"Oh you tell me that there's danger to the land you call your own
And you watch them build the war machine right beside your home
And you tell me that you're ready to go marchin' to the war
I know you're set for fighting, but what are you fighting for?"
(Phil Ochs, What are you fighting for?)
"Me dices que está en peligro el país que llamas tuyo
Y los miras construir la máquina de guerra junto a tu casa
Y me dices que estás listo para ir marchando a la guerra.
Ya sé que estás dispuesto a combatir, ¿pero qué es aquello por lo que luchas?"
El último atentado fallido contra un avión dirigido a los Estados Unidos ha ocasionado un nuevo aumento de la tensión en los medios políticos y policiales occidentales encargados de la lucha antiterrorista. El presidente Obama, premio Nobel de la paz que ni ha cerrado Guantánamo, ni ha retirado su ejército de Iraq y ha iniciado una nueva escalada en Afganistán, está preocupado por la incapacidad de sus servicios secretos para prever e impedir este intento de atentado. La respuesta frente a la « amenaza terrorista » es la misma que ya se aplica en Afganistán frente a la ofensiva de la resistencia y los conatos de insurrección contra los ocupantes: aumentar la presión incrementando los efectivos de las fuerzas de ocupación en el frente neocolonial y desplegar en « Occidente » una panoplia aún mayor de medios de lucha contra lo que se denomina « terrorismo ». Se supone que el restablecimiento del orden por la fuerza en los países árabes y musulmanes ocupados (Palestina, Iraq, Afganistán) y la consolidación de los regímenes tiránicos neocoloniales en los no ocupados permitirá reducir la « radicalización » conducente al « terrorismo ». Por otro lado, se confía en que un control cada vez más estrecho de las poblaciones inmigrantes y locales en los países denominados « occidentales » permitirá eliminar toda posibilidad de respuesta violenta a estas situaciones. Todo indica, sin embargo que la intensificación de la actividad militar está generando mayor resistencia y que la multiplicación de los controles desarrollará la inventiva de quienes pretenden responder violentamente a la brutalidad neocolonial en el corazón mismo del orden capitalista mundial. Es muy poco probable, sin embargo, que se llegue a una « solución final » del problema « terrorista » por estos medios.
Sin embargo, la obcecación organizada sigue su curso: psicólogos y sociólogos se movilizan para determinar los móviles del terrorismo, para describir la personalidad del terrorista poniendo rigurosamente entre paréntesis las condiciones políticas y militares que perpetúan y desarrollan la tensión. De ahí que se haya puesto de moda en los Estados Unidos y en Europa la temática de la « radicalización », dando a pensar que el problema político de la violencia neocolonial, de la ocupación militar y del racismo que las inspira tienen poco peso frente a determinados resortes psicológicos de la « personalidad terrorista ». Así un reciente artículo del New York Times titulado « The terrorist mind » (La mente del terrorista) se abría con estas alucinantes palabras: « ¿Qué lleva a la gente a matarse a sí misma junto con los inocentes que pasan por las inmediaciones? Este misterio de la mente ha vuelto a ponerse de actualidad en las últimas semanas en las que un terrorista suicida en Afganistán -un agente doble- mató a siete agentes de la CIA , un hombre irrumpió con un camión cargado de explosivos en una zona de juegos llena de gente en Pakistán; y un nigeriano intentó hacerse estallar en un avión con destino a Detroit el día de Navidad. » Aquí todo se confunde, desde el acto de guerra legítimo y eficaz (la eliminación de siete agentes enemigos) hasta los atentados sangrientos y crueles contra población civil. Lo llamativo, sin embargo es que el acto de guerra evidente realizado contra los agentes de la CIA se le quiera dar un sentido « psicológico », considerando que algo deberá andar mal en la cabeza de los afganos cuando liquidan a siete agentes de la CIA. De hecho ni siquiera los atentados contra el parque y el avión dejan de tener una coloración política y una relación directa con la guerra de Afganistán y la descomposición interna del Estado pakistaní que la extensión de esta guerra está ocasionando. La crueldad de lo que llama Mike Davis « la aviación de los pobres » se asemeja a la de los bombardeos diarios de población civil practicados por los « occidentales » en los países ocupados.No es ni más ni menos loca, ni más ni menos indecente. Este situación está bien resumida por Slavoj Zizek en uno de sus últimos libros (Violence, p.9): « ¿No hay acaso algo sospechoso, sin duda sintomático, en esta insistencia en la violencia subjetiva -la violencia perpetrada por agentes sociales, individuos malvados, disciplinados aparatos represivos, masas fanáticas? ¿No es algo que intenta desesperadamente distraer nuestra atención de otras formas de violencia participando así de forma activa en ellas? Conforme a una famosa anécdota, un oficial alemán visitó a Picasso en su estudio de Pzarís durante la segunda guerra mundial. Vió entonces el Guernica y chocado por el « caos » modernista de la pintura, le preguntó a Picasso: « ¿Ha hecho usted esto? ». Picasso replicó con tranquilidad: « No, lo hicieron ustedes ».
No es así útil ni necesario rebuscar en los adentros de la « mente del terrorista » para localizar sus móviles. Su violencia responde casi mecánicamente aunque a mucho menor escala y con mucho menor número de víctimas a la que aplican las potencias occidentales en los países « liberados » por la nueva cruzada que ya no es explícitamente cristiana sino humanitaria y democrática. Uno de los editorialistas del diario Libération, François Sergent, afirmaba en un texto dedicado al último intento de atentado contra un avión norteamericano (Voyager, Libération, 28.12.2009): « Los terroristas quieren que nuestro mundo se reduzca. Su última tentativa, afortunadamente fallida, significa de inmediato nuevas limitaciones para los viajeros. Controles, visados, horas de espera. Más allá de la muerte que este joven nigeriano, hijo de papá, quiso desencadenar, este mundo fundamentalista quiere limitar el horizonte del mundo a su tribu, a su país o a su religión. » Sin duda, lo único que preocupa a Sergent de ese desesperado y cruel intento de llamar la atención sobre la situación de Afganistán por parte de un joven islamista nigeriano es que nos vaya a resultar a los occidentales cada vez más difícil viajar. La ocupación occidental de países enteros no parece guardar ninguna relación con este tipo de violencia: sencillamente se ignora este hecho y se achacan los atentados al fanatismo y a una difícilmente explicable radicalización. En cierto modo, la violencia de los « terroristas » da la razón a Sergent, pues su objetivo político declarado no es el triunfo de una determinada fe, sino « que nuestro mundo -el mundo « occidental » erigido en norma de la mundialización- se reduzca ».
Lo llamativo no es tanto que un afgano o un nigeriano musulmán se radicalicen, sino que esto en occidente no se pueda comprender, incluso que no genere una radicalización antiimperialista entre lo que queda de las izquierdas o de las opiniones democráticas occidentales. La resistencia anticolonial argelina suscitó algunas simpatías en la izquierda radical francesa de los años 50 y 60 (Sartre, Fanon); hoy prácticamente nadie apoya las resistencias iraquí y afgana. Ello se debe en parte al éxito evidente de la propaganda en favor de la « guerra/diálogo de civilizaciones » en sus dos variantes, radical y neoimperialista, representada por Bush, Blair o Aznar o progresista y humanitaria al estilo de Obama o Zapatero. Detrás de ello hay que reconocer un auge del racismo rigurosamente paralelo al avance de la mundialización, un racismo que no sólo no permite entender al otro colonizado, sino que coloca a este último del lado de los que se pueden matar en nombre de la defensa de la vida « valiosa ». Ya había alertado Jacques Lacan en 1967 de que « Nuestro porvenir de mercados comunes se verá equilibrado por una extensión cada vez más dura de los procesos de segregación. » La psicología que pretende detectar la patología terrorista se inscribe en esta matriz racista: el terrorista actúa violentamente porque su naturaleza o su patología lo conducen a ello, no porque esté implicado en una relación de atroz violencia generada por la cruzada « antiterrorista occidental » y el despotismo de las distintas satrapías del « mundo libre ». La psicología del terrorismo tiene por misión crear al terrorista, al igual que la criminología y la prisión fabrican al delincuente y los guetos y campos de concentración del racismo científico a las « razas inferiores ».
La cruzada antiterrorista tiene, sin embargo otro aspecto, que podríamos caracterizar como más estructural, más íntimo a la sociedad capitalista de control en que vivimos. Se trata al igual que el proyecto de un mercado mundial, de un proyecto infinito. Quienes lo promueven saben perfectamente que nunca podrán acabar con las resistencias, que nunca podrán impedir que se tramen y se lleguen incluso a realizar actos de violencia contra el corazón mismo del Imperio. En un mundo centrado en la existencia de un mercado mundial y en las segregaciones que esta supone, se trata de una pretensión sencillamente imposible. Entre otras cosas, porque el mercado mundial exige una libertad de movimientos que desde hace tiempo se ha vuelto incontrolable. Incluso en un país como Israel, cerrado por los propios muros en que encierra a la población Palestina, a pesar de las enormes medidas de control siguen produciéndose atentados. Y, sin embargo, es el modelo israelí el que está siguiendo occidente en su conjunto: la combinación de la más brutal represión militar con el control más riguroso. Israel es además uno de los grandes productores de « material de seguridad », desde las alambradas a los equipos ultrasensibles de detección, pasando por las armas subletales. La « seguridad » también se ha convertido en un negocio rentable, en una sabrosa oportunidad de negocio. El dispositivo (anti)terrorista le ofrece una permanente renovación cuantitativa y cualitativa de la demanda. De ahí que sea necesario y comercialmente rentable gestionar un « terrorismo » que de todas formas nunca se podrá suprimir mientras se sigan alimentando sus causas reales. Con el terrorismo, al igual que con la esfera de la producción y distribución de riquezas o con el dispositivo de sexualidad, o con el tráfico y consumo de drogas, el poder contemporáneo no establece una relación exclusivamente represiva.
Como sugirió tantas veces Michel Foucault, el poder biopolítico que hoy se presenta como hegemónico frente al poder legal del soberano, no pretende suprimir las amenazas y riesgos, sino gobernarlos. Resumiendo su concepción del poder que denominará biopolítico, afirmará Foucault: « Se trata en resumen de orientarse hacia una concepción del poder que sustituya al privilegio de la ley, el punto de vista del objetivo, al privilegio de la prohibición, el punto de vista de la eficacia táctica, al pprivilegio de la soberanía, el análisis de un campo múltiple y móvil de relaciones de fuerza en el que se producen efectos globales, pero nunca totalmente estables, de dominación. El modelo estratégico, más que el modelo del derecho. » (Histoire de la sexualité I, La volonté de savoir, p.135). Existe un gobierno de la droga o del sexo o de las transacciones económicas o de la delincuencia que « deja hacer » dentro de determinados límites, pues no puede suprimir estos fenómenos y, en cierto modo, tampoco quiere hacerlo. Fenómenos anómalos para la lógica jurídica del poder soberano se convierten en una realidad inevitable que debe observarse para conocer sus evoluciones y resortes, y que cabe incluso suscitar en alguna medida. Guerras de agresión neocolonial como las de Afganistán o Iraq hacen mucho para producir nuevas formas de resistencia violenta o incluso de simple violencia fuera de una lógica de resistencia. La guerra contra el terrorismo alienta el terrorismo del mismo modo que la guerra contra la droga y las políticas prohibicionistas mantienen en pié un potente mercado mundial de la droga. El paradigma represivo del poder es aquí particularmente engañoso, pues impide reconocer la dinámica efectiva que genera a la vez el terrorismo y el antiterrorismo, el mercado de la droga y la cruzada contra la droga. Superar este paradigma es lo que nos permite ir más allá de una condena de la violencia « venga de donde venga » y desbloquear más allá de las ilusiones « soberanistas » y legales del (anti)terrorismo la posibilidad de una resistencia real a la violencia hegemónica, en Afganistán, Palestina, Iraq, Haití y aquí mismo.
lunes, 18 de enero de 2010
jueves, 17 de diciembre de 2009
Copenhague: Apocalypse, now?
Apocalypse, ¿now?
Copenhague: entre amenazas apocalípticas y ecologismo de mercado
“El objetivo de esta normativa no debería ser eliminar la contaminación por el humo, sino garantizar la cantidad óptima de contaminación por humo, siendo esta la cantidad que maximiza el valor de la producción” (R. Coase, The problem of social cost)
Alrededor de la cumbre de Copenhague sobre el clima se multiplican los mensajes tenebrosos. Según un inesperado coro compuesto por gobiernos, organizaciones internacionales, ONG e incluso representantes de la industria nuclear que han descubierto virtudes “verdes” a su fuente de energía, el mundo se va a acabar o se va a convertir en un auténtico infierno si no se toman con urgencia las medidas necesarias contra el cambio climático. En Bélgica se está distribuyendo a través de la red de tiendas de productos ecológicos una película titulada “Nuestros hijos nos lo reprocharán” que coincide con la campaña ecologista oficial en la que los distintos dirigentes del planeta aparecen tal y como serán dentro de veinte años, canosos y arrugados y abrumados por la culpabilidad de no haber decidido veinte años antes lo que de ellos demandaba el saber ecologista.
El registro fundamental de la campaña es el de la culpabilidad, pero no sólo del sistema y de sus dirigentes, sino de cada uno de nosotros, por una catástrofe anunciada. En el contexto del saber ecologista, todos somos siempre culpables de no haccr lo suficiente, porque lo suficiente es algo relativamente indefinido: ¿se trata acaso de evitar la destrucción del planeta?, ¿de preservar las condiciones que hacen posible la vida humana sobre él?, ¿de mantener la naturaleza en su estado “natural”? A propósito del calentamiento climático se plantean todas estas preguntas, sin preguntarse un solo momento por el valor explicativo de la propia hipótesis del calentamiento climático y acusando, por el contrario, a cualquiera que se oponga a ella de “negacionista”. El uso del término “negacionista” (en inglés “denialist”) evoca otra catástrofe de indudable origen humano: el judeicidio nazi, pues los que primero fueron tachados de “negacionistas” fueron los historiadores que negaron la realidad del exterminio de los judíos de Europa o la existencia del principal instrumento de esta matanza industrial: las cámaras de gas. El término no se maneja así con ninguna inocencia y marca como un tabú absoluto cualquier intento de cuestionamiento de la única opinión autorizada. Quien se oponga al calentamiento planetario es un enemigo de la humanidad.
El calentamiento planetario catastrófico y de origen antrópico es un dogma. Las recientes filtraciones sobre el modo en que se defiende este dogma en el el marco del grupo oficial de sus consevadores, el GIEC (Grupo Internacional de Estudios sobre el Clima) de las Naciones Unidas, son reveladoras. Confiesa un eminente científico de este grupo que las curvas climáticas que nos indican el calentamiento mundial han sido manipuladas para que tengan la elocuente forma de un palo de hockey que muestran en los gráficos, eliminando una decena de años en los que los datos no correspondían a la hipótesis. El problema de las verdades dogmáticas en materia tan compleja es que para mantenerlas, es indispensable maquillar la realidad y silenciar las voces discrepantes, que no son todas de reaccionarios apoyados por la industria del petróleo.
Es impresionante ver cómo en casi todos los medios de comunicación importantes existe un consenso sin fallas entorno a este dogma y no se escucha ninguna voz discrepante. Si la hipótesis del calentamiento catastrófico del planeta fuera una hipótesis científica, no se ve el interés de silenciar a quienes en la comunidad científica no la comparten. Lo que ocurre es que es, en su dimensión pública, una hipótesis política. El calentamiento planetario y las catástrofes que amenaza producir se ha convertido en el gran incentivo para el ingreso de los países desarrollados en un nuevo modelo de acumulación capitalista, un capitalismo verde. Con las amenazas apocalípticas se crea un estado de urgencia permanente que permite al poder capitalista intentar un nuevo despegue tras la crisis. Es la situación tan brillantemente descrita por Naomi Klein en su Doctrina del Shock, con la particularidad de que el “shock” aún no se ha producido. Mediante el miedo y el sentimiento de urgencia, se intenta imponer un modelo de crecimiento con menores emisiones de carbono, mayor recurso a la energía nuclear, energías renovables y formas complejas de gestión financiera de los derechos a contaminar. Todos estos elementos reafirman la hegemonía de los países más ricos, pues son ellos los que tienen la capacidad técnica defendida mediante patentes para desarrollar los elementos fundamentales del nuevo modelo de crecimiento. De ahí el escándalo de los países del Sur en Copenhague cuando supieron que las tecnologías para combatir los efectos de un cambio climático que se anuncia oficialmente como inminente y catastrófico van a seguir estando protegidas por los derechos de propiedad intelectual. Se pretende usurpar en nombre del mercado un conocimiento técnico y científico que es un bien común de la humanidad y que está destinado a proteger otros bienes comunes como el aire o el clima. El capitalismo actual muestra aquí su carácter fundamentalmente parasitario frente a una producción real de riqueza basada en el acceso universal a los bienes comunes (bienes naturales como el aire o el agua o los recursos minerales, bienes intelectuales como la ciencia o la cultura etc.). El capital es ya sólo un obstáculo a la producción y la libre redefinición de la riqueza en términos no mercantiles: su función en la producción es nula y acumula riqueza fundamentalmente mediante la privatización y financiarización de lo común. Cada vez más la reproducción del capital se basa en la renta financiera exterior a la producción y no en el beneficio.
Pero en Copenhague no sólo está el punto de vista económico de los neoliberales. Con lo que nos encontramos es con el reverso del planteamiento de la economía. En la economía actividades humanas fundamentales como la producción, el intercambio o la distribución de riqueza se sitúan del lado de la naturaleza, pues el mercado que las rige es según la hipótesis que funda la economía como disciplina un orden natural autorregulado. Junto a la economía, tenemos ahora la ecología, la cual pretende -al menos en sus variantes conservadoras, ver en la naturaleza una realidad también perfectamente autorregulada. El objetivo de ambos planteamientos es alcanzar puntos de equilibrio “homeostáticos” en sus órdenes de realidad respectivos. Copenhague se ha convertido así en el punto de encuentro entre dos sistemas de regulación de la sociedad y de la naturaleza basados en una misma idea de equilibrio: el sistema d autorregulación natural del ecologismo y el sistema de autorregulación mercantil del neoliberalismo. Sin embargo, sabido es que para que estas “autorregulaciones” sean posibles es necesaria una intervención política considerable. Kyoto representaba ya esta misma convergencia de los naturalismos en la que para “salvar la naturaleza” se retoma el ideal de los fisiócratas de abolir toda política distinta de la por ellos preconizada en nombre del respeto del orden natural y de su forma humana que es el mercado generalizado. Para el ecologismo apolítico, de lo que se trata es de restablecer un equilibrio entre el hombre y su medio ambiente que neutralice los efectos negativos de la actividad humana. Para la economía (neo)liberal, se trata de llegar a un equilibrio entre la oferta y la demanda reguladas ambas por el mercado.
El protocolo de Kyoto que se pretende prorrogar y banalizar en Copenhague -según los primeros borradores de acuerdo filtrados- está centrado en dos pilares: la reducción de emisiones de una serie de gases que supuestamente inciden en el efecto invernadero y el reparto y libre comercio de los derechos de emisión. Según Kyoto -y, probablemente también Copenhague- los países que menos contaminan tienen derecho a vender a los que más contaminan parte de sus cuotas de emisiones. Esta singular fórmula para la reducción de emisiones sólo se aprecia en todo su valor si se tiene en cuenta el marco teórico en el que se hace formulable, que no es sino la teoría de los costes de transacción de Ronald Coase y del reciente premio Nobel Williamson. Esta teoría cubre el conjunto de la economía y, en realidad, como el propio concepto de transacción que maneja, abarca la casi totalidad de la actividad humana que implique a dos o más individuos, convirtiéndose en clave explicativa del conjunto de la vida social. Lo que nos dice esta teoría es que en toda actividad de producción y venta de mercancías existen unos costes que el cálculo económico clásico no tuvo en cuenta, pero que resultan en la práctica fundamentales, los denominados costes de transacción. Estos costes se originan en el contacto con otros agentes económicos, contacto éste que se realiza en la realidad con menos fluidez y muchas más fuerzas de fricción que lo que pretendería la economia clásica, pues no existen mercados perfectos sin distancias geográficas, diferencias culturales, obstáculos legales y administrativos etc. Costes de este tipo son los que genera por ejemplo la selección de ofertas para entrantes del proceso productivo o la selección de mercados para la comercialización de los productos. Estos costes pueden ser tales que a veces sea interesante para una empresa internalizar determinados procesos para los que antes acudía al mercado: la empresa como tal no es sino el lugar de dimensiones variables en que se operan las distintas internalizaciones o desde el que se operan las externalizaciones.
El cálculo de estos costes no se para naturalmente en la economía legal y abarca, entre otras cosas, a la actividad delictiva. Así, afirmará el premio Nobel Gary Becker que se inspira en particular en los trabajso de Coase que “la “delincuencia” es una actividad o sector industrial económicamente importante por mucho que los economistas la hayan ignorado.” Un delincuente racional imbuido de teoría neofuncionalista efectúa un cálculo de los riesgos policiales, judiciales y penales de su acto, del mismo modo que una empresa puede evaluar los riesgos de un fraude fiscal de mayor o menor dimensión o de otras ilegalidades. Uno de los ejemplos concretos que da Coase de este tipo de cálculos considera que los efectos dañinos de una actividad económica pueden corregirse o compensarse mejor mediante acuerdos de compensación del coste del daño con el tercero dañado que mediante sanciones penales o adminstrativas impuestas por las autoridades públicas. Los efectos dañinos son siempre según Coase relativos y pueden incluso, si se consideran sus consecuencias económicas globales, resultar marginalmente más positivos que negativos. Así, acerca de la normativa legal en materia de contaminación atmosférica, afirmará el propio Coase:
“El objetivo de esta normativa no debería ser eliminar la contaminación por el humo, sino garantizar la cantidad óptima de contaminación por humo, siendo esta la cantidad que maximiza el valor de la producción” (R. Coase, The problem of social cost)
Y el ya citado premio Nobel Gary Becker afirmará en su famoso artículo Crime and Punishment: an Economic Approach (Journal of Political Economy, March-April, (78): 169-217.1968) lo siguiente:“El principal objetivo del presente ensayo es reponder a las versiones normativas de estas cuestiones, a saber, ¿cuántos recursos y cuántas sanciones hay que utlizar para aplicar distintos tipos de legislación? O, de manera equivalente, aunque ello produzca algo más de extrañeza, ¿Cuántos delitos deberían permitirse y cuántos delincuentes deberían quedar impunes?”
Frente a la lógica de la ley que pretende eliminar el delito, Becker y los demás neoliberales lo que pretenden es establecer un planteamiento que normalice la actividad delictiva viéndola como una práctica económica con riesgos específicos. Así, según Becker en el mismo artículo:
“El planteamiento que aquí seguimos sigue el análisis habitual de los economistas basado en la elección (choice) y parte del principio de que una persona comete un delito si la utilidad que espera obtener supera la que podría lograr dedicando su tiempo y demás recursos a otras actividades. Algunas personas, según Becker, se hacen “delincuentes” no por que su motivación básica difiera de la de las demás personas, sino porque difieren los costes y los beneficios.”.
Lo interesante de este planteamiento es que nos muestra a todas luces cómo entre capitalismo legal e ilegal la frontera prácticamente no existe. No cabe sorprenderse de que, cuando este planteamiento se quiere aplicar a la reducción generalizada de emisiones sustituyendo las medidas políticas y administrativas por mecanismos de mercado, obtengamos el mismo resultado que en la sociedad en general: un óptimo compatible con el crecimiento económico, un óptimo de contaminación, un óptimo de emisiones, pero en ningún caso una reducción significativa. El mecanismo de mercado mediante el que se pretende obtener la reducción y que sustituye a las prohibiciones y sanciones administrativas es el contemplado en el artículo 17 del Protocolo de Kioto:
“Artículo 17
La Conferencia de las Partes determinará los principios, modalidades, normas y directrices pertinentes, en particular para la verificación, la presentación de informes y la rendición de cuentas en relación con el comercio de los derechos de emisión. Las Partes incluidas en el anexo B podrán participar en operaciones de comercio de los derechos de emisión a los efectos de cumplir sus compromisos dimanantes del artículo 3. Toda operación de este tipo será suplementaria a las medidas nacionales que se adopten para cumplir los compromisos cuantificados de limitación y reducción de las emisiones dimanantes de ese artículo.”
El comercio de derechos de emisión se basa en el el principio “cap and trade”, esto es “limita y comercia” que permite a todo país que logre situarse por debajo de las cuotas de emisiones que le correspondan vender a otros países el derecho a contaminar que no haya utilizado. Este sistema ha sido fuertemente criticado precisamente por uno de los científicos que más han hecho por promover la hipótesis del calentamiento planetario. En un artículo reciente del New York Times (7.12.2009) llegaba Hansen a propósito del comercio de emisiones a las siguientes conclusiones basadas en la experiencia norteamericana del “cap and trade”:
“Dado que la limitación y el comercio (cap and trade) se aplica mediante la compraventa de permisos, en la práctica perpetúa la contaminación que pretende eliminar. Si las emisiones de cada contaminador caen por debajo de un límite que se rebaja cada vez más, el precio de los créditos de contaminación tendería a hundirse desapareciendo así la motivación para seguir reduciendo la contaminación.” Y, prosigue el propio Hansen algo más adelante:
“Si esto no fuese ya bastante, Wall Street está dispuesta a hacer miles de millones de dólares en la parte “comercial” del “cap and trade (limitación y comercio). El mercado de compraventa de autorizaciones de emisiones de carbono parece que va a ser regulado de manera laxista, abriéndose a los especuladores e incluyendo derivados. Todos los beneficios de este sistema de comercio con la contaminación se extraerían al público mediante un incremento de los precios de la energía.”
Después de la burbuja inmobiliaria, perparémonos pues a la burbuja del carbono, todo ello dentro de un sistema que apenas conseguirá reducir las emisiones nocivas y aún menos el calemntamiento del planeta. Menos mal que el lugar de honor dejado por los liberales a los ecologistas de mercado que apoyan inquebrantablemente en Copenhague la hipótesis del calentamiento planetario nos permite sospechar que esta hipótesis es sólo una hipótesis. Con todo, aunque el capitalismo no vaya, todavía, a originar un apocalipsis, es necesario por otros motivos combatir seriamente la contaminación y no sólo la asociada con el “efecto invernadero” y, en particular, la originada por la industria nuclear que está hoy intentando crearse una nueva virginidad después de Three Mile Islands o Chernobil. El anuncio de la catástrofe climática, si bien constituye un intento de unir a la “humanidad” en torno a un nuevo ciclo de crecimiento capitalista presentado como una necesidad natural, también puede servir para recordar la necesidad de reafirmar el carácter común de bienes como la tierra, el aire, el agua, la ciencia, los recursos vivos y los recursos minerales, sacando las consecuencias que se imponen desde el punto de vista de la organización de nuestras sociedades. Así, poco importa que el calentamiento global sea verdad o mentira, de su realidad o de su mentira es responsable el capitalismo.
Copenhague: entre amenazas apocalípticas y ecologismo de mercado
“El objetivo de esta normativa no debería ser eliminar la contaminación por el humo, sino garantizar la cantidad óptima de contaminación por humo, siendo esta la cantidad que maximiza el valor de la producción” (R. Coase, The problem of social cost)
Alrededor de la cumbre de Copenhague sobre el clima se multiplican los mensajes tenebrosos. Según un inesperado coro compuesto por gobiernos, organizaciones internacionales, ONG e incluso representantes de la industria nuclear que han descubierto virtudes “verdes” a su fuente de energía, el mundo se va a acabar o se va a convertir en un auténtico infierno si no se toman con urgencia las medidas necesarias contra el cambio climático. En Bélgica se está distribuyendo a través de la red de tiendas de productos ecológicos una película titulada “Nuestros hijos nos lo reprocharán” que coincide con la campaña ecologista oficial en la que los distintos dirigentes del planeta aparecen tal y como serán dentro de veinte años, canosos y arrugados y abrumados por la culpabilidad de no haber decidido veinte años antes lo que de ellos demandaba el saber ecologista.
El registro fundamental de la campaña es el de la culpabilidad, pero no sólo del sistema y de sus dirigentes, sino de cada uno de nosotros, por una catástrofe anunciada. En el contexto del saber ecologista, todos somos siempre culpables de no haccr lo suficiente, porque lo suficiente es algo relativamente indefinido: ¿se trata acaso de evitar la destrucción del planeta?, ¿de preservar las condiciones que hacen posible la vida humana sobre él?, ¿de mantener la naturaleza en su estado “natural”? A propósito del calentamiento climático se plantean todas estas preguntas, sin preguntarse un solo momento por el valor explicativo de la propia hipótesis del calentamiento climático y acusando, por el contrario, a cualquiera que se oponga a ella de “negacionista”. El uso del término “negacionista” (en inglés “denialist”) evoca otra catástrofe de indudable origen humano: el judeicidio nazi, pues los que primero fueron tachados de “negacionistas” fueron los historiadores que negaron la realidad del exterminio de los judíos de Europa o la existencia del principal instrumento de esta matanza industrial: las cámaras de gas. El término no se maneja así con ninguna inocencia y marca como un tabú absoluto cualquier intento de cuestionamiento de la única opinión autorizada. Quien se oponga al calentamiento planetario es un enemigo de la humanidad.
El calentamiento planetario catastrófico y de origen antrópico es un dogma. Las recientes filtraciones sobre el modo en que se defiende este dogma en el el marco del grupo oficial de sus consevadores, el GIEC (Grupo Internacional de Estudios sobre el Clima) de las Naciones Unidas, son reveladoras. Confiesa un eminente científico de este grupo que las curvas climáticas que nos indican el calentamiento mundial han sido manipuladas para que tengan la elocuente forma de un palo de hockey que muestran en los gráficos, eliminando una decena de años en los que los datos no correspondían a la hipótesis. El problema de las verdades dogmáticas en materia tan compleja es que para mantenerlas, es indispensable maquillar la realidad y silenciar las voces discrepantes, que no son todas de reaccionarios apoyados por la industria del petróleo.
Es impresionante ver cómo en casi todos los medios de comunicación importantes existe un consenso sin fallas entorno a este dogma y no se escucha ninguna voz discrepante. Si la hipótesis del calentamiento catastrófico del planeta fuera una hipótesis científica, no se ve el interés de silenciar a quienes en la comunidad científica no la comparten. Lo que ocurre es que es, en su dimensión pública, una hipótesis política. El calentamiento planetario y las catástrofes que amenaza producir se ha convertido en el gran incentivo para el ingreso de los países desarrollados en un nuevo modelo de acumulación capitalista, un capitalismo verde. Con las amenazas apocalípticas se crea un estado de urgencia permanente que permite al poder capitalista intentar un nuevo despegue tras la crisis. Es la situación tan brillantemente descrita por Naomi Klein en su Doctrina del Shock, con la particularidad de que el “shock” aún no se ha producido. Mediante el miedo y el sentimiento de urgencia, se intenta imponer un modelo de crecimiento con menores emisiones de carbono, mayor recurso a la energía nuclear, energías renovables y formas complejas de gestión financiera de los derechos a contaminar. Todos estos elementos reafirman la hegemonía de los países más ricos, pues son ellos los que tienen la capacidad técnica defendida mediante patentes para desarrollar los elementos fundamentales del nuevo modelo de crecimiento. De ahí el escándalo de los países del Sur en Copenhague cuando supieron que las tecnologías para combatir los efectos de un cambio climático que se anuncia oficialmente como inminente y catastrófico van a seguir estando protegidas por los derechos de propiedad intelectual. Se pretende usurpar en nombre del mercado un conocimiento técnico y científico que es un bien común de la humanidad y que está destinado a proteger otros bienes comunes como el aire o el clima. El capitalismo actual muestra aquí su carácter fundamentalmente parasitario frente a una producción real de riqueza basada en el acceso universal a los bienes comunes (bienes naturales como el aire o el agua o los recursos minerales, bienes intelectuales como la ciencia o la cultura etc.). El capital es ya sólo un obstáculo a la producción y la libre redefinición de la riqueza en términos no mercantiles: su función en la producción es nula y acumula riqueza fundamentalmente mediante la privatización y financiarización de lo común. Cada vez más la reproducción del capital se basa en la renta financiera exterior a la producción y no en el beneficio.
Pero en Copenhague no sólo está el punto de vista económico de los neoliberales. Con lo que nos encontramos es con el reverso del planteamiento de la economía. En la economía actividades humanas fundamentales como la producción, el intercambio o la distribución de riqueza se sitúan del lado de la naturaleza, pues el mercado que las rige es según la hipótesis que funda la economía como disciplina un orden natural autorregulado. Junto a la economía, tenemos ahora la ecología, la cual pretende -al menos en sus variantes conservadoras, ver en la naturaleza una realidad también perfectamente autorregulada. El objetivo de ambos planteamientos es alcanzar puntos de equilibrio “homeostáticos” en sus órdenes de realidad respectivos. Copenhague se ha convertido así en el punto de encuentro entre dos sistemas de regulación de la sociedad y de la naturaleza basados en una misma idea de equilibrio: el sistema d autorregulación natural del ecologismo y el sistema de autorregulación mercantil del neoliberalismo. Sin embargo, sabido es que para que estas “autorregulaciones” sean posibles es necesaria una intervención política considerable. Kyoto representaba ya esta misma convergencia de los naturalismos en la que para “salvar la naturaleza” se retoma el ideal de los fisiócratas de abolir toda política distinta de la por ellos preconizada en nombre del respeto del orden natural y de su forma humana que es el mercado generalizado. Para el ecologismo apolítico, de lo que se trata es de restablecer un equilibrio entre el hombre y su medio ambiente que neutralice los efectos negativos de la actividad humana. Para la economía (neo)liberal, se trata de llegar a un equilibrio entre la oferta y la demanda reguladas ambas por el mercado.
El protocolo de Kyoto que se pretende prorrogar y banalizar en Copenhague -según los primeros borradores de acuerdo filtrados- está centrado en dos pilares: la reducción de emisiones de una serie de gases que supuestamente inciden en el efecto invernadero y el reparto y libre comercio de los derechos de emisión. Según Kyoto -y, probablemente también Copenhague- los países que menos contaminan tienen derecho a vender a los que más contaminan parte de sus cuotas de emisiones. Esta singular fórmula para la reducción de emisiones sólo se aprecia en todo su valor si se tiene en cuenta el marco teórico en el que se hace formulable, que no es sino la teoría de los costes de transacción de Ronald Coase y del reciente premio Nobel Williamson. Esta teoría cubre el conjunto de la economía y, en realidad, como el propio concepto de transacción que maneja, abarca la casi totalidad de la actividad humana que implique a dos o más individuos, convirtiéndose en clave explicativa del conjunto de la vida social. Lo que nos dice esta teoría es que en toda actividad de producción y venta de mercancías existen unos costes que el cálculo económico clásico no tuvo en cuenta, pero que resultan en la práctica fundamentales, los denominados costes de transacción. Estos costes se originan en el contacto con otros agentes económicos, contacto éste que se realiza en la realidad con menos fluidez y muchas más fuerzas de fricción que lo que pretendería la economia clásica, pues no existen mercados perfectos sin distancias geográficas, diferencias culturales, obstáculos legales y administrativos etc. Costes de este tipo son los que genera por ejemplo la selección de ofertas para entrantes del proceso productivo o la selección de mercados para la comercialización de los productos. Estos costes pueden ser tales que a veces sea interesante para una empresa internalizar determinados procesos para los que antes acudía al mercado: la empresa como tal no es sino el lugar de dimensiones variables en que se operan las distintas internalizaciones o desde el que se operan las externalizaciones.
El cálculo de estos costes no se para naturalmente en la economía legal y abarca, entre otras cosas, a la actividad delictiva. Así, afirmará el premio Nobel Gary Becker que se inspira en particular en los trabajso de Coase que “la “delincuencia” es una actividad o sector industrial económicamente importante por mucho que los economistas la hayan ignorado.” Un delincuente racional imbuido de teoría neofuncionalista efectúa un cálculo de los riesgos policiales, judiciales y penales de su acto, del mismo modo que una empresa puede evaluar los riesgos de un fraude fiscal de mayor o menor dimensión o de otras ilegalidades. Uno de los ejemplos concretos que da Coase de este tipo de cálculos considera que los efectos dañinos de una actividad económica pueden corregirse o compensarse mejor mediante acuerdos de compensación del coste del daño con el tercero dañado que mediante sanciones penales o adminstrativas impuestas por las autoridades públicas. Los efectos dañinos son siempre según Coase relativos y pueden incluso, si se consideran sus consecuencias económicas globales, resultar marginalmente más positivos que negativos. Así, acerca de la normativa legal en materia de contaminación atmosférica, afirmará el propio Coase:
“El objetivo de esta normativa no debería ser eliminar la contaminación por el humo, sino garantizar la cantidad óptima de contaminación por humo, siendo esta la cantidad que maximiza el valor de la producción” (R. Coase, The problem of social cost)
Y el ya citado premio Nobel Gary Becker afirmará en su famoso artículo Crime and Punishment: an Economic Approach (Journal of Political Economy, March-April, (78): 169-217.1968) lo siguiente:“El principal objetivo del presente ensayo es reponder a las versiones normativas de estas cuestiones, a saber, ¿cuántos recursos y cuántas sanciones hay que utlizar para aplicar distintos tipos de legislación? O, de manera equivalente, aunque ello produzca algo más de extrañeza, ¿Cuántos delitos deberían permitirse y cuántos delincuentes deberían quedar impunes?”
Frente a la lógica de la ley que pretende eliminar el delito, Becker y los demás neoliberales lo que pretenden es establecer un planteamiento que normalice la actividad delictiva viéndola como una práctica económica con riesgos específicos. Así, según Becker en el mismo artículo:
“El planteamiento que aquí seguimos sigue el análisis habitual de los economistas basado en la elección (choice) y parte del principio de que una persona comete un delito si la utilidad que espera obtener supera la que podría lograr dedicando su tiempo y demás recursos a otras actividades. Algunas personas, según Becker, se hacen “delincuentes” no por que su motivación básica difiera de la de las demás personas, sino porque difieren los costes y los beneficios.”.
Lo interesante de este planteamiento es que nos muestra a todas luces cómo entre capitalismo legal e ilegal la frontera prácticamente no existe. No cabe sorprenderse de que, cuando este planteamiento se quiere aplicar a la reducción generalizada de emisiones sustituyendo las medidas políticas y administrativas por mecanismos de mercado, obtengamos el mismo resultado que en la sociedad en general: un óptimo compatible con el crecimiento económico, un óptimo de contaminación, un óptimo de emisiones, pero en ningún caso una reducción significativa. El mecanismo de mercado mediante el que se pretende obtener la reducción y que sustituye a las prohibiciones y sanciones administrativas es el contemplado en el artículo 17 del Protocolo de Kioto:
“Artículo 17
La Conferencia de las Partes determinará los principios, modalidades, normas y directrices pertinentes, en particular para la verificación, la presentación de informes y la rendición de cuentas en relación con el comercio de los derechos de emisión. Las Partes incluidas en el anexo B podrán participar en operaciones de comercio de los derechos de emisión a los efectos de cumplir sus compromisos dimanantes del artículo 3. Toda operación de este tipo será suplementaria a las medidas nacionales que se adopten para cumplir los compromisos cuantificados de limitación y reducción de las emisiones dimanantes de ese artículo.”
El comercio de derechos de emisión se basa en el el principio “cap and trade”, esto es “limita y comercia” que permite a todo país que logre situarse por debajo de las cuotas de emisiones que le correspondan vender a otros países el derecho a contaminar que no haya utilizado. Este sistema ha sido fuertemente criticado precisamente por uno de los científicos que más han hecho por promover la hipótesis del calentamiento planetario. En un artículo reciente del New York Times (7.12.2009) llegaba Hansen a propósito del comercio de emisiones a las siguientes conclusiones basadas en la experiencia norteamericana del “cap and trade”:
“Dado que la limitación y el comercio (cap and trade) se aplica mediante la compraventa de permisos, en la práctica perpetúa la contaminación que pretende eliminar. Si las emisiones de cada contaminador caen por debajo de un límite que se rebaja cada vez más, el precio de los créditos de contaminación tendería a hundirse desapareciendo así la motivación para seguir reduciendo la contaminación.” Y, prosigue el propio Hansen algo más adelante:
“Si esto no fuese ya bastante, Wall Street está dispuesta a hacer miles de millones de dólares en la parte “comercial” del “cap and trade (limitación y comercio). El mercado de compraventa de autorizaciones de emisiones de carbono parece que va a ser regulado de manera laxista, abriéndose a los especuladores e incluyendo derivados. Todos los beneficios de este sistema de comercio con la contaminación se extraerían al público mediante un incremento de los precios de la energía.”
Después de la burbuja inmobiliaria, perparémonos pues a la burbuja del carbono, todo ello dentro de un sistema que apenas conseguirá reducir las emisiones nocivas y aún menos el calemntamiento del planeta. Menos mal que el lugar de honor dejado por los liberales a los ecologistas de mercado que apoyan inquebrantablemente en Copenhague la hipótesis del calentamiento planetario nos permite sospechar que esta hipótesis es sólo una hipótesis. Con todo, aunque el capitalismo no vaya, todavía, a originar un apocalipsis, es necesario por otros motivos combatir seriamente la contaminación y no sólo la asociada con el “efecto invernadero” y, en particular, la originada por la industria nuclear que está hoy intentando crearse una nueva virginidad después de Three Mile Islands o Chernobil. El anuncio de la catástrofe climática, si bien constituye un intento de unir a la “humanidad” en torno a un nuevo ciclo de crecimiento capitalista presentado como una necesidad natural, también puede servir para recordar la necesidad de reafirmar el carácter común de bienes como la tierra, el aire, el agua, la ciencia, los recursos vivos y los recursos minerales, sacando las consecuencias que se imponen desde el punto de vista de la organización de nuestras sociedades. Así, poco importa que el calentamiento global sea verdad o mentira, de su realidad o de su mentira es responsable el capitalismo.
domingo, 13 de diciembre de 2009
Frente a una derecha "de izquierdas", un comunismo "conservador"
"Er ist das Einfache
Das schwer zu machen ist."
"Es lo sencillo,
que es tan difícil de hacer"
(Bertolt Brecht, Lob des comunismus -Loa del comunismo)
Nuestro amigo Samuel de Quilombo ha tenido el acierto de dar en su blog el enlace hacia los videoclips de dos canciones que en otras circunstancias habrían parecido surrealistas, pero que en la tristeza de nuestro presente parecen casi normales. Se trata de la canción electoral de Forza Italia para las últimas elecciones y del videoclip de las juventudes del partido de Sarkozy, la UMP, para promover la imagen, como diría José Antonio Primo de Rivera, "alegre y faldicorta" del actual régimen francés. Dentro de un hipótetico festival de Eurovisión de la canción descerebrada, me gusta más "Meno male che Silvio c'è". Creo que algo así sería el prefecto himno nacional de un país donde el Tío Gilito o el Padre Ubu de Alfred Jarry fuesen presidentes. Italy 9 points!
La canción francesa de los chavales y chavalas de la UMP, coreada por sus mayores tampoco tiene desperdicio: nos permite comprender cuán errado era el lema "Otro mundo es posible". Es un lema de izquierda como el "Changer le monde"(Cambiar el mundo) de la canción sarkozista. La derecha francesa, en este momento extremo de la neutralización política asume un discurso explícitamente de izquierda, tras haber asimilado a importantes representantes del PS. Ya otras revoluciones pasivas absorbieron el discurso y el personal político de la izquierda. El fascismo italiano fue fundado por un dirigente importante del PS y el nacionalsocialismo incorporó a su discurso elementos del populismo obrerista de la izquierda socialdemócrata o stalinista así como el antisemitismo o "socialismo de los imbéciles". En este caso, la absorción se ve facilitada por el hecho de que la izquierda realmente existente sólo pueda ser la izquierda de un sistema del que queda descartado el antagonismo (véase como síntoma más actual la unanimidad vergonzosa en torno a ariantes del capitalismo neoliberal verde en la cumbre de Copenhague). Lo que distingue a la derecha de la izquierda, según el discurso político que inspira el videoclip sarkozista, es que la derecha acepta asumir el riesgo y mirar al futuro, mientras que la izquierda se queda en posturas conservadoras. Como dice el mensaje (no cantado) inicial: "El peor riesgo es no tomar ninguno". POr consiguiente, la verdadera izquierda es la derecha y Sarkozy el nuevo Che Guevara. De todas formas, este lamentable travestismo (los hay más dignos, alegres y divertidos) se basa en la lógica misma del dispositivo liberal que establece como los dos límites de la política la asunción de riesgos y la protección contra el riesgo. El último Foucault nos enseñó que esta lógica de la seguridad (que entraña una dialéctica riesgo/protección) es la base misma del biopoder liberal. Su combinación en el capitalismo verde es paradigmática, pues el mismo sistema -capitalista- que crea el riesgo es el que se ofrece a paliar las consecuencias mediante métodos -el mercado de emisiones de Co 2- que entrañan un enorme riesgo. Es como la mafia, que ofrece protección contra unriesgo que es ella misma.
Una izquierda que se quede anclada en estas coordenadas está condenada a desaparecer engullida por la derecha para constituir un partido único Sarkozysta o berlusconiano. Para hacer frente al capitalismo es necesario otro terreno: no decirle al régimen que está cambiando el mundo todos los días que otro mundo es posible. Podría responder a los ingenuos altermundialistas:"¿Otro? Todos los que queráis, siempre que sean el mío y os los pueda vender." De lo que se trata es de otra cosa, no de cambiar el mundo, ni de hacer otro mundo, sino de tener un mundo, que es precisamente lo que el capitalismo nos impide hacer a diario. Tal vez, frente al progresismo capitalista, el comunismo tenga que ser radicalmente "conservador".
Das schwer zu machen ist."
"Es lo sencillo,
que es tan difícil de hacer"
(Bertolt Brecht, Lob des comunismus -Loa del comunismo)
Nuestro amigo Samuel de Quilombo ha tenido el acierto de dar en su blog el enlace hacia los videoclips de dos canciones que en otras circunstancias habrían parecido surrealistas, pero que en la tristeza de nuestro presente parecen casi normales. Se trata de la canción electoral de Forza Italia para las últimas elecciones y del videoclip de las juventudes del partido de Sarkozy, la UMP, para promover la imagen, como diría José Antonio Primo de Rivera, "alegre y faldicorta" del actual régimen francés. Dentro de un hipótetico festival de Eurovisión de la canción descerebrada, me gusta más "Meno male che Silvio c'è". Creo que algo así sería el prefecto himno nacional de un país donde el Tío Gilito o el Padre Ubu de Alfred Jarry fuesen presidentes. Italy 9 points!
La canción francesa de los chavales y chavalas de la UMP, coreada por sus mayores tampoco tiene desperdicio: nos permite comprender cuán errado era el lema "Otro mundo es posible". Es un lema de izquierda como el "Changer le monde"(Cambiar el mundo) de la canción sarkozista. La derecha francesa, en este momento extremo de la neutralización política asume un discurso explícitamente de izquierda, tras haber asimilado a importantes representantes del PS. Ya otras revoluciones pasivas absorbieron el discurso y el personal político de la izquierda. El fascismo italiano fue fundado por un dirigente importante del PS y el nacionalsocialismo incorporó a su discurso elementos del populismo obrerista de la izquierda socialdemócrata o stalinista así como el antisemitismo o "socialismo de los imbéciles". En este caso, la absorción se ve facilitada por el hecho de que la izquierda realmente existente sólo pueda ser la izquierda de un sistema del que queda descartado el antagonismo (véase como síntoma más actual la unanimidad vergonzosa en torno a ariantes del capitalismo neoliberal verde en la cumbre de Copenhague). Lo que distingue a la derecha de la izquierda, según el discurso político que inspira el videoclip sarkozista, es que la derecha acepta asumir el riesgo y mirar al futuro, mientras que la izquierda se queda en posturas conservadoras. Como dice el mensaje (no cantado) inicial: "El peor riesgo es no tomar ninguno". POr consiguiente, la verdadera izquierda es la derecha y Sarkozy el nuevo Che Guevara. De todas formas, este lamentable travestismo (los hay más dignos, alegres y divertidos) se basa en la lógica misma del dispositivo liberal que establece como los dos límites de la política la asunción de riesgos y la protección contra el riesgo. El último Foucault nos enseñó que esta lógica de la seguridad (que entraña una dialéctica riesgo/protección) es la base misma del biopoder liberal. Su combinación en el capitalismo verde es paradigmática, pues el mismo sistema -capitalista- que crea el riesgo es el que se ofrece a paliar las consecuencias mediante métodos -el mercado de emisiones de Co 2- que entrañan un enorme riesgo. Es como la mafia, que ofrece protección contra unriesgo que es ella misma.
Una izquierda que se quede anclada en estas coordenadas está condenada a desaparecer engullida por la derecha para constituir un partido único Sarkozysta o berlusconiano. Para hacer frente al capitalismo es necesario otro terreno: no decirle al régimen que está cambiando el mundo todos los días que otro mundo es posible. Podría responder a los ingenuos altermundialistas:"¿Otro? Todos los que queráis, siempre que sean el mío y os los pueda vender." De lo que se trata es de otra cosa, no de cambiar el mundo, ni de hacer otro mundo, sino de tener un mundo, que es precisamente lo que el capitalismo nos impide hacer a diario. Tal vez, frente al progresismo capitalista, el comunismo tenga que ser radicalmente "conservador".
martes, 24 de noviembre de 2009
Represión en España
Represión en España
(Una noticia breve de periodismo ficción)
John Brown
El relevo de José María Aznar por su homólogo Zapatero despertó hace ya años esperanzas de suavización del régimen. Suscitó también expectativas sobre un cambio en los rígidos esquemas económicos neoliberales del país que mejorara la vida de los ciudadanos. La ilusión se acrecentó con la llegada al poder de Barack Obama, del que se esperaba una suavización de la relación de subalternidad impuesta al país desde hace más de 50 años.
Nada se ha producido conforme al guión de los mejor intencionados. Permanece, pese a medidas alentadoras, el grueso de la injusta y contraproducente sumisión al gigante estadounidense; la situación económica se agrava en España hasta extremos críticos para la mayoría de la población; y su sistema político se mantiene implacable. Un informe del relator especial de las Naciones Unidas para la tortura constató recientemente la plena vigencia del estado policíaco. El trabajo del relator, realizado durante los últimos años sin colaboración de las autoridades, ilustra el deplorable estado de los derechos humanos en el país, donde el régimen emplea sistemáticamente los arrestos arbitrarios, las farsas judiciales y los malos tratos (de éstos pueden hablar con propiedad numerosos presos vascos y otros presos políticos y comunes de otras zonas). El régimen, que mantiene en prisión a la mayoría de los disidentes detenidos en las redadas contra el independentismo vasco, utiliza a discreción la aborrecible figura penal del "entorno terrorista", que le permite seguir encarcelando por decenas a ciudadanos por conductas "cuyos objetivos políticos coinciden con los de los terroristas". Las últimas redadas del País Vasco recuerdan los momentos más sombrios del régimen español.
Madrid se muestra blindado debido a la complacencia internacional. Los países de la UE quieren que España utilice su presidencia para suavizar la intransigencia de ciertas ONG de derechos humanos con la monarquía postfranquista por su atropello permanente en este terreno. Uno de los logros más importantes cosechados por el régimen ha sido el aval dado a la ilegalización de los partidos independentistas vascos por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. A la luz del diagnóstico de las ONG de derechos humanos es probable que España aproveche el trampolín que le brinda la presidencia de la UE para oponerse radicalmente a la imprescindible democratización del régimen del 18 de julio.
(Esta breve no aparecerá desgraciadamente en ningún periódico. Se trata en lo esencial del texto que lleva el título sumamente orginal de « Represión en Cuba » aparecido en un importante diario del Estado español al que he aplicado algunas modificaciones)
(Una noticia breve de periodismo ficción)
John Brown
El relevo de José María Aznar por su homólogo Zapatero despertó hace ya años esperanzas de suavización del régimen. Suscitó también expectativas sobre un cambio en los rígidos esquemas económicos neoliberales del país que mejorara la vida de los ciudadanos. La ilusión se acrecentó con la llegada al poder de Barack Obama, del que se esperaba una suavización de la relación de subalternidad impuesta al país desde hace más de 50 años.
Nada se ha producido conforme al guión de los mejor intencionados. Permanece, pese a medidas alentadoras, el grueso de la injusta y contraproducente sumisión al gigante estadounidense; la situación económica se agrava en España hasta extremos críticos para la mayoría de la población; y su sistema político se mantiene implacable. Un informe del relator especial de las Naciones Unidas para la tortura constató recientemente la plena vigencia del estado policíaco. El trabajo del relator, realizado durante los últimos años sin colaboración de las autoridades, ilustra el deplorable estado de los derechos humanos en el país, donde el régimen emplea sistemáticamente los arrestos arbitrarios, las farsas judiciales y los malos tratos (de éstos pueden hablar con propiedad numerosos presos vascos y otros presos políticos y comunes de otras zonas). El régimen, que mantiene en prisión a la mayoría de los disidentes detenidos en las redadas contra el independentismo vasco, utiliza a discreción la aborrecible figura penal del "entorno terrorista", que le permite seguir encarcelando por decenas a ciudadanos por conductas "cuyos objetivos políticos coinciden con los de los terroristas". Las últimas redadas del País Vasco recuerdan los momentos más sombrios del régimen español.
Madrid se muestra blindado debido a la complacencia internacional. Los países de la UE quieren que España utilice su presidencia para suavizar la intransigencia de ciertas ONG de derechos humanos con la monarquía postfranquista por su atropello permanente en este terreno. Uno de los logros más importantes cosechados por el régimen ha sido el aval dado a la ilegalización de los partidos independentistas vascos por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. A la luz del diagnóstico de las ONG de derechos humanos es probable que España aproveche el trampolín que le brinda la presidencia de la UE para oponerse radicalmente a la imprescindible democratización del régimen del 18 de julio.
(Esta breve no aparecerá desgraciadamente en ningún periódico. Se trata en lo esencial del texto que lleva el título sumamente orginal de « Represión en Cuba » aparecido en un importante diario del Estado español al que he aplicado algunas modificaciones)
martes, 17 de noviembre de 2009
Más sobre el comunismo y los muros (respuesta a algunos comentarios)
"[...]de otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas (que entraña ya, al mismo tiempo, una existencia empírica dada en un plano histórico-universal, y no en la vida puramente local de los hombres) constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la inmundicia anterior."
K. Marx, F. Engels, La Ideología alemana
Quisiera agradecer los comentarios, tanto los más amables como los algo más agrios. No sé si lo que digo son "pendejadas", pero no conozco a ningún socialdemócrata que defienda el comunismo, esto es la cooperación directa al margen del mercado y del Estado.
Brecht y Hans Eisler y antes que ellos Lenin y Trotsky, vieron cerrarse sobre sus cabezas la trampa de una revolución (la rusa y sus formas epigonales representadas por las democracias populares) que fue una apuesta heróica y un salto en el vacío. Lenin siempre esperó (en los dos sentidos del término) que la revolución triunfase en la Europa industrializada, sobre todo en Alemania. El fracaso de la revolución alemana trajo consigo la contrarrevolución en Rusia de la mano de Stalin y la barbarie nazi en la propia Alemania. Lenin sabía, al igual que Marx, que no hay comunismo sin abundancia, que en la escasez "toda la vieja mierda está de vuelta". Die ganze alte Scheisse, la vieja mierda del Estado, de las jerarquías, de la autoridad: eso es el stalinismo.
De ahí que no pueda sino compararlo con el franquismo: un régimen que suprimió la política, cuyo Jefe de Estado aconsejaba a los demás que hiciesen como él y no se metieran en política. Ulbricht y Honecker eran también abuelos autoritarios como FRanco y como Pétain que exigían a la gente que no se metiera en política y castigaban a la población por no estar a la altura de los "ideales" que ellos representaban. Creo que la idea de una gestión autoritaria de la vida cotidiana define bien estos regímenes en los que ha sido abolido por decreto el antagonismo político.
Hasta ahí las semejanzas entre franquismo y stalinismo. La gran diferencia es, sin duda el contenido de las religiones que informan ambos regímenes: el nacional-catolicismo en el caso del régimen español del 18 de julio (aún vigente: nada tiene de extraño que sus aparatos ideológicos sigan activos) y el culto a un supuesto proceso histórico que nos conduce hacia el comunismo como en las paradojas de Zenón de Elea, sin que nunca se puede llegar a él. Son dos religiones distintas, pero ambas entroncan en la misma escatología cristiana.
El materialismo marxista es otra cosa: es un auténtico ateismo que no cree en ningún destino histórico, en ninguna finalidad. No hay fines, pero sí hay condiciones; el comunismo, por ejemplo requiere cierta abundancia (por relativa que sea la definición de esta) y sobre todo libertad para que el trabajo vivo se autoorganice como fuerza productiva. Hoy, en el capitalismo postfordista, la riqueza se produce merced a la cooperación y a la inteligencia colectiva, al margen del mando del capital. El mando del capital es hoy un mando político que no organiza la producción sino la explotación del trabajador colectivo autoorganizado. El modo de organización de la fábrica toyotista, pero en general, lo que se ha venido en denominar la producción metropolitana en la que el espacio de la vida es todo él espacio productivo son ejemplos de esta nueva forma de organización productiva. La explotación sigue adelante de manera intensísima, pero es exterior a los procesos productivos. Como en el feudalismo, es exterior a la producción cuya base son los comunes y el intelecto general, materializado en las prácticas lingüísticas y en la propia lengua, cuyo carácter esencialmente comunista no escapó a la atención del Marx de la Ideología Alemana. La explotación no es hoy producción de un beneficio, sino mera exacción de renta. Naturalmente, la propiedad tanto privada como estatal, en otros términos, la propiedad en general, es rigurosamente incompatible con el despliegue de estas formas de colaboración. El capitalismo funciona aquí como un vampiro que necesita que su víctima siga en vida para poder alimentarse. Las formas limitadas de autoorganización del trabajo vivo que hoy existen son a la vez indispensables para el capital y una constante amenaza para su existencia. La víctima de Drácula puede algún día ser suficientemente fuerte para clavarle una estaca en el corazón.
En cuanto a la idea de que "el capital es quien decide", es, a mi entender, una monstruosa mistificación promovida por el capital y su Estado y que solemos creernos. El decisionismo, ese pensamiento político cuyo principal exponente es Carl Schmitt, domina el conjunto de la teoría del Estado. Decisionismo y soberanía son equivalentes: "soberano es quien decide sobre la situación de excepción" (Schmitt), quien decide más allá de las leyes, porque decide sobre las propias leyes (Jean Bodin). Según esta teoría el mando puede ser completo, el poder puede ser el único que decide. Esto, sin embargo, no es, como dijimos, sino una mistificación monstruosa y difícilmente creible. Todo poder, según nos enseñan Maquiavelo, Spinoza, Marx o Foucault, se ejerce sobre sujetos que tienen algún grado de libertad. Lo que el poder decide es relativo y se ve siempre contrapesado por lo que quiere el súbdito. Toda obediencia es también y por la misma razón, relativa. El poder, en resumen, no es una sustancia soberana, sino un entramado de relaciones nunca unívocas ni unidireccionales. Todo poder que quiera disponer de una auténtica potencia, de una capacidad de obrar, debe contar con los súbditos, con su relativa obediencia o resistencia, con su siempre posible insubordinación, en resumen, con su libertad.
El capital no decide. Sólo lo hace en el sueño de sus dirigentes empresariales o políticos. Lo que SE DECIDE, es el resultado de una tensión y de un conflicto permanente. La iniciativa del trabajador, la potencia propia del trabajo vivo frente al capital es un elemento motor de la evolución del capitalismo. Desde los años 60, la tendencia marxista de la autonomía obrera representada por Tronti o Toni Negri afirmaban paralelamente a Foucault esa potencia de los subordinados. Para ellos, como para Marx, las máquinas y las nuevas formas de organización del trabajo responden a las huelgas y al sabotaje. Contrariamente a lo que se suele pensar sin demasiado análisis, la resistencia precede a la represión.
Voliviendo al stalinismo, creo que el intento de mantener un proceso revolucionario en el vacío social que supone la ausencia -o la ignorancia- de la potencia productiva y constituyente del trabajo vivo, conduce a la autodestrucción terrorista del proceso revolucionario que ilustran perfectamente las purgas de Stalin.
K. Marx, F. Engels, La Ideología alemana
Quisiera agradecer los comentarios, tanto los más amables como los algo más agrios. No sé si lo que digo son "pendejadas", pero no conozco a ningún socialdemócrata que defienda el comunismo, esto es la cooperación directa al margen del mercado y del Estado.
Brecht y Hans Eisler y antes que ellos Lenin y Trotsky, vieron cerrarse sobre sus cabezas la trampa de una revolución (la rusa y sus formas epigonales representadas por las democracias populares) que fue una apuesta heróica y un salto en el vacío. Lenin siempre esperó (en los dos sentidos del término) que la revolución triunfase en la Europa industrializada, sobre todo en Alemania. El fracaso de la revolución alemana trajo consigo la contrarrevolución en Rusia de la mano de Stalin y la barbarie nazi en la propia Alemania. Lenin sabía, al igual que Marx, que no hay comunismo sin abundancia, que en la escasez "toda la vieja mierda está de vuelta". Die ganze alte Scheisse, la vieja mierda del Estado, de las jerarquías, de la autoridad: eso es el stalinismo.
De ahí que no pueda sino compararlo con el franquismo: un régimen que suprimió la política, cuyo Jefe de Estado aconsejaba a los demás que hiciesen como él y no se metieran en política. Ulbricht y Honecker eran también abuelos autoritarios como FRanco y como Pétain que exigían a la gente que no se metiera en política y castigaban a la población por no estar a la altura de los "ideales" que ellos representaban. Creo que la idea de una gestión autoritaria de la vida cotidiana define bien estos regímenes en los que ha sido abolido por decreto el antagonismo político.
Hasta ahí las semejanzas entre franquismo y stalinismo. La gran diferencia es, sin duda el contenido de las religiones que informan ambos regímenes: el nacional-catolicismo en el caso del régimen español del 18 de julio (aún vigente: nada tiene de extraño que sus aparatos ideológicos sigan activos) y el culto a un supuesto proceso histórico que nos conduce hacia el comunismo como en las paradojas de Zenón de Elea, sin que nunca se puede llegar a él. Son dos religiones distintas, pero ambas entroncan en la misma escatología cristiana.
El materialismo marxista es otra cosa: es un auténtico ateismo que no cree en ningún destino histórico, en ninguna finalidad. No hay fines, pero sí hay condiciones; el comunismo, por ejemplo requiere cierta abundancia (por relativa que sea la definición de esta) y sobre todo libertad para que el trabajo vivo se autoorganice como fuerza productiva. Hoy, en el capitalismo postfordista, la riqueza se produce merced a la cooperación y a la inteligencia colectiva, al margen del mando del capital. El mando del capital es hoy un mando político que no organiza la producción sino la explotación del trabajador colectivo autoorganizado. El modo de organización de la fábrica toyotista, pero en general, lo que se ha venido en denominar la producción metropolitana en la que el espacio de la vida es todo él espacio productivo son ejemplos de esta nueva forma de organización productiva. La explotación sigue adelante de manera intensísima, pero es exterior a los procesos productivos. Como en el feudalismo, es exterior a la producción cuya base son los comunes y el intelecto general, materializado en las prácticas lingüísticas y en la propia lengua, cuyo carácter esencialmente comunista no escapó a la atención del Marx de la Ideología Alemana. La explotación no es hoy producción de un beneficio, sino mera exacción de renta. Naturalmente, la propiedad tanto privada como estatal, en otros términos, la propiedad en general, es rigurosamente incompatible con el despliegue de estas formas de colaboración. El capitalismo funciona aquí como un vampiro que necesita que su víctima siga en vida para poder alimentarse. Las formas limitadas de autoorganización del trabajo vivo que hoy existen son a la vez indispensables para el capital y una constante amenaza para su existencia. La víctima de Drácula puede algún día ser suficientemente fuerte para clavarle una estaca en el corazón.
En cuanto a la idea de que "el capital es quien decide", es, a mi entender, una monstruosa mistificación promovida por el capital y su Estado y que solemos creernos. El decisionismo, ese pensamiento político cuyo principal exponente es Carl Schmitt, domina el conjunto de la teoría del Estado. Decisionismo y soberanía son equivalentes: "soberano es quien decide sobre la situación de excepción" (Schmitt), quien decide más allá de las leyes, porque decide sobre las propias leyes (Jean Bodin). Según esta teoría el mando puede ser completo, el poder puede ser el único que decide. Esto, sin embargo, no es, como dijimos, sino una mistificación monstruosa y difícilmente creible. Todo poder, según nos enseñan Maquiavelo, Spinoza, Marx o Foucault, se ejerce sobre sujetos que tienen algún grado de libertad. Lo que el poder decide es relativo y se ve siempre contrapesado por lo que quiere el súbdito. Toda obediencia es también y por la misma razón, relativa. El poder, en resumen, no es una sustancia soberana, sino un entramado de relaciones nunca unívocas ni unidireccionales. Todo poder que quiera disponer de una auténtica potencia, de una capacidad de obrar, debe contar con los súbditos, con su relativa obediencia o resistencia, con su siempre posible insubordinación, en resumen, con su libertad.
El capital no decide. Sólo lo hace en el sueño de sus dirigentes empresariales o políticos. Lo que SE DECIDE, es el resultado de una tensión y de un conflicto permanente. La iniciativa del trabajador, la potencia propia del trabajo vivo frente al capital es un elemento motor de la evolución del capitalismo. Desde los años 60, la tendencia marxista de la autonomía obrera representada por Tronti o Toni Negri afirmaban paralelamente a Foucault esa potencia de los subordinados. Para ellos, como para Marx, las máquinas y las nuevas formas de organización del trabajo responden a las huelgas y al sabotaje. Contrariamente a lo que se suele pensar sin demasiado análisis, la resistencia precede a la represión.
Voliviendo al stalinismo, creo que el intento de mantener un proceso revolucionario en el vacío social que supone la ausencia -o la ignorancia- de la potencia productiva y constituyente del trabajo vivo, conduce a la autodestrucción terrorista del proceso revolucionario que ilustran perfectamente las purgas de Stalin.
lunes, 9 de noviembre de 2009
El comunismo ha derribado el muro de Berlín
"No os dejéis seducir:
no hay retorno alguno.
El día está a las puertas,
hay ya viento nocturno:
no vendrá otra mañana.
No os dejéis engañar
con que la vida es poco.
Bebedla a grandes tragos
porque no os bastará
cuando hayáis de perderla.
No os dejéis consolar.
Vuestro tiempo no es mucho.
El lodo, a los podridos.
La vida es lo más grande:
perderla es perder todo."
Bertolt Brecht
Cuentan que hace veinte años cayó un muro infame que separaba las dos partes de un país. Cuentan que ese muro fue erigido por los defensores de una idea totalitaria que llamaban "comunismo". Cuentan que el muro servía para que la población no se escapara al otro lado, a la Alemania capitalista donde imperaban la democracia representativa y una economía social de mercado. Y, sin embargo, lo que había del lado socialista no era sino un reflejo degradado del capitalismo: una sociedad de consumo algo cochambrosa donde había supermercados, pero no siempre había gran cosa, circulaban automóviles por las calles, pero su motor era de motocicleta y sus carrocerías de algo que no se parecía demasiado al metal. El gobierno era tan democrático que se identificaba automáticamente y a priori con las mayorías sociales. Todo eso funcionaba bajo la dirección autoritaria y paternalista de un Partido Socialista Unificado que alguna vez en los años 50, según nos cuenta Bertolt Brecht, tuvo la tentación de disolver al pueblo antes que disolver su gobierno. El poder de ese partido y de su régimen, al igual que el del PCUS en la URSS se basaba en un pretendido saber sobre la historia y sobre la realidad. Jacques Lacan reconocía en este poder que pretende ser enteramente un saber el pedante "discurso de la universidad". El partido como "intelectual colectivo" sabía la verdad de un presente que la población se limitaba a vivir o sufrir. Die Partei hat es immer Recht. El Partido siempre tiene razón, porque es quien representa la avanzadilla extrema del progreso histórico al ser la vanguardia del proletariado. El socialismo se impone así a la población con la evidencia que, según los fisiócratas, debería guiar todos los actos del soberano. Más que como una opción política, se presenta como una verdad científica. Quien no esté de acuerdo se equivoca o se engaña o engaña a los demás y se convierte en un enemigo objetivo del Estado de los trabajadores. Como todo dispositivo experimental el socialismo de Europa del Este requería aislarse del entorno. El muro fue parte del mecanismo de producción de verdad propio del socialismo. Como en un laboratorio o en una clínica, era prioritario impedir la contaminación.
El muro del socialismo es así lo contrario del comunismo, de ese "fantasma que recorre Europa" del que nos hablaban Marx y Engels y que causaba legítimo espanto a burguesías, tronos y gobiernos. En la República Democrática Alemana y en la Europa del Este quien tenía miedo era fundamentalmente el régimen que gobernaba en nombre de los trabajadores, expropiándolos en su propio nombre de su capacidad de decisión y de sus medios de producción, expropiándolos de su riqueza y mermando su capacidad productiva. El socialismo con su propiedad estatal es tan expropiador de los bienes colectivos como el propio liberalismo con su propiedad privada obligatoria. Los poderes del capital pusieron siempre barreras contra el comunismo, pues lo veían como una indomable fuerza de libertad capaz de difundirse por doquier, pues el comunismo no es sino la fuerza de lo común. El poder que levantó el muro de Berlín, nada tiene que ver con el comunismo. Ese poder del socialismo de Estado tenía que protegerse: tenía miedo, tanto miedo que fichó a casi toda la población e instauró un régimen universal de delación. Tanto miedo que sólo supo imitar al Estado y al capitalismo.
Hace veinte años que desapareció el muro bajo el impulso de una población que ya no creía en el poder de la pequeña burguesía inculta y autoritaria del Partido. Una pequeña burguesía cuya mediocridad sólo es comparable a la del franquismo. "Gestión autoritaria de la vida cotidiana" es lo que vió Rossana Rossanda en el franquismo; es también lo que había en la República Democrática Alemana. Un régimen de orden que tenía miedo a su propia población y al mundo exterior.
La caída del muro se ha convertido, sin embargo en una fecha emblemática de un pretendido fin del comunismo. Con el muro se habría acabado toda alternativa al capitalismo. Y, sin embargo, por mucho que los dirigentes occidentales y los "nuevos" dirigentes de la Europa del Este celebren juntos la caída del muro, son ellos ahora quienes tienen miedo. Ha desaparecido un muro y son ahora los pretendidos vencedores del comunismo quienes de Palestina a Ceuta, de la frontera sur de los Estados Unidos al Sáhara Occidental, y en cualquier barrio periférico de las grandes ciudades elevan muros sin cuento. Muros de piedra o de cemento, muros electrónicos, muros de papeles o incluso flotas enteras para impedir el libre movimiento de individuos y poblaciones, muros legales que son las leyes de excepción permanente. Ya no basta un sólo muro. Para defender el capital se han alzado y siguen alzándose cada día muros de todo tipo.
Pero a pesar de los muros, como en la muralla china de Kafka, mucho antes de que termine la improbable construcción del muro definitivo contra los bárbaros, los bárbaros ya acampan en el centro de Pequín. El fantasma ya no está encerrado en su ruinosa fortaleza "socialista", el comunismo está hoy libre y recorre zonas importantes del mundo. Es incluso la base de la producción capitalista: la cooperación directa entre los trabajadores, su capacidad de comunicación y autoorganización son el fundamento de la productividad y de la riqueza. Hoy ni el capital ni el Estado son capaces de organizar la producción. Sólo el comunismo puede hacerlo. Producir hoy es construir los medios productivos comunes y poder acceder libremente a ellos. La explotación capitalista desprovista de cualquier función organizativa vuelve así al modelo feudal: el capital ya no organiza la producción y se apropia del plusvalor, no ya como beneficio sino como renta (financiera). El capitalismo es ya "Ancien régime", antiguo régimen que convive con el nuevo tercer estado.
El comunismo no está fuera del capitalismo, sino en su propio interior. Las imágenes del socialismo y de la Guerra Fría que presentaban el comunismo como algo exterior y ajeno al capitalismo servían de bálsamo para las angustias de todas las burguesías. El comunismo estaba allá, detrás del muro, se decían. Y, sin embargo, del otro lado no había sino el fantasma del fantasma: una ridícula parodia del capitalismo orquestada por un Estado despótico. El comunismo, como fuerza productiva estaba desplegándose potentemente en el Oeste...y en el Este, desde los años 60 (Praga, Varsovia, antes Budapest, luego París, Europa occidental, los Estados Unidos...) siendo la fecha emblemática el mayo del 68 que Sarkozy se ha prometido enterrar. Un comunismo insospechado, sin banderas rojas ni cánticos, sin partido, pero capaz de reconocerse con bastante facilidad en la tradición revolucionaria, un comunismo de los comunes, de las externalidades sociales indispensables a la producción en el postfordismo. Un comunismo que ha derribado el muro de Berlín y promete derribar todos los demás.
no hay retorno alguno.
El día está a las puertas,
hay ya viento nocturno:
no vendrá otra mañana.
No os dejéis engañar
con que la vida es poco.
Bebedla a grandes tragos
porque no os bastará
cuando hayáis de perderla.
No os dejéis consolar.
Vuestro tiempo no es mucho.
El lodo, a los podridos.
La vida es lo más grande:
perderla es perder todo."
Bertolt Brecht
Cuentan que hace veinte años cayó un muro infame que separaba las dos partes de un país. Cuentan que ese muro fue erigido por los defensores de una idea totalitaria que llamaban "comunismo". Cuentan que el muro servía para que la población no se escapara al otro lado, a la Alemania capitalista donde imperaban la democracia representativa y una economía social de mercado. Y, sin embargo, lo que había del lado socialista no era sino un reflejo degradado del capitalismo: una sociedad de consumo algo cochambrosa donde había supermercados, pero no siempre había gran cosa, circulaban automóviles por las calles, pero su motor era de motocicleta y sus carrocerías de algo que no se parecía demasiado al metal. El gobierno era tan democrático que se identificaba automáticamente y a priori con las mayorías sociales. Todo eso funcionaba bajo la dirección autoritaria y paternalista de un Partido Socialista Unificado que alguna vez en los años 50, según nos cuenta Bertolt Brecht, tuvo la tentación de disolver al pueblo antes que disolver su gobierno. El poder de ese partido y de su régimen, al igual que el del PCUS en la URSS se basaba en un pretendido saber sobre la historia y sobre la realidad. Jacques Lacan reconocía en este poder que pretende ser enteramente un saber el pedante "discurso de la universidad". El partido como "intelectual colectivo" sabía la verdad de un presente que la población se limitaba a vivir o sufrir. Die Partei hat es immer Recht. El Partido siempre tiene razón, porque es quien representa la avanzadilla extrema del progreso histórico al ser la vanguardia del proletariado. El socialismo se impone así a la población con la evidencia que, según los fisiócratas, debería guiar todos los actos del soberano. Más que como una opción política, se presenta como una verdad científica. Quien no esté de acuerdo se equivoca o se engaña o engaña a los demás y se convierte en un enemigo objetivo del Estado de los trabajadores. Como todo dispositivo experimental el socialismo de Europa del Este requería aislarse del entorno. El muro fue parte del mecanismo de producción de verdad propio del socialismo. Como en un laboratorio o en una clínica, era prioritario impedir la contaminación.
El muro del socialismo es así lo contrario del comunismo, de ese "fantasma que recorre Europa" del que nos hablaban Marx y Engels y que causaba legítimo espanto a burguesías, tronos y gobiernos. En la República Democrática Alemana y en la Europa del Este quien tenía miedo era fundamentalmente el régimen que gobernaba en nombre de los trabajadores, expropiándolos en su propio nombre de su capacidad de decisión y de sus medios de producción, expropiándolos de su riqueza y mermando su capacidad productiva. El socialismo con su propiedad estatal es tan expropiador de los bienes colectivos como el propio liberalismo con su propiedad privada obligatoria. Los poderes del capital pusieron siempre barreras contra el comunismo, pues lo veían como una indomable fuerza de libertad capaz de difundirse por doquier, pues el comunismo no es sino la fuerza de lo común. El poder que levantó el muro de Berlín, nada tiene que ver con el comunismo. Ese poder del socialismo de Estado tenía que protegerse: tenía miedo, tanto miedo que fichó a casi toda la población e instauró un régimen universal de delación. Tanto miedo que sólo supo imitar al Estado y al capitalismo.
Hace veinte años que desapareció el muro bajo el impulso de una población que ya no creía en el poder de la pequeña burguesía inculta y autoritaria del Partido. Una pequeña burguesía cuya mediocridad sólo es comparable a la del franquismo. "Gestión autoritaria de la vida cotidiana" es lo que vió Rossana Rossanda en el franquismo; es también lo que había en la República Democrática Alemana. Un régimen de orden que tenía miedo a su propia población y al mundo exterior.
La caída del muro se ha convertido, sin embargo en una fecha emblemática de un pretendido fin del comunismo. Con el muro se habría acabado toda alternativa al capitalismo. Y, sin embargo, por mucho que los dirigentes occidentales y los "nuevos" dirigentes de la Europa del Este celebren juntos la caída del muro, son ellos ahora quienes tienen miedo. Ha desaparecido un muro y son ahora los pretendidos vencedores del comunismo quienes de Palestina a Ceuta, de la frontera sur de los Estados Unidos al Sáhara Occidental, y en cualquier barrio periférico de las grandes ciudades elevan muros sin cuento. Muros de piedra o de cemento, muros electrónicos, muros de papeles o incluso flotas enteras para impedir el libre movimiento de individuos y poblaciones, muros legales que son las leyes de excepción permanente. Ya no basta un sólo muro. Para defender el capital se han alzado y siguen alzándose cada día muros de todo tipo.
Pero a pesar de los muros, como en la muralla china de Kafka, mucho antes de que termine la improbable construcción del muro definitivo contra los bárbaros, los bárbaros ya acampan en el centro de Pequín. El fantasma ya no está encerrado en su ruinosa fortaleza "socialista", el comunismo está hoy libre y recorre zonas importantes del mundo. Es incluso la base de la producción capitalista: la cooperación directa entre los trabajadores, su capacidad de comunicación y autoorganización son el fundamento de la productividad y de la riqueza. Hoy ni el capital ni el Estado son capaces de organizar la producción. Sólo el comunismo puede hacerlo. Producir hoy es construir los medios productivos comunes y poder acceder libremente a ellos. La explotación capitalista desprovista de cualquier función organizativa vuelve así al modelo feudal: el capital ya no organiza la producción y se apropia del plusvalor, no ya como beneficio sino como renta (financiera). El capitalismo es ya "Ancien régime", antiguo régimen que convive con el nuevo tercer estado.
El comunismo no está fuera del capitalismo, sino en su propio interior. Las imágenes del socialismo y de la Guerra Fría que presentaban el comunismo como algo exterior y ajeno al capitalismo servían de bálsamo para las angustias de todas las burguesías. El comunismo estaba allá, detrás del muro, se decían. Y, sin embargo, del otro lado no había sino el fantasma del fantasma: una ridícula parodia del capitalismo orquestada por un Estado despótico. El comunismo, como fuerza productiva estaba desplegándose potentemente en el Oeste...y en el Este, desde los años 60 (Praga, Varsovia, antes Budapest, luego París, Europa occidental, los Estados Unidos...) siendo la fecha emblemática el mayo del 68 que Sarkozy se ha prometido enterrar. Un comunismo insospechado, sin banderas rojas ni cánticos, sin partido, pero capaz de reconocerse con bastante facilidad en la tradición revolucionaria, un comunismo de los comunes, de las externalidades sociales indispensables a la producción en el postfordismo. Un comunismo que ha derribado el muro de Berlín y promete derribar todos los demás.
martes, 13 de octubre de 2009
Libro de John Brown: "La dominación liberal"
Acaba de salir en la editorial Tierradenadie el libro de John Brown: La dominación liberal. Ensayo sobre el liberalismo como dispositivo de poder
Podéis obtener más datos y leer la introducción del libro en pdf en la dirección siguiente:
http://tierradenadieediciones.com/tierradenadie/?p=183
Podéis obtener más datos y leer la introducción del libro en pdf en la dirección siguiente:
http://tierradenadieediciones.com/tierradenadie/?p=183
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