(Texto escrito con ocasión de la presentación de la traducción española del libro de Louis Althusser, Escritos sobre la historia, Doble Ciencia/Pólvora, Santiago, 2020)
Son de sobra conocidos entre los lectores de Althusser conceptos como los de sobredeterminación o subdeterminación, la idea de estructura de estructuras y otros temas afines que se refieren a la vez a la forma inmanente de causalidad característica del todo social y a la diversidad de líneas de determinación causal que constituyen este mismo todo. Se ha atendido así a la complejidad de la determinación social pensando esta como capaz de construir un todo social coherente dominado por una determinación en última instancia que, de manera directa o indirecta, se abre paso a través de las distintas instancias o niveles del todo. La posición de Althusser se podía interpretar de ese modo como una forma algo más refinada, y traducida al lenguaje estructuralista, del determinismo económico marxista pensado en la línea Engels-Stalin, con todas las consecuencias de bloqueo para el pensamiento y la acción políticos que representa un marco determinista. Althusser habría liberado ese marco de una teleología dialéctica que subsume las causas en una totalidad expresiva y habría refinado el determinismo económico sometiéndolo a la ley de la sobredeterminación. Sin embargo, ese refinamiento no dejaría de ser una nueva afirmación del determinismo en la cual la determinación en última instancia se expresa e impone a través de una serie compleja de mediaciones. Tal es el diagnóstico de críticos del althusserismo como Chantal Mouffe o Ernesto Laclau, pero también el punto de vista de muchos lectores marxistas. Sin embargo, sabemos que el punto de vista de Althusser nunca fue este: sabemos que la determinación en última instancia nunca se abre paso a través de las demás determinaciones para mostrarse en persona, que nunca suena su hora, sabemos que para Althusser una determinación compleja se expresa siempre en el marco de una movilidad de la instancia dominante. Todos estos matices alejan a Althusser del determinismo y abren un margen de juego para pensar la determinación múltiple y la coyuntura, pero sólo resultan comprensibles en el marco del dispositivo teórico que los articula en un todo abierto: la tópica.
Si existe un tema recurrente en la obra de Althusser es el de la tópica. Esto no ha impedido que numerosísimos lectores lo ignorasen por reducir su significado al de una mera ilustración espacial, didáctica y puramente exterior del determinismo económico o a una expresión del estructuralismo, reducido a un determinismo formal ajeno a la historia. La tópica es, sin embargo, mucho más que eso y algo muy distinto: es el dispositivo que rompe con toda posibilidad de causalidad expresiva, de reducción de la causalidad social a expresión de lo económico en las demás instancias de la formación social, es también, de manera más general, la exhibición espacial de la prohibición materialista de toda subsunción de las causas en un sujeto, la impugnación materialista del principio actiones sunt suppositorum (toda acción exige un sujeto al que esta se supone o imputa) vinculado al principio de razón suficiente a través de la exigencia idealista de una totalización teleológica de las causas. Tanto la idea de sujeto, como la idea relacionada de fundamento quedan impugnadas por el juego de la tópica, lo cual no impide, sin embargo, otra concepción del sujeto como efecto y no como fundamento. En última instancia, la tópica será, como nos recuerda Fabio Bruschi en un libro reciente (Fabio Bruschi, Le matérialisme politique de Louis Althusser, Mimesis, 2020) un dispositivo de producción de contingencia, de virtualización del hecho consumado de todo orden histórico, pero también operará como un dispositivo de interpelación de los sujetos, de transformación de la teoría en una ideología con efectos prácticos. En esta concepción de la tópica se dan cita las grandes referencia althusserianas: en primer lugar el Marx del Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política de 1859, pero también el uso freudiano de la tópica como instrumento de descentramiento del sujeto y de exhibición de las modalidades de la causalidad inconsciente, la concepción spinozista de la causalidad divina como causa immanens y la caracterización del Príncipe maquiaveliano como una tópica y, a la vez, como el manifiesto que en él viera Gramsci.
Nuestra tarea, a la hora de presentareste libro, se centrará en exponer y aclarar el concepto de tópica, presente de manera declarada o discreta en todos los escritos althusserianos sobre la historia, incluidos, por supuesto los que figuran en el volumen que comentamos, a partir de las páginas que le están dedicadas en el texto de 1975 titulado "A propósito de Marx y la historia", tras haber esbozado muy brevemente la relación de Althusser con el concepto de tópica en diversas etapas de su pensamiento.
En primer lugar, la tópica aparece como mera ilustración, como representación pedagógica de un concepto no elaborado. La distribución espacial de los aspectos de una causalidad compleja aparece en “El objeto del Capital” como mera abstracción, como un pensamiento insuficiente que reclama un verdadero concepto, de ahí que Althusser invite al lector a abandonarla una vez utilizada, como la escalera filosófica de Wittgenstein: “abandonemos esa metáfora espacial, puesto que sus virtudes se agotan en esa primera oposición” (L. Althusser, Para leer El Capital, Siglo XXI, 2004, p.197)
En otros contextos (Contradicción y sobredeterminación), el esquema que acabará denominándose “tópica” se había presentado como pensamiento de la causalidad compleja, de la causalidad estructural presentada como causalidad inmanente de la estructura en sus elementos.
Sobre la dialéctica materialista representa, por su parte, la historización explícita de la tópica, en la cual se afirma la desigualdad y la movilidad de la causalidad propia del todo social.
Sin embargo, esta historización que recoge la complejidad y la desigualdad y movilidad de la causalidad histórica sigue siendo una perspectiva exterior sobre la historia: historia del pasado y no la historia del presente que necesita una política revolucionaria. En cierto modo, esta posición mantiene fuertes elementos de teoricismo y no es capaz de explotar la capacidad de la tópica como dispositivo de virtualización de los hechos consumados.
Para ello, es necesario hacer de la tópica algo más que un esquema complejo, es preciso interpretarla como un concepto reflexivo capaz de reconocer su propia producción de verdades como un momento de la propia historia que piensa a la vez que reconoce los obstáculos que se oponen a ese proceso. Es lo que hace Althusser en su texto A propósito de Marx y la historia.
Lo primero que caracteriza a un texto construido alrededor de una tópica es un afecto de extrañeza, una especie de inquietud (Unheimlichkeit, inquietante extrañeza) en el lector:
“Cuando se lee a Marx se tiene una sensación muy extraña, sólo comparable a la que se experimenta leyendo a unos pocos autores, como Maquiavelo y Freud. La impresión de encontrarse frente a textos (incluso si son teóricos y abstractos) cuyo estatus no entra en las categorías habituales: textos que están siempre al costado del lugar que ocupan, textos sin centro interior, textos rigurosos que parecen sin embargo desmembrados, textos que designan un espacio diferente que el suyo.”
El texto no se basta a sí mismo, su rigor no es el de la completud axiomática con la que se suele caracterizar un texto teórico, sino el de un dispositivo que genera un desmembramiento, que evita la ilusión de un todo, de un saber absoluto. No sólo por la pluralidad interna, sino porque el texto mismo se abre a un exterior histórico y material que lo contiene y es condición de existencia del propio texto. La tópica, al designar en un gesto materialista el exterior constitutivo de toda teoría, liquida la ambición de las filosofías idealistas de que la idea misma genere sus propios contenidos. La ciencia tiene condiciones de existencia precisas, que se dan en el campo de la ideología y están determinadas por una base material atravesada por la lucha de clases. La filosofía no puede así pretender ser teoría de la teoría, fundamentación y culminación de la ciencia en un saber absoluto, sino, por el contrario, separación de la ciencia respecto de una ideología que en su pretensión de ser su propio centro, se presenta como un saber autofundado. Frente al lleno de la ideología, la tópica instaura una distancia y un vacío: “el vacío de una distancia que se toma”. Como dice Lucrecio, es necesario que exista el vacío, “est in rebus inane”, y ello es indispensable sii queremos pensar el devenir de los cuerpos. Lo mismo afirma Marx, según Althusser, de las sociedades.
Althusser se referirá al Marx del Capital, invirtiendo merced a la tópica la interpretación clásica del texto que hizo afirmar a Gramsci que la Revolución rusa fue una “revolución contra El Capital”. El Capital no es para Althusser un texto económico y aún menos un texto que establece un determinismo económico, sino un dispositivo de análisis del modo de producción capitalista y de localización de los actores en la lucha de clases. El Capital será un texto inacabado no ya de hecho, por el estado de salud de Marx o el cambio de sus intereses teóricos, sino por un motivo más profundo: la imposibilidad de que un texto de historia del presente capitalista tenga su culminación en sí mismo. El Capital nombra la imposibilidad de la pretensión ideológica de que el capitalismo sea “la economía” y, por ende, la base económica necesaria de toda sociedad. El capitalismo, atravesado por la lucha de clases, no puede coincidir con la base material de cualquier sociedad, sino, de manera contingente, dependiente de la lucha de clases, con un modo de producción históricamente delimitado. De ahí que esta obra suponga “una culminación distinta que la teórica, un exterior donde la teoría sería “continuada por otros medios” (p. 185). La tópica será la cartografía de ese exterior que constituye la condición de posibilidad del propio texto y en el cual este produce también sus efectos. Un exterior constitutivo que disuelve el todo del sujeto y del fundamento en relaciones de rigurosa exterioridad, bloqueando las funciones de síntesis que caracterizan en el idealismo al sujeto y al fundamento. La extrañeza antes mencionada es así el resultado de una toma de distancia teórica frente a los grandes temas ideológicos que estructuran nuestra “familiaridad” con la realidad, fundamentalmente las ideas íntimamente interrelacionadas de sujeto y de fines.
“Marx nos ha revelado la razón de esta extrañeza en dos o tres textos claros, en los que explícitamente le otorga a su posición teórica la forma de una tópica. Por ejemplo, el Prólogo a la Contribución (1859) expone la idea de que toda formación social está hecha de manera tal que contiene una infraestructura (Basis o Struktur en alemán) económica y una superestructura política e ideológica (Überbau en alemán). 197 La tópica se presenta de este modo bajo la metáfora de un edificio, en el que los pisos de la superestructura se apoyan sobre una base económica.” (p. 185)
Tenemos la metáfora de un edificio, pero ¿qué significa esta distribución espacial?
En primer lugar una “distinción” entre la base económica y la superestructura, ante todo una distinción, esto es una distancia entre la base económica y la política, la ideología y demás elementos de superestructura. El aspecto dinámico de la tópica estará siempre subordinado a la dispersión espacial que la estructura. La determinación “en última instancia” por la base económica no es en ningún caso una reducción de toda realidad a expresión de esa base económica. Afirma Althusser que la “determinación en última instancia” designa “grados de eficacia” en el interior de una unidad, pero esto no quiere decir que la instancia económica sea siempre dominante, sino que, a partir de las coyunturas de la lucha de clases que se enraízan en las relaciones de producción, las distintas instancias pueden acceder a una función dominante en el todo de la formación social. En el capitalismo esta función dominante suele coincidir con la economía, pero la dominancia de esta no es un fenómeno natural sino dependiente de la contingencia de las luchas de clases, por lo cual el papel dominante puede ser ejercido en distintas coyunturas por las más diversas instancias: políticas, ideológicas, estatales, etc. La determinación en última instancia no es así un cierre, sino una abertura que permite pensar la distinción de las instancias como realidades efectivas y no meros “fenómenos” de una esencia única:
“Ya que la indicación de la “última instancia” supone que existen otras instancias, que también pueden determinar en su orden, y que por lo tanto existe un juego de la determinación y en la determinación: este juego es la dialéctica. La determinación en última
instancia no agota por lo tanto toda determinación; la misma determina, al contrario, el juego de las otras determinaciones, impidiendo que se ejerzan en el vacío (la omnipotencia idealista de la política, de las ideas).” (p. 186)
Althusser devuelve así al idealismo la acusación de reduccionismo que este suele verter contra el materialismo histórico: la determinación en última instancia, la designación de una base material, no es reducción de las demás instancias a la condición de efecto, sino indicación de que las condiciones materiales de existencia de una sociedad dependen de la producción material y que esta depende a su vez de unas relaciones de producción históricamente determinadas que necesitan para su reproducción la intervención de instancias ideológicas, jurídicas, políticas, etc. Si la producción material es condición de existencia de las demás instancias, estas lo son respecto de aquella en un juego de determinación recíproca. Es precisamente este juego, que convierte a la determinación en última instancia en una realidad sobredeterminada, el que a la vez permite contemplar la eficacia propia de estas instancias y, a la vez, descartar los modos idealistas de totalización finalista y de saber absoluto sobre la historia. La tópica es materialista porque designa una base material, pero sobre todo, porque al designarla distingue entre determinación en última instancia e instancia dominante, frente a las formas idealistas de interpretación de la historia y de la política como mero despliegue de la política o de la ideología, en las que la determinación en primera y última instancia es siempre el sujeto, sea éste humano o divino.
La tópica virtualiza así lo que se presentaba como fijo y conforme al fundamento y finalidad de la historia, introduciendo en el todo social junto a la distinción de las instancias y la desigualdad de la determinación, la aleatoriedad de las coyunturas y los encuentros. La tópica no visualiza así un destino sino un margen efectivo de juego en el cual se inscriben el propio texto de la tópica y los sujetos a los que esta va dirigida. La distinción entre la ideología y la base material, pero también la distinción entre la ideología y la teoría que la conoce como tal, hacen de la tópica un cuadro o un espejo en que se ve a sí mismo el sujeto que lo contempla:
“En su forma, la tópica es algo diferente a una descripción de realidades distintas, algo distinto que una prescripción de las formas de la determinación: es también una tabla de
inscripción y, por lo tanto, espejo de posición para quien la enuncia y la ve. Al presentar su teoría como una tópica, al decir que toda “sociedad” está hecha de manera tal que contiene una base y una superestructura jurídico-político e ideológica, y al afirmar que la base es determinante en última instancia, Marx se inscribe a sí mismo (su teoría) en algún lugar de la tópica y, al mismo tiempo, inscribe ahí mismo a todo futuro lector. Ahí está el efecto último de la tópica marxista: en el juego o incluso la contradicción entre la eficacia de tal nivel, por un lado, y la posición virtual de un interlocutor en la tópica.” (p. 186)
La distinción base-superestructura es todo menos una inocente distinción a efectos didácticos, pues permite, más allá de la determinación de los distintos niveles y sus instancias correspondientes, fijar un espacio en el que la propia obra y su autor pueden contemplar su situación estratégica y táctica, respectivamente como un elemento del discurso ideológico y como un sujeto de la ideología. Más aún, la obra se dirige a los sujetos actuando sobre su subjetivación por los aparatos de Estado y aportando los elementos para una ubicación estratégica de su acción y para la constitución afectiva de un sujeto literalmente “subvertido”. La tópica actúa así como un anti-Aparato Ideológico de Estado, como un instrumento de liberación de una nueva subjetividad revolucionaria en “contradicción” con el orden dominante de las relaciones de producción capitalistas. De este modo, la tópica marxista es más allá de la descripción de una situación efectiva, una afirmación del carácter siempre contingente de esta situación, un examen de sus virtualidades de cambio y un llamamiento a realizar ese cambio. El espejo en el que el sujeto se contempla es a la vez una voz que lo interpela:
“el juego de la tópica deviene, por el hecho de esta contradicción [entre la determinación en última instancia y la posición en la propia tópica de un sujeto antagónico], una interpelación, un llamado a la práctica. El dispositivo interno de la teoría, en tanto está desequilibrado, induce una disposición a la práctica que continúa la teoría por otros medios.” (p. 187)
Un texto como El Capital, ejemplo de rigor teórico es, por otra parte, un arma -Marx afirmó que era “el más peligroso misil lanzado a la cabeza de la burguesía” (Carta a Becker, 17 de abril de 1867). Es un arma revolucionaria en la medida en que no sólo subvierte los esquemas ideológicos dominantes a la vez que perfila posibilidades estratégicas para la lucha de clases del proletariado, sino que actúa al nivel de los afectos, como un Manifiesto. El Capital se dirige a su lector apelando a su intelecto, pero también a su afecto y cumple así una función ideológica: por un lado desvanece la ideología al tiempo que se formula como texto teórico, científico, pero por otro genera nuevos afectos, una nueva ideología y sus nuevos sujetos, pues no existe práctica sin sujeto. En la Defensa de tesis de Amiens, un texto cercano en el tiempo al que estamos comentando, Althusser llega a escenificar la interpelación del sujeto lector por El Capital: “la tópica marxista reenvía a quien la interroga la indicación de su lugar en el proceso histórico: este es el lugar que tú ocupas y aquí es donde tienes que llegar para cambiar las cosas.” (Solitude de Machiavel, p. 215). La tópica, funcionando como dispositivo de interpelación opuesto al famoso policía del ensayo sobre los AIE, pide al individuo que se reconozca, pero no en el marco de un sistema especular de reconocimiento sino en una imagen, ciertamente ideológica, pero producida por una especie de retroingeniería (“ideología al revés”, dirá Althusser en varios fragmentos inéditos) operada con los materiales de una teoría científica de la historia.