(Versión en castellano del guión de mi intervención en la jornada: "Para acabar con la austeridad : una propuesta progresista sobre la cuestión de la deuda en la Eurozona", organizada por el Levy Economics Institute y la revista griega Theseis, con participación de representantes de Syriza y de Podemos)
La deuda suele presentarse como un problema económico, esto es como una situación de relativo desequilibrio que logra solucionarse en términos de un nuevo equilibrio. La deuda en la que solemos pensar es algo que se salda, que se liquida mediante un pago. Si yo compro una barra de pan, no llego a tener una deuda con el panadero ni él conmigo, porque el intercambio de mis monedas por su barra de pan es instantáneo. Si no tengo dinero para pagarle el pan, empezaré yo a tener una deuda, que seguirá existiendo hasta que encuentre dinero y le pague lo que le debo. Existe así una diferencia entre la transacción instantánea de mi compra de pan y la situación, por breve que sea, en que soy el deudor de mi panadero y él mi acreedor. Lo primero que desaparece en cuanto nace la relación de deuda, es la igualdad de los contratantes, pues el deudor mientras no pague tiene una obligación con el acreedor. Existe una relación de poder entre ellos en la cual, por un lado, el acreedor puede reclamar lo que se le debe, incluso ante la justicia, pero puede también perjudicar la imagen del deudor, haciéndole pasar ante los otros clientes como un mal pagador, como alguien sin recursos, incluso negarse a venderle pan, mientras no haya saldado su deuda. Por otro lado, el deudor se considerará a menudo culpable, sentirá un peso moral sobre sí y se esforzará en pagar lo antes posible lo que debe. La lengua alemana muestra perfectamente este doble carácter de la deuda al usar un mismo término para “deuda” y “culpa”: Schuld. El pago de la deuda es, como dice el derecho civil, “liberatorio”, restablece una situación de libertad que el deudor ha perdido, al menos en parte, durante el tiempo que media entre la entrega de un bien y su pago. Que el pago “libera” significa que restablece la igualdad y la libertad de los actores de la compraventa a través del intercambio de valores equivalentes de los que son portadores los distintos actores. En la inmensa mayoría de las transacciones comerciales, la deuda no llega a existir, pues el pago y la entrega del bien o la prestación del servicio extinguen toda obligación entre las partes. Dos individuos que se relacionan en el mercado no tienen, en efecto, ninguna relación entre sí antes y después de la transacción comercial: en ese sentido son individuos “libres”. Su relación dura el tiempo instantáneo, carente de duración, en que se realiza el intercambio.
Marx estudió las condiciones reales en que reposaban esa igualdad y esa libertad cuando analizó un intercambio mercantil muy particular: el intercambio de dinero por la capacidad de trabajar de un individuo. En esa operación, en efecto, intervienen dos personas jurídicamente iguales e igualmente propietarias de algo, pues no puede existir intercambio mercantil sin esas condiciones. Lo que ocurre es que lo que cada uno de los actores del intercambio posee son bienes muy distintos: uno posee dinero y el otro solo su propio cuerpo y la capacidad de trabajar de este. Así, al producirse el intercambio, uno se vende parcial y temporalmente a sí mismo y está en una relación de dependencia con su patrón, que solo pagará al trabajador cuando haya realizado su trabajo, generando el valor de su sueldo además de un excedente que se apropia el patrón. Mientras esta capacidad laboral no ha sido usada, el trabajador no cobra, pero se encuentra a disposición del comprador de su fuerza de trabajo, quien hace el uso de ella que le parece conveniente, de ahí que el movimiento obrero del siglo XIX hablase aún a menudo de esta relación como de una esclavitud salarial (Waged salvery). Al igual que el deudor, el trabajador asalariado, pasa de una relación contractual entre iguales a una relación desigual en la que el comprador de su fuerza de trabajo ejerce sobre él un mando durante un tiempo determinado. El deudor está obligado a pagar su deuda para liberarse de su obligación, mientras que el trabajador está obligado a someterse a un mando ajeno. Vemos así, y esta será nuestra primera conclusión, que las relaciones comerciales en el capitalismo pueden generar relaciones de desigualdad real entre los individuos que son relaciones de poder efectivo, por mucho que estas relaciones se hayan contraido inicialmente en un marco de impecable igualdad. Por otra parte, no hay que olvidar que la relación de mando y obediencia que se establece en ambos casos es, en principio, temporal, pues está destinada a extinguirse con el pago de la deuda o el pago del salario.
Los marxistas vieron bien, siguiendo a Marx, que existía una relación de dominio y de profunda desigualdad más allá del contrato de trabajo, un más allá de la igualdad contractual en el mercado en el infierno de la producción. Lo que vieron con menos claridad, pero está claramente expresado en un texto algo olvidado de Marx que Lazzarato ha sacado del olvido, es la relación de dominación que se esconde también bajo la deuda financiera. El infierno material de la producción y el cielo de la finanza transcienden y, a la vez, sirven de fundamento real al ámbito de supuesta igualdad y libertad que representa el mercado. Meiksins-Wood sostuvo correctamente que el capitalismo es la única sociedad de clases que separa dominación política y explotación económica. Esto era cierto mientras el mecanismo de valorización del capital más potente era la explotación del trabajador en la esfera de la producción. Efectivamente, el derecho invisibilizaba la desigualdad de poder efectiva existente en el ámbito de la producción bajo el aspecto de una igualdad jurídica y política, pero también generaba la ilusión de una disolución del mando político mediante la representación, la ilusión de un poder político basado en el contrato y en el consentimiento de los súbditos. En ambas direcciones, el poder se oculta y se disuelve mediante el poderosísimo solvente del derecho. En el capitalismo no hay relación entre dominación política y explotación económica, pues ambas quedan ocultadas bajo la imagen, necesaria a la existencia del mercado y de la representación política, de una sociedad constituida por individuos independientes, libres, iguales y propietarios. La ocultación del hecho de que las sociedades capitalistas son sociedades de clases, es decir, sociedades donde existen relaciones de poder y de dominación social efectiva y relaciones de explotación bien reales -y no solo diferencias de ingresos o de reparto de la riqueza, aunque sean tan enormes como las que describe Piketty- pudo mantenerse mal que bien, a pesar de las críticas de los marxistas y otros socialistas, hasta la irrupción del capitalismo de hegemonía financiera y de la deudocracia como sistema efectivo de poder político.
Con la deuda, algo se ha roto. La deuda, elevada a sistema de gobierno, rompe de manera inmediata toda ficción de igualdad contractual y exhibe abiertamente la dominación y la explotación que el capitalismo había logrado ocultar. En la relación de deuda generalizada que caracteriza una economía financiera, el conjunto de los actores sociales y económicos, tanto públicos como privados, se encuentra en una posición de subordinación permanente respecto del poder financiero. El poder de la finanza, más allá de la anécdota de nuestro panadero y su cliente, es un poder que se extiende allí donde no llega el del capital industrial o comercial. Y es que, cuando se genera una deuda impagable, la relación de dependencia entre el deudor y el acreedor se hace estable. No solo es el deudor transitoriamente dependiente, sino que se convierte en un sujeto dependiente. La deuda no solo crea dependencia, sino que crea también al sujeto dependiente. El filósofo marxista francés Louis Althusser consideraba, como materialista consencuente, al sujeto no como un origen y un fundamento, sino como un efecto: el efecto de un sistema constituido por los aparatos ideológicos de Estado basado en la interpelación. El sujeto se hace sujeto a través de la culpa. El ejemplo que da Althusser es famoso: se oye a un policía decir en la calle “eh, usted” o “eh, tú”, el individuo que oye la interpelación se vuelve, pensando tal vez que algo tendría que reprocharse, pues uno siempre tiene algo que reprocharse. Ese reconocimiento en la interpelación es lo que constituye el sujeto como tal, lo que le hace percibirse a la vez como origen libre de sus actos y como siempre ya culpable de ellos. La relación de deuda tal y como la contempla Marx en sus Notas sobre Mill funciona exactamente de esa misma manera. Afirma Marx que la relación de crédito contrasta con el carácter anónimo de las demás relaciones de mercado, en las cuales, como se sabe, toda relación nace y se extingue en el momento instantáneo del intercambio. En la relación de deudor a acreedor, esto no es así. En primer lugar, como vimos en nuestro ejemplo de la vida cotidiana, existe tiempo, existe una duración de la relación. Por otra parte, la relación es personal, pues los individuos en relación no son cualesquiera, sino gente con solvencia y capaz de dar ciertas garantías. Cuando se presta dinero por algún tiempo a un interés determinado, el financiero debe tener garantías de pago, garantías que solo le puede aportar el individuo que solicita el préstamo. Este tiene que mostrar que tiene y que se esforzará por seguir teniendo fuentes de ingresos o bienes con los que hacer frente al pago del préstamo y de sus intereses. Tiene que dar datos sobre su situación presente, pero también sobre su futuro. Quien contrae una deuda compromete su futuro y tiene que dar constantemente gajes de que nada que haga en el futuro hará peligrar el pago de su deuda. Así, esta relación que es la más personal que se conoce en el capitalismo se convierte en la máxima forma de alienación, pues no solo alieno en ella mi presente, sino mi futuro.
La deuda es así un modo se subjetivación, pues la interpelación, de hombre a hombre, del acreedor al deudor, instituye una deuda-culpa duradera, una forma de vida culpable en la que el propio sujeto, una vez constituido como tal gestiona su vida en función de su culpa y de su deuda. Los sujetos “caminan solos” decía Althusser; podemos añadir que el sujeto endeudado también se gobierna solo y se somete solo a fuerza de creer en su libertad de emprendedor, en su responsabilidad y en su fiabilidad. La deuda es el paradigma extremo del gobierno neoliberal por la libertad. A diferencia de otras formas de dominación que sometían exteriormente al individuo en los viejos dispositivos disciplinarios que eran la fábrica, la prisión, el hospital o la escuela, la deuda, el poder financiero, somete interiormente, crea al sujeto de su propia dominación dándole la forma de sujeto libre y responsable.
La relación de deuda es una relación de poder interna, esto es un poder que está en nosotros mismos, aunque también nosotros estamos dentro de ese mismo ooder. Esta situación parece desperada, pues no existe ningún exterior de la relación capital. Ahora, todo lo que ocurre acontece en su interior, incluidas las resistencias, que también son interiores. Estamos dentro del monstruo que tiene en la modernidad dos nombres: Leviatán, el monstruo de Thomas Hobbes, y Capital, el monstruo descrito por Marx. Lucharemos contra este doble monstruo desde de gro de él y desde dengro lo destruiremos. Tal es el objeto de la propuesta de Giannis Milios, Dimitrios Sotiropoulos y Spiros Lapatsioras que han presentado esta mañana, y también es ciertamente este el propósito de los nuevos gobiernos populares que esperamos ver muy pronto aquí en Grecia y en España. ¡Podemos y venceremos! Μπορούμε και θα νικήσουμε!
La deuda suele presentarse como un problema económico, esto es como una situación de relativo desequilibrio que logra solucionarse en términos de un nuevo equilibrio. La deuda en la que solemos pensar es algo que se salda, que se liquida mediante un pago. Si yo compro una barra de pan, no llego a tener una deuda con el panadero ni él conmigo, porque el intercambio de mis monedas por su barra de pan es instantáneo. Si no tengo dinero para pagarle el pan, empezaré yo a tener una deuda, que seguirá existiendo hasta que encuentre dinero y le pague lo que le debo. Existe así una diferencia entre la transacción instantánea de mi compra de pan y la situación, por breve que sea, en que soy el deudor de mi panadero y él mi acreedor. Lo primero que desaparece en cuanto nace la relación de deuda, es la igualdad de los contratantes, pues el deudor mientras no pague tiene una obligación con el acreedor. Existe una relación de poder entre ellos en la cual, por un lado, el acreedor puede reclamar lo que se le debe, incluso ante la justicia, pero puede también perjudicar la imagen del deudor, haciéndole pasar ante los otros clientes como un mal pagador, como alguien sin recursos, incluso negarse a venderle pan, mientras no haya saldado su deuda. Por otro lado, el deudor se considerará a menudo culpable, sentirá un peso moral sobre sí y se esforzará en pagar lo antes posible lo que debe. La lengua alemana muestra perfectamente este doble carácter de la deuda al usar un mismo término para “deuda” y “culpa”: Schuld. El pago de la deuda es, como dice el derecho civil, “liberatorio”, restablece una situación de libertad que el deudor ha perdido, al menos en parte, durante el tiempo que media entre la entrega de un bien y su pago. Que el pago “libera” significa que restablece la igualdad y la libertad de los actores de la compraventa a través del intercambio de valores equivalentes de los que son portadores los distintos actores. En la inmensa mayoría de las transacciones comerciales, la deuda no llega a existir, pues el pago y la entrega del bien o la prestación del servicio extinguen toda obligación entre las partes. Dos individuos que se relacionan en el mercado no tienen, en efecto, ninguna relación entre sí antes y después de la transacción comercial: en ese sentido son individuos “libres”. Su relación dura el tiempo instantáneo, carente de duración, en que se realiza el intercambio.
Marx estudió las condiciones reales en que reposaban esa igualdad y esa libertad cuando analizó un intercambio mercantil muy particular: el intercambio de dinero por la capacidad de trabajar de un individuo. En esa operación, en efecto, intervienen dos personas jurídicamente iguales e igualmente propietarias de algo, pues no puede existir intercambio mercantil sin esas condiciones. Lo que ocurre es que lo que cada uno de los actores del intercambio posee son bienes muy distintos: uno posee dinero y el otro solo su propio cuerpo y la capacidad de trabajar de este. Así, al producirse el intercambio, uno se vende parcial y temporalmente a sí mismo y está en una relación de dependencia con su patrón, que solo pagará al trabajador cuando haya realizado su trabajo, generando el valor de su sueldo además de un excedente que se apropia el patrón. Mientras esta capacidad laboral no ha sido usada, el trabajador no cobra, pero se encuentra a disposición del comprador de su fuerza de trabajo, quien hace el uso de ella que le parece conveniente, de ahí que el movimiento obrero del siglo XIX hablase aún a menudo de esta relación como de una esclavitud salarial (Waged salvery). Al igual que el deudor, el trabajador asalariado, pasa de una relación contractual entre iguales a una relación desigual en la que el comprador de su fuerza de trabajo ejerce sobre él un mando durante un tiempo determinado. El deudor está obligado a pagar su deuda para liberarse de su obligación, mientras que el trabajador está obligado a someterse a un mando ajeno. Vemos así, y esta será nuestra primera conclusión, que las relaciones comerciales en el capitalismo pueden generar relaciones de desigualdad real entre los individuos que son relaciones de poder efectivo, por mucho que estas relaciones se hayan contraido inicialmente en un marco de impecable igualdad. Por otra parte, no hay que olvidar que la relación de mando y obediencia que se establece en ambos casos es, en principio, temporal, pues está destinada a extinguirse con el pago de la deuda o el pago del salario.
Los marxistas vieron bien, siguiendo a Marx, que existía una relación de dominio y de profunda desigualdad más allá del contrato de trabajo, un más allá de la igualdad contractual en el mercado en el infierno de la producción. Lo que vieron con menos claridad, pero está claramente expresado en un texto algo olvidado de Marx que Lazzarato ha sacado del olvido, es la relación de dominación que se esconde también bajo la deuda financiera. El infierno material de la producción y el cielo de la finanza transcienden y, a la vez, sirven de fundamento real al ámbito de supuesta igualdad y libertad que representa el mercado. Meiksins-Wood sostuvo correctamente que el capitalismo es la única sociedad de clases que separa dominación política y explotación económica. Esto era cierto mientras el mecanismo de valorización del capital más potente era la explotación del trabajador en la esfera de la producción. Efectivamente, el derecho invisibilizaba la desigualdad de poder efectiva existente en el ámbito de la producción bajo el aspecto de una igualdad jurídica y política, pero también generaba la ilusión de una disolución del mando político mediante la representación, la ilusión de un poder político basado en el contrato y en el consentimiento de los súbditos. En ambas direcciones, el poder se oculta y se disuelve mediante el poderosísimo solvente del derecho. En el capitalismo no hay relación entre dominación política y explotación económica, pues ambas quedan ocultadas bajo la imagen, necesaria a la existencia del mercado y de la representación política, de una sociedad constituida por individuos independientes, libres, iguales y propietarios. La ocultación del hecho de que las sociedades capitalistas son sociedades de clases, es decir, sociedades donde existen relaciones de poder y de dominación social efectiva y relaciones de explotación bien reales -y no solo diferencias de ingresos o de reparto de la riqueza, aunque sean tan enormes como las que describe Piketty- pudo mantenerse mal que bien, a pesar de las críticas de los marxistas y otros socialistas, hasta la irrupción del capitalismo de hegemonía financiera y de la deudocracia como sistema efectivo de poder político.
Con la deuda, algo se ha roto. La deuda, elevada a sistema de gobierno, rompe de manera inmediata toda ficción de igualdad contractual y exhibe abiertamente la dominación y la explotación que el capitalismo había logrado ocultar. En la relación de deuda generalizada que caracteriza una economía financiera, el conjunto de los actores sociales y económicos, tanto públicos como privados, se encuentra en una posición de subordinación permanente respecto del poder financiero. El poder de la finanza, más allá de la anécdota de nuestro panadero y su cliente, es un poder que se extiende allí donde no llega el del capital industrial o comercial. Y es que, cuando se genera una deuda impagable, la relación de dependencia entre el deudor y el acreedor se hace estable. No solo es el deudor transitoriamente dependiente, sino que se convierte en un sujeto dependiente. La deuda no solo crea dependencia, sino que crea también al sujeto dependiente. El filósofo marxista francés Louis Althusser consideraba, como materialista consencuente, al sujeto no como un origen y un fundamento, sino como un efecto: el efecto de un sistema constituido por los aparatos ideológicos de Estado basado en la interpelación. El sujeto se hace sujeto a través de la culpa. El ejemplo que da Althusser es famoso: se oye a un policía decir en la calle “eh, usted” o “eh, tú”, el individuo que oye la interpelación se vuelve, pensando tal vez que algo tendría que reprocharse, pues uno siempre tiene algo que reprocharse. Ese reconocimiento en la interpelación es lo que constituye el sujeto como tal, lo que le hace percibirse a la vez como origen libre de sus actos y como siempre ya culpable de ellos. La relación de deuda tal y como la contempla Marx en sus Notas sobre Mill funciona exactamente de esa misma manera. Afirma Marx que la relación de crédito contrasta con el carácter anónimo de las demás relaciones de mercado, en las cuales, como se sabe, toda relación nace y se extingue en el momento instantáneo del intercambio. En la relación de deudor a acreedor, esto no es así. En primer lugar, como vimos en nuestro ejemplo de la vida cotidiana, existe tiempo, existe una duración de la relación. Por otra parte, la relación es personal, pues los individuos en relación no son cualesquiera, sino gente con solvencia y capaz de dar ciertas garantías. Cuando se presta dinero por algún tiempo a un interés determinado, el financiero debe tener garantías de pago, garantías que solo le puede aportar el individuo que solicita el préstamo. Este tiene que mostrar que tiene y que se esforzará por seguir teniendo fuentes de ingresos o bienes con los que hacer frente al pago del préstamo y de sus intereses. Tiene que dar datos sobre su situación presente, pero también sobre su futuro. Quien contrae una deuda compromete su futuro y tiene que dar constantemente gajes de que nada que haga en el futuro hará peligrar el pago de su deuda. Así, esta relación que es la más personal que se conoce en el capitalismo se convierte en la máxima forma de alienación, pues no solo alieno en ella mi presente, sino mi futuro.
La deuda es así un modo se subjetivación, pues la interpelación, de hombre a hombre, del acreedor al deudor, instituye una deuda-culpa duradera, una forma de vida culpable en la que el propio sujeto, una vez constituido como tal gestiona su vida en función de su culpa y de su deuda. Los sujetos “caminan solos” decía Althusser; podemos añadir que el sujeto endeudado también se gobierna solo y se somete solo a fuerza de creer en su libertad de emprendedor, en su responsabilidad y en su fiabilidad. La deuda es el paradigma extremo del gobierno neoliberal por la libertad. A diferencia de otras formas de dominación que sometían exteriormente al individuo en los viejos dispositivos disciplinarios que eran la fábrica, la prisión, el hospital o la escuela, la deuda, el poder financiero, somete interiormente, crea al sujeto de su propia dominación dándole la forma de sujeto libre y responsable.
La relación de deuda es una relación de poder interna, esto es un poder que está en nosotros mismos, aunque también nosotros estamos dentro de ese mismo ooder. Esta situación parece desperada, pues no existe ningún exterior de la relación capital. Ahora, todo lo que ocurre acontece en su interior, incluidas las resistencias, que también son interiores. Estamos dentro del monstruo que tiene en la modernidad dos nombres: Leviatán, el monstruo de Thomas Hobbes, y Capital, el monstruo descrito por Marx. Lucharemos contra este doble monstruo desde de gro de él y desde dengro lo destruiremos. Tal es el objeto de la propuesta de Giannis Milios, Dimitrios Sotiropoulos y Spiros Lapatsioras que han presentado esta mañana, y también es ciertamente este el propósito de los nuevos gobiernos populares que esperamos ver muy pronto aquí en Grecia y en España. ¡Podemos y venceremos! Μπορούμε και θα νικήσουμε!