Son muchos quienes desde espacios cercanos al 15M o desde posiciones libertarias critican a Podemos por ser una organización basada en el liderazgo mediático. La imagen del líder, de la personalidad, del notable, es en efecto uno de los elementos más profundamente antidemocráticos de las democracias liberales y de otros derivados más explicitamente autoritarios del absolutismo. La idea de que la representación es la única forma posible de unificación de una multitud que, fuera de ese marco, sería dispersa, desordenada, caótica y violenta, es común a absolutistas, liberales, stalinistas y fascistas. Es, en efecto, una pieza fundamental de la construcción ideológica del Estado moderno, un Estado cuyo fundamento es siempre una multitud de individuos aislados, incapaces de cooperar, o al menos de hacerlo de manera estable y eficaz. De ahí, la necesidad, indicada por Hobbes y corroborada por toda la tradición mayoritaria del pensamiento político occidental (Locke, Rousseau, Hegel), de una reducción de esa multitud peligrosa a la unidad por medio de su representación en un soberano en el que, formalmente, la multitud delega el mando buscando seguridad una mejor capacidad de cooperación. La forma imaginaria más común de esa representación es la personificación de la soberanía en un individuo, sea este un rey o un presidente de la República o algún tipo de caudillo. Algo comprensible, porque cada individuo se reconoce en un individuo de su propia especie, "hecho a su imagen y semejanza". Nuestra identidad, el reconocimiento de nuestro yo, se forma en la contemplación del otro, que nos aparece como nuestra imagen especular. El que me representa y representa a todos los demás es la figura que unifica el cuerpo colectivo disperso, del mismo modo que el bebé se ve a sí mismo como cuerpo uno y coherente en la imagen que le devuelve un espejo o en la imagen equivalente de otro humano. De ahí, que una política que busque la unificación de lo disperso deba basarse en la representación.
La representación, como la imagen especular, es sin duda una ilusión de coherencia y de identidad, pero también es una ilusión necesaria. Esta necesidad viene dada por la efectiva atomización de los individuos en las relaciones de mercado. Mercado generalizado y Estado moderno representativo son dos caras de un mismo dispositivo de dominación. La atomización genera una identificación por representación. Los mecanismos de la representación, tanto los aparatos políticos (parlamento, gobierno, jefatura del Estado) como los aparatos ideológicos de Estado (partidos, aparatos escolares y otros aparatos disciplinarios, hasta el propio mercado en cuanto agente de subjetivación) que la sostienen, contribuyen a reproducir una sociedad atomizada, alejada de su potencia propia de cooperación y de los recursos comunes en que esta se basa. Esta sociedad se reconoce a sí misma como comunidad a través del Estado, del mando y estos se fundamentan en la representación, en que el otro que nos representa actúe en nuestro nombre, como si fuera cada uno de nosotros.
El problema fundamental de una política que quiera salir de este círculo es el hecho de que la ilusión representativa es una ilusión necesaria, algo que nos aparece como "natural". Muchos movimientos democráticos radicales han querido actuar como si no existiera esa ilusión necesaria: el anarquismo, por ejemplo, ha pensado que es posible destruir o ignorar el Estado a partir de la posición exterior de un sujeto proletario consciente. Era ignorar las causas que hacen necesaria la ilusión representativa, de ahí que la acción anarquista tuviera efectos sumamente limitados aunque muchas veces nos haya dado importantes lecciones para el futuro. Sencillamente, no se puede hacer política prescindiendo de la dimensión imaginaria de los seres humanos y de su inmersión en a ideología, que, mucho más que una ilusión, es el verdadero "mundo" en que vivimos, por mucho que ese mundo no sea verdadero. Ninguna actuación política que omita esta realidad de lo imaginario tiene ninguna posibilidad de éxito. Gran parte del fracaso de la izquierda tiene que ver con la utopía antipolítica del "socialismo científico" que pretendió ignorar la realidad insuperable de la imaginación y de la ideología en nombre de una supuesta ciencia de la historia.
Partimos pues de la imaginación, de la ideología, de la representación, pero para actuar en ellas y sobre ellas.Aceptar la existencia de una representación formal por un líder y hacerlo con menos complejos que la izquierda tradicional es, sin duda, un acierto de Podemos, pues este y no otro debe ser el punto de partida. Partimos de la imaginación política a partir de su forma más extrema: el líder mediático. Sin embargo, la fórmula Podemos no se acaba ahí. Podemos es también una organización abierta y horizontal de 300 círculos en los que se ha debatido el programa electoral de las europeas, se han elegido en primarias abiertas los candidatos e incluso se han emitido críticas útiles a los representantes públicos de la organización. Junto a a la representación, que pretende reducir imaginariamente la multitud al uno según la pauta del Estado moderno, existe un contrapoder multitudinario, abierto y centrífugo. La interacción de estos dos elementos tiende a reducir, sin pretender destruirla, la eficacia de la representación y a desplegar la potencia de la democracia. La democracia no se reduce así a la utopía de la óptima representación ni a la de la ausencia de representación, que serían las dos maneras de imaginar la perfecta identidad de gobernantes y gobernados, sino que se afirma como contrapoder y como instrumento de reducción asintótica de la representación.
La imagen del líder y de la representación permite a Podemos acceder a la esfera representativa y producir efectos en ella; la estructura abierta y asamblearia, por otro lado, conecta la organización con los movimientos sociales y las distintas formas de resistencia. La racionalidad democrática de la asamblea contrarresta así el siempre posible delirio del representante aislado, le recuerda que no puede tomarse a sí mismo por el todo y que, como sostenía Pascal, más loco que el loco que se cree rey es el rey que cree serlo. Esto, naturalmente, introduce antagonismos dentro de la propia organización, pero estos antagonismos son consustanciales a una democracia real que no sucumbe a la ilusión de la representación perfecta ni de la ausencia de representación, una democracia basada en el contrapoder. Solo de este modo, una estructura como Podemos puede representar un verdadero peligro para el régimen: usando la figura del líder y la representación como formas necesarias de acceso a la instancia representativa, pero sin creer en los líderes ni en la representación como contenidos.
Decía Jacques Lacan, el más rigurosamente materialista de los psicoanalistas, que "podemos servirnos de Dios a condición de no creer en él." Existe, en efecto, una posibilidad, reconocida mucho antes por Spinoza, de que la imaginación no sea solo pasiva, sino que se llegue a ajustar a la potencia activa de conocer que es la razón. Para ello, es esencial el descubrimiento, desde dentro mismo de la imaginación, de las nociones comunes, de ideas correlativas a lo que tienen en común la realidad exterior que me afecta pasivamente y la realidad de mi propio cuerpo. Las nociones comunes, que son siempre verdaderas, pues no dependen de mi pasividad como ocurre con las idas imaginarias, me unen así al resto del mundo y me permiten conocerlo racionalmente, pero sobre todo tienen una dimensión política, pues con ellas conozco lo que tengo en común con los demás humanos y los modos en que mi potencia se combina con la de ellos y constituye con ellos la vez una cooperación material y un despliegue racional. A partir de la ilusión imaginaria del liderazgo podemos descubrir lo común que nos une. Ese prodigioso proceso de liberación, con capacidad de expandirse al resto de la sociedad es lo que con alegría, cierto desorden y tumulto y un gran amor racional e la libertad radicada en lo común intentamos desarrollar en Podemos.
La representación, como la imagen especular, es sin duda una ilusión de coherencia y de identidad, pero también es una ilusión necesaria. Esta necesidad viene dada por la efectiva atomización de los individuos en las relaciones de mercado. Mercado generalizado y Estado moderno representativo son dos caras de un mismo dispositivo de dominación. La atomización genera una identificación por representación. Los mecanismos de la representación, tanto los aparatos políticos (parlamento, gobierno, jefatura del Estado) como los aparatos ideológicos de Estado (partidos, aparatos escolares y otros aparatos disciplinarios, hasta el propio mercado en cuanto agente de subjetivación) que la sostienen, contribuyen a reproducir una sociedad atomizada, alejada de su potencia propia de cooperación y de los recursos comunes en que esta se basa. Esta sociedad se reconoce a sí misma como comunidad a través del Estado, del mando y estos se fundamentan en la representación, en que el otro que nos representa actúe en nuestro nombre, como si fuera cada uno de nosotros.
El problema fundamental de una política que quiera salir de este círculo es el hecho de que la ilusión representativa es una ilusión necesaria, algo que nos aparece como "natural". Muchos movimientos democráticos radicales han querido actuar como si no existiera esa ilusión necesaria: el anarquismo, por ejemplo, ha pensado que es posible destruir o ignorar el Estado a partir de la posición exterior de un sujeto proletario consciente. Era ignorar las causas que hacen necesaria la ilusión representativa, de ahí que la acción anarquista tuviera efectos sumamente limitados aunque muchas veces nos haya dado importantes lecciones para el futuro. Sencillamente, no se puede hacer política prescindiendo de la dimensión imaginaria de los seres humanos y de su inmersión en a ideología, que, mucho más que una ilusión, es el verdadero "mundo" en que vivimos, por mucho que ese mundo no sea verdadero. Ninguna actuación política que omita esta realidad de lo imaginario tiene ninguna posibilidad de éxito. Gran parte del fracaso de la izquierda tiene que ver con la utopía antipolítica del "socialismo científico" que pretendió ignorar la realidad insuperable de la imaginación y de la ideología en nombre de una supuesta ciencia de la historia.
Partimos pues de la imaginación, de la ideología, de la representación, pero para actuar en ellas y sobre ellas.Aceptar la existencia de una representación formal por un líder y hacerlo con menos complejos que la izquierda tradicional es, sin duda, un acierto de Podemos, pues este y no otro debe ser el punto de partida. Partimos de la imaginación política a partir de su forma más extrema: el líder mediático. Sin embargo, la fórmula Podemos no se acaba ahí. Podemos es también una organización abierta y horizontal de 300 círculos en los que se ha debatido el programa electoral de las europeas, se han elegido en primarias abiertas los candidatos e incluso se han emitido críticas útiles a los representantes públicos de la organización. Junto a a la representación, que pretende reducir imaginariamente la multitud al uno según la pauta del Estado moderno, existe un contrapoder multitudinario, abierto y centrífugo. La interacción de estos dos elementos tiende a reducir, sin pretender destruirla, la eficacia de la representación y a desplegar la potencia de la democracia. La democracia no se reduce así a la utopía de la óptima representación ni a la de la ausencia de representación, que serían las dos maneras de imaginar la perfecta identidad de gobernantes y gobernados, sino que se afirma como contrapoder y como instrumento de reducción asintótica de la representación.
La imagen del líder y de la representación permite a Podemos acceder a la esfera representativa y producir efectos en ella; la estructura abierta y asamblearia, por otro lado, conecta la organización con los movimientos sociales y las distintas formas de resistencia. La racionalidad democrática de la asamblea contrarresta así el siempre posible delirio del representante aislado, le recuerda que no puede tomarse a sí mismo por el todo y que, como sostenía Pascal, más loco que el loco que se cree rey es el rey que cree serlo. Esto, naturalmente, introduce antagonismos dentro de la propia organización, pero estos antagonismos son consustanciales a una democracia real que no sucumbe a la ilusión de la representación perfecta ni de la ausencia de representación, una democracia basada en el contrapoder. Solo de este modo, una estructura como Podemos puede representar un verdadero peligro para el régimen: usando la figura del líder y la representación como formas necesarias de acceso a la instancia representativa, pero sin creer en los líderes ni en la representación como contenidos.
Decía Jacques Lacan, el más rigurosamente materialista de los psicoanalistas, que "podemos servirnos de Dios a condición de no creer en él." Existe, en efecto, una posibilidad, reconocida mucho antes por Spinoza, de que la imaginación no sea solo pasiva, sino que se llegue a ajustar a la potencia activa de conocer que es la razón. Para ello, es esencial el descubrimiento, desde dentro mismo de la imaginación, de las nociones comunes, de ideas correlativas a lo que tienen en común la realidad exterior que me afecta pasivamente y la realidad de mi propio cuerpo. Las nociones comunes, que son siempre verdaderas, pues no dependen de mi pasividad como ocurre con las idas imaginarias, me unen así al resto del mundo y me permiten conocerlo racionalmente, pero sobre todo tienen una dimensión política, pues con ellas conozco lo que tengo en común con los demás humanos y los modos en que mi potencia se combina con la de ellos y constituye con ellos la vez una cooperación material y un despliegue racional. A partir de la ilusión imaginaria del liderazgo podemos descubrir lo común que nos une. Ese prodigioso proceso de liberación, con capacidad de expandirse al resto de la sociedad es lo que con alegría, cierto desorden y tumulto y un gran amor racional e la libertad radicada en lo común intentamos desarrollar en Podemos.