domingo, 20 de enero de 2013

La cleptocracia: una corrupción angelical




La indignación ciudadana que causa la corrupción en España es perfectamente comprensible y legítima. Trabajadores, jubilados, jóvenes y demás integrantes de la aplastante mayoría social (el 99% del que hablan en Occupy), sometidos a una brutal cura de "austeridad" marcada por recortes de ingresos y de derechos, ven con asombro cómo la pequeña categoría cercana al mando sigue llenándose los bolisllos a su costa. El último escándalo, que hoy afecta al PP, no es sino uno más dentro de una ininterrumpida serie en la que esŧán implicados los distintos gobiernos de la fase neoliberal del régimen español (de los años 80 a esta parte). Esta implicación de los dos grandes partidos del régimen así como de los partidos de las derechas periféricas (PNV y CiU) en una corrupción sistémica explica el clamoroso silencio con que las distintas instancias de representación política y social, tanto partidos como instituciones -o incluso los sindicatos mayoritarios- acogen el caso Bárcenas. Y es que la práctica de los "sobres" no es exclusiva de un partido sino una característica fundamental del actual régimen español que se explica por la combinación de sus dos aspectos: transfranquista y neoliberal.

Es un hecho que la Transición fue un proceso que requirió mucho, muchísimo dinero. Había que mantener al conjunto de los aparatos de Estado franquistas, del Rey (a título de sucesor de Franco) hasta abajo, pasando por las burocracias políticas y sindicales del régimen y sus cuerpos militares y represivos. Había que ganarse el silencio o la complicidad de todos estos engranajes del poder franquista para llevar a cabo una operación de transmutación de este en una democracia de partidos, sin romper formalmente con la legalidad del régimen del 18 de julio. También había que acomodar en el nuevo avatar del régimen a toda una clase política que estuvo dispuesta a renunciar a una ruptura democrática a cargo de prebendas generadoras de dinero y de poder. Independientemente de las nuevas justificaciones que pudieran derivarse de nuevas reivindicaciones populares legítimas (Andalucía o Extremadura), la generalización de las autonomías, más allá de las nacionalidades históricas reconocidas por la Constitución republicana, sirvió para doblar la estructura de la administración central con una segunda administración autonómica a veces difícilmente justificable.  Todo eso supuso dinero y cargos, y cargos que permitieron sacar más dinero mediante un sinfín de comisiones cobradas por contribuir a inflar cada vez más la burbuja inmobiliaria. Mucho dinero que sirvió para financiar a los partidos, pero también a sus jerarcas y cargos de distintos niveles.

Sin embargo, el transfranquismo español se caracteriza también por su evolución neoliberal, sobre todo a partir de los años 80 y de los primeros gobiernos del PSOE. El neoliberalismo viene a añadir a las componendas del nuevo régimen una nueva dimensión más sistemática. Para el neoliberalismo la tarea del Estado es explícitamente favorecer la libre competencia y el enriquecimiento privado, pues se considera que este, por desmedido que sea, genera un "goteo desde arriba" (trickle down) que termina beneficiando a los de abajo. El gobierno, en régimen neoliberal confunde por sistema el interés común con el interés privado, pues el primero se basa en el segundo. Los métodos para llegar a este fin importan poco. En cuanto a la prevaricación de cargos públicos o la corrupción en general, se considera que no debe condenarse a priori sino sólo en función de sus consecuencias, las cuales no siempre son negativas, pues, como sostiene el premio Nobel de economía Gary Becker: "Con unas reglamentaciones públicas ineficaces y una extendida gestión gubernamental de bancos y otros empresas, los funcionarios corruptos pueden, sin saberlo, realizar una función útil al reducir las decisiones públicas arbitrarias y ayudar a los empresarios y a otras personas a eludir leyes y reglamentos nocivos."  Este planteamiento se inscribe en el marco más general de una economía política neoliberal del delito en la que el mismo Gary Becker considera el delito como una actividad económica más.  La corrupción y el delito no son así sino sectores económicos que sólo se valoran en función de un criterio: su rentabilidad, su capacidad de generar beneficios, por supuesto privados.

En este doble contexto, a pesar de la indudable legitimidad de la indignación popular contra la corrupción, sería un grave error olvidar la dimensión sistémica del problema de la corrupción. Por muchos millones que se hayan entregado en sobres y comisiones a cargos corruptos de los partidos del régimen, las sumas en cuestión no guardan ninguna proporción con el saqueo descarado de los bienes comunes que está en curso. Los 22 millones que, según la prensa, el tesorero del PP tenía guardados en Suiza, son una cantidad despreciable comparada con las decenas de miles de millones que cuesta salvar una banca que arruina el país y a sus ciudadanos.

Es poco, en efecto, decir que alguien es un ladrón cuando se vive en un régimen de cleptocracia (un gobierno de los ladrones: del griego klephtes, ladrón, y kratos, poder). En una cleptocracia, robar no es sino una actividad económica normal, que, incluso, en determinadas circunstancias puede considerarse "obligatoria". Esta práctica generalizada del robo no impide que algunos mandos del régimen como la Sra. Sáenz de Santa María estén al borde de las lágrimas cuando hablan del drama de los desahucios realizados por los mismos bancos que se han salvado con dinero público. No es fácil saber si esas lágrimas apenas contenidas son sinceras. Podrían serlo. Alguna vez, en este mismo blog, se ha recurrido para describir el neoliberalismo a la fortísima imagen kantiana de la república de los demonios. En efecto, el gran filósofo de Königsberg afirmaba el el segundo suplemento de su texto sobre La paz perpetua que«El problema del establecimiento del Estado tiene solución, incluso para un pueblo de demonios, por muy fuerte que suene (siempre que tengan entendimiento), y el problema se formula así: «ordenar una muchedumbre de seres racionales que, para su conservación, exigen conjuntamente leyes universales, aun cuando cada uno tienda en su interior a eludir la ley, y establecer su constitución de modo tal que, aunque sus sentimientos particulares sean opuestos, los contengan mutuamente de manera que el resultado de su conducta pública sea el mismo que si no tuvieran tales malas inclinaciones». Un problema así debe tener solución."  Parece, sin embargo que habría que dar un paso más: no se trata solo de pensar la sociedad como la "soledad" (cf. el maravilloso lapsus de la Sra. Sáenz de Santa María en su comparecencia antes mencionada) organizada en la que individuos racionales que se odian entre sí pueden convivir bajo buenas leyes que dan lugar a una sociedad justa. Habría que formular hoy la hipótesis inversa a la de Kant. Sería concebible el establecimiento de una cleptocracia incluso en un pueblo de ángeles regido por tal sistema de normas sociales que, cualquiera que fuese su voluntad, sólo pudieran cometer crímenes. El problema de la corrupción no radica, pues, en la maldad de determinados individuos que cometen graves delitos, sino en el funcionamiento general del sistema. No es que el sistema funcione mal, sino que funciona así y no lo puede hacer de otra manera.  La propia república de los demonios se perfila hoy como una utopía liberal algo ingenua. 

jueves, 17 de enero de 2013

Marcel Mariën, un ilustre desconocido (prologuillo a la traducción castellana de la Teoría de la revolución mundial inmediata de Marcel Mariën, Hiru, Hondarribia, enero de 2013





Marcel Mariën, un ilustre desconocido
Juan Domingo Sánchez Estop (John Brown)

Prologuillo a la traducción castellana de la Teoría de la revolución mundial inmediata de Marcel Mariën, Hiru, Hondarribia, enero de 2013



El surrealismo belga es conocido fuera de las fronteras de ese pequeño y precario país europeo que se sigue llamando Bélgica por un solo nombre, el de René Magritte. El representante internacional del surrealismo belga nunca fue sin embargo aceptado como tal por los demás miembros del movimiento. Estos se habían dado, como nos cuenta Marcel Mariën en su biografía Radeau de la mémoire (Balsa de la memoria, 1983), una regla común : evitar a toda costa la notoriedad. Se habían comprometido incluso, en aplicación de esa misma regla, a imponer a los demás miembros del grupo la máxima discreción en caso de que alcanzaran algún renombre. Puede decirse que Marcel Mariën logró en vida realizar este ideal, haciendo lo que le dio la gana sin aspirar al reconocimiento público. La falta de ambición fue su regla, hasta el punto de afirmar en su biografía que « por falta de ambición nunca estuve en el paro ». Fue así su falta de ambición una discreción activa, compartida durante años con otros subversivos de la escritura, de la imagen, de la política o de cualquier otro tipo de expresión. En Mariën la discreta productividad del surrealismo belga se expresó magistralmente en su producción como cuentista con libros como Figures de poupe (Máscaras de popa, 1979) o Les Fantômes du Château de cartes (Los fantasmas del castillo de naipes, 1981). Louis Scutenaire cultivará la poesía automática declarando no ser “ni poeta, ni surrealista ni belga”, Gabriel Nougé se dedica a la fotografía y el relato pornográfico, aunque ninguno de los miembros del grupo surrealista se limitara a una especialidad. Todos ellos mantuvieron ese rechazo de la notoriedad con la única excepción de René Magritte.


La discreción no estuvo tampoco reñida con el escándalo para Marcel Mariën y su pequeño grupo reunido en torno a la revista Les lèvres nues (Los labios desnudos). El escándalo va desde la broma vengativa que gastaron a Magritte durante su primera exposición pública en el pijo casino de Ostende de 1962, en la que afirmaron por medio de octavillas anunciando una “Grande baisse” (Gran rebaja) que la obra del maestro Magritte se vendería a "precios populares" (unos centenares de francos de la época) para que el arte fuera accesible al pueblo, hasta el panfleto en defensa de Stalin que escribió Mariën tras el informe secreto de Jruschov. Este panfleto titulado en remedo al título de una famosa novela del realismo socialista Quand l'acier fut rompu (Cuando se rompió el acero, 1957) defiende a Stalin, pero presentándolo como un necio y un carnicero y afirmando cínicamente que era « el médico de los pobres », el que, para salvar a ocho mataba a dos.


Mariën siempre contempló a la vez con ternura y cinismo los tiempos terribles -o, lo que viene a ser lo mismo, los « tiempos interesantes » por utilizar la definición que de ellos nos ha dejado Hobsbawn- que le tocó vivir. Manifestó la más absoluta hostilidad a un capitalismo nefasto para todos, explotadores y explotados, pues en él hasta la clase dominante se afana por ganar dinero y en cierto modo trabaja. El capitalismo era para él un universo cruel, necio y degradante que había que liquidar por todos los medios. Uno de ellos era el pragmatismo brutal de Stalin, hasta que con la desestalinización se hiciera inviable; el que nos propone en la Teoría de la Revolución Mundial Inmediata (1958) publicada un año después de su reivindicación de Stalin no es brutal ni sanguinario, pero, si cabe, aún más cínico. Se trata en este delirante método surrealista del golpe de Estado revolucionario de hacer la revolución como una broma, como un acto que « tiene chiste ». La Teoría de la revolución mundial inmediata es la historia de una conjura de unos comunistas, de un grupo muy reducido de personas afines discretas y resueltas que deciden establecer el comunismo por los mismos medios de los que se valen el capitalismo de consumo y el sistema de la democracia representativa para imponer sus productos y partidos: lo que llamó Vance Packard la "persuasión clandestina" o lo que el sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays denominó “Propaganda” . Se trata, pues de que, sólo una vez que se haya realizado la revolución, pero no antes, la mayoría de la gente se dé cuenta de que esta ha ocurrido y de que ha participado en ella. Los medios de la revolución no son ya las milicias armadas, ni los grandes oradores, ni la propaganda revolucionaria, sino los propios instrumentos de dominación del sistema: el consumo, el ocio, la publicidad y el espectáculo.
Mariën se adelanta a las tesis que formula Debord (quien, por cierto, publicó varios artículos en Les lèvres nues) en La sociedad del espectáculo (1967) y en cierto modo va más allá del simple negativismo y esteticismo de la crítica situacionista. Mariën en su « broma » o su « chiste » lo que intenta es asumir la plena inmanencia de la revolución al sistema. Actuar desde dentro cuando ya ni siquiera puede soñarse un "fuera". Acepta que estamos ya en el lodo de la sociedad del espectáculo debordeana o de la sociedad administrada de Adorno, en ese totalitarismo blando del capital, pero afirma también que desde dentro se puede destruir el monstruo utilizando exactamente los mismos medios que usa para oprimirnos. Así, tras haber comparado la brutalidad de Stalin con la de Hitler, optando por Stalin pues la brutalidad de este último tenía una finalidad comunista, Mariën no duda en aceptar los métodos de persuasión de la publicidad, incluso los de la propaganda fascista. Muy probablemente, la idea de dar a un partido el nombre y la apariencia de una sociedad comercial se inspirara incluso en la experiencia del nazismo belga francófono cuyo fundador y líder, Léon Degrelle, dio a su organización el nombre de la editorial católica que él mismo dirigía: Rex. Mariën propondrá dar a su organización revolucionaria secreta la cobertura de un club de ocio y vacaciones, algo parecido a ese Club Méditerranée que había fundado 8 años antes el también belga Gérard Blitz. Una vez "revolcaos en un merengue" como dice el más famoso tango de Santos Discépolo, no se puede uno permitir absurdos escrúpulos.


La propuesta de Mariën es sobre todo un chiste y una broma, pero la eficacia del chiste (Witz) consiste según nos enseña Freud en apuntar a un deseo reprimido a través de la ambigüedad de un significante explotada por la “técnica del chiste”. El chiste nunca es solo algo « gracioso », sino que siempre es el representante de algo imposible de decir y de representar en otro lenguaje, es una “formación del inconsciente” (Lacan). De ahí que el chiste sea profundamente surrealista, pues expresa no una realidad fantástica, sino ese lado oculto de la realidad, aquel que no queremos ver y que se manifiesta a la vez que se oculta en los sueños, los lapsus y los chistes. Tal vez la influencia confesada por André Breton del psicoanálisis sobre el surrealismo haya hecho de este último una estética del chiste. Sin embargo, una estética del chiste que, como tal, no ignora el insoportable mundo de larvas que se oculta detrás de todo chiste y a la vez se expresa en él, es más precisamente una estética del humor negro. Cuando ya no podemos desear abiertamente, explícitamente una cosa, el comunismo por poner un ejemplo, sólo un chiste negro, muy negro, nos puede salvar permitiéndonos entrever por medio de las risas lo que realmente queríamos. Por otra parte, el chiste que nos propone Mariën no carece de seriedad, de gravedad, pues apela a la necesidad de decidir, de actuar y de hacerlo muy rápido, de tomar por sorpresa a nuestros propios hábitos mentales y de no dar al enemigo que en nosotros mismos reside la posibilidad de reaccionar.
Tal vez las revoluciones latinoamericanas que han puesto en el lugar del poder a presidentes plebeyos, indios o mestizos, absolutamente incapaces de representar la gravedad y seriedad del Estado colonial latinoamericano, y muy capaces en cambio de abrir paso a las reivindicaciones y movimientos sociales sean una aplicación del método de Mariën. Se trata de quitar el poder a la burguesía, pero para ello lo que hay que hacer es bloquear el lugar del poder con un dirigente que por su propia presencia hace imposible el funcionamiento normal del Estado. ¿Qué mejor chiste político que la presencia en las presidencias de varias repúblicas latinoamericanas de exponentes de las mayorías sociales y étnicas históricamente dominadas por estos mismos Estados? ¿Qué mejor sorpresa que las sucesivas y aplastantes victorias elctorales de estos nuevos movimientos y dirigentes que, como Hugo Chávez o Evo Morales nunca han renunciado al sentido del humor, como tampoco lo hicieron el Che ni Fidel? Puede que nuevas sorpresas de este tipo aguarden al capitalismo, incluso donde menos las teme, en Europa y los Estados Unidos. La conjura para hacer la revolución mundial en solo un año ya ha comenzado. Empieza la cuenta atrás.

viernes, 11 de enero de 2013

Los ateos rezan por Chávez

"Le Prince étant défini uniquement, exclusivement, par la fonction qu'il doit accomplir, c'est à dire par le vide historique qu'il doit remplir, est une forme vide, un pur possible-impossible aléatoire" (Louis Althusser, Machiavel et nous) ("Puesto que el Príncipe se define únicamente, exclusivamente por la función que debe cumplir, es una forma vacía, un puro posible-imposible aleatorio" LA, Maquiavelo y nosotros)


Tuve ocasión ayer de participar en un acto ciertamente emotivo. Se trataba de una reunión convocada por la embajada de la República Bolivariana de Venezuela en solidaridad con el presidente Hugo Chávez que no pudo jurar su cargo de presidente reelecto debido a su estado de salud. La solidaridad con la persona del presidente se hacía extensiva al conjunto del proceso revolucionario bolivariano. El público estaba compuesto de miembros de la comunidad latinoamericana en Bruselas y de otras personas que apoyamos el proceso bolivariano y, en general, la ola transformadora que está cambiando radicalmente una buena parte de América Latina. Los asistentes, incluidos los miembros del cuerpo diplomático del Alba, eran todos gente sencilla, politizada, preocupada. Aparecían en una pantalla, en directo, las imágenes de la inmensa manifestación de Caracas donde la población, en ausencia de Hugo Chávez, tomó ella misma posesión del cargo de presidente. Una escena emocionante: frente a una "oposición" que lanzaba fuegos artificiales hace unas semanas cuando creyó muerto al presidente y que aún hoy cuenta más con el cáncer que con su propio potencial electoral para poner fin al proceso bolivariano, una marea variopinta, pero también muy roja, de gente de todos los tipos y edades rodeaba el palacio de Miraflores para defender la democracia, su democracia. Frente al golpismo, frente a la muerte. Hoy, hasta los ateos rezamos por Chávez a ese Dios Inexistente que nosotros sabemos.

Es mucho lo que está en juego en torno a la difícil coyuntura marcada por el estado de salud de Chávez. La oposición intenta aprovechar este momento para desestablizar el país, generando entre otras cosas, desabastecimiento alimentario, caos e incertidumbre. De momento, su táctica no parece funcionar. Por el contrario, una inmensa mayoría de la población, mayor aún que la que lo reeligió, desea, según las encuestas, que el presidente Chávez vuelva a su cargo y que continúe el proceso que con él se iniciara. Chávez no es solo un presidente de la República, es otra cosa: el símbolo vivo de un cambio social que ha impulsado a la existencia política y social a millones de venezolanos que antes "no existían" y carecían de cualquier tipo de derecho. Venezuela es hoy un país donde las políticas sociales del gobierno bolivariano han reducido enormemente la pobreza, donde se garantiza el acceso a la enseñanza gratuita para todos y no sólo en el nivel primario y secundario, sino en el universitario. Sobre 27 millones de venezolanos había 300.000 universitarios antes de la revolución; hoy son más de dos millones. Lo mismo puede afirmarse de la sanidad y de la cultura. Uno de los objetivos del gobierno de Venezuela es que 2 millones de niños accedan a la alfabetización musical, esto es que sepan música y sepan tocar un instrumento, que les proporciona gratuitamente el Estado. Teatros y salas de concierto ya no son patrimonio exclusivo de la oligarquía. El cambio social es tangible en cuanto a desarrollo de los servicios públicos y reparto de la riqueza, también en términos de politización y protagonismo de la población. Es esa la mayor fuerza de Chávez y la base de la legitimidad del proceso. Como dicen los venezolanos "Chávez nos dio Patria", en otros términos, los hizo ser miembros efectivos de una comunidad política y tener acceso a los comunes de un país cuya gran riqueza era antes sólo para unos pocos.


No se pueden discutir estos logros, pero el propio problema creado por la enfermedad de Chávez apunta a una característica del proceso.que puede ser a la vez su  mayor fuerza y su máxima debilidad. Se trata efectivamente de la relación estrechísima del proceso con la persona de Chávez que se expresa en consignas del tipo "Chávez es el pueblo", "Chávez, corazón del pueblo" o "Chávez somos todos". Al margen de la relación de afecto que puedan sentir amplios sectores de la población venezolana por el dirigente de la revolución bolivariana, es inevitable enmarcar esa relación imaginaria en la tradición política de la soberanía. En esta tradición cuyo pensador clásico es Thomas Hobbes, el soberano es quien unifica al pueblo. Lo unifica en la medida en que lo representa y lo representa en cuanto los individuos que componen la multitud que se hace pueblo renuncian mediante un contrato a todo derecho propio en favor del derecho absoluto del soberano. Para Hobbes, es esta la única manera de superar los peligros mortales que supone la guerra de todos contra todos que caracteriza al estado de naturaleza. De este modo, el pueblo y cada uno de los idividuos que lo componen actúa por medio de su representante, por medio del soberano, y, por consiguiente, cada súbdito debe considerar la actuación del soberano como propia. Desde un punto de vista gráfico, Hobbes representaba en la portada del Leviatán este hecho fundacional de la soberanía mediante la imagen de un Hombre Artificial compuesto por los hombrecillos naturales que transfieren al soberano su propio derecho, su propia potencia. Así, puede afirmar Hobbes que en una monarquía: "El Rey es el pueblo" (The King is the People).



El liderazgo de Chávez ha sido calificado con frecuencia como "populista". En la mayoría de los casos, por sus dectractores que consideran que una dirección política que no esté en manos de "los que saben", de las élites sociales sólo puede ser irracional y tiránica. Es grande, en efecto, la animadversión de la tradición política occidental al poder del pueblo. Esa misma tradición política que hoy denuncia el populismo de Chávez  es la que hasta principios del siglo XX consideraba la "democracia" de manera negativa y lo hacía por los mismos motivos. Existe, sin embargo otra corriente de pensamiento que asume el "populismo" como un hecho positivo y considera, como lo hace Ernesto Laclau que el populismo es el otro nombre de la política frente a concepciones de esta que la neutralizan reduciéndola a mera gestión de la sociedad  por parte de presuntos expertos. La política así neutralizada se convierte en los términos del filósofo francés Jacques Rancière en mera "policía" o gestión de las diferencias y jerarquías consolidadas. Sólo el "populismo", la importación al espacio político de las reivindicaciones de la parte no representada y tal vez nunca totalmente representable puede hacer revivir el antagonismo y con él la política propiamente dicha, que coincide con la democracia. Esto es algo que Chávez ha sabido hacer magistralmente.

El liderazgo de Chávez es perfectamente anómalo. Chávez no es un profesional de la política ni un experto, sino un hombre del pueblo. Esto hace que la mayoría de la población excluida del poder y del reparto de la riqueza se identifique con él. Chávez es para los de abajo, en ese Estado de raíz colonial y oligárquica que ha sido Venezuela hasta anteayer, una persona que no pertenece a la clase ni a la raza que ha gobernado "siempre" el país. Es además, una persona que no ha abandonado -casi- nunca la "decencia común", ese sentido moral inmediato, basado en la igualdad y la dignidad de todas las personas que Orwell atribuía a las clases populares y del que están desprovistos la inmensa mayoría de los gobernantes. No sólo eso, el presidente Chávez sigue siéndo presidente no sólo por su indudable valor personal, ni por haber sido reelegido desde hace 14 años por una amplia mayoría, sino sobre todo porque el pueblo venezolano lo rescató de sus captores y lo restableció en la presidencia desbaratando un golpe de Estado oligárquico. En un sentido enteramente opuesto al de la frase de Hobbes antes mencionada: "Chávez es el pueblo", pues la multitud de los de abajo es la que sostuvo y sostiene a uno de los suyos en ese puesto de responsabilidad política que no estaba hecho para ellos.

Existe así, en el populismo y en su peculiar expresión chavista un doble aspecto: por un lado, adopta las formas de la soberanía clásica, pues afirma la representación del pueblo en y por el Líder, pero por otro, la multitud y sólo la multitud ha mostrado ser capaz de sostener a la vez al Líder y el proceso revolucionario bolivariano. Frente a los oligarcas golpistas e incluso frente a la enfermedad, frente al cáncer que constituye la triste e indigna esperanza de los "escuálidos", es la multitud venezolana la que da contenido a la acción del dirigente y en todo momento la potencia a través de un diálogo ininterrumpido. La teología política de matriz hobbesiana hacía del soberano un Dios mortal que trasciende al pueblo en que se funda su poder y reduce a Uno a la multitud. El chavismo es una nueva teología política herética, mesiánica y materialista, en la cual la multitud se mantiene como tal y como multitud libre determina en gran medida el curso del proceso político. El soberano deja de ser en este contexto una sustancia, un absoluto y es una relación interna a la multitud de la que la persona de Chávez, como defensor de los comunes materiales y de la decencia común, de la dignidad de todos, es una mera expresión. El soberano no es quien desactiva a la multitud, sino la figura resultante de la intensa politización de la población y que sólo en ella puede sostenerse. Hugo Chávez en la nave negrera dirigida por los amotinados que es la Venezuela bolivariana es un personaje parecido al Benito Cereno de Melville, aunque aquí se trata de un Benito Cereno distinto: de un negro vestido de capitán y que asume con entusiasmo su función.

Chávez es ciertamente un príncipe, pero no ese príncipe azul de los cuentos de hadas que aparece sólo una vez y luego desaparece para no regresar jamás salvo que se cumpla una condición dificilísima de realizar, sino un auténtico príncipe maquiaveliano. Es el príncipe que funda una república nueva y una democracia a partir de un momento monárquico inicial. Althusser recordaba en su ensayo Maquiavelo y nosotros un texto del Príncipe de Maquiavelo: "Un solo hombre es capaz de constituir un Estado, pero muy breve sería la duración del Estado y de sus leyes si la ejecución dependiera de uno solo, la manera de garantizarla es confiarla al ciudado y a la salvaguarda de varios". Hay así, según comenta Althusser el texto maquiaveliano, dos momentos en la fundación de un nuevo principado: 1) un momento de soledad del príncipe, el del "comienzo absoluto" que sólo puede ser obra de uno, de un individuo solo, pero "ese momento es en sí mismo inestable, pues en último término puede inclinarse más del lado de la tiranía que del de un auténtico Estado" y 2) un segundo momento que es el de la duración, que sólo puede alcanzarse mediante una doble operación: la donación de leyes y la salida de la soledad, es decir del poder absoluto de uno solo". Ciertamente, como hemos visto el poder absoluto de uno solo es una ficción teórica que sirve para pensar la ruptura con el pasado, con el orden anterior. En el caso de Chávez, desde el momento de su "decisión" de ruptura con el régimen oligárquico y a través de las distintas fases de la revolución bolivariana, siempre ha contado con el apoyo de movimientos sociales importantes y tendecialmente mayoritarios. Es que su revolución  puede compararse con la creación del principado nuevo maquiaveliano solo hasta cierto límite. Maquiavelo piensa en la creación de un Estado moderno, burgués, de un sistema de dominación de clase, ciertamente inteligente y capaz de negociar con "los de abajo", pues el Príncipe debe "ganarse la amistad del pueblo", pero lo que hoy está en juego en Venezuela es precisamente la liquidación de la sociedad de clases, la creación de una democracia real, el socialismo como transición a una sociedad de los comunes. Eso impide que los dos momentos se distingan claramente, aunque, sin duda, la decisión de Chávez de rebelarse contra el régimen oligárquico fuera en su momento el catalizador a la vez necesario y perfectamente imprevisible que permitió tomar cuerpo al conjunto del proceso y lo puso en marcha.

Un príncipe que funda una democracia es un mediador evanescente, un mediador cuyo acto mismo impide su perpetuación como soberano absoluto. Chávez es así indispensable, pero a la vez, sustituible. Él mismo ha afirmado en numerosas ocasiones que es objetivo del proyecto bolivariano acabar con el Estado burgués y sus instituciones para establecer una democracia acorde con unas nuevas relaciones sociales postcapitalistas. En la presentación del programa electoral para las últimas elecciones presidenciales, afirmaba Hugo Chávez: "Para avanzar hacia el socialismo, necesitamos de un poder popular capaz de desarticular las tramas de opresión, explotación y dominación que subsisten en la sociedad venezolana, capaz de configurar una nueva socialidad desde la vida cotidiana donde la fraternidad y la solidaridad corran parejas con la emergencia permanente de nuevos modos de planificar y producir la vida material de nuestro pueblo. Esto pasa por pulverizar completamente la forma Estado burguesa que heredamos, la que aún se reproduce a través de sus viejas y nefastas prácticas, y darle continuidad a la invención de nuevas formas de gestión política." Muchos aquí en Europa, en América Latina y optras partes del mundo esperamos que el presidente bolivariano se restablezca pronto y aplique este programa tan necesario para arraigar la nuev república nacida de la revolución y salir definitivamente del imaginario hobbesiano propio del Estado burgués. 

martes, 25 de diciembre de 2012

Feliz Navidad (dentro y contra)




Desde mucho antes de que el cristianismo fuese religión oficial del Imperio romano, las fechas que corresponden hoy a la Navidad eran las de una de las más importantes fiestas de Roma: las saturnalias. Las saturnalias celebraban el fin de los trabajos del campo y el reposo invernal de los campesionos tanto libres como esclavos. Eran días en que los esclavos gozaban de una relativa libertad respecto de sus tareas habituales y se celebraba con alegría el fin de los días más cortos del año, el inicio de un nuevo ciclo. El cristianismo recuperó estas fechas, y en particular la del 25 de diciembre (día de Sol Invictus o, para la secta mitraica, día de Helios Mitra) para celebrar el nacimiento de Jesucristo, sin que conste que exista ninguna relación entre este acontecimiento y la fecha elegida. Con todo, el cristianismo situó el nacimiento de Cristo en el mismo período en que los esclavos celebraban una relativa libertad y esperaban lograr una libertad definitiva bajo el gorro frigio del dios Mitra.

Ciertamente, la Iglesia no mantuvo esta celebración de la libertad, pero sí celebra estos días el nacimiento de un personaje que difícilmente puede ser asimilado por ningún poder. La enseñanza del Nazareno, que retoma en su literalidad el aliento revolucionario de los profetas, desentona en una institución que, desde muy pronto se convirtió en un centro de poder y de justificación de todos los poderes terrenales y de todas las explotaciones. Es tan sorprendente que se predicara el Evangelio en el marco de una institución de este tipo como que el Estado y la Revolución de Lenin se publicase en la URSS de Stalin. Lo que explica esta paradoja es que, en ambos casos, un mensaje contrario al orden existente quedó neutralizado, literalmente desemantizado, por obra y gracia de la repetición ritual en el marco de las liturgias oficiales.

Vale la pena, dicho esto, hacer un esfuerzo por volver a escuchar lo que dice Jesucristo -y lo que dice Lenin- detrás de estas densas capas de mistificación. Jesucristo no es el predicador de la obediencia a la ley basada en el temor, sino el de la obediencia libre basada en la esperanza o en la razón. No de la obediencia a cualquier cosa, sino a una ley que coincide con la justicia y en la caridad. De lo que se trata según el mensaje mesiánico de Cristo -que la Iglesia ha olvidado- es de basar toda obediencia a la ley en la previa asunción de la dimensión de lo común. Nadie antes de Louis Blanc y del Marx de la Crítica del Programa de Gotha había dicho tan claramente en que podía consistir una sociedad donde el acceso a la riqueza quedara disociado de la propiedad y del trabajo, una sociedad comunista. La idea de "caridad" ("gratuidad": pues charis es en griego la gracia y lo propio de la gracia es lo gratuito) coincide exactamente con un acceso a los bienes de este mundo independiente de los títulos jurídicos de la propiedad y de la sumisión a un orden del trabajo:
 “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: No trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” (Mateo 6:25-3) A lo que llama Jesucristo es a compartir, a abandonar la propiedad, a no preocuparse por la economía y a no creer en ella sino en la libre capacidad productiva de lo común y de la comunidad: "Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme." (Lucas, 18:22). Esto, en términos modernos (Louis Blanc, Karl Marx) se dice: "De cada cual según su capacidad a cada cual según sus necesidades".

Los seguidores reales del Hijo del Carpintero no son los grandes prelados ni los poderosos, no son los mojigatos ni los meapilas, sino los verdaderos comunistas y los auténticos ateos. Los comunistas, en cuanto defienden no las monstruosidades del socialismo estatal, sino el régimen del común y de los comunes, cuyo fundamento es la justicia y la caridad, esto es una justicia cuya base no es la propiedad, sino el libre acceso gratuito a lo común. Los ateos también, pero también en este caso, los auténticos ateos, no los que defienden una atroz religión fetichista de la historia, del Estado o de cualquier otra pesadilla. Los auténticos ateos son los que no creen en una providencia, ni en un orden del universo, sino en la gratuidad, en la aleatoriedad de la historia y de la naturaleza, en la fundamental aleatoriedad de todo lo necesario. Entre estos ateos de la gracia, están naturalmente, junto a los materialistas que rechazan el principio de razón suficiente, los cristianos que afirman, junto a los teólogos de la liberación, una "teología de los predicados" en la cual no se afirma que "Dios es amor", sino que "el amor es Dios" y que el hijo del hombre, todo hijo del hombre es Dios, que fuera de la comunidad de los hombres, del otro reino que está en este mundo, no hay ningún Dios.

No les regalemos la Navidad a los que crucificaron a Cristo, a los prelados y a los poderosos, a los ricos y prepotentes, a los que roban a los pobres y los desahucian. La Navidad no es suya, sino de la única comunidad en la que creyó Cristo, del único pueblo de Dios que es a su vez Dios mismo, no el Dios único, pues su divinidad es intrínsecamente múltiple, sino lo único que merece ser llmado Dios. Celebremos dentro y en contra de una tradición cristiana degenerada y corrompida por el poder el nacimiento de un decisivo actor de la tradición de la libertad comunista y atea: Jesucristo. ¡Feliz Navidad, camaradas!

sábado, 22 de diciembre de 2012

Nosotros, los nuevos mayas

(Imagen de la película El Golem (1920))
 
 
 
A los que pensaban que el 21 de diciembre podía haber sido el fin del mundo, va dedicada esta pequeña cita de Slavoj Zizek en su intervención -repetida por los centenares de voces del "micrófono humano"- en Occupy Wall Street: "En abril de 2011 el gobierno chino prohibió que apareciesen en TV, películas o novelas todas aquellas historias que hiciesen referencia a realidades alternativas o viajes en el tiempo. Esta es una buena señal para China, puesto que significa que la gente aún sueña con alternativas, así que hay que prohibir este sueño. Aquí no se piensa prohibir nada de eso, porque el sistema en el poder incluso ha suprimido nuestra capacidad para soñar. Fijaos en las películas que vemos todo el tiempo. Es fácil imaginar el fin del mundo, un asteroide que destruya el planeta y ese tipo de cosas. Pero no se puede imaginar el fin del capitalismo."

Esta breve cita nos muestra hasta qué punto hemos confundido el capitalismo con lo más estable que se puede pensar. Marx, en el Capital, había hecho del Capital un enorme monstruo, una especie de gigantesco e infinito Gólem *, creado por nuestras propias manos y que a la vez nos sirve y nos domina, nos alimenta y amenaza, con la brutalidad de la divinidad de los monoteismos, nos libera de todo poder mundano y nos oprime de manera exclusiva e ilimitada. Lo fundamental es que, como el Dios de Feuerbach, el Capital es un producto humano, que sólo vemos como ajeno por la necesaria ilusión fetichista  que produce la combinación entre expropiación del trabajador (respecto de sus medios de producción) y relación social mercantil en la que las cosas parecen intercambiarse solas y llevar su propio comercio independientemente de los humanos que sólo son sus portadores. Como producto humano que es, como algo más que un producto humano, como nuestra propia potencia colectiva contemplada como algo ajeno debido a la distorsión óptica que produce la relación capital, el Capital es inseparable de nosotros y nosotros mismos somos inseparables de él. 
Todo cambio radical en -y de- la relación capital deberá producirse desde dentro de esa misma relación: la perspectiva imaginaria, fetichista, que nos relaciona con el Capital, sólo podrá superarse a partir del desarrollo desde dentro de esta relación -y contra ella: "dentro e contro" como afirma la tradición operaista- de una perspectiva de lo común que supere la atomización característica de la relación mercantil. En cierto modo, esto es algo que todos sabemos, hayamos o no leído a Marx. Por eso, nuestro deseo de liquidar la relación capital que hoy nos asfixia se manifiesta como deseo de "fin del mundo", de que caiga un meteorito o vengan los marcianos a liberarnos de una pesadilla que no podemos quitarnos de encima. Una vez asociados existencialmente al capital, este se presenta para nosotros como una sustancia infinita y eterna respecto de la cual los mundos son plurales y efímeros. Con el fin del mundo, no estamos, sin embargo, soñando realmente nuestra propia muerte. Freud afirmaba que soñar su propia muerte es imposible, pues todo sueño de la propia muerte incluye al sujeto como espectador de ella. El mundo se puede acabar, porque sabemos que la potencia secuestrada y movilizada en la relación capital, una vez autodeterminada, liberada como relación comunista, es capaz de crear muchos nuevos mundos y de rescatar la propia naturaleza, o el propio entorno natural de la vida humana hoy supuestamente amenazado. 
En lugar de dedicar tiempo a tonterías supuestamente inspiradas por unos códices y calendarios mayas de difícil e incierta lectura, más valdría recordar que, como recuerda Jared Diamond, los propios mayas liquidaron su civilización permitiendo que una aristocracia -o cleptocracia- de nobles y sacerdotes se mantuviera demasiado tiempo en el poder. Algo parecido les ocurrió a los habitantes de la Isla de Pascua. A veces, una revolución es el único medio de salvar un mundo y una civilización. Para nosotros, de todas formas, el fin del mundo ya ha llegado, pues con el capitalismo no existe propiamente mundo, sino subsunción real de toda forma de vida bajo el capital: producción masiva de externalidades negativas (contaminación, destrucción de especies etc.), sacrificios generalizados y sobre todo muchos sacrificios humanos. Tenemos que elegir entre refundar la civilización cambiando de régimen social y acabando con los grandes sacerdotes del capital o dejar que una casta que persigue intereses delirantes la liquide definitivamente poniendo incluso en peligro nuestra propia existencia como especie.

En cuanto a la naturaleza, que nadie se preocupe por ella: la humanidad no la destruirá, será ella la que destruirá a la humanidad, en cualquier caso, pues el propio concepto de naturaleza implica esa desproporción entre la potencia del infinito y la de lo finito, por enorme que este sea. "En la naturaleza no se da ninguna cosa singular sin que se dé otra más potente y más fuerte. Dada una cosa cualquiera, se da otra más potente por l que aquélla puede ser destruida" (Spinoza, Etica IV, axioma). Por grande que sea la potencia humana subsumida en el Capital, mayor será siempre la del resto de la naturaleza. De ahí la debilidad intrínseca del gigantesco Gólem hecho de nuestra propia sustancia: el Capital es una ilusión de omnipotencia, basada en una enorme potencia real. Sin embargo, mientras esa potencia real no se articule con el resto de la naturaleza y siga creyendo que el hombre es "un imperio dentro de otro imperio" según la bella expresión de la Cábala que recoge críticamente Spinoza, avanzaremos aceleradamente hacia el desastre. Si el capitalismo sigue vampirizando nuestra potencia, destruyendo nuestro entorno y nuestros propios comunes sociales, no tardará la naturaleza en ocuparse de esta realidad demasiado débil y exangüe.
* El Gólem es un ensueño de los cabalistas que Gershom Sholem describió con precisión. No se nos ocurre, sin embargo, relato más breve y elegante de la historia del Gólem que el poema de Jorge Luis Borges del mismo nombre:
Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo
"esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga."
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo)
'pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?'

'¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?'

En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?
 

jueves, 6 de diciembre de 2012

Algunas notas sobre el Maquiavelo de Althusser





Reflexiones sobre unos fragmentos del libro de Louis Althusser Maquiavelo y nosotros acerca de los conceptos de fortuna y virtù (las páginas citadas corresponden a la traducción española, Akal, 2004)

   "Este encuentro de la Fortuna y la virtù tienen en Maquiavelo, en el caso de la fundación de un Principado Nuevo por un Príncipe Nuevo, un significado político muy preciso... Lo propio de la virtù es dominar la Fortuna, aunque sea favorable, transformar el instante de la Fortuna en duración política, la materia de la Fortuna en forma política, por consiguiente, estructurar políticamente la materia de la coyuntura local favorable, sentando los fundamentos del Nuevo Estado, es decir, echando raíces en el pueblo, para durar y crecer, siempre pensando en en el poder futuro y apuntando alto para llegar lejos...

[pg.105]

...Maquiavelo no solo plantea, sino que piensa políticamente su problema, es decir como una contadicción en la realidad, que no puede ser resuelta por el pensamiento, sino por la realidad, es decir, por el surgimiento, necesario pero imprevisible, inasignable en el lugar, el tiempo y la persona, de las formas concretas del encuentro político del que sólo se definen las condiciones generales... Este desajuste, pensado y no resuelto por el pensamiento, es la presencia de la historia y de la práctica política en la teoría misma
"
[pg. 109]


Pensar la política, pero no pensar la política pasada, la historia ya hecha, sino la política y la historia por hacer. Hacerlo, además desde el materialismo, esto es, sin garantías trascendentes ni transcendentales. Sin finalismos y sin determinismos, otras tantas garantías, otros tantos refugios de la superstición. Pensar la política lúcidamente, desde la existencia real de los individuos y desde sus relaciones sociales concretas, sin sucumbir al optimismo ni al pesimismo antropológico en que se basan las teologías políticas. Tal es el objetivo de Maquiavelo, tal fue también el empeño de Louis Althusser, para quien el desvío por Maquiavelo fue un intento de pensar la política más allá de la crisis terminal del marxismo staliniano. Debajo de Spinoza -otra de las grandes referencias de Althusser- está Maquiavelo, este Maquiavelo que nos desvela Althusser, no el ficticio de la razón de Estado. Maquiavelo no es ningún teórico de la razón de Estado y mucho menos el fundador de la teoría de la razón de Estado. Maquiavelo frente a la teoría de la razón de Estado piensa la política en el antagonismo, pero piensa a su vez el antagonismo en su absoluta facticidad, en un horizonte abierto y no según el esquema amigo-enemigo en el que lo encierra la teología política schmittiana.

Para Maquiavelo, la política es creación de lo nuevo, sentido de la coyuntura y de la inmensa fragilidad de las coyunturas. No es en primer lugar gestión de las poblaciones: esto sería la política de la razón de Estado de un Giovanni Botero. Ragion di Stato en la lengua de Botero, donde "ragion" es, mucho más que razón, contabilidad (ragioneria). La razón de Estado es el viejo ardid de la economía, la forma laica de la Providencia de un Dios que pretende engañar al Mal para sacar adelante su plan de salvación. La razón de Estado es ya la "mano invisible" en acción. Una forma mezquina de desentenderse de la política y de imponer la dominación mediante la administración valiéndose de esa forma excelente de ocultación del acto de gobierno que es la estadística.

En Maquiavelo el cálculo es siempre cálculo de la coyuntura, no cálculo estadístico en el espacio lleno y pastoso de la dominación, sino juego en el que intervienen la fortuna, la ocasión y las fuerzas disponibles, la virtù. El conatus es la virtù spinozista, esa potencia por la que se afirma el individuo en su esencia entre los cambios de la fortuna. "Fortuna", en latín es a la vez la ocasión, pero también la tormenta, la tempestad que es desorden y confusión, pero también oportunidad de agarrar la huidiza ocasión. Todo esto nos sitúa lejos, lejísimos de la dicotomía entre administración y golpe de Estado, "ragion di Stato" (Botero) y "coup d'Etat" (Naudé) que domina el pensamiento moderno de la política, que alterna entre una política racional (contble) de la administración de la que todo acto innovador desaparece y una política de la acción que se presenta como enteramente irracional. Maquiavelo nos sitúa fuera de esa dicotomía, en la inmanencia de las relaciones sociales vistas siempre como una totalidad precaria. El materialismo, que, no por casualidad ha solido presentarse en los ropajes del atomismo, es conciencia de la precariedad del todo, o más bien de la esencial inconsistencia de cualquier todo. Su lema podría tomarse prestado al Jacques Lacan que replicaba a los estudiante maoistas que pretendían "cambiarlo todo" en el 68 que "rien n'est tout" (nada es todo o no hay nada que sea todo). Tanto el todo existente como el todo al que algunos aspiran son meras apariencias (semblant). Átomos y vacío: virtù irrealizada y fortuna pensada como apertura, como rechazo del principio de razón suficiente.

Para el pensamiento del orden todo debe justificarse: la violencia del príncipe, incluso su inmoralidad, se justifican según el Descartes de las cartas a Elizabeth por el fin último del gobierno que es el bien del pueblo. El fin justifica los medios o, en otros términos, para todo acto de gobierno debe haber una razón suficiente: si se quebranta una ley, tiene que ser en nombre de una legalidad superior. Nada de esto hay en Maquiavelo, para quien esta consideración económica de los medios y los fines sería no un instrumento, sino un obstáculo para pensar la política. El príncipe tiene una función constituyente: su acción es dictatorial en cuanto para fundar un nuevo orden tiene que ponerse al margen de las leyes que reproducen el orden existente. Su eficacia depende de su capacidad de hacerse con recursos (denari) y armas, pero también con el favor de la población y, sobre todo, de los más pobres. El príncipe no se justifica por los fines, sino que se autoriza a sí mismo fundando el principado nuevo. Un vacío lo separa del orden social y político anterior, un vacío abierto por su propio acto de autorización de sí mismo. El Príncipe es el sujeto que emerge en las brechas y las fallas del orden anterior, como aquello que el orden anterior jamás pudo llegar a expresar ni representar debido a su intrínseca inconsistencia, antes disimulada y ahora, en plena crisis, manifiesta. El Príncipe releido por Althusser es una buena lectura para pensar la crisis y actuar en ella. Como ya sabía Aristóteles, aunque mucho marxista y mucho revolucionario lo haya pretendido siempre ignorar, la conclusión del silogismo práctico no es una nueva proposición, sino un acto.