La relación entre el poder político y la violencia siempre ha sido problemática, pues todo poder político se basa, por brutal que sea en una apariencia de derecho, al tiempo que mantiene siempre dispuesto a intervenir el puño de hierro de los aparatos represivos. Por otra parte, en sus inicios, todo poder echa sus raíces en la violencia, al menos en el sentido elemental de que no se conoce ninguno que haya surgido de un consenso racional y del libre consentimiento de todos los individuos; y donde no hay libre consentimiento, siempre existe algún grado de coacción y de violencia. Las teorías del pacto social siempre sirvieron para ocultar este hecho y dar una apariencia de continuidad entre el orden jurídico-político constituido y sus orígenes. Así, el derecho establece retroactivamente la ficción de que siempre ha existido y de que el ordenamiento jurídico-político vigente ha estado "siempre-ya" basado en el derecho. Esa intemporalidad del derecho nadie la ha expresado mejor que Jean-Jacques Rousseau cuando sentaba como principio metodológico del Contrato Social el lema: "Dejemos de lado todos los hechos".
La ficción jurídica de la intemporalidad del derecho tiene una importante función ideológica y contribuye a que también en el eje temporal se produzca la saturación del orden social que caracteriza al discurso jurídico. Para el derecho todo debe ser derecho: todas las situaciones del presente, pero también el propio origen del ordenamiento jurídico. Por ello es importante ocultar por todos los medios el trauma inicial: el momento inaugural de no-derecho en que se funda todo derecho. Frente a la saturación jurídica, el "todo debe ser conforme a derecho", cuyo broche es la idea de Estado de derecho, esto es la identificación del Estado con el derecho (Kelsen), el materialismo jurídico de Maquiavelo, Spinoza o Marx ha afirmado el fundamento no jurídico del derecho, o, en otros términos, su continuidad rigurosa con las correlaciones de fuerza que rigen el orden natural. Para el materialismo jurídico, el origen del derecho no es jurídico, como tampoco lo es el fundamento del propio derecho. El derecho está siempre determinado -sobredeterminado- por realidades no jurídicas, sin que la recíproca pueda afirmarse: el derecho no determina en su totalidad las realidades no jurídicas.
De lo anterior se deduce la necesidad de que en toda sociedad que se presente como un orden jurídico saturado, como ocurre en las sociedades capitalistas, que se declaran Estados de derecho, la pregunta sobre el origen del ordenamiento jurídico, esto es sobre el origen del soberano que dicta el ordenamiento, sólo deba contestarse en términos siempre ya jurídicos. Cualquier intento de romper el círculo vicioso del derecho mediante una reconstrucción de su origen histórico y de su fundamento material efectivos se convierte automáticamente en un discurso subversivo. Afirmar que el fundamento del Estado es la lucha de clases, que el Estado, incluso el Estado de derecho es siempre y sólo un aparato de dominación de clase como afirma el marxismo, o, que la correlación de fuerzas es el fundamento de toda soberanía como sostiene Spinoza, es romper la saturación propia del discurso jurídico, introduciendo un elemento extrajurídico no retraducible en términos jurídicos.
Afirmaba Kant en sus Principios metafísicos del derecho que: « El origen del poder político es inescrutable desde el punto de vista práctico para el pueblo que está sometido a él; es decir que el súbdito no debe razonar prácticamente σobre este origen, como sobre un derecho controvertido (jus controversum) con respecto a la obediencia que le debe. Porque, puesto que el pueblo, para juzgar válidamente el poder soberano de un Estado (summum imperium) debe ya ser considerado reunido bajo una voluntad legislativa universal, no puede ni debe juzgar de otra manera más que como agrade al poder soberano existente.[....] Porque si el súbdito que investiga hoy este último origen quιsiese resistir a la autoridad existente debería ser castigado con toda razón, expulsado o desterrado (como proscrito- vogelfrei-, exlex) en nombre de las leyes de esta autoridad. Una ley que es tan santa (inviolable) que aun es un crimen en la práctica ponerla en duda, y por consiguiente impedir su efecto por un solo instante, es concebida de tal suerte que no debe ser mirada como procedente de los hombres, sino de algún legislador muy grande, muy íntegro y muy santo [...] »(I. Kant, Principios metafísicos del derecho Segunda parte, XLIX, Observación general). Esta prohibición de investigar el origen del poder va acompañada para quien ose infirngirla de la terrible sanción que supone la muerte civil. El curioso en materia histórica se declarará "vogelfrei", lo cual significa que podrá ser matado sin delito por cualquiera y que su cuerpo no será enterrado, quedando entregado a los pájaros. En derecho germánico antiguo la declaración de un individuo como "vogelfrei", es una condena de exclusión total del orden social equivalente a la declaración de "homo sacer" en Roma. Quien explora lo extrajurídico queda así arrojado a lo extrajurídico, a los pájaros y a las fieras. La santidad de la ley sólo se reconoce como tal si va acompañada de estas amenazas y maldiciones para quienes la transgredan.
Kant no es, sin embargo, tan ingenuo o tan conformista como algunos kantianos, pues reconoce que una revolución triunfante puede ser origen de un poder legítimo, por mucho que su fundamento y origen se encuentren en la violencia: « si sucede una revolución y se establece una constitución nueva -afirma Kant en los Principios metafísicos del derecho-, la injusticia de este principio y de su realización, no puede dispensar a los súbditos de la obligación de someterse al nuevo orden de cosas como buenos ciudadanos, y no pueden dejar de obedecer honestamente a la autoridad soberana que está entonces en el poder. » En otros términos, y de manera no muy alejada de los planteamientos de Maquiavelo en el Príncipe, Kant reconoce que, de manera retroactiva, la violencia -victoriosa- se puede legitimar a sí misma como fundamento del derecho y que, a partir del este origen puede inaugurarse una nueva ficción de orden jurídico saturado, esperando, probablemente, que el tiempo borre la memoria de la violencia fundadora.
En estas últimas semanas, estamos viviendo un proceso como el que describía Kant a propósito de la revolución francesa, pero al revés, un proceso de deslegitimación retroactiva. Después de haber apoyado durante décadas a toda una serie de regímenes de los países árabes calificándolos como "países árabes moderados" y "amigos de occidente", alabando sus progresos hacia la democracia y sus resultados económicos, los Estados Unidos y la Unión Europea han tenido que reconocer que son regímenes tiránicos y despóticos, que son "dictaduras". Las insurrecciones populares que están teniendo lugar en Túnez y Egipto han hecho ya un milagro, que las potencias occidentales digan lo que nunca habían dicho: que los regímenes de Ben Ali y de Mubarak son dictaduras, regímenes basados en la violencia. Al igual que la violencia revolucionaria quedó legitimada por la victoria de la revolución, los regímenes amigos de occidente en el norte de África se ven deslegitimados y reconocidos como los despotismos que siempre han sido gracias a la eficaz pedagogía de las poblaciones insurrectas. De este modo, para el Occidente acostumbrado a ocultar e ignorar el fundamento del poder de sus regímenes amigos y aliados, sólo habrán sido dictaduras retrospectiva o retroactivamente. Cuando caigan, o mejor cuando derribemos a su vez al norte del Mediterráneo a las propias dictaduras capitalistas occidentales que se presentan como Estados de derecho, nos percataremos de lo que siempre habían sido.