viernes, 10 de febrero de 2017

El virus de Podemos

Me presento como candidato al Consejo Ciudadano Estatal de Podemos por la lista Podemos en Movimiento. Al tiempo que agradezco la confianza puesta en mí por los compañeros y amigos de esa excelente lista, tengo que recordar que mi presencia en una lista no es algo que en sí me guste. El que una organización como Podemos tenga en su seno tendencias de opinión me parece sano y necesario, lo cual no significa que en los procesos de toma de decisiones estas tendencias tengan que comportarse como partidos internos enfrentados por la captación del voto y con un solo objetivo: gnar, ganar frente e incluso contra los otros. Si el ciclo 15M-Podemos aportó algo de positivo a nuestra educación política democrática, es su enseñanza de que la política puede y debería seguir otros cauces que los del enfrentamiento entre partidos oligárquicos que persiguen captar el voto, y que los procesos de decisión colectiva deben primar sobre cualquier elección.

Podemos se creó para poder instilar el virus democrático incubado en las plazas y las asambleas dentro de las esferas mediática y representativa, produciendo así efectos disruptivos en las dinámicas antidemocráticas y absolutistas propias de estos ámbitos. Con ello se esperaba convertir la potencia de la indignación social en poder constituyente. La operación de instilación del virus Podemos era, sin embargo, sumamente delicada: requería un gran tacto a la hora de actuar en los ámbitos mediático y político, pues tanto los medios como el sistema político están ahí para secuestrar y neutralizar la capacidad de expresión y de decisión democrática de los ciudadanos. Estos dos aparatos de Estado funcionan en el marco de una relación unidireccional de control o de mando de la multitud. Los medios no admiten réplica y bombardean a la población con sus mensajes. Las instancias políticas, parlamentos, gobierno, etc. están, por su lado, basadas en la representación, pero esta representación a su vez reposa en un mandato libre: cuando voto por un diputado este tiene individual -y colegiadamente en el seno del parlamento- un derecho absoluto a actuar en mi nombre y ninguna obligación de atenerse a un programa. En otros términos, un diputado en una democracia representativa es un átomo de poder absolutista.

El único remedio efectivo contra ese mal hubiera sido mantener a los representantes de Podemos en los medios y las instituciones atados por la obligación de atenerse a una línea debatida y elaborada colectivamente y de someterse a un control permanente de los representados. Esta necesidad debería haberse reflejado en el ámbito organizativo, pues el control de los representantes debía ser ejercido por órganos de participación democrática y de debate y deliberación colectivos que ya existían en Podemos: los círculos. Sin embargo, estos fueron prácticamente liquidados por el esquema organizativo de Vistalegre I en favor de estructuras burocráticas emanadas de los representantes, que reforzaban el control de los representantes sobre la propia organización. De este modo, se produjeron dos efectos negativos para la intención inicial de Podemos: 1) la completa autonomización de los representantes dentro de los aparatos de Estado, esto es su plena integración en estos últimos, y 2) la introducción de las estructuras absolutistas por las que se rige normalmente la esfera representativa dentro de la propia organización. Si en la esfera política del Estado capitalista democrático puede decirse: "la voz del pueblo es su voto; cuando el pueblo ha votado se calla", lo mismo puede afirmrse de la vida interior de Podemos.

La hiperrepresentación mediática e institucional genera una despolitización masiva, pues aleja a las personas de la toma de decisión política, limitando la intervención del ciudadano a una mera elección entre uno u otro representante, tras la cual el elector debe regresar a sus actividades privadas dejando la vida pública en manos del representante que no tarda en considerar la actividad pública como su propiedad exclusiva. De este modo se constituyen las "clases políticas", con todos los riesgos de corrupción y derivas liberticidas que siempre suponen. La despolitización de masas y la necesaria elección entre diversas opciones o líderes excluye toda posibilidad de debate y de toma de decisiones colectivos y crea una polarización que nada tiene que ver con contenidos políticos u objetivos estratégicos, sino con los intereses propios de las oligarquías representativas en liza, que pueden resumirse en uno principal: perpetuarse. Así, dentro de Podemos, independientemente de toda auténtica diferencia estratégica, los dos bandos escindidos de la antigua -y despótica- dirección de un partido devenido empresa, se enfrentan por recabar apoyos en una campaña de invectivas vacías. A lo que asistimos, en ausencia de auténtico debate colectivo, es a una lucha de prestigio entre jefes en la que se juega el control del aparato, una lucha en el vacío, pues lo único que cuenta en ella es la oposición entre Uno y Otro.

En este ambiente viciado en el que el virus del Estado ha quedado inoculado en Podemos, Podemos en Movimiento se presenta como un anticuerpo, con ánimo de recuperar las estructuras democráticas y participativas iniciales y de superar la fase autorreferencial de la organización. Un Podemos democrático y activo será indispensable como arma contra los intentos de legitimar la imposición de la crisis y sus resultados a la población, en otros términos, de representar la crisis. La representación y legitimación de esa maniobra de expropiación masiva de la población que es hoy la "crisis" ha sido hasta hoy bloqueada por la irrupción de Podemos, a pesar de su despotenciamiento interno. Sin embargo, ese bloqueo no puede mantenerse indefinidamente y hay fuerzas que pugnan por superarlo e imponer una restauración del mando capitalista con formas que pueden ser las de una democracia oligárquica y corrupta, como las del PP o el PSOE, o directamente autoritarias. Solo la extensión de la brecha abierta en las revueltas contra la crisis de hace cinco años, tanto en España como en otros puntos de Europa y del planeta, puede permitirnos poner en marcha un proceso constituyente que conduzca a la recuperación de la democracia y de los comunes. Si lo conseguimos, con Podemos y una amplia constelación de fuerzas que no se reconocen necesariamente en Podemos, el virus de la democracia de los comunes podrá seguir su labor constituyente.

miércoles, 1 de febrero de 2017

C17. (Des)Encuentros en Roma sobre el comunismo

C17. (Des)Encuentros en Roma sobre el comunismo

(Publicado en el blog amigo Anarquía Coronada)








Hacía frío en Roma este mes de enero. Esta del C17 es otra Roma, no ya la del visitante o del turista, sino la de quien tiene un apretado programa de trabajo en el marco de un acontecimiento pletórico de actividades que dejaba poco tiempo para el descanso de la atención. Los organizadores quisieron reunir, en este año del centenario de la Revolución rusa a un importante ramillete de pensadores y de activistas que tuvieran algo que decir sobre la experiencia del comunismo y sus perspectivas actuales. Puede afirmarse que lo consiguieron en gran parte : allí estaban muchos de los que tenían que estar. No todos. El acontecimiento constaba de dos formaciones, talleres y conferencias y de cuatro grandes ejes temáticos : quiénes son los comunistas, poderes comunistas, crítica de la economía política y comunismo de lo sensible. El formato de los talleres debía haber permitido algo de debate, aunque este se redujo a algún brevísimo intercambio ; el de las conferencias, por su lado, hacía imposible todo debate, pues las intervenciones, numerosas e interesantes, ocupaban todo el tiempo sin dejar lugar a la más mínima discusión ni siquiera entre oradores.

Se expresaron en la conferencia distintas perspectivas, desde las más desencantadas o nostálgicas, como la de Mario Tronti y otros exponentes de la experiencia comunista mayoritaria dominada por la autonomía de lo político, hasta las de los irreductibles de la autonomía como Toni Negri, Oreste Scalzone o Paolo Virno que introdujeron ciertas notas de optimismo en oposición a un clima marcado por la toma de posesión de Donald Trump y otros triunfos de las fuerzas oscuras. El previsible catastrofismo de Bifo también estuvo presente. De particular interés fueron algunas contribuciones procedentes de los márgenes -foucaultianos- del marxismo como la de Laval y la de Dardot (por una vez por separado) que aportaron una perspectiva más microfísica en contraste con las concepciones molares del poder características de muchas corrientes marxistas más ortodoxas. Destaca también por su originalidad la intervención de Morgane Merteuil, una trabajadora del sexo francesa, de inspiración a la vez althusseriana y feminista que incidió en la centralidad de la cuestión femenina en la lucha por el comunismo y en el rechazo de todo feminismo de Estado. En general, las perspectivas centradas en un socialismo de Estado fueron escasas y marginales y lo que dominó fue la crítica del Estado. La defensa de un « socialismo burocrático » que hizo Slavoj Zizek en una intervención por vídeo, la defensa del gobernismo (« hoy todos somos gobernistas ») por parte de Mario Tronti o el toque final del coloquio, la poco realista defensa de la actuación de Podemos y los municipalismos españoles como fuerzas de participación democrática « dentro del Estado y contra él » realizada por Marcelo Expósito, fueron excepciones en un contexto donde la crítica materialista del Estado era un presupuesto compartido. De ahí, que el « populismo », último avatar de la exacerbación de la representación y del estatismo fuera criticado con frecuencia.



Reivindicar hoy el momento Octubre tiene hoy un sentido ambiguo : por un lado hay algo de nostalgia en este ejercicio, voluntad de no renegar de lo que fue la gran victoria del comunismo en el siglo XX, ni de la totalidad de lo que esa victoria supuso en su institucionalización como régimen soviético ; por otro, Octubre, muestra aún hoy la posibilidad de la ruptura con el orden capitalista. La misma ambigüedad esencial afecta al propio significante « comunismo », hoy inseparable de la experiencia de un fracaso colosal, pero a la vez la mejor expresión de un proyecto de lucha por un mundo libre y común a todos. Es fuerte la tentación de desembarazarse de la historia, de liquidar las pesadillas totalitarias asociadas al nombre « comunista », pero con ello existe el riesgo de abandonar el otro aspecto : el proyecto de otra sociedad. Con la historia se juega siempre entre dos abismos, entre la tentación de hacerla buena, de justificarla, incluso en sus horrores, y la de abandonarla privando al hoy de experiencia, de continuidad, incluso de nombre. La crisis del marxismo, tuvo como síntoma, como recordó Zizek en el C17 y ya había sostenido Althusser en 1976, su incapacidad de aplicar una concepción de la historia en términos de lucha de clases a sus propias organizaciones y a los Estados que se dijeron o dicen aún « socialistas ». Existió en el marxismo un punto ciego que determinó esa invisibilidad de los sujetos del proceso a sí mismos. No habrá continuidad del movimiento comunista mientras no se haya generado un análisis materialista riguroso de las realidades políticas -a menudo exacerbaciones de las tendencias liberticidas y absolutistas del Estado capitalista- que revistieron el nombre de « socialismo » o « comunismo ». El saber sobre esa historia es una necesidad estratégica imperativa si se quiere evitar toda una serie de derivas que repiten hoy -a menudo inconsciente e involuntariamente- los pasos de los socialismos estatalistas y los populismos de Estado. Tal es la condición necesaria para superar ese « techo de cristal » de las plazas, del 15M, Occupy o Tahrir, o el enquistamiento institucional de las expresiones representativas de estos movimientos.

Las cuestiones del Estado y del partido siguen siendo centrales. Hay que hacer algo con el Estado, no basta ignorarlo y plantear un simple éxodo, ni afirmar la necesidad de su « destrucción », o de su « toma ». Numerosas intervenciones hicieron bien en recordadr que el comunismo es liberación del Estado, no constitución de un Estado libre, republicano o democrático, sino liquidación de todo Estado. Esto implica la constitución de una subjetividad política autónoma capaz de actuar en y contra el Estado, asumir el problema del gobierno, y la necesidad de favorecer el despliegue de las instituciones del común. Este es un planteamiento transversal a muchas de las intervenciones de los ejes « quiénes son los comunistas » y « poderes comunistas » sobre el que insistió con fuerza Toni Negri. Han perdido pertinencia las viejas oposiciones entre insurreccionalismo y gobernismo, dando razón a Tronti con su « hoy somos todos gobernistas », si bien este « gobernismo » debe poder afirmarse desde una crítica democrática de la autonomía de lo político, ergo del Estado, pensando y practicando la democracia contra el Estado y contra el capital. El Estado, basado, al igual que la familia, en la propiedad como subrayó Michael Hardt en su intervención, debe sufrir la misma suerte que el orden propietario. Los comunes son la negación de todo orden basado en la propiedad, pues esta es la exclusión de las mayorías del acceso a los medios de producción y a la riqueza social, pero también del acceso a la decisión política. Del mismo modo, la familia, pilar del orden reproductivo, se basa como dijo Hardt recordando el feminismo comunista de Alexandra Kollontai, en la propiedad, en una relación propietaria entre los cónyuges que excluye otras relaciones y otros tipos de comercio amoroso. Sobre esta cuestión de la apropiación institucional del cuerpo de la mujer por los aparatos de Estado, y en concreto por el familiar, incidió tmbién Morgane Merteuil, en una reivindicación de un feminismo en ruptura con el capital y con su Estado.

El partido volvió a surgir como cuestión estratégica, particularmente en la intervención de Laval, quien recordó que el Manifiesto del Partido Comunista no dio lugar al nacimiento de ningún partido, al menos en ninguno de los sentidos hoy reconocibles del término. El alemán  Partei  significa aquí, más una « toma de partido » que una organización, pues los comunistas, según el Manifiesto intervienen en todas las organizaciones obreras y democráticas, pero « no son un partido ». Esta idea de un partido-no partido es fundamental para una estrategia comunista que no quiera repetir las catástrofes de impotencia o de terror del pasado y del presente. El partido es una parte del Estado y se configura internamente según los esquemas representativos que configuran al propio Estado como poder separado de la sociedad. Según Laval, la organización comunista debe estar separada del Estado y ello de dos maneras : en primer lugar no debe aceptar la territorialidad de la representación propia de los partidos, pero, sobre todo, debe escapar a toda estructura que lo configure como vanguardia organizada y representativa del proletariado. Laval y otros propusieran reinventar una coordinación no representativa, no estatal y flexible cuyo modelo histórico podría ser la Primera Internacional, una organización directamente internacional que admitía adhesiones individuales directas sin mediación de ningún partido.


Otro tema fundamental fue precisamente el de la sociedad comunista. Fueron varios los oradores que abordaron este tema desafiando la prohibición que Marx se había autoimpuesto de hablar de las « cocinas del futuro ». Étienne Balibar destacó la necesidad de una organización política mundial capaz de hacer frente a los grandes desafíos del planeta, una organización política, por lo tanto, más allá del Estado, pero que debería conservar funciones coactivas en defensa de lo común. Por su parte, Jacques Rancière realizó una estimulante defensa del comunismo de lo sensible, reivindicando el comunismo como « forma de vida » en la que la diferencia entre medios y fines se eclipsa en una práctica libre. Esta práctica la define Rancière como una « crítica artística », recuperando así el término que usan Bolstanski y Chiappello en El nuevo espíritu del capitalismo para criticar las el esteticismo de mayo del 68. La crítica artista, para Rancière, es un modo de vida opuesto al actual, un modo de vida subversivo del actual que no espera a ninguna « revolución » para liberarse, esto es para vivir ya libremente. La forma de vid artùistica no es individualista sino directamente política y realiza ya un mundo sin Estado y sin explotación un despliegue de las singularidades sobre el fondo de los comunes. Todos estos valiosos elementos estuvieron presentes en Roma. Faltó, sin embargo, una perspectiva estratégica. A su definición no ayudó el formato « académico » del acto, en el cual se sucedían las intervenciones sin interacción real entre ellas. Faltó debate, fricción intelectual de la multitud, producción de nociones comunes. Queda pendiente la tarea de escribir el nuevo Manifiesto, pero esa tarea deberá realizarse en otro formato y surgir del rizoma de una nueva organización de la multitud que hoy es más urgente que nunca.

martes, 17 de enero de 2017

Durruti en Vistalegre. Leyendo el documento "Desplegar las velas".

Durruti en Vistalegre. Leyendo el documento "Desplegar las velas. Un Podemos para gobernar."
(el presente texto ha sido publicado en una versión menos extensa en el blog Contraparte del diario Público)


"Desde nuestra perspectiva, la clave es que en la transición del 20-D al 26-J se observa la importancia que le otorga la ciudadanía de nuestro país a un cierto orden y, por lo tanto, más allá de la pulsión destituyente, la necesidad de plantear un horizonte alternativo de certezas y seguridades para ser una fuerza realmente transformadora." (Desplegar las velas)

La lectura del documento "Desplegar las velas" puede realizarse de dos maneras. Pueden verse los distintos argumentos expuestos como una serie de aserciones contrastables con la realidad histórica reciente a la que aluden. En tal caso, la lectura consistiría en buscar las coincidencias y las disonancias entre el texto y los hechos, validando algunos aspectos e invalidando otros. Esta lectura “inocente”, esto es empirista, no nos conduce sin embargo muy lejos en un texto cuya estructura más que descriptiva es justificativa y exhortativa. Es bastante más útil aplicar al texto una lectura interna que busca en sus articulaciones los síntomas, los efectos internos, no de la realidad, sino de otro texto al que el texto manifiesto hace alusión, a la vez que lo invisibiliza. Esto nos permite indagar cuál es la problemática a la que alude, cuál es el discurso que informa los distintos enunciados, permitiendo formular determinados problemas a la vez que otros quedan descartados o invisibilizados. Se habrá reconocido así el procedimiento de lectura “sintomática” que propuso Althusser en Lire le Capital, método particularmente útil a la hora de leer un texto que combina elementos teóricos e ideológicos. Nuestra lectura no recorrerá así la totalidad del texto, sino que seleccionará en él los principales puntos de inflexión que apuntan a la problemática de fondo. Nos centraremos, por lo tanto en dos pasajes relativos al Estado y a las instituciones y en un pasaje relativo a la propuesta económica.
Para indicar el tono general del documento,baste citar, antes de entrar propiamente en materia, uno de sus pasajes más reveladores., aquel en el que se cita nada menos que a Buenaventura Durruti como valedor de las opciones políticas y organizativas de Vistalegre: "Y en ese proceso para Vistalegre I realizamos una nítida apuesta pública, haciendo caso omiso a los viejos manuales de la izquierda tradicional: nos poníamos el objetivo de ganar las elecciones generales cuando se convocasen para el siguiente año. Como dijo Buenaventura Durruti: “Renunciamos a todo menos a la victoria"." Hermoso, casi inefable, el descaro de citar a Durruti en apoyo de la construcción de un partido-empresa verticalista y autoritario enteramente volcado en los procesos electorales. Este tono de descaro capaz de recuperar toda suerte de elementos para apuntalar una opción no es un mero elemento formal sino el indicador de todo un método consistente que permite presentar una restauración como una revolución, y viceversa.
1.
Sobre la crisis de régimen y la supuesta ausencia de crisis de Estado
Dentro del diagnóstico de la situación política española actual, una de las principales tesis del errejonismo es la que afirma a la vez la debilidad del régimen español surgido de la transición y la fortaleza del Estado. No es difícil adivinar que de lo que se trata es de justificar así, no un proceso constituyente, que supondría un cambio radical en la forma de Estado, sino un relevo de élites dentro del mismo Estado. De ahí la sutil distinción entre Estado y régimen y la identificación del régimen con el personal que ocupa las instituciones del Estado y no con la estructura y funciones de este.
Demos la palabra a Errejón y los demás autores del documento:
"Es fundamental entender que en España hay abierta una crisis de régimen, pero no una crisis de Estado (nota: la negrita es añadido nuestro). Hay una crisis orgánica que envuelve a los partidos políticos y los instrumentos de concertación social, a la credibilidad de los actores mediáticos e intelectuales que hasta ayer cimentaban el consentimiento, del modelo de desarrollo económico y su sostenibilidad social y ecológica, del prestigio de las élites, del modelo territorial y de las expectativas de las nuevas generaciones y el pacto intergeneracional. Pero esa crisis, por mucho que desordene los equilibrios de poder y dificulte la estabilización, no afecta en lo fundamental a los aparatos del Estado, la confianza social en “el progreso”, el consumo o el funcionamiento de las instituciones. Es decir, a la reproducción de un cierto orden, por más injusto que este sea."
Arriesgada afirmación esta de la ausencia de crisis del Estado, cuando si algo define al Estado es su capacidad de representar (invisibilizánolo a la vez) el orden capitalista y su crisis y si algo no puede negarse en la coyuntura posterior al 15M es la incapacidad del Estado español para representar la crisis y legitimar sus efectos. Casi podría afirmarse lo contrario de lo que se afirma en este documento de título marinero: el Estado, impotente y carente de soberanía está en profundísima e irrecuperable crisis, por motivos materiales y estructurales, no meramente de coyuntura política, y lo que ha logrado sobrevivir agarrado a ese navío que zozobra es precisamente un sector importante de sus élites políticas, aunque fuera con un coste enorme. Esta realidad patente en un país al que ha costado más de un año dotarse de un gobierno y al que amenazan tensiones secesionistas ni se ve ni se puede ver desde una doctrina de la autonomía de lo político para la que el Estado es un elemento fijo, un marco de interpretación y de acción que, en último término, nunca puede entrar en crisis.

Este carácter imperecedero del Estado -la necesidad de “un cierto orden”- justifica la idea de una supuesta "usurpación" de las instituciones y la consiguiente necesidad de “recuperarlas”:
"Las instituciones han sido usurpadas para ponerlas al servicio de la ley del más fuerte y la lógica clientelar; a nosotros nos toca retomarlas para que garanticen la lógica del bien común y la justicia."
Se impone a raíz de lo aquí afirmado una pregunta: ¿Cuándo no fueron usurpadas les instituciones? ¿No será un rasgo esencial de las instituciones del Estado esa misma "usurpación" en la medida en que el Estado es la separación de la multitud que compone la sociedad de la vida política activa? ¿Qué sentido tiene por consiguiente "recuperarlas"? Todo esto parece responder a una utopía de clase media, la que ve el Estado como resultante y como agente de un consenso natural de los gobernados respecto del gobierno. Este consenso se manifiesta como aquiescencia general hacia un Estado que beneficia a la mayoría, que se ve a sí misma, al margen de todo conflicto, como una apaciguda clase media. Más que a un análisis de la realidad social del país y de su historia la afirmación de que las instituciones son “de la gente” y deben estar al servicio del “bien común”, responde a la idea liberal, fundadora de la ideología mesocrática de que la política corresponde a una clase política y que, como sostenía Benjamin Constant, a la ciudadanía le queda -una vez ha delegado su actuación política en ese misterioso "nosotros" que pretende "recuperar las instituciones para la gente- la libertad apolítica de dedicarse a sus “goces privados”. No sorprende, por lo demás que el Estado y las instituciones queden en esta problemática al margen de la lucha de clases: la doctrina laclausiana que lo inspira hace imposible una determinación de las circunstancias materiales de la acción política y del propio Estado, ya que intentar explorarlas es incurrir en un pecaminoso "esencialismo". Al nocivo “esencialismo” debe preferirse, pues, la ceguera en cuanto a lo material que funda la completa contingencia de lo político respecto de la vida material de la sociedad. Impera así la fortuna (taćtica) al margen de toda determinación objetiva de las fuerzas en liza, de lo que Maquiavelo denominaba virtù y que siempre se encontraba histórica y materialmente determinado, como potencia en la coyuntura.


2.
El pablismo como secta errejonista
Iglesias compite con Errejón en el documento que firma y al que da por título Plan 2020. Ganar al Partido Popular. Gobernar España. Divertido, aunque previsible, el elevadísimo nivel de coincidencia entre ambos documentos, que solo de distinguen en detalles que no determinan realmente líneas políticas diferenciadas, pero justifican el enfrentamiento de dos vacíos estratégicos retóricamente inflados. En ambos textos es patente la falta completa de un análisis social, histórico, económico, la casi completa indiferencia hacia los condicionantes materiales de la política. El laclausismo errejonista ha arrasado incluso en el sector que teóricamente más se le opone. Lo que queda claro es que ambos textos defienden con uñas y dientes el gobernismo, la delegación de la política en una clase política y en un posible poder ejecutivo fuerte, a pesar de todas las poco creíbles denegaciones procedentes de la mala conciencia de la nomenklatura morada. En este marco, no podía faltar una recuperación de la partitocracia, eso sí...para la gente.
"La política de partidos necesita de savia nueva en la gestión de lo público, de gente que aporte a la experiencia de lo estatal la experiencia de la vida de la sociedad, que lleve a las instituciones las dificultades de los autónomos, la gestión de pequeñas empresas agrícolas, el trato con pacientes, con estudiantes o con clientes, la dirección de empresas, el conocimiento de otros países, la dureza del empleo precario y el drama del desempleo, la gestión de la vida familiar, el conocimiento concreto de las finanzas y de las nuevas tecnologías... En definitiva, gente haciendo política en vez de políticos repitiendo los lugares comunes de la política."
Compárese con la realidad existente hasta ahora dentro de Podemos, con la constitución a la velocidad de la luz de una nomenklatura que ni Iglesias ni Errejón ponen en cuestión, por mucho que hoy dos sectores de ella compitan por el mando. La "savia nueva" es un conjunto de competencias expertas que representan diversas realidades, en una especie de fórmula extendida de la democracia orgánica deweysiana. La savia nueva no impide, sin embargo, que la política de partidos siga siendo eso: política de partidos, partitocracia, absolutamente reñida con la participación activa de la ciudadanía sin la cual no hay democracia digna de ese nombre. Decía el surrealista belga Marcel Mariën que “el estalinismo era una secta trotskista”, puede decirse en las actuales condiciones de Podemos que “el pablismo es un secta errejonista” y el errejonismo una reencarnación del "Verdadero Socialismo" alemán con relentes de proudhonismo.


2.
Un proudhonismo para el siglo XXI
Pasemos a las propuestas económicas de Errejón & al. Entre las medidas económicas del errejonismo no sorprende, a la vista de todo lo anterior, encontrar la siguiente:
"La primera es llevar la democracia al interior del proceso de producción, al seno de la empresa, al espacio en el que la cooperación necesaria para la producción entre los distintos agentes que intervienen en la misma ha sido sustituida por una relación jerárquica que concentra el poder de decisión en los órganos de dirección y, con él, la capacidad de decidir sobre cómo se distribuye el resultado de la producción y de los incrementos de la productividad entre trabajadores y empresarios. Ese es el conflicto distributivo original y, al mismo tiempo, es el más velado, el más normalizado e interiorizado por la población como algo natural. Frente al autoritarismo de la gestión empresarial tradicional es necesario proponer la democratización de los procesos de producción con el fin de que el producto social se distribuya de una forma más justa y equitativa ya desde la producción."

Descubrir que existe en la esfera productiva “una relación jerárquica que concentra el poder de decisión en los órganos de dirección y, con él, la capacidad de decidir sobre cómo se distribuye el resultado de la producción y de los incrementos de la productividad entre trabajadores y empresarios” no es descubrir una injusticia y una falta de equidad, sino la dinámica misma del capitalismo. La democracia no tiene cabida en el proceso de producción en un régimen donde la fuerza de trabajo se vende en el mercado y quien la compra ejerce su derecho legítimo a usarla. No es posible querer a la vez una economía donde imperen el mercado y el régimen salarial y una democratización de las relaciones internas al proceso de trabajo. No existe ni existirá nunca ese capitalismo democrático y con rostro humano, por mucho que la legislación pueda limitar y haya limitado efectivamente el despotismo de fábrica en algunos de sus efectos. Imaginemos por un solo momento que, en una economía de mercado basada en la relación salarial, los trabajadores pudieran “democratizar” las relaciones laborales en su empresa: ello no los privaría de estar sometidos como un capitalista cualquiera a la presión de los mercados, por lo cual se verían obligados a gestionar su propia explotación. Esto en el mejor de los casos, el ya experimentado en Yugoslavia con un éxito más que escaso. Sin embargo, en el documento presentado por Errejón y los suyos estamos incluso lejos de esa hipótesis, pues ni siquiera se propone una generalización de la gestión cooperativa.

Nota:
La proximidad de estas posiciones con el proudhonismo que Marx criticó en Miseria de la filosofía resulta evidente. Cito el texto de Marx, en el que se cita al propio Proudhon cuando este describe en su Philosophie de la misère la improbable "historia" de la "sustitución de la cooperación por una relación jerárquica" :
"El señor Proudhon nos ofrece luego una “genealogía” extraordinariamente “interesante”, para demostrar cómo la fábrica ha nacido de la división del trabajo, y el trabajo asalariado de la fábrica.
1) Supone un hombre que “observe que, dividiendo la producción en sus diversas partes y haciendo ejecutar cada una de ellas a un obrero”, se multiplicarían las fuerzas productivas.
2) Este hombre, “siguiendo el hilo de esta idea, se dice a si mismo que, formando un grupo permanente de trabajadores escogidos para el fin especial que se propone, obtendrá una producción más regular, etc.” (I, 161).
3) Este hombre hace una proposición a otros hombres con el fin de inducirles a aceptar su idea y seguir el hilo de su idea.
4) Este hombre, en los primeros tiempos de la industria, trata de igual a igual con sus compañeros de taller, que más tarde serán sus obreros.
5) “Se comprende, desde luego, que esta igualdad primitiva tenía que desaparecer rápidamente debido a la situación ventajosa del maestro y a la dependencia del asalariado”. (I, 163).
He aquí una nueva muestra del método histórico y descriptivo del señor Proudhon."
La conclusión de Proudhon y de Errejón es que basta eliminar la injusticia que constituye la relación jerárquica que supuestamente liquidó el paraíso de una cooperación originaria dentro de la sociedad del salario y del mercado, para que se restablezca "un cierto orden". La explotación y la expropiación del trabajador a lo largo del proceso de trabajo nada tienen que ver con las estructuras de un régimen de producción, el capitalismo, para no nombrarlo, sino con una contingencia histórica nunca definida que torció el buen orden incial. Esto hace necesaria según los involuntarios neo-proudhonianos de la ponencia marinera una actuación de restablecimiento del orden y de la justicia, literalmente una acción "justicialista", sin que resulte en modo alguno condición para ello la transformación de las relaciones de producción. Basta, como vemos, ignorar profundamente la historia y, en concreto la historia del pensamiento social, a la manera de Proudhon, para creerse sumamente innovador, aunque la innovación consista hoy en ofrecer antiguas paparruchas ideológicas recalentadas. No es postmarxista quien quiere.


Observación general a modo de síntesis
Errejón y los demás redactores de su texto resumen perfectamente la esencia de su propuesta. Se trata de volver al orden, de restablecer un cierto orden. Un malvado diría que es muy precisamente el lema central de campaña de Marine Le Pen: "remettre la France en ordre" (Volver a poner orden en Francia). El documento errejonista hace de esta aspiración al orden una de las principales demandas populares: "Desde nuestra perspectiva, la clave es que en la transición del 20-D al 26-J se observa la importancia que le otorga la ciudadanía de nuestro país a un cierto orden y, por lo tanto, más allá de la pulsión destituyente, la necesidad de plantear un horizonte alternativo de certezas y seguridades para ser una fuerza realmente transformadora." Una característica fundamental de la izquierda gobernista es precisamente esa voluntad de presentarse como fuerza de orden. Ello responde a la necesidad absoluta de coincidir con una posición de Estado, esto es, con una posición que exprese y reproduzca, como ya vimos, la perspectiva de la "clase media". El lema de campaña de Felipe González en 1981 fue: "Un gobierno firme para un país seguro". En esta misma temática incide hoy abiertamente el errejonismo.
El supuesto básico del populismo errejoniano, un subproducto del de Laclau, es la idea de que el problema fundamental de nuestras sociedades no tiene nada que ver con que sean sociedades de clase con estructuras sólidas de dominación política y social y de explotación, sino con el hecho de que en ellas se producen "injusticias" y estas dan lugar a demandas que se expresan prepolíticamente como quejas o "dolores". El objetivo de la "democracia radical" no es así liquidar las estructuras de dominación y explotación, sino crear condiciones propicias a la justicia social mediante la representación de estas quejas y dolores a través de un instancia simbólica (significante vacío) que dé cabida a realidades muy dispares y determine en ese vacío su equivalencia. Cabe preguntarse a propósito de ello desde dónde se mide la injusticia, cuál es la situación ideal o inicial de justicia de la que nuestras sociedades se habrían apartado y que habría que restablecer. Todo apunta, como en general señaló Althusser respecto de los estructuralismos, a la presencia agazapada, detrás de la articulación o combinatoria contingente de las diversas demandas, de una ideología humanista, de la idea del Hombre como norma de la realidad social. Es lo propio de todos los justicialismos. 
El documento al que nos referimos parte, como se ha visto, del supuesto de que tanto las relaciones capitalistas de producción como el Estado capitalista español no son en sí opresivos y explotadores, sino que es posible recuperarlos para el pueblo, (re)stableciendo en las relaciones laborales unas condiciones democráticas entre agentes de una supuesta cooperación que fueron corrompidas por la injusticia y la violencia o recuperando las instituciones del Estado resultante de la reforma del franquismo "para el pueblo". Esto es suponer que esas mismas instituciones, las de una partitocracia oligárquica en las que Podemos debería hacer lo necesario por integrarse plenamente, no fueran los principales instrumentos por los que los ciudadanos españoles son excluidos desde hace decenios de la participación política activa.
Será imposible que Podemos o cualquier otra organización sea un instrumento de transformación social sin que previamente haya hecho un balance de la realidad social en que vivimos, balance que debe incluir un examen objetivo de las estructuras de explotación y dominación hoy vigentes y que ninguna valoración moral y ninguna fábula histórica puede sustituir. La explotación y la dominación no son el resultado de la maldad de ningún sujeto en particular sino el modo de funcionamiento de una serie de estructuras e instituciones. Por ello mismo, ignorar la existencia de tales estructuras e instituciones y pensar que su materialidad cambiará mediante la magia de una resignificación es suicida y conduce, en último término a posiciones reaccionarias basadas en la nostalgia melancólica de un orden que nunca existió. El sujeto político portador de esa melancolía se postula como nueva élite dispuesta a poner en orden lo que está torcido, manteniendo en lo esencial las estructuras hoy existentes. Desde esa posición de ceguera social es, sin embargo, posible realizar ciertas "mejoras" en el orden existente, aunque no sea en absoluto inevitable que se produzcan tales “mejoras” ni menos aún que resulten irreversibles. El orden social existente que se ha dejado intacto reclama siempre de nuevo sus derechos como podemos apreciar en la presente coyuntura de descomposición de algunos regímenes progresistas latinoamericanos.

 Una transformación social y política real, con capacidad para sentar las bases de una democracia de los comunes tiene que dotarse de una visión estratégica basada en el análisis de las estructuras del capitalismo y de su Estado. No se trata ya de (re)stablecer unas relaciones humanas y democráticas en un ámbito productivo dominado por el orden capitalista, sino de cambiar unas relaciones de producción cuya fuerza dirigente es la acumulación de capital realizada a través del mercado por unas relaciones de producción basadas en la cooperación y en el cultivo de los comunes productivos. Será asimismo imposible que la forma política correspondiente a esas relaciones cooperativas sea la democracia liberal representativa, en la cual se perpetúa la ausencia de la ciudadanía respecto de los centros de decisión política, característica que los regímenes liberales heredan, como sabe todo lector de Tocqueville, del absolutismo. La democracia reinventada dentro de esas nuevas relaciones implicará un máximo de participación efectiva a todos los niveles y un mínimo de libertad en los mandatos de los representantes. Todo eso estaba presente, al menos de manera incipiente, en el nacimiento de Podemos y todo esto está perfectamente ausente en el Podemos formateado como partido "normal" por las dos facciones que hoy están en pugna por el reparto del poder en el partido morado.

viernes, 13 de enero de 2017

La crisis como horizonte (sobre el libro de Emmanuel Rodríguez López La política en el ocaso de la clase media)

Reflexiones sobre el libro de Emmanuel Rodríguez López La política en el ocaso de la clase media, Madrid, Traficantes de Sueños, 2016

Un buen libro de historia de lo inmediato, un buen libro político, no está hecho para gustar. Por un lado, destruye por método -hablamos del rigor como característica de un buen libro- las ilusiones y seducciones que mueven a los agentes tanto activos como pasivos del presente, por otro, adopta a partir de una disección -dolorosa- de la realidad una posición política definida en términos de antagonismo, lo que no suscita solo simpatía ni amistad ecuménica, sobre todo cuando el objeto de que se trata son esas dos fábricas de ilusiones (han sido más que eso) llamadas 15M y Podemos. La crítica de Podemos era vista por los dirigentes, burócratas, agitadores y fieles seguidores de la organización morada poco menos que como una blasfemia. Esta crítica solía formularse en términos de traición al espíritu del 15M por prte de la dirección de POdemos y secundariamente de los "ayuntamientos del cambio". Lo más original del libro de Emmanuel Rrodríguez es que no se refugia en una alabanza del momento virginal del 15M para criticar la deriva de Podemos, sino que interpreta esta misma deriva como efecto de importantes elementos de continuidad sociológica, ideológica y metodológica entre el 15M y Podemos. Podemos no es -solo- una traición al 15M, sino su continuación, por otros medios, los de la representación política, el espectáculo mediático y la acción institucional, de las principales debilidades del propio 15M: el universalismo "buenista" que ansiaba llegar a "toda la gente", la falta de potencial antagonista derivada de una carencia de estrategia, el culto de la imagen (aunque aún no del líder), etc.

Estas debilidades tienen una raíz social e histórica que las unifica: el entronque con la crisis de la clase media tanto del movimiento español de las plazas, como de la organización emblemática de la nueva política o incluso de los municipalismos gobernistas. Decía Althusser que la crisis del marxismo se hizo patente en la incapacidad de la doctrina de dar cuenta de la realidad política de los Estados y partidos que se decían "marxistas". Mientras el marxismo existió fue incapaz de explicar en términos de luchas de clases la realidad de la URSS y de las organizaciones comunistas. Una invisibilidad a sí mismos pareja a aquella se acusa en fenómenos como Podemos y el 15M, movidos como han estado por una pasión poco política y casi religiosa de adhesión y lealtad a un proceso cuyos términos nadie osa realmente definir, pues esos términos definitorios son a la vez los de su base material y la indicación de sus límites reales. Atreverse a oponer al lenguaje de la ilusión, de la autonomía del discurso y de los significantes flotantes entorno a los cuales se anudan construcciones hegemónicas, un análisis social e histórico riguroso que apela -horresco referens!- incluso a la realidad económica es a la vez una blasfemia y una exigencia metodológica. Conocer verdaderamente es conocer por causas, decía el viejo Aristóteles, y la seducción, la ilusión y las demás pasiones son obstáculos epistemológicos que impiden un análisis racional, etiológico.

La clase media ya fue protagonista del anterior libro de ER: Por qué fracasó la democracia en España (Madrid, Traficantes de Sueños, 2015), en el que se daba cuenta del cierre de la transición como efecto de la derrota de las expresiones autónomas de la clase obrera (tan potentes en los 70 como hoy borradas de la crónica oficial) y la entronización de una clase media incubada en el desarrollismo franquista cuya principal expresión política fue el PSOE artificialmente renacido de sus cenizas. La clase media se originó históricamente en la ascención social a través del funcionariado estatal, el sistema educativo ampliado a sectores antes excluidos de él, los aparatos empresariales del desarrollismo o, de manera general, el consumo generalizado en marcos de empleo estables, de una variedad de sectores sociales oriundos de la pequeña burguesía urbana, de la clase obrera o del campesinado. Con la creación de una clase media se realizaba en sueño de desproletarización y borrado de la lucha de clases caro a los ordoliberales y a sus secuaces españoles de los gobiernos desarrollistas del Opus Dei en la segunda mitad del franquismo. De la zapatilla, se pasó al seiscientos e incluso a la propiedad de la propia vivienda. Una clase que "tenía algo que perder" dejaba así de ser "proletaria". La clase media sirvió así de medio para legitimar el franquismo como lo que denominó Rossana Rossanda "un régimen de gestión autoritaria de lo cotidiano" que no ejercía ninguna función de movilización política ni de adoctrinamiento ideológico que no fuera meramente pasivo. También sirvió para posibilitar que la transición a la democracia fuese, a efectos de continuidad social con el tardofranquismo, el surgimiento de un nuevo avatar del régimen del 18 de julio. La clase media era así un constructo complejo, a la vez ideológico, material y político, que permitió la creación de fuertes consensos alrededor de diversas formas de la autonomía de lo político, tanto bajo la forma no democrática (o de democracia orgánica) del franquismo como bajo las formas del pluralismo partitocrático y sin participación que caracterizó al régimen del 78. La autonomía de lo político, la ilusión de un Estado por encima de la sociedad y la existencia de la clase media como "pilar de la sociedad" son realidades interrelacionadas. La autonomía de lo político se basa en la negación del carácter de clase de la política y encuentra su fundamento en esa estructura de suspensión de la lucha de clases que se denomina "clase media".

El 15M es un fenómeno directamente expresivo de la crisis de la clase media española tras un periodo de relativo florecimiento de esta que llevó a su límite la crisis de 2008. Podemos es a su vez la nueva fase del ciclo político abierto por el 15M, fase de intervención en la esfera de la representación y en las instituciones, que se mostró necesaria al fracasar los distintos intentos de insurrección pacífica que tuviero por origen al 15M. En ambos casos, el sujeto social es la clase media en descomposición y, más concretamente, las generaciones más jóvenes de esa clase media, unidas a un sector del nuevo precariado. La clase media vivió la crisis como una pérdida de poder social y económico, traducido en la falta de perspectivas de reproducción social, una vez su base material -la última: la burbuja inmobiliaria- dejó de estar presente. Esta descomposición se expresa en cierto desclasamiento, respecto de esa "clase media" que nunca fue realmente una clase, al menos desde el punto de vista de las relaciones de producción, y en cierta convergencia al menos afectiva y verbal con unos sectores proletarios con los que el contacto siempre fue muy escaso.

La indignación expresa en primer lugar para los metabolitos resultantes de la descomposición de la clase media una imposibilidad de aceptar la propia degradación social, la incapacidad de reproducir materialmente las condiciones de vida correspondientes a la clase media: empleo y remuneración estables, consumo, acceso a servicios públicos de calidad, etc. Esta indignación tenía ante sí-y sigue teniendo- dos posibilidades de evolución: su inscripción en la lucha de clases puesta al descubierto por la desaparición parcial de una clase media que la invisibilizaba, o la recuperación del poder social por otras vías, en particular, las de la representación política. La primera se ve dificultada por la falta de una clase obrera realmente organizada (los partidos de izquierda y los propios sindicatos no son organizaciones de clase, o si lo son son las organizaciones de la izquierda de la "clase media", también en descomposición), la segunda por el hecho de que el sistema político ya está ocupado y, ni siquiera en caso de conquista del gobierno, existen las posibilidades materiales de reconstruir una clase media "como la de antes". Queda, según la conclusión de Emmanuel Rodríguez, aceptar la crisis como horizonte a medio y largo plazo y trazar desde ella y desde las posibles convergencias estratégicas que en su evolución puedan darse, una nueva estrategia política de creación de nuevos órdenes sociales surgida, como lo mejor del 15M, de la aleatoriedad que la propia crisis pone de manifiesto.

jueves, 12 de enero de 2017

Nota sobre la denominación "Secretario General" (en sentido político)

Nota sobre la denominación "Secretario General" (en sentido político)

La historia del término "secretario general" es bien curiosa. "Secretario general", antes que una función política, designa una función administrativa propia de la administración y, en concreto, de los órganos colegiados del Estado: es la persona que dirige una secretaría general encargada de preparar las reuniones de estos órganos. La dirección bolchevique, no queriendo dar un cargo demasiado importante a uno de sus miembros más incultos -prácticamente el único que no era un intelectual de clase media- relegó a Stalin a esa función. No se dieron cuenta, sin embargo, estos refinadísimos personajes, de que la astucia del georgiano a la hora de preparar los órdenes del día y las convocatorias le otorgaría un gigantesco poder sobre esta organización dirigida por un puñado de intelectuales revolucionarios. Quien asume la modesta función de preparar un orden del día puede, en efecto, convocar a unos y no a otros, orquestar conflictos entre facciones, usar las divisiones de los otros para obtener más poder para sí mismo. Esto le permitiría a Stalin a medio y largo plazo convertir al partido bolchevique en una maquinaria burocrática y represiva de gran eficacia por encima de los cadáveres de sus antiguos compañeros. De este modo, manipulando el debate hasta liquidar el propio debate y a los propios interlocutores, consiguió Stalin que el carguillo modesto de Secretarío General se convirtiese en el primer cargo político del PCUS, y que el término Secretario General designara también la primera función del Estado soviético. Desde entonces, el término "secretario general" se hizo de uso común en los partidos comunistas para designar al dirigente. Siguiendo a los partidos comunistas, otros partidos, incluso de derechas, se dotaron de "secretarios generales". Esta banalización del término no le libra de esa carga histórica, sino que contribuye a "normalizarla" y reproducirla.

Si estas razones no son suficientes para que se elimine en Podemos esa funesta denominación para el cargo del primer representante de la organización, será que el nombre se ha ido ajustando peligrosamente a la realidad de una degeneración burocrática y autoritaria de la organización y que el problema no es entonces de nombres sino de relaciones de fuerzas consolidadas.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Carta abierta a Pablo Echenique

En respuesta al artículo de Pablo Echenique "Yo no quiero un Podemos de familias"
Querido Pablo Echenique: Muy de acuerdo con todo lo que dices, pero para lograrlo hay que dotarse de medios adecuados. Un Podemos donde la participación queda reservada a familias y capillas oligárquicas, donde la política es puro y simple enfrentamiento vacío entre poderosos es una fotografía del patético mundo exterior, no un remedio democrático a sus males. Podemos solo se democratizará dando la palabra a la gente, no para elegir entre quiénes deben mandarle, sino para decidir un programa, una línea de acción y unos representantes dotados de un mandato para ejecutar ese programa y cumplir esa línea. O se modifica radicalmente la estructura de participación, que hoy por hoy, desempodera a la gente y solo beneficia a una oligarquía (plural, como por cierto siempre los son las oligarquías), o lo que nos espera es un ciclo de enfrentamientos vacíos y ásperos en el interior, y un merecido escepticismo, cuando no desprecio y abandono, en el exterior. Un método de votación basado en listas y partidos internos competidores es incompatible con lo que estás proponiendo en tu artículo. Un método de votación ultramayoritario como el Desborda sería un escándalo en cualquier sistema democrático y se parece al sistema garante de la "gobernabilidad" mediante laminado de las minorías que proponía Berlusconi en Italia. Algo inaceptable desde una perspectiva pluralista de la democracia, un escándalo desde una perspectiva participativa. Tú llegaste a ser eurodiputado gracias a un sistema participativo y sin listas. Junto a ti ingresaron en la actividad política otras muchas personas que venían de otras esferas. Esto dio a Podemos una estructura particular, la de un partido de la gente normal y no de una clase política. Esto es lo que se destruyó, para mal de todos, en Vistalegre I, y, por desgracia, lo que las distintas facciones de Podemos están reproponiendo hoy bajo distintos ropajes. La trampa en la que está metido de lleno Podemos es la de un populismo autoritario alejado de la realidad. Algo que recuerda lo peor del peronismo. La historia del peronismo es la más viva ilustración de lo que puede dar de sí una política populista premarxista, una política sin crítica de la economía política, sin ilustración materialista. Lucha de prestigio a muerte entre facciones, sin perspectivas de solución, sin criterio exterior que permita dirimir cuál es la línea correcta. Puros enfrentamientos especulares sin contenido en los que cabe de todo: desde posiciones de izquierda radical hasta la extrema derecha. Peronista mata a peronista dentro de la absoluta inmanencia discursiva, como Dios modificado en cristiano mata a Dios modificado en Turco según el acertado chiste antispinozista de Bayle. Mutatis mutandis y, si alguien no lo remedia, es lo que está pasando con Podemos. Para salir de esa trampa es indispensable volver al mínimo de coherencia ética, política e intelectual que ponga fin al disparate hoy imperante. Ya que en Podemos no existen vías reales de participación (las cegaron las resoluciones de Vistalegre I y el uso aún más despótico que se hizo de estas resoluciones) me manifiesto por esta vía, desde luego no la ideal, pero es lo que hay para pedirte una manifestación de repudio de las familias que pueda tener alguna consecuencia y que rompa con la dinámica actual. Me permito, incluso, dada la gravedad de la situación, hacerte una modesta sugerencia: un referéndum interno anterior al congreso en el que se permita a los afiliados optar por el modelo que desean y en el que, de manera muy clara se proponga, frente al modelo de partitocracia interna hoy imperante, una lista única de candidatos que se presenten a título individual, sin que las listas de partidos internos tengan ningún reconocimiento oficial. Todos estamos hartos de tonterías. Todos corremos el riesgo de perder la última posibilidad real de frenar al fascismo en Europa. Hay que reaccionar ya, dejarse de bobadas, confiar en la democracia y en la gente y pasar a la ofensiva democrática dentro y fuera de Podemos. Si no, nos iremos yendo ordenadamente, cada uno a su sitio a aguantar el temporal fascista que se nos viene encima. Todo triste, tonto y lamentable, pero todo también aún remediable, querido amigo. Un fuerte abrazo, Juan Domingo Sánchez Estop

martes, 27 de diciembre de 2016

Sobre la jaula de la representación

Los partidos que se encierran en la esfera de la representación política están funcionando, lo sepan o no, a pleno rendimiento dentro del sistema político del Estado capitalista. El capitalismo, como sistema de dominación social opera una doble despolitización de la sociedad: a través del mercado, que se considera autorregulado y ajeno a la política, y a través de la representación, gracias a la cual la política se separa de la sociedad real, con lo cual no tiene incidencia efectiva sobre las relaciones de producción. Recuperar la democracia es ser capaces de producir efectos sobre las relaciones sociales de producción, y eso no se consigue mediante la representación del pueblo o de una clase, sino mediante la activa participación de la gente de ese pueblo o esa clase en los asuntos que afectan a sus vidas. La posición anticapitalista más radical es la que se basa en el desarrollo de una democracia digna de este nombre, pues la democracia es incompatible con el capitalismo, y viceversa.
Obviamente ni el mercado está autorregulado, ni la esfera política es un espacio enteramente autónomo. La "autorregulación" del mercado es la concepción imaginaria resultante de la percepción fetichista de la realidad del intercambio de mercancías como un intercambio "entre" mercancías, en lugar de una relación entre individuos humanos. El mercado generalizado (aquel en el que la fuerza de trabajo y la naturaleza en su conjunto son mercancías) es un efecto constantemente reproducido de unas relaciones sociales de dominación y explotación que el propio mercado invisibiliza. La autonomía de la esfera política es inseparable de la supuesta "autorregulación" del mercado generalizado.
La doble "autonomía" de lo político y lo económico corresponde a una percepción imaginaria (o ideológica) de la realidad, en la que percibimos la realidad tal y como nos afecta, pero no como es. Aquí, la ideología (en términos marxistas) o la imaginación (en términos spinozistas) no es ningún velo que oculte detrás de él una verdad, sino el efecto de una relación en la cual algo me afecta y yo soy afectado. Prueba de ello es que la ideología persiste una vez conocida la verdad. En el ejemplo clásico de Aristóteles, que retoman Descartes y Spinoza, un campesino mira al cielo y ve el sol como una moneda de oro no distante de la tierra; un astrónomo, en cambio, calcula la distancia entre el sol y la tierra y evalúa su volumen, llegando a una idea adecuada de ambos, basada en nociones comunes como las de extensión, longitud, volumen, etc. Sin embargo, tanto el campesino como el astrónomo siguen viendo el sol de la misma manera, esto es como una moneda de oro en el cielo, porque ese efecto lo produce en ellos la relación entre el sol como cuerpo y mi propio cuerpo cuando es afectado por el sol. Del mismo modo, aunque sepamos que el valor es una relación social y no una propiedad de las cosas, seguimos diciendo que una cosa "vale" tanto.

Esto significa que la verdad, el conocimiento adecuado, no elimina la imaginación, sino que la sitúa: el conocimiento adecuado da cuenta a la vez de él mismo y del error que le impedía ser producido. Verum index sui et falsi, decía Spinoza: lo verdadero es mostración de sí mismo y de lo falso. Conociendo las leyes de la física, en nuestro ejemplo, no solo conozco la distancia real entre el sol y mi cuerpo, sino las causas que hacen que yo vea el sol, un cuerpo luminoso que afecta mi retina y mi sistema nervioso, como una moneda de oro. Algo muy semejante es lo que Marx encuentra en el funcionamiento del sistema de una sociedad mercantil, que también determina una relación específica entre la circulación de las mercancías y mi propio cuerpo. Dentro de esa relación, veo las mercancías (que yo produzco e intercambio en un régimen mercantil de división del trabajo) como entidades con vida propia. A diferencia de la percepción imaginaria del sol que obedece a causas físicas, esta última responde a causas sociales y no es en absoluto perenne (otras sociedades no llegaron a conocer el fetichismo mercantil, aunque sí otros tipos de ideología) ni inalterable, pues un cambio de relaciones sociales modificaría esa percepción.

En el feudalismo la exacción del excedente coincide con el ejercicio de un poder social y político: se realizaba fuera de la producción. Una vez producida o recogida la cosecha por el campesino, sin intervención alguna del señor feudal, este le cobraba el tributo a aquél. Es lo que ocurre en todas las sociedades de clase anteriores al capitalismo, en las que la dominación social no solo no se oculta, sino que se utiliza para justificar la explotación. En el capitalismo, en cambio, explotación y dominación social se hacen invisibles merced al funcionamiento del derecho y del mercado, que traducen las relaciones sociales reales en los términos (parciales, truncados, pero no falsos en sí mismos) de un intercambio entre iguales. En tanto que inmersos en un intercambio constante de mercancías, nosotros mismos dejamos de ver nuestras relaciones sociales reales y operamos pasivamente su traducción a términos mercantiles y jurídicos. De este modo no se ve la explotación aunque la haya, ni la dominación de clase aunque también exista, pues tanto la explotación como la dominación quedan invisibilizadas en la relación imaginaria fundamental definida por el derecho y el mercado.

En este contexto,puede afirmarse que la esfera política solo influye sobre la esfera económica cuando la acción política reafirma y reproduce las relaciones de producción/explotación. Solo es efectivo sobre la supuesta "esfera económica" lo que es efectivo en el conjunto de la sociedad. Existe influencia de la esfera política sobre la esfera económica cuando se ejerce, más allá de la representación, una dictadura de clase. En ningún caso, las clases dominantes en el capitalismo se hacen dominantes en y por la esfera política, pero su acción en la esfera política es eficaz en cuanto reafirma su dominación social general y, en particular, las relaciones económicas de explotación. Para los sectores políticos que defienden el orden establecido, cualesquiera sean sus diferencias, la cosa es fácil: como auténticos zapatistas, "mandan obedeciendo", pero obedecen a la patronal, a las grandes empresas, a los poderes financieros.... Del mismo modo, debe afirmarse que la influencia de los sectores políticos contrarios al orden capitalista sobre la realidad solo puede ser efectiva cuando  estos tienen un mandato imperativo de los movimientos sociales, atenuándose así -como en el caso de las clases dominantes- los efectos de la representación. Si la representación queda intacta, la intervención institucional tendrá poco efecto y contribuirá solo a legitimar el propio sistema, que deja participar en él a sus enemigos en condiciones harto restrictivas. Como saben la la burguesía y las demás clases capitalistas, la esfera política solo es decisiva cuando está respaldada por una hegemonía social. 

La democracia no es un engaño: lo que es una ilusión es pensar que una democracia digna de este nombre sea posible dentro de un sistema de dictadura de clase como el capitalismo. La democracia puede y debe tener una base social real, puede y debe ser un régimen en el cual la decisión política de las mayorías sociales determine cambios reales en las relaciones de producción. La democracia ateniense (el gobierno favorable a la mayoría trabajadora, a los ciudadanos artesanos y campesinos, con participación directa y activa de estos), tuvo con Clístenes, efectos amplísimos sobre las relaciones sociales, sobre la distribución de la riqueza, de la tierra, la abolición de las deudas, etc. No era esta, sin duda, una democracia representativa, pues solo conocía o la participación directa o el mandato imperativo. Se dirá que en la Atenas clásica había esclavos, pero el número de estos fue precisamente reduciéndose, como muestra convincentemente Meiskins-Wood, con el ascenso de la democracia. Lo importante es que en la Atenas democrática se podía ser trabajador y miembro activo del cuerpo político que decidía efectivamente sobre la realidad social y económica de la ciudad. La democracia no es otra cosa que el gobierno de la mayoría trabajadora.

Estas reflexiones nos permiten ver, regresando a la actualidad, cuán falsa es la disputa entre los dos sectores de Podemos. Una disputa entre supuestas opciones democráticas y anticapitalistas cuyo único escenario es la representación, y de la que quedan excluidos los supuestamente representados es, además de esteril y grotesca, funcional a la reproducción del sistema. Solo la democracia real cuyas instituciones básicas son la participación efectiva de las mayorías sociales y el mandato imperativo constituye un auténtico desafío al orden de dictadura social existente. El Podemos inicial entendía bien esto, pero el propio funcionamiento del sistema político e ideológico-espectacular redujo a la dirección de Podemos a la impotencia y a la reproducción de la imaginaria autonomía de lo político, que con la autorregulación de la economía sirve de base al dominio de las clases dominantes del capitalismo. Es urgente destruir la jaula de la representación.