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El retorno de Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE tiene mucho de teatral. De hecho, desde su propia elección con el apoyo del aparato del partido, Pedro Sánchez había sido modelado para el espectáculo. El PSOE necesitaba responder a la irrupción de Podemos y carecía entre los viejos exponentes de la dirección de un personaje capaz de dar una imagen mediática medianamente aceptable para los jóvenes. Les costó encontrarlo, pero dieron con él. Susana Díaz, la lideresa andaluza del PSOE dijo de él con crueldad de burócrata sin escrúpulos : « Pedro no vale, pero nos vale ». Nadie confiaba en la capacidad política del personaje : ni su altura intelectual, ni su experiencia política de burócrata de partido sin relación alguna con los movimientos sociales hacían de él nada excepcional. Juventud, mediocridad : un muñeco al que algunos malvados llamaron « Ken », como el novio de la muñeca Barbie. Un muñeco que podía utilizarse en la escena mediática para frenar a Podemos, como desde la derecha se utilizaba a Rivera, el joven líder de Ciudadanos, para cubrir el flanco centrista de Podemos.
Pedro Sánchez tuvo que ocultar en su nuevo recorrido de líder algunas cosillas del pasado, como su paso por Bankia o su voto en el consejo de administración de Bankia en favor de las acciones « preferentes » con las que el banco estafó a miles de ancianos convirtiendo sus ahorros en acciones rápidamente desvalorizadas. Pedro Sánchez nunca fue un Sanders o un Corbyn, un renovador radical de la socialdemocracia : solo era él como icono, con su lenguaje vacío y su chaqueta con camisa, pero sin corbata. Con su campaña de publicidad digna del Corte Inglés. Sánchez tuvo que disfrazarse de « populista » para incidir en la nueva coyuntura y arrebatarle votos a Podemos, impidiendo que Podemos llegase a ser la segunda fuerza política del país después del PP. Algún éxito tuvo, pues los resultados de Podemos en las dos últimas elecciones legislativas fueron bastante más mediocres de los esperado por unos..o lo temido por otros. En ello tuvo cierta influencia la nueva imagen de mercado del PSOE representada por Sánchez, pero también la incapacidad de la dirección de Podemos de captar en su favor el apoyo de unos movimientos sociales en los que asienta su legitimidad. Un Podemos burocratizado y normalizado, convertido en partido-empresa dedicado a constantes campañas de imagen difícilmente podría competir con un viejo, poderoso y adinerado aparato político como el del PSOE. De hecho, su bjetivo que fue inicialmente provocar una insurrección electoral que desencadenara un proceso constituyente se redujo a superar al PSOE (el « sorpasso ») y, más modestamente, a echar al PP apoyando un gobierno del PSOE.
Las propuestas de Podemos fueron desoidas por Sánchez, quien no se podía permitir hacer entrar a Podemos en su gobierno y dio prioridad a un pacto con Ciudadanos respecto a cualquier acuerdo con Podemos. En las últimas elecciones generales, se mantuvo la situación de callejón sin salida que motivó la nueva convocatoria electoral : no era posible un gobierno del PSOE que no incluyera a Podemos y contar con el apoyo de Ciudadanos y de los principales enemigos de estos : los indpendentistas catalanes y vascos. Ante el callejón sin salida provocado por un Pedro Sánchez que no podía permitir que gobernase el PP si quería ser fiel a su compromiso electoral y tampoco podía aliarse con Podemos, la dirección histórica del PSOE, los viejos barones del partido miembros de todos los consejos de administración, dio un golpe de Estado mediante una interpretación abusiva de los estatutos del PSOE y echó a Pedro Sánchez. Poco después, la gestora del PSOE decidió que los diputados del PSOE permitieran en aras de la « gobernabilidad » y de la « reponsabilidad de Estado » que gobernase el PP y formase gobierno el incombustible Mariano Rajoy. Esto marcó el comienzo de la travesía del desierto de Pedro Sánchez, quien abandonó su escaño de diputado y dedicó su tiempo durante un año a tomar contacto con las bases del partido socialista, buena parte de las cuales no aceptaba que el PSOE hubiera permitido un nuevo gobierno de la derecha.
Las últimas elecciones internas del PSOE pemitieron a Pedro Sánchez regresar al poder tras haber derrotado a la candidata del aparato, Susana Díaz y a un candidato menor. Sánchez utilizó para ello un discurso algo más de izquierda y se rodeó de un equipo más claramente socialdemócrata que social-liberal. Tras esta travesía del desierto, hay quien hoy lo saluda como un nuevo Corbyn que ha sido capaz de derrotar a la derecha del partido. A pesar de los puños en alto y del canto de la Internacional antes la sede madrileña del partido durante la celebración de la victoria, Sánchez no se compromete a gran cosa, ni siquiera a echar a Rajoy. De momento, anuncia claramente que no apoyará la moción de censura presentada por Podemos, con el muy cínico argumento de que Podemos, al no apoyar un gobierno PSOE-Ciudadanos era el responsable de que hoy gobierne Mariano Rajoy.
La peripecia que ha protagonizado Sánchez resulta teatral. Recuerda claramente la historia narrada por Indro Montanelli y llevada al cine por Rossellini del General della Rovere. La historia de un traidor infiltrado en las filas de la resistencia italiana por el ocupante nazi que acaba cambiando de bando y haciéndose un héroe de la resistencia. En efecto, Sánchez era una figura destinada a infiltrarse en los medios más moderados de los que fue el 15M, hasta que su choque con el aparato que lo había designado y pretendía utilizarlo lo convirtiera en un nuevo indignado. Tal vez falso y teatral, pero es difícil en el ser humano discernir lo que es mera dramatización y los que es realidad de los afectos y las creencias. Por un lado, Sánchez ha logrado poner en crisis al aparato del PSOE que lo expulsó y dio lugar a este retorno y, tal vez a esta transformación. Sin embargo, Sánchez no es en modo alguno un militante social y político como Sanders o Corbyn sino un hombre de los estratos medios del aparato del PSOE. Lo importante en su regreso es la ola de indignación interna -el 15M del PSOE- que lo devolvió a la secretaría general, pero esa ola que, en términos de Maquiavelo podríamos considerar como equivalente a la Fortuna es difícil que encuentre del lado de este personaje la suficiente « virtù ». Tampoco parece que la anquilosada y sectaria dirección de Podemos sea muy capaz de aprovechar la coyuntura abierta.