Una vez conocidos los resultados de las legislativas (politiche) italianas no puede dudarse de que el país -y con el la UE- se encuentre en un momento muy peligroso, pero Hölderlin afirmaba que "allí donde crece el peligro, crece también la salvación". En Italia se está derrumbando un régimen uno de cuyos pilares han sido el PCI y sus avatares. No hay que olvidar que el PCI fue el gran partido de la represión contra la insurgencia de los años 70, el del rechazo de cualquier forma de negociación, a cambio incluso de vidas como la de Aldo Moro y tantas otras. Fue también el partido comunista que más se separó de sus bases obreras activistas al optar por la defensa a ultranza del Estado capitalista italiano, lo que se tradujo en una utilización oportunista y cruel de las leyes antiterroristas como medio de purga interna de la izquierda italiana y de venganza contra el proletariado insurrecto indistintamente calificado como "terrorista". No hay que olvidar que fue la magistratura próxima al PCI la que mandó a la cárcel a Toni Negri por cargos absolutamente alucinantes y dignos de los procesos de Moscú. Falta en Italia la gran organización de la izquierda que se ha logrado formar en Grecia en torno a un programa claro de resistencia contra la deuda. Falta por motivos históricos, puesto que el PCI, ya desde la postguerra fue siempre el partido de la disciplina de fábrica y de la obediencia al Estado de derecho. De ahí su enorme disociación de los movimientos sociales, solo comparable a la que conocieron los partidos comunistas de la Europa del Este. El suicidio del PCI tiene que ver, sin duda, con lo que ocurrió en Europa del Este. El PCI, desde finales de los 60 fue desconectándose de la nueva configuración del proletariado e incluso llegó a enfrentarse a ella desde el Estado. La separación entre la izquierda representativa y los movimientos llegó en Italia a un grado extremo, a diferencia de otros países como España o Francia donde el PC logró mantener un enlace al menos parcial con los movimientos sociales. En España no hemos tenido Autonomia Operaia ni formas de insurrección de masas como en la Italia de los 70, y tampoco se llegó nunca a convertir el PCE -e IU- en un mero aparato de representación formal fuertemente represivo como es hoy el PD. De todas formas, llama poderosamente la atención que el PC más culto, abierto y distanciado de la Europa del Este y de la URSS, el PCI, el partido de Antonio Gramsci y fuera el que más acompañara en su suerte a los viejos aparatos del Este. La clave está probablemente -como en el Este, por cierto- en los años 60-70. El PD, el zombi que ocupa el lugar de ese ya cadavérico PCI que perdió toda fuerza militante en su enfrentamiento con la insurrección proletaria es incapaz de otra cosa que no sea imponer las disciplinas de la reproducción del capital y de su orden. Por ello mismo es hostil a cualquier planteamiento dirigido contra la deuda y la austeridad. Curiosamente, esa posición tan necesaria para la mayoría social no la ha ocupado ninguna capilla de izquierda, sino...Silvio Berlusconi, con su gigantesca capacidad de adaptación, un Berlusconi que ha estado a escasas décimas de punto de obtener una mayoría en la Asamblea. Los resultados de las elecciones italianas no son tan catastróficos como la izquierda deudocrática los pinta. La fórmula favorita de los mercados, esto es la del capital financiero, era un gobierno del PD con Monti: era claramente un gobierno de la austeridad y del empobrecimiento social que permitiría la "gobernabilidad", otro nombre de la continuación de saqueo. La expresión que se ha dado la protesta contra la austeridad y la deuda ha sido un voto de rechazo a Monti que saca un 10% y un voto insuficiente al PD para que pueda formar gobierno con Monti, pues no dispone de la indispensable mayoría en el senado. Suben dos payasos antipolíticos, Berlusconi y Grillo -con casi un 30% el primero y más de 25% el segundo- que bloquearán sistemáticamente la gobernabilidad. El cuarto partido del país es la abstención, del 25%. Lamentablemente, la protesta contra la deuda no ha encontrado una expresión política propia debido a la profunda descomposición de los partidos de izquierda: sólo Berlusconi y -desde dentro del PD, pero en posición muy minoritaria- Nicky Vendola son críticos con la austeridad, pero no llegan a pedir una auditoría y un impago de la deuda. En el resto del espectro político, incluido Beppe Grillo, parece aceptarse la necesidad de pagar la deuda, con todas sus consecuencias. Dado el desastre al que conduce necesariamente la política de austeridad, todo lo que la obstaculice es una buena noticia. Italia tiene claramente un 15M de retraso, pero existen en ese país importantes tradiciones de resistencia popular y una cultura política que algún día se traducirán en un nuevo bloque histórico emergente. De momento, el de las derechas, incluso apoyado por el PD está definitivamente roto. Grande es el desorden bajo el cielo...la situación es excelente.
A veces, las cosas importantes no pasan en el centro de esos monstruos que son los Estados modernos. En esas estructuras políticas, la capital tiene un papel central, pues es en el doble sentido de la palabra, el escenario principal de la representación. Política representativa y espectáculo se dan cita en ese espacio que asume el papel de centro. Sin embargo, la vida, la vida de las personas, va por otros cauces ajenos al espectáculo y a la representación. A muchas personas la vida hoy les duele, les falta la vivienda, los ingresos que permiten una vida digna, la libertad. Ese dolor no se ve en las grandes representaciones de la capital, pero es mucho más perceptible en espacios pequeños: en los barrios o en las regiones periféricas de las que apenas habla la televisión.
En Extremadura, ese dolor social y personal, ese dolor también moral, es muy intenso. Los indicadores de desempleo, pobreza, pobreza infantil, exclusión, son alarmantes. Se encuentran entre los más altos, no ya de España, sino de Europa, superando a los de Grecia o Rumanía. La región, en sí no es de las más pobres, pero sí de las más desiguales, de las más injustas, y ello desde hace mucho tiempo ya. En la memoria de todos están las escenas de Las Hurdes filmadas por Buñuel, en la de algunos menos, las de las ocupaciones de tierras por los campesinos desposeidos en los años 30. También está en la memoria colectiva la brutal venganza de clase ejecutada por Yagüe y sus huestes contra los campesinos extremeños llamados "moros del Norte" por las tropas del ejército de África y sus sanguinarios oficiales. Esos moros del norte fueron tratados como los moros del sur, con la brutalidad que exhiben los señoritos ante quienes desprecian y temen, con la brutalidad de un ejército colonial interno. Los pueblos de Extremadura se convirtieron en cábilas rifeñas exterminadas con saña.
Hay en Extremadura mucha memoria, porque en Extremadura la miseria y la represión, la desigualdad que insulta a la dignidad no son solo pasado. Las muertes del presente, los sufrimientos de ese pasado que no se acaba, son hoy obra de mecanismos fríos por los que se expulsa a las personas de sus viviendas, se las priva de medios de vida quitándoles sus puestos de trabajo y liquidando otras fuentes de ingresos. En ese marco, la Dignidad viene ya levantando cabeza desde hace algunos años, con organizaciones como la Plataforma por la Renta Básica. Los compañeros de la Plataforma han iniciado, lejos del centro del Estado, ajenos a la mirada de la prensa y la televisión del régimen, una acampada en las puertas del Servicio Extremeño de Empleo. La acampada reivindica sobre todo dos cosas: empleo digno y renta básica. Se trata, de un modo o de otro, de obtener los ingresos necesarios para vivir con dignidad. Por medio del trabajo, o si no, por medio de un ingreso garantizado independiente del trabajo. No es una reivindicación extravagante sino indispensable, si no se quiere que capas enteras de la población sucumban a la desesperación, caigan en la muerte civil. De ahí el nombre del campamento "Dignidad" que es la otra cara de la indignación ante un régimen inhumano de saqueo.
Un abrazo a todos los acampados: sois los irreductibles, los indispensables.
(El jubileo, la fiesta judía del perdón de las deudas se inauguraba al son del "shofar", este instrumento hecho con un cuerno de carnero)
"¡Mirad
lo que me habéis hecho, me lo habéis quitado todo!" Esto es lo
que gritaba hace unos días una mujer cuando, en una sucursalbancaria se prendió fuego con gasolina. Cuentan los periódicos que
es una persona de 47 años, con tres hijos y amenazada de desahucio.
Ada Colau, la representante más célebre de la Plataforma de
Afectados por la Hipoteca (PAH) afirmaba en el Congreso, en una de
esas raras veces en que dentro de esa cámara de resonancia del poder
se ha oido una verdad, que el representante de la banca que intervino
antes que ella para oponerse a la dación en pago y al conjunto de la
iniciativa legislativa popular (ILP) promovida por la PAH era un
"criminal".
Los desahucios son
actos de violencia extrema. La persona desahuciada, expulsada de su
vivienda queda por ese mismo acto expulsada de la sociedad normal,
marginada, en los términos precisos de Ada Colau, condenada a la
"muerte civil". No olvidemos que la muerte civil, la
incapacidad para tener una vida social y una vida pública coincidía
en la antigüedad con el estatuto de los esclavos. Ahora bien, el
esclavo es quien debe a alguien su vida y con su vida entera debe
pagar su deuda. No muy alejado del estatuto antiguo del esclavo está
el del moderno desahuciado quien no solo pierde su vivienda, sino que
sigue teniendo -a pesar de su carencia de recursos- una deuda
impagable con el banco. Alguien a quien se lo han quitado todo se
convierte automáticamente en esclavo. La muerte civil propia del
esclavo es ese periodo de tiempo anterior a la muerte física en el
que ya no se está propiamente vivo, puesto que la potencia y el
deseo propios se encuentran casi extinguidos, oprimidos por un poder
exterior.
Algunos
no lo aceptan y se rebelan. Esa rebelión puede tomar dos formas: una
forma abstracta e individual en la que se considera que está todo
perdido y una forma concreta que apela a la potencia de lo colectivo,
a la potencia de la indignación. Ambas formas son perfectamente
respetables y constituyen afirmaciones de la dignidad. El suicidio
es, ciertamente, como afirma Spinoza el resultado de la acción de
una causa exterior, pues no hay nada en la esencia de una cosa que
tienda a destruirla. La proposición 4 de la parte III de la
Ética afirma sin matices: « Nulla
res nisi a causa externa potest destrui » (« Ninguna
cosa puede ser destruida sino por una causa exterior »).
Todo suicidio está pues precedido por un asesinato, por una
transformación de la esencia del individuo por una causa exterior
que lo destruye desde el interior, como un cáncer o una enfermedad
autoinmune, pero también, bajo la forma fenomenológica del suicidio
puede incluirse la elección de la muerte como "mal menor",
en cuyo caso, la propia muerte es una afirmación de la vida, una
forma extrema de perseverar en su propio deseo. "Así pues,-nos
dice Spinoza en Etica IV, proposición XX, escolio- nadie deja de
apetecer su utilidad, o sea, la conservación de su ser, como no sea
vencido por causas exteriores y contrarias a su naturaleza. Y así,
nadie tiene aversión a los alimentos, ni se da muerte, en virtud de
la necesidad de su naturaleza, sino compelido por causas exteriores;
ello puede suceder de muchas maneras: uno se da muerte obligado por
otro, que le desvía la mano en la que lleva casualmente una espada,
forzándole a dirigir el arma contra su corazón; otro, obligado por
el mandato de un tirano a abrirse las venas, como Séneca, esto es,
deseando evitar un mal mayor por medio de otro menor; otro, en fin,
porque causas exteriores ocultas disponen su imaginación y afectan
su cuerpo de tal modo que éste se reviste de una nueva naturaleza,
contraria a la que antes tenía, y cuya idea no puede darse en el
alma (por la Proposición 10 de la Parte III). Pero que el hombre se
esfuerce, por la necesidad de su naturaleza, en no existir, o en
cambiar su forma por otra, es tan imposible como que de la nada se
produzca algo, según todo el mundo puede ver a poco que medite."
El suicidio es así, siempre el resultado de una "muerte sin
cadáver previa" o del encuentro del individuo con una fuerza
exterior destructiva e invencible. Un "encuentro" de este
tipo explica el sucidio de Séneca, pero también el de los
insurrectos del Gueto de Varsovia, tal vez también muchos de los
suicidios que están ocurriendo últimamente en territorio español.
Aunque a veces, la única manera de conservar su propia dignidad sea
suicidarse, existe a menudo la posibilidad de rebelarse junto a
otros, de reconocer el mal que sufrimos en otros. Es lo que se llama
indignación. La indignación es una tristeza, pero una tristeza que
saca a la superficie el nexo social, la solidaridad, la comunidad, y
puede incluso dar lugar a una potenciación del individuo cuando este
es capaz de constituir con otros y frente a un poder hostil una nueva
realidad que haga posible vivir.
Hoy es indispensable
restablecer, o incluso crear sobre una nueva base mucho más sólida,
las condiciones sociales que hagan posible la vida. Si volvemos sobre
la frase con que empezamos estas reflexiones: "¡Mirad
lo que me habéis hecho, me lo habéis quitado todo!", podemos
sacar ya unas primeras conclusiones a partir de ella. Creo que es el
mejor homenaje y la mejor muestra de respeto que podemos rendir a la
persona que, envuelta en dolor y fuego, las pronunció. En primer
lugar, señala a los criminales que la condujeron a ese acto de
autodestrucción, nombrándolos como los verdaderos responsables de
su desgracia. En segundo lugar, y esto es lo más importante, explica
que su desdicha consiste en que "se lo han quitado todo".
Esto es decisivo y obliga a una reflexión. No en todas las
sociedades es posible quitárselo "todo" a alguien como lo
es en la « nuestra ». La mayoría de las sociedades
humanas que han conocido el crédito y la moneda basada en el crédito
han tenido también instituciones que perdonaban las deudas. El
"perdónanos nuestras deudas" del Padre Nuestro cristiano
evoca la antigua institución hebrea del jubileo en la cual se
restituían sus tierras cada 50 años a los campesinos expropiados
por impago de sus deudas y a sus familias. Declara así el Levítico
25.10 : « Y
santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la
tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y
volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su
familia. » Existían tanto en el antiguo Israel
como en las sociedades del creciente fértil desde la más remota
antigüedad normas que establecían el perdón de las deudas dentro
de la propia comunidad. Tanto entonces como ahora, una deuda
unilateral infinita conduce a la esclavitud y a la muerte civil y
ninguna sociedad, ni siquiera una sociedad esclavista, puede reducir
a la mayoría de su población a la esclavitud.
La deuda es un tipo
de relación social basada en algo tan poco "natural" como
el intercambio de bienes y valores. La deuda se basa en una promesa
de pago en el futuro que la distingue de las demás transacciones en
las cuales el pago acompaña al cambio de propiedad de un bien. Esto,
que nos parece tan evidente a los habitantes de una sociedad
compuesta de individuos que intercambian mercancías, es, sin
embargo, el tipo mismo de relación que las sociedades primitivas
-descritas por una larga de serie de antropólogos desde Clastre
hasta David Graeber- reservan exclusivamente a los enemigos. Con la
gente de la propia comunidad, se comparte la riqueza, con el enemigo,
se comercia, incluso se comercia con su propia persona
esclavizándolo, pues la esclavitud, como bien sabía John Locke se
basa en una deuda infinita e impagable. Sólo podemos comerciar con
quienes podemos también matar o esclavizar. De ahí la gran cantidad
de límites puestos a las relaciones comerciales en las sociedades no
capitalistas: en todas ellas se trataba de que nadie pudiera
"perderlo todo".
El capitalismo es la
única sociedad basada en la relación comercial generalizada,
aquella en la que, como decía Marx en los Grundrisse, el hombre
"lleva sus relaciones sociales en el bolosillo", pues casi
todas ellas dependen del dinero. Esto conduce, naturalmente al estado
de guerra pemanente, de hostilidad generalizada entre los individuos
que percibimos a diario. La relación que otras sociedades humanas
consideraban tan violenta y tan reservada al trato con enemigos como
la propia guerra se ha interiorizado en el capitalismo con efectos
nefastos sobre la sociedad. En las sociedades capitalistas que se han
"liberado" de toda barrera política o moral como las
neoliberales, la relación social es sumamente tenue y precaria. Las
sociedades se sostienen en la medida en que conservan una base
mínima, ontológica, antropológica, de cooperación directa entre
los individuos, al margen de las relaciones propiamente capitalistas.
Cornelius Castoriadis insistió muchas veces en que es imposible que
una sociedad basada en el mercado o en la jerarquía de fábrica, o
en el control estatal, es decir una sociedad atomizada, pueda
funcionar, si no intervienen otras dinámicas de cooperación. Puede
parecer una paradoja, pero el capitalismo, para funcionar, presupone
el comunismo: el comunismo del lenguaje al que Marx se refiere con
frecuencia, el de la cooperación, el del conocimiento, el de los
afectos, etc. Todo ese denso tejido de relaciones que el capital y
sus dos instituciones fundamentales, el mercado y el Estado son
incapaces de poner por sí mismas y que deben explotar, vampirizar,
para poder funcionar.
Hoy el capital está
poniendo en peligro esa base comunista mínima con la que tiene, sin
embargo que convivir si quiere sobrevivir, intentando someterla a la
ley del mercado y de la propiedad, haciendo de los comunes
cognitivos, afectivos, incluso lingüísticos, formas aberrantes de
mercancía no caracterizadas como cosas, sino como acceso a "formas
de vida". El capital, lo que intenta vendernos hoy para
valorizarse son nuestras propias vidas expropiadas/apropiadas. El
problema es que la relación de propiedad conviene muy mal a los
comunes: es difícil apropiárselos, pues no son cosas sino
relaciones. Los comunes no nos pertenecen, más bien pertenecemos
nosotros a ellos. De ahí el intento desesperado de asirlos mediante
la más sutil de las relaciones, la que se basa no ya en el tiempo
presente o en el pasado como la relación que se expresa en el
valor-trabajo, sino en el futuro y en la extensión total de nuestras
vidas, la relación de endeudamiento, la relación financiera. El
espacio de la explotación se convierte en un espacio ilimitado, en
un universo infinito, pero por eso mismo, es incontrolable, por eso
mismo se convierte en un espacio de resistencia como fue la inmensa
estepa rusa para las tropas de Napoleón o de Hitler.
Hoy mismo Mariano
Rajoy intenta convencer a los ya convencidos de que es capaz de
gobernar una crisis que ya se ha hecho inseparable del propio
sistema. Propone como receta los
"minijobs", que la Señora Merkel ya ha puesto en práctica
en Alemania, esos puestos de trabajo ultraprecarios, sin derechos, y
con remuneraciones muy inferiores a lo necesario para reproducir la
fuerza de trabajo. Se trata de una medida más en el camino de la
introducción tendencial, asintótica, de una nueva forma de
esclavismo en la que se mantiene la libertad formal del trabajador,
pero se estrecha al mínimo su capacidad de negociación. Cuando la
curva de la variante salario alcance el valor cero y la curva del
tiempo de trabajo tienda a infinito, habremos llegado a un
restablecimiento del esclavismo. Lo que pasa es que esto no puede
ocurrir del todo en el marco de un régimen que necesita imponer
políticamente la ley del valor como fundamento de un régimen
jurídico basado en la propiedad como el que hoy conocemos. El valor
ya no se determina en tiempo de trabajo, sino mediante convenciones
financieras basadas en apuestas sobre el valor que se producirá en
el futuro, pero al mismo tiempo, el Estado mantiene incólume un
entramado jurídico basado en la relación entre valor y trabajo,
imponiendo sus efectos mediante la violencia.
Para
evitar el nuevo esclavismo, es necesario disociar valor y trabajo,
pero de otra manera, haciendo que los ingresos, el reparto del valor
producido, se independicen del trabajo asalariado y de sus formas,
practicando una disociación no orientada al neoesclavismo sino al
comunismo, al acceso generalizado y libre a la riqueza común. No
tiene sentido aceptar que esa disociación sólo valga para el 1% que
ya la practica cobrando sobres y demás prebendas y no para el resto.
El 1% ya vive en el comunismo del capital, tenemos que aprender a
hacer que las relaciones comunistas se extiendan al conjunto de la
sociedad. Hoy como en la época de Marx, sigue siendo válida la
divisa saint-simoniana hábilmente desviada (détournée,
dirían los situacionistas...) por el Moro: "De cada cual según
sus capacidades a cada cual según sus necesidades". Si queremos
que no puedan "quitárnoslo todo", tenemos que garantizar
la existencia de bienes y recursos comunes inalienables. No basta
para ello que sean de titularidad estatal, pues los Estados pueden
comportarse como cualquier propietario y privatizarlos (es lo que
están haciendo): es necesario que los bienes comunes estén
inscritos en la constitución, tanto en la constitución material
como elementos fundamentales de las relaciones características de un
modo de producción comunista que no tiene nada que ver con los
socialismos de Estado, como en la constitución formal que debe
establecer las instituciones políticas y las leyes de un mundo libre
más allá de la propiedad. El comunismo hoy no es ninguna utopía,
sino una ncesidad vital para las sociedades y los individuos.
Jorge Moruno Sociólogo y autor del blog larevueltadelasneuronas.com Juan Domingo Sánchez Estop Filósofo Ilustración de Marcos Montoya
Los papeles de Bárcenas no son un simple caso de corrupción política donde un dirigente mete la mano en la bolsa y todo se puede simplificar hablando de manzanas podridas. Más allá del desenlace final, lo que tenemos delante, es todo un proceso de putrefacción del sistema de partidos surgido de las cortes del 78, donde el Partido Popular es el mayor exponente político —pero no el único—, del bloque inmobiliario-financiero español que tanto se ha beneficiado en estas décadas de burbuja. A esta capa dirigente del tándem político-especulativo que reúne a lo peor de nuestra sociedad, algunos lo hemos venido a calificar de lumpen-oligarquía, destacando así la cualidad de sus políticas y la forma de hacerlas efectivas.
Este modus operandi funciona democratizando la idea del propietario especulador, haciendo de cada ciudadano, un potencial empresario de su vivienda o de la que aspire a conseguir. La extensión de esta idea y su práctica han conseguido que durante un tiempo, la posibilidad del ascenso social venga asociada a la capacidad negociadora del individuo y no a la extensión de derechos colectivos y al desarrollo de una cultura democrática que valore lo público. Esta operación de derechización social apoyada en la ideología del propietario, funciona siempre y cuando, se pueda especular un poco más. La corrupción entonces, no es una simple consecuencia del capitalismo-casino, pues también es el lubricante necesario que permite su puesta en práctica. El hilo conductor entre políticos del régimen, especuladores y constructores se ve perfectamente reflejado en los papeles de Bárcenas, donde muchos de los donantes reciben hoy las contratas de los hospitales madrileños en vías de privatización. Corrupción —sistémica— es también que el vicepresidente de la CEOE, Arturo Fernández, cuente con la concesión de las cafeterías en instituciones públicas tales como Universidades o Ministerios, al mismo tiempo que arremete contra todo lo que suene a público, aunque sea este sector su mayor pagador.
Cuando toda una casta empresarial —los Rosell, Fernández, Ferrán— y financiera —bancos, fondos de inversión—, se apoya sobre una casta política del régimen totalmente alejada del sentir ciudadano para traficar con la riqueza y los servicios públicos, hablar de corrupción, es hablar de la descomposición de todo el edificio político tal y como se ha planteado. Por lo tanto, la corrupción no se reduce sólo a personas con apellidos, sino que responde más bien a una práctica generalizada y asentada, que acaba erosionando la legitimidad y la moralidad de una transición que se remonta al 78. Todo el régimen político en su conjunto ve alterada su composición, lo cual, no tiene porqué traducirse mecánicamente en una transformación social en beneficio de los de abajo, o responder a una situación pre-revolucionaria.
Esta coyuntura de crisis generalizada puede entenderse también como una crisis de la propia autoridad, cuando ésta, ya no es capaz de presentarse como clase dirigente porque no puede establecer un mínimo consenso y únicamente se mantiene por medio de la dominación coactiva y represiva en última instancia. La lumpen-oligarquía deja de guardar apariencias y se presenta en carne viva, directamente como una mafia. Cuando ya no se dirige y sólo se domina, las formas e ideologías hasta ahora instaladas en el imaginario y el hacer cotidiano se tambalean, abriéndose el campo a lo impredecible. En este tiempo no determinado, en este ya no es lo de antes pero todavía tampoco es lo que viene, se da la apertura a lo impredecible y con ello, la posibilidad del surgimiento de nuevas combinaciones, de nuevos modelos frente a la dificultad de restaurar lo viejo conocido por la vía coercitiva. Impedir que una de estas salidas desemboque en la ciénaga berlusconiana donde UPyD o una impredecible Aguirre, tendrían un papel degenerador de la democracia, es una tarea fundamental.
Pero esta crisis de autoridad que se convierte ya en crisis del régimen constituido, el del 78 en nuestro caso, afecta por igual y quizás en primer lugar, a las izquierdas que han encontrado dentro del régimen político un lugar donde ubicarse. A favor tienen, quizás a pesar suyo, que no se encuentran del todo insertadas en el régimen, lo que podría convertirse en una fortaleza si se sabe aprovechar en la dirección adecuada. El momento histórico-político que tenemos delante, no presenta la posibilidad de actuar según la cosmovisión y el discurso elaborado de forma prefabricada, ajustado más a una creencia que a una realidad material contrastable. Así las cosas, la única certeza con la que podemos contar con seguridad es que al no haber elegido la situación, la crisis descorre la cortina cuando estamos aún desnudos dejándonos sin capacidad en un primer tiempo, para proponer alternativas y relatos a la desorientación generalizada. Aun así, es de imperiosa necesidad detener y apartar de las vías un tren que camina directo a la colisión, explorando otras nuevas, una vez que consigamos frenarlo y evitar la debacle. La vía que deberemos tomar no pasa por revivir fórmulas que responden a tiempos, realidades y composiciones muy diferentes como eran los “frentes de masas”. Hoy no existen las organizaciones de masas propias del siglo XX, como tampoco la realidad antagonista se define por una limitada e insuficiente apelación a la unidad de la izquierda.
Reunir todo lo existente bajo el paraguas de la marca “izquierda”, centraliza, por un lado la pluralidad y al mismo tiempo resulta ser poco operativo políticamente. Desbordar los marcos discursivos incrustados en la izquierda, significa darle un nuevo sentido a la potencia que en su tiempo ésta pudo tener. Rechazar otra posibilidad e interpretar automáticamente en ella una deriva antipolítica o incluso fascista, supone un grave error político que destila rigidez, conservadurismo y en consecuencia, la creencia en que las metáforas y los símbolos son un ente atemporal y no fruto de los tiempos materiales y personas que las originan. Lenin llevó a Marx a Petrogrado, no por repetir salmos, sino a pesar de los insultos y de toda clase de acusaciones recibidas por parte de las pasiones más tristes. Lo mismo se podría decir de la revolución cubana, o de los actuales procesos latinoamericanos que han encontrado en la izquierda oficial un actor con poca cintura política cuando no un obstáculo.
En estas condiciones ser responsables no puede significar otra cosa que colocarse a la ofensiva y romper con los buenos modales y las formas educadas; ser responsable es hoy más que nunca romper con los de arriba y abrirse a los de abajo, pero sin repetir supuestas verdades que se justifican en sí mismas y nos posicionan más cerca de la parroquia que de la política. Hoy, la idea de la democracia es inseparable del impago de la deuda, de la ruptura y la detención del empobrecimiento y la destrucción social del país. Necesitamos aplicar una triple A de la deuda usando criterios distintos a los que suelen imponer las agencias de rating: Auditoría, Anulación, Alternativas son nuestra AAA. Colocar a la deuda en el centro del debate es hacer hincapié en el acceso a la vivienda, los servicios públicos y en pensar la flexibilidad laboral no como precariedad o paro, sino como el acceso a un ingreso continuo cuando los trabajos son discontinuos. Protestas y mareas, deben ser a la vez funcionales en sus propios ámbitos y protagonistas de un cambio, pues representan el verdadero valor de la política a través del conflicto. La presencia de nuevas candidaturas y organizaciones en las instituciones y el desarrollo de instituciones democráticas propias del movimiento no tienen porqué ser incompatibles, es más, ambas deben retroalimentarse en un proceso de envergadura constituyente. Esto no sucederá tal y como hasta ahora viene entendiéndose esta relación; el odio a la democracia que practican las élites europeas y españolas sólo podrá combatirse si se tiene en cuenta esta combinación. Movilización, democracia y candidaturas que consigan reunir e interpretar de forma viva el conjunto de aspiraciones y frustraciones sociales en clave de democracia radical serían las distintas facetas de un enorme ¡sí se puede!
Comparecencia
de Rajoy para explicar su posición y la de su partido ante el caso
Bárcenas. Tremenda imagen: la tribuna vacía, nada de preguntas y la
imagen de Rajoy, como una ridícula deformación del Gran Hermano, a
través de una pantalla. Se habrán dicho los periodistas a sí
mismos: así, por lo menos, no escupirá a nadie al hablar.
Maravillosa la cámara -en el centro de la foto- que filma
la imagen ya filmada como último resto de una realidad que se
ha escapado por el sumidero. Juego de espejos borgiano o realidad
virtual del Morel de Bioy Casares, sociedad del espectáculo, en
versión casposa. El suplente de nuestros verdaderos tiranos, su
mísero criado que supuestamente acepta tristes propinas se esconde
detrás de la pantalla. Tal vez, como sugiere la revista Mongolia, no
exista ya y esas imágenes sean las de alguien que, como el padre del
sueño de Freud ya está muerto y tal vez no lo sepa. Los
argumentos del personaje virtual no dejan de ser graciosos. En primer
lugar por la forma: "todo es falso". Puede verse en esa
afirmación cuya referencia es indeterminada una posible
autorreferencia involuntaria, o tal vez jesuítica, como cuando se
cruzan los dedos detrás de la espalda para mentir sin pecar. Ese
"todo es falso" recuerda, sin embargo, la famosa referencia
al cretense Epiménides que figura en la Epístola del apostol San
Pablo a Tito: "Dijo uno de ellos, propio profeta de ellos: Los
Cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos."
En su versión más breve este texto ha ilustrado la paradoja de
Epiménides o paradoja del mentiroso cuya forma extensa es "Dijo
Epiménides el cretense: todos los cretenses son mentirosos",
siendo su forma breve, la simple frase "yo miento". "Todo
es falso" (incluso lo que estoy diciendo) podría ser una
novedosa forma de esta añeja paradoja, merced a la cual miente el
sujeto que la enuncia cuando dice la verdad y dice la verdad cuando
miente. Tal vez sea esta la mejor forma lógica del disparatado y
corrupto régimen español actual. Aunque
tal vez la otra fuente del presidente Rajoy en sus declaraciones de
ayer sea Cantinflas, por ese escaso reparo en el absurdo de cuanto
afirma. Por un lado sostiene la imagen virtual de Mariano Rajoy que
"Nunca,
repito, nunca he recibido, ni he repartido dinero negro ni en este
partido ni en ninguna parte." La cosa parece clara, pero
no lo es tanto. En primer lugar porque precisa acto seguido que "Lo
digo con toda serenidad. Lo estoy leyendo porque no quiero pronunciar
una palabra más alta que otra." Parece el presidente español,
al decir esto, un justo ofendido, un santo Job, que quiere moderar su
indignación leyendo un texto en lugar de improvisarlo. Sin embargo,
el texto está perfectamente milimetrado y sus términos en su
imprecisión están escogidos para evitar cualquier responsabilidad
penal. "Dinero negro" es un término periodístico que
puede interpretarse de muchas maneras. Lo que no ha dicho Rajoy,
porque los asesores jurídicos que revisaron el texto de su
intervención se lo prohibieron con toda probabilidad es que no tuvo
ningún ingreso que no declarara. Por ello mismo remite
surrealistamente a sus declaraciones de hacienda y a las de sus
colaboradores para demostrar que no declaró ningún ingreso no
declarado...
Hay
que bromear: un régimen así tiene que acabar envuelto en una
inmensa carcajada. La comparecencia de Rajoy ha sido patética. El
silencio del PSOE en cuanto al fondo no lo es menos. Están en esa
situación que describe Spinoza en el Tratado Político en que el
gobernante se muestra en toda su indignidad: "corre
borracho y desnudo por las calles rodeado de prostitutas, hace
el payaso o desprecia las propias leyes que ha instituido", y,
podríamos añadir, precisando el texto del maestro de Amsterdam sin
traicionarlo: "roba a los pobres y ejerce una arbitraria
violencia". Lo que pasa es que esto puede tener dos efectos y no
sólo la indignación prevista por Spinoza como su consecuencia más
evidente: es posible también que, en una sociedad sumida en la
tristeza y la impoencia se contagie la indignidad como ocurrió en
Italia con Berlusconi o como ocurre en todos los ascensos del
fascismo. En ese caso, la propia indignidad del gobernante se vuelve
muestra de legitimidad, pues, la multitud corrompida ve al
gobernante, no como fuente de la ley y factor del orden social, sino
como excepción. Acostumbrarse al estado de excepción, a que el
gobernante no respete las leyes ni la "common decency" (la
decencia común sobre la que reflexionara Orwell) es el resultado de
una extrema corrupción de la multitud y del Estado, de una
degeneración supersticiosa de la multitud y de una conversión del
propio Estado en simple grupo de maleantes al margen de toda ley y de
toda moral. Es preocupante esta posibilidad, aunque, afortunadamente,
no es la única. Existe también la posibilidad de restablecer una
correlación de fuerzas m´as favorable a la liertad, recuperando
esas nociones y prácticas comunes que empezaron a constituirse el
15M y se han ido desplegando como base de un proceso constituyente.
No hay ninguna garantía de que vaya a ser así: de nosotros depende
evitar que se mantenga con el orden actual el rumbo seguro hacia el
desastre.
La indignación ciudadana que causa la corrupción en España es perfectamente comprensible y legítima. Trabajadores, jubilados, jóvenes y demás integrantes de la aplastante mayoría social (el 99% del que hablan en Occupy), sometidos a una brutal cura de "austeridad" marcada por recortes de ingresos y de derechos, ven con asombro cómo la pequeña categoría cercana al mando sigue llenándose los bolisllos a su costa. El último escándalo, que hoy afecta al PP, no es sino uno más dentro de una ininterrumpida serie en la que esŧán implicados los distintos gobiernos de la fase neoliberal del régimen español (de los años 80 a esta parte). Esta implicación de los dos grandes partidos del régimen así como de los partidos de las derechas periféricas (PNV y CiU) en una corrupción sistémica explica el clamoroso silencio con que las distintas instancias de representación política y social, tanto partidos como instituciones -o incluso los sindicatos mayoritarios- acogen el caso Bárcenas. Y es que la práctica de los "sobres" no es exclusiva de un partido sino una característica fundamental del actual régimen español que se explica por la combinación de sus dos aspectos: transfranquista y neoliberal.
Es un hecho que la Transición fue un proceso que requirió mucho, muchísimo dinero. Había que mantener al conjunto de los aparatos de Estado franquistas, del Rey (a título de sucesor de Franco) hasta abajo, pasando por las burocracias políticas y sindicales del régimen y sus cuerpos militares y represivos. Había que ganarse el silencio o la complicidad de todos estos engranajes del poder franquista para llevar a cabo una operación de transmutación de este en una democracia de partidos, sin romper formalmente con la legalidad del régimen del 18 de julio. También había que acomodar en el nuevo avatar del régimen a toda una clase política que estuvo dispuesta a renunciar a una ruptura democrática a cargo de prebendas generadoras de dinero y de poder. Independientemente de las nuevas justificaciones que pudieran derivarse de nuevas reivindicaciones populares legítimas (Andalucía o Extremadura), la generalización de las autonomías, más allá de las nacionalidades históricas reconocidas por la Constitución republicana, sirvió para doblar la estructura de la administración central con una segunda administración autonómica a veces difícilmente justificable. Todo eso supuso dinero y cargos, y cargos que permitieron sacar más dinero mediante un sinfín de comisiones cobradas por contribuir a inflar cada vez más la burbuja inmobiliaria. Mucho dinero que sirvió para financiar a los partidos, pero también a sus jerarcas y cargos de distintos niveles.
Sin embargo, el transfranquismo español se caracteriza también por su evolución neoliberal, sobre todo a partir de los años 80 y de los primeros gobiernos del PSOE. El neoliberalismo viene a añadir a las componendas del nuevo régimen una nueva dimensión más sistemática. Para el neoliberalismo la tarea del Estado es explícitamente favorecer la libre competencia y el enriquecimiento privado, pues se considera que este, por desmedido que sea, genera un "goteo desde arriba" (trickle down) que termina beneficiando a los de abajo. El gobierno, en régimen neoliberal confunde por sistema el interés común con el interés privado, pues el primero se basa en el segundo. Los métodos para llegar a este fin importan poco. En cuanto a la prevaricación de cargos públicos o la corrupción en general, se considera que no debe condenarse a priori sino sólo en función de sus consecuencias, las cuales no siempre son negativas, pues, como sostiene el premio Nobel de economía Gary Becker: "Con unas reglamentaciones públicas ineficaces y una extendida gestión gubernamental de bancos y otros empresas, los funcionarios corruptos pueden, sin saberlo, realizar una función útil al reducir las decisiones públicas arbitrarias y ayudar a los empresarios y a otras personas a eludir leyes y reglamentos nocivos." Este planteamiento se inscribe en el marco más general de una economía política neoliberal del delito en la que el mismo Gary Becker considera el delito como una actividad económica más. La corrupción y el delito no son así sino sectores económicos que sólo se valoran en función de un criterio: su rentabilidad, su capacidad de generar beneficios, por supuesto privados.
En este doble contexto, a pesar de la indudable legitimidad de la indignación popular contra la corrupción, sería un grave error olvidar la dimensión sistémica del problema de la corrupción. Por muchos millones que se hayan entregado en sobres y comisiones a cargos corruptos de los partidos del régimen, las sumas en cuestión no guardan ninguna proporción con el saqueo descarado de los bienes comunes que está en curso. Los 22 millones que, según la prensa, el tesorero del PP tenía guardados en Suiza, son una cantidad despreciable comparada con las decenas de miles de millones que cuesta salvar una banca que arruina el país y a sus ciudadanos.
Es poco, en efecto, decir que alguien es un ladrón cuando se vive en un régimen de cleptocracia (un gobierno de los ladrones: del griego klephtes, ladrón, y kratos, poder). En una cleptocracia, robar no es sino una actividad económica normal, que, incluso, en determinadas circunstancias puede considerarse "obligatoria". Esta práctica generalizada del robo no impide que algunos mandos del régimen como la Sra. Sáenz de Santa María estén al borde de las lágrimas cuando hablan del drama de los desahucios realizados por los mismos bancos que se han salvado con dinero público. No es fácil saber si esas lágrimas apenas contenidas son sinceras. Podrían serlo. Alguna vez, en este mismo blog, se ha recurrido para describir el neoliberalismo a la fortísima imagen kantiana de la república de los demonios. En efecto, el gran filósofo de Königsberg afirmaba el el segundo suplemento de su texto sobre La paz perpetua que: «El problema del establecimiento del Estado tiene solución, incluso para un pueblo de demonios, por muy fuerte que suene (siempre que tengan entendimiento), y el problema se formula así: «ordenar una muchedumbre de seres racionales que, para su conservación, exigen conjuntamente leyes universales, aun cuando cada uno tienda en su interior a eludir la ley, y establecer su constitución de modo tal que, aunque sus sentimientos particulares sean opuestos, los contengan mutuamente de manera que el resultado de su conducta pública sea el mismo que si no tuvieran tales malas inclinaciones». Un problema así debe tener solución." Parece, sin embargo que habría que dar un paso más: no se trata solo de pensar la sociedad como la "soledad" (cf. el maravilloso lapsus de la Sra. Sáenz de Santa María en su comparecencia antes mencionada) organizada en la que individuos racionales que se odian entre sí pueden convivir bajo buenas leyes que dan lugar a una sociedad justa. Habría que formular hoy la hipótesis inversa a la de Kant. Sería concebible el establecimiento de una cleptocracia incluso en un pueblo de ángeles regido por tal sistema de normas sociales que, cualquiera que fuese su voluntad, sólo pudieran cometer crímenes. El problema de la corrupción no radica, pues, en la maldad de determinados individuos que cometen graves delitos, sino en el funcionamiento general del sistema. No es que el sistema funcione mal, sino que funciona así y no lo puede hacer de otra manera. La propia república de los demonios se perfila hoy como una utopía liberal algo ingenua.
El surrealismo belga es
conocido fuera de las fronteras de ese pequeño y precario país
europeo que se sigue llamando Bélgica por un solo nombre, el de René
Magritte. El representante internacional del surrealismo belga nunca
fue sin embargo aceptado como tal por los demás miembros del
movimiento. Estos se habían dado, como nos cuenta Marcel Mariën en
su biografía Radeau
de la mémoire
(Balsa de la memoria, 1983), una regla común : evitar a toda costa
la notoriedad. Se habían comprometido incluso, en aplicación de esa
misma regla, a imponer a los demás miembros del grupo la máxima
discreción en caso de que alcanzaran algún renombre. Puede decirse
que Marcel Mariën logró en vida realizar este ideal, haciendo lo
que le dio la gana sin aspirar al reconocimiento público. La falta
de ambición fue su regla, hasta el punto de afirmar en su biografía
que « por falta de ambición nunca estuve en el paro ». Fue así su
falta de ambición una discreción activa, compartida durante años
con otros subversivos de la escritura, de la imagen, de la política
o de cualquier otro tipo de expresión. En Mariën la discreta
productividad del surrealismo belga se expresó magistralmente en su
producción como cuentista con libros como Figures
de poupe (Máscaras
de popa, 1979) o Les
Fantômes du Château de cartes (Los
fantasmas del castillo de naipes, 1981).
Louis Scutenaire cultivará la poesía automática declarando no ser
“ni poeta, ni surrealista ni belga”, Gabriel Nougé se dedica a
la fotografía y el relato pornográfico, aunque ninguno de los
miembros del grupo surrealista se limitara a una especialidad. Todos
ellos mantuvieron ese rechazo de la notoriedad con la única
excepción de René Magritte.
La discreción no estuvo
tampoco reñida con el escándalo para Marcel Mariën y su pequeño
grupo reunido en torno a la revista Les
lèvres nues (Los
labios desnudos). El escándalo va desde la broma vengativa que
gastaron a Magritte durante su primera exposición pública en el
pijo casino de Ostende de 1962, en la que afirmaron por medio de
octavillas anunciando una “Grande
baisse”
(Gran rebaja) que la obra del maestro Magritte se vendería a
"precios populares" (unos centenares de francos de la
época) para que el arte fuera accesible al pueblo, hasta el panfleto
en defensa de Stalin que escribió Mariën tras el informe secreto de
Jruschov. Este panfleto titulado en remedo al título de una famosa
novela del realismo socialista Quand
l'acier fut rompu (Cuando
se rompió el acero, 1957) defiende a Stalin, pero presentándolo
como un necio y un carnicero y afirmando cínicamente que era « el
médico de los pobres », el que, para salvar a ocho mataba a dos.
Mariën siempre contempló a
la vez con ternura y cinismo los tiempos terribles -o, lo que viene a
ser lo mismo, los « tiempos interesantes » por utilizar la
definición que de ellos nos ha dejado Hobsbawn- que le tocó vivir.
Manifestó la más absoluta hostilidad a un capitalismo nefasto para
todos, explotadores y explotados, pues en él hasta la clase
dominante se afana por ganar dinero y en cierto modo trabaja. El
capitalismo era para él un universo cruel, necio y degradante que
había que liquidar por todos los medios. Uno de ellos era el
pragmatismo brutal de Stalin, hasta que con la desestalinización se
hiciera inviable; el que nos propone en la Teoría
de la Revolución Mundial Inmediata (1958)publicada un
año después de su reivindicación de Stalin no es
brutal ni sanguinario, pero, si cabe, aún más cínico. Se trata en
este delirante método surrealista del golpe de Estado revolucionario
de hacer la revolución como una broma, como un acto que « tiene
chiste ». La Teoría
de la revolución mundial inmediata
es la historia de una conjura de unos comunistas, de un grupo muy
reducido de personas afines discretas y resueltas que deciden
establecer el comunismo por los mismos medios de los que se valen el
capitalismo de consumo y el sistema de la democracia representativa
para imponer sus productos y partidos: lo que llamó Vance Packard la
"persuasión clandestina" o lo que el sobrino de Sigmund
Freud, Edward Bernays denominó “Propaganda” . Se trata, pues de
que, sólo una vez que se haya realizado la revolución, pero no
antes, la mayoría de la gente se dé cuenta de que esta ha ocurrido
y de que ha participado en ella. Los medios de la revolución no son
ya las milicias armadas, ni los grandes oradores, ni la propaganda
revolucionaria, sino los propios instrumentos de dominación del
sistema: el consumo, el ocio, la publicidad y el espectáculo.
Mariën se adelanta a las
tesis que formula Debord (quien, por cierto, publicó varios
artículos en Les
lèvres nues)
en La
sociedad del espectáculo (1967) y
en cierto modo va más allá del simple negativismo y esteticismo de
la crítica situacionista. Mariën en su « broma » o su « chiste »
lo que intenta es asumir la plena inmanencia de la revolución al
sistema. Actuar desde dentro cuando ya ni siquiera puede soñarse un
"fuera". Acepta que estamos ya en el lodo de la sociedad
del espectáculo debordeana o de la sociedad administrada de Adorno,
en ese totalitarismo blando del capital, pero afirma también que
desde dentro se puede destruir el monstruo utilizando exactamente los
mismos medios que usa para oprimirnos. Así, tras haber comparado la
brutalidad de Stalin con la de Hitler, optando por Stalin pues la
brutalidad de este último tenía una finalidad comunista, Mariën no
duda en aceptar los métodos de persuasión de la publicidad, incluso
los de la propaganda fascista. Muy probablemente, la idea de dar a un
partido el nombre y la apariencia de una sociedad comercial se
inspirara incluso en la experiencia del nazismo belga francófono
cuyo fundador y líder, Léon Degrelle, dio a su organización el
nombre de la editorial católica que él mismo dirigía: Rex.
Mariën propondrá dar a su organización revolucionaria secreta la
cobertura de un club de ocio y vacaciones, algo parecido a ese Club
Méditerranée
que había fundado 8 años antes el también belga Gérard Blitz. Una
vez "revolcaos en un merengue" como dice el más famoso
tango de Santos Discépolo, no se puede uno permitir absurdos
escrúpulos.
La propuesta de Mariën es
sobre todo un chiste y una broma, pero la eficacia del chiste (Witz)
consiste según nos enseña Freud en apuntar a un deseo reprimido a
través de la ambigüedad de un significante explotada por la
“técnica del chiste”. El chiste nunca es solo algo « gracioso
», sino que siempre es el representante de algo imposible de decir y
de representar en otro lenguaje, es una “formación del
inconsciente” (Lacan). De ahí que el chiste sea profundamente
surrealista, pues expresa no una realidad fantástica, sino ese lado
oculto de la realidad, aquel que no queremos ver y que se manifiesta
a la vez que se oculta en los sueños, los lapsus y los chistes. Tal
vez la influencia confesada por André Breton del psicoanálisis
sobre el surrealismo haya hecho de este último una estética del
chiste. Sin embargo, una estética del chiste que, como tal, no
ignora el insoportable mundo de larvas que se oculta detrás de todo
chiste y a la vez se expresa en él, es más precisamente una
estética del humor negro. Cuando ya no podemos desear abiertamente,
explícitamente una cosa, el comunismo por poner un ejemplo, sólo un
chiste negro, muy negro, nos puede salvar permitiéndonos entrever
por medio de las risas lo que realmente queríamos. Por otra parte,
el chiste que nos propone Mariën no carece de seriedad, de gravedad,
pues apela a la necesidad de decidir, de actuar y de hacerlo muy
rápido, de tomar por sorpresa a nuestros propios hábitos mentales y
de no dar al enemigo que en nosotros mismos reside la posibilidad de
reaccionar.
Tal vez las revoluciones
latinoamericanas que han puesto en el lugar del poder a presidentes
plebeyos, indios o mestizos, absolutamente incapaces de representar
la gravedad y seriedad del Estado colonial latinoamericano, y muy
capaces en cambio de abrir paso a las reivindicaciones y movimientos
sociales sean una aplicación del método de Mariën. Se trata de
quitar el poder a la burguesía, pero para ello lo que hay que hacer
es bloquear el lugar del poder con un dirigente que por su propia
presencia hace imposible el funcionamiento normal del Estado. ¿Qué
mejor chiste político que la presencia en las presidencias de varias
repúblicas latinoamericanas de exponentes de las mayorías sociales
y étnicas históricamente dominadas por estos mismos Estados? ¿Qué
mejor sorpresa que las sucesivas y aplastantes victorias elctorales
de estos nuevos movimientos y dirigentes que, como Hugo Chávez o Evo
Morales nunca han renunciado al sentido del humor, como tampoco lo
hicieron el Che ni Fidel? Puede que nuevas sorpresas de este tipo
aguarden al capitalismo, incluso donde menos las teme, en Europa y
los Estados Unidos. La conjura para hacer la revolución mundial en
solo un año ya ha comenzado. Empieza la cuenta atrás.