viernes, 19 de noviembre de 2010

¿El eurocomunismo en su camino de Damasco? La "dictadura de los trabajadores" según Cayo Lara


"in a Monarchy, the Subjects are the Multitude, and (however it seeme a Paradox) the King is the People"
(En una monarquía, los súbditos son la multitud y (aunque parezca una paradoja) el Rey es el pueblo)
Thomas Hobbes, De Cive, 12, VIII


El coordinador general de Izquierda Unida, Cayo Lara, sigue haciendo un ímprobo esfuerzo por situar más a la izquierda la imagen de su organización. El último episodio de esta limpieza de fachada de IU, una coalición política, cuyo principal componente es aquel Partido Comunista que Santiago Carrillo declaró "realista" por aceptar la monarquía encarnada en el Jefe de Estado impuesto por Franco, la bandera bicolor, los pactos de la Moncloa, el rechazo del derecho de autodeterminación, la inclusión de la economía de mercado en la constitución y otras lindezas, lo constituye una aparente vuelta atrás del Coordinador General sobre uno de los principios básicos del eurocomunismo: la renuncia a la dictadura del proletariado. Efectivamente, en un reciente mitin celebrado en Leganés, el dirigente de IU afirmaba
(cf.La República.es):

"Queremos hacer una dictadura", matizando estas palabras de la manera siguiente: "Queremos que las leyes se lleven al Boletín Oficial del Estado al dictado de los trabajadores, y no al de los intereses empresariales, por medios totalmente democráticos".

La dictadura, para Cayo Lara es por lo tanto un régimen basado en el "dictado", en el que unos dictan y otros transcriben. Hoy, quienes dictan son los empresarios, que hacen que sus intereses queden fielmente transcritos en la legislación; mañana, si la organización de Cayo Lara gana las elecciones ("por medios totalmente democráticos"), quienes dicten lo que tienen que escribir en las leyes los escribanos del Boletín Oficial del Estado (BOE) serán los trabajadores que IU pretende representar.

Por otra parte, Lara concibe su propuesta de dictadura "de los trabajadores" como remedio no a la actual legalidad, sino a su supuesto "incumplimiento". Afirma así Lara que "se está violando continuamente la Constitución" porque "la soberanía no es de los españoles. Es de los bancos y del Fondo Monetario Internacional", y porque "no se respeta la aconfesionalidad del Estado" y "se viola el derecho al trabajo" al haber más de cuatro millones de parados en España.

Aparte del interés histórico de unas declaraciones en las que el eurocomunismo español parece haber emprendido su camino de Damasco, abrazando de nuevo tan denostado concepto como el de "dictadura", las aserciones de Lara tienen un indudable valor teórico. En primer lugar, sitúan la propuesta de una "dictadura de los trabajadores" en un marco sociopolitico español y europeo caracterizado por la dictadura de la burguesía. En eso parece estar repitiendo el gesto del mejor Lenin, el del Estado y la Revolución, para quien "Las formas de los Estados burgueses son extraordinariamente diversas, pero su esencia es la misma: todos esos Estados son, bajo una forma o bajo otra, pero, en último resultado, necesariamente, una dictadura de la burguesía." (Lenin, El Estado y la Revolución, Cap.3). Así, a la dictadura de la burguesía, lo que hay que oponer -según Lara- es la dictadura "de los trabajadores", una dictadura que represente cabalmente sus intereses en el proceso legislativo.

Aun reconociendo lo anterior, las palabras de Lara resultan sumamente ambiguas. En primer lugar, el concepto de "dictadura" parece utilizarse de manera blanda. Aquí por "dictadura" no se entiende en absoluto, a la manera de Marx o de Lenin, una ruptura con la legalidad existente destinada a fundar otro orden social y político, pues esta curiosa "dictadura de los trabajadores" lo que prevé es redactar los contenidos del BOE de forma acorde con la legalidad vigente. Por otra parte, el objetivo no es sustituir esta legislación, ni modificar el texto constitucional que da cobertura al conjunto del ordenamiento político español. Para Cayo Lara, la "dictadura de los trabajadores" consiste en aplicar la constitución monárquica vigente, que a su entender permitiría realizar el derecho al trabajo y la separación de la Iglesia y el Estado y, probablemente superar el capitalismo. Con ello, además, el pueblo español recuperaría su soberanía hoy usurpada por los poderes financieros, pero, a juicio del coordinador general, inscrita en la constitución española del 78.

Cabe en primer lugar recordar algunos aspectos de la mencionada constitución que no sólo es liberal, sino fundamentalmente antidemocrática. Aun si pasamos por alto la forma de Estado monárquica que, en sí, es ya más que discutible, lo que no cabe ignorar es el origen de esta monarquía sui generis, una monarquía que es el resultado de la ley franquista de Sucesión a la Jefatura del Estado. Este aspecto histórico no es anecdótico, pues trae consigo importantísimas consecuencias. La primera de ellas es la consagración de principios antidemocráticos como la "unidad de España", principio que en un país históricamente plurinacional supone un atropello a los derechos de buena parte de la población, o del derecho del ejército a tutelar no ya la integridad territorial ni la seguridad del país, sino el propio "orden constitucional". Por otra parte, la constitución española es una de las pocas constituciones europeas que consagran un sistema económico como el único compatible con su ordenamiento: la "economía de mercado" (art. 38). Por mucho que en el mismo artículo 38 también se autorice la planificación, lo que no se puede hacer en el marco de la constitución española es abolir el capitalismo. De este modo, por mucho que se declare el derecho al pleno empleo, un hipotético gobierno de la monarquía presidido por Cayo Lara tendría que aceptar una gestión mercantil del empleo, esto es la existencia de un mercado de fuerza de trabajo, lo cual tiene como inevitable consecuencia la existencia permanente de un porcentaje de "desempleo natural" en términos de Friedman, o, en términos de Marx, un "ejército industrial de reserva", lo cual supone que el "derecho al trabajo" se niegue a una cantidad importante de ciudadanos.

El problema de Cayo Lara es que la constitución cuyos preceptos quiere ver cumplidos es la de un Estado esencialmente burgués, un Estado que no es una dictadura de la burguesía sólo coyunturalmente, por que haya gobiernos neoliberales de derecha o de izquierda, sino estructuralmente, y que lo seguiría siendo aunque gobernara Izquierda Unida. Un aspecto fundamental de la gobernamentalidad moderna encarnada en el Estado capitalista es precisamente el reconocimiento de la "naturalidad" de la esfera económica regida por el mercado. Dada esta esfera mercantil -supuestamente- autorregulada que funciona con la misma necesidad que los fenómenos meteorológicos, es tan absurdo considerar "anticonstitucional" que no haya pleno empleo, por mucho que la constitución reconozca este derecho, como acusar a una inundación o un terremoto que han barrido mi casa de negarme el "derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada" (art. 47). Un derecho que depende esencialmente de un orden contra el que el poder político afirma no poder ni deber hacer nada queda dejado al albur de las evoluciones del mercado.

En cuanto a la aconfesionalidad del Estado, cabe recordar que la única confesión explícitamente mencionada en la constitución es la Católica. Este hecho refleja el poder real de una institución que en los momentos inciales de la historia del Estado Español prestó a este la única institución que abarcaba los distintos reinos: la Suprema (Inquisición) de España. La Inquisicón española es así anterior a España y en cierto modo es uno de los agentes "etnógenos" que fundan la identidad de la entidad política heredera del Imperio español en que vivimos. La Iglesia forma así parte de los aparatos de Estado españoles y es un elemento integrante de su constitución "material" tan importante como el capitalismo o el poder militar. De este modo, quien aceptó, como lo hicieran los representantes del Partido Comunista en la ponencia constitucional, la mención explícita de la Iglesia Católica en la constitución sabía perfectamente cuáles son los límites de la "aconfesionalidad" del Estado Español. El enunciado del artículo 16.3, en su ambigüedad formal, apunta, sin embargo a una realidad material que no quiere combatir sino reflejar: "Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones." El contraste con la constitución republicana de 1931, realmente aconfesional, se aprecia a la simple lectura del artículo que esta dedica a la relación religión-Estado: "Artículo 3. El Estado español no tiene religión oficial.".

En cuanto a la soberanía del pueblo que Lara considera pisoteada por quienes hoy gobiernan, pero reconocida por el texto constitucional, cabe recordar al Coordinador General que en la constitución vigente "La soberanía nacional reside en el pueblo español". Ello no quiere decir que exista en España "soberanía popular", sino que corresponde al pueblo la "soberanía nacional". Esto significa que el pueblo no es titular de su propia "soberanía", cuyo atributo principal sería esa forma radical del poder legislativo que se denomina poder constituyente, sino que lo que al pueblo le corresponde es ser mero depositario de la "soberanía nacional", es decir de una entidad transhistórica y mítica independiente en gran medida de la voluntad del conjunto de la ciudadanía. La nación es soberana a través del pueblo, pero el pueblo en sí no es soberano. En el marco de la constitución española del 78, el pueblo español no puede permitir la autodeterminación de una parte de la población, pero ni siquiera puede imponer -sin ruptura- su propia autodeterminación si desea mayoritariamente fundar una república. El pueblo español, a través de la soberanía nacional existe en tanto que representado por el Estado, pero nunca como sujeto político autónomo, como poder constituyente. Por otra parte, la soberanía nacional consagrada por la constitución no implica que el pueblo pueda decidir sobre lo que ella misma ha excluido del ámbito de decisión de los poderes públicos, por ejemplo sobre las consecuencias del libre funcionamiento de los mercados. Esto no supone en modo alguno que los mercados, la banca o el FMI sean jurídicamente soberanos: dentro del actual ordenamiento constitucional, tienen el mismo estatuto que el anticiclón de las Azores o los movimientos de placas tectónicas, fenómenos físicos a los que ningún soberano se puede enfrentar.

La dictadura de los trabajadores que propone Lara no es por consiguiente, a pesar de las apariencias retóricas, la dictadura del proletariado. De hecho, los trabajdores que ejercerían esa dictadura tampoco coinciden con el proletariado. El proletariado es la clase sin cualidades, la clase de los sin clase, que no coincide con "los trabajadores" y cuyos miembros sólo tienen estatuto de trabajadores cuando están empleados y son representados por los sindicatos o la organización de Cayo Lara. La dictadura del proletariado, está más allá de la representación, más allá de la negociación sindical entre trabajo y capital en el mercado, más allá de la representación parlamentaria de los trabajadores por los partidos de "izquierda". El proletariado sólo se manifiesta como tal cuando ejerce su dictadura, esto es, en el momento paradójico en que desaparece como clase estableciendo las condiciones de la democracia. Esta dictadura, que Marx y Engels definen en el Manifiesto como "la conquista de la democracia" no puede ejercerse por medios democráticos, si con ello se entiende por los medios existentes en el régimen "capitalista democrático" en que vivimos; no porque su objetivo no sea la constitución de una democracia, sino porque ninguna democracia se ha fundado por medios democráticos preexistentes a su propia fundación. De lo que se trata hoy, es de acabar con el marco de la constitución formal y material española para fundar sobre una nueva base social una democracia; lo que es absurdo es soñar que se pueda decidir democráticamente, en contra de los poderes existentes, dentro del propio marco que estos poderes han establecido para su reproducción. No basta cambiar la voz que dicta el BOE, sino las relaciones sociales que en él se transcriben.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Los expertos: Sobre las declaraciones de González-Sinde acerca del Sáhara y la incompatibilidad de la democracia y el poder de los expertos.




La flamante ministra de Cultura del gobierno de Zapatero, Ángeles González-Sinde, se refirió en unas recientes declaraciones a Radio Nacional de España a las opiniones expresadas por determinados artistas acerca de la actual represión marroquí en el Sáhara Occidental. Lo afirmado por la ministra tal como lo recogen los diarios Público y La Vanguardia es lo siguiente:

"Nuestra responsabilidad en este asunto es lo suficientemente importante y es un tema lo suficientemente delicado como para que los que no somos expertos no hagamos ese papel de opinar y de contribuir a la confusión en lugar de encontrar soluciones"

1. En primer lugar, la ministra invoca -tal vez ignorando que pueda haber otra- una ética de la responsabilidad ("Nuestra responsabilidad en este asunto es lo suficientemente importante y es un tema lo suficientemente delicado.."). Recordemos que este tipo de planteamiento ético se contrapone desde Max Weber a la "ética de la convicción" o de "los principios". Lo fundamental es así para la ministra tener en cuenta las consecuencias de los actos que se realizan y no sólo el carácter moral o indecente de estos. Aquí, lo que está en juego son las relaciones con Marruecos en las que se nos da a entender que hay implicados muchos intereses económicos que van más allá de la "parcelita" que Felipe González afirmaba en su entrevista del País poseer en el Reino Alauita. Así, las consecuencias de una degradación de las relaciones con Mohamed VI deberían primar sobre el derecho de autodterminación e incluso sobre la libertad, la vida y la integridad física de los saharauis.

2. Por esto mismo, hay que dejar la palabra a los expertos y callarse. No se trata de que "los que no somos expertos hagamos ese papel de opinar" como dice la ministra torturando la lengua de Cervantes. No debemos, por lo tanto asumir un papel que no es el nuestro y que corresponde a quienes no saben de principios, sino de consecuencias: los expertos. Los expertos son los únicos que, en estas misteriosas y fangosas relaciones entre dos monarquías cuyo origen poco tiene que ver con la democracia, conocen lo que va a pasar con los intereses españoles si se defienden los derechos de los saharauis. El experto piensa en términos de causas y de efectos, de mecanismos que excluyen todo juicio ético. Su universo es el orden social y político existente y su objetivo no puede ser otro que su reproducción simple o ampliada. Otros expertos del mismo gobierno también habían decretado últimamente que hay que congelar sueldos y pensiones y atrasar hasta edades provectas la edad de la jubilación para que el capital financiero mantenga su confianza en España. Los expertos consideraron que el orden que beneficia al capital financiero es el único orden posible, incluso cuando, manifiestamente perjudica a la inmensa mayoría.

3. La ministra sostiene que los expertos son quienes más allá de "la confusión" saben "encontrar soluciones". Ahora bien, en el caso del Sáhara la confusión no la crean los no expertos que se permiten opinar, sino la gestión de este conflicto por parte de las autoridades marroquíes que han impuesto el cierre del territorio saharaui a la prensa española y a la prensa internacional que no comulga con su versión de los hechos. Dentro de esta confusión a la que contribuyó la torpeza de ciertos responsables saharauis que presentaron una foto de Gaza como si fuera del Sáhara, los expertos pisan un terreno sólido, el de los "intereses de España", esto es el de los intereses del capital español invertido en Marruecos o los de la "lucha contra el terrorismo islámico". Para defender estos supremos intereses, esto es el dinero de unos pocos o la perpetuación del miedo ante una amenaza fantasma que justifica un estado de excepción permanente, hay que renunciar a las obligaciones internacionales del Estado español, a su obligación de proteger a numerosos saharauis que siguien siendo ciudadanos suyos o a principios democráticos elementales como el derecho a la autodeterminación (renuncia esta última que las autoridades españolas hacen sin dolor, pues se ufanan de practicarla en su propio territorio). Los expertos nos dicen que la única opción es la complicidad con la ocupación y colonización marroquí y con sus consecuencias. Los socialistas españoles que se atienen a su dictamen comparten así la divisa de Margaret Thatcher, tan bien ajustada a la ideología espontánea de todos los expertos: "TINA" ("There Is No Alternative"/"No Hay Alternativa". Así, los "expertos" van instilando en el propio idioma castellano los significantes que vehiculan esta máxima como el extendidísimo latiguillo de la prensa y de los políticos "esto no es una opción". Anglicismo de ignorantes que oculta a penas la miseria ética del "experto".

4. Es difícil definir la democracia, pero si hay algo que la caracteriza es que no es un gobierno de los expertos. Más bien es un gobierno de los que no saben, o de los que sólo saben de aquello de lo que todos sabemos. La democracia se opone al poder aristocrático basado en la filiación o en el saber así como al poder plutocrático basado en la riqueza. Como afirma Jacques Rancière en su libro El odio de la democracia (2005), la democracia griega se basaba en el "demos", esto es en el pueblo concebido en oposición a los poderosos, como la parte de los que no tienen parte en la riqueza, en la nobleza ni en el saber, pero sobre todo, la democracia griega seleccionaba a los gobernantes por sorteo. Sólo el azar puede, en efecto decidir entre individuos rigurosamente iguales quien va a ostentar la responsabilidad de gobierno. No es así la elección, que siempre se basa en una cualidad o en la fabricación demagógica de la apariencia de una cualidad, sino la mera suerte la que decidía los cargos más importantes de la vida pública.Como afirma Rancière "Democracia significa en primer lugar lo siguiente: un "gobierno" anárquico, que no se basa en niguna otra cosa que la inexistencia de cualquier derecho propio a gobernar". Este aparente "escándalo" obedece al hecho de que la política -de la que la democracia no es sino el otro nombre-, a diferencia de la fabricación de automóviles o de la conducción de rebaños no requiere un saber, no es una técnica, sino una posición ética de la que todo animal parlante debe ser capaz. La virtud política existe, pero no está en el saber, sino en el juicio, en la capacidad de pensar prácticamente en la coyuntura, sin experiencia, ni ciencia, ni garantía. Tal es la belleza de la democracia que nosotros no conocemos, puesto que nos gobiernan los más ricos con la complicidad de los expertos.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Felipe González: Más allá de la verdad y la mentira



"wenn du lügst, dann lüge gründlich, und vor allem bleibe bei dem, was du gelogen hast!" (cuando mientas, miente a fondo, y sobre todo no te desdigas de tu mentira) (Joseph Goebbels, 12 de enero de 1941, describiendo el arte de mentir...de los ingleses)


En su entrevista al País de hace unos días, Felipe González terminó por decir lo que aparentemente no sabía que sabía: que los GAL se dirigían desde los más oficiales de los despachos oficiales, haciendo patente que las cloacas desde las que se defiende el Estado no son nada oculto, sino que su fétido caudal discurre a la luz del día. Afirmando que "podía haber mandado volar a la cúpula de ETA", pero que "decidió no hacerlo", está reconociendo su mando directo al menos sobre una parte de la trama paramilitar asociada con los GAL. Afirmando que su ministro del interior, Barrionuevo, pudo mandar que liberasen de su secuestro a Segundo Marey, no hacía sino reincidir en lo mismo. Sorprende el descaro del exmandatario que afirma poseer una modesta parcelita en Marruecos y no poder comprarse una casa, cuando el mismo personaje acude como invitado a las reuniones de millonarios latinoamericanos convocadas por Álvaro Uribe y su círculo. Se puede ir por idealismo y sin ánimo de obtener un beneficio a casi cualquier reunión menos a las de gente de esa calaña.

Todo esto parece una broma, pero no lo es. Es más bien un síntoma de los tiempos que corren y que se caracterizan por el hecho de que, como sostenía un personaje de la última película de Jean-Luc Godard, "los canallas dicen la verdad"( "les salauds disent la vérité"). No la dicen siempre, pero la dicen. En el capitalismo tardío ya no es necesario mentir para cometer un crimen: las mentiras de Blair, Bush y Aznar sobre la guerra de Iraq parecen hoy casi una concesión a unas formas en desuso. Hoy los poderosos pueden decir abiertamente la verdad cuando cometen un crimen: ya no ocultan necesariamente el origen violento de su poder para que se les siga obedeciendo en nombre del derecho, sino que lo exhiben abiertamente. Ya no es, como pensaba Kant en su Doctrina del Derecho haciendo gala de cierto optimismo ilustrado, el disidente el que desvela los trasfondos y la genealogía del poder, sino el propio gobernante. Esta "sinceridad" es la de los herederos de los franquistas que ganaron la guerra y que no están dispuestos a ver horror alguno en las cunetas de media España. Es la franqueza del financiero de Wall Street, Warren Buffet cuando afirma que "hay guerra de clases, pero la estamos ganando nosotros"; la del presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán que afirma que, para salir de la crisis, habrá que "trabajar más para ganar menos", cuando bancos y capitales financieros acumulan los beneficios. Es una "verdad" que no es incompatible con la mentira. No sólo acompaña de cerca a la propia mentira, sino que, en cierto sentido la encarna. Este tipo de "verdad" es la más alta y efectiva expresión de la mentira. Es la verdad y la sinceridad de que hacía gala Adolfo Hitler cuando afirmaba desde los inicios de su carrera política que su objetivo era exterminar a los judíos. Una verdad y una sinceridad que por el contenido mismo de lo afirmado resultan increíbles. Goebbels aplicaba el principio inverso: para él cuanto más enorme era una mentira más creíble resultaba. La verdad es y era increible, la mentira es y era verosímil. Sobre la mentira el los regímenes totalitarios y, concretamente en el nazi, Alexandre Koyré afirmará:

"Por lo demás, podría discutirse el nexo que pretendemos establecer entre totalitarismo y mentira. Se podría argumentar que, lejos de ocultar o disimular los objetivos próximos o remotos de sus acciones, los gobiernos totalitarios siempre los han proclamado urbi et orbi (lo que ningún gobierno democrático ha tenido nunca el valor de hacer), y que es ridículo acusar de mentiroso a alguien que, como Hitler anunció públicamente (e incluso lo hizo imprimir negro sobre blanco en Mein Kampf) el programa que luego aplicó puntualmente.
Todo esto es cierto, sin duda, pero sólo en parte. Y por ello la objeciones que acabamos de formular no nos parecen en modo alguno decisivas.
Es cierto que Hitler (así como los otros jefs de Estado totalitarios) había anunciado públicamente todo su programa de acción. Pero era precisamente porque sabía que no le creerían "los demás", que sus declaraciones no serían tomadas en serio por los no inciados; es precisamente diciéndoles la verdad como tenía la certeza de engañar y de adormecer a sus adversarios.
" (Alexandre Koyré, Réflexions sur le mensonge, 1943)

Todo esto obedece al hecho de que el modo de conocimiento de nuestra realidad que hoy prevalece en nuestras sociedades, y sobre todo en el ámbito de la política, es el conocimiento imaginario. Se trata de un conocimiento que Spinoza definía como inadecuado, pues nos presenta los efectos separados de sus causas. Este conocimiento confuso que obtenemos por los sentidos o cuando sabemos algo de oídas se basa en la fe y no en una inferencia lógica. Es un conocimiento basado en ideas inadecuadas e incompletas cuya causa no es nuestra capacidad de conocer sino una determinación exterior a esta, que puede ser por ejemplo la palabra o la imagen abundantemente transmitidas por los medios de comunicación, o más bien de propaganda. Ante estas imágenes y estas palabras somos estrictamente pasivos y es indiferente que González, Buffett o el mismísimo Hitler digan una verdad o una mentira. El efecto de esas palabras e imágenes no será un conocimiento verdadero, porque no constituyen un verdadero conocimiento. Tal es el efecto de esa "estetización de la política" que ya denunciara Walter Benjamin en los años 30.

Así, por mucho que nos diga González que, por no se sabe qué escrúpulos, decidió no volar por los aires a la cúpula de ETA, despejando así la X de los GAL, la palabra que lo dice es, siendo veraz, perfectamente mentirosa en un sentido más radical, pues todo depende de la fé que se le conceda. De hecho, esa palabra ya ha producido sus efectos que no han sido como cabría esperar a algún incauto que un juez reabriese un sumario por terrorismo, sino que más de un partidario del régimen español haya afirmado con el crítico cinematográfico del País, Carlos Boyero, que él sí que habría decidido que se procediera a la voladura de esa famosa cúpula de ETA, "cúpula" esta que existe, por lo demás, en tantos ejemplares diligentemente desmantelados por la policía española que de envidia palidecieran ciudades como Roma o Florencia. El efecto de un conocimiento imaginario es así esencialmente práctico. Un cuerpo mueve a otros cuerpos; y una palabra y una imagen no son sino cuerpos. Lo que ocurre es que el movimiento de nuestro cuerpo al que corresponde un conocimiento imaginario es un movimiento pasivo, literalmente, es el movimiento/conocimiento de quien "se deja impresionar". El conocimiento imaginario, aquél que sólo reconoce verdades de la fe (en lo que otro nos revela) y no conoce las de la razón y el entendimiento (que investigan las causas), es el que acompaña a todo tipo de servidumbre.

Nos encontramos así ante una enorme dificultad a la hora de discernir lo verdadero de lo falso, pues no existe ningún criterio que permita hacerlo. Es lo que ocurre siempre que impera sin aparente remedio la imaginación. Pascal dice de ella algo tan actual como lo siguiente:

" IMAGINACIÓN. -He aquí la parte que engaña en el hombre, esta maestra de error y de falsedad, tanto más embustera cuanto que no lo es siempre; porque sería regla infalible de verdad si fuera infalible de mentira. Pero siendo casi siempre falsa, no da señal ninguna de su cualidad, marcando con un mismo carácter lo verdadero y lo falso.
No hablo de los locos, hablo de los más cuerdos; entre ellos es donde la imaginación tiene el gran don de persuadir a los hombres. Por mucho que la razón grite, no puede poner las cosas en su punto
."(Pensamientos, 82)

Para conocer la falsedad, es necesario conocer la verdad, pero esto resulta imposible desde la imaginación. Para Pascal, la solución está en apostar por la revelación como fuente de una verdad absoluta. Spinoza rechazará esa -falsa- solución. Para él es posible desplegar la actividad a partir de la transformación de un estado de pasividad. En una coyuntura adecuada,esto es uniéndonos a otros individuos de forma que aumente nuestra capacidad de actuar, es posible llegar a la verdad no mediante la trascendencia divina, sino por la construcción activa de lo común. Lo común es, entre otras muchas cosas, el lenguaje que nos pertenece a todos y sobre el que el poder puede muy poco. El lenguaje tiene gramática pero no gobernantes ni gobernados. A partir del lenguaje es posible interpretar los enunciados de los poderosos, de González, de Zapatero, de Hitler o de Ratzinger como fenómenos naturales cuyo conocimiento no requiere ninguna revelación, ni la de Dios ni la de sus autores, sino una investigación de sus condiciones de producción y de existencia. Es posible así investigar las causas y efectos del lenguaje del poder y obtener sobre él un conocimiento verdadero que nos permita afirmar una verdad, pero sobre todo una potencia de lo común al margen de él.

miércoles, 27 de octubre de 2010

SIDA, pensiones y justicia inmanente del mercado: contra la teología capitalista (para que cunda urgentemente el ejemplo de Francia)



Je suis la plaie et le couteau !
"Je suis le soufflet et la joue !
Je suis les membres et la roue,
Et la victime et le bourreau !
Je suis de mon coeur le vampire,
- Un de ces grands abandonnés
Au rire éternel condamnés,
Et qui ne peuvent plus sourire."


(Soy la herida y el cuchillo/soy la bofetada y la mejilla/soy los miembros y la rueda del suplicio/¡soy la víctima y el verdugo!/Soy de mi corazón el vampiro,/-uno de esos grandes abandonados/a la risa eterna condenados/ y que ya no pueden sonreir)

(Baudelaire, Heautontimoroumenos)


El Reino de Bélgica se ha visto sorprendido estas últimas semanas por unas declaraciones de su más alto prelado, Monseñor Léonard, arzobispo de Malinas y primado de Bélgica, sobre el SIDA. En un libro de conversaciones que había pasado hasta ahora inadvertido y que acaba de traducirse al neerlandés atrayendo la atención de los periodistas flamencos y del conjunto de la opinión pública belga, el prelado responde prudentemente a una pregunta algo provocadora del periodista acerca del SIDA negando que esta enfermedad sea un "castigo divino". Con ello, Monseñor Léonard se desmarca de la extrema derecha religiosa que había afirmado desde la era Reagan que el VIH era el instrumento directo del castigo divino que merece nuestra corrupta humanidad por los desordenes en materia de "moral sexual" que suponen la promiscuidad y la homosexualidad. El cardenal belga no afirma eso, afirma sin embargo, que en el SIDA podría verse, si no un castigo "un acto de justicia inmanente" en el que Dios no actúa de manera directa, sino a través de las leyes de la naturaleza. Entrevistado por la televisión belga acerca de las declaraciones vertidas en el libro, Léonard se reafirma en lo dicho y lo justifica. Recuerda por ejemplo que, en las cajetillas de cigarrillos se apela ya a esta justicia inmanente y que se recuerda al fumador que "el tabaco mata". También, usando una perspectiva "ecológica" sostiene el prelado que quien contamina tiene que sufrir él mismo los efectos de su incauto proceder.

El SIDA no es, pues, un castigo, sino un efecto directo del propio acto sexual "irregular" crudamente caracterizado por el representante de la Iglesia de Bélgica como el "uso de mucosas" que no son las adecuadas". La adecuación de las mucosas obedece aquí a dos criterios: un criterio fisiológico, esto es que se haga uso o no del conducto "natural" ("vas naturale")y un criterio jurídico, a saber que el acto se consume con el cónyuge legítimo y con la finalidad legítima del matrimonio que es la procreación. La epidemia de SIDA se ha extendido, según el monseñor, como efecto directo de la promiscuidad sexual reinante. De ahí que no hable de "castigo" en el mismo sentido del castigo divino infligido a Sodoma y Gomorra, sino de "justicia inmanente", esto es de efecto proporcionado a la causa, en este caso, de enfermedad que corresponde directamente -según él- a un acto "antinatural".

Independientemente de sus disparatadas apreciaciones "epidemiológicas" que vienen a incidir en la mortífera y oscurantista campaña que el Vaticano y otras sectas cristianas despliegan a propósito del SIDA, lo que llama la atención en la afirmación del prelado belga es la proximidad de su lógica, no ya a la de las extremas derechas relgiosas que blanden ante los pecadores la inminencia del castigo divino, sino a la corriente principal del neoliberalismo. Léonard, en sus declaraciones no sería así un simple cavernícola como algunos pretenden, sino un eclesiástico resueltamente "postmoderno", capaz de enlazar la vieja tradición cristiana de la "oikonomia", la economía de la salvación en la que Dios se vale de los recursos de este mundo para hacer llegar su reino y, en particular, recurre a la justicia inmanente de la "naturaleza", con la novedosa teoría (neo)liberal de la economía de mercado. Dos falsas inmanencias se comunican así a través de los siglos.

Baste recordar que el liberalismo desde su época clásica siempre se ha presentado como una fuerza de oposición al poder soberano. Lo que propugna el liberalismo es una contracción del poder soberano y un libre despliegue de la presunta capacidad de autoorganización de la sociedad en torno al mercado. La intervención directa del soberano para reprimir una conducta debe pues ser algo cada vez más excepcional, siendo el modo normal de gobierno aquél que se rige por la lógica económica de las acciones y reacciones de los sujetos libres que procuran realizar sus intereses en el mercado. La justicia inmanente es, en este contexto, la que arruina a un comerciante que vende productos que nadie quiere o al pródigo que dilapida sus recursos y tiene que vender su fuerza de trabajo en el mercado para sobrevivir. El mercado no castiga las conductas "irregulares", pero hace que generen pérdidas. En eso es el mercado el operador más eficaz de la justicia inmanente.

Lo que ocurre es que el propio mercado es algo constantemente creado y reproducido por la intervención del soberano y que, dejado a su suerte, genera crisis que amenazan su propia existencia. Tal fue el gran descubrimiento del neoliberalismo que, tanto en su versión alemana (el Ordoliberalismus) como en su versión anglosajona propugnan una firme intervención del Estado para fomentar el buen funcionamiento del mercado. Lo que para el liberalismo inicial era simple fruto de la naturaleza es ahora resultado de un artefacto político que "ayuda" a la naturaleza a funcionar correctamente.

Un excelente ejemplo de este funcionamiento de la "justicia inmanente" neoliberal lo tenemos en la actual política de liquidación del derecho a la jubilación con una pensión digna. Este derecho, hasta ahora garantizado por los poderes públicos, tiende, mediante una resuelta intervención política sobre las edades de jubilación y sobre el cálculo del importe de las pensiones, a desaparecer del paisaje social de la Europa occidental. El vacío que deja quedará progresivamente cubierto por fondos de pensiones por capitalización enteramente financiarizados. Esto podría considerarse un elemento anecdótico dentro de una ya larga estrategia neoliberal de privatizaciones, si no fuera porque amenaza con convertirse en el instrumento principal de un renovado "capitalismo financiero popular".

Se sabe que uno de los objetivos del neoliberalismo es la "desproletarización". Se trata de liquidar la lucha de clases haciendo que los trabajadores sean propietarios, de su vivienda, de su automóvil, incluso parcialmente de su empresa. En realidad, este objetivo algo utópico sólo se ha logrado en ínfima parte en algunos países como Alemania y los países nórdicos. En los demás, el sueño de la propiedad de la vivienda y del automóvil se ha transformado para muchos en la pesadilla del endeudamiento y la participación en el capital de la empresa no ha llegado a ser ni siquiera simbólica por falta de capacidad de ahorro. La transformación de los regímenes de pensiones brinda hoy al capital una oportunidad histórica para cumplir este programa de desproletarización. La liquidación de la pensión por reparto y su sustitución por la pensión por capitalización hacen de todo trabajador un participante en un fondo de pensiones cuya función es buscar sin descanso las inversiones más rentables posibles. Si la inversión en una determinada empresa ha dejado de ser suficientemente rentable, el capital financiero, como la langosta, busca otro lugar más propicio para obtener el rendimiento financiero que reclaman sus clientes. Ahora bien, sus clientes son los propios trabajadores de las empresas a las que se exige aumentar los márgenes de beneficio, en particular mediante una mayor explotación de sus trabajadores. Como lúcidamente explica Frédéric Lordon "Mediante las masas de ahorro que implica, la jubilación por capitalización lleva al colmo la implicación financiera de los asalariados y, por ello mismo, vincula objetivamente los intereses de los asalariados a la buena fortuna de la finanza, la cual prospera precisamente oprimiéndolos. Un sofista liberal que pasara por aquí objetaría, sin duda, que si ahora sufren un poco los asalariados, los jubilados que ellos mismos serán más tarde saldrán beneficiados. [...] Pero lo mandaremos a paseo haciéndole observar, basándonos en las numerosas experiencias ya existentes, que los fondos de pensión por capitalización producen a la vez asalariados explotados y jubilados indigentes, sencillamente porque los numerosísimos intermediarios de la división del trabajo financiero se cobran en especie embolsándose gigantescas comisiones."

El trabajador queda así dividido entre su condición de titular de un fondo de pensiones que exige mayores beneficios a las empresas donde invierte y de obrero o empleado de una de esas empresas, que aspira a mejorar sus condiciones laborales. Si, como dueño de una parte del fondo de pensiones exige mayor rentabilidad a éste, lo que está reclamando es ser más intensamente explotado o incluso ser despedido si el capital invertido no obtiene una remuneración suficiente. Si, en cambio, como obrero exige unas condiciones de trabajo y remuneración dignas, disminuirá por ello mismo la remuneración del capital financiero y pondrá en peligro su puesto de trabajo. Como futuro jubilado se hará solidario con el capital financiero en general y denunciará a los gobiernos que quieran limitar la movilidad del capital financiero. Ante cualquier intento de regulación de los movimientos del capital financiero podrá acusarse a los gobiernos y a los sindicatos que apoyen estas medidas, de "insolidaridad con nuestros mayores". Quien intente, frente al poder financiero, finalmente interiorizado, realizar una política con objetivos de clase que no sean los de la burguesía, tendrá que atenerse a las consecuencias de sus actos y arriesgarse a que su pensión por capitalización financiera se degrade. Aunque, de todas formas esa perspectiva de degradación está garantizada también por la monstruosa tasa de beneficios en formas de comisiones de los intermediarios financieros.

Tal es el nuevo marco "natural" que el neoliberalismo nos propone y contra el cual toda rebelión, en el caso improbable de que se produzca, saldrá muy cara, en términos estrictamente mercantiles. Como diría Monseñor Léonard, la naturaleza "se venga, mediante su justicia inmanente" cuando nos apartamos de ella." Esto nos hace ver lo que hoy está en juego en Francia y en toda Europa. La resistencia francesa contra la reforma de las pensiones es directamente política y, como toda acción política, se enfrenta a la enorme mistificación que es la apelación a esa muy artificial "naturaleza" representada por las "leyes del mercado". Gracias a Freud y a Marx sabemos hoy que ni en la sexualidad humana, ni en las relaciones sociales gobierna ningún tipo de naturaleza. Quien habla a este respecto de "naturaleza" nos quiere engañar presentándonos como "natural" su orden moral o político.

jueves, 21 de octubre de 2010

El Capital de Marx, Senior y la "imposibilidad" de financiar las pensiones (algunas reflexiones para que cunda el ejemplo francés)







"und nur bei Karl Marx und Lenin stand,
wie wir Arbeiter eine Zukunft haben."
(y sólo -en las obras de- Karl Marx y Lenin se decía
que nosotros los obreros tenemos un futuro)
Hans Eisler/Brecht

1.
El capitalismo nunca se ha presentado a sí mismo como un régimen socioeconómico más entre los que ha conocido la humanidad, sino como la forma natural en que las sociedades humanas deben organizarse. Parece contradictorio afirmar a la vez que este tipo de organización es natural y que, por otra parte, se presenta como un imperativo que hay que cumplir. Ello responde al hecho de que para los grandes economistas y pensadores liberales, la naturaleza humana no llega a reconocer esa organización óptima y natural debido a la ignorancia y la superstición. Una vez disipadas las brumas que nos impiden reconocer esta norma que coincide con nuestra verdadera realidad, esta finalidad moral y política que es a la vez naturaleza, puede desplegarse todo su potencial productivo. Antes de que el capitalismo se impusiera existía más bien como imperativo, ahora que es la forma socioeconómica dominante, se presenta como realidad, e incluso como necesidad natural. Esto no impide que esta realidad natural nunca esté, según sus ideólogos, completamente realizada: si existen, por ejemplo crisis, es porque todavía no hemos llegado a hacer coincidir el sistema realmente existente con su esencia natural. Así, la solución liberal de toda crisis será una mayor dosis de liberalización. Como explicaba Althusser en los años 60 y como podemos constatarlo a diario, las dos almas del capitalismo y de la ideología burguesa en general son la necesidad natural y la libertad moral, la economía y la ideología jurídico moral.

La necesidad natural de la economía, por mucho que el neoliberalismo tenga que considerar esa naturaleza como un constructo que requiere constante vigilancia e intervención, es lo que la supuesta "ciencia económica" pretende enseñarnos a reconocer. Se trata de mostrar cómo a través del libre juego de las libertades y de los deseos individuales en el espacio de los intercambios de mercancías denominado "mercado", se termina constituyendo un orden que se rige por leyes necesarias. De hecho, la libertad en el mercado termina siendo la libertad del propio mercado y esta último, un marco que se impone imperativamente a sus actores. Las leyes del mercado, como leyes "naturales" pueden determinar lo que es posible y lo que es imposible. En función de ellas, se nos dice hoy, es imposible mantener el régimen de pensiones existente hasta hoy en Europa occidental, así como los servicios y prestaciones sociales que se habían ido consolidando a lo largo de los últimos sesenta años en esta zona del mundo. Lo que era real hasta hoy se ha vuelto imposible debido a las leyes del mercado. Por consiguiente, como afirman las patronales y gobiernos: "habrá que trabajar más para ganar menos". Esta idea de las limitaciones objetivas del mercado que hacen imposible mantener las conquistas sociales, se nos presenta como algo nuevo, como una desagradable sorpresa con la que se han encontrado los "científicos y expertos económicos" haciendo sus cálculos y viendo que no salen las cuentas de las pensiones y del gasto social. Sin embargo, esta novedad es tan vieja como el propio capitalismo.

2.
Las primeras luchas obreras por la jornada de trabajo se encontraron en el siglo XIX con el mismo razonamiento "científico" que hoy vemos utilizar a los economistas. Basta reabrir -o abrir, porque no se ha leido nunca demasiado- las páginas del Capital de Marx para descubrir los términos en que respondían los economistas a la reivindicación obrera de las 10 horas. La reducción de la jornada laboral de 11 a 10 horas sería, según el prestigioso economista Nassau William Senior matemáticamente imposible, pues el beneficio empresarial se produciría sólo en esa última hora de trabajo que el obrero ya no va a prestar: "si las horas de trabajo se redujeran en una hora por día [...] se destruiría la ganancia neta; si se redujeran en una hora y media, también se destruiría la ganancia bruta". No vale la pena entrar en el detalle de las afirmaciones de Senior ni de la crítica o más bien el rapapolvo teórico de Marx. Baste recordar que el beneficio del capitalista se produce durante toda la jornada de trabajo y que si esta disminuye, el beneficio no desaparece, sino que se reduce en la misma proporción que los costes de producción, algunos de los cuales disminuyen efectivamente al trabajarse una hora menos. La ironía de Marx no perdona ni a Senior ni a los suyos:
"Por otra parte el corazón humano tiene sus enigmas, sobre todo cuando el hombre lo lleva en el bolso; seríais unos desatinados pesimistas si temierais que al reducirse la jornada laboral de 11 1/2 a 10 1/2 horas se perdería toda vuestra ganancia neta. Ni por asomo. Si presuponemos que todas las demás circunstancias se mantienen invariadas, el plustrabajo disminuirá de 5 3/4 horas a 4 3/4 horas, lo que implica siempre una nada despreciable tasa de plusvalor, a saber, 82 14/23 %. Pero la fatal "última hora", acerca de la cual habéis fabulado más que los quiliastas en torno al fin del mundo, es "all bosh" [pura palabrería]. Su pérdida no os costará la "ganancia neta", ni su "pureza de alma" a los niños de uno y otro sexo a los que utilizáis Un índice que caracteriza notablemente el estado actual de la llamada "ciencia" económica es que ni el propio Senior quien más adelante, digámoslo en su honor, abogó resueltamente por la legislación fabril ni sus impugnadores iniciales y posteriores supieron explicar las falsas conclusiones del "descubrimiento original". Se remitieron a la experiencia real. El why [el porqué] y el wherefore [motivo] quedaron en el misterio."

Hoy los émulos de Senior siguen en esta misma ignorancia y pretenden demostrarnos que los salarios son excesivos y la productividad del trabajo es insuficiente. Baste leer cómo refiere el diario ABC una reciente intervención del presidente de la patronal española, CEOE, Gerardo Díaz Ferrán:

"No hace un mes que el Gobierno aprobó una reforma laboral que abarata y facilita el despido y reaparece el presidente de la patronal para echar más leña al fuego al decir que, para salir de la crisis económica, los trabajadores deben «trabajar más y, desgraciadamente, ganar menos. Es muy duro decirlo, pero es la verdad».
Tras participar en un acto organizado por los jóvenes empresarios de Ceaje, Díaz Ferrán insistió ayer en que no se puede trabajar como se hace actualmente. Según argumentó, al principio de la democracia se trabajaban 48 horas semanales, que han pasado a ser 40 oficiales pero, en realidad, sólo son efectivas 38. Así, «es imposible estar trabajando 38 horas y pensar que se va a salir de la crisis»."
De nuevo nos encontramos, en pleno siglo XXI, con las lamentaciones de los patronos a los que quitan horas de preciado trabajo, sin mencionar ni de pasada los enormes aumentos de la productividad y la casi congelación de los salarios reales que se han producido desde la llegada de la "democracia" . Se ve que la ideología espontánea de los patronos es tozuda y que no pueden con ella ni los siglos ni las críticas teóricas.
3.
Por otra parte, argumentos del mismo jaez se aplican al sistema de pensiones, afirmando doctamente que la evolución demográfica de los países europeos provoca una reducción neta del número de activos capaces de financiar las pensiones de sus mayores. Por ese motivo, estos últimos tendrán que trabajar hasta una edad más avanzada y cobrar pensiones menos importantes. Como afirma en otro lugar el inagotable Díaz Ferrán: "Subir la jubilación a los 67 años me parece razonable y una tendencia de llegar a los 70 también me parece razonable con el tiempo. Hay que hacer un plan sensato. Claro que habrá que llegar a los 70, pero a lo mejor dentro de cinco años, de siete o de diez. A lo mejor ahora son 67, luego 68 y después 70, eso es lo lógico"
Ciertamente, la pensión no es directamente lo mismo que el salario, pero sí tiene que ver con él de manera muy directa. De lo que se trata en ambos casos es de nuestro tiempo de vida, por un lado, del tiempo dedicado a la reproducción ampliada del capital y a la producción de beneficio neto y por otro, del tiempo dedicado a todo lo demás es decir a existir sin depender de un patrón. En las polémicas decimonónicas sobre la jornada laboral, se trataba de la repartición diaria de esos tiempos, en el actual conflicto social sobre las pensiones, de su repartición a lo largo de toda la vida. El juego de la explotación capitalista, por mucho que lo intenten disimular hablándonos de las consecuencias felices sobre la actividad económica del beneficio empresarial o incluso del consumo suntuario de los más ricos, es un juego de suma cero. En un juego de suma cero no puede haber dos ganadores: en el mercado, a diferencia de la cooperación, uno pierde para que otro gane. O se reduce el tiempo de trabajo y de vida laboral y se financian unas pensiones dignas, o se reducen los impuestos de los ricos y las contribuciones patronales. O salario, directo, indirecto o social, o beneficio empresarial o lucro financiero. Aquí no valen hipocresías morales ni ideologías jurídicas. Como afirma Marx en otro lugar del Capital:
"Dejando a un lado límites sumamente elásticos, como vemos, de la naturaleza del intercambio mercantil no se desprende limite alguno de la jornada laboral, y por tanto limite alguno del plustrabajo. El capitalista, cuando procura prolongar lo más posible la jornada laboral y convertir, si puede, una jornada laboral en dos, reafirma su derecho en cuanto comprador. Por otra parte, la naturaleza específica de la mercancía vendida trae aparejado un límite al consumo que de la misma hace el comprador, y el obrero reafirma su derecho como vendedor cuando procura reducir la jornada laboral a determinada magnitud normal. Tiene lugar aquí, pues, una antinomia: derecho contra derecho, signados ambos de manera uniforme por la ley del intercambio mercantil. Entre derechos iguales decide la fuerza. Y de esta suerte, en la historia de la producción capitalista la reglamentación de la jornada laboral se presenta comolucha en torno a los límites de dicha jornada, una lucha entre el capitalista colectivo, esto es, la clase de los capitalistas, y el obrero colectivo, o sea la clase obrera."
Hoy, además, las palabras de Díaz Ferrán son la expresión de una utopía que debe calificarse de reaccionaria, la de la "recuperación del pleno empleo". Lo único que puede proponer el capitalismo español o europeo en general como pleno empleo es la generalización del empleo precario. Precisamente las condiciones de productividad que han alcanzado nuestras sociedades hacen redundante una enorme cantidad de tiempo de trabajo, incluso en términos rigurosamente capitalistas. Sin contar con la redundancia "cualitativa" del tiempo de trabajo dedicado a producciones inútiles (la mayor parte del sector del automóvil) o nocivas (armamento) y el hecho de que, si no nos encaminamos rápidamente por la senda de un decrecimiento racional, nuestra propia existencia en el planeta peligra gravemente. Ante esta situación, no tiene sentido exigir más empleo, sino menos tiempo de trabajo diario y a lo largo de la vida y un ingreso garantizado para todos. La pensión de los precarios hoy ya mayoritarios y el subsidio de los desempleados, cada vez más numerosos, sólo puede tener hoy una forma viable: la de un salario social. Ahora bien, la pensión de los precarios, se obtiene mediante una nueva modalidad de huelga, la huelga de los parados, huelga que no para una producción ni una fábrica u oficina concreta, sino que bloquea a escala de todo un territorio -como estamos viendo hoy en Francia- los flujos de energía, de mercancías y de personas convertidas en mercancía. Cuando el capitalismo ocupa todo el tiempo de vida, la resistencia debe y puede ocupar todos los tiempos y todos los espacios.

jueves, 14 de octubre de 2010

El gran carnaval II: Los mineros chilenos como carnaza humanitaria

"La pregunta no es si pueden razonar o si pueden hablar, sino ¿pueden sufrir?"
Jeremy Bentham


No se puede dejar de sentir alegría por el rescate de los mineros chilenos que llevaban varios meses bajo tierra. En una América Latina -y un Chile- donde los derechos de los trabajadores han sido sistemáticamente ignorados, el que una catástrofe laboral se salde sin muertos es además una buena noticia. Sin embargo, como todo auténtico logro de los trabajadores en el capitalismo, la compleja operación de salvamento que hoy ha concluido tiene también otra dimensión. La operación, aparte de su dimensión material y técnica, ha estado envuelta desde un primer momento por tres tramas ideológicas que intentan explotarla políticamente:
1. una operación de legitimación del Estado chileno (refundado por Pinochet) ante los trabajadores
2. un negocio mediático que ha convertido la vida de estas 33 personas en el pozo y su posterior recate en un espectáculo digno de Gran Hermano; y
3. una mistificación en términos humanitarios y biopolíticos de la relación entre el poder capitalista chileno y los trabajadores, con la que se esconde la lucha de clases bajo la defensa de un universal "derecho a la vida".

1. El Estado chileno fue refundado por Augusto Pinochet Ugarte con una constitución formal y material directamente dirigida contra la clase obrera. Se trataba, tras el golpe de Estado, de hacer jurídicamente y materialmente imposible una transformación social como la que estaba en curso durante el gobierno de Unidad Popular. La posterior "democratización" mantuvo al tirano y a sus cómplices en cargos oficiales y dejó encerrada en las prisiones de la "democracia" a numerosos combatientes contra la dictadura. El gobierno de izquierda tibiamente socialdemócrata de Bachelet y el actual gobierno "tecnocrático" de Piñera intentan hacer invisible esta situación. En el caso de Piñera, la "providencia" le fue recientemente favorable al provocar el accidente que sepultó a los 33 mineros. Gracias a él, desde el primer momento el presidente lanzó una auténtica campaña nacional por la salvación de los sepultados. La nación entera, los explotadores y los explotados, los ricos y los pobres, los pinochetistas y sus víctimas, todos tuvieron por fin algo en lo que coincidir. Cerrando aparentemente el sangriento episodio de lucha de clases que fue aquel ya lejano 11 de septiembre chileno, Chile resurgía en torno a su bandera y su presidente como un pueblo unido y orgulloso de su solidaridad con los obreros víctimas de la catástrofe. El mito de la nación vino así a esconder la realidad particularmente dura de la lucha de clases bajo el gobierno neoliberal de Piñera, que se expresa en un amplio programa de reestructuraciones y privatizaciones, cuyo episodio más señalado será el cierre de la mina en que estuvieron sepultados en vida. El rescate de los mineros se convierte así en un acto de interpelación de todos los sujetos chilenos como hijos de una misma patria, aunque las autoridades de esta "patria" sean fervientes neoliberales que culminan por otros medios la obra de Pinochet y los "Chicago boys". El capitalismo de la catástrofe vuelve así a aplicarse en Chile.

2. El negocio mediático en torno a la catástrofe se articula con la dimensión de acto de afirmación nacional de la operación de rescate, pero tiene una dimensión propia, específicamente comercial. En primer lugar, los medios de comunicación convirtieron el encierro de estas treintaitres personas en un pozo de mina en un espectáculo de telerrealidad. Convergían en él las principales dimensiones del "reality show". Destacaba en primer lugar el goce sádico de ver a estas personas encerradas e impotentes, acompañado por la pregunta no menos sádica de si aguantarían esta situación límite. Los médicos y los psicólogos permitieron a través de la televisión y de la prensa mantener la tensión y el goce, determinando "científicamente" los límites del aguante físico y mental. Los "mirones" (voyeuristas) también pudieron estar servidos, pues las imágenes de esos rostros fantasmagóricos en la oscuridad del pozo, apuntaban hacia esa otra realidad, la realidad invisible que es la causa misma del goce del mirón. La oscuridad y la dificultad con la que se consiguieron las imágenes aumentaba el misterio y con él la voluntad de ver aún más. La propia filantropía, el propio humanitarismo, la buena voluntad del gobierno y del público en genera son indisociables del sadismo, pues se alimentan del propio escenario sádico.

Todo esto, como se sabe, ha sido rápidamente integrado en la circulación de mercancías: el goce, la imagen tenebrosa, la ciencia incierta de médicos y psicólogos, incluso el saber de la NASA asomado al pozo, se han convertido en dinero para los medios de comunicación y para las propias familias de los mineros, desproletarizados por los medios de comunicación durante un tiempo, antes de que Piñera los ponga a valorizar su "capital humano" en el libre mercado, cuando se haya cerrado la mina y se haya acabado el dinero que han recibido por las "exclusivas". Con su habitual lucidez, Billy Wilder narró un acontecimiento similar ocurrido en los Estados Unidos de los años 40 en su película "Ace in the Hole" (El gran carnaval), en la que narra como se organiza un inmenso negocio mediático-turístico-humanitario en torno al rescate de una persona que había quedado atrapada en una cueva. Hoy la realidad supera la ficción, si no fuera porque la propia realidad, convertida en telerrealidad, fue inmediatamente transmutada en ficción, sin el genio, la ironía y la distancia del gran Wilder. Aquí puede invertirse el adagio de Hegel: "primero como comedia, luego como (mala) tragedia." Primero vino la amarga comedia de Wilder, después la tosca tragedia de los medios tardocapitalistas.

3. La tercera perspectiva desde la cual se ha explotado el acontecimiento que nos ocupa tiene una dimensión mucho más estratégica, se trata de la transmutación en catástrofe humanitaria de un hecho que tiene que ver directamente con la explotación y la lucha de clases. La presentación del obrero como "víctima", no ya de la explotación, sino de la fatalidad y como ser humano merecedor de la solicitud y el auxilio de los demás, es un elemento esencial del humanismo burgués. La compasión filantrópica siempre fue como afirma Jacques Rancière el centro de la ideología burguesa del hombre: "El hombre de la burguesía no es fundamentalmente el sujeto conquistador del humanismo, es el hombre de la filantropía, de las humanidades y de la antropometría, el hombre que se forma, el hombre al que se asiste, el hombre que se vigila y se mide."(Jacques Rancière, La leçon d'Althusser, p.23). Esto supone, que todo humanitarismo reconoce la existencia de un amo y de un saber que este posee y del que el trabajador se ve desprovisto. La idea de que existen las clases, en su orden necesariamente jerárquico y que la lucha de clases es un mero accidente superable conduce directamente a la aceptación del humanitarismo como ideología de la filantropía y la asistencia, y al rechazo consiguiente de todo auténtico antagonismo. Los amos, los patrones, el Estado, son los que saben: son los que van a educar a los obreros, los que los van a socorrer en su desgracia. Todo, menos imaginar que la vida sea posible sin amos. Como afirmaba elocuentemente el abogado de los "amos" en el proceso contra los obreros tejedores de Lyon en 1833: "En su delirio, han llegado a publicar que ya no habría amos y que la ropa se fabricaría mediante la simple mecánica de las asociaciones, sin crédito, sin responsabilidades y con hombres que serían iguales entre sí, no recibirían órdenes de nadie y ejecutarían su trabajo como les pareciera" (citado en J. Rancière, op.cit,p.169).

La mejor imagen del obrero, la única aceptable dentro del orden capitalista es la del sujeto pasivo de la asistencia humanitaria y filantrópica basada en el reconocimiento de la desigualdad entre los hombres. Las clases clasifican entre los que pueden y saben y una forma de vida cuanto más impotente y larvaria mejor. Dentro de ese orden pueden perfectamente integrarse en la universalidad de la nación, de la patria que vela por todos. El espectáculo del último rescate chileno constituye una ilustración elocuente y un medio de reproducción de esta temática ideológica.

sábado, 9 de octubre de 2010

La noria. Reflexiones sobre las últimas movilizaciones sindicales europeas



"In Cile i carri armati, in Italia i sindacati" (En Chile, los tanques, en Italia los sindicatos)
Pintada en un muro de Bolonia, 1977


1.
La gran manifestación de la Confederación Europea de Sindicatos que tuvo lugar en Bruselas el día 29 de septiembre constituyó, si no otra cosa, un experimento político interesante. En primer lugar dejó constancia de la impotencia del actual sindicalismo frente a un poder que no está en modo alguno dispuesto a negociar nada con la clase obrera que las organizaciones sindicales dicen representar. En segundo lugar, mostró de manera bastante clara que los sindicatos pueden desempeñar, respecto del proletariado realmente y mayoritariamente existente, un papel de reproducción del régimen capitalista y cumplir incluso la función de un auténtico aparato represivo de Estado.

Lo primero quedó perfectamente ilustrado por los acontecimientos. En primer lugar, hubo una gran manifestación de enlaces sindicales de empresas privadas y del sector público de toda la Unión Europea. En ella estaban bien representados los viejos sectores industriales y los servicios públicos, incluidos los de policía. Naturalmente, brillaba por su ausencia cualquier representación del trabajo precario o de la inmigración. Se trataba básicamente de burócratas sindicales, blancos y, en el mejor de los casos socialdemócratas. La consigna que agrupaba a esta amplia comitiva era: "Contra la austeridad: por el crecimiento y el empleo". Curiosamiente, "por el crecimiento y el empleo" es exactamente la consigna del Programa de Lisboa de la Comisión Europea. De lo que se trataba, por lo tanto, no era de discutir la legitimidad del "crecimiento y el empleo" como objetivos. No se trataba de abordar cuestiones espinosas como la del reparto de la riqueza, la generalización de un ingreso decente para todos los trabajadores, fijos o precarios, aun menos la de los límites ecológicos al crecimiento. Se trataba de ver cuál era la mejor manera de fomentar el crecimiento y el empleo, oponiendo al neoliberalismo de la Comisión Europea y de los gobiernos de la UE, cierta tímida e imprecisa dosis de keynesianismo. Esto es algo que comprendió perfectamente la dirección política de la UE, la cual no ardó en contestar a los sindicatos a través del presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, que "las economías de la Unión ya están creciendo y pronto estarán en condiciones de crear empleo" y que "las medidas de austeridad tenían que seguir adelante con este mismo fin". Al final de un defile sindical a la soviética, un consenso no menos afin a los que conociera el régimen de Brejnev. La noria de la economía capitalista dió así una vuelta más.

Coherentemente con este firme consenso, los organizadores de la manifestación habían llegado a un acuerdo de colaboración de su servicio de orden con la policía de Bruselas. El objeto de este arreglo era impedir que cualquier fuerza que representase una nota discordante participara en la manifestación. De ese modo, una 300 personas que procedían de un campamento de solidaridad con los inmigrantes (No Borders Camp) se vieron, sin la más mínima provocación, cercadas por la policía, mientra un representante sindical gritaba por su megáfono "los polis son también trabajadores, dejadles hacer su trabajo." Las 300 personas discordantes fueron así detenidas sin ningún motivo (es posible mediante la figura de la "detención administrativa") durante 8 horas, y cuatro de ellas fueron llevadas ante un juez acusadas sin ninguna prueba de la rotura de los cristales de una comisaría en otro barrio de la ciudad. La crónica de esta brutal normalización puede encontrarse en una reciente entrada del blog Quilombo.

2.
El hecho de que los sindicatos sean hoy impotentes cuando en otros momentos lograron arrancar importantes conquistas sociales en los países industrializados, responde al largo y por ahora infrenable avance del modo de regulación neoliberal del capitalismo. Para el sindicalismo clásico era posible negociar colectivamente las condiciones de trabajo de grandes ramos industriales con una patronal dispuesta a comprar la paz social a cambio de algún reparto de la riqueza. Esta negociación colectiva que terminó siendo la norma en los países de Europa occidental y en los Estados Unidos desde la primera guerra mundial (y la revolución rusa) hasta los años 70 ha llegado a su fin. En este momento, la revolución neoliberal ha conseguido imponer socialmente la lógica de la atomización de los trabajadores, la "desproletarización" que preconizaban los ordoliberales después de la segunda guerra mundial. Pero esa desproletarización ha podido llevarse a cabo de dos maneras: haciendo acceder a los trabajadores al consumo y haciendo de ellos miembros de la "clase media" como ocurrió en la Alemania de postguerra en el marco de la denominada "economía social de mercado", o bien transformando a cada trabajador en "empresario", si no de otra cosa, de sí mismo. El trabajador hoy está en situación de competencia generalizada en el mercado en tanto que propietario de una mercancía, su "capital humano".

Así, el trabajador es responsable de su situación de desempleo o de precariedad y la intervención pública frente al desempleo se basa en el mantenimiento de una cobertura social cada vez más exigua a cambio de una culpabilización cada vez mayor. Paradójicamente, los mismos que hacen imposible mediante las medidas neoliberales de "desproletarización" el mantenimiento de un empleo estable para la mayoría de la población, invocan valores centrados en el trabajo ("laboristas"), a la hora de culpar a los parados y precarios de su suerte. Estos serían unos vagos y unos irresponsables. Como en la teología del pecado original, indepndientemente de lo que se haga, siempre se es ya culpable. Aunque no exista empleo en el mercado de trabajo, se es culpable de no poder ofrecer el perfil adecuado a la demanda existente, de no tener el "capital humano adecuado". De ahí la interminable monserga de la "formación permanente" que no permite alcanzar un empleo estable ni realmente formarse, pero que mantiene y profundiza el sentimiento de inferioridad y la culpabilidad. El capitalismo muestra aquí su rostro religioso, como religión de la deuda y de la culpa, generalizando entre la población la idea de que la inseguridad del empleo y de los ingresos es culpa del trabajador.

3.
La idea de un mercado centrado en el intercambio de mercancías, permitía a los propietarios de la mercancía "fuerza de trabajo" organizarse en "carteles" para venderla más cara. Tal es el sentido auténtico de los sindicatos. En la actualidad, sin embargo, la desproletarización por medio de la transformación de todo trabajador en empresario que compite con todos los demás en un mercado, ha dejado en un segundo plano la idea de un intercambio de mercancías. El mercado no es ya fundamentalmente el lugar del intercambio mercantil, sino el de la competencia entre empresas de todos los tamaños, incluidas las individuales. Esto, desde luego reduce a casi nada el margen de actuación de los sindicatos. En el pasado los sindicatos fueron el representante colectivo de la fuerza de trabajo, que competía colectivamente en el mercado con los demás grupos económicos. Ese papel que otrora fue importante, es hoy residual. Los sindicatos mayoritarios son hoy los defensores de un sector menguante de la clase obrera, que negocia, siempre a la baja las condiciones de trabajo, los ingresos y las ventajas sociales de sus afiliados, mientras son incapaces de responder eficazmente al poder que opera esos recortes. La socialdemocracia realiza en el plano de la representación política una función semejante. De ahí que, hoy sea estrictamente suicida intentar reconstruir la izquierda a partir de una adaptación a un marco socialista de las instituciones políticas del capitalismo democrático como el parlamento y el Estado de derecho, instituciones que, si pudieron tener alguna virtualidad transformadora en otras coyunturas de la lucha de clases (Europa y Estados Unidos de postguerra), hoy sólo tienen una función mistificadora de ocultación de la lucha de clases y de imposición represiva del consenso.

Sindicatos y partidos de la izquierda "representativa" desempeñan con todo una función importante dentro del sistema: la de hacer creer que existe todavía una economía como espacio de representación y mediación de intereses y no una pura y simple dictadura del capital. Lo que consiguen estos aparatos profesionales de la representación de clase es transformar la lucha de clases en un espectáculo en que se enfrentan para conciliarse posteriormente dos clases preexistentes. Con ello se olvida algo, sin embargo, fundamental: que el proletariado no es representable, que sólo existe en y por la lucha contra el orden del capital y que, por consiguiente, no existe estrictamente relación entre él y las clases capitalistas. La lucha de clases no es una relación entre dos términos preexistentes, sino la imposibilidad de la relación entre los expropiadores y los expropiados.

Dada su cerrazón a la realidad actual del proletariado (fundamentalmente precario, crecientemente cognitivo y afectivo) sindicatos y partidos socialdemócratas mantienen posiciones suicidas y reaccionarias que recuerdan a las de los consejos judíos en la Europa del Este ocupada por los nazis. Estas tristes organizaciones impuestas por el ocupante a las poblaciones judías de los guetos tenían, como nos cuenta Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén el cometido de gobernar a la población en una situación de creciente decrepitud, hambre y miseria provocada por el propio ocupante. Sus dirigentes creían gracias a esa actitud de colaboración, que llevó hasta la creación de una policía judía que facilitaba la gestión del exterminio, que al menos un sector de la población,ellos mismos, los notables, podría salvarse. "Sabemos-dice Hannah Arendt- cuáles eran los sentimientos de los responsables judíos que se habían convertido en instrumento de los asesinos: se comparaban a capitanes "cuyo barco iba a naufragar y que conseguía llevarlo a puerto echando por la borda la mayor parte de un preciado cargamento; a salvadores que "salvaban a mil personas sacrificando a cuen, a dize mil, sacrificando a mil. .(...) Y ¿a quienes se salvaba en virtud de esos "principios sagrados"? A los que "toda la vida han trabajado por la zibur (comunidad)" -es decir a los responsables judíos- y a los judíos eminentes".

Ni siquiera sobrevivieron los "judíos eminentes" que aceptaron estas infames transacciones. Quienes más aumentaron sus posibilidades de supervivencia, fueron los que optaron por la lucha y se unieron a los partisanos. En este momento los sindicatos, si no quieren caer en la indigna y suicida función de una colaboración en último término suicida, no tienen otra solución para sobrevivir y para que vuelvan a existir derechos sociales dignos de ese nombre, que abrirse a la mayoría social que hoy ya son los trabajadores precarios. Para ello, han de liberarse de la ideología laborista culpabilizante que asocia los ingresos a un trabajo permanente y deben participar en la búsqueda colectiva de una nueva gestión social de la riqueza que desvincule -no sólo para el capital financiero- los ingresos y el trabajo. Mientras sindicatos y partidos de izquierda sigan siendo incapaces de comprenderlo, continuarán, mientras existan, dando vueltas a la noria de una economía insensata