1.
Casi un año después del inicio de un nuevo movimiento social contra el neoliberalismo en la fecha ya emblemática del 15M, los dos sindicatos mayoritarios del Estado español, Comisiones Obreras y UGT, han decidido convocar una huelga general. Vale la pena recordar que esta huelga viene impulsándose en distintos sectores sociales desde hace más de un año. Ya con el gobierno anterior, la gestión neoliberal de la crisis se hizo sentir entre los trabajadores en términos de deterioro de los salarios y de las condiciones de trabajo, pero también de adaptación del texto de la constitución a la hegemonía del capital financiero. La constitución formal del Estado español, gracias a la reforma impulsada por el PSOE y apoyada en su momento por el PP, dio oficialmente la prioridad a la deuda financiera sobre la deuda social, haciendo constitucionalmente imperativo el pago de la deuda pública por encima de cualquier otra consideración de interés general o de atención a los derechos y necesidades de los ciudadanos. La reforma laboral del PP que hoy rechazan -parcialmente- los sindicatos mayoritarios es un paso más hacia la realización del programa neoliberal. Después de un siglo de conquistas sociales del movimiento obrero que introdujeron en el ámbito jurídico esa anomalía que se denomina « contratación colectiva », la actual reforma pretende limitar el ámbito de aplicación de esta última lo más posible hasta acercar el contrato laboral (enmarcado por una contratación colectiva) al contrato mercantil ordinario en el que se asocian las voluntades de dos personas físicas o jurídicas cualesquiera sin tener en cuenta sus diferencias sociales. Por otra parte, la flexibilización del despido que introduce la nueva ley incide en el mismo sentido, liquidando la especificidad social de las relaciones empresariales y disolviéndolas en las relaciones ordinarias de mercado. Los sindicatos mayoritarios, por fin, han reaccionado a esta nueva ofensiva convocando una huelga general con el objetivo de "negociar" con el gobierno "cambios" en la ley de reforma laboral, pero sin exigir la retirada o la derogación del texto.
2.
La posición de los sindicatos es defensiva: de lo que se trata para ellos no es de conquistar o preservar un espacio de libertades y derechos para los trabajadores, sino de lograr que sólo se imponga un mal menor, que la reforma sea algo menos lesiva para los intereses de los trabajadores asalariados con contrato de duración indefinida que constituyen las bases de los grandes sindicatos. Las burocracias sindicales forman parte de los aparatos del Estado capitalista que las financia y les da rango de intelocutores válidos. Su función como aparatos de Estado es ejercer un arbitraje entre los intereses de sus bases -cada vez más exiguas- y los del capital. Su único programa en positivo consiste en una serie de reivindicaciones utópicas y nostálgicas: pleno empleo, contratación indefinida, Estado del bienestar basado en el trabajo etc. Su espacio político y mental es el del viejo compromiso fordista-keynesiano que garantizó hasta los años 70 en los países de la Europa democrática -no en el nuestro, donde el franquismo sólo produjo una caricatura- niveles importantes de bienestar social, de reparto de la riqueza y de presencia política de los trabajadores representados a través de las grandes organizaciones de la izquierda. Hoy, queda ya bastante poco cuantitativa y cualitativamente de ese viejo compromiso que la burguesía se apresuró a liquidar cuando el ascenso del nuevo movimiento obrero de finales de los 60 y principios de lo 70 ya lo había puesto en jaque. A partir de un determinado nivel de hegemonía social de los trabajadores, el fordismo y el keynesianismo habían generado, como bien explica el informe de la Comisión Trilateral sobre « La crisis de la democracia » (1975) unas sociedades "ingobernables" para el capital. "Ingobernables" significaba aquí que el trabajo en estas sociedades producía cada vez menos ganancia para el capital. De ahí que fuera necesario un programa general de desregulación del trabajo como el que hoy estamos viendo culminar en Europa al calor de la crisis financiera y de la explotación terrorista de la deuda por los Estados y las distintas instancias del mando capitalista.
3.
El neoliberalismo -como lo fuera en su tiempo el fascismo- constituyó lo que en términos de Antonio Gramsci se denomina una "revolución pasiva", esto es el aprovechamiento de la energía de un movimiento revolucionario insuficientemente fuerte- como el de finales de los 60 en Europa- para provocar una ruptura del sistema, para reorganizar los mecanismos de dominación de manera más eficaz y logrando ciertos niveles de consenso sobre nuevas bases. Los más de 30 años de neoliberalismo lograron capturar a la vez la capacidad de integración social de los asalariados propia de las burocracias políticas y sindicales -que representaban a la vieja clase obrera en el compromiso fordista- y la insurrección contra la disciplina y la rigidez de esta misma representación protagonizada por las franjas juveniles del proletariado y por el movimiento estudiantil. El resultado fue el tipo de sociedad y de organización económica que hoy conocemos en los países industriales y que se ha extendido progresivamente casi al conjunto del planeta : una combinación de trabajo precario, economía cognitiva e inmaterial, cooperación en red, multiplicación de las formas de "empresarialidad individual" y desdibujamiento de las instancias de mando del capital, sustituidas en gran parte por los mecanismos de la finanza y de la deuda. Mercado y sociedad se confunden como un gran organismo productivo que hace de todo momento de la vida un acto de producción para el capital. Durante casi treinta años, la nueva configuración de clase del proletariado ha vivido secuestrada bajo las dinámicas cruzadas de la disciplina de mercado como orden que sobredetermina la cooperación directa en red y la representación política y sindical « zombi » de una vieja clase obrera que ya no tenía la más mínima capacidad real de hegemonía. La crisis de la izquierda guarda directamente relación con esta circunstancia: en un contexto donde era ya imposible que la representación de la vieja clase obrera fuese un instrumento de hegemonía y donde el nuevo proletariado se había vuelto irrepresentable, la izquierda sólo podía gestionar la difícil supervivencia de un modelo de relaciones sociales abocado a la desaparición. De este modo, la izquierda de gobierno siempre gestionó el nuevo marco neoliberal intentando a partir de él mantener -desde una lógica distinta- unos derechos "fordistas" cada vez más vacíos y aplicables a cada vez menos ciudadanos. El caso límite de esta imposible política socialdemócrata dentro del neoliberalismo es el de los sucesivos gobiernos de Tony Blair.
4.
El resultado del proceso antes esbozado es la existencia de dos sectores claramente diferenciados en una población "trabajadora" cuyos límites de "clase" son cada vez más indiferenciados: por un lado, la decaída fortaleza exfordista/exsocialista de la izquierda política y sindical, y por otro la muy diversa multitud de trabajadores postfordistas. La huelga del día 29 será no sólo un pulso de los sindicatos mayoritarios al gobierno destinado a intentar preservar algo de los antiguos estatutos laborales -sin por ello cuestionar la lógica fundamental del neoliberalismo- sino también una competición entre las direcciones sindicales mayoritarias y las nuevas formas de organización política de la multitud postfordista (15M, los componentes no cooptados de las distintas « mareas » etc.). Los sindicatos mayoritarios así lo entienden. Lo ha afirmado con rotundidad la dirección de CCOO en un documento interno que ha circulado entre las bases. En este documento con fecha de 24 de febrero de 2012 y titulado Nota informativa de la reunión de secretarios/as generales se afirma abiertamente que exite una "persistente e infantiloide campaña de deslegitimación desde quienes se arrogan de (sic) la marca del 15M." y que "De todo ello se establece una gran conclusión: Es necesario “gobernar” la estrategia de rechazo a la reforma desde el sindicalismo confederal.".
Esta abierta voluntad que expresan las direcciones sindicales de plantear la cuestión de la hegemonía responde a la gravísima crisis de representación abierta por el 15M y los demás movimientos sociales concomitantes. Desde el 15M, los sindicatos pueden cada vez con mayor dificultad utilizar la lógica del mal menor. El movimiento social de las nuevos sujetos del trabajo postfordista ha venido a reactualizar un planteamiento de ruptura con el sistema expresado como ruptura con el neoliberalismo o, incluso, en algunos sectores con el capitalismo como tal. El hecho de que el sector social al que pertenece la gente del 15M sea ampliamente mayoritario entre los trabajadores españoles y europeos pone en grave peligro la legitimidad de los sindicatos. Estos han convocado la huelga del 29M por la presión de sus bases, deseosas de defender activamente sus derechos, pero también por la presión de las calles y plazas. Resultaría sencillamente intolerable para las direcciones sindicales que el movimiento de las plazas asumiera la iniciativa de una huelga general o de una movilización equivalente, sobre todo en una cuestión como la de la reforma laboral y las modificaciones de la contratación colectiva que afecta directamente a los intereses más vitales de sus bases. Ciertamente, la nueva legislación afecta menos al trabajador ya precario -aunque degrada sus condiciones laborales- que al trabajador tradicional con contrato indefinido y derechos reconocidos por convenio, pero el resultado de la reforma laboral sería a medio plazo una unificación bajo la norma de la precariedad del conjunto de los trabajadores, lo cual equivaldría a la desaparición del espacio en que los sindicatos mayoritarios tienen un papel dirigente. De ahí la honda y justificada inquietud de estos últimos, pues el desbordamiento previsible no sería momentáneo sino irreversible, estratégico.
5.
Es necesario introducir algunas observaciones sobre la « huelga » como método de lucha de los trabajadores. La huelga general fue el mito fundamental del sindicalismo revolucionario. Se basa en la hipótesis formulada por Emile Pouget y los clásicos del anarcosindicalismo de que el mismo movimiento por el cual los trabajadores cesan enteramente la producción para una sociedad dirigida por los patronos, es el que puede en el mismo instante asumir las funciones de dirección y de gestión del conjunto de la producción. Ese modelo originario compartido por los socialistas revolucionarios y por el anarcosindicalismo tenía sus limitaciones teóricas y políticas como método de liquidación de la dominación en una sociedad compleja, y fue progresivamente abandonado en la izquierda mayoritaria en favor de la representación política de la clase por el partido y el Estado. La huelga general siguió existiendo como arma de clase, pero siempre separada de su objetivo inicial de destrucción del poder burgués mediante la acción directa de los trabajadores. La huelga general representaba el último recurso dentro del repertorio de la defensa del valor de la fuerza de trabajo en el mercado, en lo que Gramsci llamaba la dimensión "económico-corporativa" propia de los sindicatos en el contexto socialdemócrata o leninista. Este es el caso de la huelga general convocada por los sindicatos mayoritarios españoles para el 29 de marzo. Su objetivo es, como siempre, arbitrar entre los intereses del capital y los de sus bases, no desafiar los principios mismos del régimen neoliberal. Efectivamente, se buscará en vano en las plataformas reivindicativas de los sindicatos mayoritarios para la huelga del 29M la más mínima alusión a un más allá de la perpetuación de la relación salarial o, en general del orden de mercado o, incluso del orden neoliberal o de la dominación del capital financiero. Cuando las distintas formas de salario indirecto (sanidad, educación, demás servicos públicos) están siendo progresivamente desmanteladas en nombre de la reducción del gasto público y del pago de la deuda como deber sagrado de la nación, la legitimidad de la deuda que justifica estos recortes es asumida por los sindicatos como algo natural. En ningún momento se plantea la necesidad de una auditoría de la deuda pública a los distintos niveles de la administración, ni de la deuda privada "odiosa" generada de manera irresponsable por los bancos, sobre todo en el sector de la vivienda mediante los créditos hipotecarios basura. Tampoco se tiene en cuenta la necesidad imperativa para la vida « en condiciones civilizadas » de numerosos sectores sociales de que existan ingresos desvinculados de cualquier prestación laboral en una sociedad que, desde hace tiempo, ha abandonado cualquier proyecto de pleno empleo y donde la mayor parte de la nueva contratación ha sido precaria en los últimos diez años. Estas y otras cuestiones vitales para todos aquellos ciudadanos que ya viven en las condiciones de precariedad e intermitencia laboral que la nueva ley pretende generalizar son ignoradas en las convocatorias sindicales mayoritarias.
6.
Las reivindicaciones del trabajador social, inmaterial, cognitivo, precario, afectivo, del trabajador en red, de todas las nuevas formas de trabajo postfordista tienen un enorme potencial transformador y permiten defender todos los derechos laborales que tan mal defienden los sindicatos, añadiéndoles una nueva generación de derechos propios de las nuevas formas de trabajo. Entre estos derechos debe contarse la renta básica independiente de cualquier prestación laboral presente o pasada, el derecho a la vivienda y la prohibición del desahucio de personas insolventes, la anulación de deudas odiosas como las generadas por las « hipotecas basura », y toda una serie de reivindicaciones que no guardan relación con el trabajo individual asalariado sino con el trabajo social de producción y reproducción de formas de vida productivas. Al mismo tiempo, debido a las formas de vida y de producción específicas del postfordismo, las nuevas figuras plurales del proletariado, sólo pueden articular modalidades de lucha que ocupen el conjunto del espacio social. Ya no es posible una huelga en determinados sectores que se consideran como los únicos sectores productivos. Hoy la huelga es interrupción de los flujos de circulación de personas y de mercancías organizados por el capital, en favor de nuevos flujos con otros sentidos, de ocupaciones de todo tipo de espacios: lo que los compañeros italianos denominan con acierto "huelga metropolitana". Una huelga que abarca todo el tejido urbano, todos los espacios de vida de las grandes urbes y de sus ramificaciones territoriales "rurales". Hoy todo espacio y cualquier espacio es productivo. Por ello mismo, la huelga general vuelve a tener -como en el período del sindicalismo revolucionario- una dimensión política que supera el marco "económico-corporativo".
La articulación de una huelga clásica como la organizada por los sindicatos mayoritarios y sus afiliados con una nueva edición ampliada del 15M puede tener efectos imprevisibles. Para conseguir que estos efectos sean positivos y modifiquen las correlaciones de fuerzas actuales es esencial evitar toda posición identitaria y excluyente que intente contraponerse a la posición identitaria que pretenden cultivar los sindicatos mayoritarios con el fin de "gobernar" el 15M. Los sindicatos oficialistas deben verse desbordados y hegemonizados por la nueva lógica democrática de la multitud desplegada desde hace un año en las calles y plazas. Más vale comprender las causas que determinan la actuación de los aparatos y direcciones sindicales que dedicarse a descalificar como "traidores" a los dirigentes más destacados. No porque no lo sean, sino porque el que lo sean no es la causa de la situación actual de impotencia y degeneración en que se encuentra el movimiento obrero tradicional, sino uno de sus efectos.
La articulación de una huelga clásica como la organizada por los sindicatos mayoritarios y sus afiliados con una nueva edición ampliada del 15M puede tener efectos imprevisibles. Para conseguir que estos efectos sean positivos y modifiquen las correlaciones de fuerzas actuales es esencial evitar toda posición identitaria y excluyente que intente contraponerse a la posición identitaria que pretenden cultivar los sindicatos mayoritarios con el fin de "gobernar" el 15M. Los sindicatos oficialistas deben verse desbordados y hegemonizados por la nueva lógica democrática de la multitud desplegada desde hace un año en las calles y plazas. Más vale comprender las causas que determinan la actuación de los aparatos y direcciones sindicales que dedicarse a descalificar como "traidores" a los dirigentes más destacados. No porque no lo sean, sino porque el que lo sean no es la causa de la situación actual de impotencia y degeneración en que se encuentra el movimiento obrero tradicional, sino uno de sus efectos.