domingo, 13 de noviembre de 2011

El gobierno de los banqueros: la utopía capitalista realizada

Monumento a Auguste Comte



"Dans chaque république particulière, le gouvernement proprement dit, c'est-à-dire le suprême pouvoir temporel, appartiendra naturellement aux trois principaux ban­quiers" (En cada república particular, el gobierno propiamente dicho, es decir el supremo poder temporal pertenecerá naturalmente a los tres principales banqueros) Auguste Comte, Catéchisme positiviste




1. La respuesta del poder a la oleada de resistencia contra las políticas dictadas por el capital financiero tiene la gran virtud de no ser hipócrita. Frente a quienes en las calles veníamos gritando "lo llaman democracia y no lo es" o "no nos representan", la oligarquía que está al mando del régimen ha decidido no desengañarnos. La reforma constitucional "de alta velocidad" en España fue un primer hito que luego, en una tremenda aceleración histórica, se ha visto seguido por el nombramiento del hombre de Goldman Sachs que es Mario Draghi como presidente del Banco Central Europeo, un banco formalmente "independiente", pero que sólo es independiente de cualquier órgano emanado de la voluntad popular. La sociedad que falsificó las cuentas públicas griegas para que Grecia entrase en el euro, y que luego especuló abiertamente contra la deuda griega, va a dirigir los destinos financieros de la UE. En Grecia, tras el acoso y deposición de Giorgos Papandreu por una troika (FMI, Comisión Europea, BCE) que ha tratado a Grecia como un país colonial, el nuevo primer ministro será otro exponente de la oligarquía financiera, Lucas Papadimos, antiguo responsble del Banco Central Europeo. En Italia, Mario Monti, la persona impuesta por "los mercados" y sus representantes en la tierra y en Europa para suceder al infausto Berlusconi también es, según fuentes de la Comisión Europea, además de antiguo comisario... asesor de Goldman Sachs. En este momento, el Banco Central Europeo y dos países de la UE están dirigidos por personas abiertamente ligadas al capital financiero y, en el caso de Draghi y Monti, a Goldman Sachs. Parece verificarse la afirmación del histriónico corredor de bolsa Alessio Rastani cuando decía en su entrevista a la BBC que "Los gobiernos no gobiernan el mundo, es Goldman Sachs quien gobierna el mundo". Invirtiendo la fórmula de Marx, podemos decir para describir lo que hoy ocurre que "la historia se repite dos veces: una vez como chiste o farsa, la otra como tragedia...griega".


2. El capitalismo siempre tuvo una relación difícil con la democracia. Contrariamente a la historia oficial que nos presenta capitalismo y democracia como términos de un binomio inseparable, la democracia formal tardó mucho en establecerse en el mundo capitalista y, según van hoy las cosas, puede ya decirse que habrá durado poco. Los regímenes liberales del siglo XIX y de las primeras décadas del siglo XX no eran democráticos ni siquiera en el sentido muy limitado que hoy damos a ese término: en casi todos ellos el sufragio era censitario o estaba fuertemente limitado y sólo votaban los hombres. La representación política quedaba así abierta tan sólo a quien tuviera unos ingresos y un patrimonio considerables y no estuviese supeditado al poder patriarcal en la esfera familiar. En cuanto al pluralismo político, siempre fue muy limitado, estando las opciones anticapitalistas a menudo fuera de la ley. Las cosas cambiaron en el segundo decenio del siglo veinte, en el convulso período comprendido entre la revolución rusa y los años posteriores a la crisis del 29, cuando, ante la amenaza de la revolución y de la crisis, fue indispensable a las burguesías europea y norteamericana crear un amplio consenso en torno al capitalismo que incluyese al proletariado y a sus representantes. Con los gobiernos de Roosevelt en los Estados Unidos o del Frente Popular en Francia, pero también al margen de la democracia liberal, con el fascismo y el nazismo, fue posible establecer un acuerdo social hegemónico en torno al orden capitalista basado en el intercambio de disciplina social y laboral por protección y derechos sociales. Después de la segunda guerra mundial y l victoria sobre el fascismo, hasta los años 70 se consolidan  en la Europa en reconstrucción regímenes capitalistas democráticos con un importante contenido "social" y una considerable influencia de las izquierdas, mientras que los logros sociales y democráticos de la era Roosevelt se mantienen a pesar de ciertos recortes en los Etados Unidos. El capitalismo admite de este modo, en su propio seno, un margen para la reivindicación de derechos sociales y para cierto juego político pluralista y democrático, contenido, eso sí, en los límites fijados por el sistema de la representación, la "democracia de partidos" y la preservación de las condiciones mínimas para el funcionamiento del propio capitalismo. 


Este idilio del capitalismo con la democracia no dura más de 30 años (los treinta "años gloriosos" de crecimiento posteriores a la IIa Guerra Mundial) y entra en crisis cuando las conquistas populares en los países del centro capitalista y las independencias de los países del Tercer Mundo reducen drásticamente la tasa de ganancia del capital al hacer aumentar respectivamentre salarios y precios de las materias primas. El capitalismo democrático se encuentra así frente a un límite. Estamos ante lo que la Comisión Trilateral definirá como "La Crisis de la democracia" y caracterizará como una crisis de "gobernabilidad". La solución a esa crisis será, como se sabe, la contrarrevolución liberal con sus diversos hitos: Pinochet, Reagan, Thatcher, Felipe González-Solchaga etc. Sus instrumentos serán la desregulación financiera, el monetarismo, la sustitución del contrato laboral y la contratación colectiva por el contrato mercantil y la contratación individual, y la liquidación progresiva de los derechos sociales


3. En el régimen neoliberal inicial se mantienen las formas democráticas: los gobiernos son elegidos por la mayoría parlamentaria y los intereses privados se diferencian aún del interés público, aunque este último tiende a traducirse cada vez más en términos de eficacia y rentabilidad mercantil. La democracia pierde, con todo, sus contenidos, al implantarse la divisa de Margaret Thatcher "TINA" (There Is No Alternative-No hay alternativa) y hacerse casi imposibles las políticas socialdemócratas. Sin embargo, cuando a partir de 2008 y la crisis de los "bonos basura", el capital financiero se convierte en acreedor despiadado de los mismos poderes que salvaron a la banca de su seguro hundimiento, el margen de negociación de los derechos e intereses de las categorías sociales mayoritarias desaparece  por completo. La única prioridad de los Estados es el pago de la deuda y la salvaguardia de su credibilidad ante los mercados. A partir de ese momento, los representantes políticos no pueden mantener la ficción del "interés general" y se convierten abiertamente en marionetas en manos del capital financiero. Las patéticas imágenes y declaraciones de Papandreu, Zapatero y, en diversos grados, de los demás dirigentes de nuestras democracias en estos últimos meses dan buena muestra de esta completa supeditación del poder político formal a un poder privado. En cierto modo, el capitalismo, tras haber conocido una bastante breve fase democrática está regresando a su constitución liberal y oligárquica inicial. El gobierno de los distintos regímenes capitalistas se encuentra hoy cada vez más directamente en manos de quienes administran el capital. Los sueños de la soberanía popular, de la representación, de la mediación de intereses, se disipan y queda la realidad de un régimen que nunca tuvo mucho que ver con una democracia que no fuera la directa plasmación de las dinámicas de mercado con que soñaran Hayek y Friedman.


4. El capitalismo está haciendo realidad su utopía. No es la de una democracia de mercado -anárquico- donde, como sostenía Hayek, mi dinero es mi papeleta de voto, sino la de un capitalismo de la deuda, donde quien gobierna es el capital financiero a través de sus agentes. A finales del siglo XIX este sueño que hoy se hace realidad  fue descrito por Auguste Comte en varios de sus textos. Para el fundador del positivismo, toda constitución política debe ajustarse al estado de la civilización que le corresponde. Conforme a la ley de los tres Estados, la humanidad habría conocido un primer estado  teológico (con sus tres momentos: fetichismo, politeismo y monoteismo), un segundo estado dominado por las representaciones abstractas de la metafísica y un tercer estado de madurez dominado por la ciencia y la industria, el estado positivo. En este último estado de la civilización, la observación de los fenómenos naturales y, en particular, de los sociales debe ser la base de toda organización política. La base del orden político es la "sociocracia", el poder de las leyes de la sociedad que enuncia la sociología. En esto, Comte es un directo heredero de los fisiócratas, que ya propugnaron un gobierno basado en la naturaleza (fisiocracia o gobierno natural). La democracia queda para Comte relegada al orden de las antiguallas del estado metafísico, pues se basa en abstracciones como la soberanía popular o la igualdad de derechos que no coinciden con las conclusiones de la observación científica de la sociedad y las leyes que de ella se infieren. "Todo está fijado en política -sostendrá Comte- conforme a una ley realmente soberana, reconocida como superior a todas las fuerzas humanas, puesto que deriva en último análisis de nuestra organización, sobre la cual no se podría ejercer ninguna acción. En una palabra, esta ley excluye, con la misma eficacia, la arbitrariedad teológica, o el derecho divino de los reyes, y la arbitrariedad metafísica o la soberanía de los pueblos" (Plan des travaux scientifiques nécessaires pour réorganiser la société -Plan de los trabajos científicos necsarios para reorganizar la sociedad- 1822, negrita nuestra). Para Comte, el estado positivo es el fin de la arbitrariedad representada por el pensamiento teológico y el abstracto-metafísico. El principio único de gobierno es el respeto de las leyes científicas, naturales e inviolables descubiertas por la sociología. La política queda completamente naturalizada y supeditada, como la propia naturaleza a un saber científico y una intervención técnica. Por ese motivo, no tiene sentido cuestionar el orden positivo, pues se impone no mediante la arbitrariedad de la voluntad humana, sino por la fuerza de los hechos identificada a un despotismo no arbitrario: "Si algunos quisieran ver en el imperio supremo de esta ley una transformación de la arbitrariedad existente, habría que instarles a que se quejasen también del despotismo inflexible ejercido sobre toda la naturaleza por la ley de la gravedad "(Ibid.)


Para Comte, el fin de la arbitrariedad se traduce en un nuevo tipo de gobierno, basado en la política científica, en el que dejen de gobernar los hombres y pasen a hacerlo las cosas: "En esta política, la especie humana se condierada como sujeta a una ley natural que puede determinarse por la observación y que prescribe para cada época, de la manera menos equívoca, la acción política que puede ejercerse. La arbitrariedad cesa pues necesariamente. El gobierno de las cosas sustituye al de los hombres" (Ibid.-negrita nuestra). El problema es que el gobierno de las cosas sobre los hombres necesita siempre de unos intermediarios entre las cosas y los hombres que formulen e interpreten las leyes positivas dictadas por las cosas. 


Los banqueros ocupan en la escala de la industria un puesto privilegiado, pues, en la clase de los empresarios, su función es la más abstracta y general y la que mejor permite conocer la leyes fundamentales de la sociedad y aplicarlas. La jerarquía social de los empresarios se eleva, en efecto, "de los agricultores a los fabricantes, de estos a los comerciantes, para ascender por último hasta los banqueros, fundándose cada clase en la precedente. Unas operaciones más indirectas que se confían a agentes más selectos y menos numerosos, requieren así concepciones más generales y más abstractas, al igual que una más amplia responsabilidad" (Catecismo positivista. CP). Por ese motivo, debe un triunvirato de banqueros asumir el poder temporal en cada una de las repúblicas que configuran el orden mundial positivista: "En cada república particular, el gobierno propiamente dicho, es decir el supremo poder temporal pertenecerá naturalmente a los tres principales banqueros" (CP.).  Se perfila así una utopía de un gobierno mundial del capital a través de sus agentes: "dos mil banqueros, cien mil comerciantes, doscientos mil fabricantes y cuatrocientos mil agricultores me parecen suficientes jefes industriales para los ciento veinte millones de habitantes que componen la población occidental. En este pequeño número de patricios se encuentran concentrados todos los capitales occidentales cuya activa aplicación deberán dirigir libremente, bajo su constante responsabilidad moral, en beneficio de un proletariado treinta veces más numeroso". (CP). 


5. La idea de que quien gobierna realmente el mundo no son los gobiernos sino Goldman Sachs pudo considerarse un chiste e incluso se creyó durante unos días que la entrevista de Alessio Rastani a la BBC era una broma de los Yes Men. El psicoanálisis nos ha enseñado, sin embargo, que un chiste es mucho más que un chiste, pues tiene una relación estrecha con el inconsciente. El chiste (Witz) como manifestación del inconsciente, nos abre, según Freud, a un saber que no se sabe a sí mismo por resultar insoportable. En las formas liberales y democráticas que hasta hoy había asumido el capitalismo, afirmar que vivimos en la dictadura del capital parecía una exageración que sólo podía expresarse a través del humor. Se podía objetar a quien afirmase esto que en nuestros países hay elecciones y que el pueblo puede cambiar la lína del goberno, lo cual era además cierto dentro de determinados límites que siempre coincidieron con los del propio capitalismo. En un capitalismo democrático, todo podía cambiarse menos el propio capitalismo. Sin embargo, la evolución del sistema nos ha llevado, en primer lugar, a un completo vaciamiento de los contenidos de la política en la primera fase (monetarista, desreguladora) de la contrarrevolución neoliberal, y, en su segunda fase dominada por lo que denomina Maurizio Lazzarato "la economía de la deuda", a una abierta desaparición de las formas democráticas, a un estado de excepción permanente. Los peores chistes y los más descabellados sueños utópicos se hacen realidad ante nuestros ojos. Nunca ha sido más descarnada la crisis de la representación política en el capitalismo, nunca más urgente ni más sentida la necesidad de refundar la democracia sobre una base distinta del capitalismo. 

martes, 25 de octubre de 2011

El asesinato de Gadafi y la bestialidad humanitaria



Jan de Baen, Los cuerpos de los hermanos De Witt (1672)


Las imágenes del asesinato de Muammar Al Gadafi son brutales. Corresponden a un linchamiento cruel, el de un individuo cuya vida es absolutamente despreciada y que es tratado peor que un animal de matadero. Las imágenes de televisión y las fotografías tienen un regusto exhibicionista y casi pornográfico, regodeándose en la sangre, el sufrimiento, la humillación. Son imágenes del dirigente libio capturado por un grupo de rebeldes que atormentan a su antiguo amo al grito de allahu akbar (Dios es el más grande), fórmula teológico-política que afirma la absoluta superioridad de Dios sobre todo hombre, incluso el más poderoso. Quienes martirizan a Gadafi se ven, pues, a sí mismos, como brazos ejecutores de la justicia divina. Es de suponer que el odio al antiguo amo se intensifica por el hecho de que muchos de sus captores eran hace siete meses personas que participaban en la adulación obligatoria del Líder libio, personas que lo amaban, en cierto modo, pero con ese amor obligatorio tan típico de las tiranías. Se trataba de un amor basado en el miedo, un amor que era motivado por la esperanza -inseparable del propio temor- de no ser objeto de su ira. La destrucción de un déspota que es imagen y causa de la indignidad de sus súbditos siempre ha sido cruel. Lo que hemos visto en Internet, en la prensa y en la televisión estos últimos días, no son sino las imágenes de la última versión de la muerte del padre omnipotente de la horda primitiva a manos de sus hijos, que nos describía Freud en Tótem y tabú. Esta muerte, sólo puede amparar su crueldad en la invocación de Dios, esto es del propio Padre muerto, un padre cuya violencia se ha transformado en ley.

Las imágenes que se nos muestran son, pues, de fanatismo y se las presenta en contraste con el sosiego y la racionalidad de unas fuerzas de la OTAN que, desde el cielo y con medios de alta tecnología habían bombardeado poco antes el convoy de Gadafi. También contrastan las imágenes con el mandato que tenía la propia OTAN cuyos dos objetivos principales eran : 1) defender a la población civil frente a los desmanes del Régimen y 2) capturar a Gadafi para trasladarlo ante la Corte Penal Internacional que lo acusaba de gravísimos crímenes contra su población. Barbarie teológica de árabes y musulmanes, y racionalidad técnica y jurídica occidental parecen oponerse diametralmente. Sin embargo, las cosas son bastante menos claras de lo que parece. La OTAN no sólo ejecutó su mandato de protección de la población civil, sino que se convirtió en actor directo de la guerra mediante el bombardeo de toda una serie de objetivos que no eran todos militares y, por otra parte, los horribles crímenes de lesa humanidad de que acusaba la CPI a Gadafi no fueron confirmados ni por Amnistía Internacional ni Por Human Rights Watch. Hubo represión, sin duda, muy dura, tanto que bastó para disuadir a los manifestantes de volver a salir a la calle sin armas, pero no bombardeos aéreos de los manifestantes, como afirmaron los medios occidentales y Al Jazeera

Al margen de estos incumplimientos y falsificaciones, existe, sin embargo, una lógica de la intervención de la OTAN en Libia que no contrasta tanto con la de los fanáticos y desesperados ejecutores del antiguo amigo libio de Berlusconi y de Aznar. Las acusaciones de la CPI, sean verdaderas o falsas, se inscriben en un marco que ya conocemos, el del humanitarismo militar. El humanitarismo se expresa y actúa en nombre de los más altos valores, en nombre de la humanidad: su empeño en socorrer y proteger a las víctimas se basa en la condición humana de estas. Ahora bien, esa humanidad que parece ser enteramente universal y no admitir excepciones, no se basa sólo en la pertenencia a la especie, sino en la idea de una dignidad moral del sujeto humano. Una dignidad moral cuya definición, por supuesto, es enteramente flexible y adaptable a las circunstancias: quien dice "humanidad" quiere engañar. Así, la solicitud por las víctimas puede conciliarse con la expulsión de los verdugos del orden humano. Gadafi, para la OTAN o para la CPI no era un enemigo, sino un criminal, no era un ser humano o un dirigente político en relación de antagonismo con otros, sino un monstruo que no pertenecía al género humano . 

Una vez que un individuo se ve fuera de la humanidad por sus crímenes reales o supuestos, pasa a tener un estatuto particular. Los romanos condenaban a los autores de crímenes muy graves como el parricidio al estatuto de « homo sacer ». Esta expresión reúne dos significados aparentemente contrarios, por un lado significa « hombre sagrado » y por otro « hombre infame », al margen de la sociedad, que cualquiera puede matar sin culpa ni castigo. En el antiguo derecho germánico se declaraba a los grandes criminales Vogelfrei, literalmente libres como los pájaros, pues ya no tenían ninguna obligación social, ningún lazo comunitario, pero también libres de ser devorados por los pájaros y los peces. Osama Ben Laden y Muammar Al Gadafi han cumplido ese destino tras haber sido excluidos de la humanidad en nombre de la justicia universal y de la humanidad. 

Nos enseña el jurista alemán Carl Schmitt que toda guerra combatida en nombre de la humanidad, o de Dios o de algún supuesto valor universal deja de ser guerra para convertirse en cruzada y, como sabemos, todo cruzado está más allá de las leyes de la guerra. De este modo, quienes asesinaron a Gadafi en nombre de Dios y quienes decidieron capturarlo en nombre de la humanidad y de los derechos de sus víctimas no estaban moral e intelectualmente tan alejados como pretenden los medios de comunicación. La ambigüedad de la intervención de la CPI y de su brazo armado en Libia en nombre de la humanidad se aprecia en esta mezcla inextricable de enunciación de valores universales y creación de un espacio más allá del derecho de la guerra, de un espacio para la violencia ilimitada ejercida en nombre de la paz y del derecho. Ahora bien, ese espacio al margen del derecho, ese espacio de excepción en el que es posible el bombardeo de población civil, la tortura pública y el asesinato ante las cámaras de vídeo, es el espacio que habitamos, más allá de la retórica de los derechos humanos que, como hemos visto, no sólo sirve para encubrir la violencia, sino para justificarla. 

La bestialidad evidente de quienes actúan en nombre de la humanidad no niega, en absoluto, la legitimidad de la revuelta de los libios contra su despótico Líder, pero es necesario no ignorar el marco "humanitario" en que esta revuelta se ha visto "secuestrada". La revuelta de los libios pertenece al ámbito de la política, del antagonismo, es una lucha por la libertad y por los derechos de todos perfectamente comparable a la que se libra en Túnez o Egipto y, con variada suerte y diversos métodos, en el resto del mundo árabe y aún del planeta. La intervención de la OTAN es, en cambio, un acto dirigido a la abolición de la politica y a su sutitución por una brutal defensa humanitaria de víctimas reales o supuestas.

domingo, 23 de octubre de 2011

Más sobre el 15M y su "emocionalidad". Respuesta a la respuesta de Jokin Rodriguez Burgos





Agradezco sinceramente a Jokin Rodriguez Burgos (JRB) el elogio que me tributa al afirmar -refiriéndose a mi texto de defensa del 15M frente a ciertas descalificaciones que le dirigía nuestro admirado Zygmunt Bauman- que "el texto de Brown es altamente representativo del pensamiento doctrinario que mueve este fenómeno socio-político y de sus contradicciones profundas." Habría que introducir, sin embargo algunos matices en tan desmedido elogio. Como integrante de este movimiento, intento expresar -en ningún caso, representar- el pensamiento que produce/que producimos. Este pensamiento no es, sin embargo "doctrinario", ni tampoco "mueve" el fenómeno socio-político que aquí nos interesa. No es doctrinario porque rechaza cualquier tipo de doctrina preestablecida y sólo acepta las conclusiones y las ideas que el propio movimiento como espacio público es capaz de generar. Que eso dé lugar a contradicciones, incluso a "profundas contradicciones" es algo que no voy a negar. Precisamente del contraste de pareceres, del roce de opiniones discordantes nace un pensamiento racional. Quien piense que la razón es un atributo del ser humano solitario no ha entendido nada sobre la característica fundamental del animal que habla: este animalejo a cuya especie me precio de pertenencer siempre toma sus palabras del otro y les da sentido merced al otro. El Kant de ¿Qué es la Ilustración? afirmaba que  "es posible que el público se ilustre a sí mismo, siempre que se le deje en libertad; incluso, casi es inevitable." Comprendió muy bien Kant que la razón se agosta y no logra desplegarse en ausencia de un espacio público, un espacio tan anárquico y tan lleno de contradicciones como el que describe JRB.
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Las objeciones de JRB contra mi defensa e ilustración del 15M y de sus métodos se refieren a mi excesiva confianza en los métodos asamblearios desarrollados por el movimiento. Llega a decir mi amable contradictor que los códigos no verbales utilizados en las asambleas "intentan suprimir en la comunicación asamblearia las expresiones de emocionalidad". Nunca he afirmado eso: sólo he dicho que estos códigos permiten limitar la emocionalidad. Por mucho que insista JRB en su carácter "represivo", estos códigos permiten que no se interrumpa a una persona que habla y, al mismo tiempo que la institución de la "ovación" que silencia a todos, incluido el propio orador, sitúe a éste en una posición de poder por encima de sus propias palabras. El ritual mismo que constituye -según explica bien Giorgio Agamben- al poder como superior a la multitud queda así neutralizado. La ausencia de la ovación y la igualdad en los turnos de palabra en el marco de asambleas largas -a veces interminables- ha dado una muy mala sorpresa a numerosos intelectuales y burócratas que buscaban ponerse por encima de su propia palabra gracias al apoyo sonoro de sus partidarios. Todos ellos se vieron obligados a dar cuenta, a dar razón públicamente de sus palabras en lugar de escudarse en dispositivos productores de carisma y de autoridad. Las asambleas del movimiento del profesorado madrileño, donde el virus del 15M desbordó la disciplina represiva de unas organizaciones sindicales abiertamente colaboracionistas, son un buen ejemplo de la eficacia de este método. Sólo este método de actuación ha permitido que las reivindicaciones del profesorado se convirtieran en la Marea Verde, un prometedor movimiento social de resistencia a las privatizaciones y recortes en la enseñanza.


En cuanto a la falta de pensamiento y de organización del movimiento, sólo puedo insistir en que es organizado y pensante porque -como diría la canción- el capitalismo postfordista lo hizo así". Efectivamente, el trabajo precario y cognitivo, hegemónico en el modo de regulación postfordista del capitalismo, dota a la nueva figura del trabajador de competencias intelectuales y organizativas sumamente desarrolladas. El capitalismo neoliberal ha hecho de cada trabajador un empresario de sí mismo, ha delegado la organización del trabajo que antes correspondía al capital en el propio trabajador. El trabajador es así precario: depende para su subsistencia de su capacidad de autoorganización y de creación de redes que permitan estabilizar su muy inestable posición en el mercado. Una vez acabado el régimen -fordista- de la contractualidad laboral en el que el trabajador intercambiaba disciplina, obediencia al mando capitalista, por seguridad laboral, hemos entrado en un régimen donde la cooperación productiva tiende a realizarse cada vez más a través de la contractualidad mercantil, a través de contratos no ya laborales sino de compraventa de bienes y servicios. Por otra parte, el trabajador precario es cada vez más un trabajador cognitivo, en el sentido de que su actividad tiene en muchos casos un componente lingüístico y relacional y una dimensión de concepción o de diseño de nuevas formas de actividad o de nuevos productos. 


Lo que la crisis capitalista está echando a la calle -en el doble sentido de la palabra- es a una gran masa de trabajadores de este tipo, con una enorme capacidad de organización flexible y en red que suple a la antigua organización disciplinaria del trabajo. Es también un trabajador de la información, la comunicación y la atención cognitiva, al que es muy difícil convencer de que existe una verdad preestablecida o un dogma que deba aceptar sin discusión. Estos dos elementos son centrales en el movimiento: sin ellos no se entiende su dimensión constituyente y todo parece disolverse en una especie de carnaval alegre, pero sin futuro. Por ello mismo también, mal que pese a una izquierda tradicional que confunde política y representación, el movimiento no formula propuestas a los "representantes legítimos", sean de la "nación" o de la "clase obrera". Las asambleas y las movilizaciones autoorganizadas han demostrado mucha mayor eficacia que cualquier iniciativa de las organizaciones de la izquierda tradicional. Lo único que se les puede proponer a estas es que se unan activamente al movimiento de resistencia y al poder constituyente que hoy emerge en todo el planeta. 


Decir que la lucha de clases esta ausente del nuevo movimiento social es pura y simple ceguera: lo que no existe es la representación de las clases, su constitución en bloques homogéneos que preexisten a su lucha, con sus banderas y sus uniformes, como si fuesen ejércitos o equipos de fútbol. Esta representación imaginaria y antimarxista de las clases está felizmente ausente de nuestras plazas. Lo que sí hay es una práctica efectiva de la lucha de clases como movimiento contra la expropiación de los trabajadores y por la defensa de los comunes, ya se exprese este como lucha -eficaz- contra los deshaucios, lucha contra la explotación a través de la deuda privada o pública, lucha por los comunes de gestión estatal tales como la salud y la educación, tomas de edificios, constitución de cooperativas integrales etc.


Un último punto, esta vez filosófico: la cuestión del materialismo. Quiero manifestar mi desacuerdo con la idea de que Spinoza o Maquiavelo sean "pre-liberales" y por ello mismo viejunos y caducos. Marx se sitúa muy precisamente en la misma línea materialista del pensamiento político que Maquiavelo y Spinoza, una línea que afirma la no sustancialidad y el carácter esencialmente relacional del poder. A diferencia de lo que ocurre en el paradigma representativo absolutista y liberal (Hobbes, Locke, Rousseau, Hegel) que considera el poder como una entidad transcendente a las correlaciones de fuerza de la multitud, estos autores "caducos" según nuestro contradictor, sólo consideran el poder como un efecto transitorio -aunque puede ser duradero- de una correlación de fuerzas. Para Marx, Spinoza y Maquiavelo el problema político no es el de la legitimidad o la legitimación de la obediencia, sino el de la producción de esta como efecto de las correlaciones de fuerza. Spinoza y Maquiavelo son dos críticos de los elementos fundamentales del paradigma político de la teología política de la representación que compartirá el absolutismo con su retoño liberal.


Por otra parte, decir que la racionalidad del 15M es una racionalidad "débil" es suponer que existe otra más fuerte. Esta sería, sin duda, la de los expertos, la de las vanguardias, la de los que saben y pueden y deben enseñarnos. Pensar que la racionalidad puede desenvolverse fuera de la materialidad de un espacio público -que, hoy adquiere también una dimensión productiva- es desear con fuerza el retorno de un amo, probablemente más feroz que el propio amo capitalista. Es además situarse de lleno fuera del espacio materialista y soñar con sujetos autoconscientes y transparentes a sí mismos que sirven de base y garantía al conocimiento, obviando el hecho ya resaltado por Marx de que la materia misma del pensamiento es el lenguaje y que este es siempre ya social:  "El «espíritu» nace ya  con la maldición de estar «preñado» de materia, que aquí se manifiesta bajo la forma de capas de aire en movimiento, de sonidos, en una palabra, bajo la forma del lenguaje. El lenguaje es tan viejo como la conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real, que existe también para los otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí mismo; y el lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad, de los apremios de relación con los demás hombres. "(K.Marx, Friedrich Engels, La Ideología alemana). La racionalidad, la unica racionalidad posible no nace de la soledad animalesca del individuo como pretende el idealismo, sino de la relación con los demás en que este se constituye como sujeto en y por el lenguaje. 


La lectura de autores viejunos, preliberales y caducos puede a veces ser útil para orientarse en la lucha de clases realmente existente y no perderse en ensueños de partidos de vanguardia, doctrinas infalibles y líderes históricos. La izquierda mayoritaria ha sido "capaz de soñar", pero, a la hora de "diagnosticar y recetar" sólo han podido agravar la situación del enfermo. Menos mal que, por otros medios, este está recuperando la salud.http://www.rebelion.org/noticia.php?id=137954

jueves, 20 de octubre de 2011

Con ETA desaparece un pilar de la democracia antiterrorista española




La despedida definitiva de ETA es una buena noticia para toda la población del Estado español. Se acabaron unos atentados crueles y sin lógica política alguna. Se deberían acabar, aunque eso sea mucho más difícil las leyes y jurisdicciones de excepción que cercenan nuestras libertades. Cabe recordar, que los manifestantes del 15M que acordonaron el paso al Parlamento de Cataluña para evitar que se votase un paquete de medidas ferozmente antisociales, los está juzgando la Audiencia Nacional, el tribunal especial sucesor del Tribunal de Orden Público de Franco. Mientras existan las leyes, jurisdicciones e instituciones políticas que perpetúan el franquismo dentro de la democracia, estaremos en estado de excepción, en un largo estado de excepción que dura desde el 18 de julio de 1936. ETA ha sido en muy buena medida el pretexto soñado para que ese estado de excepción franquista se mantuviera bajo los ropajes de una "democracia antiterrorista", de una democracia amenazada por los "violentos". Por ese motivo, las autoridades españolas no hiceron gran cosa para que ETA desapareciera xe la manera más fácil y evidente: atendiendo a sus reivindicaciones políticas, muchas de las cuales son compartidas por buena parte de los vascos y son perfectamente asumibles por una auténtica democracia. El Estado y sus distintos gobiernos siempre prefirieron, sin embargo, la vía policial, cuando no el terrorismo de Estado y da la impresión de que cuando la paz se hallaba cerca en las distintas treguas de ETA, algún genio maligno se encargaba siempre de malograrla.

Hoy la declaración de ETA parece firme y definitiva. Se abre, pues la posibilidad de un auténtico proceso de paz. En este proceso hay aún muchas dificultades que superar: las víctimas de ambos lados y los presos vascos. Entre las víctimas cabe distinguir entre las víctimas civiles de ambos bandos y quienes en ambos bandos estaban armados. Hay que recordar que los actos de violencia contra civiles son crímenes de guerra y que toda organización militar que se precie los debe repudiar. Entre los presos vascos debe distinguirse también entre quienes usaron las armas y quienes sólo expresaron opiniones. De estos últimos hay varios centenares en las cárceles españolas. Ni ETA ni el Estado son inocentes en este conflicto y ninguno de los dos es el único responsable. La organización armada vasca y el Estado español heredado del franquismo han formado hasta ahora un binomio cada uno de cuyos miembros ha justificado sus excesos por la violencia del otro.  ETA se volvió casi indispensable para un Estado español que no tenía ninguna posibilidad en su constitución actual -tanto formal como material- de resolver democráticamente la cuestión nacional. El Estado español heredero del franquismo fue para ETA también un pretexto para asumir una función de representación de la fracción del pueblo vasco que opta por la independencia y el socialismo. El Estado español, por su parte,  representaba a los ciudadanos españoles y les ofrecía  protección a cambio de obediencia. Como dicen los mafiosos en las películas: "una oferta que no se puede rechazar".  La organización armada vasca no ofrecía nada muy distinto al pueblo que denominaba "pueblo trabajador vasco": protección de la patria y de la identidad vasca a cambio de sumisión y ausencia de crítica a una vanguardia que podía permitirse ser mortífera por tener enfrente a un régimen que era el sucesor legal y legítimo de una atroz dictadura.

El binomio parece estar rompiéndose. En gran medida ello se debe a la vitalidad de la izquierda abertzale, que, a pesar de una brutal represión y marginación, ha logrado mantener su presencia en la sociedad vasca y vivir sus luchas. El contacto con la realidad de unas luchas sociales que no se jugaban en el espacio de la soberanía -de la violencia como atributo de la soberanía- distanció a la izquierda abertzale de la organización armada. Fue difícil, pues ETA no fue para muchos vascos una simple organización "terrorista", sino el polo a partir del cual se organizó la resistencia más efectiva al franquismo, que en Euskal Herria fue siempre particularmente enérgica y masiva. ETA en el País Vasco, no eran los Grapo: su función si acaso podría compararse a la del PCE durante el franquismo, con la importante diferencia de que ETA tenía un frente armado, "militar". Hoy, sin embargo, el rechazo a la violencia y al absolutismo de un poder que sólo es una caricatura de la soberanía, está afectando tanto a ETA como al Estado español.



No sé si desde la izquierda abertzale se le ha dicho a ETA "que no nos representan", pero con seguridad es algo que en ese sector político se ha pensado. De este modo, los movimientos sociales emergentes que se manifiestan en el conjunto del Estado español en el 15M y que niegan al Estado la posibilidad de representarlos, tienen tal vez un buen contrapunto en una izquierda abertzale que expresa sustancialmente los intereses de los mismos sectores sociales, y que también se está deshaciendo de sus propios "representantes". En este momento, el proceso de descomposición de neoliberalismo nos coloca ante una situación muy crítica para el régimen español: por un lado su legitimidad social es cuestionada por calles y plazas, su representatividad y su soberanía son cada día negadas por los mercados financieros a los que el régimen obedece, pero también por importantes sectores de la población que ya no quieren obedecer a quienes la agreden. A esto se añade un probable aumento de la representación política del idependentismo de izquierda en Euskal Herria que tampoco se siente representado por el Estado español y sus instituciones. Quienquiera que gane las elecciones legislativas españolas se encontrará ante un proceso que puede desembocar en una crisis de régimen.  Agur ETA! Bye, bye (Franco's) Spain.

martes, 18 de octubre de 2011

Zygmunt Bauman y la supuesta emocionalidad del 15M: una breve respuesta

("No saben por qué protestan")


Las últimas afirmaciones de Zygmunt Bauman sobre el 15M resultan cuanto menos sorprendentes. El sociólogo y pensador polaco considera en unas declaraciones recogidas por el País que este movimiento es fundamentalmente "emocional" y que si la emoción es apta para destruir resulta especialmente inepta para construir nada. Las gentes de cualquier clase y condición se reúnen en las plazas y gritan los mismos eslóganes. Todos están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean”. La emoción sería, por lo tanto, inestable y fluctuante y haría que el actual movimiento, que el el 15 de octubre se manifestó como potencia política en las calles y plazas del mundo entero, sólo sirviera para destruir. Un movimiento fundado sobre la "emoción" carecería, a su juicio de capacidad constituyente y sólo podría configurarse como una desordenada multitud, una hidra de 100 o mil cabezas.


El problema de Bauman es tal vez que no ha participado nunca directamente en una asamblea ni un debate del movimiento. Basta acercarse a una asamblea para observar cómo el movimiento se ha dotado de un dispositivo de limitación de la "emoción" sumamente eficaz. Llaman, en efecto, la atención el tono y las maneras civilizados, resultado de una disciplina de debate colectivo muy particular, que proscribe los aplausos y las interrupciones verbales o sonoras de la palabra del orador. Un lenguaje gestual silencioso puntúa las intervenciones: las aplaude, las rechaza, critica el lenguaje agresivo o denigrante etc. Por otra parte, la palabra, en las asambleas abiertas del 15M no tiene como origen ni como destinatario un grupo que afirma una identidad cerrada, sino el ciudadano "cualquiera" reunido con otros "ciudadanos cualesquiera". Ni las pasiones del liderazgo, ni las de la identidad colectiva tienen libre curso en este medio.

Lo que se afirma en su diferencia es la singularidad "cualquiera", pero se trata de un cualquiera positivo, no de aquel por el que no se opta y constituye un residuo, sino el que supone una opción abierta por un otro con quien se busca lo común. En latín este "cualquiera" se denominaría con la palabra "quislibet" que designa al "cual quiera", al "cual" que se acoge y que es causa de amor (el verbo libeo que se encuentra en el componente libet, está directamente relacionado con la raíz del término libido). Tal vez la pasión política fundamental suscitada por el movimiento sea ese amor civil del otro cualquiera, del otro, distinto de mí con quien, sin embargo, estoy en comunidad. Sin duda, el reverso de este amor es la indignación, definida en el sentido de Spinoza como "el odio hacia quien ha hecho mal a otro". La indignación es fuente de antagonismo y de posible destrucción, pero su origen es el reconocimiento del otro cualquiera como un igual; un igual que no lo es por ser propietario, con igualdad de derechos en el mercado respecto de otros propietarios, sino como alguien que tiene igual acceso a lo común del lenguaje, del afecto, de la producción etc.


Difícilmente puede sostenerse, pues, que el 15M sea un fenómeno meramente emocional desprovisto de pensamiento y que sólo sirva para destruir el orden existente. Sólo cabe suponer que Bauman se ha dejado llevar por un sentido "vulgar" de la palabra "indignación" definida por el Diccionario de La Real Academia como "Enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos" y ha atendido más a la designación periodística del movimiento (los indignados) que a su realidad. Efectivamente, lo que está ocurriendo en las calles y plazas de medio mundo en los últimos meses, y con particular intensidad en las de España, es un auténtico experimento de producción política de pensamiento que contrasta con el desierto intelectual y moral en que se mueve el agonizante discurso del poder. La palabra pública tal y como se profiere y se utiliza en las asambleas abiertas es un medio privilegiado de producción de "nociones comunes", de ideas adecuadas y verdaderas que van, precisamente, más allá de la pasión y de la emoción individual o colectiva. En los espacios del 15M está renaciendo un espacio público que el neoliberalismo había destruido junto a la propia política. Un espacio público donde el contraste organizado de puntos de vista, la necesidad de argumentar lo que se afirma ante un auditorio diverso e imprevisible, la necesidad de contradecir mediante argumentos etc. generan racionalidad. 

Esta racionalidad surge, sin embargo, a partir de una palabra que, al no ser proferida por grandes expertos ni sabios reconocidos podría considerarse de poco peso. Sabemos, no obstante, desde la antigüedad -y Hannah Arendt nos lo ha recordado en toda su obra- que no existe un saber de la política, una ciencia de la cosa pública que unos posean y que se imponga a todos como una verdad. Sólo han llegado a pretender gobernar sobre la base de este saber regímenes como el absolutismo y su avatar liberal; por lo demás sin demasiado éxito. La única racionalidad, la única verdad de la política surge del debate público entre singularidades cualesquiera. Esto es algo que Maquiavelo y Spinoza ponen en el centro de su teoría de la democracia: una asamblea siempre tiene menos posibilidades de equivocarse gravemente que un sólo individuo porque en ella las distintas pasiones se moderan y llegan a abrirse paso las nociones comunes. Por ello la democracia, o cualquier forma de gobierno que se rija por el principio democrático es más estable y menos pasional que una monarquía donde sólo el monarca tenga el poder decisorio. Por esta razón también el único régimen estrictamente absoluto, el más libre de influencias externas y menos propenso a las pasiones tristes, no es la monarquía mal llamada "absoluta" basada en la decisión exclusiva del monarca, esto es fundamentalmente en las emociones del monarca, sino la democracia, en cuanto es capaz de enraizar en una racionalidad colectiva. Frente a las teorías absolutistas de un poder basado en el saber trascendente de uno o de unos pocos,  el Spinoza del Tratado Teológico-Político sostenía lo siguiente a propósito de la potencia racional que es a la vez efecto y principio de la democracia: "en la democracia son menos de temer las órdenes absurdas que en otros gobiernos, pues resulta casi imposible que la mayoría de una gran asamblea dé su aprobación a un absurdo. Además, el fundamento y el objeto de este régimen es, como hemos demostrado también, poner coto a los desarreglos de los apetitos y mantener a los hombres cuanto sea posible en los límites de la razón, a fin de que vivan juntos en paz y concordia; pues si se retira este fundamento, todo el edificio acabará necesariamente por derrumbarse." La multitud, su supuesta liquidez, su insumisión a la regla de la uniformidad y del uno, que tanto parece temer Bauman, no son, así, causas de la irracionalidad ni del imperio de la emoción sino auténticos instrumentos de construcción de una racionalidad común.

 
Por la razón antes señalada, tampoco puede decirse que el 15M carezca de organización ni de programa. Lo que ocurre es que su organización se genera y reproduce al ritmo mismo del debate y de la movilización colectiva. Su programa es perdurar como nueva figura de la democracia. No es proponer al poder que cambie tal o cual aspecto de su ejecutoria. A pesar de que las primeras reivindicaciones del movimiento proponían al poder un cambio en las formas de representación a través, por ejemplo, de una nueva ley electoral, el lema central del movimiento, "no nos representan", ha ido cargándose de un juevo contenido mucho más radical. Ya no se trata de pedir que nos representen mejor: lo que se ha comprobado es que el espejo de la representación está roto, hecho añicos y que es imposible recomponerlo. Al poder capitalista neoliberal ya no hay mucho que proponerle. Lo que queda es que el trabajador colectivo, cognitivo, precario, migrante que se congrega en las plazas haga lo que mejor sabe hacer: comunicarse y organizarse como nueva comunidad política en éxodo respecto del mando del capital. Las manifestaciones y ocupaciones del 15M al 15 de octubre y las que seguirán son demostraciones de vida y de racionalidad frente a un poder vacío. Sorprende que un gran analista del presente como Zygmunt Bauman haya olvidado el pasado reciente de su propio país o el de la Alemania del Este donde el principio del fin de esa caricatura del capitalismo que fue el "socialismo real" lo marcaron unas grandes manifestaciones ignoradas por unos gobernantes que las consideraban carentes de pensamiento y de programa.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Un 12 de octubre a contratiempo. Deshacer aquí y allá el Imperio español




No creo que la manía de lo políticamente correcto deba impedirnos decir "España". España es el significante de un espacio geográfico y de un espacio de intercambios culturales comparable a Escandinavia o a los Balcanes. Otra cosa es que ese significante se confunda interesadamente con el de un Estado, o, peor aún, con el de una nación. España, como Estado nace alrededor de 1492 con la unión matrimonial de Castilla y Aragón, la conquista de Granada y, algo más tarde, la conquista de Navarra por Fernando de Aragón (1512). Una expansión imperial de los dos grandes reinos ibéricos domina así el conjunto peninsular al mismo tiempo que Castilla se extiende hacia América. Se trata de un mismo impulso imperial en dos continentes. Bajo este imperio, multitud de pueblos ibéricos y americanos pierden su libertad. En el caso de los americanos, muchos pierden su vida a conscuencia de los malos tratos y la explotación salvaje, pero sobre todo debido a la guerra biológica involuntaria de los españoles cuya arma fundamental fue la viruela. La viruela derribó imperios y diezmó poblaciones antes de que los conquistadores se apoderasen de ellos.

España nunca fue una nación, sino un imperio. Un imperio en manos de una oligarquía que nunca brilló por su capacidad de negociación con las poblaciones. Su primera institución "nacional", en un país donde los reinos conservaban sus ordenamientos jurídicos propios y muchos aspectos de su antigua soberanía fue la Suprema Inquisición de España. Sólo el reino español tuvo, frente a los demás de la Cristiandad, el privilegio de contar con una Inquisición propia, independiente de la de Roma como arma esencial de su poder político. La ideología religiosa común impuesta desde los aparatos de Estado -sobre todo desde la Inquisición- se convertía así en el cimiento del orden político.

Sin duda, Franco no sabía lo que decía cuando afirmaba que España es un Imperio: coincidía así involuntariamente con independentistas y separatistas en la afirmación de que España no es una nación. Con todo, y aunque lo haya dicho y repetido Franco, esa definición de España como imperio es perfectamente correcta. Un Imperio es un orden jurídico y político impuesto sobre una multitud de pueblos, sin reconocer a estos ningún tipo de soberanía nacional. Como afirma Carl Schmitt: "Al concepto de Imperio corresponde (...) en el orden del espacio un ámbito espacial grande (Grossraum). Son imperios en este sentido aquellas potencias rectoras y propulsoras cuya idea política irradia en un espacio determinado y que excluyen por principio la intervención de otras potencias extrañas al mismo" (C. Schmitt, El concepto de imperio en el derecho internacional).  El Imperio se contrapone así al Estado-nación moderno supuestamente basado en una comunidad homogénea de linaje dotada de autoridades comunes que reconoce como legítimas.



(Canción de Chicho Sánchez Ferlosio, A contratiempo)

La dominación de la estructura política española ha producido efectos etnógenos al establecer un marco de intercambios entre los distintos pueblos ibéricos que han influido en sus idiomas y costumbres e impuesto el castellano como lengua oficial en todo el Estado. Existen así rasgos comunes a las distintas nacionalidades ibéricas, rasgos que no han llegado a constituir una nación, en la medida en que nunca ha habido -salvo quizá, de manera muy ambigua y finalmente frustrada, durante las guerras napoleónicas- un proceso de autodeterminación nacional "español". La propia resistencia contra un mismo aparato político ha contribuido al establecimiento de ciertos rasgos identitarios comunes. Hoy, cuando a todos los niveles se habla de proceso constituyente y tanto el 15M como la potente irrupción en la escena pública de la izquierda abertzale desafían el orden constituido, es necesario plantearse una constitución democrática del espacio ibérico basada en la libre decisión de las distintas nacionalidades. Esta puede desembocar en una serie de Estados independientes, pero también en una república federal plurinacional. La experiencia constituyente de Bolivia que se ha configurado como un "Estado de los movimientos sociales" y de las "naciones originarias" tal vez nos muestre el camino que podemos seguir para alcanzar una democracia de la multitud y post-soberana y liquidar lo que queda del Imperio. El 15 de octubre de las multitudes puede ser un buen contrapunto democrático, alegre y potente a la triste celebración de hoy. Frente a los progresos aparentemente imparables del Imperio, sólo nos queda, como propugna Chicho Sánchez Ferlosio, parar la máquina de guerra, ir a contratiempo.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La lógica del mal menor: sobre el pensamiento dualista en política y sus estragos





"Così dico io bisogna scusar il prencipe di  alcuna apparenza violente e di dannoso, quando la sua mira sia di procurar maggior bono, o scanzar maggior male, minus malum habet rationem boni, e di tutte queste cosa habbiamo lasciarne il giudizio a Dio, che penetra le latebre de Cuori e renderà a tutti conforme i suoi portamenti, altrimenti voler censurar le attioni del Prencipe è voler farsi Prencipe del suo Prencipe"
(Así digo que hay que disculpar al Príncipe por su posible apariencia violenta o dañina, cuando sea su objetivo obtener un bien mayor o evitar un mal mayor, minus malum habet rationem boni, y de todas estas cosas hemos de dejar el juicio a Dios, que penetra el interior de los corazones y retribuirá a todos según su comportamiento; de otro modo, querer censurar los actos del Príncipe es querer hacerse Príncipe de su propio Príncipe.) 
(Paolo Sarpi,  Consolatione della Mente, Venecia 1606)

(Minus malum habet rationem boni (El mal menor tiene alguna proporción de bondad), Tomás de Aquino, Sententia libri Ethicorum, lib. II, lectio 5)

Una de las representaciones más comunes del antagonismo es la que lo identifica con el enfrentamiento entre dos bandos preexistentes. Como si de un partido de fútbol se tratara, la lucha de clases o la lucha de poder entre Estados se procura encajar en un esquema dual, sean cuales sean sus características reales o la complejidad de sus circunstancias. De un lado, los buenos, del otro los malos; de un lado los nuestros, enfrente los otros. Antes de todo conflicto, según este modo de entender las cosas, los dos bandos están ahí prestos a enfrentarse: es la naturaleza propia de cada uno la que explica el antagonismo, fuera de cualquier otra circunstancia. Antes de enfrentarse el enemigo con "los nuestros", ese enemigo siempre ya tuvo una idiosincrasia particular: eran de antemano los otros y, como nadie asume para sí mismo el papel de "malo", eran también los "malos". La enemistad tiene una textura ontológica, el enemigo se presenta según este esquema como una "amenaza existencial (Carl Schmitt).

Ese esquema dual tiene, para quien se sitúa en él, la gran ventaja  de darle seguridad. El mundo dual es, a pesar de su falsa apariencia de multiplicidad, un mundo completo, un universo cerrado en el que los dos principios del bien y del mal se combaten, pero también se complementan. En un universo donde no existiera el mal tampoco habría bien y no podría confiarse en que el mundo y la vida de los hombres tuvieran un sentido y una finalidad última. El mundo polarizado es el espacio propio de toda teodicea. Todo pensamiento teleológico, sea religioso, mágico, político o filosófico se vale de un esquema dualista, pues  cuando se piensa en un sentido y un fin del universo o de la historia, hay siempre fuerzas que favorecen ese fin y fuerzas que actúan en su contra. Las filosofías de la historia se rigen por ese tipo de perspectiva, pues procuran dar un sentido divino, humano o espiritual a la historia. Las posiciones políticas que se basan en una filosofía de la historia suelen, además, designar a determinados individuos u organizaciones como aquellos que saben escudriñar, en los detalles de lo cotidiano, lo que va en el sentido de la historia y lo que se opone a él. Existe, así un saber supuesto sobre el sentido de la historia que sirve de base y de legitimación al poder, sea éste el poder de los expertos o el de un líder clarividente. Consecuencia de ello es que quien se aparte de la obediencia a estos rectores de la sociedad acaba siendo considerado como un enemigo de la comunidad formada en torno a ese supuesto saber.

La dualidad política derecha-izquierda o el binomio imperialismo-antiimperialismo se sitúan en su simplismo y en su voluntad supersticiosa de creer en un sentido de la historia en el terreno antes descrito. Abandonando toda acción estratégica, propiamente política, los fieles que creen en una finalidad histórica y en el dualismo a ella asociado, sólo esperan que su polo gane la partida. Una partida que, una vez instalada en el esquema vacío de una relación especular, ha perdido todo contenido efectivo. Cuando sólo se trata de que ganen la izquierda o el antiiperialismo, no se trata de hacer avanzar en la práctica un muy necesario programa de resistencia al capitalismo y de transición al comunismo, sino de que no triunfe el polo contrario, aunque para ello, haya que hacer sacrificios en el programa político. De ese modo, los gobiernos de Papandreu o Zapatero han abandonado en nombre de su mantenimiento en el poder como respetables gestores de izquierda del capital, toda ambición de defensa efectiva de las conquistas sociales del movimiento obrero. Desde el punto de vista de los contenidos, estas socialdemocracias del sur de Europa son partidos económicamente de extrema derecha que se presentan como un mal menor frente a una derecha que podría ser más extremista. Del mismo modo, la defensa a ultranza de un "campo antiimperialista" independientemente de todo contenido político asocia a gobiernos, movimientos y personas genuinamente revolucionarios con abyectos tiranos que no dudan en ponerse al servicio de los más torvos fines del  imperialismo como Gadafi o Al Assad. El carácter evidentemente despótico de estos regímenes se presenta también como un mal menor y se descalifica todo movimiento popular que se oponga a ellos como vendido al imperialismo. "Es mejor Zapatero que Rajoy", "es mejor Gadafi que la OTAN" sólo significa -para quien no haya perdido enteramente los cabales y ensalce desde la izquierda o el antiimperialismo a los primeros-, que aquellos son "menos malos" que los segundos.

El problema es que esta calificación relativa -menos malo- no tiene ningún contenido estratégico o político, y obedece sólo al dualismo vacío del pensamiento finalista. De hecho, dentro de ese vacío de determinaciones estratégicas concretas en que se mueve la lógica del mal menor, se produce una peligrosa aproximación de los términos abstractamente opuestos. Así, cuando la izquierda socialdemócrata en el gobierno intenta permanecer en él para que no gane la derecha, procura aproximar su política a la de esta. De este modo, mediante aproximaciones sucesivas, asintóticas, ambas posiciones de derecha y de izquierda se hacen casi indiscernibles. Ciertamente, el extremismo neoliberal del laborista Tony Blair pudo ser superado por el del conservador Cameron, pero, con toda seguridad, se habría superado a sí mismo de haber permanecido el laborismo en el gobierno. Es muy probable que una victoria del PP en España suponga una radicalización aún mayor del programa neoliberal, pero ello no implica que haya que defender el "mal menor" que supone un gobierno neoliberal de izquierda, pues vemos cómo este gobierno del mal menor se aproxima al mal mayor cada día que pasa. Análogamente, a nivel internacional, el apoyo de la izquierda al mal menor que suponen los sátrapas abstráctamente antiimperialistas de Libia o de Siria, debilita la acción política efectiva de resistencia al imperio y al capital y desaprovecha la coyuntura revolucionaria abierta por las revoluciones árabes.

Sólo una salida del espacio dual, literalmente imaginario, que ve la confrontación política como un duelo entre dos bandos sin ninguna determinación exterior que preexisten a su lucha, permitirá recuperar el sentido estratégico y estrictamente político de la lucha contra el capital y por el comunismo. Para ello, una crítica filosófica materialista de las categorías teleológicas de las filosofías de la historia es una tarea política urgente. Ya va siendo hora de abandonar las estructuras mentales características del mundo mágico y de abrir paso a una política materialista, atenta a la complejidad y a la coyuntura: la política que teorizaron Maquiavelo, Spinoza y Marx y que tuvo en Lenin, Mao o Fidel Castro algunos de sus más brillantes protagonistas.