(Reflexiones a partir del libro de Vittorio Morfino Intersoggettività o transindividualità. Materiali per un'alternativa, Manifestolibri 2022
El último libro de Vittorio Morfino plantea con enorme claridad una oposición fundamental en la historia del pensamiento, la de la intersubjetividad y la transindividualidad. La perspectiva de lo transindividual que Morfino nos invita a adoptar en un libro de aspecto académico pero claramente partidario de una aleternativa política y de civilización concreta, es una vacuna eficaz contra todos los fascismos. Un pensamiento de lo transindividual no considera como el pensamiento intersubjetivo dominante que la unidad básica de la realidad social sea el individuo aislado centrado en su propia conciencia desencarnada (el sujeto), ese individuo posesivo y solipsista de la modernidad capitalista. La perspectiva transindividual no sólo sitúa al individuo en su cuerpo y en su mundo, en sus necesarias relaciones con los demás individuos humanos y con la naturaleza, sino que considera que esas relaciones en las que se inscribe son la realidad preindividual que lo constituye como individuo al tiempo que constituye también como tales a los demás individuos.
Para el individuo concebido como una sustancia consciente autosuficiente la relación con los demás es una contingencia, no algo dado necesariamente como un elemento de su propio ser, sino algo añadido. De ahí la necesidad de recurrir a la trascendencia, a Dios, al Estado, a la Patria o a la Comunidad para que sea posible pensar la relación como comunicación e intersubjetividad. Para el pensamiento moderno la conexión, la puesta en comunicación de sujetos concebidos como conciencias sustantivas (mónadas) constituye un problema que sólo llega a resolverse mediante el recurso a un fundamento trascedente común, en otros términos a una teología. También en el plano político, sólo es posible pensar la comunidad como algo que supera a la multitud trascendiéndola. Cuando no existe y no puede existir un mundo común, hay que crear comunidades mistificadas a partir de una trascendencia como el Estado, la Patria, etc.
Si se parte, contrariamente a la filosofía mayoritaria de la modernidad, de la prioridad y la primacía de la relación sobre la esencia individual, si se piensa el individuo en el mundo y no como "un imperio dentro de un imperio" sino como una parte activa de la naturaleza, el misterio de la "comunicación" entre conciencias se disipa, pues el conocimiento y la conciencia así como los afectos dejan de ser exclusivamente individuales, constituyendo por el contrario la base común preindividual de individuaciones que no constituyen individuos aislados sino individuos que son el conjunto (el Marx de la Tesis VI sobre Feuerbach las llamaba en su alemán afrancesado: "das Ensemble") de sus relaciones transindividuales. En este contexto, el problema de la intersubjetividad deja de existir como tal quedando sustituido por el de los dispositivos comunes de producción de pensamiento y afectos. Por otra parte, la perspectiva transindividual es la base de todo materialismo histórico, pues para ella la cooperación productiva prima sobre todo intercambio entre individuos y las propias formas del intercambio se explican no como relaciones establecidas por individuos independientes, sino como formas históricas de la cooperación que, por cierto, siempre pueden ser sustituidas por otras formas. Es característica de lo transindividual la plasticidad, que contrasta con las formas siempre rígidas que deben presidir a la comunicación o la cooperación en régimen de intersubjetividad.
Las formas mistificadas de comunidad abiertamente fascistas o en cualquier caso autoritarias que proponen hoy las extremas derechas (y no sólo ellas, como pudimos ver durante la gestión militar-industrial de la pandemia y hoy con la imposición de una nueva Guerra Fría) responden a una crisis brutal de la comunicación intersubjetiva, a formas de aislamiento, soledad e impotencia individual y colectiva gravísimas. Sin embargo, en lugar de ser soluciones, ni siquiera parciales, estas mistificaciones políticas, éticas y culturales son síntoma y motor de una agravación del problema existencial que hoy nos atraviesa, pues las comunidades basadas en la trascendencia reproducen la soledad con la que se encuentran e incluso la agravan: sólo en una sociedad de individuos aislados es, en efecto, posible y necesaria, una instancia unificadora trascendente. La trascendencia no une sino que perpetúa y ahonda la separación sin remedio alguno. Incluso cuando esa trascendencia se nos presenta bajo las facciones de un sistema de inteligencia artificial como ChatGpt, un sistema que carece de mundo y normaliza la expropiación de nuestro mundo que constituye nuestra cotidianidad.
Sólo un cambio de perspectiva, el reconocimiento de que este mundo feo, triste, aburrido y solitario en que nos encontramos no deja de ser un producto de las relaciones sociales que nos constituyen, y que sobre este mundo nuestro, a diferencia de Dios, del Estado o de la Patria, tenemos una auténtica capacidad de actuación. Nuestro mundo es algo que nosotros, pero sólo nosotros, no Dios, ni el Estado, ni la Patria podemos cambiar, por difícil que ello sea. Este infierno y esta ruina no dejan de ser nuestra obra y la de nadie más. Al fascismo y a todas las derivas liberticidas sólo se les combate mediante la creación colectiva de afectos alegres, más fuertes y más estables que los afectos tristes que nos atraviesan hoy, pero para ello hay que producir las condiciones de la alegría, del incremento de potencia colectiva e individual, pues contrariamente a lo que sostiene la ideología de nuestra época ambas están estrechamente interrelacionadas y en régimen de retroalimentación. Lo individual y lo colectivo sólo existen en un plano de inmanencia transindividual: una función esencial de la filosofía materialista de nuestro momento es recordarnos cosas tan evidentes, pero tan olvidadas.
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