domingo, 14 de octubre de 2012

El derecho penal de la crisis y sus fuentes

Panóptico



La última reforma del código penal español ha sido considerada, incluso por los medios de prensa afectos al régimen español, como la más dura desde la Transición. Efectivamente, se trata de una reforma que introduce en la legislación normas que obedecen a una doctrina penal muy alejada de la propia de las democracias liberales. Así, por ejemplo, contempla, además del endurecimiento de numerosas penas por delitos y faltas relacionados con el orden público, la prisión indefinida "revisable" y la custodia de los presos que se consideran "peligrosos". Aunque sea de manera subrepticia para respetar al menos formalmente la Constitución y los convenios de derechos humanos firmados por España que prohiben la cadena perpetua, se introducen sustitutos "suaves" de la pena de muerte que equivalen como esta a la anulación social del individuo condenado a esas penas.

La idea que domina en esta nueva normativa no es otra que el viejo principio caro a la derecha y al conjunto del partido del orden (el stalinismo también lo introdujo en su derecho penal) cuyo enunciado popular es "quien la hace la paga". Conforme a esta máxima, de lo que se trata es de que ningún crimen quede impune, pues si así fuera la sociedad en su conjunto y la víctima en particular habrían sido gravemente dañadas sin obtener reparación. La fórmula "quien la hace la paga", cara al fundador del Partido Popular, Manuel Fraga Iribarne, así como a su maestro Carl Schmitt, es una versión populista de la principal máxima jurídico-penal del nacional-socialismo cuyo enunciado latino es "nullum crimen sine poena" (no hay crimen sin castigo). Carl Schmitt, el gran jurista que pretendió acometer la imposible tarea de dar un fundamento jurídico al nazismo, afirmaba a propósito de esta máxima:"Hoy en día, todo el mundo reconoce que la máxima "no hay crimen sin castigo" adquiere prioridad respecto de la máxima "No hay castigo sin ley" como la más alta y más firme verdad jurídica" (Carl Schmitt, Der Weg des deutschen Juristen, Deutsche Juristen-Zeitung, Vol 39, 1934, p. 693). El principio frente al que se afirma la doctrina penal nacional-socialista es el viejo principio ilustrado que inspira el derecho penal liberal "nullum crimen, nulla poena, sine lege" (Ningún crimen, ninguna pena, sin ley). Este principio clásico del derecho penal somete toda actuación judicial en materia penal a la preexistencia de una norma que defina claramente el delito, sin que sea aplicable ninguna interpretación analógica por parte del juez (Analogieverbot: prohibición de la analogía). De lo que se trata es de dar garantías al acusado frente a la posible arbitrariedad del poder dentro de una lógica liberal de protección de los derechos y libertades individuales. Es, tal como lo concibe el jurista ilustrado alemán que le dio su formulación, Paul Johann Anselm von Feuerbach, una aplicación al ámbito penal del principio de legalidad que rige en general las actuaciones de un Estado de derecho.

Frente a este planteamiento liberal, el objetivo de los penalistas del nacional-socialismo era defender a la comunidad nacional y racial frente a los delincuentes considerados como agentes potenciales de disgregación e incluso de contaminación de la comunidad racial. Este planteamiento defensivo, no ya del individuo frente al poder, sino del mismo individuo y de su comunidad -considerados como víctimas potenciales del crimen- frente a una amenaza existencial, hace necesario un cambio radical de planteamiento. Se trata ahora de "proteger a la comunidad popular -Volksgemeinschaft- frente a los criminales" (C. Schmitt, op.cit, p.693).  La seguridad de la comunidad y la protección de una población de posibles víctimas requiere una actuación no sólo punitiva, sino preventiva, exige por ello mismo que no sólo se castigue el delito claramente definido, sino todos los actos que guarden con él una relación de analogía. Por ejemplo, no sólo se castigará el hurto y la complicidad con el hurto, sino cualquier tipo de justificación del hurto. Esto abre ante el juez una casi indefinida libertad de interpretación que hace de él abiertamente un instrumento político del régimen.

La lógica que domina la reforma del código penal español reintroduce esta temática de la "defensa de la sociedad" -considerada como conjunto de posibles víctimas- como principal tema inspirador del derecho penal, frente a otras consideraciones, como el primado de la legalidad, la proporcionalidad de la pena o la reeducación y reintegración en la sociedad del delincuente. Cuando la figura que pasa al primer plano es la de la víctima, por mucho que ya no se hable de una comunidad racial que haya de protegerse, la justicia abandona en buena medida el principio jurídico de legalidad en favor del principio policial de seguridad. De lo que se trata es de tener en cuenta prioritariamente a la víctima y al criminal en su especificidad, valorando por encima del enunciado de la norma, la vulnerabilidad de la víctima y la peligrosidad del criminal. Así, se aumentan las penas para aquellos delitos cuyas víctimas son mujeres, niños o ancianos, y se prolonga incluso de manera indefinida la pena de los reos que se consideran más peligrosos dando así un tratamiento particular a los reos de delitos de terrorismo o de delitos sexuales. Aunque todas estas reformas legales parezcan tener un titnte "progresista" pues algunas van encaminadas a proteger a las mujeres contra la violencia machista o a castigar los abusos sexuales contra mujeres y niños, cabe recordar que la legislación punitiva en materia sexual se ha convertido, como recuerda la jurista Marcela Iacub en un auténtico laboratorio de la excepción en materia penal. Otro laboratorio semejante es la legislación en materia de terrorismo. Hoy, los resultados de ambos confluyen en una liquidación sin precedentes de las garantías penales.

Enfrentado como está a importantes manifestaciones populares en protesta por la austeridad y la liquidación de derechos sociales, el gobierno español actual y su mayoría parlamentaria pretenden introducir en el Código Penal reformado supuestos de tan enorme amplitud que imponen al juez el uso de la analogía y lo liberan prácticamente del principio rígido de legalidad. Así "“La distribución o difusión pública, a través de cualquier medio, de mensajes o consignas que inciten a la comisión de alguno de los delitos de alteración del orden público del artículo 558 CP, o que sirvan para reforzar la decisión de llevarlos a cabo, será castigado (sic) con una pena de multa de tres a doce meses o prisión de tres meses a un año.” (nuevo artículo 559). Aparte de la enorme vaguedad del propio concepto de "orden público", la "incitación" o el "refuerzo" de la decisión de atentar contra él son conceptos tan imprecisos que sólo pueden aplicarse según el "buen criterio" del juez, informado por el criterio previo del policía que ha valorado la "peligrosidad" de los individuos que incurren en estas prácticas a la hora de denunciar los actos.

Lo peligroso de este nuevo Código Penal no es sólo su "dureza" -aunque encerrar a alguien hasta un año en la cárcel por haber apoyado una manifestación parece a todas luces excesivo- sino su imprecisión. De lo que se trata, efectivamente, no es de castigar un acto ilegal previamente definido con precisión, sino, como ya ocurría en los derechos penales totalitarios, prevenir la comisión de delitos haciendo planear una amenaza general sobre todo un sector de la población que se considera "peligroso". No se castiga, pues lo que uno hace, sino lo que uno "es". Cuando la lógica de la "peligrosidad" prevalece sobre la legalidad, el Estado de derecho que se pretende defender se convierte cada vez más en un Estado policial.


miércoles, 3 de octubre de 2012

La multitud y la masa. (Respuesta al artículo de José María Lassalle "Antipolítica y multitud")

Carl Schmitt con sus compañeros de clase en 1904



Una de las acusaciones difamatorias que se virtieron desde el primer momento contra el 25S afirmaba el carácter golpista de esta iniciativa de protesta, sosteniendo incluso sin prueba alguna que grupos nazis estaban detrás del proyecto de cercar el Congreso el 25 de septiembre de 2012. Bien extraño es este "golpismo" consistente en reivindicar la soberanía popular y la democracia secuestradas por los poderes financieros y sus cómplices del gobierno y del parlamento. La disparatada asociación de golpismo y nazismo con las reivindicaciones y prácticas rigurosamente democráticas que se vienen abriendo camino en nuestra calles y plazas desde el 15 de mayo de 2011 y se han repetido en multitud de movilizaciones sociales contra la política brutal de empobrecimiento y regresión social de los últimos gobiernos, alcanza, sin embargo, su culmen en un artículo del Secretario de Estado de Cultura del gobierno del PP publicado el 1 de octubre en el País bajo el título "Antipolítica y Multitud". Si la Delegada del Gobierno en Madrid, Sra Cifuentes ya había sostenido en reiteradas ocasiones que la reivindicación de una democracia real donde los ciudadanos pudieran expresarse y participar activamente en la toma de decisiones era "golpista", pues vulneraba el orden constitucional hoy existente, el Sr. José María Lassalle da un paso más y afirma rotundamente que: "El malestar colectivo que se llevó por delante las democracias liberales en el periodo de entreguerras vuelve a escena. Es cierto que no adopta las maneras totalitarias ni exhibe el matonismo pistolero y la marcialidad de aquellos años, pero no cabe duda de que actualiza en clave postmoderna la lógica y los mitos que movilizaron a las masas con el fin de derribar la arquitectura institucional sobre la que se sustenta nuestra civilización democrática."

Tremendas afirmaciones son estas. Sobre todo cuando se formulan pocos días después de que un grupo armado y uniformado con una conducta particularmente violenta tomara los alrededores del Congreso de los diputados y atacara indiscriminadamente a numerosos manifestantes pacíficos que deseaban rescatar una democracia secuestrada por el capital financiero. Esas escenas en que ciudadanos indefensos eran golpeados brutalmente y humillados por personas de uniforme recuerdan efectivamente los años 30, pero con la diferencia de que los uniformados eran en este caso los defensores de la susodicha "arquitectura institucional" y los golpeados, los ciudadanos de esta supuesta "civilización democrática". Con un enorme talento para la inversión de las situaciones, el Secretario de Estado atribuye la violencia y el desorden a la ciudadanía pacífica que intentaba manifestarse con tranquilidad y no a sus auténticos responsables. Poco importa que las pruebas documentales hayan mostrado una y otra vez el carácter desproporcionado e intimidatorio de la actuación policial e incluso las numerosas provocaciones de los policías infiltrados destinadas a justificar las cargas contra los auténticos manifestantes. El problema es que el Sr. Lassalle no parece ser consciente de que la brutalidad de la represión del día 25 de septiembre -como la de tantos otros días- tiene directamente que ver con el hecho de que los cuerpos represivos del franquismo jamás fueran purgados y, en general de que los principales aparatos políticos, militares y judiciales del régimen del 18 de julio permanecieran incólumes. Su propio partido, el Partido Popular, hoy en el gobierno, nunca aceptó condenar el golpe de Estado, la represión sangrienta y la larga dictadura del general Franco, como tampoco lo ha hecho nunca el actual Jefe del Estado y sucesor de Franco "a título de rey". Muy imprudente es asimismo la referencia al jurista alemán Carl Schmitt y la comparación del pensamiento de este grandísimo y reaccionarísimo jurista con las ideas que inspiran a los movimientos del 15M o el 25S. Es curioso que quien se permite ahora afirmar que las multitudes del 15M o del 25S son "schmittianas" y por ende seminazis sea precisamente un representante de este régimen que, en una fase anterior, sí se valió de Carl Schmitt como ideólogo y apologeta. En esta bitácora hemos recordado cómo uno de los más destacados intelectuales de este régimen, Don Manuel Fraga Iribarne, fundador y presidente de honor del PP, acogiera el 21 de marzo de 1962 en el Instituto de Estudios Políticos, con todos los honores, al jurista alemán compañero de viaje del nazismo.



No sólo hay en el artículo del Sr. Lassalle una característica proyección de la culpa en el otro, sino que el Secretario de Estado nos hace en él una auténtica exhibición de su ignorancia del pensamiento de Carl Schmitt, un pensamiento ciertamente reaccionario, pero a la vez radical y profundo. Afirma así el Secretario de Estado en su artículo que "se despliega ante la opinión pública de forma abrupta una animadversión antilegal y antiparlamentaria que reproduce casi milimétricamente las críticas que Carl Schmitt dirigía en los años 20 y 30 del siglo XX hacia el Estado de derecho, la primacía de la Ley, la Constitución de Weimar y los políticos que la defendían." Esto es no saber que, en los años 20 e incluso en los 30, como recuerda Sandrine Baume en Carl Schmitt, penseur de l'Etat (CS pensador del Estado) (Paris, Sciences Po, 2008) Carl Schmitt era un firme defensor del Estado de derecho weimariano al que sólo reprochaba su debilidad. Antes de aliarse con los nazis, hasta el último momento, Schmitt defendió las posiciones de la derecha weimariana y en concreto abogó por que el presidente de la República, apoyándose en la constitución, proclamase el Estado de excepción y prohibiera simultáneamente los partidos comunista y nazi. Para Schmitt, el presidente, en su calidad de Jefe del Estado debía comportarse como defensor de la constitución. No hay así en Carl Schmitt la más mínima "animadversión antilegal", aunque sí que hay una crítica a un parlamento que considera débil por su carácter demasiado pluralista. El orden legal requiere según Schmitt determinadas condiciones para poder aplicarse a la realidad y es competencia del soberano sentarlas o restablecerlas cuando estas no se dan.

No hay, pues, ninguna apelación  a las masas, ni mucho menos a la multitud, en Schmitt, pues para él la multitud es siempre una amenaza para el Estado. Tan sólo defendió Schmitt la primacía del movimiento de masas en su período de mayor cercanía al nacional-socialismo, posterior a la llegada de los nazis al poder. En su escrito Staat, Bewegung, Volk, die Dreigliederung der politischen Einheit (Estado, movimiento, pueblo, la triple articulación de la unidad política-en adelante SBV) de 1933 da efectivamente un lugar importante al movimiento de masas, pero se trata de un movimiento sometido a un líder y que se sirve de los aparatos de Estado para garantizar la paz y la despolitización del pueblo. El movimiento, el partido nacional-socialista, no es pues en nada comparable a la irrupción en la escena política de una multitud internamente diversa, sino, por el contrario, una forma absolutista más de su desaparición, de su transformación en una masa homogeneizada y sometida a un dirigente. A diferencia del Sr. Lassalle, dejemos la palabra a Carl Schmitt: "Cada uno de los tres términos Estado, Movimiento, Pueblo puede utilizarse para significar la totalidad de la unidad política. Sin embargo, cada uno de ellos denota también al mismo tiempo un lado y un elemento específico de este todo. Así, podemos considerar al Estado en sentido estricto como la parte políticamente estática, al movimiento como el elemento políticamente dinámico y al pueblo como el lado no político (unpolitische) que crece bajo la protección y a la sombra de las decisiones políticas."(SBV, p11, traducción del autor)  De este modo, el nuevo soberano nacional-socialista no tiene en lo esencial una función distinta de la del soberano clásico, pues como él es el encargado de restablecer las condiciones de normalidad que hacen posible a la vez la eficacia de las leyes y del ordenamiento estatal y la autoorganización corporativa del pueblo en lo económico. Tanto para el nacionalsocialismo como para el liberalismo clásico de Benjamin Constant, la función del ordenamiento político es fundamentalmente la de excluir a la mayoría de la población de la actividad política dejándole abierto un espacio no político (unpolitisch) y ajeno a la verdadera decisión pública en la vida económica y en lo privado.

Carl Schmitt reivindica su pertenencia a una tradición política de la soberanía, cuyos pioneros modernos son Bodin y Hobbes. Conforme a esta tradición, el soberano tiene en exclusiva el poder de hacer y deshacer las leyes, concentra, en otros términos, el poder legislativo en sus manos. El derecho tiene una fuente única que es el soberano y este puede incluso -o sobre todo- decidir cuándo sus propias leyes lo obligan ante sus ciudadanos al modo de promesas hechas a estos. Afirmará Schmitt  en la Teología Política (Madrid, Trotta, 2009, p. 15) que:

"Hablando en términos generales, afirma Bodino que el príncipe sólo está obligado ante el pueblo y los estamentos cuando el interés del pueblo exige el cumplimento de la promesa, pero no está obligado "si la nécessité est urgente" (si la necesidad es urgente) [...] Lo que es decisivo en la construcción de Bodino es haber reducido el análisis de las relaciones entre el príncipe y los estamentos a un simple dilema, referido al caso de necesidad. Eso es lo verdaderamente impresionante de su definición, que concibe la soberanía como unidad indivisible y zanja  definitivamente el problema del poder dentro del Estado. El mérito científico de Bodino, el fundamento de su éxito, se debe a haber insertado en la soberanía la decisión".

 Unidad e indivisibilidad del soberano y la decisión como facultad fundamental de este son rigurosamente indisociables. Toda forma de derecho procedente de otra fuente que no sea la decisión del soberano, ya es trate incluso de un derecho natural o divino sólo tiene vigor para Bodin, Hobbes o Schmitt en la medida estricta en que el soberano la sanciona mediante su decisión. Nadie hay pues más opuesto a una multiplicidad de instancias legislativas que Carl Schmitt, nadie más contrario a esa auténtica pesadilla para el pensamiento político de la soberanía que es una multitud legisladora, una asamblea abierta. Prosigue así Lassalle: "Más de 30 años después de recuperarlas, las instituciones democráticas se ven discutidas por una tempestad antipolítica que ensalza las multitudes y reclama el derecho a que sean éstas quienes decidan por dónde debe orientarse el interés general, ya sea del conjunto o de partes significativas de la sociedad española." Que no le quepa la menor duda al Sr. Secretario de Estado: el profesor Schmitt estaría en este caso del lado de estas "instituciones democráticas" en cuanto estas poseen el monopolio de la capacidad legislativa y no dudaría en apoyar al ministro del interior y a la Sra Cifuentes en su decisión de reprimir la disidencia social mediante la fuerza, incluso a costa de una interpretación de las leyes ampliamente decisionista y basada en el recurso a la excepción soberana como la que ha inspirado a todas luces la actuación represiva del 25.

Lo que ocurre es que, para Carl Schmitt, como para Bodin, Hobbes o el Sr. Lassalle, la soberanía se basa en la exclusión de la multitud, esto es de los individuos reales, del ámbito de la decisión pública. La multitud sólo tiene cabida en la vida pública en tanto que representada por el soberano, unificada por él como pueblo. El pueblo no es una realidad espontánea ni natural, sino el resultado de la abolición de la multitud en la representación, es decir de la sustitución de los individuos reales por las instancias de representación, individuales y colectivas que configuran al soberano. Se presume en este esquema que, una vez representados, los ciudadanos deben acatar lo que decidan sus representantes, pues al haberles otorgado su representación, han renunciado a actuar por sí mismos y aceptado hacerlo exclusivamente a través de aquellos.  Este tipo de funcionamiento  no es sólo el del Estado absolutista, sino el de las democracias liberales modernas que, desde el punto de vista institucional son herederas de la lógica representativa del absolutismo de Bodin y Hobbes. Por ello mismo, un "demócrata" como el Sr. Lassalle sólo puede ver con terror la calle "convertida en una asamblea", pues todo intento por parte de los ciudadanos de recuperar su vida política secuestrada por las instituciones representativas es necesariamente subversivo. Tanto mayor ha de ser el terror del Sr. Lassalle y de los demás partidarios del régimen actual ante una multitud informada y cada vez más politizada cuanto menos verosímil se hace a los ojos de todos la ficción de que los poderes del Estado se rigen por el interés general. En un país donde la política de los dos últimos gobiernos en favor del capital financiero ha conducido a récords de desempleo y a una liquidación acelerada de los derechos sociales y, en general, a una descomunal transferencia de riqueza de la mayoría de la población a la minoría más rica, cualquier referencia del poder al interés general suena a sarcasmo.

Por otra parte, la asimilación de multitud a masa que hace el Secretario de Estado es también sumamente desacertada. La multitud es siempre pluralidad libre, multiplicidad, variedad, mientras que la masa, la de los desfiles nazis o de los cuerpos armados militares o policiales en formación es siempre un grupo de individuos homogéneos, sometidos a un amo o a un jefe. De la multitud, con sus distintos pareceres, surge según nos refieren Maquiavelo y Spinoza, el mejor antídoto contra la irracionalidad de los gobernantes, pues es mucho más difícil que una gran asamblea decida algo absurdo que que un único gobernante lo haga. De ahí también que los actos de barbarie perpetrados por las masas se caractericen no tanto por la libertad de sus ejecutantes, como por su obediencia a un mando único. La conducta de las UIP en Madrid el 25 de septiembre responde al modelo de la masa, la pacífica y moderadísima respuesta de la multitud a las incalificables agresiones del poder a través de sus fuerzas represivas, responde al de la asamblea plural.

Digamos para concluir que lo que no ha comprendido el Sr. Lassalle es que la presencia de las multitudes en las calles no es un fin en sí, sino el principio de un proceso constituyente, un proceso que persigue una nueva institucionalidad política democrática que no prive al ciudadano de la participación política y haga imposible la supeditación de los representantes a fuerzas sociales ajenas y hostiles al interés de la mayoría. Cuando el pueblo no puede ya obedecer al soberano sin sufrir graves perjuicios, rompe el pacto político de sujeción y vuelve a ser multitud. Surge en los indivuduos que componen la multitud, en primer lugar la indignación por el mal que el poder hace a sus semejantes y a ellos mismos, en segundo lugar la desobediencia y la insurrección, produciéndose por último a consecuencia de estas últimas, la caida del régimen, pues todo poder se basa exclusivamente en la obediencia de la multitud y no en una virtud propia de los gobernantes. Un régimen que no genera obediencia, sencillamente ha dejado de existir. Aquí, lo que se habrá producido no es, como pretenden el Sr. lassalle o la Sra. Cifuentes, un golpe de Estado, que es siempre un acto interno al propio Estado, al poder constituido, sino la irrupción, siempre exterior al poder constituido, del poder constituyente, de la potencia de creación institucional de la multitud, el renacer de una democracia.




lunes, 1 de octubre de 2012

From 25S to 26S: The Bond Spread as Life Insurance


[This is a translation of a text posted last night by John Brown, on the new round of mobilisations in Spain, this time directed at the Spanish parliament. Translation courtesy of RMc. Many thanks. Published in Irish Left Review


26S. Second day of mobilisation after 25S. Today people gathered once again at Neptuno, as close as possible to Congress. There were no police baton charges. A number of infiltrators were neutralised effectively. People are still partially cutting off the flow of cars, cutting off the flow of commodities. They are also protesting against austerity and even more against the regime that imposes it, which is increasingly identified with its own immediate past: Francoism. This is something more than 15M, a 15M that has embarked on the path of deposing the regime, of the definitive erosion of its legitimacy. The first response from the regime has typically Hobbesian: first of all, it insists on its representative legitimacy (the Parliament as the Seat of Popular Sovereignty), but it quickly returns to the mythic origin of representation, presenting itself as the Great Protector of the population…confronted with itself. The Spanish government tried yesterday to renew the Mafia deal of ‘obedience in exchange for protection’ which, according to Hobbes, sums up the pact on which sovereignty is based. It did so by blatantly spreading chaos, violence, and even panic through the streets of Madrid, amid scenes that would not be out of place in those films in which extraterrestrials clad in exoskeletons try to rule the earth and indiscriminately attack the earthlings who flee in fear. It matters little whether yesterday’s violence resulted from police infiltrators or the margins of the movement: the tension had already been prepared with the barriers, the 1500 androids and the threats and insults from the different caverns across all the right-wing, including El País and the PSOE.



(Photo via Periódico Diagonal)

Despite all this, the degree of dignity and outrage among the population could be gauged yesterday in the peaceful –or rather energetic- resistance to highly unwarranted baton charges. The terror that the Spanish regime has generated in its subjects since the 18th of July 1936 is quickly dissipating. For more than a year, through the growing outrage at the widespread pillage suffered by the majority of the population, the outrage, the hate produced, according to Spinoza, by evil done to one’s peer, is proving stronger than fear. This also corresponds to the fact that the new post-Fordist forms of labour are less receptive to terror. To terrorise a cognitive, communicative, affective and social worker such as today’s worker is to openly destroy productive forces, to destroy a fixed capital that today is inseparable from living labour. That is why the threat of a coup d’état is not credible. Not even a systematic cut in internet communications is possible. A coup d’état was a disciplinary solution that was useful for the Fordist bourgeoisie; under post-Fordism we no longer see coups d’etat, but rather progressively more paranoid attempts at control and surveillance of the population. Maintaining communications flows and networks of co-operation, but monitoring them very closely. The shape of freedom must be kept intact in order for the new figure of the worker to produce.



(Photo via Periódico Diagonal)

Today, the 26th of September, people have come out onto the streets once again. Asserting that they are not afraid. As if their intuition told them that terror no longer works as a method of government. Already this morning we could see how the bond spread of the Spanish State had gone up more than 30 points. Resistance makes the bond spread go up. The bond spread indicates the way the financial markets are highly sensitive to the repressive destruction of the productivity of the new forms of labour. The impoverishment to which neoliberal neo-Francoism is subjecting the Spanish population is reflected in that spread, as is resistance to the rulers. There is resistance to the rulers when they are unable to establish with workers, with the population as a whole, a shared convention about the appropriation and sharing of value. Finance capital does not desire for populations to be reduced to ruin: it says so when this happens. It prefers, by far, to exploit its wealth. As with every form of power, the domination of finance capital is a relation, which entails a constant mediation and negotiation by the rulers with the population. The transaction entailed by private indebtedness and financial rent stopped working when the crisis broke. For this very reason, the rulers seek to impose exploitation through force, but, as we can see, this does not work either, since it produces ruin and poverty. Opening up in front of us is the material base of a new period marked by a new material constitution and a new political form.

The bond spread is today the life insurance policy of the population in revolt. The regime founded atop mass graves never had any scruples about killing during demonstrations that were aimed against it. It did so with particular brutality in the 1970s when it imposed its new avatar, the young democracy, through fear, blood and the capitulation of the mainstream left. However, from 15M until now there have been no deaths. For those who lived through the 70s it is surprising –pleasantly so- to see. This is not the result of higher moral standards, or a greater degree of civilisation on the part of this criminal regime, but rather, as pointed out before, of the fear that unrest should be reflected in the bond spread or in the rating from credit rating agencies. Today we are not afraid, because we can no longer be governed with fear. The productive multitude –Durutti knew this but today it is clearer than ever for us- is what makes the world, without it there can be no wealth, nor that mystified form of wealth that is capital. Every power is faced with a resistance, since it is a relation: capital too.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Del 25S al 26S: la prima de riesgo como seguro de vida




26S. Segundo día de movilización después del 25S. Hoy la gente ha vuelto a concentrarse en Neptuno, lo más cerca posible del Congreso. No ha habido cargas policiales. Se ha conseguido neutralizar eficazmente a algunos infiltrados. La gente sigue cortando parcialmente el flujo de automóviles, cortando el flujo de mercancías. También protesta contra la austeridad y más aún contra el régimen que la impone que, cada vez más se identifica con su propio pasado inmediato, el franquismo. Esto es algo más que el 15M, un 15M que ha emprendido la senda de la destitución del régimen, de la erosión definitiva de su legitimidad.

La primera respuesta del régimen ha sido típicamente hobbesiana: en primer lugar, insiste en su legitimidad representativa (el Parlamento como Sede de la Soberanía Popular), pero enseguida regresa al origen mítico de la representación presentándose a sí mismo como el Gran Protector de la población... frente a sí misma. El gobierno español intentó ayer renovar el intercambio mafioso de "obediencia a cambio de protección" que, según Hobbes, resume el pacto en que se funda la soberanía. Lo hizo generando descaradamente caos, violencia e incluso pánico en las calles de Madrid con escenas dignas de esas películas en que unos extrataerrestres cubiertos con un exoesqueleto intentan dominar la tierra y atacan indiscriminadamente a los terráqueos que huyen despavoridos. Que la violencia de ayer procediera de infiltrados policiales o de márgenes del movimiento tiene poca importancia: la tensión estaba ya preparada con las barreras, los 1500 androides y las amenazas y descalificaciones  de las distintas cavernas de todas las derechas, incluidos el País y el PSOE.

A pesar de todo, el grado de dignidad e indignación de la población se pudo medir ayer en la pacífica -o más enérgica- resistencia a unas cargas ampliamente injustificadas. El terror que desde el 18 de julio del 36 genera el régimen español en sus súbditos está disipándose rápidamente. Desde hace un año, de mano de la creciente indignación por el pillaje generalizado que sufre la mayoría de la población la indignación, el odio producido según Spinoza por un mal hecho a un semejante, está siendo más fuerte que el miedo. Esto responde también al hecho de que las nuevas formas de trabajo postfordistas son menos receptivas al terror. Aterrorizar a un trabajador cognitivo, comunicativo, afectivo, social como es el trabajador actual es abiertamente destruir fuerzas productivas, destruir un capital fijo que hoy es inseparable del trabajo vivo. Por eso la amenaza de un golpe de Estado no es creible. Ni siquiera es posible un corte sistemático de las comunicaciones de Internet. Un golpe de Estado era una solución disciplinaria útil para la burguesía fordista; en el postfordismo no vemos ya golpes de Estado, sino intentos cada vez más paranoicos de control y vigilancia de la población. Mantener los flujos de comunicación y las redes de cooperación, pero vigilándolos muy estrechamente. La forma de la libertad debe mantenerse intacta para que la nueva figura del trabajador produzca.

Hoy, 26 de septiembre,  la gente ha vuelto a salir a la calle. Afirmando que no tiene miedo. Como si intuyera que el terror ya no funciona como método de gobierno. Ya por la mañana pudimos ver cómo la prima de riesgo del Estado español subía más de treinta puntos. La resistencia hace subir la prima de riesgo. La prima de riesgo indica la gran sensibilidad de los mercados financieros a la destrucción represiva de la productividad de las nuevas formas de trabajo. El empobrecimiento al que somete el neofranquismo neoliberal a la población española se refleja en esa prima, la resistencia al mando también. Hay resistencia al mando cuando este es incapaz de establecer con los trabajadores, con el conjunto de la población, una convención compartida sobre la apropiación y el reparto del valor. El capital financiero no desea la ruina de las poblaciones: la constata cuando esta se produce. Prefiere, con mucho, explotar su riqueza. Como toda forma de poder, la dominación del capital financiero es una relación que supone una constante mediación y negociación del mando con la población. La transacción que supuso el endeudamiento privado y la renta financiera ya no funciona desde que estalló la crisis. Por ello mismo, el mando intenta imponer la explotación por la fuerza, pero, como podemos ver, esto tampoco funciona, pues produce ruina y pobreza. Está abriéndose ante nosotros la base material de un nuevo período marcado por una nueva constitución material y una nueva forma política.

La prima de riesgo está siendo hoy el seguro de vida de la población rebelde. El régimen fundado en las cunetas nunca tuvo ningún escrúpulo en matar durante las manifestaciones dirigidas contra él. Lo hizo con particular brutalidad en los años 70 cuando se impuso su nuevo avatar, la joven democracia, por el miedo, la sangre y la claudicación de la izquierda mayoritaria. Sin embargo, desde el 15M hasta aquí no ha habido ningún muerto. Para quien ha vivido los años 70 sorprende -gratamente- comprobarlo.  Esto responde no a una mayor altura moral, ni a un mayor grado de civilización de este régimen criminal, sino como antes se había señalado, al temor a que la conflictividad quede reflejada en la prima de riesgo o en la nota de las agencias de calificación de la deuda. Hoy no tenemos miedo, porque ya no se nos puede gobernar con el miedo. La multitud productiva, -esto lo sabía ya Durruti pero hoy está más claro que nunca para todos nosotros-, es la que hace el mundo, sin el cual no es posible la riqueza, ni esa forma mistificada de la riqueza que es el capital. Todo poder se enfrenta a una resistencia, pues es relación: el capital también.

domingo, 23 de septiembre de 2012

El 25S en sus límites: el ajedrez y el go



Nos acercamos, peligrosamente, a la fecha anunciada. El 25S, desde antes del verano, se había convertido en un símbolo. Si las asambleas del 15M habían permanecido centradas en la Puerta del Sol, centro histórico de Madrid, siempre, salvo alguna breve incursión, se mantuvieron prudentemente alejadas del muy cercano Congreso de los Diputados. El 15M respetaba así un tabú: por mucho que afirmase que al régimen actual "lo llaman democracia y no lo es", y que los diputados y gobernantes "no nos representan", evitó cuidadosamente un enfrentamiento directo con el símbolo de la "representación del pueblo". Por un lado, no ignoraban las asambleas y comisiones del 15M que gobierno y parlamento son instrumentos de un poder de clase, y que por consiguiente, gobiernan y legislan en favor del 1%. Tampoco ignoraban que ese gobierno y esa actividad legislativa favorables al 1% se ejercen "en nombre del pueblo". La representación moderna, en efecto, hace al pueblo, lo constituye unificando a los múltiples individuos bajo un mando. No hay pueblo sin representación y sin mando, no hay pueblo sin exclusión de la vida política de los individuos que componen la multitud objeto de gobierno. El pueblo es la multitud representada, unificada, sustituida por una figura unificada (el "pueblo") y sometida a un mando. EL 15M, aun habiendo entendido esto en buena medida, no llegó a traducirlo a la práctica, no llegó a comprender hasta las últimas consecuencias que el parlamento que sustituye y manda a la multitud, que la priva de existencia política, no puede ser un interlocutor para sus reivindicaciones. Los iniciadores del 25S, primero como propuesta anónima y clandestina, luego como asamblea abierta y transparente, comprendieron bien esta limitación del 15M que se traduce en términos de geografía urbana madrileña en la imposibilidad de atravesar el muro imaginario -y últimamente también material y represivo- que separa a la multitud y su proyecto constituyente de la institución central de la vieja legitimidad capitalista representativa que el propio movimiento cuestiona con su propia existencia y con sus acciones.

A pesar de la intensa campaña de descalificaciones contra la iniciativa del 25S, a pesar de la intimidación por parte del aparato represivo del régimen de las personas más visibles en su promoción y organización, que ya se ha traducido en detenciones e identificaciones e incluso en actuaciones judiciales, habrá probablemente mucha gente el 25S alrededor del Congreso. Es mucha la indignación existente, mucha la voluntad de romper con el poder existente, mucha también, debido al paro masivo generado por la crisis-saqueo, la gente disponible para manifestarse un martes en horario laboral. Esto es lo probable, pero no se puede adivinar qué efectos tendrán la intimidación y la represión sobre el nivel de resistencia de la población. Por esto mismo, no hay que dramatizar si no hay mucha participación. A pesar de las intenciones, sobre todo iniciales, de los promotores del 25S, centradas en la disparatada idea de una "toma", "toma del Congreso",o incluso de una "toma del poder", lo que está en juego el 25S no es nada de eso. Las asambleas que han tomado en sus manos con valor cívico y transparencia la organización del 25S han pasado de la terminología de la toma a la del asedio, de la del asalto a la del agotamiento del adversario. Ya no se trata de dar "jaque mate" al régimen, de escenificar como se hace en el ajedrez un enfrentamiento decisivo que pone término a la partida. Este enfrentamiento decisivo nunca tendrá lugar, pues jamás habrá un asalto al parlamento ni ninguna toma del poder. De lo que se trata el 25S, no es de tomar el Congreso, sino de mostrar que ya ha sido tomado y que lo ha sido por fuerzas que nada tienen que ver con la democracia como son la banca y, en general, el capital financiero. La partida ya no puede ser una partida de ajedrez, sino una partida de otro juego que no pertenece a la tradición occidental, el "go".

Existen dos maneras fundamentales de concebir la guerra: de manera muy resumida pueden calificarse como la clausewitziana y la taoista. La primera deriva su nombre del gran estratega prusiano Carl von Clausewitz, autor de un clásico tratado "De la Guerra" (Vom Krieg). Si Napoleón, afirmaba que "nada deseo más que una gran batalla", Clausewitz sostenía en un artículo de 1805 sobre la estrategia del general Von Bülow, que "la estrategia no es nada sin la batalla, la batalla es la materia bruta con la que trabaja, es su medio de acción". Esto es hasta tal punto cierto que Clausewitz comparará en De la Guerra (Libro I, capítulo 2) la batalla final con el ajuste de cuentas comercial por el que concluye una trasacción: "La decisión mediante las armas representa para toda operación de guerra, sea esta grande o pequeña, lo que el pago en efectivo representa en las transacciones financieras". A esta doctrina, aún hoy dominante en Occidente se contrapone la doctrina taoista cuya más famosa exposición se encuentra en el tratado El arte de la guerra del general y filósofo chino Sun Tzu (siglo VI aC), aunque ya importantes elementos de ella se encuentran en el Tao Te King de Lao Tzu (siglo VI aC). En este último libro, el principal del canon taoista, se afirma a propósito de la guerra: "El arte militar enseña: «No debo empezar primero, tengo que esperar. No debo atacar avanzando siquiera una pulgada, sino que, por el contrario, me alejo un pie. Esto se llama actuar sin acción, vencer sin violencia. En este caso, no habrá enemigo y puedo evitar malgastar fuerza.¡No hay peor desgracia que odiar al enemigo!
¡Odiar al enemigo es el camino que lleva a la pérdida de mi más precioso Tao! Así que, las batallas las ganan aquellos que las evitaron." (Tao Te King §69). Sun Tzu, en su tratado sobre la guerra sostendrá asimismo que "Generalmente, la mejor política en la guerra es tomar un estado intacto; arruinarlo es inferior. Capturar el ejército enemigo entero es mejor que destruirlo. Tomar intacto un regimiento, una compañía o un escuadrón, es mejor que destruirlo. Conseguir cien victorias en cien batallas no es la medida de la habilidad: someter al enemigo sin luchar es la suprema excelencia.
De este modo, lo que es de máxima importancia en la guerra es atacar la estrategia del enemigo. Lo segundo mejor es romper sus alianzas mediante la diplomacia. En tercer lugar viene atacar a su ejército. Y la peor de todas las estrategias es atacar ciudades." (Sun Tzu, El arte de la guerra, Capítulo 3). Lo que nos enseña la doctrina taoista es una guerra que evita la batalla y la destrucción, en la que la victoria es el resultado de la capacidad de anticipación y de la flexibilidad, una guerra en la que el ejército vencedor es el que mejor emula al agua: "Ahora, un ejército puede ser semejante al agua, pues al igual que el agua que fluye evita las alturas y se dirige al llano, un ejército debe evitar la fuerza y atacar sobre la debilidad. Y al igual que el agua fluye y toma forma de acuerdo con el terreno, así un ejército se dirige a la victoria de acuerdo con la situación del enemigo. Igual que el agua no tiene una forma constante, no hay condiciones constantes en la guerra. Al que es capaz de conseguir la victoria modificando sus tácticas de acuerdo con la situación del enemigo, bien puede llamársele divino." (Ibid. Cap.6).

Dos juegos, el ajedrez y el go ejemplifican estas dos maneras de entender la guerra -y la política. El ajedrez persigue, como se sabe, la muerte del rey, el jaque mate (del árabe "Shah mata": el emperador (Shah en persa) ha muerto). El objetivo del ajedrez es llegar a una batalla última y decisiva en que, liquidando al rey, se tome el lugar del poder. En el go, en cambio, el objetivo es el siguiente:
" hacer más puntos que el contrario. Los puntos se consiguen cercando territorio (intersecciones) en el tablero con las piedras propias o capturando las piedras del oponente." La partida concluye de esta sorprendente manera: "Cuando los jugadores no encuentran ninguna jugada que aumente su territorio, reduzca el de su oponente, o capture algunas piedras, pasan su turno, cuando los dos pasan consecutivamente la partida ha terminado y se procede a contar los territorios de cada uno." A diferencia del ajedrez, no hay enfrentamiento decisivo, sino que todo el juego consiste en reducir el territorio y la movilidad del adversario sin llegar a destruirlo, aumentando al mismo tiempo el territorio y la movilidad propios.



Cuando el poder se entiende como relación, nunca hay una jugada definitiva, ni una toma del poder. Una relación no se "toma", sencillamente porque, a pesar se siglos de ideología teológico-política que ha pretendido en Occidente lo contrario, el poder no es una cosa. Como nos enseñan el juego del "go" y la propia realidad la única realidad del poder es la correlación de fuerzas. No hay nunca ningún poder absoluto, ni ningún poder sustancial. Creo que hay que liberarse de algunos de los fantasmas sustancialistas que envuelven la percepción del 25S y de los que la izquierda sigue presa. Que el poder los tenga es perfectamente comprensible, pues él juega a ese juego: que el poder es algo que ellos tienen y que amenazamos con quitarles. No hay mejor prueba de que el poder vive en ese fantasma que la absurda jaula con que está rodeando ahora mismo el Congreso de los diputados, cercándolo del mismo modo que los ricos de los países pobres protegen su propiedad mediante murallas, vigilantes y cámaras.


Para ellos el poder es un bien que puede y debe protegerse del asalto de quienes no lo tienen, a costa incluso de quedar presos de sus propios recintos y dispositivos de seguridad. Del lado de la población que se rebela frente al régimen, se entiende menos que persista esa creencia en la sustancialidad del poder, pues de la población -de nosotros- depende que el poder exista. El poder sólo existe por la reproducción de nuestra obediencia a una minoría que ejerce el mando. El poder existe gracias a la obediencia. Desde este punto de vista, no hay poder que tomar, sino una relación de poder que puede y debe modificarse para debilitar e incluso disolver el mando. Esta acción sobre la estrategia del adversario ha venido desarrollándose desde el 15 de mayo de 2011 y seguirá después del 25S, hasta la caída del régimen. Un régimen no se destruye en un sólo día mediante un ataque frontal, se mina desde dentro de su relación constitutiva mediante la desobediencia y la autoorganización. Como en el asedio de Jericó, habrá que dar muchas vueltas alrededor del Congreso, evitando cuidadosamente los enfrentamientos decisivos a los que -probablemente- nos invite el propio poder, hasta que este caiga atronado por las poderosas trompetas de la indignación masiva. En Portugal, la última jugada de la partida de go, ha dado sus primeros resultados. Sigue la partida, sigue el cerco del adversario hasta que este se disuelva igual que un mal sueño se disipa con el despertar..

lunes, 3 de septiembre de 2012

Lo que está pasando en España

    [ Esta es mi contribución al informe-colmena elaborado en red por un grupo de compañeros y compañeras de distintas sensibilidades (Jónatham Moriche, Jorge Moruno, Ramón Espinar, Pablo Bustinduy, José Luis Carretero Miramar, Jesús Gómez Gutiérrez, Lola Matamala y un servidor) para aportar una visión alternativa a la situación económica, política y cultural española actual. Puede leerse en inglés (en traducción de Richard McAleavey) en el blog Cunning Hired Knaves  y en castellano en Rebelión ]

Lo que hoy pasa en España es el fin de una etapa histórica marcada por la ilusión de que fuese posible construir una democracia sobre un paisaje de fosas comunes y un pasado de terror. La coyuntura de crisis pone un término a esa ilusión. La coyuntura de crisis es el momento en que un todo social sobredeterminado puede deshacerse: cada uno de los elementos tiene su propia temporalidad, su propio ritmo de reproducción o descomposición, pero cada vez se hace más improbable que unos y otros elementos del todo se sostengan recíprocamente articulando un sistema. Nada garantiza que esto sea el fin, como tampoco existen garantías de que el orden anterior perviva. Son varios los planos en que la crisis se materializa. En primer lugar tenemos una erosión de la legitimidad del régimen. La recuperación de la memoria histórica, el profundo desgaste del bipartidismo, la corrupción generalizada cuyo símbolo es una monarquía que aparece a la vez como vértice de un sistema de expolio y como heredera del franquismo, hacen que sectores cada vez más amplios de la población perciban el sistema político no como una democracia en la que tienen su voz, sino como un régimen que gobierna al margen de ellos e incluso contra ellos. Este problema de legitimidad afecta también al sistema económico, que, paralelamente al político, ha frustrado las expectativas de futuro de numerosos sectores y de varias generaciones, en particular las más jóvenes, liquidando el Estado social, imponiendo unos niveles extravagantes de desempleo, atacando salarios y pensiones. La ilusión de vivir en una democracia se pierde hoy por los mismos sumideros que la esperanza de vivir en un sistema donde todos pueden disfrutar de la prosperidad general. El ciclo neoliberal se cierra así en España como una crisis política y una crisis económica y social. Ambas crisis son inseparables por motivos que vienen de lejos, pues el régimen español de la Reforma fue el que abrió las puertas al neoliberalismo. Se da en el país ibérico la aparente paradoja de que un proceso democratizador estableciera un modelo de acumulación capitalista que sólo la dictadura (Pinochet en Chile) o poderes autoritarios (Reagan o Thatcher) pudieron introducir en otros países. Esto, sin embargo, es de nuevo una ilusión, pues el hecho de que no hubiera en ningún momento una ruptura con el régimen del 18 de julio permitió al mando capitalista recurrir a la acumulación originaria de terror franquista, cuyo recuerdo fue avivado en los años de la Transición por varios centenares de muertes a manos de la policía y de la extrema derecha. La peculiar versión española de la estrategia del shock neoliberal se explica así como una acción del trauma del pasado sobre la realidad posterior. La novedad de la crisis actual es que el miedo que permitió unir neoliberalismo y persistencia del franquismo bajo formas « democráticas » está disipándose tal vez de manera definitiva. Ha sido necesario un fracaso social masivo del neoliberalismo para que se hiciera visible el conjunto de la trama del régimen español, que se presenta cada vez más abiertamente como un gobierno basado en el saqueo, como una cleptocracia con un espantoso pasado que hoy rezuma de las cunetas y patentiza su indecencia en la figura de sucesor a título de rey del anterior y muy sanguinario jefe del Estado. Hizo falta para entender todo esto y encarar un proceso constituyente que lo imposible se hiciera realidad un 15 de mayo de 2011.

Un diálogo sobre el poder y la "toma del poder"

Reproduzco en esta entrada el diálogo con Íñigo Errejón mantenido en Facebook a propósito del artículo ¿Contrapoder o toma del poder? publicado en Kaosenlared por Violeta Benítez, militante de En Lucha/En lluita. Me permito reproducir este diálogo en cuanto dio pie a una respuesta por mi parte más larga de lo previsto y de lo habitual en el contexto de Facebook, que conviene enmarcar.

1. Mi primera respuesta al artículo:

Decís: "Si no tomamos el poder, jamás podremos destruir el capitalismo. Hemos de ser conscientes de que el sistema posee un gran aparato represor, bien organizado y estructurado, que si no es destruido será utilizado en nuestra contra en cuanto sienta que sus cimientos se tambalean." No sé cómo demonios pensáis "tomar" una relación. El poder, por mucho que os empeñéis, no es una cosa que tiene otro y que se le puede quitar: es una relación con el otro que conviene en determinadas circunstancias modificar o disolver. La Ilusión del poder como cosa, como sustancia, es uno de los efectos perversos del dispositivo estatal sobre los dominados. Tomar el poder, o mejor dicho, creer que se toma el poder es la mejor forma de perpetuarlo. El Estado, que no es sino un conjunto de aparatos que reproducen el orden existente, produce entre otros efectos de sumisión -sujeción- la ilusión de que existe. Sin embargo, toda la tradición materialista muestra que el Estado es mera apariencia: el todo de la sociedad por encima de la lucha de clases que pretende ser el Estado no existe, como no existe tampoco ningún poder situado por encima de la fractura de la sociedad por la lucha de clases. Quien pretenda haber tomado el poder, tendrá en su mano una sombra, un fantasma, y no habrá modificado ni aún menos destruido la relación de poder realmente existente.

2. Respuesta de Íñigo Errejón


Compa,

¿por qué escribes "decís"? yo no tengo nada que ver con el artículo ni la organización de la autora.

El texto le entra a la cuestión del poder, que es en mi opinión un tema tan central como sorprendentemente ausente en las discusiones de unas izquierdas que evitan los temas complicados.

No sitúa mal algunas cuestiones, aunque es un tanto ramplón.

No estoy de acuerdo en todo caso en que el estado sea mera apariencia: sus aparatos regulan importantes parcelas d ela vida de la gente, y ocupar esos espacios otorga una capacidad clave de seducir e imponer a unos u otros grupos sociales.

En todo caso, el desarrollo de una u otra práctica no son contradictorias ni mucho menos excluyentes,sino que se dan en paralelo cuando el control del Estado, o al menos de la parte del mismo conquistable democráticamente, está en manos de una fuerza que trabaja para abrir y no cerrar compuertas. Aquí el poder popular se construye desde las instituciones existentes y construyendo otras, pero es posible sólo porque el gobierno lo tiene el movimiento popular y no las élites.

Abrazo!

3. Mi respuesta aclaratoria
Querido Íñigo: 

Escribí "decís" en relación a los autores y olvidé cambiar la redacción al compartir el texto y mi comentario. No te estoy, por lo tanto, interpelando en cuanto al contenido. Cuando afirmo que el estado es mera apariencia, me refiero al efecto ideológico Estado, a la forma Estado, tal y como quedan tematizados en la filosofía política clásica de raiz hobbesiana. En este contexto, el Estado trasciende a las relaciones sociales y se presenta como una cosa distinta de la sociedad, al margen de ella. El Leviatán y sus sucesores teóricos rousseaunianos y hegelianos se presenta a sí mismo como una sustancia, como una cosa, por encima y más allá de las relaciones y los conflictos sociales. 

Lo que yo intento defender es otro punto de vista, desarrollado por la tradición política materialista de Maquiavelo a Marx y que culmina en Althusser y Foucault: el Estado no es ninguna entidad transcendente, sino un conjunto de aparatos y dispositivos de poder, un conjunto cuya aparete totalización es efecto de sus dinámicas de subjetivación. Los aparatos de Estado (aparatos represivos como el militar o el policial, aparatos ideológicos como el escolar o los religiosos, aparatos políticos, en gran medida ellos también ideológicos, aparatos biopolíticos como el médico o el psiquiátrico, aparatos sindicales que perpetúan y legitiman la condición salarial etc.) crean obediencia, sujetan y subjetivan a la vez a los individuos. Esa obediencia que cada aparato genera de distinta manera acaba por traducirse en cada uno de nosotros en la figura imaginaria de un orden total de la sociedad, de un orden político y jurídico universal más allá de los conflictos y relaciones. 

Ahora bien, en la realidad efectiva (realtà effettuale por usar los términos de Maquiavelo que recoge Gramsci) el Estado no es distinto de la "sociedad civil", esto es del conjunto de relaciones y conflictos que forman la trama de la sociedad, dentro de la cual operan los distintos aparatos de Estado y los distintos dispositivos de poder. Me parece importantísimo deshacerse de la ilusión del Estado como sustancia, como una cosa que se puede coger, del poder de Estado como algo que puede tomarse. La idea de toma del poder forma parte de la ideología representativa que sirve de trasunto a la teoría moderna/burguesa del Estado, pues sólo mediante una lógica de la representación puede una sociedad dividida y en conflicto representarse a sí misma como unificada por un soberano. 

No niego por ello la necesidad de intervenir en esa esfera imaginaria y de jugar a/con esta ficción mientras subsistan la sociedad de clases y la forma Estado, pero afirmo que toda consideración sustancialista del poder y del Estado conduce a efectos indeseables para un movimiento de emancipación social. Apoyo, sí, sin restricciones la campaña electoral de Chávez en Venezuela y los esfuerzos de Syriza por acceder al gobierno en Grecia; no por ello considero ni que Chávez y el movimiento bolivariano "tengan" el poder en Venezuela ni que Syriza, llegando al gobierno vaya a tomar el poder. En ambos casos, el interfaz representativo de los movimientos sociales puede modificar la correlación de fuerzas en favor de las mayorías sociales, pero sólo la persistencia de estos, su disputa del poder en todos y cada uno de los aparatos de Estado y de las instancias constitutivas de sus formaciones sociales respectivas puede llevar a una modificación de la situación real. 

La cuestión del poder es una cuestión plural, pues el poder se dice de muchas maneras, es una cuestión también relacional, pues más allá de las relaciones concretas de poder, el poder es mera ilusión -generada por el propio poder-. En la pluralidad de las relaciones de poder efectivas se juega la hegemonía, pero la hegemonía es lucha de clases, no ilusión universalista/abstracta de un poder único y absoluto (no relacional). Si para algo sirve la ilusión del poder uno y universal es para reproducir el principal efecto ideológico que sirve de marco a la dominación capitalista: la aparente separación propia del capitalismo entre la explotación y la dominación política. Marx nos enseña que esta separación es meramente ilusoria y que el Estado es una mera "excrecencia" de las sociedades de clases que desaparecerá junto a ellas. Vale la pena tener presente este hermoso texto de los Cuadernos etnográficos del viejo Marx: "la aparente existencia suprema del Estado es ella misma sólo aparente (scheinbar) y [...] éste, en todas sus formas, es una excrecencia de la sociedad (excrescence of society); del mismo modo que su apariencia fenoménica (Erscheinung) se produce en un nivel determinado del desarrollo de la sociedad, del mismo modo esta vuelve a desaparecer en cuanto la sociedad alcanza una etapa que hasta ahora no ha alcanzado." (in. Lawrence Krader, The Ethnological Notebooks of Karl Marx, Van Gorcum, Assen, 1974, p. 329). En el momento histórico en que la hegemonía del capital financiero está deshaciendo ante nuestros ojos esta ilusoria separación y mostrándonos a las claras el carácter de clase de los distintos aparatos de Estado en unos Estados que se han convertido en instrumentos de cobranza de la deuda financiera, me parece suicida retomar las viejas temáticas hobbesianas (caras a muchos sectores de la izquierda) del poder "uno" y de la representación "legítima". Todo esto no me impedirá alegrame de la nueva y muy probable victoria electoral del compañero Hugo Chávez ni tampoco propiciar una dinámica "bolivariana" en Europa, pero sí me obliga a reiterar el viejo consejo materialista de Louis Althusser: "ne pas se raconter des histoires" (no contarse cuentos) y aún menos el cuento triste y horrendo del Leviatán. También me obliga esto a ser cauto en cuanto a los efectos ideológicos y prácticos de la -necesaria- autonomización del interfaz representativo. Son inevitables, pero no todos ellos son deseables. 

Creo que ya es hora de que las izquierdas dejen de evitar -como bien dices- "los temas complicados". Un fuerte abrazo. Seguimos en la lucha y en el muy necesario trabajo de pensamiento que debe acompañarla. JD