"si dipinge non colle mani, ma col cervello"
("no se pinta con las manos, sino con el cerebro")
Miguel Ángel
1. Hay situaciones que se sintetizan en una imagen que le sirve de emblema. La operación de comando que culminó en el asesinato de Osama Bin Laden es un acontecimiento del que no tenemos imágenes directas; no podemos ver el objeto a través de su reproducción por otro individuo. No es que este tipo de imágenes no exista, pues se han filmado en directo hasta los últimos pormenores de la sangrienta operación, es que el poder norteamericano ha prohibido su divulgación. Los motivos oficiales son de dos órdenes: se trata en primer lugar de no herir la sensibilidad del espectador mediante la exhibición de imágenes sanguinariamente obscenas; en segundo lugar se trata de proteger el carácter secreto de la propia operación, incluso tras su realización. Este último motivo parece verosímil a su vez, pues las versiones oficiales del asesinato de Bin Laden han ido variando considerablemente conforme pasaba el tiempo y, según parece, a tenor de la última, el ya anciano y enfermo dirigente de Al Qaida se encontraba desarmado cuando irrumpió el comando y su gesto de "resistencia" consistió en el naturalísimo gesto de intentar ponerse a resguardo de las balas que le iban dirigidas. Es difícil para las autoridades norteamericanas explicar por qué no ordenaron detener a Bin Laden cuando ello era perfectamente factible. Quizá la "desaparición" programada de su cadáver en el mar sea coherente con el hecho de que su cuerpo vivo fuera sustraido a la justicia e incluso a la investigación policial.2. No veremos, pues esta imágenes y tendremos que contentarnos con otra representación de este acontecimiento. Una doble representación en dos momentos: 1) el cuadro de corte de la plana mayor antiterrorista y militar reunida en la Casa Blanca mientras contempla en directo el asesinato de Bin Laden; 2) los vídeos domésticos en que se asiste a momentos de la vida cotidiana de Bin Laden como en un episodio de Gran Hermano. Ambos momentos circunscriben un hecho que eluden y cuya representación se nos deniega por exhibir con demasiada crudeza lo real de la muerte o lo real del poder. Lo que podemos ver en ambos márgenes de la representación prohibida es a otras personas que ven: a los dirigentes norteamericanos contemplando la muerte de Bin Laden al tiempo en que probablemente dan la orden de la ejecución -ventajas del directo-, y a Bin Laden mismo en acto de contemplarse a sí mismo en un viejo televisor y manejando un mando a distancia. Unos contemplan la imagen prohibida, otro contempla su propia imagen. Nos centraremos en la imagen de quienes contemplan la imagen que se nos hurta a la mirada, pues es la que desde el punto de vista político resulta más significativa. La segunda imagen en que Bin Laden se contempla a sí mismo muestra el vacío narcisista y la impotencia de Al Qaida en un momento en que el mundo árabe y musulmán se encuentra en ebullición y da la espalda tanto a los déspotas neocoloniales como a los islamistas armados.
3. Vale la pena detenerse en el "cuadro de corte" que representa a la plana mayor del antiterrorismo norteamericano. Al contemplarlo, no puede evitarse una sensación de familiaridad, de "déjà vu". La foto pretende captar de manera "natural" y "en directo" el gran momento de la "ejecución" del Enemigo y, sin embargo, presenta de manera voluntaria o involuntaria toda una serie de coincidencias formales con esa modélica representación de lo irrepresentable del poder que son las Meninas de Velázquez.. En primer lugar, el presunto titular del poder, el presidente Obama, ocupa un segundo o tercer lugar y cede su sitio, incluso su asiento, a un militar que ostenta sus condecoraciones como Diego Velázquez su cruz de Calatrava. El militar está escribiendo algo en un ordenador posado sobre la mesa, probablemente algo que tiene que ver con la dirección de la operación. Como Velázquez, él también está "pintando" el cuadro que no vemos. El presidente, como un actor que descansa durante un rodaje, vestido de manaera desenfadada con una camisa y una chaqueta deportiva, sin corbata, detrás del personaje voluminoso que ocupa el centro de perspectiva. Las demás personas que asisten a la escena reaccionan de manera distinta cuando la cámara las sorprende: unos manifiestan cierta expectación, otros serenidad, otros preocupación, otros aún estupor e incluso, en el caso de Hillary Clinton, horror ante lo que ven, por mucho que la Secretaria de Estado afirmara posteriormente que estaba tapándose la boca ante un ataque de tos. No vemos lo que ellos ven, como tampoco vemos el lienzo de Velázquez, ni vemos a la pareja real que se refleja borrosamente en el espejo del fondo. Vemos en la foto oficial de la Casa Blanca una imagen borrosa, pixelizada, de un documento "top secret", un atributo del poder real cuyo contenido se nos oculta. En ambas representaciones el poder es aludido y eludido, es directamente invisible y, si acaso, objeto de una imagen borrosa y apenas reconocible. Decadencia de los Austrias españoles, fin sin gloria de la democracia americana.
4. Las Meninas de Obama son una representación melancólica de la soberanía, en eso también paralela a la de Velázquez. En ambas composiciones se procura dar figura a un poder que a la vez necesita ser representado para existir como tal y escapa permanentemente a la representación, como esa pareja real que sólo figura en el cuadro de Velázquez difuminada y casi invisible en el azogue de un lejano espejo. También en la foto de la Casa Blanca, el lugar del poder es difícil de localizar: no lo ocupa sin duda el actor que hace de presidente y que vemos descansando y atendiendo a un espectáculo sobre el que no tiene mucho que decir. Parece más bien encarnar el poder el general que dirige técnicamente la operación desde su ordenador y, sin embargo, tampoco parece que él sea su verdaera encarnación: es un mero ejecutor, en todos los sentidos de la palabra. Tal vez el cuadro de Velázquez nos dé una pista sobre ese lugar del poder que se nos escapa. Del mismo modo que, al fondo de la composición velazqueña nos encontramos con un espejo que reproduce de manera casi irreconocible la imagen de los monarcas, al fondo del cuadro de corte norteamericano, precisamente en su punto de fuga, figura un personaje difuminado, casi invisible, Audrey Tomason, la directora del antiterrorismo que había dirigido el conjunto de la operación.
En este sentido, las Meninas de Obama, son toda una alegoría de la decadencia del poder soberano que, cuando pretende ser soberano es impotente como lo es el presidente Obama desplazado por militares y espías y sólo se manifiesta como poder cuando, abandonado el espacio de la soberanía, se resume a mera técnica policial. La ejecución de Osama Bin Laden que contemplaban las personas reunidas en la Casa Blanca pretendía ser una exaltación de la soberanía cuya máxima expresión es el derecho a matar, es, sin embargo, la pintura de la decadencia irreparable del poder soberano superado por los aparatos de gobernanza del capital. Cuando el poder soberano mata lo hace, en virtud de su voluntad expresada en la ley: el asesinato entre mafioso y paramilitar que contemplaba la plana mayor del gobierno norteamericano se realizaba al margen de toda legalidad, de toda voluntad soberana, como mero automatismo de los aparatos militares y de inteligencia. Las Meninas de Obama son la foto de un golpe de Estado.