viernes, 17 de junio de 2011

15M. Hobbes en la Ciutadella: Violencia y legitimación del Estado



Thomas Hobbes

15M. Hobbes en la Ciutadella: Violencia y legitimación del Estado




Han tardado en hacerlo, pero la máquina ya está en marcha. Tal vez por oportunismo preelectoral o por genuina sorpresa ante un movimiento tan lógico como inesperado y tan potente, no se atrevieron hasta ahora a utilizar el arsenal de siempre contra el 15M. El arsenal de siempre, blandido ayer por Felip Puig y Artur Mas en el Parlamento catalán, es la utilización de los términos "batasunización" y "kale borroka", es la reducción de toda oposición radical al régimen al punto de fijación que es "la cuestión vasca" identificada con el "terrorismo" y la "violencia". La cuestión vasca acepta a una zona pequeña del Estado español, pero ha sido hasta ahora estratégicamente determinante, pues ha dado al régimen heredero del franquismo oxígeno para mantener un aspecto fundamental de su constitución material: la política, la legislación y los aparatos de excepción que configuran la democracia española como "democracia antiterrorista". No es exagerado pensar que lo que hizo tan extraordinariamente fácil la transición a la democracia fue que, en este aspecto de la excepción antiterrorista no hubiera transición alguna sino riguroso mantenimiento de la legislación y de los aparatos policiales y judiciales del franquismo.

Los incidentes de Barcelona en torno a la votación de los presupuestos de la Generalidad en el Parlamento de Cataluña fueron el pretexto para un ataque policial y político contra el movimiento 15M. Primero fue el ataque policial que repetía las agresiones policiales contra la acampada de la plaza de Cataluña. La particularidad, esta vez es que se produjeron algunas agresiones verbales o simbólicas contra los diputados catalanes. Si bien la mayoría aplastante de los manifestantes había mantenido la misma actitud pacífica y respetuosa que siempre caracterizó al movimiento, un sector optó por un acto de repudio simbólico (un escrache), contra unos diputados que se disponían a operar dolorosos recortes sociales con vistas a una salida de la crisis favorable al capital financiero. Otros aún protagonizaron algún pequeño acto de violencia urbana de mínima importancia como juntar contenedores de basura para frenar las cargas policiales, dar un empujón a un diputado o lanzar alguna imprecación. Está documentada la presencia de policías infiltrados entre los manifestantes. Falta documentar completamente las características de su actuación, pero son fáciles de adivinar. Normalmente, estos agentes procuran soliviantar a los manifestantes, tal como se ha podido ver en un video de las últimas manifestaciones de Valencia, a fin de propiciar cargas policiales y de iniciar una espiral de violencia que -retrospectivamente- justifica las cargas. De hecho, en los principales escenarios de actos "violentos" en torno al 15M:  en Madrid, el propio 15 de mayo, en Valencia y en la Ciudadela de Barcelona, se ha podido comprobar la presencia de agentes infiltrados y hay testimonios de su actuación. No todo es violencia policial, pero cuando las autoridades han optado por que se produzcan "incidentes", curiosamente siempre han seguido el mismo patrón con el fin de desprestigiar a un movimiento que ha optado abierta y claramente por la no violencia.

La opción no violenta, como toda opción política es discutible, pero ha sido la opción del movimiento desde el primer momento. Su mayor virtud es que desprestigia la represión y da una gran autoridad moral al movimiento. Su inconveniente es que resulta difícil en el ser humano determinar las fronteras entre el antagonismo constitutivo de la política y la violencia. Hay quien considera violento que se ocupen las plazas públicas o se deslegitime al parlamento y a las autoridades del país, otros consideramos violento que se voten leyes al dictado de los poderes económicos y financieros y en contra del interés general o que se deshaucie a miles de personas, o que haya más de cuatro millones de parados etc. En todos estos casos no hay violencia física traducida en golpes o lesiones, pero indudablemente se produce una agresión muy real contra las instituciones o contra la mayoría de los ciudadanos. El Estado nunca opta ni puede optar por la no violencia. Para existir necesita tener partidas permanentes de "hombres armados" que constituyen sus ejércitos y policías. El Estado es Estado en la medida en que dispone de la fuerza violenta más poderosa en un territorio. La famosa caracterización del Estado por Max Weber como "monopolio de la violencia legítima" es en cierto modo circular, pues el monopolio de la violencia sólo es legítimo cuando la propia violencia, en competencia con otras, se ha hecho con dicho monopolio. No es que la legitimidad otorgue un monopolio de la violencia; el monopolio de ésta, por el contrario, sustenta la legitimidad.

El problema de la violencia para un movimiento que, como el actual, pone en entredicho el orden existente y sus instituciones es decidir sobre el respeto del monopolio estatal de la violencia. Evidentemente, este monopolio tiene que ponerse en entredicho si se persigue un cambio político y social radical, pero existen varias maneras de hacerlo. La más evidente es violar el monopolio y practicar la violencia como han hecho las organizaciones que el Estado denomina "terroristas", esto es las que violan el monopolio estatal del terror y de la intimidación violenta de las poblaciones. El problema de esta posición es que, a menos de hacerse progresivamente con un potencia de fuego que pueda superar la del propio Estado y de mantener un fuerte vínculo con los movimientos sociales y las organizaciones políticas como ocurriera en Cuba o en Nicaragua, la organización que desafía el monopolio estatal de la violencia corre peligro de legitimar al Estado con cada una de sus acciones. La historia de ETA y de organizaciones armadas menores (FRAP, GRAPO) durante los últimos decenios en España lo demuestra con toda claridad. Ello no obedece sino a la lógica implacable del régimen de legitimación del Estado moderno.

El Estado moderno funda su legitimidad, desde Hobbes en el hecho de que pone fin a una supuesta situación de guerra civil generalizada. En el "antes" mítico del "estado de naturaleza" que precede a la fundación del Estado, la ilimitación de los deseos humanos enfrentaba a los individuos unos con otros en una guerra "de todos contra todos". La violencia circulaba libremente y, si bien algunos podían disponer de un mayor poder violento que otros por haber concluido alianzas contra un enemigo común o por otras circunstancias, nadie podía espontáneamente hacerse con el monopolio. El momento fundacional del Estado, según Thomas Hobbes, es aquel en que los distintos individuos pactan unos con otros entregar todo su poder (en particular toda su capacidad de ejercer la violencia) a uno sólo, una persona individual o colectiva que se convertiría en el soberano. El monopolio de la violencia que así adquiere el soberano es garantía de la paz y la seguridad para todos los que pasan -mediante el pacto- a ser sus súbditos. Hobbes reconocerá que este pacto reside en "la relación mutua entre protección y obediencia" ("the mutual relation between protection and obedience", Th.. Hobbes, Leviathan, A review and conclusion). No existe gran diferencia entre esta relación entre obediencia y protección y el viejo pacto mafioso por el cual la mafia obliga a obedecerle y pagarle tributos a cambio de "protección". Lo que diferencia Estado y mafia es sólo el monopolio de la violencia al que la mafia no puede acceder y que el Estado mantiene formalmente. Aquí podemos apreciar el carácter mítico y justificatorio del "pacto": gracias al pacto libremente suscrito por los individuos el Estado es, según Hobbes, no sólo un poder invencible sino un poder legítimo. La única manera que tiene Hobbes de impedir que el derecho se reduzca a mera expresión de una correlación de fuerzas es inventar esa ficción jurídica de un origen siempre ya jurídico -contractual- del propio derecho. Sabemos que otra línea de la modenidad filosófica, la que discurre de Maquiavelo a Marx pasando por Spinoza acepta como fundamento de la vida política y del derecho la correlación de fuerzas entre la multitud y el soberano, evitando así la paradoja de un origen jurídico del derecho y rechazando la problemática de la legitilidad como mera mistificación.

En las particulares condiciones de intercambio de obediencia por protección -en régimen de monopolio- que caracterizan al Estado moderno según la concepción jurídica dominante, toda violencia privada es una  reescenificación del estado de naturaleza inicial y justifica el temor de que vuelva a desencadenarse la dinámica de guerra civil. El Estado soberano no sólo se legitima por el pacto, sino por el temor constante a que vuelva a surgir, con cualquier acto de violencia no estatal, la guerra civil. Es esencial para él cultivar este temor para que nunca se olvide el motivo del pacto y de la obediencia. El régimen de Franco, después de la monumental acumulación de terror que él mismo protagonizó, basó así su legitimidad en el temor siempre reavivado al retorno de la guerra civil y fue contando al filo de largos decenios de opresión sus 20 y sus 40 "años de paz". El Estado burgués está basado, tanto en sus formas de excepción como en sus figuras "normales" en un mecanismo de retroalimentación por el cual todo acto -real o imaginario- de cuestionamiento de su monopolio de la violencia termina reforzándolo. La paradoja de la desobediencia violenta es que termina reforzando la obediencia.

Toda violencia política no estatal se reduce automáticamente a bandidaje y delincuencia, convirtiéndose, cualquiera que sea su motivo, en objeto de temor para la población y fuente de legitimación del soberano. Esto se enfrenta, sin embargo, a la indefinición de los límites de la violencia, pues un mismo acto, cualquier tipo de acto, en función de las circunstancias o de los actores puede o no considerarse violento. Por ello es vital para el Estado no sólo disponer del monopolio de la violencia, sino también del derecho exclusivo a definir como tal lo que es violento. Como sostenía San Pablo, "sin ley no hay pecado". Toda existencia social entraña necesariamente un determinado grado de violencia al enfrentarse necesariamente entre sí las pasiones e intereses humanos, Por ello mismo, el Estado no puede pretender acabar con toda violencia, empezando por la propia; lo que puede hacer es designar como violentos unos actos, ignorando la violencia de otros y tolerándola. Según Carl Schmitt, "soberano es quien designa al enemigo"; hoy, con más exactitud, podemos decir con Julien Coupat que "soberano es quien designa al terrorista" o en general al "violento".

Una de las grandes conquistas del movimiento 15M se debe a su opción "pacifista". Gracias a ella se ha podido ver, a veces de manera sumamente clara el funcionamiento del mecanismo de retroalimentación antes descrito. Efectivamente, el rechazo riguroso de toda violencia física por parte del movimiento ha obligado al Estado en varias ocasiones a escenificar artificialmente la violencia a través de sus cuerpos represivos. Lo sorprendente en el movimiento de los "Indignados" es la inmensa tranquilidad de su indignación y su escasa vulnerabilidad a las constantes provocaciones de la policía infiltrada o uniformada. Esta actitud ha tenido el efecto de un reactivo químico que ha separado claramente la violencia de la convivencia pacífica y de la auténtica vida política, poniendo toda la violencia del lado del Estado. El Estado no sólo se muestra así violento por su política social y económica en favor del capital financiero y en contra de la población, sino en cuanto sus cuerpos represivos, incapaces de realizar una provocación eficaz se ven abocados a la dramatización impotente -con la complicidad de los medios de comunicación- de escenas de guerra civil enteramente fabricadas.

Teniendo en cuenta la historia reciente y lejana del régimen español y los mecanismos de legitimación de que se vale, la puesta en jaque del sistema de retroalimentación de la violencia soberana por la violencia privada, la obligación que la potencia del movimiento ha impuesto a este sistema de retroalimentación de funcionar en circuito cerrado, constituyen un logro de dimensiones colosales que corrobora el acierto de la opción no violenta. En las circunstancias actuales, el régimen ya sólo puede funcionar de manera delirante considerando que es violencia discutir libremente en calles y plazas, resistir pasivamente a una carga policial, oponerse a un deshaucio, recuperar la vida civil, la existencia política de las que el Estado capitalista priva a sus súbditos a través de sus sistema hobbesianos de representación/protección. El Estado soberano tenía entre sus atributos el monopolio de la designación de la violencia, hoy la multitud se lo está arrebatando sin pretender en lo más mínimo disputarle el monopolio de la violencia física. Toda la violencia queda de su lado, del nuestro la potencia constituyente de la indignación.



miércoles, 15 de junio de 2011

Bilderberg y otras tramas ocultas: la teoría de la conspiración como apología del capitalismo

Explicación del simbolismo implícito en lo billetes de dólar




La gran diferencia entre un pensamiento idealista y uno materialista es que el primero, de una forma o de otra, procura reducir la realidad a la unidad de un sentido, mientras que el segundo acepta la radical diferencia entre lo real y el sentido. Para el idealismo lo real es un tipo de escritura más o menos embrollada, pero que siempre quiere decir algo y que, aunque parezca absurda en un primer momento, acabará en último término, aunque sea al final de los tiempos, revelándose como intrínsecamente portadora de sentido. Desde un punto de vista materialista, lo real no está escrito: ni el mundo físico, ni el mundo histórico son libros que esperen a ser leidos o interpretados. No contienen ninguna revelación, ningún mensaje oculto o misterioso de un Dios ni de otro gran sujeto. El conocimiento racional, para el materialismo, no es un acto de lectura ni de interpretación de lo ya escrito, de lo pre-escrito, sino un acto de producción por el cual generamos el concepto de una cosa, un concepto que no está en la cosa misma y que tampoco es efecto de ella. Como sostiene Spinoza, "una cosa es el círculo y otra la idea del circulo", lo que tiene como corolario fundamental que "la idea del círculo no es circular". Conocimiento racional o científico es así producción del concepto como algo distinto de la cosa y no interpretación de la cosa como portadora de los signos de una revelación.


Es frecuente, sin embargo, que la historia se haya entendido como despliegue de un sentido implícito en ella, como la revelación de un misterio. El cristianismo la entendió como economía del misterio, esto es como revelación progresiva de la verdad divina a través de la historia humana. Hegel, en el mismo sentido, la entendió como "teodicea", esto es como "justificación de Dios" en el tiempo humano. En cualquier caso, la historia anterior a Marx, a la formulación del materialismo histórico, es siempre interpretación de un sentido originariamente misterioso que se supone contenido en el devenir de las sociedades y culturas humanas. Poco importa que sea Dios, el hombre, o la historia misma que se hace sujeto en su propio devenir, quien imprima a los hechos humanos ese supuesto sentido, lo determinante es que se dé por supuesto que la historia tiene un sentido que le es otorgado por un sujeto. Lo que justifica en este contexto la labor del historiador es el carácter inicialmente misterioso de este sentido que, trabajosamente puede extraerse de los documentos históricos. Misterio e interpretación son así correlativos: toda interpretación siempre dejará cierto halo de misterio, pero todo misterio se prestará a alguna problemática revelación tras su "correcta" interpretación.


La teoría de la conspiración se sitúa en la continuidad de estas teorías históricas de la "economía del misterio", pues se despliega entre los dos términos extremos del misterio y de la revelación. Para la teoría de la conspiración la historia es el resultado de una conjura de los poderosos destinada a engañar a los ingenuos. Se basa, al igual que la teoría libertina de la religión defendida, por ejemplo por Voltaire, en una antropología dual según la cual la humanidad se divide entre una minoría de taimados sin escrúpulos y una mayoría de necios e ingenuos. Su lema es la definición de la religión de Voltaire: "mientras haya sinvergüenzas e imbéciles, habrá religiones" ("Tant qu’il y aura des fripons et des imbéciles, il y aura des religions" Voltaire, carta a Federico II, rey de Prusia, 5 de enero de 1767). Gracias a la eterna existencia de los necios, los taimados realizan sus planes engañando a la mayoría. Los astutos poderosos deben su poder al engaño. Según los teóricos de la conspiración, si este engaño llegara a descubrirse, los poderosos perderían el resorte fundamental de su poder. La historia tiene así un sentido, pues se pliega a la voluntad de los poderosos, que, valiéndose de su astucia explotan y oprimen a los demás. La historia responde al plan trazado por los poderosos para imponerse sobre la mayoría de los mortales. El plan divino de salvación y de revelación queda en estas teorías sustituido por la conjura de los malvados, pero la matriz epistemológica de la economía.sigue siendo perfectamente reconocible, por mucho que Dios haya quedado sustituido por la diabólica humanidad de los poderosos. En ambos casos, aunque de forma contraria, se produce una justificación de la realidad existente: en el de la economía cristiana del misterio, por ser toda realidad, incluido el propio mal, un instrumento del plan divino; en la teoría de la conspiración, en la medida en que el único "mal" existente en la realidad social e histórica deriva no de la estructura de esta, sino del engaño de los poderosos. En sí el orden social es bueno y sólo ha sido perturbado por el engaño y la mentira. La revelación de la verdad y el fin del engaño restablecerían esta bondad esencial en su efectividad. Tal es la tarea que se asignan a sí mismos los teóricos de la conspiración, desde el abate Barruel hasta Julian Assange y el inefable Daniel Estulin.


El Grupo Bilderberg se reúne anualmente desde 1954. Está integrado por jefes de Estado y de gobierno, grandes patronos y capitalistas, académicos de orden y otras personalidades del capitalismo mundial. Como curiosidad hispánica, Sofía Glintzburg de Borbón, esposa del actual jefe de Estado español, asiste desde hace años a estos cónclaves. Los debates son confidenciales, en principio para que los participantes, al margen de sus responsabilidades políticas y económicas, tengan libertad de palabra. En resumen, se trata de una reunión de poderosos en la que estos debaten sobre la actualidad y tal vez coordinen alguna iniciativa que intenten sacar adelante en otros ámbitos nacionales o internacionales. La gente que participa en la reunión es, como diría Marx, un conjunto de "portadores" (Träger") de relaciones políticas y de producción. No son ellos quienes han establecido ni quienes reproducen estas relaciones: tan sólo las personifican, actúan conforme a ellas y dentro de ellas. Ciertamente, los efectos del capitalismo actual sobre las mayorías sociales y sobre el medio ambiente planetario son nefastos, pero según los teóricos de la conspiración, ello se debe a que personas taimadas y sin escrúpulos se reúnen para conspirar con fines diabólicos. Tal es, por ejemplo la posición del "experto" en los "misterios" del Club Bilderberg Daniel Estulin, quien en su página web hace el siguiente balance de la última reunión del Club:


"El Grupo de Bilderberg no es el fin sino el medio para un futuro Gobierno Mundial. Esta organización ha crecido más allá de sus inicios secretos para convertirse en un guiño clave en la toma de decisiones de la élite. El objetivo final de éste en el futuro es transformar la Tierra en un planeta prisión para lograr un mercado único globalizado, controlado por una Única Compañía Mundial, financieramente regulado por un Banco Mundial y habitado por una población enmudecida cuyas necesidades vitales serán reducidas al materialismo y a la supervivencia: trabajar, comprar, sexo y dormir. Todo conectado a un ordenador global que controla todos nuestros movimientos. Y cada vez está siendo más fácil gracias al desarrollo de las tecnologías de la telecomunicación, que, junto con los avances profundos en el conocimiento actual y los nuevos métodos de ingeniería del comportamiento para manipular la conducta individual, están convirtiendo lo que en otras épocas de la Historia eran sólo intenciones diabólicas en una preocupante nueva realidad. Cada nueva medida vista por sí misma podría parecer una aberración, pero un conjunto de transformaciones de todo orden, como parte de un desarrollo continuo, constituye un cambio hacia la esclavitud total."


"Intenciones diabólicas", objetivos totalitarios cósmicos; por mucho que Estulin pretenda desmarcarse de las teorías de la conspiración, no puede sino reincidir en su lenguaje y en su lógica. Incluso cuando se niega a identificarse como un teórico de la conspiración y critica a los demás como "delirantes", Estulin sigue desenvolviéndose en el mismo círculo, pues ningún teórico de la conspiración reconoce serlo: todo buen teórico de la conspiración se ve a sí mismo como alguien que se limita a observar e interpretar la realidad. Estulin insiste incluso en que Bilderberg no es una conspiración, pero no puede evitar caracterizar al Club como "una reunión secreta de los amos del mundo destinada a establecer un gobierno totalitario mundial".


Si fenómenos como Bilderberg y la malvada trama que rodea a este sulfuroso Club no se dieran y la cosa pública se gestionara de manera transparente por personas de intachable moralidad, según Estulin y otros autores afines el capitalismo no debería, en buena lógica, plantear ningún problema. Lo que oculta la conspiración  sólo puede ser, efectivamente, un abuso, una injusticia o una ilegalidad, pues no puede ocultarse el conjunto de un sistema social y económico. Si el mal está en el abuso y el engaño, el sistema mismo es inocente. La teoría de la conspiración funciona, por consiguiente, como una apología del capitalismo. Su lógica es exactamente la contraria de la que Marx adopta en el Capital, donde afirma en el prólogo a la primera edición: "No pinto de color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas." El historiador racional, materialista, trata la historia como una parte de la naturaleza sin ponerse al acecho de signos ni mensajes de ocultos sujetos conspiratorios, sin subjetivizarla ni moralizarla. El teórico de la conspiración, por su lado, pinta de negro a las personas blanqueando así las relaciones sociales y los intereses de clase que aprecen como algo "natural". La historia para él  no necesita de ningún concepto para entenderse, basta suponer la intención más o menos oculta de un sujeto detrás de ella y buscar cuidadosamente todo signo, por mínimo que sea, de esta intención, de ahí la enorme dimensión de las tramas conspirativas que mediante el juego desatado de la metáfora y la metonimia cubren enormes extensiones espaciales y dilatados períodos históricos.


Las teorías de la conspiración legitiman el orden establecido al criticar sus perversiones explicables en términos de intenciones subjetivas, pero dejando libre de toda crítica sus estructuras. Hay, sin embargo, algo más grave: también transmiten una concepción del poder -que corresponde a las mistificaciones fundadoras del Estado soberano- que considera el poder como sustancia, como algo que se puede tener o se puede tomar. Los "amos del mundo" tienen todo el poder y frente a ellos somos, según estas "teorías", enteramente impotentes. Sin embargo, toda concepción materialista del poder parte del hecho de que el poder no es sustancia sino relación. El poder implica siempre un contrapoder sobre el que se ejerce, una correlación de fuerzas. La idea de una conspiración mundial todopoderosa o incluso la del totalitarismo son fantasmas del Estado soberano, del Leviatán de Hobbes para el cual, una vez constituido el Estado, su poder es el único poder, siendo las potencias singulares de los súbditos meras dependencias, meros modos subsumidos en ese poder único y sustancial. Sin embargo, para el materialismo la realidad es siempre multiplicidad y complejidad irreductible: el poder en ese contexto, como cualquier otra realidad sólo puede ser del orden de la relación. La idea de una gran conspiración omnipotente es, en conclusión, una representación generadora de tristeza y de impotencia, pues hace que nos contemplemos como una nada frente a un poder omnímodo; por el contrario, la consideración del poder como relación hace posible modificar la relación, actuar sobre ella mediante nuevas combinaciones de la potencia de los individuos, nuevas formas de hegemonía que liquidan la fama de omnipotencia de los supuestos "amos del mundo", sean estos los representantes políticos "legítimos" o las oscuras fuerzas de una conjura. Sólo una concepción relacional del poder como la de Maquiavelo,o Marx aleja y disipa los fantasmas tristes del poder absoluto capaz de dar sentido a toda la realidad social y a toda la historia humana. Sólo un poder entendido como relación da cabida a la política.



martes, 7 de junio de 2011

Franco: ¿dictador o colonizador?

Sello imposible y real de 1 EURO (Tasio-Gara)

".Ils prouvent que la colonisation déshumanise l'homme même le plus civilisé; que l'action coloniale, l'entreprise coloniale, la conquête coloniale, fondée sur le mépris de l'homme indigène et justifiée par ce mépris, tend inévitablement à modifier celui qui l'entreprend: que le colonisateur qui, pour se donner bonne conscience, s'habitue à voir dans l'autre la bête, s'entraîne à le traiter en bête, tend objectivement à se transformer lui-même en bête.." (Aimé Césaire, Discours sur le colonialisme)
(Prueban que la colonización deshumaniza incluso al hombre más civilizado; que la acción colonial, la empresa colonial, la conquista colonial, fundada en el desprecio del indígena y justificada por ese desprecio, tiene inevitablemente a modificar a quien la emprende: que el colonizador que, por darse buena conciencia, se acostumbra a ver en el otro la bestia, se entrena a tratarlo como bestia, tienede objetivamente a convertirse en bestia)




Mucho es el revuelo levantado por el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia y en concreto por la voz que en él se dedica al General Franco.  Su autor, Luis Suárez, insigne medievalista y persona de ideología ultracatólica, afirma sobre el antecesor de Juan Carlos I en la jefatura del Estado que::


"Montó un régimen autoritario, pero no totalitario, ya que las fuerzas políticas que le apoyaban, Falange, Tradicionalismo y Derecha, quedaron unificadas en un Movimiento y sometidas al Estado. Una guerra larga de casi tres años le permitió derrotar a un enemigo que en principio contaba con fuerzas superiores. Para ello, faltando posibles mercados, y contando con la hostilidad de Francia y de Rusia, hubo de establecer estrechos compromisos con Italia y Alemania" y ""Restaurando la bandera bicolor, anunció desde el primer momento su propósito de que las reformas por él emprendidas desembocasen en la Monarquía, pero sin partidos políticos ni sistema liberal, declarándola, sin embargo, confesionalmente católica".


Lo primero que se ha observado -y criticado- respecto del contenido del artículo es que no se menciona el término "dictadura". Sin embargo, que el régimen de Franco fuese o no una dictadura es cosa que el tiempo se encargó de dirimir, pues no existe ni puede existir dictadura que cuarenta años dure. Los regímenes de excepción pueden considerarse como tales desde dos puntos de vista: desde un punto de vista cronológico, en cuanto determinan una interrupción del orden jurídico por un tiempo limitado, a la manera del iustitium romano (interrupción del orden legal, del mismo modo que sol-stitium es interrupción del curso del sol) y de la magistratura extraordinaria que le correspondía, la dictatura, pero también pueden considerarse excepcionales los regímenes que se apartan de un modelo considerado normal cual es el de la democracia parlamentaria. El régimen de Franco es ciertamente un régimen burgués de excepción si se considera la democracia liberal prototipo del Estado capitalista, pero una dictadura es siempre un régimen breve y transitorio, una forma de gobierno excepcional destinada a restablecer las condiciones "normales" de gobierno de una sociedad, pero no a configurar de manera duradera esa "normalidad". Es figura clásica del dictador la antigua de Cincinato, quien tras haber salvado la república romana mediante una serie de medidas excepcionales y violentas para las que le facultó durante seis meses el senado, regresó, cumplida su misión, a su campo y a su arado. Poco tiene que ver esto con el longevo régimen a cuya cabeza se mantuvo durante dos ventenios el general Franco y que, desde un estricto punto de vista jurídico-constitucional, perdura hoy bajo la monarquía de Juan Carlos de Borbón. 


Cabe recordar que el actual monarca no es otro que el sucesor a la jefatura del Estado designado por Franco e investido por las Cortes franquistas como sucesor del fallecido, "a título de rey" . Que esta sucesión "legal" nada tiene de  mera formalidad queda también demostrado por la activa participación del sucesor durante los últimos años de vida del tirano en todos los actos importantes de apoyo al régimen, en particular en la infame concentración de apoyo a los últimos fusilamientos. Tampoco cabe olvidar que el monarca siempre se negó, no ya a condenar, sino tan siquiera a criticar al general que fue su tutor y antecesor en la jefatura del Estado o incluso a aceptar que se le criticase en su presencia. Por otra parte, la actual legalidad española es el resultado directo de un proceso de reforma política interno al régimen, proceso de reforma que no fue el único ni el primero, pues ya el franquismo conoció en los años 50 una primera transformación de Estado total nacional-sindicalista en "democracia orgánica". Su transformación en el año 78 en democracia pluralista no rompe con la "legitimidad" del Estado del 18 de julio, sino que, por el contrario, la reafirma en el terreno formal. Desde el punto de vista del contenido material del ordenamiento, los rasgos excepcionales del régimen se desplazaron, sin embargo, de la esfera de la representación, que pasó a ser de tipo liberal, a la esfera de la represión política. Dotándose de un arsenal de normas de excepción antiterroristas con carácter permanente, la joven democracia mantiene elementos clave de la estructura judicial y represiva como el Tribunal de Orden Público rebautizado Audiencia Nacional y de la legislación antiterrorista de la fase anterior del régimen. El franquismo, en este como en otro muchos aspectos, es a la vez un heredero de los regímenes de excepción europeos de los años 30 y un precursor de los nuevos regímenes de exepción neoliberales. No le faltaba así cierta razón a José María Aznar cuando intentaba "vender" le experiencia antiterrorista del régimen español a Europa y los Estados Unidos después del 11 de septiembre. La "joven democracia" es, gracias a su carácter de "democracia antiterrorista" a la vez el brote más verde del régimen del 18 de julio y una adelantada de la liquidación de las garantías que concocemos hoy en los demás capitalismos democráticos. Esto muestra, por lo demás, la rigurosa continuidad existente entre formas normales y excepcionales de la dominación capitalista. En la dominación capitalista, la excepción es siempre relativa, pues la excepción es un elemento irrenunciable del funcionamiento "normal" del Estado.


Afirma por otra parte el redactor de la voz "Franco" del mentado diccionario que su régimen no fue totalitario, sino autoritario, pues en él los partidos que lo apoyaban quedaron unificados y supeditados al Estado. Según el biógrafo de Franco, la relación partido-Estado sería el elemento decisivo a la hora de determinar el carácter "totalitario" de un régimen. Esto es algo bastante discutible, pues tanto el partido fascista de Mussolini como el NSDAP de Hitler quedaron en gran parte integrados en el aparato de Estado, como órganos del nuevo orden político totalitario, quedando sólo por encima del Estado la figura del Duce o la del Führer. Duce y Führer se concebían además como investidos de un poder excepcional al ser la encarnación del pueblo. Fascismo italiano y nazismo no son así sino formas extremas y sumamente personalizadas del Estado burgués clásico basado en el principio de la representación. Tanto Mussolini como Hitler pretendían tener una legitimidad "democrática" directa y aclamatoria, pues eran el más vivo exponente de la unificación de la multitud en pueblo por representación conforme a la teoría clásica de la soberanía desarrollada por Thomas Hobbes. El caso de Franco, a este respecto no es muy diferente, pues también en los períodos de su régimen en que ocupó la jefatura del Estado, encabezó como Caudillo el Estado y esa entidad más allá de los partidos y que se confunde con el pueblo español unificado bajo un mando que se denominó Movimiento Nacional. Si el totalitarismo es, por otra parte, conforme a la descripción de Hannah Arendt, la liquidación de todas las formas de organización subestatales autónomas que dan vida a la sociedad civil, los dos primeros períodos del régimen franquista, y sobre todo el inicial, merecen ciertamente ese calificativo. De nuevo apreciamos aquí la medida en que el régimen burgués normal y sus formas excepcionales no se diferencian sino por la desmesura a que llega la forma representativa en las segundas, siendo el principio de ambas absolutamente idéntico.


En cuanto al uso del término "fascista" para calificar al régimen de Franco, no parece tampoco indicado, salvo que se utilice como mero insulto. El fascismo, tal como lo fundó Mussolini, se presentaba como un movimiento político y revolucionario. Era objetivo del fascismo emular al bolchevismo en la movilización de las masas y de manera más general, inscribirse en la tradición revolucionaria europea. Naturalmente, esa revolución tiene aspectos contradictorios e incluso oximóricos, pues es en buena medida una revolución conservadora del orden social capitalista. Esto no excluye, sin embargo, que la movilización de masas y la propaganda política e incluso algunas formas elaboradas de ofensiva cultural e intelectual fueran aspectos fundamentales tanto del régimen fascista italiano como del nacionalsocialista alemán. Esto contrasta poderosamente con la pasividad e inercia de las masas en el régimen de Franco. Franco siempre desconfió de las movilizaciones de masas e incluso de la idea de revolución por muy conservadora que esta fuera. De ahí que no dejara ninguna posibilidad de salir con vida de su cautiverio a José Antonio Primo de Rivera y condenara a muerte a su sucesor Hedilla. Los auténticos fascistas españoles de la Falange quedaron asi neutralizados dentro de una estructura productora de despolitización paradójicamente denominada Movimiento. A esta despolitización generalizada corresponde una enorme atonía intelectual en un régimen que prescinde, a diferencia del fascismo y del nazismo, de toda auténtica afirmación cultural. En la España de Franco nunca hubo un equivalente de Heidegger o de Carl Schmitt, de Santi Romano o de Gentile: de lo que se trataba era de restablecer el orden "natural" de la sociedad, de pacificar y normalizar. En esas tareas ni el pensamiento ni la política tenían ninguna función relevante. El franquismo fue uno de los regímenes europeos que más arrinconaron a la universidad como institución pudiendo decirse que prácticamente vivió sin universidad. Franco es Caudillo y representa al pueblo, pero no como jefe revolucionario, sino como jefe de una Cruzada contra los enemigos de España y de la Iglesia. Una Cruzada cuya finalidad es liberar a España de sus "demonios familiares" y de contaminaciones foráneas. En esa Cruzada, prevalece el militar africanista con su brutal ideología "civilizadora" y la terminología revolucionaria falangista es mero adorno.


La clave del régimen de Franco es el africanismo de su fundador y de la camarilla que, desde el principio lo secundó. España fue tratada durante la guerra civil y en las décadas que le sucedieron como un terroitorio ocupado por un ejército que se consideraba a sí mismo en país extranjero y bárbaro. El historiador Gustau Nerín, en su extraordinario libro "La guerra que vino de África"(2005) incide en este aspecto recordando que la población española republicana era considerada por el ejército nacional como "los moros del Norte". La brutalidad empleada contra la población, el exterminio físico de los republicanos y sobre todo de los miembros de organizaciones de izquierda, incluso el racismo de los "nacionales" hacia los "rojos" tienen mucho más de política colonial que de política fascista. El fascismo intenta construir un consenso nacional y, si bien reprime a sus enemigos políticos, no tiene por objetivo exterminarlos sino someterlos; el franquismo, con su ideología colonial y racista y su estrategia de exterminio sistemático y de terror generalizado fue -como afirma el historiador Ismael Saz- mucho más lejos  en la violencia interna que los regímenes fascistas italiano y alemán. Franco hizo dentro de España lo que hiciera Hitler en Polonia o Mussolini en Etiopía, pero el que lo hiciera dentro de su propio país es algo más que un matiz. Como en la Polonia ocupada por los nazis, el objetivo explícito del régimen de Franco fue liquidar a las élites políticas y culturales de la España republicana, para sustituirlas por la fuerza brutal de un aparato represivo secundado por la Iglesia Católica. El gobierno de España por los nacionales tiene así muchos rasgos típicos de una administración colonial, en particular su permanente recurso a la violencia o a la amenaza de la violencia y su desprecio de toda mediación cultural capaz de crear una cultura nacional-popular. Una cultura nacional-popular bajo un régimen que siempre funcionó como régimen de ocupación era sencillamente imposible. Durante el franquismo, lo nacional impuesto oprimió duraderamente a lo popular.


La voz "Franco" del Diccionario histórico merece, en efecto, ser criticada, pero no porque niegue que el franquismo fuese un régimen totalitario -aunque podría sostenerse que sí lo fue-, sino por olvidar que fue sin duda un régimen bastante más mortífero y liberticida que los totalitarismos fascistas con los que se le suele comparar. Decir del franquismo que fue una dictadura fascista es casi un halago. Mucho más peligroso es asomarse a la realidad del régimen en cuyo marco legal vive aún la España de hoy tras la "modélica" transición. Si el franquismo fue un régimen colonial interno, la transición fue, como casi todas las descolonizaciones, un tránsito con bastantes garantías para las oligarquías dominantes, hacia el neocolonialismo. En el régimen de la neocolonia, los indígenas tienen derecho a la representación política y a cierto grado de participación en la cosa pública, pero siempre dentro de unos límites que no atenten a los intereses de los antiguos amos del país. La nueva autoridad neocolonial goza para defender de esos límites del amplio capital de terror acumulado durante los años de dominio colonial directo. Tal vez hoy, como algunos de nuestros vecinos del norte de África, hayamos empezado en nuestras calles y plazas a plantearnos una salida del régimen neocolonial.

miércoles, 25 de mayo de 2011

15M: La imitación de los afectos o el enjambre constituyente

Enjambre de estorninos


Acampadasol


"Ex eo, quod rem nobis similem, & quam nullo affectu prosecuti sumus, aliquo affectu affici imaginamur, eo ipso simili affectu afficimur. " Spinoza, Ethica, III, p. 27 
(Por el hecho de imaginar que experimenta algún afecto una cosa semejante a nosotros, y sobre la cual no hemos proyectado afecto alguno, experimentamos nosotros un afecto semejante.)


En un post reciente de su excelente blog Quilombo, Samuel interpreta las concentraciones posteriores al 15M recurriendo al interesante concepto de enjambre. Afirma lo siguiente: "En pocos días la multimillonaria campaña de los principales partidos políticos quedó convertida en un teatro de marionetas tristes, enmudecido por el zumbido del enjambre. El enjambre carece de voluntad general, no hay una unidad desde la que partan las decisiones, todos comunican, deciden y valen por igual, sin cuota preferente en el telediario. " Quienes, como yo, sólo hemos podido contemplar a distancia la Puerta del Sol a través de una cámara de televisión, podemos corroborar esa impresión: la concentración y la acampada que le sirve de núcleo duro tienen un aspecto parecido al de un hormiguero en marcha o al de los alrededores de una colmena. Los individuos, como pequeños insectos, se desplazan en distintas direcciones, erráticamente, pero el conjunto termina configurando un grupo con una geometría ordenada que corresponde más o menos, en nuestro caso, según los momentos, a la elipse aproximada de la plaza organizada en torno a diversos focos: el "caballo", el "oso".... Los insectos sociales, mediante interacciones simples realizan acciones colectivas e individuales cuya extraordinaria inteligencia ha sorprendido durante siglos a los naturalistas. Se valen de signos, de movimientos ordenados y de olores que orientan a otros individuos y al conjunto del grupo hacia fuentes de alimento u otros objetivos de interés, o bien alertan de los peligros que amenazan a todos y cada uno de los individuos. La comunicación dentro del enjambre es así el resultado de actos semióticos simples, cada uno de los cuales no necesita ni gran inteligencia, ni mucha información, pero que desembocan en una conducta general perfectamente adaptada al medio. La paradoja del enjambre es así que un comportamiento sumamente inteligente pueda ser el resultado de interacciones muy simples. Es la misma paradoja que encontramos en la biología darwinista o, en general, en cualquier explicación materialista que deseche el "diseño inteligente" o la existencia de una esencia universal de cuyo despliegue se derive toda la complejidad.


La lógica del enjambre es la que rige la investigación más avanzada en inteligencia artificial, que se basa en la "inteligencia de enjambre" (Gerardo Beni, 1989). Tras haberse descartado los modelos centralizados de inteligencia por la cantidad enorme de memoria necesaria para obtener el más mínimo resultado, se optó por la conexión flexible entre módulos de inteligencia y memoria simples que interactúan entre sí como un enjambre o como una nube dentro de sistemas distribuidos. Esto permite un gran ahorro de memoria y un máximo de flexibilidad. La pista parece ser muy prometedora para la construcción de nuevas generaciones de ordenadores y otras máquinas inteligentes. No se trata, pues, de crear un complicadísimo algoritmo del que todo se derive, sino de algoritmos simples encarnados en máquinas simples que aplican en su relación con las demás reglas simples y definidas. Tal vez el secreto de la inteligencia humana tenga que ver con el hecho de que las neuronas interactúen así y no conforme a una lógica o una gramática prestablecidas. La complejidad es , de ese modo, algo siempre derivado de lo más simple y no algo que le venga prescrito, pre-escrito. 


Probablemente un cerebro se parezca más a un cardumen de peces internamente caótico en apariencia, pero muy ordenado en su conjunto o a una bandada de aves migratorias que a una gran máquina inteligente de inmensa complejidad. Lo mismo ocurre con la inteligencia colectiva, el famoso "General Intellect" de Marx. El animal social imita a los otros individuos según un principio que Spinoza denominó, adelantándose a cualquier etología "imitación de los afectos" (emulatio affectuum). Imitamos a los demás individuos que se nos parecen, porque no conocemos adecuadamente nuestro propio cuerpo, no sabemos distinguirlo de los otros y esto es así, porque no lo podemos conocer como es, sino en su relación con los cuerpos que lo afectan. Este es el tipo de conocimiento que Spinoza denomina "imaginario" y que coincide en buena medida con la experiencia kantiana.  El conocimiento imaginario que tenemos de nuestro cuerpo, es decir el que tenemos a través de la imagen que otros cuerpos, también humanos, imprimen en nosotros, nos hace imitar los afectos y pasiones de aquellos. Ello no obedece a ningún instinto altruista, sino a la condición irremediablemente imaginaria del ser humano. De ahí que uno de los más fuertes resortes de la socialidad sea para Spinoza la indignación, el odio que experimentamos hacia quien hace mal a otro. El otro es siempre un otro imaginario, un otro que es "como yo" y cuya conducta nos vemos impelidos a imitar. La imaginación, en el ser humano, es un posible resorte de la conducta de enjambre, cuando la imitación de los afectos se extiende y unifica temporalmente una multitud. También es un resorte del odio y de la discordia, como lo muestra esa propia pasión ambigua que es la indignación, que nos hace odiar a quien hace mal a otro, a otro yo.  Odiamos así, en la indignación, a otro yo que hace mal a otro yo.


El ser humano no tendría, sin embargo, una vida ordenada y laboriosa como la de las abejas o las hormigas si permaneciera en esa dimensión imaginaria. Para el ser humano, la imaginación no sólo es fuente de orden, sino de odio y de destrucción. Por mucho que la Fábula de las abejas de Mandeville pretendiese que los vicios privados constituyen según una dialéctica rigurosa virtudes públicas o que Adam Smith nos explique cómo el egoismo es el motor fundamental de una sociedad libre y ordenada, la imaginación humana, base de todas las pasiones, incluso de las más extremas y mortíferas, puede conducir no sólo a la pacífica competencia, sino a la guerra civil y el exterminio cuando grupos enteros se convierten en objetos de odio para otros. La historia moderna, historia del capitalismo, nos da sobrados ejemplos de ello. Sin embargo, otra dimensión, la del lenguaje, se articula con la imaginación y nos permite superarla socializándola, a través de lo que Spinoza denomina "nociones comunes". Si la indignación es el origen pasional de lo social, su cimiento es esta razón colectivamente constituida a través del lenguaje y del concepto. Frente a la naturalidad instintiva de la imitación propia de los insectos, la imitación en los humanos se articula siempre con otra dimensión colectiva, esa primera relación"comunista" que es el lenguaje según el Marx de la Ideología Alemana. El lenguaje es lo común, de origen imaginario, pero socializado y racional, que nos permite salir del universo de la mera imaginación donde sólo caben dos posibilidades: la vida colectiva de los insectos sociales o la guerra. El lenguaje abre una tercera posibilidad: la política, el antagonismo dentro de lo común y el antagonismo por lo común. Existe política y no sólo guerra civil, porque la sociedad humana está unificada por el lenguaje, lenguaje que, a la vez, la divide permanentemente. El lenguaje permite, en efecto, nombrar la sociedad como un todo, pero al mismo tiempo declarar también ese mismo todo una ficción, afirmar que es una mentira. El lenguaje, por su propia existencia nos muestra que nada es todo, pues todo en él y por él se puede decir, menos el propio acto de decir. A diferencia de la bella totalidad imaginaria de la colmena, la sociedad humana está siempre "agujereada" por el lenguaje, por l lo que denomina Jacques Lacan el orden simbólico.


Hoy vivimos bajo el imperio del Uno, del supuesto todo del mercado y de la economía que nos dictan "leyes". Se nos presenta como inevitable nuestra adaptación a las supuestas leyes naturales de la colmena, a la laboriosidad y la competencia como único modo de integración en la sociedad. Los nuevos enjambres inteligentes que ocupan hoy las calles y plazas se niegan, sin embargo, a aceptarlo. En nombre de su capacidad de formar un todo incompleto y en permanente recomposición merced a lo común del lenguaje que constituye su elemento vital y su principal herramienta productiva, desafían las supuestas leyes de la colmena. Quieren cooperar sin formar un todo permanente, quieren ser algo en común, pero sin la jerarquía y el poder soberano que hace de una multitud un todo, un pueblo. Quieren ser un no-todo, un no-pueblo o un pueblo en éxodo que habita tabernáculos en el desierto, rechazando por igual el becerro de oro y las tablas de la ley. Saben que toda ley es transitoria y merece perecer y que sólo una será siempre válida para el animal hablante: la que afirma la perenne necesidad de la contingencia. Los encuentros de las partículas elementales determinan aleatoriamente todas las leyes del universo y de la sociedad. De esos encuentros, puede fraguarse algo que parece un todo, pero su totalidad está marcada desde el primer momento por una intrínseca mortalidad. El materialismo radical, desde la antigũedad, sólo viene pensando un solo orden, el precario e inestable orden de los encuentros. El enjambre, a diferencia de la colmena, es siempre un proceso marcado por los encuentros sucesivos que configuran totalidades parciales de distinto nivel, un proceso constituyente.

lunes, 23 de mayo de 2011

"Los españoles buenos son cubanos": lecciones de democracia cubana en la Puerta del Sol


Debate sobre los Lineamientos de la Política Económica y Social (2011)

"Una pregunta sí hay que hacerla casi de inmediato: ¿qué pasará en España donde las masas protestan en las ciudades principales del país porque hasta el 40% de los jóvenes están desempleados, para citar solo una de las causas de las manifestaciones de ese combativo pueblo? ¿Es que acaso van a iniciarse los bombardeos a ese país de la OTAN?"
Fidel Castro Ruz (Reflexiones del Cdte. 19.05.2011)

"Los españoles buenos son cubanos"
José Martí



Cuba es una democracia imperfecta. Una democracia que sufre de una grave falta de pluralismo motivada por las condiciones de amenaza exterior extrema y de guerra económica continuada en que ha tenido que sobrevivir desde los primeros años de la revolución. También es víctima de malos hábitos endógenos, pues en Cuba hay una experiencia política hecha por hombres con sus pasiones, sus miserias y sus grandezas, no la comunión de los santos. El poeta cubano Cintio Vitier afirmaba resumiendo esta situación que "hemos hecho un parlamento en una trinchera". No es fácil hacerlo, pero lo han hecho. Y no cualquier parlamento. Se trata de un parlamento y de un conjunto de órganos electivos donde el ciudadano no vota por partidos: ningún partido, ni siquiera el comunista, tiene derecho a presentar candidatos. El ciudadano "postula" candidatos entre sus vecinos en asambleas de barrio. Estos candidatos son elegidos después como representantes locales en votación secreta y acaban designando a través de distintas fases a los integrantes de la Asamblea del Poder Popular, el órgano legislativo supremo. Podría perfectamente pensarse en una aplicación multipartidista de este mismo sistema en el que los partidos y demás organizaciones sociales contribuirían al debate público dando una estructura más coherentes a las distintas posiciones debatidas y representando intereses diversos, pero sin derecho a presentar candidatos. Tal vez sea esta una forma sensata de acabar con la partitocracia, este régimen en el cual las direcciones de los partidos compiten mediante propaganda y presiones demagógicas en el mercado del voto ciudadano y donde el ciudadano común poco tiene que decir, pero los más poderosos y los más ricos tienen un amplio margen para manipular. Primero los partidos reciben financiación de los grandes grupos empresariales y financieros para manipular a los electores mediante campañas de propaganda, después estos les pasan factura. Le dijeron una vez a Juan March, el grande y poco escrupuloso financiero español que él "hacía ministros", a lo cual respondió con cinismo: "no los hago, los compro hechos". Esta práctica de corrupción es hoy la norma de las democracias neoliberales. Es precisamente lo que en ellas se llama "democracia" y que, como sabiamente repitan los jóvenes españoles "no lo es". Su colmo es que un empresario delincuente como Belusconi se haga a sí mismo primer ministro para salvar sus intereses económicos de la justicia. Esto en la Cuba de hoy, con todas sus carencias y defectos, no ocurre.

En la Cuba que el régimen español pretende "democratizar" se debate libremente la política económica y esto se puede hacer porque existe un sistema político y social en ruptura con el capitalismo, sin lo cual este tipo de discusiones y decisiones sería tan absurdo como decidir sobre las leyes físicas o la meteorología. Pero Cuba no es una asamblea de majaras, como tampoco lo es la acampada de Sol, ni los demás enjambres de "indignados", sino un lugar donde no se acepta el engaño fundamental del liberalismo, a saber la transformación de la esfera económica en una esfera pseudonatural regida por supuestas leyes propias. Porque se puede salir de esa absurda y liberticida ilusión que naturaliza la economía, el gobierno revolucionario de Cuba lleva más de 50 años ignorando la voluntad de los mercados y guiándose por la del pueblo, y somete directamente al juicio de la ciudadanía, y no al de supuestos técnicos que representan intereses económicos precisos, las grandes líneas de su política económica, como ha ocurrido en el reciente debate sobre los Lineamientos. Lo que en las "democracias" capitalistas es tan indiscutible como la meteorología, en la "dictadura" cubana lo debate la gente de toda edad y condición. Lo debate en la calle o en salas de barrio. Lo debate además con consecuencias importantes, pues la propuesta del gobierno relativa a los Lineamientos fue enmendada en un 60% por las aportaciones del debate ciudadano y con esas importantes enmiendas se aprobó. En este sentido, las anómalas elecciones locales españolas de este mayo de 2011 serían elecciones normales en Cuba, al menos en lo que a la -aquí ilegal- ocupación de las plazas, al debate y al llamamiento a un voto responsable y reflexivo se refiere. Unas elecciones donde los ciudadanos toman la palabra directamente y debaten con sus vecinos en las calles, una elecciones que no sirven para elegir políticos profesionales, sino a ciudadanos comunes.

(Es fácil objetar a quien defiende la democracia cubana en lo que tiene de más vital que la permanencia de los hermanos Castro en sus cargos desmiente cuanto sostenemos. Sin embargo, esta objeción no es válida del todo: los viejos comandantes Fidel y Raúl son más parte de la defensa de la trinchera que de la edificación del parlamento. Son viejos, pero necesarios como símbolos de una resistencia constante, símbolos de rebeldía y no de obediencia. En un país en revolución las "autoridades" son la más radical oposición a la realidad social y política dominante contra la que se alza esa revolución. Nada tienen que ver con viejos tiranos como Mubarak o Ben Ali. Los ha elegido reiteradamente el pueblo cubano a través de los órganos del poder popular, pero quien los sigue haciendo indispensables, al menos en su papel simbólico, es la permanente amenaza del vecino Imperio.)

Podemos concluir citando por una vez a Federico Jiménez Losantos quien ha afirmado sobre los acontecimientos recientes que: "Se ha dicho y es evidente que el programa económico de los indignaditos es idéntico al de IU. Yo he publicado que sólo sería posible ponerlo en marcha bajo una férrea dictadura comunista." Creo que en cuanto a su comparación con el programa de IU, es un poco demasiado optimista, pero en cuanto a la necesidad de lo que él llama "una férrea dictadura comunista", esto es un sistema que pueda hacer prevalecer las necesidades y la decisión de las mayorías sociales sobre los mercados, como condición de una vida digna, no podemos estar más de acuerdo. Algunos logros políticos de Cuba son ya una útil inspiración para esa necesaria dictadura sobre la fuerza tanática del capital, aunque tenemos que seguir inventando el futuro tanto en la Isla como en el resto del planeta. 

sábado, 21 de mayo de 2011

Nosotros y Ellos después del 15 de mayo: el régimen español y sus distintos tiempos

Ilustración de Nosotros de E. Zamiatin (1921)



El presente: ELLOS
Si hay algo que ha quedado claro después del 15 de mayo es que España, como Túnez, como Egipto, como Libia, no es una democracia, sino un régimen. El eslogan que más se ha oido en este movimiento ha sido "Que no, que no, que no nos representan", con una machacona triple negación con la que se niega que nos representen, pero con la que también nos negamos a que nos representen. En los expresivos términos que utilizaba la disidencia en la URSS breznevista para denominar a la nomenklatura tardoestalinista, los políticos profesionales son hoy ONI (en ruso: ELLOS). ELLOS, que no son nosotros, aunque su régimen quiera imponernos un falso Nosotros totalitario como en la novela de Zamiatin. Nuestro "nosotros" no los incluye, ellos son otros, son ELLOS en el sentido más fuerte del término. No nos representan. En otras palabras, no son parte del demos de nuestra democracia, sino lo que excluye al demos de la representación e imposibilita su expresión. ELLOS no son la democracia, sino el Régimen. Respecto de la democracia son estrictamente antisistema.


El preterito imperfecto: de las cunetas a Forbes
Son el régimen en cuanto, a través de las formas jurídicas de una democracia, expresan un poder dictatorial, actuando como agentes de la dictadura del capital y, de forma más concreta e inmediata, de la dictadura del capital financiero tal como esta se expresa a través de los mercados. Aunque existan diferencias formales entre los regímenes autoritarios y corruptos de Egipto y de Túnez y el régimen español, coinciden todos ellos en ser formas de una única dictadura. El régimen español tiene además un siniestro pasado que le sigue esperando en las cunetas, un pasado cuyo principal documento es el actual jefe del Estado, ese monarca nombrado por Franco para sucederle y que hoy ocupa un buen puesto entre las fortunas mundiales y el cuarto entre las del Estado español, con un patrimonio de sólo unos 1.790 millones de euros; los ahorros de toda una vida de alguien que ha vivido de su sueldo. Las cunetas y el poder financiero se abrazan así por encima de la población en una danza macabra en torno al actual Jefe del Estado y cabeza del Régimen español. Hoy, los jóvenes españoles de muy diversas edades están desafiando abiertamente la pedagogía del millón de muertos, bien nombrada por mi amigo Santiago Alba. Estamos desaprendiendo la sangrienta lección.

El futuro inmediato: Europa
La inteligencia de los jóvenes de muy distintas generaciones de todas las plazas españolas ha sabido poner de relieve la realidad del régimen por debajo de la supuesta democracia. Sus propias vidas son el doloroso síntoma de esa realidad que subyace a la democracia española. Para cambiar de sistema, para iniciar un verdadero proceso constituyente, no basta, sin embargo, calificar el régimen como dictadura de los mercados, que lo es. Tampoco basta denunciar la monarquía ni exigir un referéndum que nos permita romper con ella, aunque es algo hoy indispensable. Es necesario también atender a las ramificaciones internacionales del régimen español, que en gran medida es sólo una provincia de un régimen europeo y a mundial. La protesta española tiene que elevarse a escala europea. España no puede hacer como Islandia o como Argentina, no puede suspender pagos ni reestructurar la deuda por sí sola. La suspensión de pagos (el default) y la reestructuración que permitan poner fin a los recortes y cambiar definitivamente de política económica sólo pueden reivindicarse y obtenerse a nivel de la Unión Europea. Exigir hoy junto con los demás movimientos sociales antineoliberales de Europa, sobre todo de Portugal, Grecia, Irlanda y de los países del Este más afectados por la "cura de austeridad", una suspensión de pagos europea no es ninguna utopía, sino un objetivo necesario en un programa de lucha efectiva contra el régimen. Esto nos permitirá tener una democracia real en cada Estado miembro de la UE y tenerla también en una Unión Europea dotada de un constitución federal y democrática, en lugar del actual sistema oligárquico por el que se rige.

jueves, 19 de mayo de 2011

La insurrección ciudadana española y sus interpretaciones "antipolíticas": entre el encomio y la porra




Mateo 24:22-24
22 Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados.

    23 Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis.

    24 Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos.

CUIDADO: Un sector de la derecha extrema se ha puesto a difundir mensajes confusionistas a propósito de los acontecimientos sucesivos al 15 de mayo. Gabriel Albiac y Agapito Maestre afirman apoyar el movimiento del 15 de mayo desmarcándose así de la posición mayoritaria en las publicaciones donde ellos escriben y que consiste, como se sabe, en exigir que la fuerza pública ponga fin a esa intolerable perturbación de la democracia capitalista que consiste en que "el pueblo influya en el voto". No se trata pues, según esta tendencia mayoritaria de la derecha española, de que el propio voto sea "responsable". "La petición del voto responsable", según afirma el inenarrable auto del magistrado presidente de la Junta Electoral Central "puede afectar a la campaña electoral y a la libertad del derecho de los ciudadanos al ejercicio del voto. Esto supone que lo que orienta correctamente este voto es la propaganda electoral y la demagogia de los partidos mayoritarios, no el debate público. Como afirma Esperanza Aguirre, donde tiene que expresarse la ciudadanía es sólo en las urnas tras haberse formado una opinión a través de campañas publicitarias que excluyen cualquier debate. (Con esto, por cierto, coincide un importante sector de la izquierda institucional, aunque otro sector con singular cinismo se afirma dispuesto a "escuchar" a los movimientos.)

Albiac y Maestre intentan incluso superar por la izquierda al movimiento. Seducen como anticristos de pacotilla. Dan incluso ganas de difundir sus articulos con un "me gusta" por las redes sociales. Esto podría resultar extraño tratándose de textos destinados a medios tales como ABC, Libertad Digital o El Comentario, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta el conjunto de la producción de estos individuos. No es que haya habido una súbita conversión al anticapitalismo por parte de estos paladines de la derecha más agresiva; lo que hay es estrategia, una estrategia bastante clásica que emula la conducta de Stalin en los años 30, quien, como se sabe, superó por la izquierda a ltoda la vanguardia bolchevique para después machacarla. Una estrategia mucho más inteligente que la de la línea mayoritaria de la derecha, pero en nada incompatible con ella.

Que nadie se haga ilusiones: las afirmaciones de nuestros dos autores son perfectamente coherentes con su apoyo al neoliberalismo y a la barbarie neocolonial en Afganistán, Iraq y Palestina. Su crítica abstracta del Estado no se extiende al Estado español ni al monstruo colonial israelí, para quien Albiac reivindica el derecho a tener una conducta nazi. Tampoco se aplica a la riquísima legislación de excepción de nuestra "democracia antiterrorista". El apoyo de Albiac y Maestre a las concentraciones no les impedirá buscar un motivo para justificar su disolución violenta. Lo ideal, para ellos, es que el desafío de jóvenes y no tan jóvenes se quede en el espacio virtual de las redes y no transcienda demasiado a la calle. Como sostiene Albiac: "EN la red hay otro mundo. No es visible. Pero puede que sea el único vivo." El propio título del artículo de Albiac, "Antipolítica" ya nos da una indicación de su sentido real. El aparente libertarismo del que hacen gala en estos últimos textos es ideología "libertarian", neoliberalismo en su variante más extremista, enteramente ciego ante lo común del movimiento, ante su carácter constituyente. Digan lo que digan los que intentan robarnos nuestro propio lenguaje, lo que hay en Sol y en las demás plazas españolas no es "antipolítica", sino una política en estado puro que son incapaces de reconocer.