de las sociedades humanas. La forma predominante de toda política es, como la de todo conocimiento, imaginaria. Ahora bien, una política imaginaria es necesariamente sustancialista y schmittiana : se basa en la oposición amigo-enemigo como hecho originario e irreductible. Schmitt acierta con el síntoma, pero no da con la causa. Naturalmente que hay que tener en cuenta el síntoma y su efectividad propia, pero al mismo tiempo, una política de liberación debe explorar las causas subyacentes a esta oposición e intervenir sobre ellas, debe reducir el síntoma. La lucha de clases no es una dialéctica amigo-enemigo, no debe contemplarse bajo la engañosa metáfora fascista de la guerra, sino desde la perspectiva de la liberación y de la potencia de la multitud. En tal caso, una vez investigadas sus causas en el terreno de las relaciones de producción, la enemistad no será un elemento sustancial y permanente, sino el efecto de una relación relativamente inestable que una variación de la correlación de fuerzas puede modificar o destruir. 

4. De nada vale complacerse en los efectos, incluso en los efectos imaginarios e ideológicos que produce sobre nosotros una determinada relación social. Conocer verdaderamente es conocer por las causas (Verum gnoscere est gnoscere per causas, decía el Aritóteles latinizado de los escolásticos)...En política, el conocimiento de las causas nos permite conocer los síntomas en su génesis y su eficacia, pero nunca al revés. Conocer una relación constitutiva permite a la vez conocer la realidad de esta y los efectos imaginarios que produce, pero partiendo de los efectos imaginarios de esta relación sobre nosotros no puede concluirse nada seguro. Por concluir con otro latinajo del maestro Spinoza: verum index sui et falsi (lo verdadero es índice de sí mismo y de lo falso). Esta inseparabilidad de lo verdadero y de lo falso es el principio de toda teoría materialista de la ideología, pero también de toda auténtica política de liberación.