jueves, 21 de octubre de 2010

El Capital de Marx, Senior y la "imposibilidad" de financiar las pensiones (algunas reflexiones para que cunda el ejemplo francés)







"und nur bei Karl Marx und Lenin stand,
wie wir Arbeiter eine Zukunft haben."
(y sólo -en las obras de- Karl Marx y Lenin se decía
que nosotros los obreros tenemos un futuro)
Hans Eisler/Brecht

1.
El capitalismo nunca se ha presentado a sí mismo como un régimen socioeconómico más entre los que ha conocido la humanidad, sino como la forma natural en que las sociedades humanas deben organizarse. Parece contradictorio afirmar a la vez que este tipo de organización es natural y que, por otra parte, se presenta como un imperativo que hay que cumplir. Ello responde al hecho de que para los grandes economistas y pensadores liberales, la naturaleza humana no llega a reconocer esa organización óptima y natural debido a la ignorancia y la superstición. Una vez disipadas las brumas que nos impiden reconocer esta norma que coincide con nuestra verdadera realidad, esta finalidad moral y política que es a la vez naturaleza, puede desplegarse todo su potencial productivo. Antes de que el capitalismo se impusiera existía más bien como imperativo, ahora que es la forma socioeconómica dominante, se presenta como realidad, e incluso como necesidad natural. Esto no impide que esta realidad natural nunca esté, según sus ideólogos, completamente realizada: si existen, por ejemplo crisis, es porque todavía no hemos llegado a hacer coincidir el sistema realmente existente con su esencia natural. Así, la solución liberal de toda crisis será una mayor dosis de liberalización. Como explicaba Althusser en los años 60 y como podemos constatarlo a diario, las dos almas del capitalismo y de la ideología burguesa en general son la necesidad natural y la libertad moral, la economía y la ideología jurídico moral.

La necesidad natural de la economía, por mucho que el neoliberalismo tenga que considerar esa naturaleza como un constructo que requiere constante vigilancia e intervención, es lo que la supuesta "ciencia económica" pretende enseñarnos a reconocer. Se trata de mostrar cómo a través del libre juego de las libertades y de los deseos individuales en el espacio de los intercambios de mercancías denominado "mercado", se termina constituyendo un orden que se rige por leyes necesarias. De hecho, la libertad en el mercado termina siendo la libertad del propio mercado y esta último, un marco que se impone imperativamente a sus actores. Las leyes del mercado, como leyes "naturales" pueden determinar lo que es posible y lo que es imposible. En función de ellas, se nos dice hoy, es imposible mantener el régimen de pensiones existente hasta hoy en Europa occidental, así como los servicios y prestaciones sociales que se habían ido consolidando a lo largo de los últimos sesenta años en esta zona del mundo. Lo que era real hasta hoy se ha vuelto imposible debido a las leyes del mercado. Por consiguiente, como afirman las patronales y gobiernos: "habrá que trabajar más para ganar menos". Esta idea de las limitaciones objetivas del mercado que hacen imposible mantener las conquistas sociales, se nos presenta como algo nuevo, como una desagradable sorpresa con la que se han encontrado los "científicos y expertos económicos" haciendo sus cálculos y viendo que no salen las cuentas de las pensiones y del gasto social. Sin embargo, esta novedad es tan vieja como el propio capitalismo.

2.
Las primeras luchas obreras por la jornada de trabajo se encontraron en el siglo XIX con el mismo razonamiento "científico" que hoy vemos utilizar a los economistas. Basta reabrir -o abrir, porque no se ha leido nunca demasiado- las páginas del Capital de Marx para descubrir los términos en que respondían los economistas a la reivindicación obrera de las 10 horas. La reducción de la jornada laboral de 11 a 10 horas sería, según el prestigioso economista Nassau William Senior matemáticamente imposible, pues el beneficio empresarial se produciría sólo en esa última hora de trabajo que el obrero ya no va a prestar: "si las horas de trabajo se redujeran en una hora por día [...] se destruiría la ganancia neta; si se redujeran en una hora y media, también se destruiría la ganancia bruta". No vale la pena entrar en el detalle de las afirmaciones de Senior ni de la crítica o más bien el rapapolvo teórico de Marx. Baste recordar que el beneficio del capitalista se produce durante toda la jornada de trabajo y que si esta disminuye, el beneficio no desaparece, sino que se reduce en la misma proporción que los costes de producción, algunos de los cuales disminuyen efectivamente al trabajarse una hora menos. La ironía de Marx no perdona ni a Senior ni a los suyos:
"Por otra parte el corazón humano tiene sus enigmas, sobre todo cuando el hombre lo lleva en el bolso; seríais unos desatinados pesimistas si temierais que al reducirse la jornada laboral de 11 1/2 a 10 1/2 horas se perdería toda vuestra ganancia neta. Ni por asomo. Si presuponemos que todas las demás circunstancias se mantienen invariadas, el plustrabajo disminuirá de 5 3/4 horas a 4 3/4 horas, lo que implica siempre una nada despreciable tasa de plusvalor, a saber, 82 14/23 %. Pero la fatal "última hora", acerca de la cual habéis fabulado más que los quiliastas en torno al fin del mundo, es "all bosh" [pura palabrería]. Su pérdida no os costará la "ganancia neta", ni su "pureza de alma" a los niños de uno y otro sexo a los que utilizáis Un índice que caracteriza notablemente el estado actual de la llamada "ciencia" económica es que ni el propio Senior quien más adelante, digámoslo en su honor, abogó resueltamente por la legislación fabril ni sus impugnadores iniciales y posteriores supieron explicar las falsas conclusiones del "descubrimiento original". Se remitieron a la experiencia real. El why [el porqué] y el wherefore [motivo] quedaron en el misterio."

Hoy los émulos de Senior siguen en esta misma ignorancia y pretenden demostrarnos que los salarios son excesivos y la productividad del trabajo es insuficiente. Baste leer cómo refiere el diario ABC una reciente intervención del presidente de la patronal española, CEOE, Gerardo Díaz Ferrán:

"No hace un mes que el Gobierno aprobó una reforma laboral que abarata y facilita el despido y reaparece el presidente de la patronal para echar más leña al fuego al decir que, para salir de la crisis económica, los trabajadores deben «trabajar más y, desgraciadamente, ganar menos. Es muy duro decirlo, pero es la verdad».
Tras participar en un acto organizado por los jóvenes empresarios de Ceaje, Díaz Ferrán insistió ayer en que no se puede trabajar como se hace actualmente. Según argumentó, al principio de la democracia se trabajaban 48 horas semanales, que han pasado a ser 40 oficiales pero, en realidad, sólo son efectivas 38. Así, «es imposible estar trabajando 38 horas y pensar que se va a salir de la crisis»."
De nuevo nos encontramos, en pleno siglo XXI, con las lamentaciones de los patronos a los que quitan horas de preciado trabajo, sin mencionar ni de pasada los enormes aumentos de la productividad y la casi congelación de los salarios reales que se han producido desde la llegada de la "democracia" . Se ve que la ideología espontánea de los patronos es tozuda y que no pueden con ella ni los siglos ni las críticas teóricas.
3.
Por otra parte, argumentos del mismo jaez se aplican al sistema de pensiones, afirmando doctamente que la evolución demográfica de los países europeos provoca una reducción neta del número de activos capaces de financiar las pensiones de sus mayores. Por ese motivo, estos últimos tendrán que trabajar hasta una edad más avanzada y cobrar pensiones menos importantes. Como afirma en otro lugar el inagotable Díaz Ferrán: "Subir la jubilación a los 67 años me parece razonable y una tendencia de llegar a los 70 también me parece razonable con el tiempo. Hay que hacer un plan sensato. Claro que habrá que llegar a los 70, pero a lo mejor dentro de cinco años, de siete o de diez. A lo mejor ahora son 67, luego 68 y después 70, eso es lo lógico"
Ciertamente, la pensión no es directamente lo mismo que el salario, pero sí tiene que ver con él de manera muy directa. De lo que se trata en ambos casos es de nuestro tiempo de vida, por un lado, del tiempo dedicado a la reproducción ampliada del capital y a la producción de beneficio neto y por otro, del tiempo dedicado a todo lo demás es decir a existir sin depender de un patrón. En las polémicas decimonónicas sobre la jornada laboral, se trataba de la repartición diaria de esos tiempos, en el actual conflicto social sobre las pensiones, de su repartición a lo largo de toda la vida. El juego de la explotación capitalista, por mucho que lo intenten disimular hablándonos de las consecuencias felices sobre la actividad económica del beneficio empresarial o incluso del consumo suntuario de los más ricos, es un juego de suma cero. En un juego de suma cero no puede haber dos ganadores: en el mercado, a diferencia de la cooperación, uno pierde para que otro gane. O se reduce el tiempo de trabajo y de vida laboral y se financian unas pensiones dignas, o se reducen los impuestos de los ricos y las contribuciones patronales. O salario, directo, indirecto o social, o beneficio empresarial o lucro financiero. Aquí no valen hipocresías morales ni ideologías jurídicas. Como afirma Marx en otro lugar del Capital:
"Dejando a un lado límites sumamente elásticos, como vemos, de la naturaleza del intercambio mercantil no se desprende limite alguno de la jornada laboral, y por tanto limite alguno del plustrabajo. El capitalista, cuando procura prolongar lo más posible la jornada laboral y convertir, si puede, una jornada laboral en dos, reafirma su derecho en cuanto comprador. Por otra parte, la naturaleza específica de la mercancía vendida trae aparejado un límite al consumo que de la misma hace el comprador, y el obrero reafirma su derecho como vendedor cuando procura reducir la jornada laboral a determinada magnitud normal. Tiene lugar aquí, pues, una antinomia: derecho contra derecho, signados ambos de manera uniforme por la ley del intercambio mercantil. Entre derechos iguales decide la fuerza. Y de esta suerte, en la historia de la producción capitalista la reglamentación de la jornada laboral se presenta comolucha en torno a los límites de dicha jornada, una lucha entre el capitalista colectivo, esto es, la clase de los capitalistas, y el obrero colectivo, o sea la clase obrera."
Hoy, además, las palabras de Díaz Ferrán son la expresión de una utopía que debe calificarse de reaccionaria, la de la "recuperación del pleno empleo". Lo único que puede proponer el capitalismo español o europeo en general como pleno empleo es la generalización del empleo precario. Precisamente las condiciones de productividad que han alcanzado nuestras sociedades hacen redundante una enorme cantidad de tiempo de trabajo, incluso en términos rigurosamente capitalistas. Sin contar con la redundancia "cualitativa" del tiempo de trabajo dedicado a producciones inútiles (la mayor parte del sector del automóvil) o nocivas (armamento) y el hecho de que, si no nos encaminamos rápidamente por la senda de un decrecimiento racional, nuestra propia existencia en el planeta peligra gravemente. Ante esta situación, no tiene sentido exigir más empleo, sino menos tiempo de trabajo diario y a lo largo de la vida y un ingreso garantizado para todos. La pensión de los precarios hoy ya mayoritarios y el subsidio de los desempleados, cada vez más numerosos, sólo puede tener hoy una forma viable: la de un salario social. Ahora bien, la pensión de los precarios, se obtiene mediante una nueva modalidad de huelga, la huelga de los parados, huelga que no para una producción ni una fábrica u oficina concreta, sino que bloquea a escala de todo un territorio -como estamos viendo hoy en Francia- los flujos de energía, de mercancías y de personas convertidas en mercancía. Cuando el capitalismo ocupa todo el tiempo de vida, la resistencia debe y puede ocupar todos los tiempos y todos los espacios.

jueves, 14 de octubre de 2010

El gran carnaval II: Los mineros chilenos como carnaza humanitaria

"La pregunta no es si pueden razonar o si pueden hablar, sino ¿pueden sufrir?"
Jeremy Bentham


No se puede dejar de sentir alegría por el rescate de los mineros chilenos que llevaban varios meses bajo tierra. En una América Latina -y un Chile- donde los derechos de los trabajadores han sido sistemáticamente ignorados, el que una catástrofe laboral se salde sin muertos es además una buena noticia. Sin embargo, como todo auténtico logro de los trabajadores en el capitalismo, la compleja operación de salvamento que hoy ha concluido tiene también otra dimensión. La operación, aparte de su dimensión material y técnica, ha estado envuelta desde un primer momento por tres tramas ideológicas que intentan explotarla políticamente:
1. una operación de legitimación del Estado chileno (refundado por Pinochet) ante los trabajadores
2. un negocio mediático que ha convertido la vida de estas 33 personas en el pozo y su posterior recate en un espectáculo digno de Gran Hermano; y
3. una mistificación en términos humanitarios y biopolíticos de la relación entre el poder capitalista chileno y los trabajadores, con la que se esconde la lucha de clases bajo la defensa de un universal "derecho a la vida".

1. El Estado chileno fue refundado por Augusto Pinochet Ugarte con una constitución formal y material directamente dirigida contra la clase obrera. Se trataba, tras el golpe de Estado, de hacer jurídicamente y materialmente imposible una transformación social como la que estaba en curso durante el gobierno de Unidad Popular. La posterior "democratización" mantuvo al tirano y a sus cómplices en cargos oficiales y dejó encerrada en las prisiones de la "democracia" a numerosos combatientes contra la dictadura. El gobierno de izquierda tibiamente socialdemócrata de Bachelet y el actual gobierno "tecnocrático" de Piñera intentan hacer invisible esta situación. En el caso de Piñera, la "providencia" le fue recientemente favorable al provocar el accidente que sepultó a los 33 mineros. Gracias a él, desde el primer momento el presidente lanzó una auténtica campaña nacional por la salvación de los sepultados. La nación entera, los explotadores y los explotados, los ricos y los pobres, los pinochetistas y sus víctimas, todos tuvieron por fin algo en lo que coincidir. Cerrando aparentemente el sangriento episodio de lucha de clases que fue aquel ya lejano 11 de septiembre chileno, Chile resurgía en torno a su bandera y su presidente como un pueblo unido y orgulloso de su solidaridad con los obreros víctimas de la catástrofe. El mito de la nación vino así a esconder la realidad particularmente dura de la lucha de clases bajo el gobierno neoliberal de Piñera, que se expresa en un amplio programa de reestructuraciones y privatizaciones, cuyo episodio más señalado será el cierre de la mina en que estuvieron sepultados en vida. El rescate de los mineros se convierte así en un acto de interpelación de todos los sujetos chilenos como hijos de una misma patria, aunque las autoridades de esta "patria" sean fervientes neoliberales que culminan por otros medios la obra de Pinochet y los "Chicago boys". El capitalismo de la catástrofe vuelve así a aplicarse en Chile.

2. El negocio mediático en torno a la catástrofe se articula con la dimensión de acto de afirmación nacional de la operación de rescate, pero tiene una dimensión propia, específicamente comercial. En primer lugar, los medios de comunicación convirtieron el encierro de estas treintaitres personas en un pozo de mina en un espectáculo de telerrealidad. Convergían en él las principales dimensiones del "reality show". Destacaba en primer lugar el goce sádico de ver a estas personas encerradas e impotentes, acompañado por la pregunta no menos sádica de si aguantarían esta situación límite. Los médicos y los psicólogos permitieron a través de la televisión y de la prensa mantener la tensión y el goce, determinando "científicamente" los límites del aguante físico y mental. Los "mirones" (voyeuristas) también pudieron estar servidos, pues las imágenes de esos rostros fantasmagóricos en la oscuridad del pozo, apuntaban hacia esa otra realidad, la realidad invisible que es la causa misma del goce del mirón. La oscuridad y la dificultad con la que se consiguieron las imágenes aumentaba el misterio y con él la voluntad de ver aún más. La propia filantropía, el propio humanitarismo, la buena voluntad del gobierno y del público en genera son indisociables del sadismo, pues se alimentan del propio escenario sádico.

Todo esto, como se sabe, ha sido rápidamente integrado en la circulación de mercancías: el goce, la imagen tenebrosa, la ciencia incierta de médicos y psicólogos, incluso el saber de la NASA asomado al pozo, se han convertido en dinero para los medios de comunicación y para las propias familias de los mineros, desproletarizados por los medios de comunicación durante un tiempo, antes de que Piñera los ponga a valorizar su "capital humano" en el libre mercado, cuando se haya cerrado la mina y se haya acabado el dinero que han recibido por las "exclusivas". Con su habitual lucidez, Billy Wilder narró un acontecimiento similar ocurrido en los Estados Unidos de los años 40 en su película "Ace in the Hole" (El gran carnaval), en la que narra como se organiza un inmenso negocio mediático-turístico-humanitario en torno al rescate de una persona que había quedado atrapada en una cueva. Hoy la realidad supera la ficción, si no fuera porque la propia realidad, convertida en telerrealidad, fue inmediatamente transmutada en ficción, sin el genio, la ironía y la distancia del gran Wilder. Aquí puede invertirse el adagio de Hegel: "primero como comedia, luego como (mala) tragedia." Primero vino la amarga comedia de Wilder, después la tosca tragedia de los medios tardocapitalistas.

3. La tercera perspectiva desde la cual se ha explotado el acontecimiento que nos ocupa tiene una dimensión mucho más estratégica, se trata de la transmutación en catástrofe humanitaria de un hecho que tiene que ver directamente con la explotación y la lucha de clases. La presentación del obrero como "víctima", no ya de la explotación, sino de la fatalidad y como ser humano merecedor de la solicitud y el auxilio de los demás, es un elemento esencial del humanismo burgués. La compasión filantrópica siempre fue como afirma Jacques Rancière el centro de la ideología burguesa del hombre: "El hombre de la burguesía no es fundamentalmente el sujeto conquistador del humanismo, es el hombre de la filantropía, de las humanidades y de la antropometría, el hombre que se forma, el hombre al que se asiste, el hombre que se vigila y se mide."(Jacques Rancière, La leçon d'Althusser, p.23). Esto supone, que todo humanitarismo reconoce la existencia de un amo y de un saber que este posee y del que el trabajador se ve desprovisto. La idea de que existen las clases, en su orden necesariamente jerárquico y que la lucha de clases es un mero accidente superable conduce directamente a la aceptación del humanitarismo como ideología de la filantropía y la asistencia, y al rechazo consiguiente de todo auténtico antagonismo. Los amos, los patrones, el Estado, son los que saben: son los que van a educar a los obreros, los que los van a socorrer en su desgracia. Todo, menos imaginar que la vida sea posible sin amos. Como afirmaba elocuentemente el abogado de los "amos" en el proceso contra los obreros tejedores de Lyon en 1833: "En su delirio, han llegado a publicar que ya no habría amos y que la ropa se fabricaría mediante la simple mecánica de las asociaciones, sin crédito, sin responsabilidades y con hombres que serían iguales entre sí, no recibirían órdenes de nadie y ejecutarían su trabajo como les pareciera" (citado en J. Rancière, op.cit,p.169).

La mejor imagen del obrero, la única aceptable dentro del orden capitalista es la del sujeto pasivo de la asistencia humanitaria y filantrópica basada en el reconocimiento de la desigualdad entre los hombres. Las clases clasifican entre los que pueden y saben y una forma de vida cuanto más impotente y larvaria mejor. Dentro de ese orden pueden perfectamente integrarse en la universalidad de la nación, de la patria que vela por todos. El espectáculo del último rescate chileno constituye una ilustración elocuente y un medio de reproducción de esta temática ideológica.

sábado, 9 de octubre de 2010

La noria. Reflexiones sobre las últimas movilizaciones sindicales europeas



"In Cile i carri armati, in Italia i sindacati" (En Chile, los tanques, en Italia los sindicatos)
Pintada en un muro de Bolonia, 1977


1.
La gran manifestación de la Confederación Europea de Sindicatos que tuvo lugar en Bruselas el día 29 de septiembre constituyó, si no otra cosa, un experimento político interesante. En primer lugar dejó constancia de la impotencia del actual sindicalismo frente a un poder que no está en modo alguno dispuesto a negociar nada con la clase obrera que las organizaciones sindicales dicen representar. En segundo lugar, mostró de manera bastante clara que los sindicatos pueden desempeñar, respecto del proletariado realmente y mayoritariamente existente, un papel de reproducción del régimen capitalista y cumplir incluso la función de un auténtico aparato represivo de Estado.

Lo primero quedó perfectamente ilustrado por los acontecimientos. En primer lugar, hubo una gran manifestación de enlaces sindicales de empresas privadas y del sector público de toda la Unión Europea. En ella estaban bien representados los viejos sectores industriales y los servicios públicos, incluidos los de policía. Naturalmente, brillaba por su ausencia cualquier representación del trabajo precario o de la inmigración. Se trataba básicamente de burócratas sindicales, blancos y, en el mejor de los casos socialdemócratas. La consigna que agrupaba a esta amplia comitiva era: "Contra la austeridad: por el crecimiento y el empleo". Curiosamiente, "por el crecimiento y el empleo" es exactamente la consigna del Programa de Lisboa de la Comisión Europea. De lo que se trataba, por lo tanto, no era de discutir la legitimidad del "crecimiento y el empleo" como objetivos. No se trataba de abordar cuestiones espinosas como la del reparto de la riqueza, la generalización de un ingreso decente para todos los trabajadores, fijos o precarios, aun menos la de los límites ecológicos al crecimiento. Se trataba de ver cuál era la mejor manera de fomentar el crecimiento y el empleo, oponiendo al neoliberalismo de la Comisión Europea y de los gobiernos de la UE, cierta tímida e imprecisa dosis de keynesianismo. Esto es algo que comprendió perfectamente la dirección política de la UE, la cual no ardó en contestar a los sindicatos a través del presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, que "las economías de la Unión ya están creciendo y pronto estarán en condiciones de crear empleo" y que "las medidas de austeridad tenían que seguir adelante con este mismo fin". Al final de un defile sindical a la soviética, un consenso no menos afin a los que conociera el régimen de Brejnev. La noria de la economía capitalista dió así una vuelta más.

Coherentemente con este firme consenso, los organizadores de la manifestación habían llegado a un acuerdo de colaboración de su servicio de orden con la policía de Bruselas. El objeto de este arreglo era impedir que cualquier fuerza que representase una nota discordante participara en la manifestación. De ese modo, una 300 personas que procedían de un campamento de solidaridad con los inmigrantes (No Borders Camp) se vieron, sin la más mínima provocación, cercadas por la policía, mientra un representante sindical gritaba por su megáfono "los polis son también trabajadores, dejadles hacer su trabajo." Las 300 personas discordantes fueron así detenidas sin ningún motivo (es posible mediante la figura de la "detención administrativa") durante 8 horas, y cuatro de ellas fueron llevadas ante un juez acusadas sin ninguna prueba de la rotura de los cristales de una comisaría en otro barrio de la ciudad. La crónica de esta brutal normalización puede encontrarse en una reciente entrada del blog Quilombo.

2.
El hecho de que los sindicatos sean hoy impotentes cuando en otros momentos lograron arrancar importantes conquistas sociales en los países industrializados, responde al largo y por ahora infrenable avance del modo de regulación neoliberal del capitalismo. Para el sindicalismo clásico era posible negociar colectivamente las condiciones de trabajo de grandes ramos industriales con una patronal dispuesta a comprar la paz social a cambio de algún reparto de la riqueza. Esta negociación colectiva que terminó siendo la norma en los países de Europa occidental y en los Estados Unidos desde la primera guerra mundial (y la revolución rusa) hasta los años 70 ha llegado a su fin. En este momento, la revolución neoliberal ha conseguido imponer socialmente la lógica de la atomización de los trabajadores, la "desproletarización" que preconizaban los ordoliberales después de la segunda guerra mundial. Pero esa desproletarización ha podido llevarse a cabo de dos maneras: haciendo acceder a los trabajadores al consumo y haciendo de ellos miembros de la "clase media" como ocurrió en la Alemania de postguerra en el marco de la denominada "economía social de mercado", o bien transformando a cada trabajador en "empresario", si no de otra cosa, de sí mismo. El trabajador hoy está en situación de competencia generalizada en el mercado en tanto que propietario de una mercancía, su "capital humano".

Así, el trabajador es responsable de su situación de desempleo o de precariedad y la intervención pública frente al desempleo se basa en el mantenimiento de una cobertura social cada vez más exigua a cambio de una culpabilización cada vez mayor. Paradójicamente, los mismos que hacen imposible mediante las medidas neoliberales de "desproletarización" el mantenimiento de un empleo estable para la mayoría de la población, invocan valores centrados en el trabajo ("laboristas"), a la hora de culpar a los parados y precarios de su suerte. Estos serían unos vagos y unos irresponsables. Como en la teología del pecado original, indepndientemente de lo que se haga, siempre se es ya culpable. Aunque no exista empleo en el mercado de trabajo, se es culpable de no poder ofrecer el perfil adecuado a la demanda existente, de no tener el "capital humano adecuado". De ahí la interminable monserga de la "formación permanente" que no permite alcanzar un empleo estable ni realmente formarse, pero que mantiene y profundiza el sentimiento de inferioridad y la culpabilidad. El capitalismo muestra aquí su rostro religioso, como religión de la deuda y de la culpa, generalizando entre la población la idea de que la inseguridad del empleo y de los ingresos es culpa del trabajador.

3.
La idea de un mercado centrado en el intercambio de mercancías, permitía a los propietarios de la mercancía "fuerza de trabajo" organizarse en "carteles" para venderla más cara. Tal es el sentido auténtico de los sindicatos. En la actualidad, sin embargo, la desproletarización por medio de la transformación de todo trabajador en empresario que compite con todos los demás en un mercado, ha dejado en un segundo plano la idea de un intercambio de mercancías. El mercado no es ya fundamentalmente el lugar del intercambio mercantil, sino el de la competencia entre empresas de todos los tamaños, incluidas las individuales. Esto, desde luego reduce a casi nada el margen de actuación de los sindicatos. En el pasado los sindicatos fueron el representante colectivo de la fuerza de trabajo, que competía colectivamente en el mercado con los demás grupos económicos. Ese papel que otrora fue importante, es hoy residual. Los sindicatos mayoritarios son hoy los defensores de un sector menguante de la clase obrera, que negocia, siempre a la baja las condiciones de trabajo, los ingresos y las ventajas sociales de sus afiliados, mientras son incapaces de responder eficazmente al poder que opera esos recortes. La socialdemocracia realiza en el plano de la representación política una función semejante. De ahí que, hoy sea estrictamente suicida intentar reconstruir la izquierda a partir de una adaptación a un marco socialista de las instituciones políticas del capitalismo democrático como el parlamento y el Estado de derecho, instituciones que, si pudieron tener alguna virtualidad transformadora en otras coyunturas de la lucha de clases (Europa y Estados Unidos de postguerra), hoy sólo tienen una función mistificadora de ocultación de la lucha de clases y de imposición represiva del consenso.

Sindicatos y partidos de la izquierda "representativa" desempeñan con todo una función importante dentro del sistema: la de hacer creer que existe todavía una economía como espacio de representación y mediación de intereses y no una pura y simple dictadura del capital. Lo que consiguen estos aparatos profesionales de la representación de clase es transformar la lucha de clases en un espectáculo en que se enfrentan para conciliarse posteriormente dos clases preexistentes. Con ello se olvida algo, sin embargo, fundamental: que el proletariado no es representable, que sólo existe en y por la lucha contra el orden del capital y que, por consiguiente, no existe estrictamente relación entre él y las clases capitalistas. La lucha de clases no es una relación entre dos términos preexistentes, sino la imposibilidad de la relación entre los expropiadores y los expropiados.

Dada su cerrazón a la realidad actual del proletariado (fundamentalmente precario, crecientemente cognitivo y afectivo) sindicatos y partidos socialdemócratas mantienen posiciones suicidas y reaccionarias que recuerdan a las de los consejos judíos en la Europa del Este ocupada por los nazis. Estas tristes organizaciones impuestas por el ocupante a las poblaciones judías de los guetos tenían, como nos cuenta Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén el cometido de gobernar a la población en una situación de creciente decrepitud, hambre y miseria provocada por el propio ocupante. Sus dirigentes creían gracias a esa actitud de colaboración, que llevó hasta la creación de una policía judía que facilitaba la gestión del exterminio, que al menos un sector de la población,ellos mismos, los notables, podría salvarse. "Sabemos-dice Hannah Arendt- cuáles eran los sentimientos de los responsables judíos que se habían convertido en instrumento de los asesinos: se comparaban a capitanes "cuyo barco iba a naufragar y que conseguía llevarlo a puerto echando por la borda la mayor parte de un preciado cargamento; a salvadores que "salvaban a mil personas sacrificando a cuen, a dize mil, sacrificando a mil. .(...) Y ¿a quienes se salvaba en virtud de esos "principios sagrados"? A los que "toda la vida han trabajado por la zibur (comunidad)" -es decir a los responsables judíos- y a los judíos eminentes".

Ni siquiera sobrevivieron los "judíos eminentes" que aceptaron estas infames transacciones. Quienes más aumentaron sus posibilidades de supervivencia, fueron los que optaron por la lucha y se unieron a los partisanos. En este momento los sindicatos, si no quieren caer en la indigna y suicida función de una colaboración en último término suicida, no tienen otra solución para sobrevivir y para que vuelvan a existir derechos sociales dignos de ese nombre, que abrirse a la mayoría social que hoy ya son los trabajadores precarios. Para ello, han de liberarse de la ideología laborista culpabilizante que asocia los ingresos a un trabajo permanente y deben participar en la búsqueda colectiva de una nueva gestión social de la riqueza que desvincule -no sólo para el capital financiero- los ingresos y el trabajo. Mientras sindicatos y partidos de izquierda sigan siendo incapaces de comprenderlo, continuarán, mientras existan, dando vueltas a la noria de una economía insensata

martes, 28 de septiembre de 2010

Más detenciones, más presos políticos en el País Vasco



"Règle générale : quand un régime promulgue sa loi des suspects, quand il dresse ses tables de proscription, quand il s'abaisse à chercher d'une main fébrile dans l'arsenal des vieilles législations les armes empoisonnées, les armes à deux tranchants de la peine forte et dure, c'est qu'il est atteint dans ses œuvres vives, c'est qu'il se débat contre un mal qui ne pardonne pas, c'est qu'il a perdu non seulement la confiance des peuples, mais toute confiance en soi-même."/ "Regla general: cuando un régimen promulga su ley de sospechosos, cuando establece sus listas de proscritos, cuando se rebaja a buscar con mano febril en el arsenal de sus viejas legislaciones las armas ponzoñosas, las armas de doble filo de la pena fuerte y dura, es que ya está tocado en su fuerza vital, lucha contra un mal que no perdona; no sólo ha perdido la confianza de los pueblos, sino toda confianza en sí mismo" (Emile Pouget, Les lois scélérates de 1893-1894/Las leyes canallas de 1893-1894)

============

Las últimas detenciones ocurridas en el País Vasco siguen la lamentable tónica de las precedentes. Las personas detenidas desarrollaban todas ellas actividades políticas pacíficas y legales y lo hacian a la luz del día. Ciertamente, los militantes de Askapena, son favorables a la autodeterminación y a la independencia del País Vasco, también auspician para este país un orden social postcapitalista. En esos objetivos coinciden ciertamente con muchas personas que hoy no pueden expresar su opinión mediante el voto, pero que, ciertamente representan un buen porcentaje de la población vasca. En los objetivos de autodeterminación, han venido siendo respaldados, hasta la prohibición de la izquierda abertzale, por un 60% de la población de su país. En los objetivos anticapitalistas también los secunda otro importante sector dentro y fuera del País Vasco.

De lo que se les acusa hoy es de que sus objetivos políticos coincidieran con los de ETA y de que sus nombres aparecieran en documentos incautados a miembros de esa organización armada. Muy endebles argumentos para privar a las personas de libertad en una democracia. Ya se sabe el uso que hizo la junta militar argentina de las agendas personales de los guerrilleros que caían en sus manos: todos los que en ellas figuraban, amigos, parientes o personas con sus mismas ideas políticas eran detenidos, torturados, eliminados. No se trataba de neutralizar la violencia armada, siempre minoritaria, sino de neutralizar a amplias corrientes sociales y políticas. Un grupo armado con objetivos políticos puede coincidir en sus objetivos con amplios sectores sociales que no comparten los mismos medios. Ello no significa en buena lógica que todos quienes integran estos sectores políticos sean "violentos", sino que algunos "violentos" comparten los objetivos políticos de estos sectores. Sería sorprendente que los jueces españoles considerasen que los ultraderechistas y racistas armados que votan al PP o al PSOE contaminan irreversiblemente a estas organizaciones políticas. ¿Acaso esperan encontrar en la agenda de un militante de ETA contactos con la derecha españolista? A fuerza de olvidar que existe un problema político en el País Vasco y un gravísimo problema constitucional y social en el Estado Español, llegan a criminalizar todo antagonismo real, a matar toda vida política efectiva.

La metonimia de la agenda permite reconstituir una red, pero no la red de la organización armada, sino la del movimiento político y social con cuyos objetivos coincide la organización armada. En otros términos, por la metonimia de las agendas y por la analogía que informa el propio concepto -profundamente antijurídico- de "terrorismo", termina aplicándose el principio número uno del derecho penal de las dictaduras que conoció su época dorada durante el régimen nazi y en los regímenes que de él se inspiraban: "nullum crimen sine poena", "no hay delito sin pena". Lo que pasa es que para aplicarlo es necesario no sólo castigar a quien comete actos violentos bien tipificados, sino a su supuesto "entorno" y esto es simplemente contrario al principio básico de legalidad en derecho penal que fue expresado por Feuerbach (el jurista) mediante la máxima: "nullum crimen, nulla poena, sine lege"; "ningún crimen, ninguna pena sin ley". Según el derecho penal liberal, para castigar un acto delictivo, este ha debido previamente ser definido de manera precisa y rigurosa, a fin de evitar la metonimia de las agendas y la analogía del "terrorismo", que castiga tanto al enemigo armado del Estado como a quienes comparten sus ideas y objetivos políticos o incluso a los miembros casuales de su "entorno". Un "entorno" que llega muy lejos, a Colombia, a Venezuela y a dondequiera que haya un nombre en una agenda. Con esta lógica todos somos presuntos "terroristas". Esta amalgama antijurídica es la que inspira la persecución estrictamente política dirigida contra el conjunto de la izquierda independentista vasca; es la que hace que el Estado español cuente con el mayor número de presos políticos de Europa, compitiendo en ignominia con la semidictadura militar turca.

Cuando ETA acaba de declarar una tregua unilateral y la izquierda abertzale está iniciando los contactos con mediadores internacionales indispensables para un genuino proceso de paz, la actuación de los magistrados y de la fiscalía españoles contra los sectores más comprometidos con este proceso muestra la verdadera cara del régimen. Es de esperar que la firme voluntad de paz de la sociedad vasca evite esta vez que vuelva a descarrilar el proceso y que el Estado español restañe su maltrecha legitimidad presentándose como una pacífica democracia en lucha contra la violencia, haciendo olvidar las cunetas rebosantes de cadáveres que son los verdaderos cimientos del régimen actual.

A fin de evitar que el nuevo proceso de paz que hoy puede desarrollarse fracase como los anteriores, es urgente la derogación del conjunto de las leyes antiterroristas y la inmediata liberación de los centenares de presos políticos que estas leyes antidemocráticas y antijurídicas han conducido a prisión. Es indispensable la inmediata puesta en libertad de los militantes de Askapena recientemente detenidos. El Estado Español debe cumplir sus compromisos internacionales en materia de derechos de los individuos y de los pueblos y no limitarse a dar "lecciones de democracia" a otros países.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Huelga y lucha de clases

"el salario constituye la forma más radical de privatización pues no es otra cosa que el precio de mercado de la mercancía capitalista por excelencia, la fuerza de trabajo."
Huelga decirlo, la huelga es necesaria. Necesaria como medida evidente y elemental de resistencia ante una ofensiva feroz y sin final previsible. Necesaria también desde otro punto de vista: las organizaciones sindicales que representan o dicen representar lo que queda del trabajo de contractualidad indefinida llaman a un movimiento testimonial cuya derrota ellos mismos predicen e incluso auspician. Esta limitadísima representación no puede corresponder a la actual composición social del trabajador colectivo: la mayoría de los trabajadores y de las personas que contribuyen a la reproducción de esta sociedad sin llamarse trabajadores (jubilados, amas de casa, niños, parados, marginados, errantes etc.) necesitan ir más allá de lo representable por los sindicatos, partidos y demás aparatos de Estado y seguir dando valor no a su trabajo, sino a sus propias vidas. La huelga debe para ello afirmar la fuerza social de quienes producen y constituyen en sus propios cuerpos y vidas los comunes productivos mediante su inteligencia, su imaginación y sus afectos, sin los cuales ninguna producción sería posible. Y es que sin algo tan común, en todos los sentidos del término como el lenguaje y el afecto, como el amor de lo colectivo y de lo compartido, sin la comunicación e incluso el malentendido, ninguna sociedad sería posible. Ni el lenguaje ni el afecto pertenecen ni pueden pertenecer a ningún patrón. La huelga debe proyectarse más allá del trabajo y del salario como afirmación soberana de lo común y de sus productores. Ante el fracaso ridículo del capitalismo y de sus comparsas laboristas que sólo reconocen como productivo de valor al trabajo asalariado, se trata de afirmar no ya que otro mundo es posible, sino que el del capitalismo está dejando de ser real, se convierte como el extinto socialismo real en fantasma de sí mismo.

La crisis somos todos: la crisis no es una crisis que los capitalistas nos impongan, sino algo que el trabajo vivo asalariado y no asalariado, en cualquier caso ya no definible por el salario, ha impuesto al propio capital. Por eso no tiene sentido hablar de que "ellos nos imponen su crisis". El principal motivo de la crisis es el endeudamiento público y privado generalizado con el que el trabajador colectivo ha respondido a la ofensiva neoliberal en su propio terreno. Frente al eclipse del Estado del bienestar programado por los neoliberales, ha impuesto el endeudamiento público como manifestación por excelencia de lo común. La crisis es el resultado de la incompresibilidad del deseo de quienes producen lo común, de los únicos que hacen el mundo y que no son desde luego los capitalistas. Deuda pública y privada no son más que un modo de (re)apropiación de la riqueza común por parte de las mayorías. Por mucho que haya puritanos en la izquierda que critiquen esta actitud como consumista.

Hoy lo más utópico e inviable son las consignas reformistas: pleno empleo, mantenimiento de los servicios públicos estatales etc. Son simplemente irrealizables en el marco actual, el de un capitalismo que nunca más volverá atrás, al modelo fordista y keynesiano o a sus caricaturas socialistas. Y no lo hará, porque el proletariado realmente existente ha impuesto el abandono del fordismo que sólo sigue siendo una utopía para cierta izquierda poco al tanto de la "situación concreta". Lo realista hoy es exigir la apropiación colectiva de la riqueza mediante formas de renta enteramente disociadas del trabajo. Hacer lo que ya hacen los capitalistas financieros, pero de forma generalizada, convirtiendo el acceso a la riqueza común en el derecho básico de una nueva ciudadanía. Lo realista hoy es reivindicar el comunismo como democracia basada no en la propiedad privada o pública, sino en el libre y general acceso a los comunes.

La huelga fracasará si sigue limitándose a la franja asalariada con contrato indefinido (mal) representada por los sindicatos y por la izquierda tradicional. Debe adquirir la dimensión de la producción efectiva actual y hacerse metropolitana: no paralizar los centros de producción y administración, sino el propio tejido urbano, desde los poros mismos del tejido de (in)comunicación y afectosque hace y reproduce en cada momento la sociedad como tal. Parar es hacer cosas tan absurdas como hablar con cualquier desconocido de lo que nos ocurre individualmente y de lo que nos ocurre a todos, afirmar por doquier el desprecio hacia quienes pretenden mandarnos y representarnos. Participar en las manifestaciones y huelgas, pero no de cualquier manera, rechazando no esta economía, sino la lógica de la economía en general. Se trata de salir de la trampa de los supuestos "intereses de clase" que los sindicatos y partidos de izquierda dicen representar e incluso "conocer". El único interés "de clase" del proletariado es dejar de serlo: por ello mismo, quienes pretenden representarlo y reforzar su "identidad de clase" sólo consiguen ser fieles agentes de la "economía", esto es de la reproducción del capital.

El griego moderno tiene una misma palabra para "orden" y para "clase": "taxi". Es la raíz de la palabra taxinomia, utilizada en biología para referirse a la clasificación de las especies animales. En el término "clase", como en todo lo que tiene que ver con el poder biopolítico de la economía anida la animalización de nuestra especie por medio de su despolitización. La gran paradoja del marxismo es que la lucha de clases proletaria, incluso la dictadura del proletariado, no tienen por finalidad representar los intereses del proletariado, sino abolir al proletariado como tal, suprimir la definición de los explotados como clase que es inseparable de la propia explotación.

La lucha de clases no es una relación entre dos términos, dos clases, sino más bien la imposibilidad de constituir un todo social pacificado cuando la sociedad se basa en la explotación, la necesaria y permanente división del todo social, la imposibilidad de una relación constitutiva. No hay complementariedad posible entre las clases: una tiene una existencia plena y se organiza en Estado, en poder dictatorial que reproduce la explotación y expropia los comunes mediante la propiedad pública o la privada; la otra tiene una existencia evanescente que coincide sólo con su resistencia. El proletariado no reivindica ninguna propiedad, sea esta pública (estatal) o privada, sino el acceso a la riqueza productiva común. No hay así encuentro posible entre el proletariado y la burguesía, no es posible ninguna coincidencia. Entre estas clases que no son dos, pero que no pueden ser un Estado, pasa lo mismo que según Epicuro nos ocurre con la muerte: cuando ella está, nosotros no estamos, cuando nosotros estamos, ella no está. Como recordaba Louis Althusser en su Respuesta a John Lewis: "hay que superar la imagen del campo de rugby, por lo tanto, de dos grupos de clases que llegan a las manos, para considerar lo que hace de ellas clases y clases antagonistas: a saber la lucha de clases. Primacía absoluta de la lucha de clases (Marx, Lenin). No olvidar nunca la lucha de clases (Mao)." No hay copresencia de las clases, no hay relación entre ellas. La lucha de clases, al igual que la relación sexual según Lacan, es una no-relación. Por mucho que se empeñen en convencernos de lo contrario los distintos aparatos del Estado capitalista, no hay ni puede haber relación social entre las clases.

jueves, 3 de junio de 2010

Una flotilla contra el racismo

Que Israel es un Estado racista es algo que no debiera suscitar ninguna duda a poco que se atienda a lo que racismo significa. Suele sostenerse, en efecto, en coincidencia con los propios racistas, que el racismo consiste en considerar que existen razas humanas superiores y otras inferiores. Se afirma incluso, con algo más de acierto, que racismo es afirmar la existencia de razas. Frente al primer tipo de racismo, la conciencia humanitaria democrática más ingenua se rebela afirmando que todas las razas son iguales. Frente al segundo, una forma de conciencia democrática con cierto baño de ciencia sostiene que las razas no existen. El problema de estas respuestas es que eluden el núcleo mismo del racismo: la primera, porque acepta la problemática manifiesta del racismo y su discurso entre biológico y cultural sobre las razas, la segunda, porque, aún teniendo científicamente razón en la negación de la existencia de las razas humanas, no es capaz de dar cuenta del fundamento en que se basa la práctica efectiva de los racistas. Y es que el terreno mismo de la raza como espacio discursivo es una mera forma sintomática del racismo que por sí misma no nos permite acceder a lo que éste es en tanto que práctica real. Esto no significa que el racismo biológico no tenga importancia, particularmente en el racismo colonial israelí, pues una experta percepción biológica de los rasgos físicos de los individuos es lo que ha permitido, por tomar un ejemplo reciente y sangriento, a la armada israelí disparar sólo a los pasajeros y tripulantes más "morenos" del Mavi Marmara evitando matar europeos. Como sabemos, sin embargo, el ejército israelí no ha dudado tampoco en asesinar a personas de origen europeo e incluso a judíos cuando estos se interpusieron entre sus armas y excavadoras y la población palestina. La práctica israelí del racismo no se limita al racismo "biológico".

El Estado israelí es racista, no -o no sólo- porque haya decretado la inferioridad racial y cultural de la población palestina, sino porque mucho antes había decretado que esta no existe. Los fundadores del sionismo habían definido a Palestina como "una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra"; como el vacío geográfico y demográfico en que podría realizarse una utopía. En este contexto Theodor Herzl publicará su relato Altneuland, en que describe, ignorando prácticamente toda vida árabe en Palestina el viejo nuevo mundo de un Israel redivivo tras su desaparición en la Antigüedad. Como siempre ocurre con las utopías, la de Herzl necesitaba una tierra virgen o, mejor aún un lugar que no es un lugar, un lugar que no existe realmente pues reponde a imperativos contradictorios: que sea Palestina, pero no la Palestina real poblada mayoritariamente por árabes. La tierra que buscaba Herzl no existía en el mundo real y mucho menos podía corresponder a la Palestina histórica donde desde siglos se había venido desarrollando uno de los polos más importantes de la civilización árabe. Palestina era una tierra cuyos campos y ciudades distaban de estar despoblados. Los sionistas decidieron con todo ignorar la realidad; primero con el apoyo del Barón Rotschild quien financió importantes implantaciones judías en Palestina y posteriormente mediante la imprescindible ayuda de la potencia tutelar británica que reconoció el derecho de los judíos a tener un "hogar nacional" en Palestina mediante la declaración Balfour. Todo ello burlando el derecho internacional en nombre del carácter "semicivilizado" del pueblo árabe. La deportación masiva de judíos alemanes a Palestina negociada por los sionistas con el mismísimo Eichmann fue otra etapa importante e ignorada de la ocupación de Palestina. La proclamación unilateral del Estado de Israel y de su independencia en 1948 unida a la expulsión de centenares de miles de palestinos árabes marcó, sin embargo, un salto cualitativo: desde entonces el Estado de Israel, Estado sin constitución y sin fronteras definidas no ha hecho más que realizar su promesa fundacional, hacer verdad la mentira en que se basa. Desde 1948 la colonización de tierras palestinas ha proseguido sin interrupción hasta hoy a través de las guerras y del cínico e infinito "proceso de paz". El resultado es la transformación de la tierra árabe palestina en un archipiélago de "bantustanes" perfectamente comparable a la Sudáfrica del apartheid. La gran diferencia con la Sudáfrica del apartheid es, sin embargo, que a Israel no le basta con explotar a los palestinos: su objetivo es que la existencia de estos se identifique progresivamente con el vacío auspiciado por los primeros sionistas.

Para ello, el método privilegiado por Hitler para convertir a Polonia en "una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra" (en este caso el alemán) no se lo pueden permitir quienes dicen representar a las víctimas del Holocausto. Es necesario por consiguiente, sin llegar a la solución final hitleriana, recurrir a dos de los recursos que el nacionalsocialismo había utilizado con éxito: el gueto y el campo de concentración. Estas instituciones de encierro y de degradación cumplen en la práctica sionista, como en la práctica general del racismo, un papel fundamental: el de servir de matriz a la producción de la "raza" como "raza inferior" y degenerada. Nada mejor que concentrar en un recinto cerrado a un grupo de personas en situación de extrema indefensión y miseria para que aparezcan como una raza inferior, sucia, inculta, enferma, fanática. No de otro modo veían los nazis del Gobierno General de Polonia a los judíos del gueto de Varsovia. "Sólo es una rata" dijo Frank, el proconsul nazi de Polonia, a Curzio Malaparte cuando este vio cómo disparaban los soldados de su escolta a un niño judío miserable que había salido del gueto por una agujero abierto debajo del muro. Otros vieron cómo en Hebrón balas del ejército israelí abatían a tiros a un niño palestino por el espantoso crimen de llevar a casa un melón comprado en una tienda. Probablemente pasara por la cabeza del valiente soldado israelí la misma reflexión de Frank en Varsovia. Mediante estos dispositivos de encierro el racismo biológico verifica sus propios diagnósticos y hace del pueblo declarado inferior una forma de vida débil y enferma que constituye un peligro de infección y de contagio para la vida sana del pueblo elegido.

Como sostiene Foucault, no son las profecías autorrealizadas del racismo científico ni los dispositivos puestos a su servicio lo esencial en el racismo. El racismo es un acto brutal de soberanía, un acto de soberanía en un contexto de poder biopolítico donde parece que la soberanía ha desaparecido en favor del fomento de la vida y de la riqueza y el poder se nos muestra como mero gestor del derecho a la vida. Racismo es el regreso del poder soberano como derecho a matar en el contexto de la legitimación biopolítica del poder. El soberano mata así en nombre de la vida, de la protección de la vida. La brutalidad racista del Estado de Israel se basa en la afirmación unilateral de que todo debe ser posible para proteger a los descendientes de las víctimas del Holocausto. El discurso racista no es así fundamentalmente un discurso de la raza, sino de la vida y de su protección. La vida de unos se convierte en valor absoluto y único y permite deshacerse de cualquier escrúpulo a la hora de liquidar la de otros. El poder soberano carece así de límites y puede matar sin tasa sin necesidad de declarar la guerra ni de respetar sus leyes. Basta declarar que la población palestina, por el hecho de permanecer en ese país que debía estar vacío es una amenaza para la existencia de los judíos en Palestina, que los palestinos son intrínsecamente fanáticos, terroristas incapaces de negociar lo único que realmente les propone Israel y que la "comunidad internacional" está dispuesta a aceptar: su desaparición. Por extensión, terroristas somos también todos los que nos negamos a que el horror del gueto de Varsovia se reproduzca día tras día en suelo palestino. Terroristas son asimismo los nobles y valientes tripulantes y pasajeros de la bien llamada "flotilla de la libertad". Están previstas nuevas oleadas de barcos de la libertad hacia Gaza, barcos que vienen de Occidente, pero que por una vez no son los de los cruzados y otros ocupantes, sino los de personas que aceptan el enorme riesgo y el insigne honor de convertirse en "terroristas" para los israelíes, y en "shuhadá'" (mártires) para los palestinos. Sólo mediante este tipo de acciones y de campañas, que apoyan la resistencia de los palestinos y reafirman la vida árabe en Palestina, su fuerza y su legitimidad podremos acabar con la pesadilla que representa el ensueño de Herzl y devolver Altneuland a la literatura fantástica.


miércoles, 12 de mayo de 2010

El mercado o la "República de los demonios" (Algunas reflexiones sobre la crisis actual a partir de una hipótesis de Kant)




Quaerebam unde malum et non erat exitus ("Buscaba el origen del mal y no encontraba solución") San Agustín, Confessiones, 7,7.11)

El problema de la relación entre política y moral se plantea de dos maneras en el pensamiento de Kant. Antes de la revolución francesa, en la Idea de una historia universal desde una perspectiva cosmopolita (1785) la solución del problema político, esto es la búsqueda de un ordenamiento político acorde con la dignidad humana y la libertad individual, se cifraba en alcanzar una sociedad regida por el derecho en la que se respetasen los derechos de los individuos y estos pudieran ser los legisladores de las normas que se les aplican. Para obtener este resultado era necesario, según Kant, que las semillas de moralidad que la naturaleza ha puesto en el hombre se desarrollasen progresivamente. Ahora bien, este desarrollo, en un ser hecho de una "madera curva" como es el hombre, no puede ser directo ni rápido. Las pasiones humanas, la violencia, la competitividad, la propia guerra, serán los impulsores de este progreso, pues gracias a ellos el ser humano comprenderá la necesidad de alcanzar mediante el contrato social el estado jurídico como mejor modo para preservar la libertad de cada uno. Así, el avance hacia la libertad a través del derecho es un proceso lento e imprevisible como las grandes revoluciones de los sistemas planetarios.

La perspectiva de Kant se modifica, radicalmente con la revolución francesa, en la cual ve cómo la política ha permitido acelerar de modo antes inimaginable el proceso de instauración del orden jurídico, sin recurrir necesariamente a un desarrollo de la moralidad en el hombre. La política se presenta para Kant como un espacio con su propia autonomía, basado en el interés bien entendido de los individuos. A fin de ilustrar la hipótesis de una política pura, dotada de su propia racionalidad independiente de la moral, Kant formulará la hipótesis de una sociedad de demonios organizada por el derecho: "«El problema del establecimiento del Estado tiene solución, incluso para un pueblo de demonios, por muy fuerte que suene (siempre que tengan entendimiento), y el problema se formula así: «ordenar una muchedumbre de seres racionales que, para su conservación, exigen conjuntamente leyes universales, aun cuando cada uno tienda en su interior a eludir la ley, y establecer su constitución de modo tal que, aunque sus sentimientos particulares sean opuestos, los contengan mutuamente de manera que el resultado de su conducta pública sea el mismo que si no tuvieran tales malas inclinaciones». Un problema así debe tener solución. Pues no se trata del perfeccionamiento moral del hombre sino del mecanismo de la naturaleza; el problema consiste en saber cómo puede utilizarse este mecanismo en el hombre para ordenar la oposición de sus instintos no pacíficos dentro de un pueblo de tal manera que se obliguen mutuamente a someterse a leyes coactivas, generando así la situación de paz en la que las leyes tienen vigor.» (Immanuel Kant, La Paz Perpetua, Suplemento primero).

De lo que se trata, por consiguiente en la hipótesis de Kant es de que personajes absolutamente amorales e insolidarios lleguen a constituir un orden de derecho teniendo en cuenta simplemente su propio interés. Aquí Kant no puede no estar pensando en las formulaciones paralelas del mismo problema que se encuentran en Adam Smith. Para Smith, como se sabe, el problema de la sociedad consiste en que, si bien existe por momentos simpatía de unos individuos hacia otros, esta no llega a compensar el egoismo que es permanente. La sociedad tiene, pues que fundarse sobre el egoismo y no sobre la solidaridad y la virtud moral y cívica. Como afirma Smith en la Teoría de los sentimientos morales, la sociedad La sociedad "puede subsistir entre los hombres, tal como subsiste entre los mercaderes, por el sentimiento de su utilidad, sin ningún vínculo afectivo: aunque ningún hombre estimase a otro por los deberes y lazos de la gratitud, la sociedad puede seguir manteniéndose mediante el intercambio interesado de servicios mutuos a los que se ha asignado un valor convenido." La solución de Smith se basa en el juego recíproco de los egoismos que termina produciendo resultados acordes al intereses general. La república de los demonios de Kant se basa en principios semejantes, con la diferencia de que los demonios convienen, no en una transacción comercial, sino en una constitución política. Pero esto no constituye una enorme diferencia, pues la constitución política de los demonios sólo podrá ser aquella que dé libre curso a sus egoismos, esto es la que permita que el mercado se autorregule libremente sin interferencias del poder político que no estén destinadas a restablecer el correcto funcionamiento del propio mercado según leyes de protección de la propiedad y de la competencia.

La república de los demonios de Kant tiene la particularidad de ser formalmente indistinguible de una república que tuviera por principio la virtud. La virtud cívica y la máxima depravación, cuando se integran en el juego de los mecanismos de mercado dan resultados semejantes. La radicalidad de Kant le conduce a tener que reconocer este hecho. En ello coincide con el principio básico de la teoría política liberal que se ha presentado como la teoría política del "mal menor" (Cf. Jean-Claude Michéa, L'empire du moindre mal). Para el liberalismo, el buen gobierno no es el que propugna un bien o una felicidad imposibles y erradica el mal, sino el que fomentando determinados equilibrios entre males parciales evita los males mayores que son la miseria y el despotismo. El instrumento privilegiado de esa búsqueda del mal menor será el mercado. Al abrir y reproducir constantemente el espacio del mercado, el Estado liberal permite a los canallas dar libre curso a sus pretensiones, a condición de que lo hagan en condiciones formalmemente iguales a las de los demás canallas. En último término, esta lógica obliga a las personas decentes a comportarse como canallas y permite estos actuar con toda la libertad posible.

La teoría del mal menor no es patrimonio exclusivo de los clásicos del liberalismo a los que se refiere Michéa, pues es también una inspiración fundamental de los neoliberales. Esta teoría llega en efecto a una cima de cinismo en la obra del premio Nobel de economía Gary Becker, quien sostiene que el delito debe considerarse como una actividad económica normal, con sus riesgos propios y sus ventajas y desventajas sociales. Según afirma Becker en su artículo de 1968 Crime and Punishment: an economic approach (Crimen y castigo: un planteamiento económico): "Se puede considerar que una multa es el precio de un delito, pero también puede considerarse así cualquier otra forma de castigo; por ejemplo, el precio de robar un coche pueden ser seis meses de cárcel. La única diferencia son las unidades de medida: las multas son precios medidos en unidades monetarias, las penas de prisión son precios medidos en unidades de tiempo. A fin de cuentas aquí son preferibles las unidades monetarias, pues se les suele dar preferencia a efectos de cálculo y contabilidad." A este respecto, Roberto Saviano nos ha informado con precisión en su documentado libro Gomorra de cómo la mafia es un elemento fundamental en la agilización de los mecanismos de mercado y una útil palanca de la mundialización capitalista.

En la actualidad nos econtramos con otro fenómeno, derivado de esta misma lógica, que ilustra el funcionamiento del orden constitucional de la república de los demonios. Se trata de un tipo de títulos financieros cuyos efectos la mayoría de los griegos y de los españoles y portugueses empiezan a sentir de manera brutal, los CDS (del inglés Credit Default Swaps traducido por "permutas de incumplimiento crediticio"). Estos títulos financieros son el equivalente de una apuesta sobre la quiebra de un deudor. Su valor depende, por lo tanto, de las posibilidades de suspensión de pagos del deudor. El interés de quien los detenta consiste en que la suspensión de pagos se produzca. Son, como han dicho destacados economistas, el equivalente a una póliza de incendio sobre la casa del vecino, en la que el titular cobraría una indemnización de producirse el percance. Estas pólizas, de momento están prohibidas en el ámbito del seguro por las criminales tentaciones que podrían suscitar, pero no lo están en el de la finanza y aún menos en el de la finanza internacional donde se juega con los títulos de deuda pública de los países y se apuesta a la quiebra de las finanzas públicas.

Conforme a las teorías de Gary Becker, este tipo de títulos debe considerarse como otro cualquiera, del mismo modo que el atraco, el asesinato o el secuestro deben verse como actividades económicas equiparables a las demás. Esto nos muestra, sin embargo, los límites de un sistema, como el liberal que pone teóricamente en pie de igualdad a los demonios y a los santos, suponiendo que el equilibrio de los egoismos produciría un mal menor. En realidad lo que ocurre es que de la mera suma de egoismos no surge nada común que no sean las leyes mismas que rigen el infierno. El mal menor se convierte así en un mal ilimitado. Si se aspira a una sociedad solidaria, lo común no podrá obtenerse nunca como resultado de mecanismos de mercado o de formas de representación política articuladas con el mercado, sino establecerse como presupuesto. Lo común es el fundamento último de toda sociedad. Una sociedad basaba en la propiedad, esto es en la expropiación de lo común -poco importa que la propiedad sea privada o pública: los socialismos históricos han conducido a una forma caricatural de lo mismo- sólo puede constituirse como una república de los demonios. No se trata aquí de una crítica moral, sino de una crítica dirigida a la constitución material del Estado capitalista. Si aquí hablamos de demonios es por acompañar a Kant en su útil metáfora del orden de mercado y no porque creamos en Dios ni en los demonios. Los demonios realmente existentes no son sino los tiburones de la finanza y del capital y su infierno, nuestro infierno, se llama mercado.