(Artículo publicado en la web de Viento Sur)
I
El sujeto ha sido siempre un enigma para la filosofía, pues siempre se nos presenta a la vez como lo más evidente y lo más inasible. Decía Kant que todas las representaciones de mi mente llevan unido a ellas el “Yo pienso” , pero que ese “Yo pienso” no puede tener representación de sí mismo, no puede ser objeto de un conocimiento positivo. Las filosofías idealistas, aquellas que hacen del sujeto un principio originario y del objeto una realidad derivada del sujeto, comparten todas ese punto ciego por el cual la evidencia del sujeto no implica su conocimiento por el propio sujeto. Abandonando ámbitos tan elevados, esta dualidad del sujeto también se nos presenta en nuestra propia vida cotidiana en la cual creemos realizar libremente, como sujetos libres, multitud de actos que supuestamente deseamos sin preguntarnos nunca por la causa del deseo que nos impulsa a esos actos. Somos a la vez conscientes del deseo e ignorantes de sus causas por lo cual creemos que nuestra voluntad es libre y carece de otra causa que ella misma. Según este planteamiento, la libertad del sujeto equivale a que su deseo no tenga causas y a que, por consiguiente, el sujeto humano libre sea una completa excepción al orden general de la naturaleza. Spinoza afirmó que esto equivalía a representarse al hombre como “un imperio dentro de otro imperio”, estando el imperio del sujeto humano libre del imperio general de las leyes naturales. El materialismo es la negación de este planteamiento y el restablecimiento, en consonancia con los supuestos y los resultados de las ciencias, de la continuidad del orden natural, pues afirma que la actividad humana es un efecto más dentro de la naturaleza y que el deseo o los actos de voluntad obedecen a causas determinables. Por su parte, el sujeto libre se muestra, para el materialismo, como una ilusión producida por la imaginación en determinadas circunstancias. Este reconocimiento del carácter ilusorio de la libertad indeterminada del sujeto no disuelve la “evidencia” que tiene para nosotros esta libertad, pero sí priva al sujeto de su supuesto carácter de fundamento del conocimiento y de la acción.
II
La opacidad que se esconde detrás de la evidencia del sujeto tiene consecuencias éticas, pero también políticas. No son pocos los casos en los cuales un sujeto político se vuelve invisible para sí mismo, sobre todo en la política de la modernidad capitalista, incluidas sus derivaciones socialistas. La particularidad del capitalismo es que, siendo como es una sociedad de clases, a nivel jurídico, político e institucional, se presenta como una sociedad sin clases, en particular, sin clase dominante, como una sociedad en la que prevalece una gran clase media. Todas las sociedades de clases anteriores al capitalismo reconocieron ser sociedades de clases y justificaron la explotación de los trabajadores por la desigualdad entre una clase dominante que gobierna sin trabajar y una clase dominada que trabaja sin gobernar. El esclavismo, el feudalismo, los distintos despotismos « orientales » reconocieron esto e hicieron, por consiguiente, visible al sujeto de la dominación. El capitalismo no hace esto, pues su institución central, el mercado, se basa en la igualdad y la libertad de los individuos que en él intercambian sus bienes. La dominación social es rigurosamente invisible, pues se sale de los marcos en los que es posible verla o enunciarla : existe, pero solo a escala microfísica (el despotismo de fábrica y otros despotismos laborales) o macrofísica (la dictadura de clase de una clase unificada como Estado).
Ni la burguesía ni las demás clases gestoras de la dominación capitalista son visibles en el marco determinado por el derecho, la política o las distintas ideologías. Pueden tal vez describirse sociológicamente sus modos de vida, sus gustos, etc., pero no verse como clases dominantes ni explotadoras. Una sociedad capitalista desarrollada, sin demasiados resabios de otros modos de producción, acaba viéndose a sí misma como una gran clase media, como una sociedad sin clases. La dominación de clase de las clases capitalistas solo resultó visible y enunciable -y aún así con multitud de obstáculos y dificultades- gracias a instrumentos de análisis específicos dispuestos por el materialismo histórico, que funcionan como microscopios que penetran en los más recónditos lugares de producción y explotación o como telescopios que aciertan a ver el paisaje más amplio de una dominación social general de las clases dominantes. Todo esto hace que la clase dominante no se presente nunca como tal y que, incluso, no llegue a verse a sí misma como clase explotadora.
III
Esa invisibilidad de la clase dominante se perpetúa en los socialismos. Los socialismos pretenden, supuestamente contra el capitalismo, realizar las promesas de igualdad contenidas en el derecho burgués, promesas que quedaron incumplidas debido a la dominación violenta e injusta de las clases capitalistas. Para ello, se han valido de toda una serie de métodos, diferentes en las socialdemocracias y los socialismos reales, que coincidían en un uso del Estado como instrumento de la realización de esa igualdad. Este uso pudo consistir en políticas democráticas orientadas a la redistribución de la riqueza, unidas a un mayor control estatal de la economía por medio de normas y nacionalizaciones, o en un control absoluto y en condiciones de absolutismo político, del conjunto de la economía por parte del Estado. En el segundo caso, el socialismo ya no era una tendencia política más dentro del pluralismo democrático, sino, supuestamente, un orden social que había superado el capitalismo y la sociedad de clases. Los dirigentes socialdemócratas se veían a sí mismos como los gobernantes democráticos de una sociedad de clases medias en la que había que hacer de esas clases medias la encarnación material de los ideales de igualdad, pero los dirigentes del socialismo real presentaban su sociedad sin dominación de clases de otra manera.
Para entender el dispositivo ideológico que permitía en el socialismo real afirmar a la vez la existencia de clases y la inexistencia de explotación y dominación social, no hay mejor guía que Stalin. Como se sabe, en paralelo con los procesos de Moscú, y bajo la inspiración del principal fiscal de estos procesos, Vichinsky, Stalin acometió la singular tarea de transformar la URSS en un “Estado socialista de derecho” dotado de una constitución. La constitución soviética de 1936 sustituye así los textos revolucionarios y consagra jurídicamente el nuevo orden. Stalin dedica a esta constitución un interesante prólogo en el que expone la transformación social ocurrida en la Unión Soviética desde la Revolución de Octubre :
La clase de los terratenientes, como saben, ya ha sido eliminada como resultado de la victoriosa conclusión de la guerra civil. En cuanto a las demás clases explotadoras, han compartido la suerte de la clase de los terratenientes. La clase capitalista en la esfera de la industria ha dejado de existir. La clase de los « kulaks » en la esfera de la agricultura ha dejado de exisitir. Y los mercaderes y especuladores en la esfera del comercio han dejado de exisitir. De este modo, han sido eliminadas todas las clases explotadoras.
Queda la clase obrera.
Queda el campesinado.
Queda la intelligentsia.
(Stalin, Sobre el proyecto de constitución de la URSS, 25 de noviembre de 1936)
Nos encontramos en este texto ante una situación paradójica en la cual, la clase obrera, una clase que se define exclusivamente en la tradición marxista por su expropiación y su explotación puede seguir existiendo, perseverando en su ser, sin que exista ninguna clase que la expropie ni explote. Queda también el campesinado, que tampoco es explotado, pero, sobre todo, “queda la intelligentsia”, la capa intelectual a la que pertenecen los dirigentes soviéticos (incluido Stalin). Esta capa social habla y actúa desde una posición dirigente (desde el Estado) como clase dominante, al tiempo que se hace a sí misma invisible detrás de la denominación abstracta “intelligentsia” y de la supuesta fusión de esta en una gran clase media trabajadora que Stalin describe en estos términos : las líneas divisorias entre la clase obrera y los campesinos, así como entre estas clases y los intelectuales, se están borrando, y [...] está desapareciendo el viejo exclusivismo de clase. Esto significa que la distancia entre estos grupos sociales se acorta cada vez más. Tenemos así, un proceso revolucionario detenido e institucionalizado como Estado que recupera junto al propio aparato de Estado capitalista un orden jurídico basado en la expropiación de los trabajadores por el Estado. Este orden se caracteriza por la imposición por un Estado dueño de todo el capital, y sin ninguna competencia de otros capitalistas, de un orden social dominado por la relación salarial y formas aberrantes del intercambio de mercancías. Por otra parte, el socialismo real coincide con las socialdemocracias en su voluntad paradójica de superar el orden de clases mediante la creación de una gran clase media donde se fusionan tendencialmente las clases sin realmente desaparecer. De lo que se trata es de hacer invisible, en ambos casos, la dominación social y política y la explotación económica de una clase dominante que no dice su nombre, ya se trate de la “intelligentsia trabajadora” soviética o la clase política socialdemócrata cooptada por las clases capitalistas a través del Estado.
IV
La doctrina de Ernesto Laclau pretende superar los vicios de un socialismo “científico” basado en el determinismo económico e incapaz de pensar el momento político en su autonomía. Para ello, sustituye la determinación de la política por la economía, que Laclau atribuye en general al marxismo por un dispositivo teórico y político que permite pensar la política, no ya como traducción de la lucha de clases en la esfera política, sino como una articulación original de demandas sociales variadas y dispersas alrededor de un significante vacío, sea este un líder, un nombre, un concepto o cualquier otra cosa que sirva para establecer una cadena de equivalencias entre las demandas. Tal es el sentido de lo que denomina Laclau “articulación hegemónica”. Independientemente de que este tipo de planteamiento sea o no una “superación del marxismo”, lo que se aprecia en él es una coincidencia con el más rancio marxismo, sea este socialdemócrata o estalinista en la ofuscación o el eclipse del sujeto de la dominación. En la teoría hegemónica de Laclau se piensa una articulación hegemónica que no tiene ninguna raíz social ni económica predeterminada y, siendo como es artificial (se trata explícitamente de una « operación »), no declara nunca, sin embargo, cuál es su sujeto o artífice. Este lugar queda eludido en favor de un supuesto significante vacío hegemónico sobre cuya constitución como tal no se nos informa. Los agentes de la operación, cuyo término es la configuración de un régimen de mando y obediencia, son tan invisibles y abstractos como lo son para sí mismas y para la ideología dominante las clases dominates tanto en el capitalismo como en sus derivas socialistas, en las que, por cierto, Laclau inscribe su proyecto de hegemonía que se presenta como clave de una “estrategia socialista”.
La autoinvisibilidad del sujeto de la dominación no es el resultado de un engaño, sino de una estructura que presenta a una clase dominante como la mera encargada de gestionar un interés universal. Esa autoinvisibilidad es una necesidad interna a las sociedades donde prevalece el modo de producción capitalista, pero también a todas las fuerzas políticas, aun las supuestamente anticapitalistas, que actúan desde el Estado. El Estado se presenta como encarnación del interés general, de lo universal, como representante de una gran clase media que la acción estatal contribuye a crear y reproducir. Esta clase media es a la vez el efecto y el soporte de las pretensiones de universalidad y de separación respecto de los conflictos y particularismos sociales que caracterizan al Estado, pero es también una de las principales externalidades socioeconómicas necesarias para la autoperpetuación de las relaciones capitalistas de producción.
V
Detrás de toda política en la que el sujeto de la dominación se eclipse y se presente como clase universal, representante de “la gente » o de los « trabajadores de todas las clases”, o “constructor del pueblo”, hay un proyecto de dominación que se deniega a sí mismo. Solo un análisis en términos de clase y una actuación política que no persiga la “realización” de la “igualdad” sino una transformación efectiva de las relaciones sociales de producción permitirá salir de los callejones sin salida de los socialismos reales, realistas o populistas. A este respecto, en la actual coyuntura interna de Podemos, el supuesto “debate” entre el socialismo de izquierda clásico (eurocomunista o socialdemócrata) y la hipótesis populista o hegemónica, esconde muy mal las coincidencias esenciales de los dos principales sectores que aspiran al recambio de élites dentro del Estado capitalista español.