"Para todos los hombres, dígase lo que se diga, siempre hubo una sola moral. Los nazis, a pesar de su conducta, no eran una excepción. Hitler llamaba a Churchill "belicista desacreditado". No decía: "Yo quiero la guerra, yo soy agresivo y los ingleses son inmundos partidarios de la paz y de la comprensión entre los hombres". No hay que olvidar que Atila significa el padrecito." Jorge Luis Borges, citado por Adolfo Bioy Casares en Borges, Barcelona, Planeta, 2011, p.335)
Un
acontecimiento no es cualquier hecho. Pueden y suelen producirse
hechos que no son acontecimiento : son aquellos que reproducen
el orden existente enmarcándolo en un tiempo muerto que se repite en
su vacuidad. Un acontecimiento es, por el contrario, un acto o un
hecho que sobresale, que marca la irrupción de un tiempo nuevo, de
un nuevo orden de cosas. Desde ese punto de vista es difícil
calificar lo que ocurrió anteayer en París de « acontecimiento ».
Lo que se produjo anteayer en París y hoy en Raqqa es una
escenificación grotesca del espectáculo de la soberanía en un
período -la globalización- en que la soberanía es un mero recuerdo
de un orden pasado. Existen ciertamente Estados formalmente
soberanos, pero su margen de actuación autónoma frente al poder
financiero es prácticamente inexistente. En cierto modo, el sueño
del liberalismo, desde Adam Smith a Benjamin Constant, el de una
sociedad sin política que se gobierna sin gobierno se ha visto
realizado desde el fin de la Guerra Fría. Hoy, la soberanía solo
existe como objeto perdido que en vano se intenta resucitar mediante
la violencia, mediante la periódica reactivación como espectáculo
de un poder soberano cuyo principal atributo es la facultad de
« hacer morir ». En ese culto melancólico de la
soberanía comulgan los Estados y quienes como el ISIS juegan a
serlo.
En
París, los yihadistas atacaron lugares de ocio y de espectáculo que
consideran antros de « corrupción y depravación»: bares,
restaurantes, un estadio de fútbol, el café-teatro Bataclan. Aparte
de los motivos teológico-morales que exponen en su comunicado, hay
en la intención de los atacantes una voluntad clara de ponerse al
nivel del Estado francés y de los demás Estados europeos que
intervienen en Siria. Ellos también bombardean, aunque sea mediante
esa « fuerza aérea del pobre » que representan, en
términos de Mike Davis, los suicidas cargados de explosivos. Ellos
pueden sembrar indiscriminadamente la muerte, como los drones o los
aviones de las coaliciones que atacan distintos objetivos en Siria e
Iraq. El ISIS es una evolución de Al Qaida : si Al Qaida era el
yihadismo en tiempos de la globalización, una simple franquicia sin
territorio -en Afganistán, los talibanes los acogieron
temporalmente, pero no era Al Qaida quien controlaba Afganistán-, el
ISIS/DAESH/Estado Islámico (EI) tiene otras pretensiones. La primera
de ellas ha sido dotarse de un territorio efectivamente bajo su
control y actuar en él con una exhibición delirante de atributos de
la soberanía : las decapitaciones y otras formas de ejecuciones
filmadas reafirman su capacidad de matar dentro del territorio.
Atentados como los de anteayer en París intentan reafirmar esta
misma facultad soberana en su proyección exterior. En cierto modo,
la brutalidad del EI, a pesar de que identifica a esa organización
como la perfecta imagen del mal, casi caricatural, que a cualquiera
le gustaría tener como enemigo, es un paradójico intento de dotarse
de « respetabilidad ». Esto permite cifrar la inmensa
torpeza de las autoridades del Estado francés, que se han apresurado
a «declarar la guerra» al Estado Islámico, satisfaciendo así su
máxima pretensión : que se reconozca su soberanía, que se
reconozca al EI como sujeto posible de una relación bélica
internacional. Este apresuramiento, por parte de un presidente débil
e impopular de un país cuyo declive como potencia europea y mundial
es evidente, es síntoma de la necesidad del régimen y del gobierno
franceses de afirmarse como soberanos, respondiendo de inmediato a
los atentados con el bombardeo de la ciudad de Raqqa, la «capital»
del EI.
De
este modo, ambos actores del sangriento espectáculo se legitiman
recíprocamente ante los sectores sociales que les prestan apoyo.
Mientras tanto, la realidad sigue su curso. Prosigue la masiva huida
de refugiados de las zonas controladas por el EI hacia Europa
acentuando la disolución de fronteras y Estados por abajo: desde las
poblaciones y no desde los flujos de capital financiero. Por un lado
está la multitud nómada, que escapa a las guerras y a la miseria,
por otro, los intentos de captura de esta, por el EI, que las intenta
mantener bajo amenaza en los espacios que controla y por los Estados
europeos que intentan gestionar los flujos utilizando dispositivos
fronterizos móviles y filtrantes (controles, selecciones, campos de
internamiento, identificaciones, etc.). Los intercambios de violencia
real y simbólica y el control de los flujos de refugiados
constituyen hoy una nueva economía simbólica entre distintas zonas
del sistema mundo, se trata de hechos dentro de un sistema, no de
acontecimientos. El único acontecimiento es el éxodo, los éxodos
internos y externos. ¿Podrá
el poder neutralizar a los nuevos movimientos sociales y políticos
como ya hiciera tras el 11 de septiembre con el movimiento
antiglobalización? Hay que construir una defensa activa de la paz y
de lo común frente a los cierres soberanos.
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