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miércoles, 15 de junio de 2011

Bilderberg y otras tramas ocultas: la teoría de la conspiración como apología del capitalismo

Explicación del simbolismo implícito en lo billetes de dólar




La gran diferencia entre un pensamiento idealista y uno materialista es que el primero, de una forma o de otra, procura reducir la realidad a la unidad de un sentido, mientras que el segundo acepta la radical diferencia entre lo real y el sentido. Para el idealismo lo real es un tipo de escritura más o menos embrollada, pero que siempre quiere decir algo y que, aunque parezca absurda en un primer momento, acabará en último término, aunque sea al final de los tiempos, revelándose como intrínsecamente portadora de sentido. Desde un punto de vista materialista, lo real no está escrito: ni el mundo físico, ni el mundo histórico son libros que esperen a ser leidos o interpretados. No contienen ninguna revelación, ningún mensaje oculto o misterioso de un Dios ni de otro gran sujeto. El conocimiento racional, para el materialismo, no es un acto de lectura ni de interpretación de lo ya escrito, de lo pre-escrito, sino un acto de producción por el cual generamos el concepto de una cosa, un concepto que no está en la cosa misma y que tampoco es efecto de ella. Como sostiene Spinoza, "una cosa es el círculo y otra la idea del circulo", lo que tiene como corolario fundamental que "la idea del círculo no es circular". Conocimiento racional o científico es así producción del concepto como algo distinto de la cosa y no interpretación de la cosa como portadora de los signos de una revelación.


Es frecuente, sin embargo, que la historia se haya entendido como despliegue de un sentido implícito en ella, como la revelación de un misterio. El cristianismo la entendió como economía del misterio, esto es como revelación progresiva de la verdad divina a través de la historia humana. Hegel, en el mismo sentido, la entendió como "teodicea", esto es como "justificación de Dios" en el tiempo humano. En cualquier caso, la historia anterior a Marx, a la formulación del materialismo histórico, es siempre interpretación de un sentido originariamente misterioso que se supone contenido en el devenir de las sociedades y culturas humanas. Poco importa que sea Dios, el hombre, o la historia misma que se hace sujeto en su propio devenir, quien imprima a los hechos humanos ese supuesto sentido, lo determinante es que se dé por supuesto que la historia tiene un sentido que le es otorgado por un sujeto. Lo que justifica en este contexto la labor del historiador es el carácter inicialmente misterioso de este sentido que, trabajosamente puede extraerse de los documentos históricos. Misterio e interpretación son así correlativos: toda interpretación siempre dejará cierto halo de misterio, pero todo misterio se prestará a alguna problemática revelación tras su "correcta" interpretación.


La teoría de la conspiración se sitúa en la continuidad de estas teorías históricas de la "economía del misterio", pues se despliega entre los dos términos extremos del misterio y de la revelación. Para la teoría de la conspiración la historia es el resultado de una conjura de los poderosos destinada a engañar a los ingenuos. Se basa, al igual que la teoría libertina de la religión defendida, por ejemplo por Voltaire, en una antropología dual según la cual la humanidad se divide entre una minoría de taimados sin escrúpulos y una mayoría de necios e ingenuos. Su lema es la definición de la religión de Voltaire: "mientras haya sinvergüenzas e imbéciles, habrá religiones" ("Tant qu’il y aura des fripons et des imbéciles, il y aura des religions" Voltaire, carta a Federico II, rey de Prusia, 5 de enero de 1767). Gracias a la eterna existencia de los necios, los taimados realizan sus planes engañando a la mayoría. Los astutos poderosos deben su poder al engaño. Según los teóricos de la conspiración, si este engaño llegara a descubrirse, los poderosos perderían el resorte fundamental de su poder. La historia tiene así un sentido, pues se pliega a la voluntad de los poderosos, que, valiéndose de su astucia explotan y oprimen a los demás. La historia responde al plan trazado por los poderosos para imponerse sobre la mayoría de los mortales. El plan divino de salvación y de revelación queda en estas teorías sustituido por la conjura de los malvados, pero la matriz epistemológica de la economía.sigue siendo perfectamente reconocible, por mucho que Dios haya quedado sustituido por la diabólica humanidad de los poderosos. En ambos casos, aunque de forma contraria, se produce una justificación de la realidad existente: en el de la economía cristiana del misterio, por ser toda realidad, incluido el propio mal, un instrumento del plan divino; en la teoría de la conspiración, en la medida en que el único "mal" existente en la realidad social e histórica deriva no de la estructura de esta, sino del engaño de los poderosos. En sí el orden social es bueno y sólo ha sido perturbado por el engaño y la mentira. La revelación de la verdad y el fin del engaño restablecerían esta bondad esencial en su efectividad. Tal es la tarea que se asignan a sí mismos los teóricos de la conspiración, desde el abate Barruel hasta Julian Assange y el inefable Daniel Estulin.


El Grupo Bilderberg se reúne anualmente desde 1954. Está integrado por jefes de Estado y de gobierno, grandes patronos y capitalistas, académicos de orden y otras personalidades del capitalismo mundial. Como curiosidad hispánica, Sofía Glintzburg de Borbón, esposa del actual jefe de Estado español, asiste desde hace años a estos cónclaves. Los debates son confidenciales, en principio para que los participantes, al margen de sus responsabilidades políticas y económicas, tengan libertad de palabra. En resumen, se trata de una reunión de poderosos en la que estos debaten sobre la actualidad y tal vez coordinen alguna iniciativa que intenten sacar adelante en otros ámbitos nacionales o internacionales. La gente que participa en la reunión es, como diría Marx, un conjunto de "portadores" (Träger") de relaciones políticas y de producción. No son ellos quienes han establecido ni quienes reproducen estas relaciones: tan sólo las personifican, actúan conforme a ellas y dentro de ellas. Ciertamente, los efectos del capitalismo actual sobre las mayorías sociales y sobre el medio ambiente planetario son nefastos, pero según los teóricos de la conspiración, ello se debe a que personas taimadas y sin escrúpulos se reúnen para conspirar con fines diabólicos. Tal es, por ejemplo la posición del "experto" en los "misterios" del Club Bilderberg Daniel Estulin, quien en su página web hace el siguiente balance de la última reunión del Club:


"El Grupo de Bilderberg no es el fin sino el medio para un futuro Gobierno Mundial. Esta organización ha crecido más allá de sus inicios secretos para convertirse en un guiño clave en la toma de decisiones de la élite. El objetivo final de éste en el futuro es transformar la Tierra en un planeta prisión para lograr un mercado único globalizado, controlado por una Única Compañía Mundial, financieramente regulado por un Banco Mundial y habitado por una población enmudecida cuyas necesidades vitales serán reducidas al materialismo y a la supervivencia: trabajar, comprar, sexo y dormir. Todo conectado a un ordenador global que controla todos nuestros movimientos. Y cada vez está siendo más fácil gracias al desarrollo de las tecnologías de la telecomunicación, que, junto con los avances profundos en el conocimiento actual y los nuevos métodos de ingeniería del comportamiento para manipular la conducta individual, están convirtiendo lo que en otras épocas de la Historia eran sólo intenciones diabólicas en una preocupante nueva realidad. Cada nueva medida vista por sí misma podría parecer una aberración, pero un conjunto de transformaciones de todo orden, como parte de un desarrollo continuo, constituye un cambio hacia la esclavitud total."


"Intenciones diabólicas", objetivos totalitarios cósmicos; por mucho que Estulin pretenda desmarcarse de las teorías de la conspiración, no puede sino reincidir en su lenguaje y en su lógica. Incluso cuando se niega a identificarse como un teórico de la conspiración y critica a los demás como "delirantes", Estulin sigue desenvolviéndose en el mismo círculo, pues ningún teórico de la conspiración reconoce serlo: todo buen teórico de la conspiración se ve a sí mismo como alguien que se limita a observar e interpretar la realidad. Estulin insiste incluso en que Bilderberg no es una conspiración, pero no puede evitar caracterizar al Club como "una reunión secreta de los amos del mundo destinada a establecer un gobierno totalitario mundial".


Si fenómenos como Bilderberg y la malvada trama que rodea a este sulfuroso Club no se dieran y la cosa pública se gestionara de manera transparente por personas de intachable moralidad, según Estulin y otros autores afines el capitalismo no debería, en buena lógica, plantear ningún problema. Lo que oculta la conspiración  sólo puede ser, efectivamente, un abuso, una injusticia o una ilegalidad, pues no puede ocultarse el conjunto de un sistema social y económico. Si el mal está en el abuso y el engaño, el sistema mismo es inocente. La teoría de la conspiración funciona, por consiguiente, como una apología del capitalismo. Su lógica es exactamente la contraria de la que Marx adopta en el Capital, donde afirma en el prólogo a la primera edición: "No pinto de color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas." El historiador racional, materialista, trata la historia como una parte de la naturaleza sin ponerse al acecho de signos ni mensajes de ocultos sujetos conspiratorios, sin subjetivizarla ni moralizarla. El teórico de la conspiración, por su lado, pinta de negro a las personas blanqueando así las relaciones sociales y los intereses de clase que aprecen como algo "natural". La historia para él  no necesita de ningún concepto para entenderse, basta suponer la intención más o menos oculta de un sujeto detrás de ella y buscar cuidadosamente todo signo, por mínimo que sea, de esta intención, de ahí la enorme dimensión de las tramas conspirativas que mediante el juego desatado de la metáfora y la metonimia cubren enormes extensiones espaciales y dilatados períodos históricos.


Las teorías de la conspiración legitiman el orden establecido al criticar sus perversiones explicables en términos de intenciones subjetivas, pero dejando libre de toda crítica sus estructuras. Hay, sin embargo, algo más grave: también transmiten una concepción del poder -que corresponde a las mistificaciones fundadoras del Estado soberano- que considera el poder como sustancia, como algo que se puede tener o se puede tomar. Los "amos del mundo" tienen todo el poder y frente a ellos somos, según estas "teorías", enteramente impotentes. Sin embargo, toda concepción materialista del poder parte del hecho de que el poder no es sustancia sino relación. El poder implica siempre un contrapoder sobre el que se ejerce, una correlación de fuerzas. La idea de una conspiración mundial todopoderosa o incluso la del totalitarismo son fantasmas del Estado soberano, del Leviatán de Hobbes para el cual, una vez constituido el Estado, su poder es el único poder, siendo las potencias singulares de los súbditos meras dependencias, meros modos subsumidos en ese poder único y sustancial. Sin embargo, para el materialismo la realidad es siempre multiplicidad y complejidad irreductible: el poder en ese contexto, como cualquier otra realidad sólo puede ser del orden de la relación. La idea de una gran conspiración omnipotente es, en conclusión, una representación generadora de tristeza y de impotencia, pues hace que nos contemplemos como una nada frente a un poder omnímodo; por el contrario, la consideración del poder como relación hace posible modificar la relación, actuar sobre ella mediante nuevas combinaciones de la potencia de los individuos, nuevas formas de hegemonía que liquidan la fama de omnipotencia de los supuestos "amos del mundo", sean estos los representantes políticos "legítimos" o las oscuras fuerzas de una conjura. Sólo una concepción relacional del poder como la de Maquiavelo,o Marx aleja y disipa los fantasmas tristes del poder absoluto capaz de dar sentido a toda la realidad social y a toda la historia humana. Sólo un poder entendido como relación da cabida a la política.



miércoles, 15 de octubre de 2008

El mito del capitalismo productivo y de la rapiña financiera

John Brown

http://iohannesmaurus.blogspot.com/






"Was ist der Einbruch in eine Bank gegen die Gründung einer Bank?"(¿Qué es asaltar un banco en comparación con fundar un banco?")

Bertolt Brecht, Die Dreigroschenoper/La ópera de perra gorda)



La crisis financiera actual ha logrado crear extraños consensos entre la derecha y la izquierda; consensos que revelan más que otra cosa la incapacidad por parte de la izquierda mayoritaria de vislumbrar una salida del capitalismo. Era realmente asombroso ver un día cómo IU llamaba a nacionalizar la banca y ver al otro día a Bush y Sarkozy nacionalizarla al menos en parte. Los ministros del Eurogrupo (grupo de países de la zona euro) llamaban también a la toma pública de participaciones en el capital de los grandes bancos y, con algo más de timidez, a lanzar inversiones en infraestructuras de interés público. Se trata con la máxima urgencia de evitar lo peor y para ello se espera que el sacrificio de grandes cantidades de dinero público en los agujeros negros de la finanza permita restablecer la confianza y el crédito. El capitalismo y la economía son cuestión de fe.

Dentro de esta vorágine está despuntando de nuevo uno de los viejos tópicos comunes a los populismos de izquierda y de derecha: la idea de una economía -capitalista- real opuesta a una esfera financiera enteramente virtual. A esta distinción se añade una valoración: la economía real sería virtuosa, pues estaría basada en el esfuerzo y respondería a necesidades reales, mientras que la economía financiera sería una Sodoma de vicio y corrupción. Este moralismo se vé reflejado en la prensa que se escandaliza de los 440.000 dólares que se gastaron en una fiesta los directivos de AIG, empresa de seguros recientemente intervenida por el Estado norteamericano, o los de Fortis, el banco franco-belga, que tras una buena inyección de dinero público que lo salvó de la quiebra, celebraron el salvamento en un hotel de Mónaco gastando en ello unos cuantos centenares de miles de euros. A esto se añade también el escándalo que producen los elevados sueldos de los directivos de entidades financieras o los paracaídas que se han autoasignado en caso de quiebra. Ciertamente son casos de abuso, al menos desde un punto de vista moral, pero hay que tener cuidado cuando del capitalismo se trata con moralizar demasiado. Lo recordaba hace unos 70 años Mackie Messer, Mackie "Navaja", el gángster y rey de los mendigos de la Ópera de perra gorda de Brecht que exclamaba indignado ante quien le reprochara sus crímenes: "¡Qué es asaltar un banco en comparación con fundar un banco!"

El problema del capitalismo no es la transgresión de sus propias normas morales o jurídicas -transgresión que es perfectamente posible e incluso frecuente- sino el funcionamiento normal de un sistema basado en la expropiación y la explotación del trabajador individual y colectivo. La rapiña normal respetuosa de las leyes, del Estado de derecho y aun de los derechos humanos es un fenómeno mucho menos llamativo que los excesos de los sátrapas de la finanza, pero es infinitamente más grave. Por eso pretenden que desvíemos la mirada de ella para atender a la prédica moral de todos aquellos que hasta anteayer contribuyeron a desdibujar los límites entre capitalismo legal y delincuencia organizada. Y es que la gravedad de la situación "normal" estriba en el hecho de que el capitalismo obligatorio, impuesto no por el mercado, sino poir el Estado, impide a los presuntos "ciudadanos" de nuestras democracias decidir democráticamente qué y cuánto producen nuestras sociedades y cómo lo hacen. Tampoco, por mucho que Friedman y Hayek hablen del mercado como la más excelsa democracia -tan excelsa que es compatible con el régimen del general Pinochet- puede el libre ciudadano de nuestros regímenes decidir qué consume, limitado como está a elegir dentro de la gigantesca y repetitiva oferta de unos mercados tan tóxicos como los activos financieros con qué se va a envenenar hoy o qué inútil artefacto comprará para sobrevivir a la soledad y el aburrimiento. Todo bajo el influjo de una propaganda constante y más omnipresente aún que en los más acreditados totalitarismos. Y es que los famosos totalitarismos no son sino desarrollos caricaturales de esta "normalidad": Goebbels, como sabemos, fue un admirador y discípulo de Bernays, el padre de la propaganda moderna.

La explotación, la sumisión de la fuerza de trabajo, de la capacidad física, intelectual y afectiva de los seres humanos a un mando ajeno que se apropia la riqueza producida aparece también como algo normal. Las palabras y las instituciones jurídicas y morales encubren la realidad; una realidad, la del trabajo libre y dependiente que los clásicos del pensamiento jurídico de los albores del capitalismo y el Estado moderno como Hugo Grocio consideraban una esclavitud temporal. Tras siglos de manipulación, moralismo y propaganda, lo que aparecía a todas luces como un sistema despótico se nos ha presentado como el paradigma de la libertad.

La explotación es la esencia del capitalismo: en él no hay producción de valor sin extracción de plusvalor. La producción capitalista se presenta a sí misma como el proceso en que el riesgo de los personajes austeros que han acumulado riqueza, se combina con el noble sudor de los seres más sencillos que no lo han podido hacer, dando como fruto mercancías que se destinan a satisfacer las necesidades de todos. Nada más idílico que el "capital productivo": basta para entrar en este paraíso cerrar los ojos a la expropiación y la explotación de los trabajadores.

El capital financiero tiene, frente al productivo, bastante mala fama. En su momento fue el objetivo soñado del "socialismo de los imbéciles", cuya máxima expresión es, según nos enseña Bebel, el antisemitismo. La idea de que todo el mal del capitalismo está en la finanza o en sus vectores judíos o gentiles ha sido sumamente popular entre la izquierda -Marx incluso llegó a coquetear con ella en La cuestión judía- y entre la extrema derecha procedente de la izquierda (Boulanger, Drumont etc.).

La crítica del capital financiero corre pareja con el enaltecimiento del trabajo como valor, como valor moral en el sentido en que, jugando con las palabras de Marx, habla Sarkozy de "retorno al valor trabajo". La exaltación del trabajo como valor es obrerismo y populismo. Obrerismo y crítica de la finanza desvían la atención de la explotación para centrarla en los "abusos" del capital financiero. Son así importantes baluartes del sistema en tiempos de crisis, pues el obrerismo y el populismo hacen que el trabajador explotado persevere en su esencia de explotado creando al mismo tiempo la ilusión de un "sujeto revolucionario" sociológica u antropológicamente determinado mientras, por otro lado, también se genera la imagen no menos ilusoria de un capitalismo financiero inmoral e improductivo gestionado por parásitos que también son objeto de identificaciones sociológicas u antropológicas como la históricamente operada con "el judío" por los famosos "imbéciles" del socialismo.


No es que el capital financiero sea tampoco bondadoso, lo que no es es separable de la relación social denominada "capital." Relación que se expresa según Marx en dos fórmulas: una fórmula productiva en la que el dinero se intercambia por mercancías y estas por más dinero (D-M-D') y una fórmula financiera en la que el dinero se intercambia en determinadas circunstacias por más dinero y que no es sino la abreviación de la primera, pasando por alto la fase de producción de mercancías. Naturalmente, la segunda no existe sin la primera, pues el valor sólo se genera en la producción. Pero tampoco existe la primera sin la segunda, a partir de cierto grado de división social del trabajo: el dinero y el crédito son tanto el motor como el resultado de la división social del trabajo.

Lo que hace el capital financiero es liberar al capital de las limitaciones de tiempo y de espacio, ya se concrete en un préstamo de caja a una PYME o en un contrato de futuros. La fase actual del capitalismo, el neoliberalismo, que tal vez esté llegando a su fin, se caracteriza por la hegemonía del capital financiero, motor y resultado de la globalización. Este capital financiero es el que ha convertido al Asia oriental y sobre todo a China en la nueva fábrica del mundo, el que ha extendido internet por todo el planeta. Ha contribuido así a mantener en Occidente, con salarios prácticamente congelados -en valor constante- desde los años 70, unos niveles de consumo elevados gracias a las importaciones de la periferia industrializada y a las deslocalizaciones totales o parciales de la producción.





Lo que ha hecho el capital financiero es darle alas a la explotación para poder así mejor mantenerla en Europa y Estados Unidos. Si a esa explotación, dentro del capitalismo, se le cortan las alas, no por ello desaparecerá la explotación capitalista en ningún lugar. Quien piense por lo demás que lo que están haciendo hoy los gobiernos de norteamérica y de los países europeos tiene que ver con un auténtico control democrático del capital financiero se equivoca. Más se equivoca aún quien considere que estamos ante el fin del capitalismo. Con una izquierda incapaz de atacar el corazón del sistema y que sólo persigue fantasmas generados por el régimen del capital como el del "capitalismo financiero despiadado" y el del especulador ávido y corrupto, el fin del capitalismo está aún lejos de nosotros. Para acabar con la bestia es necesario abrirle las entrañas donde descubriremos que lo que la hace vivir es la posibilidad de que exista, en nombre de la libertad, expropiación y compraventa de la fuerza de trabajo. Sostenían Marx y Engels que el comunismo, además de presuponer la dictadura del proletariado, esto es la "conquista de la democracia", implicaba la "supresión del trabajo" (Die Beseitigung der Arbeit). Dado que "trabajo" es para Marx utilización de la mercancía fuerza de trabajo en el proceso de producción, supresión del trabajo no quiere decir fin de la producción, sino de la existencia de la fuerza de trabajo como mercancía. Como vemos, es algo que va mucho más allá de sumarse al coro de los que claman contra la inmoralidad de la finanza, pues implica elevarse también contra la moralidad de la explotación.