jueves, 9 de febrero de 2012

Le “ changement ” du Parti Socialiste Ouvrier Espagnol (PSOE) au Parti Populaire (PP) en Espagne : un bilan provisoire


Traducción al francés del último artículo del blog. Gracias a Manuel Talens, 
Franco Giudice, Jorge Alaminos y demás compañeros de Tlaxcala.



http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=6782




domingo, 5 de febrero de 2012

El "cambio" del PSOE al PP: un balance provisional (Castellano, english, français)

English version: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=6801
Version française: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=6782


Hay aún quien se sorprende por el silencio de Mariano Rajoy respecto de su "programa económico". Lo sorprendente, sin embargo, es que  haya sorpresa, pues, desde hace muchos años está claro que el "programa económico" no lo define el gobierno, sino que se elabora y decide "en otro escenario". Si el PSOE nunca cumplió su programa económico y social entre socialdemócrata y neoliberal y tuvo que apartar muy pronto en la segunda legislatura de Zapatero lo poco que quedaba de socialdemocracia en sus políticas, ello se debió a la supeditación de toda la acción de gobierno a los dictados del sector hegemónico del capital: el capital financiero. La deuda pública y privada se ha convertido así en el gran resorte del gobierno real de nuestras sociedades. Con la retórica de la "presión" de los mercados y la culpabilización colectiva a propósito de la deuda y del gasto excesivo "que nos nos podíamos permitir" se intentaba justificar el cambio de política como una reacción a un fenómeno a la vez natural y moral en el que los mercados castigaban nuestros "excesos" mediante la justicia inmanente del encarecimiento indefinido de la deuda. Tras esta moral natural es fácil reconocer la opción preferencial de los distintos gobiernos españoles y europeos por el capitalismo y su variante financiera. Es patético hoy escuchar a José Luis Rodríguez Zapatero en una entrevista reciente de la cadena SER afirmando que "incluso una política socialdemócrata determinada" tiene sus límites y que ese límite él lo encontró en la amenaza de intervención de la economía española. Para evitar esa intervención, todo fue doblegamiento ante el capital financiero y sus gestores, denominados púdicamente "los mercados". Era necesario poner todos los medios para salvar la banca y mantener la confianza de los mercados en la solvencia del Estado.

En otros términos, los mencionados  "límites" residen en el hecho de que se ha optado por una política "socialdemócrata" cuya base económica es el neoliberalismo más extremo. La socialdemocracia de Zapatero -al igual que la de Felipe González- nunca fue una auténtica socialdemocracia, sino un régimen que contaba con la renta de la especulación financiera e inmobiliaria para redistribuir entre la masa de la población algo de riqueza, manteniendo o agravando la disparidad de ingresos entre las capas más altas y las más bajas. Era la política neoliberal del "trickle down", del "goteo" de arriba hacia abajo, basada en la la vieja idea de los fisiócratas de que el incremento de la riqueza de los más ricos tendría efectos positivos sobre los más pobres. Esa política no es, sin embargo, una política socialdemócrata, como tampoco lo es la compensación de la congelación de los salarios reales mediante la renta especulativa financiera o inmobiliaria, pues en ese caso habría que integrar en la socialdemocracia a George W. Bush o a José María Aznar. Tal vez el pequeño matiz socialdemócrata que añadió el zapaterismo a una práctica genuinamente neoliberal fue la gestión parcialmente estatal de esta riqueza financiera, aunque esto tuvo también su otra vertiente, que fue la financiación de redes clientelares mediante los propios instrumentos de redistribución.

Zapatero insiste, sin embargo, en su entrevista en los aspectos realmente "de izquierda" de sus políticas. Entre ellos destaca el cambio liberalizador de la ley del aborto, el matrimonio gay, la leyes contra la violencia "de género" etc. Lo que no se hizo a nivel económico quedaba así compensado a nivel "social" o de "costumbres" mediante la legislación más progresista de Europa o, tal vez del mundo. Ciertamente, estas leyes, a las que hay que añadir una tímida pero real ley de memoria histórica suscitaron gran escándalo en las filas de las derechas y en las jerarquías eclesiásticas, pero en lo esencial no afectaron en nada a la estructura de base del sistema económico y social que siguió rigiéndose por una fidelidad sin quiebras al mando del capital financiero y un discurso abiertamente neoliberal en política económica. En ningún momento se planteó Zapatero un cambio efectivo de las correlaciones de fuerzas económicas y sociales, un cambio en la constitución material como el que acometieron las auténticas socialdemocracias en los países nórdicos o en la propia Alemania.

El zapaterismo, como los demás neoliberalismos, de izquierdas o de derechas, mantuvo rígidamente las prioridades del capitalismo actual. Ya no se trataba de dar garantías a la población, en el marco de un régimen de seguridad social y en general de un Estado del bienestar, frente a los "excesos" del capitalismo, sino de fomentar estos propios excesos esperando poder redistribuir algo de la riqueza generada por la sobreexplotación de los trabajadores dentro y fuera de las fronteras. La seguridad y la garantía pública pasan de amparar al trabajador y el ciudadano a proteger al propio capital financiero. En el neoliberalismo, existe un sistema de "seguridad social" para el capital que se traduce en políticas de preservación de altas tasas de ganancia del capital financiero y de traslado de los riesgos de la especulación desde los titulares del capital financiero al conjunto de la población. No hay mejor ejemplo de estas políticas y de sus consecuencias que la salvación pública de los bancos amenazados de quiebra por la crisis de los "créditos basura" y la inscripción en la constitución del carácter prioritario del pago de la deuda. Desde la segunda legislatura de Zapatero, y hoy mismo con el gobierno del PP, la prioridad casi exclusiva es el pago de la deuda, lo que supone dar garantías al capital financiero de que sus títulos de deuda (inflados por la especulación) serán pagados religiosamente, a costa, por supuesto de los derechos sociales de los trabajadores y del gasto público en bienes de interés general como la enseñanza o la salud.

El silencio de Rajoy responde en gran medida a la estricta continuidad de su política económica con la del PSOE. Las prioridades son las mismas, aunque tal vez puedan ahora aplicarse de manera más descarnada, con menos matices. Ya se tuvo en Cataluña un anticipo de lo que el PP haría a escala estatal: una ofensiva brutal contra la enseñanza y la sanidad públicas y contra el conjunto de bienes comunes gestionados por el Estado. Esta ofensiva ya ha empezado a nivel estatal. El Estado recupera así de manera abierta su carácter de clase y se convierte en una máquina de liquidación de bienes públicos y en un gigantesco "cobrador del frac" que garantiza, a veces con métodos poco elegantes, el pago de la deuda pública o privada a las instituciones financieras y demás titulares de capital financiero. En cierto modo, nada nuevo respecto de lo que ya hiciera el PSOE, salvo una radicalización de las medidas de "austeridad" según el ya conocido sendero griego, que con toda seguridad el PSOE se habría visto obligado a tomar cabo en la hipótesis improbable de que hubiese ganado las elecciones. En lo esencial PSOE y PP tienen la misma política, porque en realidad no es su política, sino la dictada por el capital financiero. La más clara demostración de que no se trata de una "política" sino de la mera administración de la explotación financiera de la riqueza social la tenemos en aquellos casos como el italiano o el griego donde los ejecutivos están presididos por representantes directos de la banca y de las instituciones financieras. Hombres como Monti o Papadimos se presentan como "técnicos" y no ya como políticos, pero son los agentes directos de una "dictadura comisaria" del capital.

La alternancia izquierda-derecha carece así de cualquier contenido real a nivel social o económico. Para preservarla y para mantener con ella la "legitimidad" de la representación política en la partitocracia española, hay que desplazar la diferenciación a otro terreno que no es ya el económico sino el de las "costumbres". En este terreno, las "conquistas" de Zapatero corren hoy grave peligro, pues sólo en ese terreno, puede visibilizarse el "cambio" del PP. La jerarquía eclesiástica y el PP tienen abiertamente entre sus objetivos la reforma o la derogación de leyes como la del aborto o la del matrimonio gay  que afectan al control biopolítico de la esfera de la reproducción. También en el terreno de la reproducción ideológica, es esencial en el caso español que la privatización progresiva de la enseñanza se vea acompañada por el control cada vez mayor de la Iglesia Católica sobre este negocio. En este aspecto, la polémica sobre la asignatura de "educación para la ciudadanía" es reveladora. La asignatura se planteaba como un contrapeso laico y cívico al adoctrinamiento religioso practicado en las escuelas a través de la asignatura de religión. La Iglesia siempre vio con recelo esta amenaza a su monopolio y acusó al goberno de Zapatero -sin ningún sentido del ridículo- de querer adoctrinar con ella a niños y adolescentes. Hoy, el nuevo ministro de educación se plantea suprimirla devolviendo así el monopolio ideológico a la doctrina católica.

Son sumamente ilustrativas del cambio ideológico que vivimos unas recientes declaraciones de la Viceconsejera de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Patricia Flores, en las que se preguntaba si "tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema". A nadie escapa que una racionalización del sistema conforme a este planteamiento condenaría a muerte a numerosas personas y degradaría la calidad de vida de otras muchas. Esto parece contradictorio con el planteamiento de una corriente ideológica católica en la que se enmarca el PP, que defiende el "derecho a la vida" para oponerse al derecho al aborto. Sin embargo, la contradicción no es tal. Si se atiende a que la misma derecha católica también se opone al derecho a optar por una muerte digna, se puede inferir que lo que defiende el PP es una especie de autoritarismo biopolítico en el que la vida es obligatoria: es ilícito según este planteamiento no dar la vida o quitarse a sí mismo la vida, porque la vida es un don de Dios. Esto no significa, sin embargo que, los enfermos crónicos tengan derecho a asistencia para mantenerse en vida, pues con ello no cumplen la obligación de estar vivos mientras Dios lo quiera, sino que se aferran a un sospechoso y económicamente costoso deseo de vivir. A lo que se oponen estas políticas oscurantistas del PP es a la libertad del individuo de elegir en lo que a la vida se refiere, tanto respecto a su propia vida como a la vida que puede dar. La vida, según este planteamiento es obligatoria para el individuo, pero ello no implica que el poder no pueda dejarlo morir, sobre todo si ello va en interés de la austeridad y del pago de la deuda. La única vida verdaderamente tutelada es la que el poder puede imponer como obligatoria.

No cabe duda de que, movido por la misma prioridad de dar "seguridad" a los mercados, un hipotético gobierno del PSOE también habría recortado -como ya se hizo en Grecia con el gobierno socialdemócrata de Papandreu- la financiación de los tratamientos para los enfermos crónicos. Probablemente habría intentado disimular y maquillarlo como una racionalización administrativa, pero lo habría hecho. La diferencia del PP con el PSOE es que el PP es capaz de asumir ideológicamente estas medidas, de convertir lo que era para la pseudosocialdemocracia una especie de imperativo natural en una auténtica virtud moral en nada reñida con la racionalidad económica. Si el PSOE consideraba el imperio del capital financiero como una fatalidad natural, el PP lo interpreta como una virtud teológica, como el fuego donde todos purgamos el pecado de la deuda. Entre las necesidades de la naturaleza y  de la teología, lo que ha desaparecido es la política.


miércoles, 25 de enero de 2012

Las redes y el poder (sobre una viñeta del Roto)




Vaya por delante mi admiración por el humor gráfico, o más bien la sátira social gráfica del Roto. Se trata de un humor que hace pensar, de brevísimos relámpagos filosóficos en los que se articulan una imagen y un mensaje verbal minimalista, lapidario. El Roto es un filósofo, un filósofo moral a la manera de Pascal, pero es también un dibujante cargado de humor negro, a la manera de Goya cuyo legado reconoce como propio. Puede decirse -citando la leyenda de su viñeta del día siguiente al atentado contra la T4- que lo que describe "daría risa si no diera miedo". Como Goya, nos describe con lúcido pesimismo la realidad espantosa del sistema y de la época en que vivimos, la arrogancia estúpida de los poderes, su cinismo, su fealdad. Sus dibujos son auténticos "caprichos" y "desastres de la paz". Cotidianamente nos distancia el Roto por este medio de los malsanos efectos de la sumisión y, haciendo honor a su nombre artístico, rompe, desgarra el velo que recubre el horror, del Estado, del capitalismo, de los propios seres humanos que vivimos en las entrañas de este sistema estúpido y cruel y que lo sustentamos. Como él mismo afirmba en una entrevista refiriéndose a su trabajo: "El núcleo esencial de la sátira es poner de manifiesto aquello que consideras que son falsificaciones o mentiras, las formas en las que se presentan las cosas para ser más digeribles. Arrancar esa careta es justamente lo que hace la sátira."

Hoy, 24 de enero de 2012 nos gratifica con una viñeta en la que un personaje que lleva una capucha roja precida a la de los superhéroes de los cómics se sonríe mirando hacia abajo y dice: "Ya tenemos a todos en la red. Preparaos para izarla." La palabra red está resaltada en color rojo, el mismo color de la máscara. El rojo subraya la palabra "red" como un significante especial. Hay varios sentidos en la palabra "red": la red en la que entramos voluntaria e imprudentemente y que nos aprisiona, la red que nos conecta, la red que constituimos entre todos. El humor satírico del Roto  se basa en mostrar que detrás del sentido amable y cooperativo de la red está la red como trampa, como dispositivo de captura. La red es hoy, más que nunca, una metáfora ambigua.

Tradicionalmente la red era un instrumento de captura, una trampa. La red fue la metáfora -acertada- de un poder que todo lo determina, pero también de un poder predador que "pescaba" a los súbditos. La red era algo en que se estaba preso, no una trama que conecta los distintos nodos. Los nuevos filósofos y otros ideólogos del "(anti)totalitarismo" usaron abundantemente la imagen de la red para describir un poder sin escapatoria que identificaron con una imagen caricatural del marxismo e incluso de un pensamiento occidental que venía preparando el Gulag desde Sócrates y Platón. La red es hoy, sin embargo, por excelencia, la que se materializa en Inter-net (la inter-red, la red de redes). La Red es hoy un espacio horizontal de cooperación generalizada. La Red sustituye las jerarquías, rompe las fronteras y establece una cooperación directa entre individuos o grupos de individuos situados a un mismo nivel. La Red, en ese sentido es democrática y multitudinaria: no manda ni representa, sino que conecta y articula potencias singulares. A diferencia de las construcciones políticas soberanas de la teoría moderna del Estado, que se basan en la trascendencia del poder (Bodin, Hobbes), la organización en red se basa en la m:ás estricta inmanencia. La coherencia de la red no depende nunca de un punto exterior (el soberano, la instancia de mando) que la unifique: la red se une y se sostiene merced a su propia trama en un todo inestable y nunca entramente cerrado, pero, por ello mismo, capaz de reconstituirse.

La Red es una organización flexible y recombinante. Cuando se destruye el puesto de mando de una organización jerárquica, esta no es capaz de recomponerse y queda enteramente destruida. Cuando la red conecta líneas de comunicación (conversaciones) entre sí y una de las líneas se interrumpe, siempre es posible restablecer la comunicación mediante un rodeo. Es mucho más difícil liquidar una red que una estructura jerárquica y centralizada. Esto lo comprendieron bien los militares norteamericanos, quienes crearon el primer Internet como medio para recomponer la cadena de mando militar tras un ataque enemigo que hubiera destruido el cuartel general o cualquier otro fallo en las líneas de comunicación. El ejército aprende así de la guerra de guerrillas que siempre funcionó en red, pero también de las nuevas formas de organización de la producción tras la gran revuelta de finales de los 60 y principios de los 80 contra la empresa fordista y sus jerarquías. Horizontalidad, flexibilidad, cooperación directa de los trabajadores articulaban la respuesta de la nueva forma de empresa frente al mercado, intensificando a la vez la productividad y la explotación de la fuerza de trabajo.

Un trabajo que se confunde cada vez más con la vida social y que abarca todos los momentos y esferas de la actividad afectiva y cognitiva sólo puede organizarse en red. El capitalismo ha descubierto que el comunismo (la cooperación directa entre trabajadores) es infinitamente más productivo, flexible y creativo que el trabajo sometido a jerarquías. Por ello mismo lo ha integrado, lo ha capturado  sometiéndolo, eso sí, al "dulce gobierno" del mercado. El ideal del neoliberalismo es una cooperación social horizontal estructurada como una enorme red de transacciones mercantiles. Individuos dotados de capacidades productivas propias negociarían permanentemente en el mercado -o en una nueva empresa que interiorice, al menos en parte, las dinámicas de mercado- sus condiciones de cooperación. Esta utopía neoliberal se enfrenta, sin embargo, a un importante escollo que es el papel fundamental como fuerza productiva, no ya sólo de las capacidades individuales de los productores, sino de la capacidad común, de la potencia de la red como tal. Esa capacidad se expresa ante todo como un saber común en constante elaboración colectiva que el Marx de los Grundrisse denominaba, en una curiosa referencia a Averroes, General Intellect (Intelecto General). Esto determina, por consiguiente, una tensión constante entre dos tendencias inmanentes a la red: una tendencia apropiativa que intenta reducir el saber del intelecto general a "capital humano" privado y que limita por consiguiente el libre acceso a los comunes en Red y una tendencia a desarrollar la productividad y la creatividad indidividual y colectiva mediante el acceso libre y general a los comunes.

La Red es así, un espacio de cooperación, pero también de conflicto. A la jerarquía y al mando suceden como dispositivos de apropiación de valor por el capital los mecanismos de mercado y los instrumentos financieros. Existe poder y dominación en la red, pero es un poder que ya no funciona de arriba a abajo como el del soberano o el de la empresa fordista, sino en un plano horizontal de rigurosa inmanencia en el que el capital y sus aparatos empresariales, financieros y políticos se esfuerzan por imponer la norma jurídica de la propiedad en el terreno de los comunes, por transformar la cooperación en transacción comercial. Frente a ese poder se generalizan las resistencias, también horizontales que desarrollan prácticas de ocupación del territorio y de liberación de zonas cada vez más amplias donde rige la ley de los comunes y no la de la propiedad. La Puerta del Sol, Tahrir, los distintos movimientos Occupy son expresión de esta liberación horizontal que no toma la Bastilla ni el Palacio de Invierno -los lugares de un poder que está arriba- sino que bloquea la circulación de un mando capitalista indirecto y horizontal que se ejerce a través del mercado.

Por una vez no estoy de acuerdo con el Roto. Hoy no hay ningún poder que esté "arriba": el poder circula "abajo", entre nosotros, y entre nosotros también se organiza la resistencia y la liberación. La red no es una trampa o no es sólo una trampa -también puede serlo si se reduce a mercado- sino un auténtico instrumento de liberación. Ya nadie puede tirar de ella: ni la empresa, ni el mercado, ni Dios.

lunes, 16 de enero de 2012

Fraga no ha muerto




"Der Feind ist meine eigene Frage in Gestalt"
("El enemigo es mi propia pregunta puesta ante mí")
Carl Schmitt


El régimen español, tras la muerte de Franco, se ha caracterizado por su contitnuidad jurídica e institucional con el orden establecido por el 18 de julio. No sólo se pasó de la "democracia orgánica" a la "monarquía democrática" en el marco de las leyes franquistas y sin la más mínima ruptura del ordenamiento jurídico, sino que se mantuvo en la jefatura del Estado al rey elegido por Franco, los magistrados y mandos policiales responsables de la represión conservaron sus puestos y prosiguieron sus carreras, los mandos militares franquistas siguieron en su lugar. El conjunto del aparato de poder del régimen se mantuvo, haciendo sitio en los lugares de privilegio a los dirigentes de los partidos de oposición que aceptaron legitimar la mutación. A todos ellos, la constitución de 1978 les garantizaba no sólo la impunidad, sino el respeto público, pues los que habían sido pilares de uno de los regímenes más sangrientos del período fascista europeo y lograron hacerlo sobrevivir hasta bien entrados los años 70 del siglo XX, quedaron transformados en sostenes de la "joven democracia". En el contexto de este peculiar arreglo, quienes dentro de la débil oposición deberían haber pasado a los libros de historia como responsables de horribles crímenes de guerra fueron incluidos "generosamente" en la impunidad de sus vencedores.  En España no hubo nunca una comisión de la verdad y la reconciliación que esclareciera todos los crímenes, hubo silencio recíproco entre los responsables de los principales partidos sobre sus responsabilidades respectivas.


Manuel Fraga Iribarne, que hoy nos acaba de abandonar fue un actor fundamental de esta transformación. En su historial está sin duda el haber sido ministro de Franco y haber dado cobertura política y moral a algunos de los más espeluznantes crímenes del franquismo reciente (Grimau, Puig Antich, Vitoria...). Fraga aprobó en su conjunto el régimen de Franco del que fue uno de los pocos intelectuales competentes, lo que le daba una posición excepcional en el erial intelectual que fue el franquismo. Su posición fue siempre conforme a su autodefinición, la de un "liberal conservador". Sin embargo, esta calificación merece matices importantes, pues la defensa del orden liberal, para Manuel Fraga, podía requerir la abolición de la libertades democráticas. Fraga, aunque en algún momento, como embajador del Estado español en Londres luciera bombín no era un conservador británico, sino un reaccionario español particularmente ilustrado. No puede despreciarse en su formación intelectual el bagaje del pensamiento de la contrarrevolución y en concreto la influencia de pensadores como Joseph de Maistre o Donoso Cortés. Su amistad política y filosófica con el ultracatólico y filonazi Carl Schmitt a quien acogió en momentos de desgracia -tras el paso de este por el tribunal de Nüremberg- en el Instituto de Estudios Políticos es a este respecto muy ilustrativa. Al igual que Carl Schmitt quien consideró que la defensa del régimen liberal de Weimar pasaba por la implantación de una dictadura y que, en último término acabó defendiendo las leyes de excepción que sirvieron de fundamento al régimen hitleriano, Fraga defendió el orden burgués desde la dictadura franquista. Lo hizo, al igual que Carl Schmitt, con todas las consecuencias: aceptando la ausencia de libertades, los encarcelamientos políticos, la tortura y las ejecuciones. Para Fraga, sin embargo, la democracia no era imposible; era incluso deseable siempre y cuando respetase el orden liberal burgués. De ahí que impulsara una transición controlada del franquismo originario a la peculiar "democracia" que hoy conocemos. Para Manuel Fraga, la esencia del Estado de derecho era, aunque él no utilizara estos términos, la dictadura de clase: el mantenimiento por todos los medios necesarios de un orden social dominado por la burguesía y las demás clases capitalistas españolas. Por ello mismo, la diferencia entre dictadura y democracia nunca fue una diferencia radical para él, pues lo importante era el mantenimiento de la "situación normal" basada en el respeto de la propiedad y de las libertades mercantiles y las demás libertades resultaban accesorias y temporalmente prescindibles.


Este planteamiento de Fraga y del sector de la derecha española que constituyó en torno a él Alianza Popular y posteriormente el PP explica que el Estado español sea uno de los pocos países europeos donde no existe una extrema derecha organizada. A pesar de los intentos por parte de Blas Piñar (Fuerza Nueva) o Ramiro Fernández Cuesta (Falange) de crear un espacio autónomo de extrema derecha, nunca llegó a haber desde la transición un partido fascista con peso significativo en el panorama español. La explicación de este fenómeno radica en que la identidad de extrema derecha no corresponde ni puede corresponder a ningún partido en particular, sino al conjunto del régimen transfranquista y, en particular, a la fuerza de derechas que encarna su naturaleza "liberal conservadora" en el sentido anteriormente matizado. La extrema derecha española puede permitirse ser liberal, e incluso "democrática" a condición de que, bajo ningún concepto se ponga en peligro el orden social capitalista en su versión hispánica. Para ella, Estado de derecho y dictadura no son términos contradictorios siempre que la dictadura tenga como objetivo la defensa del orden social y no su subversión. Esta posición, prevalente en el PP, destiñe hacia otros horizontes políticos, contando con eximios representantes en un PSOE que defiende posiciones neoliberales y nacionalistas españolas y que siempre ha criticado el franquismo sin la más mínima intención de romper con él, y, por supuesto, hacia el partido del nacionalismo español a la vez impolítico y autoritario que es UPyD.


Del mismo modo que no había razón alguna para alegrarse de que Franco muriese en su cama, tampoco la hay para celebrar la muerte de Manuel Fraga. Después de todo, es sólo la muerte de dos personas. Las instituciones y sobre todo el orden de legitimidad política que fundaron y defendieron siguen existiendo, representados en el principal nexo de continuidad entre la etapa actual y la etapa anterior del régimen: la persona del monarca designado por Franco para sucederle a título de rey. Más vale ahorrarse los improperios contra Manuel Fraga, pues no sólo él defendió o encubrió ejecuciones y torturas. El actual Jefe de Estado compartió balcón el Plaza de Oriente con el Caudillo, cuando este se dirigía en sus últimas semanas de vida a una manifestación espontánea organizada que apoyaba los últimos fusilamientos del régimen. Asimismo, Juan Carlos de Borbón declaró más de una vez que jamás aceptaría que se criticase a Franco en su presencia. El régimen no ha muerto, sólo ha muerto uno de sus más lúcidos y tal vez cínicos exponentes, que algunos consideramos un "enemigo político" en el sentido preciso que diera Carl Schmitt a ese término: "El enemigo político no tiene por qué ser moralmente malo; no tiene por qué ser estéticamente feo; no tiene por qué actuar como un competidor económico y hasta podría quizás parecer ventajoso hacer negocios con él. Es simplemente el otro, el extraño, y le basta a su esencia el constituir algo distinto y diferente en un sentido existencial especialmente intenso de modo tal que, en un caso extremo, los conflictos con él se tornan posibles, siendo que estos conflictos no pueden ser resueltos por una normativa general establecida de antemano, ni por el arbitraje de un tercero "no-involucrado" y por lo tanto "imparcial"."  No puede decirse lo mismo de la inmensa mayoría necia, inculta e indecente de los exponentes del actual régimen español.  

martes, 27 de diciembre de 2011

Feliz 2012 insurrecto y constituyente





En 2011, las insurrecciones árabes y el 15M nos trajeron un importante descubrimiento: frente a la barbarie del capital no estamos solos, somos una multitud potente, capaz de alegría y de resistencia, capaz de organizarse y de despreciar al poder. El eco de una revuelta mundial contra el nuevo poder colonial del capital financiero  y en favor de una democracia real -incompatible con el gobierno de los expertos en saqueo de Lehman Brothers o de Goldman Sachs- sigue resonando de Tahrir a Wall Street pasando por la Puerta del Sol.

Será necesario seguir actuando y seguir reflexionando juntos. En 2012 deseo a todas las personas, sean amigas o desconocidas que leen este blog unas ganas redobladas de vivir y de quitarnos de encima un sistema capitalista que es desde hace tiempo Antiguo Régimen. Va a ser difícil, pero cada día es más necesario.

Un abrazo a tod@s

John Brown

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Kim Jong Il: los dos cuerpos del rey





"Ahora bien, el gran secreto del régimen monárquico y su máximo interés en mantener engañados a los hombres y en disfrazar, bajo el especioso nombre de religión, el miedo con el que se los quiere controlar, a fin de que luchen por su esclavitud, como si tratara de su salvación, y no consideren una ignominia, sino el máximo honor, dar su sangre y su alma para orgullo de un solo hombre." Spinoza, Tratado Teológico-político, Prefacio


La muerte de Kim Jong Il, Líder Querido y Estimado de la República Popular Democrática de Corea es un momento importante para la reafirmación del régimen. Las escenas de dolor y de desesperación que se contemplaban en las calles de Piongyang y del resto del país mostraban la magnitud de la catástrofe que suponía la pérdida. Lo que denominaba el etnógrafo italiano Ernesto de Martino una "crisis de la presencia" estaba ocurriendo ante nuestros ojos. Para millones de personas, la certidumbre misma de tener una existencia con significado, un "estar en el mundo", un ser con los demás parecía derrumbarse al haber desaparecido el sujeto que le servía de garantía. Los propagandistas del régimen como el catalán Cao de Benós, afirman que, más que un jefe de Estado, Kim Jong Il era un padre y Corea una gran familia reunida en torno a él. Efectivamente, el régimen norcoreano se sustenta en el culto del padre. Esta involuntariamente acertada descripción recuerda la historia que relata Freud en Tótem y Tabú sobre el Padre de la horda primitiva, dueño de todas las riquezas y acaparador de todas las mujeres El padre originario es asesinado por sus hijos, pero su muerte no abole enteramente su función, puesto que la ley del padre sigue vigente para los hijos en ausencia del padre real. El Padre muerto es la figura principal de toda monarquía, es su arquetipo. El rey tiene efectivamente, como explica Ernst Kantorowicz, un doble cuerpo: un cuerpo natural (corpus naturale) y un cuerpo místico (corpus mysticum). El cuerpo natural perece, mientras que el cuerpo místico se mantiene. Tal es el sentido de la fórmula "El rey ha muerto. ¡Viva el rey!". Se trata con ella de abolir el catastrófico lapso de tiempo que media entre la muerte del rey natural y la reencarnación del cuerpo místico del rey en su sucesor. El tiempo intermedio, por mínimo que sea, es tiempo de catáctrofe, de crisis del orden político y social, fin provisional de un mundo social y político sostenido únicamente en la figura real..

En la monarquía, la ley toma cuerpo en la persona del rey y no puede existir simplemente como abstracción racional, ni como convención humana. La ley es inseparable del cuerpo místico del monarca, el cual, en vida da sacralidad al cuerpo natural de quien lo encarna. Tal es el tema reiterado en los "Diez Principios", el epítome de todas las formas de obediencia al Líder, expresadas de manera reiterativa y ditirámbica. Afirma el principio 1: "Tenemos que darlo todo en la lucha por unificar a toda la sociedad con la ideología revolucionaria del Gran Líder Kim Il Sung". En esta misma línea, sostiene el principio 5: "Tenemos que mostrar nuestra estricta adhesión al principio de obediencia incondicional a la hora de ejecutar las instrucciones de nuestro Gran Líder, el Camarada Kim Il Sung". Ley es ley del padre muerto que se reencarna en sus sucesores. Este fundamento clásico de la monarquía logró su consagración constitucional en Corea del Norte mediante el principio del "Gobierno de la Voluntad del Difunto" (yuhun tongchi) conforme al cual, quien gobernaba Corea del Norte bajo Kim Jong Il y la gobernará Bajo Kim Jong-un no es sino el difunto fundador de la dinastía y del país: Kim Il Sung. La monarquía norcoreana, en cuanto institución basada en la pervivencia mística de un cadáver es un régimen por autodefinición tanatocrático. Todo esto sería relativamente banal en un régimen que no se autodefiniese como "socialista" y se dijese inspirado por el marxismo. Es difícil, en efecto, encajar el materialismo y la democracia radical marxistas en los moldes monárquicos de Corea del Norte. Para lograrlo, ha sido necesaria una operación de transformación del marxismo en un avatar de los discursos de legitimación de la representación soberana, en otras palabras, hacer del marxismo una secta hobbesiana. Es incalculable la aportación del estalinismo a esta labor, en cuanto acentúa el papel representativo/sustitutivo del partido y del Estado "obrero" respecto de la clase. Una vez que el proletariado se transforma en una especie de pueblo representando por el partido y el Estado y que partido y Estado se ven a su vez representados por sus dirigentes, la operación monárquica se hace posible. Para ello, ha habido que quitar de en medio la idea marxista de que las clases sólo se definen en y por su lucha y sustituirla por una descripción sociológica de estas al margen de cualquier antagonismo constitutivo. El Líder se convierte así en la encarnación del destino universal del proletariado y en el más alto portador del saber sobre los procesos históricos. La historia es esencia que se despliega, a través de contradicciones superadas en y por el saber absoluto del Líder. La política y sus contingencias reales desaparecen y quienes viven bajo este gobierno de la voluntad del cadáver y del saber del Líder que encarna esa voluntad, afirman -no se pueden quejar- que viven en el Paraíso.

La posibilidad de verse expulsados del Paraíso por la pérdida del Líder se vive de manera traumática. De ahí el luto y el llanto de tantos norcoreanos cuya finalidad inmediata es compensar la crisis de la presencia rechazando con gritos, llantos y aspavientos la pérdida de Líder sobre quien reposaba un mundo. Sin embargo, estos llantos rituales y a la vez profundamente sentidos de los norcoreanos tienen toda la ambigüedad que caracteriza a cualquier conducta subjetiva: por un lado son actos de un sujeto, por otro son efectos de una rigurosa sujeción. Vemos en todos ellos una perfecta aplicación del consejo de Pascal a quienes querían abrazar la fe: "Queréis curaros de la infidelidad y me preguntáis por los remedios, aprended de aquellos que como vosotros estaban indecisos y que ahora apuestan todo su bien. Son personas que conocen el camino que querríais seguir y han sanado de un mal del que queréis curaros; seguid el modo en que ellos comenzaron. Hicieron como que creían, tomando agua bendita y diciendo misas etc. De manera natural, esto mismo os hará creer y os embrutecerá (vous abêtira)". (Pascal, Pensamiento 451). La fe es siempre la fe del otro que cree por mí y sustenta mi propia fe. Mirando al otro llorar, mi llanto se hace tan desconsolado como el suyo. De ese modo, lo más grotesco y odioso puede hacerse legítimo objeto de devoción. Si además, tenemos en cuenta la segura presencia de una buena policía política que controle la intensidad y la sinceridad del llanto público y tome nota de quienes no parezcan bastante convencidos para investigar su nombre y dirección, la fe tiene grandes posibilidades de afirmarse. La fe monárquica basada en el culto de la dinastía de los Kim es así a la vez sincera y enteramente fingida pues resulta a la vez de la imitación del otro y de la amenaza represiva. A efectos prácticos, según nos enseña Pascal, la verdad o la mentira son perfectamente indiferentes en esta materia. Lo único que cuenta es la sumisión obtenida. Y hay quien llama a esta aberración "socialismo" y muestra fuera de Corea del Norte su hondo pesar por la muerte del déspota, Difícilmente puede rendirse peor servicio a la causa comunista que el de quienes la identifican con pesadillas totalitarias que superan la imaginación de Orwell, Zamyatin o Huxley. Con amigos así al comunismo no le hacen falta enemigos.

lunes, 19 de diciembre de 2011

IL GOVERNO DEI BANCHIERI: LA REALIZZAZIONE DI UN'UTOPIA CAPITALISTA


Traducción italiana del artículo de este blog:  El gobierno de los banqueros: la utopía capitalista realizada publicada en el sitio 
(Ringrazio Supervice e Comedonchisciotte per la traduzione)









IL GOVERNO DEI BANCHIERI: LA REALIZZAZIONE DI UN'UTOPIA CAPITALISTA


In ogni particolare repubblica, il governo propriamente detto, ossia il supremo potere temporale, apparterrà naturalmente ai tre principale banchieri.
Auguste Comte, Catechismo positivista
1. La risposta del potere all’ondata di resistenza contro le politiche dettate dal capitale finanziario ha la grande virtù di non essere ipocrita. Di fronte a quelli che nelle piazze gridavano “La chiamano democrazia e non la è” o “Non ci rappresentano”, l’oligarchia che è al comando del potere ha deciso di non deluderci. La riforma costituzionale “ad alta velocità” in Spagna è stata il primo mattone che poi, con una terribile accelerazione storica, è stata seguita dalla nomina dell’uomo di Goldman Sachs, Mario Draghi, come presidente della Banca Centrale Europea, una banca formalmente “indipendente”, ma che è indipendente solo da qualsiasi organo che derivi dalla volontà popolare.

La società che ha falsificato i conti pubblici perché la Grecia potesse entrare nell’euro e che poi ha palesemente speculato sul debito greco, tirerà le fila dei destini finanziari dell’Unione Europea. In Grecia, dopo la persecuzione e la deposizione di George Papandreou favoriti dalla Troika (FMI, Commissione Europea, BCE) che ha trattato la Grecia come fosse un paese coloniale, il nuovo primo ministro sarà un altro esponente dell’oligarchia finanziaria, Lucas Papademos, ex responsabile della Banca Centrale Europea. In Italia, Mario Monti – la persona imposta “dai mercati” e dai loro rappresentanti sul globo e in Europa per prendere il posto dell’infausto Berlusconi, è anche lui, secondo i dati della Commissione Europea, oltre che ex commissario, consigliere di Goldman Sachs.
In questo momento la Banca Centrale Europea e due paesi dell’Unione sono guidati da persone apertamente legate al capitale finanziario e, nel caso di Draghi e di Monti, a Goldman Sachs. Sembrano realizzarsi le affermazioni dell’istrionico operatore di borsa Alessio Rastani che, intervistato dalla BBC, ha affermato: “I governi non governano il mondo; è Goldman Sachs che governa il mondo.” Invertendo la formula di Marx, possiamo dire, per descrivere quello che succede oggi, che “la storia si ripete due volte: una volta come scherzo, l’altra come tragedia … greca”.
2. Il capitalismo ha sempre avuto una relazione difficile con la democrazia. Diversamente dalla storia ufficiale che ci presenta capitalismo e democrazia come termini di un binomio inseparabile, la democrazia formale ha impiegato molto tempo per stabilirsi nel mondo capitalista e, visti i tempi attuali, possiamo dire che sia durata ben poco. I regimi liberali del XIX secolo e dei primi decenni del XX non erano democratici nemmeno nel senso limitato che diamo oggi a questo termine: in quasi tutti, il suffragio era basata sul censo o era fortemente limitato, e votavano solo gli uomini. La rappresentanza politica era quindi possibile solo per coloro che avevano introiti e un patrimonio notevole e che non erano sottoposti al potere patriarcale nella sfera familiare. Quanto al pluralismo politico è sempre stato molto limitato, e le opzioni anticapitaliste spesso erano ritenute fuorilegge. Le cose cambiarono nel secondo decennio del XX secolo, nel convulso periodo compreso tra la Rivoluzione Russa e gli anni successivi alla crisi del ’29, quando, di fronte alla minaccia della rivoluzione e della crisi, fu indispensabile per le borghesie europee e nordamericane creare un ampio consenso attorno al capitalismo che includesse il proletariato e i suoi rappresentanti. Con i governi di Roosevelt negli Stati Uniti o del Fronte Popolare in Francia - ma anche ai margini della democrazia liberale, con il fascismo e il nazismo -, fu possibile stabilire un accordo sociale egemonico basato sull’ordine capitalistico fondato sullo scambio tra disciplina sociale e lavorativa con la protezione e i diritti sociali. Dopo la Seconda Guerra Mondiale e la vittoria sul fascismo, nell’Europa in ricostruzione fino agli anni ’70 si consolidano regimi capitalistici con una forte componente “sociale” e una notevole influenza delle sinistre, mentre i risultati sociali e democratici dell’era Roosevelt si mantengono nonostante alcuni tagli negli Stati Uniti.
Il capitalismo ammette in questo modo, al suo interno, un margine per la rivendicazione dei diritti sociali e per un qualche gioco politico pluralista e democratico, contenuto negli ambiti stabiliti dal sistema della rappresentanza, nella “democrazia dei partiti” e nella preservazione delle condizioni minime per il funzionamento dello stesso capitalismo.
Questo idillio del capitalismo con la democrazia non dura più di trent’anni (i trenta “anni gloriosi” della crescita successivi alla Seconda Guerra Mondiale) e entra in crisi quando le conquiste popolari nei paesi del centro capitalista e il raggiungimento dell’indipendenza dei paesi del Terzo Mondo riducono fortemente il margine di profitto del capitale per dover aumentare i salari e anche i prezzi delle materie prime. Il capitalismo democratico si trova di fronte a un limite. Siamo davanti a quello che la Commissione Trilaterale definirà come “la crisi della democrazia” e che si caratterizzerà come una crisi di “governabilità”. La soluzione a questa crisi sarà, come si sa, la controrivoluzione liberale con i suoi diversi capisaldi: Pinochet, Reagan, Thatcher, Felipe Gonzalez-Solchaga, eccetera. I suoi strumenti saranno la deregolamentazione finanziaria, il monetarismo, la sostituzione del contratto lavorativo e della contrattazione collettiva con il contratto mercantile e la contrattazione individuale, e la liquidazione progressiva dei diritti sociali.
3. Nel regime neoliberista iniziale si mantengono le forme democratiche: i governi vengono eletti dalla maggioranza parlamentare e gli interessi privati si differenziano dall’interesse pubblico, anche se quest’ultimo tende a tradursi ogni volta di più nei termini di efficacia e di redditività commerciale. La democrazia perde, alla fine, i suoi contenuti una volta introdotta la dottrina di Margaret Thatcher “TINA” (There Is No Alternative – Non c’è alternativa), visto che sono oramai praticamente impossibili le politiche socialdemocratiche. Tuttavia, quando all’inizio del 2008 e della crisi dei titoli spazzatura, il capitale finanziario si trasforma in un creditore spietato degli stessi poteri che hanno salvato le banche dalla propria sparizione, il margine di trattativa dei diritti e degli interessi delle categorie sociali maggioritarie sparisce completamente. L’unica priorità degli Stati è il pagamento del debito e la salvaguardia della credibilità davanti ai mercati. A partire da questo momento, i rappresentanti politici non possono mantenere la finzione dell’ “interesse generale” e diventano apertamente pupazzi nelle mani del capitale finanziario. Le immagini patetiche e le dichiarazioni di Papandreu, Zapatero e, in diversa misura, degli altri dirigenti delle nostre democrazie in questi ultimi mesi danno un buon esempio di questa totale sottomissione del potere politico formale al potere privato. In un certo modo il capitalismo, dopo aver conosciuto una fase democratica abbastanza breve, sta tornando alla sua iniziale costituzione liberale e oligarchica. I governi di diversi regimi capitalistici si trovano oggi sempre più nelle mani di coloro che amministrano il capitale. I sogni della sovranità popolare, della rappresentatività, della mediazione degli interessi svaniscono e resta la realtà di un regime che mai ha avuto molto a che vedere con la democrazia, se non fosse per la diretta emanazione delle dinamiche di mercato di cui sognavano Hayek e Friedman.
4. Il capitalismo sta trasformando in realtà la propria utopia. Non quella di una democrazia di mercato – anarchico – dove, come sosteneva Hayek, il mio denaro è la mia scheda elettorale, ma quella di un capitalismo del debito, dove chi governa è il capitale finanziario tramite i propri agenti. Alla fine del secolo XIX, questo sogno che oggi si fa realtà venne descritto da Auguste Comte in vari suoi testi. Per il fondatore del positivismo, ogni costituzione politica deve rispondere allo stato della civilizzazione che le corrisponde. Secondo la legge dei tre Stati, l’umanità avrebbe conosciuto prima uno stadio teologico (coi suoi tre momenti: feticismo, politeismo e monoteismo), un secondo stadio dominato dalle rappresentazioni astratte della metafisica e un terzo stadio di maturità dominato dalla scienza e dall’industria, lo stadio positivo. In questo ultimo stadio della civiltà, l’osservazione dei fenomeni naturali e, in particolare, di quelli sociali deve essere la base di ogni organizzazione politica. La base dell’ordine politico è la “”sociocrazia”, il potere delle leggi della società enunciate dalla sociologia. In questo Comte è un erede diretto dei fisiocratici, che già avevano appoggiato un governo basato sulla natura (fisiocrazia o governo naturale). La democrazia, per Comte, rimane relegata all’ordine delle anticaglie dello stadio metafisico, dato che si basa su astrazioni come la sovranità popolare o l’eguaglianza dei diritti che non coincidono con le conclusioni dell’osservazione scientifica e delle leggi che da esse derivano: “In politica tutto è fissato in conformità a una legge realmente sovrana, riconosciuta come superiore a tutte le forze umane, visto che in ultima analisi deriva dalla nostra organizzazione, sulla quale non si potrebbe esercitare alcuna azione. In una parola, questa legge esclude, con la stessa efficacia, l’arbitrarietà teologica, ossia il diritto divino dei re, e la arbitrarietà metafisica, la sovranità dei popoli” (“Piano di lavori scientifici necessari per riorganizzare la società”, 1822). Per Comte, lo stato positivo è la fine dell’arbitrarietà rappresentata dal pensiero teologico e da quello astratto-metafisico. Il principio unico di governo è il rispetto delle leggi scientifiche, naturali e inviolabili scoperte dalla sociologia. La politica diventa completamente naturale e assoggettata, come la natura stessa, a un sapere scientifico e a un intervento tecnico. Per questo motivo, non ha senso mettere in discussione l’ordine positivo, dato che si impone non con l’arbitrarietà della volontà umana, ma per la forza dei fatti che corrisponde a un dispotismo non arbitrario: “Se qualcuno volesse vedere nell’imperio supremo di questa legge una trasformazione dell’arbitrarietà esistente, bisognerebbe chiedere loro che si lamentino anche del dispotismo inflessibile esercitato su tutta la natura dalla forza di gravità” (Ibid.)
Per Comte, la fine dell’arbitrarietà si traduce in un nuovo tipo di governo, basato sulla politica scientifica, in cui gli uomini smettono di governare e sono le cose a farlo: “In questa politica la specie umana viene considerata come soggetta a una legge naturale che può essere determinata dall’osservazione e che prescrive, in ogni epoca e nel modo meno equivoco, l’azione politica che si può esercitare. Quindi l’arbitrarietà cessa necessariamente. Il governo delle cose sostituisce quello degli uomini.” (Ibid.) Il problema è che il governo delle cose sugli uomini ha bisogno sempre di alcuni intermediari tra le cose e gli uomini che possano formulare e interpretare le leggi positive dettate dalle cose.
I banchieri occupano, nella scala dell’industria, un posto privilegiato dato che, nella classe degli imprenditori, la loro funzione è più astratta e generale, ed è quella che meglio gli consente di conoscere le leggi fondamentali della società e di applicarle. La gerarchia sociale degli imprenditori si eleva, in effetti, “dagli agricoltori ai fabbricanti, da questi ai commercianti, per salire da ultimo fino ai banchieri, e ogni classe si poggia sulla precedente. Quelle operazioni più indirette, che vengono affidate ad agenti più selezionati e poco numerosi, richiedono quindi concezioni più generali e più astratte, così come una più ampia responsabilità” (Catechismo positivista). Per questo motivo un triumvirato di banchieri deve assumere il potere temporale in ognuna delle repubbliche che configurano l’ordine mondiale positivista: “In ogni repubblica particolare, il governo propriamente detto, cioè il supremo potere temporale apparterrà naturalmente ai tre principali banchieri” . Si profila così l’utopia di un governo mondiale del capitale attraverso i suoi agenti: “Duemila banchieri, centomila commercianti, duecentomila produttori e quattrocentocinquantamila agricoltori mi sembrano dirigenti industriali sufficienti per centoventi milioni di abitanti che compongono la popolazione occidentale. In questo piccolo numero di patrizi, si concentrano tutti i capitali occidentali la cui attiva applicazione dovranno dirigere liberamente, sotto la loro costante responsabilità morale, a beneficio di un proletariato trenta volte più numeroso.”
 
5. L’idea che chi governa realmente il mondo non sono i governi ma Goldman Sachs è stato considerata una barzelletta e si è anche creduto per alcuni giorni che l’intervista di Alessio Rastani alla BBC fosse uno scherzo degli Yes Men. La psicoanalisi ci ha insegnato, invece, che una battuta non è solo una battuta, perché ha una forte relazione con l’inconscio. La battuta (Witz) come manifestazione dell’inconscio ci apre, secondo Freud, a un sapere che non conosce sé stesso, perché sarebbe insostenibile. Nelle forme liberali e democratiche assunte fino ad oggi dal capitalismo, affermare che viviamo sotto la dittatura del capitale sembrava un’esagerazione che poteva essere espressa solo attraverso una parodia. Si poteva obiettare a chi lo affermava che nei nostri paesi ci sono le elezioni e che il popolo può cambiare la linea del governo, cosa oltretutto vera nell’ambito di precisi limiti che hanno sempre coinciso con quelli del capitalismo stesso. In un capitalismo democratico, tutto si può cambiare a parte il capitalismo stesso. Ma l’evoluzione del sistema ci ha portato, in prima battuta, a un completo svuotamento dei contenuti della politica nella prima fase (monetarista, de-regolamentatrice) della controrivoluzione neoliberista e, nella sua seconda fase dominata da quella che Maurizio Lazzarato chiama “l’economia del debito”, a una aperta sparizione delle forme democratiche, a uno stato di eccezione permanente. Le battute peggiori e i sogni più assurdi diventano realtà di fronte ai nostri occhi. La crisi della rappresentanza politica nel capitalismo non è mai stata così prosciugata, e mai è stata più urgente e più sentita la necessità di rifondare la democrazia su una base diversa dal capitalismo.