domingo, 6 de noviembre de 2016

Apuntes sobre un artículo de Rendueles a propósito de Althusser y Thompson






Rápidos apuntes de lectura sobre el artículo de César Rendueles "Teoría social y experiencia histórica. La polémica entre E.P. Thompson y Louis Althusser".
(Agradezco a Jorge Moruno el haberme dado a conocer el artículo)

"Unde pro certo statuerunt Deorum judicia humanum captum longissime superare : quae sane unica fuisset causa ut veritas humanum genus in aeternum lateret nisi mathesis, quae non circa fines sed tantum circa figurarum essentias et proprietates versatur, aliam veritatis normam hominibus ostendisset et praeter mathesin aliae etiam adsignari possunt causae (quas hic enumerare supervacaneum est) a quibus fieri potuit ut homines communia haec praejudicia animadverterent et in veram rerum cognitionem ducerentur." Spinoza, Éthica, I, Appendix)
(Y de ahí que afirmasen como cosa cierta que los juicios de los dioses superaban con mucho la capacidad humana, afirmación que habría sido, sin duda, la única causa de que la verdad permaneciese eternamente oculta para el género humano, si la Matemática, que versa no sobre los fines, sino sólo sobre las esencias y propiedades de las figuras, no hubiese mostrado a los hombres otra norma de verdad; y, además de la Matemática, pueden también señalarse otras causas (cuya enumeración es aquí superflua) responsables de que los hombres se diesen cuenta de estos vulgares prejuicios y se orientasen hacia el verdadero conocimiento de las cosas.)

Leído el artículo de Rendueles, me resulta sumamente estimulante. Incide en las mismas tesis desarrolladas posteriormente en En bruto, su reciente librito en defensa del materialismo histórico. Sobre todo en la idea de que la historia correspondería a un tipo de conocimiento hipotético y pragmático sin posibilidad alguna de transformarse en ciencia (un saber dialéctico, en el sentido de Aristóteles).
A esto se puede replicar que:
1) según Althusser, existe una posibilidad de explicación de la constitución, la permanencia y la transformación de las formaciones sociales como hechos del pasado, desde el punto de vista del materialismo histórico basada en la estructura y las condiciones materiales de existencia de una formación social, una ciencia como saber del pasado,
2) esa perspectiva del pasado no coincide -según reconoce Althusser- con la perspectiva del presente y del futuro, aquella en la que nos encontramos los individuos humanos, no como sujetos "de" la historia, sino como sujetos o agentes "en" la historia. Esta diferencia, fundamental en Althusser, que echa sus raíces en Lenin, Spinoza y Maquiavelo es completamente ignorada por Rendueles, como lo fuera antes por Thompson.

En cuanto a la "cientificidad" del materialismo histórico, no creo que deba apreciarse desde un punto de vista estrictamente positivista. La revisión del positivismo operada por Ilya Prigogine e Isabelle Stengers en La nueva alianza es aquí de gran utilidad, pues exhibe la necesidad -en la ciencia "dura" post-relativista- de tener en cuenta la acción del observador y sus fuertes efectos de perturbación de la situación experimental. En este aspecto, se daría una nueva alianza entre la "ciencia dura" y las "ciencias sociales". Es algo que puede directamente asociarse con la posición del agente político en la historia del presente tal y como la contempla Althusser. En la historia del presente, hay que hacer un cierto vacío (el de "una distancia que se toma", le vide d'une distance prise en términos de Althusser) para pensar la propia acción más allá del determinismo de una historia del pasado. Ese vacío es sencillamente la afirmación del carácter precario y sobredeterminado (precario porque sobredeterminado) de todo orden social, algo que es particularmente visible en la coyuntura (el kairos, el momento de actuar), pero que es característica permanente de todo orden desde un punto de vista materialista.
Decía Spinoza -olímpicamente ignorado por Rendueles cuando habla del spinozista Althusser- que no habríamos salido del laberinto de la imaginación que nos hace ver sujetos y fines en la naturaleza, si no fuera por las matemáticas y algunas "otras causas" que nos hacen contemplar las esencias y no los fines. Las matemáticas tienen la gran virtud de traducir toda realidad a los términos de una implícita ontología de la relación, pues toda noción matemática es relativa y relacional. Sin embargo, también salimos de la imaginación mediante la contemplación de las distintas formas de sobredeterminación, particularmente visibles en las coyunturas en que entra en crisis un todo social, y que se hacen visibles por nuestra acción en y sobre ellas. La sobredeterminación permite una apertura sobre una lógica de lo aleatorio que Althusser no dejó nunca de explorar a lo largo de su vida filosófica y que no solo caracteriza sus últimas obras.
Rendueles echa de menos en Marx esa garantía contra la teleología que brinda por ejemplo la teroría darwinista de la evolución. Ignora que esa garantía es muy relativa y que el darwinismo social es la prueba tangible de que es necesaria una defensa filosófica de la posición de Darwin frente a la desnaturalización de sus tesis. La misma fragilidad tiene la tópica marxiana y la misma necesidad de una defensa filosófica de la ruptura con el sentido común teleológico de la que es instrumento, máquina de guerra. También la tópica marxiana ha sido objeto de una lectura evolucionista y ha servido de base a una ideología economicista. Sin embargo, correctamente interpretada, defendiendo su virtud materialista como dispositivo no determinista sino de rigurosa sobredeterminación (relacionalidad que afecta incluso o sobre todo a la "base"), la tópica de Marx, que Althusser compara a la de Freud, y en textos inéditos abiertamente a la de Spinoza, es un baluarte muy sólido contra las interpretaciones teleológicas e ideológicas de la historia.

sábado, 29 de octubre de 2016

El mal de la banalidad






1. El proceso contra Eichmann en Jerusalén constituye, gracias en gran medida a la crónica que de él hiciera Hannah Arendt, una de las principales experiencias morales de nuestro tiempo. Adolf Eichmann era uno de los principales responsables de la solución final nazi. Logró escapar a la Argentina con ayuda de algunas redes católicas, pero fue localizado por agentes israelíes, secuestrado y juzgado en Israel por sus crímenes. Según relata Hannah Arendt, Eichmann no tenía nada de monstruoso. Era un señor normal que cumplía las órdenes que le daban. Cuando el fiscal le preguntó si hubiera salvado a algún judío, le contestó que sí lo hubiera hecho... « si se lo hubiesen ordenado ». Eichmann era un perfecto funcionario dentro de un sistema basado en la obediencia y no podía concebir ninguna conducta que se apartara de la obediencia a las órdenes y al orden. Su tarea específica consistía en deportar a millones de personas conduciéndolas a la muerte industrial. Heidegger, en una de sus muy escasas declaraciones sobre los crímenes nazis, comentaba a propósito de Auschwitz que el sistema de exterminio nazi era comparable a la « agricultura industrial ». La actuación de Eichmann fue la de un funcionario cualquiera, que podía haber gestionado cualquier otro tipo de tarea y que igual que organizó un exterminio, podía haberse encargado de la logística de un colegio o de una colonia de vacaciones. El mal, el crimen masivo, no se nos presenta, al menos en sus agentes, como nada monstruoso, sino como algo banal. De ahí que Hannah Arendt, afirmase que la principal lección que había que extraer del juicio de Eichmann era la « banalidad del mal ».

2. Todo esto nos informa poco sobre el contenido del mal. Ciertamente, el mal puede ser banal. Suele serlo incluso, pero no sabemos por ello en qué consiste. Afirma Spinoza que el mal no es algo objetivo, que solo es una proyección de nuestra imaginación, de nuestras pasiones tristes. Para Spinoza no existe el mal, solo existe lo « malo »: las acciones y acontecimientos concretos que generan y promueven la tristeza y la impotencia entre los hombres, sin que quepa ningún tipo de generalización. La tristeza y la impotencia pueden, con todo, formar parte de un enganaje pasional que las aumenta y que las difunde como una auténtica enfermedad. Pueden convertirse en un régimen pasional. La visión de trenes cargados de seres humanos deportados o autobuses con inmigrantes destinados a ser ingresados en centros cerrados, o prófugos de matanzas que se ahogan en el mar intentando llegar a un lugar seguro, o familias pobres expulsadas de sus casas, o jóvenes sin ningún porvenir, o bombardeos televisados, forma parte de la experiencia común desde hace un siglo en los países europeos. Son estas experiencias el reverso tenebroso de la relativa tranquilidad de los países ricos. Forman parte de un mecanismo que constituye una cotidianidad. Las observamos a través de los medios de comunicación, las comentamos a través de las redes sociales, dentro de una burbuja que nos inmuniza fente a su realidad. Seguimos en lo cotidiano viviendo como si nada pasara, atento cada uno a su tarea diaria. Como Eichmann, como todo el mundo.

3. ¿Y si el contenido del mal no fuese otra cosa que esa misma banalidad ? ¿Y si, junto a la innegable banalidad del mal no hubiese que afirmar como el verdadero contenido de todo mal « el mal de la banalidad »? ¿Que el mal consiste sobre todo en la banalidad ? Sin más estruendo ni espectacularidad. La banalidad nos aleja del pensamiento y de cualquier posición ética. Nos aleja de la distancia necesaria para comprender que se puede vivir de otra manera, que el orden actualmente vigente no es el único posible y que la afirmación de que solo cabe perseverar en él es el más cruel de los engańos y la fuente más abundante de tristeza e impotencia. No es casual que los defensores del orden existente desprecien la democracia y a la filosofía. Para gobernar algo que se presenta como un orden natural, casi mineral, basta leer a diario la prensa deportiva y estar atento a las órdenes de quienes mandan en nuestras sociedades.

4. El mal de la banalidad se expresa en solidaridades negativas, en la idea de que la desgracia que golpea a otros ante mis ojos es algo que no me puede ocurrir a mí, y que si a alguien le ocurre es porque algo habrá hecho. El mal de la banalidad se traduce en la buena conciencia de los buenos, de la gente que hace su deber sin meterse con nadie, del que incluso convierte la política en "trabajo". El mal de la banalidad suele refugiarse en la idea de que existe un otro malvado, e incluso monstruoso, lo que permite a las « buenas personas » ser ajenas al mal y a sus mecanismos. El propio nazismo justitficaba su buena conciencia mortífera por una supuesta « conspiración judía », los imperialistas británicos mataban a millones de bengalíes de hambre para luchar contra el nazismo, Israel utiliza una versión oportunista y blasfema de la memoria del Holocausto para ocultar la conversión de Palestina en un archipiélago de guetos, haciendo del palestino el nuevo "nazi". El "terrorismo" se utiliza hoy para cercenar las libertades y para bombardear países. El mal de la banalidad necesita proclamar la existencia de un mal absoluto y excepcional y radicalmente exterior para seguir adelante sus propios procesos de opresión y hasta de exterminio.

5. El mal de la banalidad no es el privilegio de los totalitarismos, sino que habita entre nosotros, en nuestras democracias. Habla en las tribunas de nuestros parlamentos. Anteayer mismo lo hacía en el Congreso de los Diputados español. Proclama que todo está bien y que hay que seguir por el camino que nos indica el « sentido común », que hay que seguir trabajando y ya se cosecharán frutos, por mucho que ello suponga un auténtico desastre social, ético, cultural, medioambiental, por mucho que suponga la perpetuación de la violencia social más extrema en nuestros territorios de países ricos y la guerra abierta en numerosos espacios exteriores. Proclama que « hay que trabajar » y hay que esforzarse cuando no hay trabajo o este está cada vez más miserablemente remunerado, proclama que hay que pagar una deuda ilegítima e impagable y, a la vez, que hay que compensar con fondos públicos las pérdidas de los bancos, para evitar males peores. El mal existente hoy es un "mal menor", un mal banal. La idea del mal menor no es un mero artificio retórico para justificar la realidad, sino un recurso fundamental para quien defiende lo existente, pues no deja posibilidad alguna al deseo de expresarse, de afirmar frente a lo que hay la posibilidad de otra cosa.

6.  Concluyamos. El mal no es algo excepcional y monstruoso, sino algo a nuestro alcance, algo que constituye lo más íntimo de esa aburrida reiteración de lo mismo que es la vida cotidiana. El mal es por excelencia el mal de la banalidad. Y Mariano Rajoy es su profeta.