(Paradoja de las clases -o de los conjuntos- denominada paradoja de Russell. R es la clases de las clases que no se contienen a sí mismas. Si R pertenece a R, ello implica que R no pertenece a R, y viceversa...).
Dado que
la clase media se ha convertido en el centro de las distintas
estrategias electorales, es conveniente pararse a reflexionar sobre
el sentido de este término, tan habitual, que parece darnos a entender algo cuando en realidad es un concepto vago y
problemático. La clase media es una realidad paradójica, pues,
tratándose de una clase particular, las ideologías políticas
mayoritarias en las democracias liberales pretenden hacer de ella la
clase universal que termine incluyendo a todas las clases. Con cierto
humor podría decirse que su propio concepto genera muy precisamente
una variante de la paradoja de Russell, la de "la clase de todas las
clases que no se contienen a sí mismas", pues la clase media es solo universal a condición de contenerse a sí misma y a las demás
clases, con lo cual abole las clases conservándolas.
En su
vocación universal, la clase media es así heredera de la burocracia de
Hegel o del proletariado de Marx, pero su función de superación de
las clases no sigue la vía de la racionalidad como la burocracia, ni
la de la pobreza como el proletariado. En cierto modo, la clase media
es un antiproletariado. Si el proletariado era para Marx la clase
universal por carecer de propiedad, por ser la clase expropiada, la
clase media se convierte en clase universal por lo contrario, por su acceso a la
propiedad. Los teóricos del ordoliberalismo alemán y sus discípulos
españoles, los del desarrollismo franquista, quisieron poner término
a la lucha de clases que dio lugar a lo que consideraban el “peligro
comunista” y, para ello, diseñaron políticas dirigidas a la "desproletarización" de los trabajadores, a que, en otros términos,
no existiese ninguna categoría social que no tuviera nada que
perder. La generalización de la propiedad de la vivienda, y en
segundo lugar la del automóvil, fueron así los medios por los
cuales el antiguo proletariado -junto a la inmensa mayoría de la
sociedad- pudo verse a sí mismo como “clase media”. Este acceso
a la propiedad corrió paralelo en toda la Europa occidental a la
conquista de importantes derechos sociales y a la
institucionalización de la negociación colectiva, con lo cual, bajo
la protección del Estado, los trabajadores consiguieron alejarse en
buena medida de la suerte precaria de la clase obrera del siglo XIX y
principios del XX.
Estos
logros sociales fueron resultado de una política de
desproletarización “desde arriba” combinada a una sólida
representación política y sindical de los trabajadores, que a la
vez articulaba e institucionalizaba socialmente la resistencia de
estos a la explotación. Paradójicamente, la constitución de
importantes partidos y sindicatos de clase en Europa occidental fue
uno de los principales factores del triunfo y la extensión de las
clases medias. La clase media se convirtió en un modo de vida (a
way of life) marcado por la seguridad material, la existencia de
derechos civiles y sociales y un nivel importante de consumo. La idea
democrática y socialista de una sociedad sin clases parecía así
realizarse en la Europa de los años 70 en los principales países
desarrollados mediante un agente inesperado: la clase media. Esta fue
además la base material de un nuevo orden democrático basado en la
negociación de los diversos intereses sociales que garantizó
importantes conquistas en materia de derechos civiles para los
trabajadores, las mujeres y otros sectores que no estaban
tradicionalmente incluidos en el orden tradicional de la sociedad
política burguesa. La democracia, que giraba en torno a la clase
media, se convirtió así en una mesocracia, un gobierno basado en las capas
medias de la sociedad.
Con todo,
la apariencia de una sociedad sin clases era inseparable de otra
realidad: la de una situación muy desigual en lo referente al
control de los medios de producción y de los recursos financieros.
La sociedad de clase media, que Galbraith describió como “la
sociedad del consentimiento” en la que todos se identificaban a sí
mismos como propietarios, no dejaba de estar basada en una
desigualdad estructural irreducible: unos poseían los medios de
producción y otros carecían de ellos. Esto es precisamente, lo que
define la existencia de clases y no solo las diferencias de riqueza.
Al nivel de las relaciones de producción, como afirmó Marx, el Edén
de la libertad, la igualdad y la fraternidad queda sustituido por
otra realidad en la que unos mandan y otros obedecen, en la que
existe, más allá del poder político democrático y representativo,
en los espacios mismos de la producción, un tipo de dominio
invisible basado en el hecho de que unos poseen los medios de
producción y otros no. Esta división fundamental en una sociedad
capitalista no desaparece en las sociedades basadas en las “clases
medias”, aunque, ciertamente, se hace en ellas casi invisible.
La
sociedad de clase media es en cierto modo el apoteosis del
capitalismo, en cuanto sistema social, pues la característica
fundamental del orden social de una sociedad capitalista, el rasgo
que la diferencia de cualquier otra sociedad de clases, como la
esclavista o la feudal, es el hecho de que la dominación social y
política aparecen como separadas de la explotación. Por un lado, la
dominación política resulta invisibilizada mediante una
legitimación del poder político basada en la ficción del contrato
y de la representación. Un ciudadano de una democracia liberal solo
obedece las órdenes -basadas en las leyes- de unas autoridades que
él mismo ha elegido, con lo cual, estrictamente, puede decirse que
no está sometido a ningún tipo de dominación social y solo a una
dominación política libremente consentida y que actúa por medios
legales. Por otra parte, la explotación queda también
invisibilizada por otro contrato, el que vincula al trabajador con su
empleador. En este contrato, como en todos los demás, son esenciales
la libertad de las partes, su igualdad y su propiedad. Cada una de
ellas debe tener algo que intercambiar, aunque se trate de cosas tan abstractas como el dinero o la capacidad de trabajar, que Marx denomina "fuerza de trabajo". De este modo, el hecho social que funda
las clases, la expropiación de los trabajadores, resulta
perfectamente invisible, del mismo modo que queda invisibilizada bajo
las formas jurídicas que lo perpetúan la dominación social de los
dueños de los medios de producción y de los recursos financieros.
La clase media es así la base de una paradójica sociedad sin clases
dentro de una estructura social basada en la expropiación de las
mayorías y, por consiguiente....en la lucha de clases.
Las
hipótesis populistas que se vienen experimentando a uno y otro lado del Atlántico, en América Latina y, en una fase menos avanzada en la Europa del Sur, se basan en estrategias de
redistribución de la riqueza destinadas a salvaguardar -o en algunos
casos, como en América Latina- a crear las clases medias. Estas que,
o bien han existido a penas, como en Bolivia o Venezuela o se han
visto en peligro por la crisis financiera y económica como ocurre
hoy en el sur de Europa, buscan ante todo afirmarse o afinzarse en el marco de
redistribución de riqueza y creación de derechos al que nos hemos
referido. En ningún caso tienen por objetivo las hipótesis
populistas en curso atentar contra las relaciones de producción vigentes,
esto es cuestionar la expropiación de las mayorías sociales por los
poderes económicos y financieros. Por consiguiente, por mucho que se
recubran de oropeles “revolucionarios”, los distintos populismos
representan un intento de hacer de la clase media la “clase
universal” mediante la constitución de nuevas élites políticas
capaces de mediar con los distintos intereses sociales y económicos
en favor de las mayorías sociales.
Estas
políticas han contribuido de manera importante al afianzamiento de
las bases sociales de la democracia liberal, pero en ningún momento
han afectado en lo más mínimo al orden social existente. De ahí su
límite interno consistente paradójicamente en que el éxito de sus
políticas determine no la perpetuación sino el fin de los gobiernos
populistas. La clase media fuera de peligro o nuevamente constituida
abandona sistemáticamente a los gobernantes populistas y busca formas de gobierno
supuestamente conservadoras que protejan sus intereses, que ven
alejados de los de los trabajadores y los precarios. De este modo,
los bloques históricos configurados en torno a la hipótesis
populista tienen un carácter inestable y se integran en ciclos de
articulación y descomposición característicos como aquel a cuyo
fin estamos asistiendo hoy en América Latina.
Con todo,
parece que el futuro de lo que se llamó izquierda está condenado a
girar en esta rueda de la fortuna. Solo podrá salirse de ella cuando
se hayan constituido en la propia sociedad nuevas relaciones de
producción centradas en la apropiación de los comunes. La economía
en red, la inteligencia colectiva como fuerza productiva, las
distintas formas de cooperación directa que hoy funcionan en el
marco del capitalismo, son sin duda las bases materiales de un cambio
de relaciones de producción y de una nueva democracia, las bases de
un cambio estructural que ningún gobierno podrá nunca crear. El
capitalismo no surgió de la decisión de ningún gobierno, ni de
ninguna necesidad histórica conocida por una vanguardia, sino del
encuentro y articulación aleatorios de distintos actores sociales en
el marco de la descomposición del régimen feudal. Tal vez un cambio
real de nuestras estructuras sociales solo sea posible cuando se
logre diseñar tras un encuentro imprevisible de distintos sectores
sociales, un gobierno adecuado a la transformación, cuando se descubra esa “técnica
de gobierno socialista” de la que nos decía Foucault que aún no
existe, pues el socialismo -en sentido amplio- solo ha reproducido
hasta ahora, con resultados que van del éxito relativo a la
catástrofe, los dispositivos gubernamentales del capitalismo, que giran en torno al Estado representativo y al mercado. De momento,
solo queda a quienes critican el orden neoliberal cosechar éxitos
relativos. El resultado de las últimas elecciones en España es el comienzo de un proceso que tal vez conduzca a uno de esos éxitos relativos.
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