martes, 8 de mayo de 2012

Francia y Grecia. 2 elecciones, ninguna decisión



Ayer tuvieron lugar en dos países europeos, uno de los grandes y poderosos y otro, más pequeño y marginal en cuanto al reparto del poder en el continente, sendas consultas electorales. En el gran país, se oyeron de nuevo las solemnes tonterías de la política de la representación, con dos candidatos a cual más ridículo hablando en nombre de "los franceses" y emitiendo sin vergüenza ninguna frases como "los franceses quieren", "los franceses opinan" etc. El gran país hexagonal es un viejo centro de poder europeo. En él la crisis golpea, pero, de momento, no se ha convertido en el desastre social que conocen los países de la Europa del Sur y sobre todo, el país más pequeño y marginal, Grecia. Por eso, es todavía posible jugar a la representación, a un juego de espejos entre derecha e izquierda en que los distintos componentes del mando capitalista afirman dar mayor importancia al mercado o al Estado, a la igualdad o a la libertad de emprender. Todo dentro de una espléndida continuidad entre los dos polos de un sistema que en modo alguno se ve cuestionado desde esas categorías, pues son las suyas. Quien piense que un régimen capitalista se pone en entredicho reforzando el Estado o aumentando la igualdad jurídica entre los ciudadanos ignora que el mercado generalizado propio del capitalismo es un fruto de la actividad estatal y que la igualdad entre contratantes es condición básica de la existencia del mercado. Como recordaba Michel Foucault a Chomsky en su memorable debate de la televisión neerlandesa de 1971, "no se puede combatir un régimen a partir de su propios conceptos y valores". Por ese motivo, la izquierda representativa sólo podrá representar, en el mejor de los casos, a una clase obrera que forma parte del entramado del capitalismo, de su modo específico de reparto de la riqueza. Su papel en la lucha de clases es de pura mistificación, de ocultación de los antagonismos detrás de los valores comunes del sistema presentados como valores "democráticos" o "valores de la República" con la voz engolada de proclamar grandes mentiras.

En el poderoso hexágono ha ganado las elecciones presidenciales por un pequeño margen de diferencia respecto del presidente saliente, François Hollande, un dirigente del Partido Socialista que se presentó con un programa de crítica moderada de las políticas de austeridad y anunciando su voluntad de modificar el pacto de estabilidad europeo. Lo que propone, en lugar de austeridad, es "crecimiento". Probablemente, Hollande no tardará mucho en dar marcha atrás respecto de sus promesas y regresar al "realismo" consistente en aceptar austeridad y recortes, tal vez en nombre del crecimiento. En Francia todavía existe margen para mentir con algo de éxito y también para recortar gasto público y salarios. Mientras exista ese margen seguirá siendo posible el guiñol de los dos candidatos de la derecha y de la izquierda con sus adláteres "populistas" de derecha y de izquierda que introducen entre Estado y mercado a un tercer personaje en la farsa: el pueblo. Ese pueblo que irrumpe como el otro del mercado en el discurso de izquierda de Mélenchon o el otro del Estado en el populismo semifascista de la hija de Le Pen. Como si el pueblo no fuera la unificación por el Estado y en él de los agentes dispersos del mercado. Los populismos no son tampoco una salida del laberinto de espejos de la política representativa en la cual, sencillamente no existe ningún espacio exterior, ningún más allá de la representación que no sea la mera criminalidad "terrorista" y aun esta es un exterior mistificado, un falso exterior enteramente designado por el poder y desde él. La lucha de clases no es representable, sólo lo son los espejos en que se refleja al infinito el falso antagonismo del Estado y del mercado, del pueblo de izquierda y del pueblo guardián de las esencias nacionales. Como en la última escena de la película "La dama de Shangai" de Orson Welles, los protagonistas disparan contra sus imágenes en un laberinto de espejos y disparando contra su propia imagen matan al otro. El capitalismo modificado en liberal vence al capitalismo modificado en socialista o viceversa. Mientras, se agita el coco fascista, que previamente se ha alimentado mediante una estudiada xenofobia de Estado para que las opciones mayoritarias, respetables y no "populistas" presenten las políticas más brutales como un "mal menor"... en comparación con lo que ocurriría si vencieran los fascistas. La existencia de un bloque fascista permite a los partidos del régimen ser ellos mismos fascistas acusando a los "populistas" de extrema derecha de serlo. Poli bueno y poli malo.

Grecia también ha conocido ayer unas elecciones, pero su desarrollo y su resultados han sido muy distintos de los de Francia. La prensa europea oficialista ha presentado los resultados de las elecciones griegas como un fuerte avance de la izquierda "radical" y un retroceso de los dos grandes protagonistas del bipartidismo helénico, los socialistas del Pasok y la derecha de Nea Dimokratia. Sin embargo, en Grecia ha ocurrido algo mucho más grave: se ha mostrado que, llegadoa a un cierto nivel, la representación democrática del capitalismo neoliberal resulta imposible. Los dos grandes partidos que defienden la austeridad y el pago de la deuda, Pasok y ND sólo cuentan con algo menos del 33% de los votos: el resto de las fuerzas representadas en el parlamento griego es, en cambio, radicalmente hostil a esta política que está arruinando el país y empobreciendo a las clases populares y a las capas medias. Esto no ha impedido al régimen hacer todo lo posible para que la ciudadanía griega no pudiera expresar su descontento: no sólo no fue posible consultar a la población sobre las medidas de austeridad en un referéndum (el mero intento de hacerlo le costó el puesto a Papandreu), sino que, para evitar la expresión de posiciones minoritarias, se establece en 3% de los votos el porcentaje mínimo para obtener diputados, lo cual supuso en estas últimas elecciones excluir de la representación al 19% de los electores, un porcentaje de sufragios superior al obtenido por Nea Dimokratia, el partido más votado. No sólo esto: la prima de mayoría para el partido más votado queda fijada en 50 escaños, de modo que Nea Dimokratia con 18,9% (sólo 2% más de votos que Syriza, la coalición de izquierda que obtuvo un 16,8%) obtiene, gracias a este generoso "regalo", 108 diputados frente a los 52 de Syriza. La combinación del mínimo de sufragios y la prima al partido mayoritario desfigura así grotescamente la correlación de las fuerzas políticas representadas en el parlamento. Este auténtico pucherazo legal destinado a garantizar la "gobernabilidad" estuvo a punto de tener éxito y de permitir un gobierno de "salvación nacional" formado por Nea Dimokratia y Pasok, los partidos minoritarios que representan la política de austeridad contra la que los votantes se expresaron de forma clara y nítida. Los resultados definitivos no han permitido esta solución, pues ni siquiera con este fraude electoral legal alcanzan los partidos del "mnimonio" (el memorándum de políticas de austeridad impuesto por la Comisión Europea, el BCE y el FMI) la mayoría absoluta. La austeridad se hace ingobernable democráticamente. Esa es la gran diferencia entre Grecia y Francia. En Grecia, con los resultados de ayer será casi imposible formar gobierno, pues, aunque Syriza ha obtenido un resultado excelente, le será imposible obtener ningún apoyo suficiente. El Partido Comunista, que ya se opuso a presentar listas unitarias con los "socialdemócratas" de Syriza por considerarlos demasiado "europeistas", tampoco aceptará ningún tipo de coalición postelectoral. Por otra parte, una extrema derecha caricatural pero terrible, Chrysi Avgi (Aurora Dorada) ha entrado en el parlamento con una política de denuncia a de las políticas migratorias, pero también de la "Junta" (nombre hispánico que se da en Grecia a la dictadura de los coroneles) del "mnimonio" (memorándum). La función de esta formación es de momento semejante a la de Marine Le Pen en Francia y a la de otras extremas derechas: permitir la radicalización neoliberal y xenófoba de los partidos mayoritarios que pueden presentar al fascismo como un "mal mayor", aunque sus milicias ya están actuando en las calles contra los inmigrantes...

Las elecciones que hubieran debido servir para dar legitimidad a la dominación del capital financiero a través de la austeridad y del pago de la deuda, no han logrado este objetivo en Grecia. La austeridad y la deuda son hoy irrepresentables, también lo es la resistencia de la multitud frente a estas políticas. Los espejos se han quebrado definitivamente aunque es posible que aún se juegue un poco con ese gran añico que constituye la extrema derecha. En los próximos días todo se puede precipitar: si no existe una mayoría para apoyar el plan de salvamento y las medidas de austeridad impuestas que lleva consigo, puede producirse rápidamente una suspensión de las transferencias financieras europeas y del FMI y una suspensión de pagos de Grecia. Es muy probable también que el país tenga que salir del euro, con las consiguientes repercusiones sobre los demás países frágiles (Portugal, España, Italia, Irlanda etc.) y sobre el conjunto de la zona.  Grecia se encuentra hoy en una situación que recuerda a la Alemania de los años 30. Las causas son semejantes: la Alemania de Weimar quedó arruinada por el pago de una brutal deuda de guerra impuesta por los vencedores de la primera guerra mundial. Keynes ya había avisado en la comisión de reparaciones de guerra de las consecuencias desastrosas de esta política. Ante la imposibilidad de una revolución debida entre otras cosas a la profunda división de las izquierdas y al sectarismo del Partido Comunista alemán, un pequeño, feo y resentido cabo gritón, tan ridículo como los dirigentes de Chrisí Avgi, acabó haciéndose con el poder. El resto de la historia es conocido.

En este momento, sólo una potente reacción a escala europea contra las políticas de austeridad puede evitar que vuelva la barbarie a nuestro continente. Es necesaria una Europa que sea un verdadero espacio de cooperación productiva para la multitud, un espacio de democracia y de libertad y no una mera agencia de cobro de la deuda financiera odiosa gestionada por una oligarquía y de gestión racista de la inmigración. No todos los países pueden permitirse el espectáculo de gran guiñol "republicano" que vive Francia; dentro de poco la propia Francia tampoco lo podrá.  Grecia nos muestra que la dominación social mediante la deuda no puede ya representarse democráticamente. Para preservar la democracia, es urgente acabar con una política económica que cada vez disimula menos su carácter de auténtica dominación política. Esto, sin embargo no puede hacerse en el marco de los Estados-nación: la nostalgia soberanista representada por el fascismo y en cierta medida por los "populismos" es hoy una trampa. Sólo a escala europea es posible solucionar unos problemas que hace tiempo que han dejado de plantearse a nivel nacional. Encerrándonos en "nuestros" Estados nos encontraremos con un mando capitalista cada vez más brutal y seremos más incapaces de hacerle frente. Otra construcción europea es necesaria y urgente. El 12M será a estos efectos mucho más decisivo que las elecciones del 6 de mayo.

sábado, 14 de abril de 2012

14 de abril: Gora Errepublika! Visca la República! Viva a República! ¡Viva la República!

La tricolor en el ayuntamiento de Donosti



Tal vez lo que más daño haya hecho al republicanismo español sea la confusión de la República con una forma de Estado. Inicialmente, el término república (res publica) hace directa alusión a lo que es común a todos los ciudadanos, a aquello que a todos pertenece y sobre cuya base pueden establecerse derechos particulares, incluida la propiedad privada (proclamada en Roma, no como un atributo del individuo, sino "ex jure Quiritum", conforme al derecho común de los ciudadanos). República significa la primacía de lo común sobre la propiedad: por ello mismo, la república es el gobierno de la multitud libre, no de los reyes ni de los ricos, no de los soberanos ni de los propietarios. Ha habido y hay, sin embargo, repúblicas cuya alma es monárquica: son las constituidas sobre la propiedad y cuya finalidad es la preservación de la propiedad y no la salvaguardia de lo común. Esas repúblicas nominales tienen caracter estatal pues se configuran como un conjunto de aparatos de dominación y de representación y no como un espacio libre de intervención política de la variopinta multitud de los ciudadanos. Son, como las monarquías, un tipo de gobierno que aspira a la trascendencia sobre la sociedad.

Una república es, sin embargo, otra cosa, un modo de gobierno que se confunde con la democracia y que no aspira por consiguiente a representar/sustituir a la multitud. La multitud es irrepresentable y sólo en ese paradójico sentido es "soberana". El conjunto de los propietarios, en cambio, puede acceder a la representación; mejor dicho, los propietarios -separados entre sí por su propiedad privada- sólo existen como conjunto, en tanto que representados. El soberano representa a los propietarios y los somete a un régimen de legalidad cerrado que permite la libertad del mercado y en el mercado y excluye cualquier libertad política, cualquier ejercicio del poder constituyente. Las repúblicas de los propietarios -en lo esencial regímenes absolutistas que también pueden tener forma monárquica- llaman estado de derecho a la prohibición del poder constituyente. Por ello mismo procuran con afán totalitario criminalizar todo intento de cambio sustancial del orden legal y toda actuación al margen de la ley que no sea la del propio soberano. Es lo que estamos viendo hoy en esa república de los propietarios monárquicamente encabezada que es el Reino de España cuando se intenta criminalizar como violenta la resistencia pacífica a la autoridad o reprimir cualquier disenso respecto del orden capitalista reconocido por las leyes y la constitución.

Una verdadera república reconoce esencialmente el disenso, porque no se basa ni se puede basar en ningún fantasma consensual: la república es régimen de la multitud, gobierno de lo común. La multitud en sí sólo puede ser plural: por ello los clásicos del republicanismo radical como Maquiavelo o Spinoza siempre afirmaron que la libertad no se basaba en la excelencia de la legislación, sino en la correlación de fuerzas entre soberano y multitud y entre los distintos sectores de la multitud. La república nunca puede olvidar su fundamento, que es el poder constituyente de la multitud. Un régimen republicano nunca puede ser -como pretenden serlo las repúblicas de los propietarios- la encarnación del Estado de derecho más allá de la cual sólo existen el crimen y el delito, la violencia ilegítima y el terrorismo, sino un sistema donde el derecho es flexible y admite siempre márgenes de realidad, márgenes de anomalía, de disenso y de desobediencia que son irregulables y con los que todo poder debe negociar.

La República española de 1931 no llegó a ser una república de los propietarios, sobre todo porque los principales representantes de las clases propietarias nunca la quisieron. La República fue traída por ĺas clases populares que ocuparon la puerta del Sol ochenta años antes del 15M y echaron a una monarquía corrupta que intentó sobrevivir en sus últimos años mediante un régimen dictatorial. Las clases populares fueron quienes en el 34 y el el 36 salvaron la República contra los esfuerzos sibversivos de los propietarios y, durante tres años, impidieron la victoria de Franco. Hoy, la República tiene que volver a ser un marco de libertad y de democracia, pero al mismo tiempo un régimen de la multitud y un gobierno de lo común. La República de la multitud no es una forma de Estado sino la forma misma de la autodeterminación de la multitud como comunidad abierta y no representable. Reivindicar hoy la República en el Estado español es impulsar un proceso constituyente que abra nuevas posibilidades de organización y de relación al conjunto de individuos y de pueblos que hoy se ven incluidos en éste Estado que decía Gil De Biedma dominado por "todos los demonios". Esto es lo que ha permitido que hoy, 14 de abril de 2012, en varios ayuntamientos de Euskal Herria y, en concreto, en el de Donostia, ondease la bandera tricolor, y que un importante sector del 15M participara en las manifestaciones en favor de la República por considerarlas el marco idóneo para la dura batalla por la defensa de las libertades que se avecina. 

viernes, 30 de marzo de 2012

29M: farolas encendidas a mediodía



La gente que tiene el mando suele creer que su poder se debe a su mérito propio y que puede, por consiguiente, manipular a los súbditos a su antojo. Bonito ejemplo de los efectos de esta singular crencia fue la decisión de algunos ayuntamiento dirigidos por el PP de mantener encendido el alumbrado urbano durante la jornada del 29 de marzo a fin de falsear los datos de reducción del consumo eléctrico y, por lo tanto, hacer creer que el seguimiento de la huelga general fue menor del que efectivamente fue. Son métodos totalitarios que recuerdan los de la Oceania de 1984. La idea subyacente a la utopía que en sí es todo totalitarismo -no existe ni puede existir un totalitarismo real- es que el poder es capaz no sólo de mentir, sino de construir la realidad. Esto es algo de sobra conocido en el funcionamiento habitual del racismo que crea enteramente a través de la discriminación, la segregación, la humillación y la violencia la "raza inferior" que se trata de poder exterminar. Así lo hizo Hitler con los judíos y Franco con los "rojos".

Ayer el poder fue capaz de intentar falsear los datos de consumo eléctrico y también de prohibir que un helicóptero de la prensa tomara fotografías aéreas de las manifestaciones en que culminó la huelga, para poder concluir con El País, diario "indepediente de la mañana" pero muy dependiente de los poderes financieros transfranquistas, que el seguimiento de la huelga fue "moderado". Esconden la realidad, mienten, pero no pueden crearla. La realidad es que una nueva correlación de fuerzas se está estableciendo gracias a la convergencia de los sectores tradicionales del trabajo (representados, aunque mal, por los sindicatos) y los nuevos sectores de trabajadores (precarios, inmateriales, cognitivos, afectivos etc.)que no están representados ni son representables y que han decidido por lo tanto estar ellos mismos presentes en la plaza pública con sus reivindicaciones. Ayer se produjeron fenómenos de hibridación entre los sindicatos y el 15M: se vio a sindicalistas maduros reproducir gestos y consignas de los jóvenes y también liberar a algún adolescente que cayó en manos de las mal llamadas "fuerzas de orden público". Ambos grupos sociales se mezclaban sin insistir demasiado en sus identidades. Esa hibridación, esa contaminación de las organizaciones sociales tradicionales por la cultura 15M -muy a pesar de las direcciones sindicales- ya se pudo percibir en la Marea Verde de la enseñanza madrileña y en otros movimientos recientes. Algo se está formando ante nuestros ojos, con un enorme potencial de resistencia y transformación. Si se consolida, el mando capitalista podrá encontrarse con un gravísimo problema. Tal vez por eso tenga que consolarse con ensueños totalitarios.

miércoles, 28 de marzo de 2012

29M: HUELGA GENERAL, HUELGA METROPOLITANA




BLOG EN HUELGA

El presente blog apoya la huelga general del día 29 de marzo e invita a todos sus lectores residentes en el Estado español a parar y participar en las movilizaciones sociales y políticas previstas para ese día por los sindicatos y por las asambleas populares del movimiento 15M. Invita a los que estén en otros países a participar en las manifestaciones de solidaridad con la huelga del 29M que están convocadas.

Sólo la resistencia es garantía contra la opresión. Es necesario hacer frente a la tiranía de los mercados y reconquistar frente a ellos un espacio para la democracia. Para ello es preciso oponerse a una reforma laboral cuyo objetivo declarado es liquidar el derecho laboral como forma específica de relación jurídica, pero también exigir que quede neutralizado el principal instrumento del despotismo financiero: la deuda tanto pública como privada. Por ese motivo apoyamos la triple A de la deuda: Auditoría, Anulación, Alternativas que proponen los compañeros del CADTM. Apoyamos también la esencial reivindicación de una renta básica independiente de toda actividad laboral en una sociedad que es incapaz de mantener la asociación entre renta y trabajo para los millones de parados y precarios y cuyo aparato económico necesita los servicios no retribuidos de un tejido social reproducido por todos: los activos como los no activos, los asalariados como los no salariados. Igualmente apoyamos el derecho a la vivienda a través de la exigencia de un parque de vivienda social asequible acorde con las necesidades reales.  La lucha por la defensa de los servicios públicos es también esencial: no se puede permitir que el Estado privatice unos bienes comunes que no le pertenecen, sino que son patrimonio de todos como la educación, la salud, el agua, los recursos naturales, el patrimonio cultural, la investigación etc.

Son todos estos motivos más que suficientes para hacer huelga mañana y para participar acitivamente en un nueva etapa del proceso político de recuperación de la democracia y de los bienes comunes iniciado el 15 de mayo de 2011. La huelga general no puede reducirse, so pena de fracaso para todos, a una huelga de los trabajadores sindicados o asalariados, debe ser una huelga de la vida que hoy se confunde con la producción y traducirse en una huelga de consumo que congele las transacciones mercantiles, en una ocupación del espacio público que lo convierta en un lugar para estar y no sólo para circular al ritmo de las mercancías. La huelga, para ser visible debe paralizar el corazón y las arterias de toda la metrópoli productiva, impidiendo la vampirización del trabajo vivo por el capital.

Hoy, cuando el capital financiero está sembrando nuestras sociedades de ruinas, es tan actual como en su momento la famosa declaración de Buenaventura Durruti en su entrevista con Van Passen para el Toronto Star:


"Las ruinas no nos dan miedo. Sabemos que no vamos a heredar nada más que ruinas, porque la burguesía tratará de arruinar el mundo en la última fase de su historia. Pero –le repito- a nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Y luego agregó: -Ese mundo está creciendo en este instante." 





O las palabras tan cercanas de Walter Bejamin en sus tesis sobre la filosofía de la historia: 


"Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irrefrenablemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso."




Ese ángel que algún día parará el progreso catastrófico de una historia de opresión que culmina en el capitalismo se esforzará mañana en el Estado español por parar parcialmente la catástrofe. Que la poesía revolucionaria de un militante y de un filósofo sirva de motivo de reflexión sobre la potencia y dignidad de los productores y de impulso a la acción en los "tiempos interesantes" que se nos vienen encima.

Ruiz Gallardón y la libertad de la mujer





"Was will das Weib?"
(¿Qué quiere la mujer?)
Sigmund Freud

Últimamente, el flamante ministro de justicia del PP, Alberto Ruiz Gallardón, ha venido afirmando en sucesivas declaraciones públicas que  "La libertad de maternidad es lo que a las mujeres les hace auténticamente mujeres", Con esta afirmación pretende Gallardón justificar una iniciativa legislativa tendente a modificar en sentido restrictivo las leyes que garantizan el derecho al aborto. En concreto, se trata de sustituir la ley del aborto hoy vigente, que autoriza la interrupción del embarazo dentro de determinados plazos dejando a la mujer la libertad de decidir, por otra legislación que se base en supuestos, sometiendo la opción de la mujer a condiciones establecidas por el legislador. Obviamente, la facultad de la mujer de interrumpir su embarazo cuando no desee llevarlo adelante quedaría cercenada por ese regreso a una legislación que pone a las mujeres bajo tutela médica o moral. 

El oportunismo del ministro resplandece en su argumentación, pues la limitación de un derecho legal se presenta como el desarrollo de otro derecho más importante y más real. El derecho al aborto se compara con el derecho a la maternidad de tal modo que el uno parece oponerse al otro. Como en todo sofisma, la argumentación de Gallardón mezcla elementos de verdad con una mentira que los desvirtúa. Es perfectamente cierto que el derecho a la maternidad y a la paternidad de muchos ciudadanos españoles está hoy fuertemente limitado por la imposición a las nuevas generaciones de la precariedad económica masiva, el desempleo, los bajos salarios y la imposibilidad efectiva de acceder a una vivienda. Estos elementos sitúan la tasa de fertilidad de la población española entre las más bajas de Europa. Las medidas de austeridad que está adoptando el gobierno del que forma parte el señor Gallardón no parece tampoco que vayan a corregir esta situación creada desde hace muchos años por distintos gobiernos tanto del PSOE como del PP. Tampoco parece que vayan a introducirse en España los subsidios por maternidad o los subsidios familiares existentes en los países europeos desarrollados y aún menos que el actual gobierno tenga entre sus planes introducir una renta básica que dé a los futuros padres y madres la establidad económica necesaria para tener hijos. En resumen, es cierto que el derecho a la maternidad, en el sentido de la capacidad material de acceder a ella se ve fortísimamente limitado en nuestro país en relación con otros países europeos vecinos. Afirma así Gallardón que ""mientras exista la más mínima posibilidad de que una mujer no pueda en plenitud ejercer su derecho a la maternidad, este Gobierno tendrá siempre la solidaridad, y no la actitud de silencio cómplice culpable que practica el Partido Socialista". En el contexto actual estas palabras sólo pueden interpretarse como una afirmación cínica, pues obviamente, el gobierno no está dispuesto a poner los medios necesarios para que los ciudadanos puedan tener hijos en condiciones de seguridad económica adecuadas, pero sí que está dispuesto a recortar gravemente la libertad de las mujeres a disponer de su propio cuerpo.

Lo que, sin embargo, es falso y propiamente sofístico en la argumentación del ministro es que el derecho a abortar sea contrario al derecho a la maternidad. Un derecho es una facultad que puede ejercerse o no ejercerse: un derecho que debe ejercerse obligatoriamente, deja de ser un derecho o una libertad y se convierte en una imposición. El derecho a abortar no niega, sino que da sentido al derecho a la maternidad, del mismo modo que el derecho a la libertad de expresión se ve confirmado y no negado por el derecho a mantener silencio o la libertad de circulación de las personas no implica que estas se conviertan obligatoriamente en nómadas. En la Rumanía de Ceausescu o en la España de Franco, el aborto estaba tajantemente prohibido, pues la principal función de la mujer era reproducir la especie, independientemente de su voluntad. Son de todos conocidas las espantosas historias de abortos ilegales realizados en condiciones pelgrosísimas para la salud de las mujeres y humillantes para su dignidad. La película rumana de Christian Mungiu Cuatro meses, tres semanas y dos días (2007) nos narra una de estas espantosas historias de opresión y humillación de las mujeres, pero también nos habla de la corrupción, las ilegalidades y los abusos que supone la prohibición de un derecho elemental. La limitación del derecho al aborto promovida por el ministro español de justicia nos hace regresar a estos universos totalitarios.

Un elemento fundamental de la argumentación del ministro es la idea de que existe una "naturaleza de la mujer", algo que "hace mujer a la mujer". Gallardón cita aquí, desviándola, una frase de Manuel Azaña quien decía muy kantianamente que "la libertad no es aquello que hace felices a los hombres, pero sí aquello que les hace libres". El presidente Azaña desligaba con esa frase la felicidad de la libertad, insistiendo en el hecho de que en una constitución republicana, el objetivo del gobierno no es garantizar la felicidad (imposible tarea) sino establecer un marco para la libertad. El fundamento de esa afirmación es que no pueden inferirse de las condiciones naturales y empíricas que pueden o no hacer al hombre feliz, los fines morales en los que se despliega la libertad. En otros términos, que el hombre no es sólo un ser natural, sino sobre todo un ser moral dotado de libertad. Ningún gobierno respetuoso de la primacía de la libertad puede basarse, según Kant o según Azaña, en un supuesto conocimiento de la esencia natural del hombre que permita determinar cuáles son los medios de su felicidad. El gobierno que lo pretendiera, afirma Kant, se convertiría en el más absoluto de los despotismos. Vale la pena citar aquí el bello pasaje de Kant que se encuentra en su texto “ Sobre el tópico: Esto puede ser  correcto  en teoría, pero no vale para la práctica”: 

Nadie puede obligarme a ser feliz a su manera (como se figure el bienestar de otros hombres), sino que cada uno puede buscar su felicidad por el camino que prefiera, siempre que no cause perjuicio alguno a la libertad de los demás para perseguir un fin semejante, la cual puede coexistir con la libertad todos según una posible ley universal (es decir, según el derecho del otro). Un gobierno que se estableciera según  el principio de benevolencia para con el pueblo, como un padre para con sus hijos, es decir, un gobierno paternalista (imperium paternale), en que los súbditos, como niños menores de edad, que no pueden distinguir lo que es útil o nocivo, se ven forzados a comportarse de manera meramente  pasiva,  para  aguardar  del juicio  del  jefe  del  Estado  el modo en que deban ser felices, y de su bondad el que éste también quiera que lo sean, tal gobierno es el mayor despotismo imaginable (una constitución que suprime toda libertad de  los súbditos, que carecen, por tanto, de derecho en absoluto)". 

Poco atento al auténtico contenido de la frase del presidente de la República, el ministro de la monarquía juancarlista afirma que existe una esencia de la mujer y que el gobierno debe atenerse a ella en su actuación. Esa esencia determina para la mujer una finalidad principal que hace que "la mujer sea mujer": tener hijos, parir. El respeto por parte del gobierno a la libertad de la mujer consiste en fijarle una esencia y un fin naturales, cuyo cumplimiento denomina Aristóteles "felicidad". En otros términos, como el déspota filantrópico kantiano, Gallardón pretende que las mujeres se vean obligadas a ser felices cumpliendo su supuesta función natural. Sabemos, sin embargo, desde Lucrecio y, más tarde, Spinoza que toda afirmación de una finalidad natural es proyección imaginaria de un deseo inconsciente. Ni las plantas que podemos comer están ahí para que las comamos, ni los dientes están en nuestra boca para que mastiquemos, ni, en general, salvo en un delirio teológico, el mundo ha sido creado con vistas a la felicidad del hombre, ni el hombre para la satisfacción de Dios. La mujer puede tener hijos del mismo modo que también puede masticar con sus dientes y ver con sus ojos, pero no han sido "creados" sus dientes para la masticación, ni sus ojos para la visión, ni su vientre para la reproducción. La especie humana es capaz de disociarse de unas supuestas finalidades naturales y de contemplar más allá del delirio teleológico su verdadera condición de seres sin lugar preciso ni finalidad en la naturaleza, de seres contingentes y, en ese preciso sentido, libres. El gobernante que ignore esta libertad y pretenda regir la sociedad conforme a una supuesta esencia natural de las distintas categorías de ciudadanos no sólo nos hace regresar a un delirio supersticioso, sino que nos somete al « mayor despotismo imaginable ».



sábado, 17 de marzo de 2012

29M: una huelga general contra zombis y vampiros


Dicen que hay convocada para el 29 de marzo una « huelga general ». Me permito dudarlo. Un huelga general es algo más que un simple movimiento de resistencia a una medida del gobierno como es la reforma laboral. La Huelga General fue para el movimiento obrero del siglo XIX y principios del XX un momento mítico de liberación. En la Huelga General no sólo se procuraba responder a la explotación y mejorar dentro del capitalismo el reparto de la riqueza, procurando obtener un precio mejor por la fuerza de trabajo en el mercado o mejorando algo las condiciones de existencia del trabajador. Estas mejoras son necesarias, pero no son ni pueden ser el objetivo de una huelga general. Una huelga general es siempre política: pretende mostrar que los trabajadores pueden y deben vivir y producir sin un patrón. Hacer una huelga general es empezar a tomar el mando de la sociedad: « conquistar la democracia », decían Marx y Engels en el Manifiesto.

La « huelga general » del 29 de marzo es, además, una huelga particular: tal como la plantean los sindicatos mayoritarios sólo puede afectar a una parte reducida de la población compuesta por los trabajadores con contrato estable. La mayoría de los trabajadores y la casi totalidad de los jóvenes trabajadores no pertenecen a esa categoría. Están muy lejos del mito obrerista del trabajador de fábrica con mono azul. La imagen del « señorito » que hace un trabajo intelectual opuesto al obrero industrial ya sólo sirve para legitimar la división de los trabajadores y la dominación de unas burocracias sindicales caducas y vendidas cuyos dirigentes merecerían un buen papel en alguna película de zombis. Hoy el trabajador viste de mono azul, pero también de otras mil maneras: puede vestir chaqueta y corbata (obligatorios), uniformes de empresa como los que trabajan en las hamburgueserías o en el reparto de pizzas, ropa informal como muchos informáticos, vestidos « sexy » para cazar hombres o mujeres como los trabajadores del sexo, uniformes blancos o de varios colores lisos como los enfermeros y enfermeras y otros trabajadores a la vez sanitarios y afectivos. Esta variedad de indumentarias es resultado de que hoy el trabajo y la vida coinciden. Ya no existe un lugar para el trabajo (la fábrica, la oficina) y otro para la vida: en todo momento, todos estamos produciendo la mayor de todas las riquezas, nuestra vida social, nuestra inteligencia y nuestro afecto. El capital nos vampiriza no sólo cuando trabajamos en el marco tradicional de la relación salarial, sino en todos los momentos de nuestras vidas. El parado, el jubilado, el niño, el anciano, el ama de casa, hasta el agonizante en su medicalizado lecho de muerte, trabajan y producen y son explotados uno por uno y colectivamente. El trabajo intelectual, inmaterial, ya no es una función de mando: es un elemento de todo trabajo, incluso del trabajo de fábrica cada vez más flexible y organizado por los propios obreros, que tienen que responder a la demanda del mercado directamente, mostrando constante disponibilidad, como si el trabajo fuera su preocupación más personal. La función de mando no la ejerce el trabajo intelectual, sino cada vez más y más brutalmente el capital financiero que, mediante la deuda pública y privada, parasita nuestras vidas. También ha tomado el mando un capitalismo « producitvo » que transforma nuestras vidas en « estilos de vida », en marcas que nos hacen « hombres o mujeres » « Pepsi », « Zara » o « Citroën ».

La huelga general, para serlo, debe aspirar a liberar nuestras vidas de este régimen de vampirización. Debe exigir y realizar la autonomización de la vida respecto del capital. La huelga empieza por negarse a consumir, por negarse a las conductas infames, tristes, solitarias e insolidarias que se esperan de nosotros: un buen comienzo de huelga general es saludar y sonreir al vecino, hablar a las personas que no conocemos, no comprar nada ni hacer circular dinero, reunirse en la plaza pública y ocuparla para hablar de las cosas de todos. Es preciso que la huelga incluya a todos los trabajadores y nos saque, al menos por un tiempo, de la condición de mercancía. También es vital que ese espacio y ese tiempo ganados al capital sirvan para determinar objetivos, mucho más allá de la justificadísima oposición a la reforma laboral. Frente a los chupasangres y vampiros del capitalismo neoliberal, nuestros ajos, crucifijos y estacas deben ser la exigencia de una renta básica independiente de cualquier prestación laboral asalariada, el rechazo a la deuda pública ilegítima cuyo pago nos impone el Estado en nombre de los bancos y los poderes financieros, la exigencia del derecho a la vivienda, el respeto de los bienes y servicios públicos que hoy secuestra el Estado para mejor privatizar lo que no es suyo sino de todos.

Si nos la tomamos en serio, la huelga general no puede acabar el 29M. Ese día puede ser un hito en un largo proceso de liberación política y social cuyo comienzo situamos simbólicamente en el 15 de mayo de 2011 y que no tiene fin, pues la conquista de la democracia es una tarea permanente. No olvidemos durante todo ese tiempo tener siempre a mano ajos y estacas.

martes, 13 de marzo de 2012

Émile Pouget y el momento socialista revolucionario: el otro comunismo






(Prólogo de la recopilación de escritos de Émile Pouget, La Acción Directa, Las Leyes Canallas, El Sabotaje, publicada por Hiru en marzo de 2012)
1.
Tiene el lector que abre estas páginas un objeto raro entre las manos: una selección de tres panfletos históricos del sindicalismo revolucionario francés de finales del siglo XIX. No es el tipo de texto que se suele leer hoy, en una época en que hasta la postmodernidad ha dejado de ser actual. Desempolvar y traducir los folletos que Hiru presenta en este libro al lector castellanohablante del siglo XXI no es, sin embargo, una mera labor museística sino un esfuerzo genuino por recuperar la memoria histórica de un movimiento comunista cuya muerte se anuncia periódicamente y que, sin embargo, renace cada vez con nuevas fisionomías. Memoria histórica no es aquí culto de los muertos, sino restablecimiento del nexo de las luchas y de la vida presentes con un filón vital del pasado que habíamos perdido de vista tras un atormentado período en el que el movimiento comunista ha solido identificarse por parte de sus enemigos -y por desgracia, también, de sus partidarios- con el Estado, el autoritarismo, el dogmatismo y otros fantasmas de la obediencia, con lo más contrario que pensarse pueda a la realidad de un movimiento de liberación.

2.
La liberación social no es un proceso lineal, sino una serie de resistencias y de ofensivas jalonada de derrotas y de errores, pero también de importantes aciertos y de descubrimientos prácticos y teóricos. Ni las victorias, ni los aciertos parciales, pero tampoco las derrotas, son irreversibles. La historia es un proceso sin origen, sin fines y sin sujeto, como nos enseñó Louis Althusser que nos había enseñado Marx, un proceso sin garantías y sin un sentido predefinido. El comunismo no es por lo tanto un ideal que tenga que realizarse imponiendo su supuesta norma a la realidad, sino -en términos de Marx- el « movimiento real » que transforma el estado de cosas existente. Tampoco constituye en modo alguno un fin de la historia. Dentro de este movimiento conflictivo y contradictorio que es la historia real concebida desde un materialismo exigente, el momento histórico situado entre la derrota de la Comuna de París y el comienzo de la primera guerra mundial es particularmente rico en enseñanzas y experiencias, pues en él se escinden el socialismo parlamentario basado en una concepción representativa de la organización de clase, que se configura fundamentalmente como partido, y el socialismo revolucionario que rechaza la representación política y la actividad parlamentaria y defiende la autonomía de clase basada en la solidaridad y la cooperación entre trabajadores. Es importante volver sobre esta escisión, pues tras la revolución rusa y el largo ciclo revolucionario y organizativo que con ella se inaugura, prevalecerá una forma cada vez más rígida de representación política de la clase a través del Partido, que retoma y exaspera las características del viejo socialismo parlamentario con el que habrá de convivir. La autonomía queda relegada, después de la revolución rusa -y, sobre todo, después de la derrota de la Revolución Española de 1936 - a círculos minoritarios que cultivan una identidad anarquista, perdiendo al mismo tiempo todo carácter de movimiento de masas. Sólo en los movimientos de mayo del 68 y del largo mayo italiano volvió este tipo de organización horizontal y no representativa a superar las anquilosadas maquinarias socialdemócratas o leninistas stalinizadas. Hoy, de nuevo, una forma original de autoorganización de clase, la del trabajador postfordista (inmaterial, social, cognitivo, afectivo, desterritorializado...) se manifiesta en la ocupación del espacio público y en la reinvención de una democracia ajena a la representación. De Tahrir a Sol, a Sintagma y al Wall Street ocupado, oímos de nuevo las palabras que hace más de un siglo pronunciaran Pouget y sus camaradas socialistas y sindicalistas revolucionarios y que habían sido sofocadas por un siglo de representación política y de culto del Estado -burgués o supuestamente « proletario »- dentro de la izquierda hegemónica.
3.
Ciertamente, Émile Pouget pertenece a otra época que queda hoy muy lejos. Periodista precoz, militante anarquista y posteriormente socialista revolucionario y sindicalista, Émile Pouget conoció la cárcel y el exilio antes de figurar entre los fundadores de la Confederación General del Trabajo en el Congreso de Limoges (1895). Incansable propagandista, dirigirá el periódico de la CGT, La Voix du Peuple desde su creación en 1900 y fundará el almanaque del Père Peinard, un antepasado de la prensa satírica actual. El período que tocó vivir a Pouget es aquel en que se constituye la izquierda francesa como tal, pasando de ser la izquierda del republicanismo heredero de la revolución francesa a constituirse como un movimiento explícitamente de clase. Ya no se trataba de que la izquierda fuese la verdadera representante del Tercer Estado, del pueblo, o de la nación, como pretendieron serlo los jacobinos en la Convención, sino de que la principal clase explotada del capitalismo industrial, la clase obrera, accediese a su organización política y pudiese aspirar a la hegemonía social. La ambición de representar adecuadamente al pueblo se ve desplazada en esta época de manera consecuente por un proyecto de autoorganización y de liberación social de los explotados. Este proyecto se materializó en el sindicato revolucionario como instrumento explícito de la división de la nación y de la lucha de clases.
4.
Tras la derogación en 1864 de la ley Le Chapelier, que había prohibido las asociaciones obreras desde los primeros tiempos de la Revolución francesa en nombre de la unidad de la nación, los sindicatos y otras organizaciones de solidaridad de los trabajadores como las « bolsas del trabajo » se desarrollan en toda Francia. El proceso de autoorganización tiene lugar en estos primeros momentos bajo la hegemonía de la tendencia libertaria, aunque la separación tajante entre socialistas y libertarios que conocemos hoy no existiera aún. Cuando en nuestras calles resuenan voces multitudinarias que gritan « ¡Qué no nos representan! » o « Le llaman democracia y no lo es », estas voces son sin saberlo un eco de ese pasado, un pasado de lucha y de organización, de antagonismo, de dignidad, de constitución de la potencia autónoma de los trabajadores. La reivindicación de la Acción Directa como método principal de la acción política de clase que encontramos en el panfleto de Pouget del mismo nombre tiene hoy la máxima actualidad. Su época, como la nuestra fue un tiempo de desengaños. En la Francia del cambio de siglo del XIX al XX, las ilusiones republicanas y « democratistas » -por utilizar un término caro a Pouget- se habían visto definitivamente disipadas por el largo Termidor en que la burguesía francesa desvió en su propio favor las conquistas políticas de la revolución. La revolución de 1789 y sus fases posteriores y más radicales encabezadas por los jacobinos no fue como suele decirse una « revolución burguesa », sino una revolución contra el absolutismo y el feudalismo dirigida por un bloque histórico sumamente complejo que incluía representantes de numerosas clases sociales entre los que destacaba un importante componente plebeyo de trabajadores manuales, artesanos, campesinos, etc. Tras la contrarrevolución termidoriana, el Imperio napoleónico y las sucesivas restauraciones monárquicas, fue definiéndose un bloque de poder en torno a una defensa clara de la hegemonía del derecho de propiedad sobre los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad. La revolución no fue inicialmente burguesa, pero sí que lo fue el régimen de dominación social y política que sucedió a su fase democrática y radical. Esto no fue óbice para que la exigencia de realización práctica del programa y de los valores de la revolución siguiese siendo el principal eje de organización de las fuerzas populares. Ya desde los últimos momentos de la Revolución y hasta bien entrado el siglo XIX, la lucha contra la sociedad de clases y el orden burgués se concibieron bajo el prisma de una « repetición » de la revolución, de una realización de sus ideales. Esto se refleja incluso en ciertos elementos del lenguaje de Pouget que emplea un tono de sátira casi idéntico al que utilizara la literatura de propaganda jacobina contra los restos del antiguo régimen y muy concretamente al que popularizó el periódico  Le Père Duchesne , fuente directa de inspiración del Père Peinard de Pouget. En ambos periódicos prevalece un lenguaje populista, lleno de expresiones de argot y dirigido contra las clases dominantes. Su propio título hace referencia a un personaje considerado como el prototipo del hombre del pueblo, con el tratamiento de « père », apelativo popular que en castellano equivaldría al de « tío » usado en los medios rurales. En cuanto al apelativo « Peinard », tiene un doble sentido en francés de la época: inicialmente se refiere al trabajador esforzado el « currelante » (peinard deriva de la peine, el esfuerzo), pero por otro, desde la perspectiva de la burguesía, tiene el sentido de vago y despreocupado, como los huelguistas que pasaban largos periodos sin trabajar. Este segundo sentido es el que ha prevalecido hoy, pero en la época de Pouget, convivía con el sentido originario del término. En cualquier caso, un indicio del ya mencionado afán de repetir la experiencia de la Gran Revolución francesa y, en particular, de su momento jacobino, es precisamente el renacer en los distintos episodios revolucionarios del siglo XIX de periódicos con el título Le Père Duchesne (o como el de Pouget, con un título inspirado en él) que vieron la luz en la revolución de 1848 y en la Comuna de París. Aunque el Père Peinard sea ya más proletario que ciudadano y jacobino, no puede ignorarse esta genealogía literaria e ideológica.

5.
Sin embargo, la repetición del acontecimiento revolucionario era a la vez imposible e insuficiente: los valores de la revolución quedaron por todas partes enunciados, grabados en las fachadas de los ayuntamientos y de las escuelas, pero la libertad, la igualdad y la fraternidad habían adquirido otro sentido, habían sido integrados en la realidad de una sociedad de clases capitalista y servían no para realizar los objetivos de las clases populares, sino para extender las relaciones de mercado. Libertad, igualdad y fraternidad no eran ni podían ser ya, después de la degeneración de la revolución del 1848 y del sangriento aplastamiento de la Comuna en 1871 los únicos lemas del movimiento democrático. Libertad, igualdad y fraternidad podían y debían expresar para los demócratas radicales, entre los que se incluían los trabajadores comunistas y socialistas revolucionarios, algo distinto de lo que representaban para la burguesía y las demás clases dominantes. La libertad no podía tener ya como base el mercado, pues el movimiento obrero naciente fue descubriendo la absoluta incompatibilidad de éste con cualquier forma de democracia. El mercado es compatible con los « derechos humanos », incluso requiere que estos se enuncien -pues libertad, igualdad y propiedad constituyen las condiciones básicas de todo contrato mercantil- pero es hostil a la reivindicación de una sociedad democrática donde los trabajadores y las mayorías sociales puedan decidir libremente sobre la organización de la economía. El mercado se basa en la propiedad, la democracia que aspira a decidir sobre la economía se funda en cambio en el libre acceso de todos a los comunes productivos.

6.
La República de la propiedad o de los propietarios, el régimen postrevolucionario que conoce y padece la generación de Émile Pouget, no sólo se basa en la expropiación a los trabajadores de los medios de producción, sino coincidentemente, en la confiscación de su libertad política por el Estado. La democracia de los propietarios tardó en aplicar el principio del sufragio universal: aunque el sufragio universal masculino estuviera reconocido por la Constitución francesa de la Convención (1793), nunca se aplicó hasta que la revolución de 1848 acabara imponiéndolo. Habría que esperar, además, hasta después de la segunda guerra mundial para que se incorporasen a este derecho las mujeres. No tardaron, sin embargo en hacerse evidentes los límites de esta conquista, pues el sufragio se convirtió en el único acto político del ciudadano. Pouget se burlaba así, en un panfleto publicado en su almanaque del Père Peinard de 1896 bajo el título «El amordazamiento universal » (Le Muselage universel) del poco tiempo de libertad política efectiva que las democracias representativas conceden a los supuestos ciudadanos: contando por lo alto, serían unos « cinco minutos » en una hipotética vida de cien años, si sumamos el tiempo que se tarda en depositar una papeleta en una urna en todas las elecciones posibles. Este es todo el tiempo que se es « soberano »... Por no hablar de la escasa relación de la representación política con la voluntad de los electores. Las democracias realmente existentes del capitalismo permiten hablar de casi todo en sus parlamentos, pero hacen imposible decidir nada que contravenga el orden imperante. En conclusión, dice Pouget en su artículo del Père Peinard: « Ya que tanto nos dicen que somos soberanos, guardémonos la soberanía en el bolsillo, no seamos tan idiotas como para delegarla ». Ante una República que había pervertido el sentido de la libertad, la mera reivindicación de los principios republicanos era inútil, sólo quedaba como salida para los trabajadores una nueva fundación de la libertad en lo común, en el libre acceso a los medios de producción y la asociación directa de los trabajadores, al margen del mercado y del Estado. La práctica política constituyente que conduce a este nuevo Estado de cosas ya no puede ser la búsqueda de una buena y adecuada representación de toda la nación, sino la autonomía y la autodeterminación de los trabajadores como clase mediante la acción directa y el instrumento privilegiado de esta, el sindicato revolucionario. Como sostiene Pouget en la Acción Directa: « contra la sociedad actual que sólo conoce al ciudadano, se alza hoy el productor ». No se trata sólo de procurar, a partir de una enunciación de los derechos humanos basados en el derecho natural, que estos se realicen en el derecho positivo, sino de reconocer que la humanidad está dividida: que no existe el hombre genérico, sino la lucha de clases y que la reivindicación de los derechos humanos es esencialmente mistificadora.

7.
El sindicalismo revolucionario se presenta como una fuerza antagonista frente al capital y su Estado. Un antagonismo sin concesiones que se expresa abiertamente en el crudo lenguaje del almanaque satírico-político Le Père Peinard, pero sobre todo en la constitución del sindicato CGT (Confédération générale du travail) como potente organización revolucionaria. La tradición leninista siempre despreció el sindicalismo por considerar que la organización independiente de los trabajadores nunca podría ir más allá del trade-unionismo inglés, es decir de una forma moderada e integrada de representación de los intereses obreros dentro del capitalismo. Desde la perspectiva de las realidades del sindicalismo europeo del siglo XXI, la apreciación de Lenin parece confirmarse, pues el sindicalismo mayoritario suele estar hoy controlado por un aparato corporativista que defiende los privilegios de una casta burocrática y no duda en hacerlo a costa de los intereses de sus bases. Nada más alejado de la idea de revolución que la triste imagen de unos dirigentes sindicales que negocian con la patronal y sus gobiernos los recortes de derechos sociales. Sin embargo, el lector de Pouget se encuentra con otra realidad, la de un sindicalismo cuyo objetivo no es la mera defensa del valor de la mercancía fuerza de trabajo, sino la abolición de la compraventa de esa mercancía, concebida como “esclavitud salarial”, y la libre asociación de los productores. El folleto de Pouget titulado La Confederación General del Trabajo (1908) aclara la naturaleza y la finalidad del sindicato:
« Desde que en el congreso corporativo de Limoges de 1895, la clase obrera se diera una organización autónoma, independiente de todos los partidos democráticos,ha tenido una tendencia permanente a liberarse cada vez más de todas las tutelas ya sean del Estado o de los ayuntamientos. Es que la clase obrera no sueña con adaptarse al mundo capitalista, con integrarse en el sistema de producción actual para desarrollarse de la forma más favorable par sus intereses. Tiene ambiciones más elevadas -ambiciones de transformación social- y son estas aspiraciones revolucionarias las que la han conducido a transformarse en partido de clase, en oposición a todos los demás partidos políticos y en oposición a todas las demás clases. Así, además de que la clase obrera se haya constituido un instrumento para luchar día a día contra las fuerzas de la explotación y de la opresión, pretende también crear y fortalecer grupos aptos para realizar la expropiación de los capitalistas y capaces de llevar a cabo una reorganización de la sociedad en un plano comunista. » Las categorías habituales de la política del siglo XX se reconocen difícilmente en este curioso lenguaje.
En primer lugar, el sindicato no se distingue del « partido » de la clase obrera. Pouget da al término « partido » un sentido muy próximo al que tenía en el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, donde el partido se basa en la organización de la clase como « parte » y no en la representación/sustitución de esta clase por una dirección política. Tampoco existe la distinción propia de las socialdemocracias entre un programa mínimo y un programa máximo, pues el comunismo es ya la forma de la organización y no sólo el objetivo de la organización. La política se piensa desde la inmanencia absoluta, rechazando las figuras de la representación y el futuro como promesa. El mundo nuevo debe estar ya presente en el corazón mismo del movimiento, o jamás lo llegaremos a ver. La Huelga General es el momento definitivo de liberación, pero no es sino el resultado de la autodeterminación de clase como liberación cotidiana; la autodeterminación no es una mera preparación de la revolución, no es un instrumento para un fin, sino un fin en sí misma.

8.
El sindicato revolucionario no es un agente del mercado -aunque no desdeñe tácticamente la conquista de mejoras en las condiciones laborales- sino un agente contra la relación de mercado como relación social fundamental y contra el poder estatal que reproduce esta relación mediante el derecho, la ideología o la violencia. El objetivo del sindicato, unido a organizaciones de clase basadas en el apoyo mutuo como las Bolsas del Trabajo, era doble. Por un lado, se trataba de combatir día a día la explotación, luchando contra los patronos y el Estado en conflictos parciales y limitados y de organizar la resistencia contra la opresión social. Para ello, era necesario desarrollar la potencia de los trabajadores como clase: evitar la miseria y la desmoralización que ella implica, pues « el exceso del mal no es fermento de revuelta ». Por otro lado, era también preciso organizar la solidaridad, incluso dirigir cuando fuera posible la producción, mediante estructuras autogestionadas y desarrollar en paralelo una cultura y una sociedad proletarias autónomas respecto del mundo burgués. El sindicalismo revolucionario francés -al igual que el anarcosindicalismo español- tenía como aspiración explícita que los propios trabajadores recuperasen los medios comunes de producción y se asociaran libremente para utilizarlos. Sin embargo, más allá del día a día, en el que la potencia, la autonomía y la cultura de clase se desplegaban en el embrión de mundo nuevo creado en torno al sindicato, era necesario plantearse la transformación global del sistema basado en el mercado y el Estado. Esta transformación se centraba en dos aspectos: la expropiación de los capitalistas y la liquidación del Estado. La expropiación del capital es un acto inseparable de la apropiación obrera de los medios de producción. Al día siguiente de la revolución, « los trenes seguirán circulando » y todos los engranajes de una sociedad rica y compleja seguirán funcionando pero lo harán bajo el control de los propios trabajadores asociados. De ahí la importancia de esa escuela de libertad, de solidaridad y de dignidad que es el sindicato revolucionario y del principio que lo inspira: la Acción Directa. La liquidación del Estado es la consecuencia directa de la desaparición de su única verdadera base social: la apropiación por los capitalistas de los medios de producción y del excedente.

9.
La acción directa se sitúa respecto del derecho y del Estado en una posición de exterioridad. No se trata para Pouget de legitimarla en términos jurídicos ni siquiera en los de una moral universal, sino en cuanto es capaz de crear un nuevo orden social y político basado en la autodeterminación de los trabajadores al margen del Estado, del derecho y del mercado. Como auténtico poder constituyente, la Acción Directa está al margen de la ley, pues es el fundamento de una nueva ley, de un nuevo orden social: «La Acción Directa es la fuerza obrera que se convierte en trabajo creador. Es la fuerza que da a luz un derecho nuevo, la que crea el derecho social. »  Este proceso constituyente en germen entrará en colisión directa con un marco jurídico que pretende regular de manera exhaustiva el conjunto de las relaciones sociales subsumiéndolas en un orden basado en la propiedad. La comunidad obrera que crea el sindicato, su capacidad de resistencia al capital, resultan así inmediatamente criminalizadas. El espacio fuera del orden de la propiedad que constituye el libre acceso a los comunes productivos es inasimilable por el ordenamiento jurídico de la república de los propietarios. La colisión no tardará en producirse cuando esta república sufra los ataques de algunos desesperados e iluminados. Estamos en la gran época de los atentados anarquistas, sobre todo en Rusia, pero en otros muchos países europeos, incluida la España de la Restauración, miles de bombas, centenares de asesinatos de responsables políticos y patronales puntúan la actualidad creando un clima de terror entre las clases dominantes. Los atentados en sí son un fracaso político: la propaganda por la acción, más que alentar a la construcción de la nueva sociedad, desmoviliza y legitima el orden burgués y la seguridad que este ofrece a cambio de la obediencia. Como mucho, los autores de los atentados -que aún no se denominan "terroristas"- suscitan la vaga simpatía popular que sentían las masas por los grandes delincuentes, y que obligó a las autoridades a suspender las ejecuciones públicas, pues más que aleccionar a la multitud, la hacían participar en el goce de la enorme transgresión en la que poder y delincuencia se igualan al compartir un espacio más allá de la ley. Este goce no es, sin embargo, una pasión política, sino algo estrictamente individual. La corriente sindicalista revolucionaria se distanció siempre de estas formas individualistas de acción. La acción directa, si bien tiene entre sus objetivos desarrollar la dignidad moral y política del trabajador como singularidad frente a su serialización en el marco de la representación política, parte del principio de la solidaridad y de la acción colectiva.

10.
Todo esto no impidió a las autoridades aprovechar la oleada de atentados de principios de los años 1890 en Francia para modificar la legislación en un sentido represivo, no sólo para golpear a los autores de los atentados, sino, sobre todo, para liquidar el brote de nueva sociedad que estaba surgiendo en la resistencia obrera en el marco del sindicalismo revolucionario, pero también en el de las distintas organizaciones de solidaridad y agrupacions culturales, deportivas, etc. Este entramado solidario se consideraba en medios políticos y policiales como el entorno y el caldo de cultivo del anarquismo individualista violento y el Estado decidió atacarlo a través de sus asociaciones y de su prensa. El panfleto titulado Las leyes canallas que figura en este volumen sólo es parcialmente obra de Émile Pouget. Su coautor es un jurista, Francis de Pressensé, personaje que, tras una carrera diplomática y periodística, inicia su vida política en el marco de las encnedidas y violentísimas polémicas en torno al asunto Dreyfus. En ese asunto judicial, pronto convertido en batalla política, se dirimía la cuestión de la inocencia o culpabilidad de un oficial francés de origen judío, el capitán Alfred Dreyfus, falsamente acusado por otros oficiales de transmitir información confidencial a la embajada alemana. La acusación se basa en pruebas muy endebles y, sobre todo, en un telegrama que había sido claramente falsificado. Esto no impidió que la presión de una nueva extrema derecha, menos monárquica que ultracatólica y antisemita arrancara una injusta condena. En una Francia dividida, de Pressensé tomará claramente partido por Dreyfus junto a su amigo el socialista Jean Jaurès y dirigirá el periódico « dreyfusista » l'Aurore. En el marco del Asunto (l'Affaire, el asunto por excelencia cuya crónica literaria encontramos en Las memorias de una sirvienta de Octave Mirbeau) surgirá la Liga de los Derechos Humanos cuyo vicepresidente será el propio Pressensé. Si bien los sindicalistas revolucionarios vieron en un primer momento con antipatía al militar Dreyfus, veterano de carnicerías coloniales y representante del orden burgués, algunos de ellos tomaron partido abiertamente por Deyfus y sobre todo contra la nueva extrema derecha en ascenso organizada en torno a la Action Française y a las publicaciones antisemitas de Édouard Drumont. La coincidencia del asunto Dreyfus con la promulgación de una batería de leyes de excepción contra los anarquistas, las « leyes canallas » (lois scélérates) facilitó la convergencia entre un socialista parlamentario jauresiano como Pressensé y un socialista revolucionario como Pouget.
11.
Los tres textos sobre las leyes canallas recogidos en el folleto que figura aquí traducido son de una sorprendente actualidad y reflejan la insólita colaboración entre tres personajes que nada llamaba a converger en la defensa de una misma causa: Émile Pouget, Francis de Pressensé y, bajo un pseudónimo, Léon Blum, el futuro presidente socialista del gobierno del Frente Popular. Este último, en aquel momento joven auditor del Consejo de Estado, está dando sus primeros pasos políticos en el contexto del asunto Dreyfus y acepta participar anónimamente en la campaña contra las leyes canallas realizada por la Revue Blanche, en aquel momento la revista literaria y cultural más importante e innovadora del panorama francés en la que publicaban autores como Proust, Gide, Claudel, Jarry o Apollinaire y de la que el propio Blum llegó a ser director . Cada uno de los tres personajes tiene sus propios intereses, pero los tres coinciden en reconocer el gran peligro que el ascenso de la extrema derecha y la promulgación de leyes de excepción suponía para las libertades y para la propia terecera República. Los artículos publicados posteriormente como folleto separado por la Revue Blanche contienen respectivamente un análisis jurídico de las leyes realizado por Pressensé, un segundo estudio realizado por « un jurista » (Léon Blum) sobre su muy anómalo proceso legislativo y un tercer artículo en el que Pouget da ejemplos de su aplicación al movimiento revolucionario. La parte analítica muestra cómo las leyes de excepción subvierten, en nombre de la seguridad, la esencia misma del derecho penal liberal, el principio « nullum crimen sine lege » (no hay crimen sin ley) conforme al cual toda condena penal debe realizarse conforme a una tipificación previa de los actos punibles. Esta tipificación debía ser precisa, quedando prohibido el recurso a la analogía, pues esta es una puerta abierta a cualquier tipo de arbitrariedad. Como afirma Pressensé anticipando al pastor Martin Niemöller del famoso poema “Vinieron por un comunista”: « Ayer eran los anarquistas. Los socialistas revolucionarios están ya en el punto de mira. Luego les llegará el turno a esos intrépidos campeones de la justicia cuyo pecado inexcusable es no tener una fe ciega en la infalibilidad de los consejos de guerra. ¿Quién sabe si mañana los simples republicanos no caerán también bajo los embates de estas leyes? Imaginemos por un momento estas armas terribles en manos de un dictador militar y el estado de sitio aderezado con la aplicación de las leyes canallas, o, dando la vuelta a la hipótesis, imaginemos que una facción revolucionaria, un Comité de Salvación Pública jacobino, aplica estas temibles disposiciones contra unos conservadores incapaces de oponerse a este patere legem quam ipse fecisti [padecer la ley que tú mismo hiciste]. La prueba de que esto no son desvaríos de una mente enferma, divagaciones de un abogado sin escrúpulos, es la frase con que un jurisconsulto, Fabreguette, recoce expresamente que hay casos en que, pese a la enmienda de Bourgeois que nombraba a los anarquistas, la ley debería ampliar el alcance de sus definiciones para castigar crímenes o delitos semejantes. Ya sabemos adónde puede llevar el método de la analogía aplicado por mentes astutas. » Lo sabemos perfectamente hoy, después de que los nazis a quienes dedicaba Niemöller su célebre poema sustituyeran la prohibición de la analogía en el código penal alemán por la obligación de recurrir a la analogía, después de que, repitiendo este gesto, la España franquista promulgara -y mantuviera hasta hoy bajo distintas formas- leyes contra el novedoso delito de « terrorismo » que en sí mismo es ya una aplicación del principio de analogía a la tipificación penal y de que las « democracias de nuestro entorno » se dotaran también, aprovechando los atentados del 11 de septiembre de 2001 de un arsenal jurídico semejante. De lo que se trata con el antiterrorismo, hoy como en esa época inicial de las leyes canallas, es de mantener el monopolio estatal de la violencia, esto es, el monopolio de la violencia por parte de la clase dominante y caracterizar como violentas e ilegítimas todas las formas de acción política que se opongan a la dominación de esta. Hoy sabemos perfectamente que no sólo los actos de violencia política homicida, sino un sinfín de otros actos, e incluso de ideas se ven golpeados por unas normas antijurídicas y antidemocráticas. Una democracia que reconozca abiertamente el monopolio de la violencia a una clase y que sólo está al servicio de la dominación de esta, una democracia que no sea capaz de integrar en su seno el conflicto político y la lucha de clases, e ilegaliza el antagonismo, queda desnaturalizada y se convierte en un mero régimen policial. Eso lo sabían muy bien estos sindicalistas o socialistas revolucionarios de finales del XIX y principios del XX que, sin el más mínimo pudor, defendían con Émile Pouget en los primeros congresos de la CGT el sabotaje como arma de la lucha de clases y como instrumento de autovalorización de la fuerza de trabajo. El folleto El sabotaje de émile Pouget reconoce la legitimidad, frente a la explotación capitalista, de un instrumento de resistencia que hoy es unánimemente repudiado por el sindicalismo oficial. El sabotaje es la otra cara de la violencia patronal, pero también el calco de las prácticas de mercado desleales de los propios capitalistas que no dudan en adulterar sus productos para rebajar sus costes de producción y competir así en mejores condiciones con los otros capitalistas. La violencia y el fraude dominan los intercambios entre capitalistas así como la “libre compraventa” de fuerza de trabajo; con el sabotaje, la clase obrera se adapta sencillamente a ese entorno brutal. El moralismo y la legislación represiva de las clases dominantes y la colaboración de clase las direcciones sindicales reformistas contribuyeron a que estas prácticas se considerasen impropias de “trabajadores honrados”. Sin embargo, la reivindicación del sabotaje por la primera gran confederación sindical de Francia a lo largo de sus primeros congresos, junto a su lucha decidida contra las leyes de excepción, muestran que los socialistas revolucionarios de esta época no ignoraban una verdad fundamental de la política materialista, que conocemos desde Maquiavelo y Spinoza: que un régimen que criminaliza indiscriminadamente la violencia de quienes resisten a una dominación impuesta por la violencia destruye con ello la política, la libertad y la potencia común. ¡Cuán lejos estamos hoy de esa libertad y esa frescura!

Juan Domingo Sánchez Estop
Bruselas, febrero de 2012