Nos acercamos, peligrosamente, a la fecha anunciada. El 25S, desde antes del verano, se había convertido en un símbolo. Si las asambleas del 15M habían permanecido centradas en la Puerta del Sol, centro histórico de Madrid, siempre, salvo alguna breve incursión, se mantuvieron prudentemente alejadas del muy cercano Congreso de los Diputados. El 15M respetaba así un tabú: por mucho que afirmase que al régimen actual "lo llaman democracia y no lo es", y que los diputados y gobernantes "no nos representan", evitó cuidadosamente un enfrentamiento directo con el símbolo de la "representación del pueblo". Por un lado, no ignoraban las asambleas y comisiones del 15M que gobierno y parlamento son instrumentos de un poder de clase, y que por consiguiente, gobiernan y legislan en favor del 1%. Tampoco ignoraban que ese gobierno y esa actividad legislativa favorables al 1% se ejercen "en nombre del pueblo". La representación moderna, en efecto, hace al pueblo, lo constituye unificando a los múltiples individuos bajo un mando. No hay pueblo sin representación y sin mando, no hay pueblo sin exclusión de la vida política de los individuos que componen la multitud objeto de gobierno. El pueblo es la multitud representada, unificada, sustituida por una figura unificada (el "pueblo") y sometida a un mando. EL 15M, aun habiendo entendido esto en buena medida, no llegó a traducirlo a la práctica, no llegó a comprender hasta las últimas consecuencias que el parlamento que sustituye y manda a la multitud, que la priva de existencia política, no puede ser un interlocutor para sus reivindicaciones. Los iniciadores del 25S, primero como propuesta anónima y clandestina, luego como asamblea abierta y transparente, comprendieron bien esta limitación del 15M que se traduce en términos de geografía urbana madrileña en la imposibilidad de atravesar el muro imaginario -y últimamente también material y represivo- que separa a la multitud y su proyecto constituyente de la institución central de la vieja legitimidad capitalista representativa que el propio movimiento cuestiona con su propia existencia y con sus acciones.
A pesar de la intensa campaña de descalificaciones contra la iniciativa del 25S, a pesar de la intimidación por parte del aparato represivo del régimen de las personas más visibles en su promoción y organización, que ya se ha traducido en detenciones e identificaciones e incluso en actuaciones judiciales, habrá probablemente mucha gente el 25S alrededor del Congreso. Es mucha la indignación existente, mucha la voluntad de romper con el poder existente, mucha también, debido al paro masivo generado por la crisis-saqueo, la gente disponible para manifestarse un martes en horario laboral. Esto es lo probable, pero no se puede adivinar qué efectos tendrán la intimidación y la represión sobre el nivel de resistencia de la población. Por esto mismo, no hay que dramatizar si no hay mucha participación. A pesar de las intenciones, sobre todo iniciales, de los promotores del 25S, centradas en la disparatada idea de una "toma", "toma del Congreso",o incluso de una "toma del poder", lo que está en juego el 25S no es nada de eso. Las asambleas que han tomado en sus manos con valor cívico y transparencia la organización del 25S han pasado de la terminología de la toma a la del asedio, de la del asalto a la del agotamiento del adversario. Ya no se trata de dar "jaque mate" al régimen, de escenificar como se hace en el ajedrez un enfrentamiento decisivo que pone término a la partida. Este enfrentamiento decisivo nunca tendrá lugar, pues jamás habrá un asalto al parlamento ni ninguna toma del poder. De lo que se trata el 25S, no es de tomar el Congreso, sino de mostrar que ya ha sido tomado y que lo ha sido por fuerzas que nada tienen que ver con la democracia como son la banca y, en general, el capital financiero. La partida ya no puede ser una partida de ajedrez, sino una partida de otro juego que no pertenece a la tradición occidental, el "go".
Existen dos maneras fundamentales de concebir la guerra: de manera muy resumida pueden calificarse como la clausewitziana y la taoista. La primera deriva su nombre del gran estratega prusiano Carl von Clausewitz, autor de un clásico tratado "De la Guerra" (Vom Krieg). Si Napoleón, afirmaba que "nada deseo más que una gran batalla", Clausewitz sostenía en un artículo de 1805 sobre la estrategia del general Von Bülow, que "la estrategia no es nada sin la batalla, la batalla es la materia bruta con la que trabaja, es su medio de acción". Esto es hasta tal punto cierto que Clausewitz comparará en De la Guerra (Libro I, capítulo 2) la batalla final con el ajuste de cuentas comercial por el que concluye una trasacción: "La decisión mediante las armas representa para toda operación de guerra, sea esta grande o pequeña, lo que el pago en efectivo representa en las transacciones financieras". A esta doctrina, aún hoy dominante en Occidente se contrapone la doctrina taoista cuya más famosa exposición se encuentra en el tratado El arte de la guerra del general y filósofo chino Sun Tzu (siglo VI aC), aunque ya importantes elementos de ella se encuentran en el Tao Te King de Lao Tzu (siglo VI aC). En este último libro, el principal del canon taoista, se afirma a propósito de la guerra: "El arte militar enseña: «No debo empezar primero, tengo que esperar. No debo atacar avanzando siquiera una pulgada, sino que, por el contrario, me alejo un pie. Esto se llama actuar sin acción, vencer sin violencia. En este caso, no habrá enemigo y puedo evitar malgastar fuerza.¡No hay peor desgracia que odiar al enemigo!
¡Odiar al enemigo es el camino que lleva a la pérdida de mi más precioso Tao! Así que, las batallas las ganan aquellos que las evitaron." (Tao Te King §69). Sun Tzu, en su tratado sobre la guerra sostendrá asimismo que "Generalmente, la mejor política en la guerra es tomar un estado intacto; arruinarlo es inferior. Capturar el ejército enemigo entero es mejor que destruirlo. Tomar intacto un regimiento, una compañía o un escuadrón, es mejor que destruirlo. Conseguir cien victorias en cien batallas no es la medida de la habilidad: someter al enemigo sin luchar es la suprema excelencia.
De este modo, lo que es de máxima importancia en la guerra es atacar la estrategia del enemigo. Lo segundo mejor es romper sus alianzas mediante la diplomacia. En tercer lugar viene atacar a su ejército. Y la peor de todas las estrategias es atacar ciudades." (Sun Tzu, El arte de la guerra, Capítulo 3). Lo que nos enseña la doctrina taoista es una guerra que evita la batalla y la destrucción, en la que la victoria es el resultado de la capacidad de anticipación y de la flexibilidad, una guerra en la que el ejército vencedor es el que mejor emula al agua: "Ahora, un ejército puede ser semejante al agua, pues al igual que el agua que fluye evita las alturas y se dirige al llano, un ejército debe evitar la fuerza y atacar sobre la debilidad. Y al igual que el agua fluye y toma forma de acuerdo con el terreno, así un ejército se dirige a la victoria de acuerdo con la situación del enemigo. Igual que el agua no tiene una forma constante, no hay condiciones constantes en la guerra. Al que es capaz de conseguir la victoria modificando sus tácticas de acuerdo con la situación del enemigo, bien puede llamársele divino." (Ibid. Cap.6).
Dos juegos, el ajedrez y el go ejemplifican estas dos maneras de entender la guerra -y la política. El ajedrez persigue, como se sabe, la muerte del rey, el jaque mate (del árabe "Shah mata": el emperador (Shah en persa) ha muerto). El objetivo del ajedrez es llegar a una batalla última y decisiva en que, liquidando al rey, se tome el lugar del poder. En el go, en cambio, el objetivo es el siguiente:
" hacer más puntos que el contrario. Los puntos se consiguen cercando territorio (intersecciones) en el tablero con las piedras propias o capturando las piedras del oponente." La partida concluye de esta sorprendente manera: "Cuando los jugadores no encuentran ninguna jugada que aumente su territorio, reduzca el de su oponente, o capture algunas piedras, pasan su turno, cuando los dos pasan consecutivamente la partida ha terminado y se procede a contar los territorios de cada uno." A diferencia del ajedrez, no hay enfrentamiento decisivo, sino que todo el juego consiste en reducir el territorio y la movilidad del adversario sin llegar a destruirlo, aumentando al mismo tiempo el territorio y la movilidad propios.
Cuando el poder se entiende como relación, nunca hay una jugada definitiva, ni una toma del poder. Una relación no se "toma", sencillamente porque, a pesar se siglos de ideología teológico-política que ha pretendido en Occidente lo contrario, el poder no es una cosa. Como nos enseñan el juego del "go" y la propia realidad la única realidad del poder es la correlación de fuerzas. No hay nunca ningún poder absoluto, ni ningún poder sustancial. Creo que hay que liberarse de algunos de los fantasmas sustancialistas que envuelven la percepción del 25S y de los que la izquierda sigue presa. Que el poder los tenga es perfectamente comprensible, pues él juega a ese juego: que el poder es algo que ellos tienen y que amenazamos con quitarles. No hay mejor prueba de que el poder vive en ese fantasma que la absurda jaula con que está rodeando ahora mismo el Congreso de los diputados, cercándolo del mismo modo que los ricos de los países pobres protegen su propiedad mediante murallas, vigilantes y cámaras.
Para ellos el poder es un bien que puede y debe protegerse del asalto de quienes no lo tienen, a costa incluso de quedar presos de sus propios recintos y dispositivos de seguridad. Del lado de la población que se rebela frente al régimen, se entiende menos que persista esa creencia en la sustancialidad del poder, pues de la población -de nosotros- depende que el poder exista. El poder sólo existe por la reproducción de nuestra obediencia a una minoría que ejerce el mando. El poder existe gracias a la obediencia. Desde este punto de vista, no hay poder que tomar, sino una relación de poder que puede y debe modificarse para debilitar e incluso disolver el mando. Esta acción sobre la estrategia del adversario ha venido desarrollándose desde el 15 de mayo de 2011 y seguirá después del 25S, hasta la caída del régimen. Un régimen no se destruye en un sólo día mediante un ataque frontal, se mina desde dentro de su relación constitutiva mediante la desobediencia y la autoorganización. Como en el asedio de Jericó, habrá que dar muchas vueltas alrededor del Congreso, evitando cuidadosamente los enfrentamientos decisivos a los que -probablemente- nos invite el propio poder, hasta que este caiga atronado por las poderosas trompetas de la indignación masiva. En Portugal, la última jugada de la partida de go, ha dado sus primeros resultados. Sigue la partida, sigue el cerco del adversario hasta que este se disuelva igual que un mal sueño se disipa con el despertar..